viernes, 13 de abril de 2012

CASCADAS



Cascadas



Por Federico Bello Landrove



     El agua, sus cursos y caídas, como visión alegórica de la vida de dos adolescentes, en un entorno de guerra y naturaleza especialmente proclive a sufrir y comparar.







     Corría el año 1969, el de la llegada del hombre a la Luna. Poco antes de tan gran paso para la Humanidad, Millie Kohner, profesora de la High School de  Munising (Michigan) se jubilaba por edad, después de haber ejercido la enseñanza en la misma durante los últimos treinta años. Dos generaciones hemos aprendido con ella y de ella el amor a la naturaleza y el ejemplo de vida que esta nos da, había dicho en su discurso de despedida el alcalde Gaynor, resumiendo de forma bastante certera el poso que la profesora de Naturales había dejado en sus alumnos. Claro que no siempre había sido así de sensible y eficaz. La experiencia docente la había ido modelando al paso, aparentemente veloz y monótono, de los cursos. Pero algunas cosas no habían cambiado o, mejor dicho, no las había podido cambiar. Una, el imborrable recuerdo de Frank, su novio de siempre, desaparecido en combate durante la batalla del Mar del Coral [1]. Otra, mucho menos relevante pero igualmente obstinada, la de guardar en carpetas los ejercicios más llamativos o brillantes de sus alumnos. Poco a poco, las carpetas más antiguas habían sido retiradas al desván donde, para ponerlas a buen recaudo de la humedad y los roedores, las metía en viejas maletas y bolsos de viaje, protegidos por  mantas. Pero ahora...



     Ahora la suerte estaba echada. Sus viejos huesos y articulaciones gritaban cada vez más desaforados, pidiendo el traslado a tierras de clima más benigno. El doctor Manson llevaba una década indicándole el camino hacia el sur. Su trabajo en la escuela había sido hasta entonces un buen pretexto para demorar tan ominoso destierro. Pero ahora ya no había disculpa que oponer a la prescripción facultativa. Es más, hacía unos meses que la esperaba una plaza libre en la residencia The happy sunset, en los alrededores de Oakland [2]. Allí aguardaba su compañera Leticia Hamilton, una de las mejores colegas que había tenido en el colegio, docente de Historia  e insistente mentora para su futuro viaje en busca del sol. Una de sus últimas cartas había acabado de decidirla:



     ¿Te imaginas, querida? Desde el salón en que te escribo, contemplo la arena de la playa, que besan las olas y apenas osan hollar las gaviotas. El sol arranca dorados reflejos a mi cabello y un refresco on the rocks me aguarda, coronado por una sombrilla turquesa.



     Millie había sonreído, no sin su miaja de mala intención. ¿Desde cuando el sol podía arrancar reflejos dorados de un cabello níveo? Pensó un momento y sacó la conclusión oportuna:



-          Antes de marchar, pasaré por la peluquería a teñirme.



     Pero, por ahora, no se acordaba de su pelo, sino de echar a la caldera, pese a lo veraniego de la estación, sus viejos papeles escolares. Era triste, pero inevitable. Para hacer más llevadera la tarea, la había comenzado por las carpetas más recientes, que tiraba tal cual a la hoguera, sin separar el continente del contenido. Cuando a media mañana hizo un alto para ir a la compra, se encontraba en 1951, en plena guerra de Corea y caza de brujas. Mientras trataba de bajar el arrebol a fuerza de chapuzones, pensó si no habría sido mejor encargar la faena a Betsy, su asistenta, al jueves siguiente. Aún estaba a tiempo, pero mentalmente lo descartó:



-          De ningún modo. La ejecución me corresponde personalmente. Además, no puedo permitir que se me pase el curso del cuarenta y uno.



***



     1941 había sido, para América, el año del comienzo de la Guerra Mundial. Ya fue casualidad que se les ocurriese a los japoneses bombardear Pearl Harbor, mientras ella pasaba el fin de semana corrigiendo ejercicios, con el consiguiente enfado de Frank. El jueves, 4 de diciembre, había puesto una composición a sus alumnos de último curso, con la intención de comprobar su nivel de conciencia estética a la vista de bellezas naturales. Había conseguido que su novio fotografiase en color y ampliara hasta dimensiones de cartel la cascada Wagner, la cual colocó sobre un atril con trípode a la vista de todos los alumnos. Luego, les había dicho, sobre poco más o menos, lo siguiente:



-          Tenéis toda la hora de clase para escribir sobre lo que esta imagen os sugiera. Premiaré la mejor redacción con el regalo de la fotografía, que será un adorno precioso para vuestra habitación.



     Desde luego, conservaba aún la composición que se consideró ganadora, altisonante y vulgar canto ecológico a la grandeza de los bosques y a la pureza de las aguas. Sin embargo, sus favoritas en el corazón fueron dos redacciones de alumnos medianos que, ya por no aludir apenas a la asignatura, ya por pudor, decidió no dar a la publicidad, pero que la impresionaron vivamente. Ese era el menguado bagaje del cuarenta y uno que Millie no quería dejar pasar, vale decir, entregar a las llamas.



     Mientras ella vuelve de la compra, aprovechemos para entrar en su casa por la puerta de atrás y hurgar en el desván hasta encontrar el valioso botín. Aquí están, desvaídos y amarillentos, los dos ejercicios a indultar. La firma de uno es clara y completa: Irene Bruckheimer. La otra es casi ilegible, aunque por la letra del ejercicio y el nombre conjeturable, Mark, es de suponer que sea de un chico. Cuando la profesora regrese, tal vez nos dé alguna razón de su identidad. Acerquémonos a la ventana que da a levante y leamos, haciendo tiempo para su retorno.  



***

     Hace un año, mi padre me llevó a pescar un sábado al río Anna, un poco más abajo de esa hermosa cascada de la fotografía. Después de comer, con la cesta bien repleta de truchas, el viejo me pidió que diésemos un paseo hasta la cascada Wagner, que yo ya conocía de una excursión con el Colegio en noveno grado [3]. Ascendimos penosamente y mi padre resbaló en varias ocasiones, por empeñarse en llevar las botas de pesca. Nos sentamos. Solo se oía el canto de los sinsontes y los tordos. A lo lejos, el tableteo de un pájaro carpintero se escuchaba por encima del fragor del agua. Mi padre se quedó mirando muy fijo a la cascada y empezó a hablar de Morris, mi hermano mayor, que había viajado a Inglaterra la primavera anterior, para enrolarse en el ejército. No sabemos de él desde hace dos meses; la última carta la mandó desde África. ¿África?, preguntó mi madre. ¿Pues no iba a defender nuestra Isla, la tierra de nuestros abuelos?  Y mi padre: ¿Qué sabrás tú, mujer? ¿Qué sería de Inglaterra sin su Imperio?



     Yo tampoco entiendo de política y, con todo respeto para las Ciencias Naturales, no encuentro otro objeto a la Tierra que el de servirnos de casa. Cuanto más verde, más hermosa, eso es verdad. Pero me aburre sentarme las horas muertas junto a las cascadas y no le veo mucho sentido a clasificar plantas. Como tampoco se lo veo a ir a luchar en la guerra, para presumir de uniforme y que te llamen patriota. Lo mío es acabar la escuela y marchar a trabajar a Detroit. Claro que echaré de menos a los compañeros de la pandilla, pero procuraré volver todos los veranos. Y también echaré en falta a alguna de las chicas de la escuela, cuyo nombre no voy a poner aquí, claro, pero no parece que ella me haga mucho caso últimamente; así que ya me las apañaré con las de la ciudad.



     Esa es mi idea de la vida, de la patria y todo eso. Y no es que no me gusten las cascadas, pero prefiero la superficie lisa del lago o la corriente moderada de un río. Yo soy así; no me gustan los sobresaltos.  Mark …





***



     Tenemos tantos saltos de agua en nuestro condado[4], que no los valoramos lo suficiente. Personalmente, me gusta más la cascada Horseshoe, pero reconozco la que Wagner es también muy hermosa y esa fotografía es una preciosidad. Pero yo no la clavaría en la pared de madera de mi habitación porque necesito paz y una catarata, por pequeña que sea, me trae sensación de actividad y energía. ¡Qué sinsentido: una chica de diecisiete años, sintiendo miedo del agua que canta y salta! Pero yo ya lo sé, aunque mis padres me lo quieran ocultar y no se lo cuente ni a mis mejores amigas. Tampoco se lo he dicho a él, ¿para qué? Le haría sufrir y no conseguiría nada. Además, huye de la tristeza, se encoge ante las dificultades y sueña con partir. Yo creo que se ha dado cuenta de algo pero no se imagina lo que me pasa y, como siempre, se siente inseguro y me mira veladamente con reproche. ¡Dios!, que pase pronto el curso y que marche como pretende, con la cabeza llena de planes y sin mirar atrás. Luego…



     Ahora que repaso lo que he escrito, me doy cuenta de que no he dicho nada sobre la cascada y la naturaleza que la rodea. Tal vez, vuelva a ella al final del verano, cuando las hojas se tiñen de rojo y los tordos emigran al sur. Será mi adiós a todo lo bello que me ha rodeado. Irene Bruckheimer.



***



     La profesora ha vuelto a su fogosa tarea y apenas ha reparado en nuestra presencia. Solo nos ha dicho: guardad esas páginas en un sobre del escritorio y rotuladlo “Mark e Irene”.



-          Luego el muchacho se llamaba Mark.

-          Desde luego. Mark; Mark Williams. La última vez que lo vi fue hace unos diez años. Coincidimos en el cementerio. Al menos, él tiene una tumba a la que llevar flores azules.

-          ¿La de Irene Bruckheimer?

-          ¿Cómo demonios lo han adivinado? En efecto, la chica aún vivió un par de años más y el arroyo apacible que era Mark supo convertirse en cascada. No sé si a Irene le sirvió de mucho –quiero creer que sí-, pero a él lo transformó en un hombre comprometido con sus sentimientos y responsabilidades.

-          Así que, después de todo, la cascada Wagner…

-          Dejen el sobre en la mesa de la cocina y olvídense de todo al salir. Hay cosas que pierden mucho cuando se cuentan pero no se viven.







[1]  Combate aeronaval entre fuerzas japonesas, americanas y australianas, que tuvo lugar entre el 4 y el 8 de mayo de 1942. Las bajas mortales estadounidenses ascendieron a unos mil hombres.
[2]  Es muy probable que se aluda a la importante ciudad de dicho nombre en la California central, en la bahía de San Francisco.
[3]  Según currículos, los grados de las high schools americanas se numeran del noveno al duodécimo, o del décimo al décimo segundo. En consecuencia, la excursión se habría realizado en el primer año de la high, alrededor de los 15 años de edad.
[4]  Munising es la capital del condado de Alger (Michigan).

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