sábado, 9 de julio de 2011

RETRATO-ROBOT DE UN POLÍTICO



Retrato-robot de un político



Por Federico Bello Landrove



     De una discusión académica, brota un experimento que, a su vez, da la oportunidad de acercarnos a la peripecia vital de un famoso político, cuya identidad no se revela, para que el lector haga un sencillo ejercicio de indagación personal. La moraleja del cuento no es en absoluto imaginaria: el borreguismo y la globalización pueden acabar en la implantación de políticos clónicos o de diseño, tanto más exitosos, cuanto menos originales.





    1.  Un ejercicio académico



           Todo empezó durante una rutinaria explicación en clase, a mis alumnos de primer curso de Derecho Político. En una de esas salidas de tono, especialmente válidas para concitar la atención del auditorio, dije, más o menos, lo siguiente:



           Afirman que la Historia se repite, gracias a lo cual se la considera maestra de la vida. Pues bien, si la Historia es un poco repetitiva, la Política es cansinamente reiterativa. Los políticos profesionales se parecen mucho entre sí. No digamos, si comparten unas mismas creencias o las mismas siglas políticas: entonces sus actitudes coinciden y hasta tienen a gala parecerse a su líder lo más posible.



           Para mi sorpresa, un brazo se levantó al fondo del aula, solicitando el uso de la palabra. Se lo concedí y el estudiante entró en polémica:



           Perdone, profesor, pero para mí, eso de que la Historia y la Política se repiten es un tópico inventado por los mayores y por los profesionales metidos a hacer pronósticos. Cada época tiene sus condicionantes y cada generación ha de buscar sus propias soluciones.



           Me quedé pegado, por lo valiente y bien traída que había resultado la interrupción. Por otra parte, me di cuenta de que buena parte de mis jovencísimos alumnos se regodeaban porque uno de ellos me llevase la contraria y abogara por el derecho a afirmar aquello de que no está el mañana en el ayer escrito. Así que decidí, a un tiempo, contemporizar y aprovechar la ocasión  para abrir un debate académicamente provechoso. Concluí:



           Está bien: hagamos una prueba. Imaginen ustedes un político de los que llamamos avanzados o progresistas. Piensen en él como hombre público y también como persona. Los que quieran participar en el experimento, entréguenme el próximo día de clase una octavilla con una breve semblanza del personaje imaginario, con un sólo rasgo de su carácter o un único episodio de su vida. Por sorteo, elegiremos diez de esas notas, con las que yo haré una refundición, a modo de biografía. Luego, gracias a mi portentosa erudición –bromeé- verán cómo soy capaz de encontrar a ese sujeto inventado un parecido muy razonable con algún político real de los últimos cien años. Si lo logro –y ustedes serán jueces de ello-, quedará demostrado que la Historia se repite y, por tanto, estas clases sirven para mucho. Si fracaso, dedicaremos el resto del curso a comentar los noticiarios políticos de actualidad y les daré aprobado general. ¿Hace la propuesta?



            Hizo y heme aquí recogiendo, dos días después, las cincuenta y siete aportaciones de los alumnos participantes en la prueba y recibiendo, de una mano inocente, las diez seleccionadas de entre ellas para ser refundidas. Un poco preocupado por mi osadía, sugerí que fuesen doce y me dejasen excluir dos, a voluntad. Mi petición fue rechazada por unanimidad, con la consabida frase:



           Nada de rajarse, profesor. No nos venga ahora con que tiene miedo.



           Por supuesto que lo tenía. Y no es que los alumnos hubieran sido especialmente retorcidos, ni que me pusiesen las cosas demasiado difíciles. Haciendo un  breve resumen de los diez rasgos o peripecias vitales, esto es lo que yo tenía que refundir en una biografía imaginaria, comparable a la de un político real:



      • El personaje ha de ser de extracción humilde, pero una relación familiar ventajosa  compensará sus dificultades iniciales.
      • Debe ser un hombre contradictorio, avanzado y altruista en sus ideas, pero egoísta y hasta sibarita en sus gustos y patrimonio.
      • Como los progresistas españoles de la Segunda República, deberá tener obsesión por los problemas de la educación y la reforma agraria.
      • Será un hombre que no haga ascos a las acciones violentas y, al propio tiempo, rechazará la intromisión de los militares en la vida pública, incluso a su favor.
      • Un episodio de carácter heroico marcará de forma indeleble la adhesión popular y estará en la base de su actitud ante los políticos y el pueblo, nada contemporizadora.
      • Valorado y hasta aclamado por los jóvenes, será sin embargo muy difícil la relación con sus hijos, cumpliendo aquello de que el profeta, en su casa, carece de prestigio.
      • Vivirá en el exilio sin abdicar de sus principios pero, rebasado por su envejecimiento y las nuevas ideas, no conseguirá triunfar, ni siquiera entre sus correligionarios.
      • Su imagen de hombre de partido no destruirá su independencia, en ocasiones muy dañina para el triunfo de sus propias ideas.
      • Será querido y odiado a partes iguales, llegando a ser, según los opinantes, un mito valioso o el causante de los mayores males.
      • Finalmente, siendo uno de los grandes hombres de Estado de su país y de su tiempo, no llegará a alcanzar los grandes resortes del poder ni el apoyo de las masas a nivel nacional.





           Pedí quince días para confeccionar la que denominé Vida imaginaria de don Ignoto Progresista y, seguidamente, localizar un personaje real comparable. El plazo me fue concedido. Así que me puse inmediatamente manos a la obra y procuré continuar con las clases, sin traslucir en las palabras o los gestos preocupación o cansancio. Una semana me bastó para ordenar y dar ilación al relato biográfico del señor Progresista. No me pareció en exceso difícil: de hecho disfrutaba poniendo cara y detalles a las escasas páginas de mi empeño, del que dejo fiel reflejo en el capítulo siguiente. Pero lo de encontrarle un hermano muy parecido en este mundo prosaico fue harina de otro costal. ¿Lo conseguí? ¿Me validaron los alumnos el resultado del experimento? Eso sólo lo sabrán –o no-, si leen hasta el final cuanto aquí dejo escrito. Así que decidan ustedes o, como ahora se dice, ustedes mismos.





        2.  Biografía imaginaria de un político a la carta



               Don Ignoto Progresista (¡cuánto se habría reído, de ver el don delante de su nombre!) nació en plena campiña, en el seno de una familia de agricultores humildes. A poco de nacer, su padre fallecía en acción de guerra, en el curso de las luchas civiles entre federalistas y partidarios de un Estado más fuerte y cohesionado. Pese a la penuria económica y a la orfandad, el niño era inteligente y disciplinado, pudiendo seguir con provecho sus estudios, hasta licenciarse en una carrera técnica, que nunca habría de ejercer.



               En efecto, el gusanillo de la política lo infectó desde época muy temprana, en lo que seguramente influiría el ejemplo de su padre, como también el proceder de una zona del país intensamente polarizada en la vida pública y con destacados prohombres políticos, entre los cuales halló eco y protección. Muy probablemente, fuese decisivo su matrimonio con la hermana de uno de aquellos destacados dirigentes. Ella también contribuyó a consolidar su vocación pública ya que, con independencia de su apellido, doña Conocida (llamémosla así) era señora de buena formación, muy implicada en temas sociales y firmemente entregada a la vida familiar. En honor a la verdad, hay que decir que don Ignoto mantuvo el cariño y una razonable fidelidad a su esposa durante toda la vida de ésta, por más que el matrimonio tuviese bastantes visos de haber sido de conveniencia. En cualquier caso, tan pronto falleció doña Conocida, su esposo, ya septuagenario, enlazó sentimentalmente con una mujer bastante más joven que él, con la que convivió cuasi-maritalmente hasta el fin de sus días.



               Por acabar con los aspectos familiares, digamos que don Ignoto y doña Conocida tuvieron tres hijos, dos varones y una hija, cuya relación con el padre fue muy diversa, antes y después de morir la madre. El hijo menor medró a la vera paterna, siguiendo sólo en parte su senda y dedicándose finalmente al mundo de los negocios. El mayor dedicóse a la política, pero fue distanciándose en ese aspecto, hasta militar en distinto partido y tener con don Ignoto espectaculares discusiones y enfrentamientos, incluso ante las cámaras de televisión. Por su parte, la hija primogénita resultó ser la típica niña de papá, indolente y consentida. Intentó con poco éxito ser cantante ligera. Posó, asimismo muy ligera, para revistas de amplia tirada y acabó enganchada a las drogas, convirtiéndose en una cruz para sus padres.



          ***



                Sus cualidades personales y el apoyo de los dirigentes nacionales del partido en el poder lo catapultaron a puestos destacados, en el Parlamento y en la Administración. Diputado estatal y federal, gobernador de su Estado natal, tomó como piezas clave de su programa y ulterior acción política la enseñanza pública y la reforma agraria.  Como es lógico, le resultó más difícil influir y actuar en ésta que en aquélla. En cualquier caso, como gobernador, promovió amplios programas de reparcelación y distribución de tierras, así como de valorización de los productos agrarios y forestales de su Estado, si bien algunos le ponen el pero de haber favorecido a los campesinos de raza blanca, sin importarle desahuciar a los indígenas de sus reservas y territorios ancestrales.



               En cuanto a las escuelas, el señor Progresista realizó una ingente labor de alfabetización de la infancia y de formación de los maestros. Las especiales características climáticas del país y las tradiciones de muchos de sus inmigrantes, le impulsaron a crear aulas prefabricadas de madera, tan sólidas y eficientes, que todavía hoy, tantos años después, quedan algunas en pie y en uso, aunque no tanto por vestigio histórico, cuanto por dejadez e incuria de los mandatarios actuales. Muchos años más tarde, ya regresado del exilio y constituido en gobernador de otro Estado, de aquellas escuelas bucólicas y provisionales, pasó a crear a una red de Centros integrados, donde los niños y adolescentes convivían la mayor parte del día, recibiendo, no sólo formación intelectual, sino atención sanitaria, alimentación y cultura física. Se trataba de notables realizaciones arquitectónicas, diseñadas por el más grande de los artistas del país, que no dejaron de ser criticadas por su elevado coste y su apariencia de escaparate publicitario, al estar situadas junto a las autovías. Pocas se han librado de la especulación o de la degradación funcional, buena muestra de que se conserva mejor la humilde barraca de madera que la golosa edificación de hormigón.





               No podemos olvidar, en cualquier caso, la consigna favorita de don Ignoto, que paseó por toda la nación, con una mezcla de justicia y populismo: nacionalización de las riquezas estratégicas del país y limitación de los rendimientos exportables. Nada, desde luego, distinto de lo propuesto por los jefes de su partido, pero que él tuvo la energía y la firmeza de llevar a cabo en su propio Estado, con expropiaciones llamativas y sin ninguna compensación (es decir, incautaciones) de activos patrimoniales de empresas extranjeras, algunas muy destacadas, tanto por su grandeza, como por su nacionalidad.



               Todo lo anterior lo hizo popular, o peligroso, para muchos de sus conciudadanos, pero la gloria como héroe la alcanzó enfrentándose, con un micrófono por arma, al intento de muchos de los mandos militares, de descabezar el poder político y propiciar un golpe de estado blando, a favor de gobernantes menos avanzados. Desde los sótanos del palacio presidencial de su Estado, llamó por radio a las armas y a la toma de las calles en todo el país, para parar los pies a los golpistas. Su voz fue, por unos días, la conciencia y la dignidad de la nación. Es cierto que tuvo a su lado a militares leales, que defendieron su reducto y abochornaron con su ejemplo a quienes –como a veces se ha dicho- hicieron de la cualidad de militar la degradación de la de soldado. El golpe de Estado fracasó y el señor Progresista recibió el reconocimiento de la ciudadanía y de la clase política vejada, aunque no consiguiese las cuotas de poder a que creía tener derecho, para poder cambiar las cosas.



          ***



               La popularidad no es, a veces, buena consejera para los políticos. Al señor Progresista lo convirtió en una estrella, una especie de mesías más allá de la disciplina de partido y de la marcha al compás de sus propios camaradas. Andando el tiempo, fundaría y refundaría partidos políticos, tratando de armonizar infructuosamente la tradición de siglas consagradas, con sus propias iniciativas sin consultar a nadie. Curiosamente, este hombre independiente y un poco autista, a fuerza de resistir y permanecer, acabó recibiendo el espaldarazo internacional y, poco antes de abandonar esta vida, recibió el honroso título de presidente de honor de una de esas organizaciones que aúnan a los partidos hermanos a nivel mundial.



               El tiempo y el éxito no sólo hicieron de don Ignoto una persona escasamente compatible con la mayoría de sus correligionarios, sino un hombre dispuesto a usar en la política las armas de la violencia que contra él y los suyos se habían esgrimido. Es probable que pensase que el fin justifica los medios, o que la mejor defensa es un buen ataque. Es lo cierto que se rodeó de guardaespaldas y matones y que él mismo, así verbal como físicamente, no prescindió de la violencia en las instituciones y frente a sus adversarios. Fueron proverbiales sus trifulcas parlamentarias y lo afilado de su lengua para el insulto. Vino así, y no sin razón, a constituirse en piedra de toque de pasiones desatadas, en el hombre público más odiado y, al propio tiempo, más amado de su país. Llegó a erigirse a sí mismo en la medida y la personificación de la conciencia política, sin ponerse límites ni prudencia, aunque sólo fuera para evitar la lógica reacción de sus rivales, bajo el temor o el pretexto del contenido de sus palabras.



               Sucede, sin embargo, que son muchos más los golpes de Estado involucionistas que las revoluciones de progreso. A fin de cuentas, la profesionalidad y los medios suelen contar más que el número. El héroe Progresista acabó siendo el acicate y el espantajo para desatar una reacción, contra la que ahora nada pudieron sus llamamientos a la lucha armada. Hubo de huir del país, como tantos otros, y comer durante muchos años del amargo fruto del exilio. Pero era hombre más apropiado para resistir y ser visto de lejos, que para abrasarse bajo su acción y su presencia. Convertido en voz de la diáspora, en irreductible luchador contra la dictadura, templó su fogosidad y debeló a sus enemigos. Aglutinó adhesiones y acuñó programas para un futuro de esperanza, yendo de país en país, de continente en continente, según soplaba el viento de la tolerancia y de la historia.



          ***



               No hay mal que cien años dure y el curtido político exilado pudo, tras muchos años, pero todavía no viejo, volver a su tierra y reanudar la acción política, con parecidos bríos, con renovados objetivos, con mayor experiencia y cierta suavización de modales. Era el candidato natural a dirigir a su nación en la nueva época. Desgraciadamente para don Ignoto, había mucho que olvidar de lo que a él le importaba recordar y mucho que recordar de lo que él deseaba que se hubiese ya olvidado. El pueblo, a nivel general, le fue volviendo la espalda, como a una vieja gloria cuya luz resultase demasiado fúlgida y su calor, quemante en exceso. Hubo de circunscribirse a puestos menores de responsabilidad, volver a las gobernaciones de su juventud, con vigor y riesgo dignos de mayores causas. Una vez más, iniciativas osadas, populismo bienintencionado, anteposición de la justicia al orden, le fueron convirtiendo en el personaje incómodo, excesivo y polémico, soslayado por los amigos y causa de todos los males para sus enemigos. A nivel local, en las distancias cortas, el pueblo parecía estar con él. En la inmensa distancia de un gran país, llegaban sólo los ecos distorsionados de su voz, su rostro desfigurado por la calumnia, las buenas intenciones convertidas en fachada de la corrupción y el crimen.



               No vamos, con todo, a negar que el señor Progresista careciese de esa humana incoherencia, de aquella imperdonable contradicción que puede permitir la convivencia en una misma persona del progresista de carnet con un corrupto y un sibarita. Dicen que quien vive en un ambiente pestilente termina contaminándose; que quien trabaja profesionalmente para los demás acaba pagándose a sí mismo el servicio harto generosamente; que quien ha vivido la penuria del exilio y el riesgo del atentado se vuelve timorato y procura financiarse un futuro de seguridad y amplia solvencia. Seguramente, este fue el caso de nuestro señor Progresista, despreocupado administrador de subvenciones altruistas pero severo acaparador de patrimonio personal y familiar, dentro y fuera de su país, con la conocida disculpa de la riqueza de su esposa y de su milagrosa capacidad para multiplicar sus panes y sus peces. En fin, la eterna cuestión: si un gran novelista puede ser un estafador y un pederasta oficiar en los templos, ¿por qué un excelente político no puede ser un poco corrupto, y un progresista va a privarse de ser un rico opulento?





            3.  La confirmación del experimento



                   Se habrán percatado ustedes de que la integración en la biografía imaginaria de los diez rasgos o datos sobre don Ignoto Progresista tiene algo más que una moderada tendencia a convertirse en el germen de una novela. Sus detalles, como quien dice, tiran con bala a un determinado personaje real. Como es lógico, la versión final de la Vida Imaginaria del personaje sólo la concluí en la madrugada del día en que debía presentarla al tribunal inapelable de mis alumnos, cuando ya tenía en la mente, por fin, al político real perfectamente parangonable con don Ignoto. Al final, aunque mi buen trabajo me costó, creo que había dado con una figura importante y relativamente bien conocida a nivel internacional.



                  En la clase del día D, me permití una pequeña diablura. Tras la lectura de cuanto queda escrito en el capítulo precedente, mis alumnos aprobaron el texto, como comprensivo de los diez puntos que constituían su pie forzado. Seguidamente, de manera afectadamente solemne, me dirigí a ellos, más o menos, de la siguiente manera:



                   La validación de los experimentos científicos ha de hacerse por técnicos imparciales, al menos, de dos procedencias independientes entre sí. No obstante, mi confianza en ustedes es tan grande, que estoy dispuesto a renunciar a tales ventajas y que sean mis jueces las mismas personas que fijaron las diez condiciones que habría de cumplir la prueba. Ahora bien, esta benevolencia tiene como contrapartida la de hacerles trabajar a ustedes un poco más de lo habitual. No les daré el nombre y apellidos del político real a comparar con el imaginario, sino sólo su fotografía y el dato de que su nombre es prácticamente desconocido. Ustedes me concedieron dos semanas para completar mi trabajo. Yo sólo les daré dos días para cumplir con el suyo, ya que no precisan usar del cerebro, sino sólo de la informática.



                   Así dije y así concluyo mi relato, pues no pienso dar a los lectores más facilidades que a mis alumnos. Después de todo, y pese a todo, los quiero a ellos más que a la mayoría de ustedes. Sólo les haré una pequeña gracia, consistente en insertar una fotografía, cuyo fondo es mucho más ilustrativo que el de la que yo entregué en su día a los estudiantes. Al final del relato la encontrarán.





                  Seguro que no les cuesta ningún trabajo dar con la identidad del personaje. Tan es así, que me replicarán: ¿Cómo dice este necio que su nombre es prácticamente desconocido?



                   Pues no soy tan necio como ustedes pueden creer. Si indagan en la biografía del gran político, aunque sólo sea un poquito, hallarán el porqué.


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