sábado, 4 de octubre de 2014

PSICOPATOLOGÍA DE LA VIDA AMOROSA (III): LAS COORDENADAS DEL AMOR




Psicopatología de la vida amorosa (III)

 

Las coordenadas del amor

 

Por Federico Bello Landrove

 

     He aquí un tema erótico muy manido: el del refugio o marco amoroso (hoteles, viajes, determinados ambientes conocidos), fuera del cual la relación resulta un completo fracaso. Muy manido, sí, pero poco estudiado científicamente. Con la inestimable coordinación del psiquiatra, doctor del A., diversos especialistas aportarán aplastantes razones para explicar el fenómeno de la relevancia del espacio en el amor. Después de que ustedes las lean, les daré mi modesto –y mucho menos profesional- parecer, con la ayuda de un ejemplo.

 

 


 

1.  Filadelfo o el pensil embriagador


     Me dirán que he sido muy afectado a la hora de buscar rúbrica para este capítulo, pero les aseguro que ello es de la exclusiva responsabilidad del doctor del A. En sus archivos, el caso que analizaremos hoy tiene ese poético título. Yo creo haber dado con su explicación. Ustedes la tendrán seguramente al concluir la lectura de esta verídica historia.

 

     Todo comienza con la visita de una atribulada pareja a la consulta del Doctor, al que exponen este curioso problema:

 

-          Como ve, hemos rebasado ya la treintena. Nos conocimos en la academia en que ambos preparábamos las oposiciones de magisterio[1]. De eso ya se ha cumplido una década y así estamos –es la señora M. quien ha hablado-.

-          ¿Qué quiere decir con así estamos? ¿Acaso no han aprobado todavía los exámenes?, inquirió el doctor.

-          Ella, no; yo, sí –respondió el señor R.-, pero eso no es problema. Ambos llevamos años trabajando en colegios de esta zona, si bien ella lo hace en calidad de interina, como tantos otros colegas nuestros.

-          El caso es, doctor, que estamos de novios todo este tiempo. El cariño que nos tenemos y la natural vehemencia de nuestra juventud le llevó a pedirme que celebrásemos un fin de semana por todo lo alto la consecución de su plaza en propiedad. Nos desplazamos hasta un hotelito de la sierra y allí tuvimos nuestra primera experiencia sexual.

-          Hija, lo dices de un modo que parece una práctica de Ciencias Naturales. La verdad es que lo pasamos estupendamente. Tanto que, pese a lo modesto de nuestra economía, decidimos repetir al mes siguiente y, bien por feliz recuerdo, bien por superstición, lo hicimos en el mismo hotel y la misma habitación.

-          Y así –concluyó la joven-, desde hace siete años, hemos venido escapando hacia nuestro nido de amor. Eso sí, como ahora tenemos más medios por trabajar los dos, la periodicidad se ha ido reduciendo: quincenal, primero; y ahora, semanal.

-          Pues qué bien –valoró el doctor-. En pocas cosas podrían gastar ustedes mejor el dinero. Lo que no alcanzo a entender es el motivo de su consulta, dado que les va tan bien con sus escapadas.

-          En eso radica el problema: En que no hemos pasado de las escapadas –suspiró la señora-.

 

     Y, al alimón, con las aclaraciones que el psiquiatra les iba pidiendo, la pareja expuso sus cuitas, que yo resumiré al modo escueto y prosaico de nuestro galeno:

 

     Aquellos primeros viajes tenían un sentido de aventura y de huida, que hacía su relación más excitante. Por supuesto, también pretendían ocultarse en lo posible de las habladurías de las familias y, sobre todo, de los inspectores y de los padres de sus alumnos. Sin embargo, una y otro llegaron a sentirse insatisfechos con solo aquellos encuentros ocasionales, decidiendo al fin contraer matrimonio, previa una rápida exhibición de su mutuo amor en la ciudad de su residencia, ante sus deudos y amistades. ¡Allí fue ella! Cuanto más ostentaban la relación, más crecían las dudas y menguaban las sensaciones placenteras de su amor. Ella no dejaba de plantearse si aquel tibio y desgarbado caballero merecería dedicarle toda su vida. Él, por su parte, la encontraba cada vez más insulsa y metida en carnes, rebosante de amigas pesadas y de familiares que lo miraban por encima del hombro, gracias a los coturnos de su casa en el centro y sus fanegas de remolacha y cereal. Sin embargo, todo ello parecía disiparse en cuanto la dubitativa pareja se montaba en el utilitario, camino del hotelito serrano. Pero un día del mes anterior...

 

-          Tenía que acabar pasando, doctor. El caso es que..., bueno, no sé cómo decirlo..., que...

-          ¡Que no se me levantó, rayos!, completó él. Siempre la misma cantilena. Tampoco tú vienes poniendo mucho de tu parte últimamente.

-          Ya veo, ya veo, dijo el doctor, cortando en ciernes la diatriba. ¿Hubo algo distinto en ese día que pudiese explicar la falta de erección y la minoración de la líbido femenina?

 

     Los pacientes reflexionaron por unos momentos. Al fin, la joven recordó:

 

-          Habían cerrado el hotel por fallecimiento de uno de los dueños. Tuvimos que bajar hasta el pueblo y alojarnos en La Casona, ya sabe, un establecimiento instalado en una casa solariega del siglo XVIII, con mucha piedra y nada de vegetación.

-          A no ser la yedra de la fachada, matizó el señor R.

-          Eran buganvillas, querido, y bien floridas, por cierto –rebatió la señora M.-.

 

     El cambio de hotel y las alusiones a la flora despertaron el interés del Doctor, más allá de sus propios conocimientos profesionales. Hizo algo que en él era infrecuente:

 

-          Encuentro en su caso peculiaridades originales, que me mueven a pedir consejo técnico a especialistas de otras disciplinas. Pero no se preocupen: No es que se trate de un problema especialmente grave, sino de sentar con precisión el diagnóstico, para así proponer un tratamiento con la seguridad de acertar.

-          ¿Y eso llevará mucho tiempo, doctor?, preguntó ella.

-          ¿No resultará demasiado costoso?, inquirió él, a su vez.

-          Descuiden ustedes. Seré parco a la hora de administrar tiempo y dinero, dado que no son míos.

 

     Ya en la calle, de los labios de la joven brotó un comentario a la protesta final del galeno:

 

-          ¡Qué raro es este señor; qué cosas dice! Debe de ser porque estudió en el extranjero.

 

***

 

     El doctor del A. cumplió lo prometido, gracias a encargar los informes a cinco amigos suyos, desprendidos y diligentes, a quienes trasladó el dossier del caso e invitó a comer en su casa, dos semanas más tarde. Ello permitió que, quienes no habían cumplido para entonces el encargo por escrito, se explayaran de viva voz en la sobremesa, entre vapores de Remy Martin [2]y volutas de Partagás[3]. El resultado de tan profunda indagación lo pueden encontrar en el capítulo siguiente de este relato.

 

 

2.  Análisis transversal de los caprichos de Cupido


     Como no podía ser de otra manera, la primera respuesta recibida por el doctor del A. venía mecanografiada a doble espacio y con profusión de fórmulas matemáticas, bajo el membrete de Feliciano Santos de la Tesla, Catedrático de Física y Química del Instituto… Figuraba incorporada al expediente clínico de Filadelfo. Despojada de su aparato erudito y de su más indigesta terminología, el informe decía así:

 

     Ninguna comparación más feliz para el amor, en términos físicos, que la de la atracción de los polos magnéticos de distinto signo. La ley de Coulomb para el magnetismo precisa que los fenómenos de fuerza son directamente proporcionales al producto de las masas magnéticas e inversamente proporcionales al cuadrado de la distancia entre ellas. El señor R. y la señorita M. es obvio que funcionan como polos opuestos y, por consiguiente, experimentan una atracción positiva, como parece deducirse de su deleite de fin de semana, y se cumple en ellos exactamente el criterio de que, cuanto más juntos, más intensamente sufren el influjo del módulo de sus respectivas masas magnéticas (vale decir, de su intensidad amorosa).

 

     ¿A qué puede deberse la variación de sus sentimientos, en función del lugar en que se hallen? Sin duda, al coeficiente de permitividad magnética del medio. Estudios reiterados y sesudos han puesto de manifiesto la presencia de minerales ferromagnéticos en la Sierra de X. y otras aledañas. Por el contrario, nuestra ciudad ha sido establecida sobre terrenos aluviales del río Z. y sus terrazas cuaternarias presentan formaciones arcillosas, margas, conglomerados y pudingas, ayunas de cualidades, no ya ferromagnéticas, sino incluso de paramagnetismo.

 

     La inclinación exitosa de nuestra pareja-problema hacia un determinado hotel y a la misma habitación, puede corresponder a la acertada orientación de la cama y la terraza, frente por frente a la sierra, pues es sabido que el campo magnético inducido tiene como magnitud divisoria el seno del ángulo que la carga magnética forma con el campo en que se mueve: tanta mayor eficacia, cuanto menor sea el seno del ángulo; es decir, cuanto más se aproxime a la perpendicularidad.

 

     No puedo menos de completar mi indagación con la hipótesis de que los viajes en dirección a la sierra han de favorecer mucho el valor del campo magnético inducido, toda vez que la velocidad de desplazamiento de la carga es directamente proporcional a los fenómenos de fuerza que produce. De todos es conocida la ley de Lenz de la inducción electromagnética, que expresa cómo la fuerza electromotriz de un campo equivale a la variación del flujo producida por el movimiento del imán, dividida por el tiempo que tarda en producirse dicha variación. Haciendo aplicación al caso: la fogosidad del señor R. y de la señorita M. tiene mucho que ver con el viaje a la sierra y con la velocidad a la que el mismo se realice.

 

     Dicho sea ello de modo reservado, pues no estaría bien animar a nuestra pareja para que supere los límites de velocidad obligatorios o, simplemente, aconsejables.

 
 



***

 

     Por más que nuestro psiquiatra hubiese ampliado estudios en el mundo germánico, sus consultores eran genuinamente carpetovetónicos y, como tales, mesurados en su velocidad laboral. No obstante, el mismo día en que estaba fijado el convite, el Doctor recibió una segunda pericia escrita. Correspondía a la botánica y farmacéutica Claudia de la Rosa, antigua novia suya, circunstancia que pudo haber influido en la diligencia con que atendió el encargo. En este caso, transcribo literalmente su dictamen, pues verán ustedes que es mucho más  comprensible para profanos, que el del profesor Santos de la Tesla. Helo aquí:

 

     Lamento no poder asistir a la comida, mas una inoportuna guardia me impone no faltar de la farmacia. De todos modos, puede resultar preferible el medio escrito para mejor comprensión y constancia. No hace falta decir que me tienes a tu disposición, para cualquier duda o aclaración que se te ofrezca.

 

     Para una mejor comprensión del problema, me personé en el hotelito de la feliz pareja, cosa casi innecesaria, desde el momento que el mismo lleva el ilustrativo nombre de “Las Adelfas”. Y, efectivamente, pude comprobar que su fachada sur no solo tiene unas espléndidas vistas de la sierra, sino que da a un jardín salpicado de jaras y madroños, rododendros y azaleas, así como de grandes macizos arbustivos de adelfas.

 

     Sabrás, querido amigo, que la adelfa (Nerium oleander, L.) es una planta sumamente peligrosa, al ser tóxica en casi todas sus partes. No obstante, algunos de sus principios activos, en cantidad mínima, resultan medicinales. Este es el caso, singularmente, de la oleandrina, un cardiotónico excepcional. Cabe la posibilidad de que, aspirado el aroma de las flores, o rozando los tallos y ramas, el señor R. y la señorita M. hayan sentido en su corazón sensaciones alternativas de excitación y desmayo, susceptibles de entenderse como formas activas y románticas de amor; unos efectos que, por supuesto, pasadas unas horas fuera de aquel ambiente, desapareciesen. A partir de ahí, pueden inferirse las consecuencias de la aproximación y el alejamiento del hotel reseñado, en términos coincidentes con la anamnesis de tus pacientes.

 

     Te ruego no traslades a los mismos cuanto aquí dejo escrito, no se les ocurra abusar del contacto con las adelfas, ni con productos venenosos elaborados con las mismas, como pudiera ser la miel. Dicho sea de paso, el rododendro y la azalea tampoco son nada aconsejables como ingrediente melífico, como ya experimentaron en su propio perjuicio los hoplitas de Jenofonte o los dragones de Napoleón[4].

 

     Sabe que te recuerdo siempre con mucho afecto, etc., etc.

 

***

 

Después de la suculenta comida de paella de marisco, lechazo asado y hojaldre relleno de crema pastelera, los estómagos reclamaban una larga y tranquila digestión. Pero en el moralista convocado, padre Gómara, O.P., podía más el deber que la modorra. Hubo, pues, de ser él quien abriese el turno de intervenciones orales, lo que le resultó tanto más fácil, cuanto que había rechazado el veguero que el Doctor había ofrecido a todos sus invitados.

-          ¡Ay Isaías, cuánto mejor entenderías a muchos de tus pacientes si, en vez de las obras completas de Freud, tuvieses en la estantería las de Royo Marín[5].

-          Y tú qué sabes si las tengo, replicó el doctor del A., un poco amostazado.

-          A las pruebas me remito, hijo mío. ¡Compromiso, compromiso! Esa es la palabra clave. En estos tiempos nadie quiere asumir riesgos ni, mucho menos, responsabilidades.

-          Quiere decirse que, según tú, todo se debe a la insoportable levedad de los sentimientos de mis consultantes.

-          Por supuesto. Es muy bonito caer en la tentación del fin de semana, el hotelito en la sierra y la coyunda carnal. Pero, ¿qué pasaría si...?

-          Si emplearan el tiempo rezando a San Alfonso María de Ligorio –terció de la Tesla, con gran regocijo de varios de los asistentes-.

-          Haya seriedad, pidió el anfitrión. Tal vez el Padre no ande tan descaminado. Tampoco yo vi como positivo el convertirse en amantes por el mero hecho de que había que celebrar a lo grande el que el señor R. aprobase las oposiciones.

-          ¡Pues claro!, apostilló el presbítero, recuperando el hilo de su argumento. Estas parejas de hoy empiezan la casa por el tejado. Hay un orden natural: noviazgo, matrimonio, vida marital. En cada etapa, la mente debe refrenar el corazón y los instintos, avanzando paso a paso, o bien, reconociendo el fracaso o el error. Pero no, ahora lo primero es el placer y la diversión, y así nos luce el pelo.

-          Sea como dices, suspiró el psiquiatra. Lo cierto es que nuestra pareja ya está donde está. Según tú, ¿de qué modo interviene el lugar y qué podría aconsejárseles?

-          Para mí, la cosa es clara. Los viajes a la sierra, el hotelito y todo eso no es sino la forma de evadirse de la realidad, de construir su supuesta felicidad en las nubes. ¡Nada de volver a caer en la tentación! Marcha atrás y responsabilidad, mucha responsabilidad. Claro que tú no sé si te atreverás… ¿Por qué no me los mandas al convento para que los entreviste? El lugar, como ves, también puede ser importante para volver a la Gracia.

-          O sea, que Dios no está en todas partes. Los conventos huelen a incienso y los hotelitos, a azufre –intervino de nuevo de la Tesla-.

-          ¡A incienso y a santidad! –bramó Gómara-. ¿Cuánto hace que no pisas una iglesia?

-          Os doy gracias a los dos por vuestras sugerencias, concluyó del A., contemporizador-. Ahora, demos la ocasión a nuestros otros amigos para explayarse.

 

     Un sonoro ronquido brotó de la garganta de uno de ellos; de modo que no hubo otra, que ceder el uso de la palabra a Severiano del Campo, el famoso sociólogo formado en Chicago, quien no perdía la oportunidad de escapar de Madrid a Castellar, siempre que una reunión de amigos o un partido de golf le daba disculpa para ello.

 

***

 

     Don Severiano era un orador nato, que no se privaba de la facundia ni en la intimidad. ¡Cuánto más si tenía otros cinco doctores universitarios como auditorio!

 

-          Señores, haya paz y demos a la fe y a la ciencia una condigna atención. Y, ante todo, recordaremos que el hombre no es solo cuerpo y alma, sino sociabilidad, superpuesta a la individua substantia: un zoon politikón.

 

     El durmiente, don Pedro de la Vega, pareció responder como por ensalmo a tantas oes: dio un respingo y volvió bruscamente a la vigilia.

 

-          ¡He ahí el busilis, queridos contertulios! –prosiguió del Campo. Carácter y ambiente; yo y circunstancia.

-          ¿Podrías ser más explícito, amigo Seve?, suplicó el galeno, temiendo que la perorata alcanzase la hora y cuarenta y cinco minutos, media de las conferencias de su amigo.

-          Desde luego –rezongó el interpelado-. Quiero decir que la clave de los problemas de tu pareja estriba en los efectos fastos o nefastos del entorno social en que se desenvuelven. Pura lógica. En el hotelito, todo son zalemas y parabienes de los servidores y circunstantes, bien por interés, bien por cortesía. En consecuencia, los amantes se muestran tal como son; aún más, tal y como los demás los ven o quieren imaginárselos. Por el contrario, en la gran ciudad…

-          Pero Severiano… -interrumpió de la Tesla, una vez más-. ¿Desde cuándo este villorrio, en que nos conocemos todos, es una metrópolis?

-          Nada, nada; insisto. Cuanto más pequeño es un cosmos, mayor es la presión que ejerce sobre sus habitantes. El señor R. está angustiado por su minusvalía de clase y rodeado de familiares y amigos de su novia, que lo acechan y critican. Ella, se ve forzada a explicar y justificar cada muestra de timidez y desarreglo de su compañero…

-          No creo haber insinuado que mi paciente se deje llevar del desaseo, protestó del A. No obstante, te entiendo y veo por dónde van los tiros: La sociedad es la culpable.

-          Esa es una simplificación clarificadora, pero demasiado elemental. En opinión de Durkheim[6]

-          ¿Me sirves otro café bien cargado?, pidió el recién despertado de la Vega, apagando un bostezo. Porque supongo que me tocará intervenir un año de estos.

-          Ya veo, ya veo –lamentóse del Campo, definitivamente desalentado-. Habéis tenido bastante con lo expuesto hasta ahora. No me cumple sino desearte la mejor suerte, amigo Isaías, con tus pacientes y sugerirte que les recomiendes una temporadita en soledad y estado de naturaleza. ¡Qué vuelvan a ser ellos mismos!

-          ¡Y que viva Robinson Crusoe!, exclamó de la Tesla, a quien el coñac había convertido en un provocador indomable.

-          ¡Dios nos valga!, exclamó el padre Gómara. Creo que un café doble bien cargado le vendría bien a más de uno.

-          Ya se sabe: in vino, veritas, susurró el señor de la casa, asiendo la cafetera con mano firme. Tomémonos un pequeño descanso –prosiguió-, antes de escuchar al último de los intervinientes.

 

***

 

     Este último consultor no era otro –según ha quedado dicho- que don Pedro de la Vega, catedrático de Lengua y Literatura, recientemente jubilado. Tal vez por esto, los amigos no solían apearle del tratamiento.

 

-          Aunque me apellide de la Vega –comenzó, con su voz de terciopelo, levemente cascada por la edad-, no soy Lope, desde luego. Él os regalaría con un soneto maravilloso de su juventud. Ya sabéis, aquel que empieza

 

Animarse, atreverse, estar furioso,

Áspero, tierno, liberal, esquivo…

 

Pues bien, si el amor es todo y nada, lo que juzgamos verdadero y su contrario, ¿qué diremos de su principio y de su fin? Nuestra pareja, feliz aquí y desdichada allá, puede en cualquier momento arraigar en Castellar y quedar desubicada en el hotelito serrano. Su amor crecerá, o lo veremos marchitarse; precisará de consejos, o morirá de ellos. ¿Quién sabe? Cada persona es única y cada amor, diverso. No obstante…

-          Entonces, profesor, ¿no compartes las certezas de nuestros contertulios y de la hermosa boticaria que no nos ha distinguido con su presencia?, dijo del A.

-          ¿A cuál de las certezas te refieres? Hemos traído a colación las leyes del magnetismo y el efluvio de las adelfas, la esclavitud del placer y la servidumbre del qué dirán. Tú tendrás tu propia opinión médica y yo podría cantar las bellezas y el romanticismo de ciertos lugares y situaciones. Son muchas causas para un mismo efecto y, ya se sabe, cuando tratamos de tantas concausas, en realidad nos referimos a simples factores o circunstancias coadyuvantes.

-          ¡Cómo que circunstancias!, replicó airado de la Tesla, dejando caer parte del contenido de su taza en el pantalón. ¡Pues solo faltaba! ¡Gilbert, Faraday, Maxwell, mi tocayo Tesla y Weber puestos en solfa, tirados a la basura, metidos en el mismo saco de charlatanes y santurrones!

-          Oye, esos cinco que acabas de nombrar, eran la delantera del Manchester United cuando ganó la Copa de Europa[7], ¿verdad?, ironizó Severiano del Campo, maestro en pullas a primera sangre.

 

     El doctor en Medicina se levantó y secó con una servilleta la pernera tibia de café del físico. Simultáneamente, alzó la voz imperiosamente y dijo:

 

-          Al grano, señor literato, mójese –en sentido figurado- y denos su opinión, sea ella para aportar una causa, una circunstancia o un factor, siempre que este que no sea de los ferrocarriles.

-          Pues bien, estimado anfitrión, si de tal modo me urges, habré de pronunciarme, mal que me pese. Rindo tributo a la belleza. Nuestros amantes se han sentido transportados, arrobados, embriagados por aquella fuerza telúrica, aquel pensil mágico, aquella cámara refulgente al dorado resol del atardecer. Solo si inventan o aspiran por doquier una belleza semejante, serán capaces de perpetuar su amor.

 

     El Doctor suspiró aliviado y, constatando que no era precisamente paz y belleza lo que se respiraba en la reunión, consultó ostentosamente el reloj y puso fin a esta con las siguientes palabras:

 

-          Se ha hecho un poco tarde y seguro que todos tenemos otras cosas que hacer. Muchas gracias, amigos, por vuestra ayuda y ahora voy a llamar a mi esposa para que tengáis la ocasión de ponderarle el banquete y de despediros de ella.

 

 

3.  Donde el psiquiatra y el narrador ponen final a esta historia


     Es muy probable que, tras sesuda reflexión y refundición propia, el Doctor del A. convocase a la pareja de sus pacientes para establecer el tratamiento de su problema. En cualquier caso, en el expediente rotulado Filadelfo o el pensil embriagador, no figura otra cosa que la siguiente anotación, precedida del día y hora de la consulta:

 

     Se presenta únicamente el señor R., justificando la ausencia de su novia por los desarreglos propios de un embarazo incipiente. Me indica que, al haber tenido constancia y confirmación del estado de gestación de la señorita M., han decidido olvidar todas sus prevenciones y dudas, para contraer matrimonio próximamente en la parroquia de… Se muestra esquivo ante mis sugerencias y consejos y, de manera tajante, abona mis servicios y se despide sine die.

 

     De donde se deduce que, como escribió el poeta

 

Aún con el amor ausente

Se abre camino la vida[8]

 

***

 

     Por mi parte, estoy seguro de acertar con las preferencias de ustedes, si sustituyo la habitual y obligada moraleja, por un breve sucedido, del que fui testigo muchos años después.

 

     Corría la primavera de 1998. En el compartimiento casi vacío de un vagón de ferrocarril, una pareja de mediana edad –muy juntitos ellos- no perdía ripio de cuanto se veía del otro lado de la ventanilla. Ella, incansable y minuciosa, le iba explicando lo mucho que aquellas tierras significaban en su vida, los episodios que se vinculaban a cada villa o lugar. De vez en cuando, apretaba su mano y le susurraba nombres de personas, identificaba cultivos, recordaba momentos. Cuando lleguemos a Castellar…, decía, imaginando un futuro, que era el pasado, pero glorioso por revivirlo al lado de su amado.

 

     En un momento dado, el caballero se levantó, al parecer, camino del escusado. Aproveché aquella ruptura del encantamiento y, momentos después, me dirigí a la cafetería. Me sorprendió sobremanera encontrármelo en la barra, con un gin-tonic en la mano. Me sonrió, identificándome como compañero de viaje. Por cumplir, comenté:

 

-          Este paisaje tan llano de Castilla tiene su encanto.

-          ¡Quite usted! Cosa más árida y monótona no he visto. Me estaba produciendo somnolencia de tanto aburrimiento.

-          Ya. Por el acento, deduzco que no es usted español y, claro, estas tierras no le dirán mucho.

-          Efectivamente, soy panameño. Es la primera vez que vengo a España, acompañando a una amiga.

 

     Pasó un ángel, advirtiéndome de la descortesía:

 

-          Perdone que me haya dirigido a usted sin presentarme. Federico B., abogado.

-          Carlos D., escritor y académico. Es un placer.

 

     Lo de académico me pareció –no sé por qué- un engreimiento insoportable. Terminé aprisa mi café y despedíme, pretextando tener que repasar un expediente. Regresé a mi plaza. La señora me miró, desilusionada, y volvió a enfrascarse en la contemplación de su vida pasada, ante la pantalla agitada y presurosa, de transparencia y reflejos.

 

     Anunciaron por megafonía la llegada a destino y al punto se presentó el académico del Istmo, repeinado e impoluto, saturando el aire de lavanda. Los suburbios de Castellar ya se deslizaban ante nuestros ojos, cada vez más perezosamente.

 

-          Seguro que en la estación nos esperan mis padres, pronosticó ella, sonriendo.

-          Seguro que en la estación te espera el desengaño, pensé, alejándome.

 

     Y es que yo soy muy conservador. Es posible que el amor no se sujete a unas coordenadas, pero es muy conveniente que eche raíces.

 
 

 

     

 



[1]  Esta terminología nos indica la antigüedad del caso pues, a partir de 1970, los maestros españoles pasaron a denominarse profesores, en parangón con los de las Enseñanzas Media y Superior.  Las fechas son importantes para valorar la conveniencia de ocultar las relaciones sexuales entre novios, como más adelante se expresa.
[2]  Famosa marca de coñac francés, fundada precisamente en la ciudad de Cognac, en 1724.
[3]  La casa Partagás de cigarros puros fue fundada en La Habana, en 1845.
[4]  La referencia de la farmacéutica de la Rosa a los dragones de Napoleón alude, no a miel, sino a una anécdota no bien documentada: Durante de Guerra de la Independencia, en un campamento en España de soldados de Napoleón (año 1808), algunos de ellos ensartaron en ramas de adelfa unos corderos para asarlos y dícese que, después de comerlos, murieron ocho militares y cuatro sufrieron una intoxicación grave. La referencia a la miel –esta vez sí- de efectos tóxicos para los soldados griegos de Jenofonte, en Anábasis, libro IV, capítulo VIII.
[5]  Antonio Royo Marín (1913-2005), importante teólogo y moralista de la Orden de Predicadores.
[6]  Émile Durkheim, sociólogo francés (1858-1917), uno de los pioneros de la Sociología científica.
[7]  Los cinco apellidos anteriores corresponden a grandes físicos relacionados con el magnetismo o el electro-magnetismo. El Manchester United ganó su primera Copa de Europa en 1968, fecha compatible con la indicada en la nota 1.
[8]  Me ha sido imposible evacuar esta cita. O el Doctor era muy rebuscado, o el vate, apócrifo.

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