sábado, 18 de febrero de 2012

NOVELA DE UNA VIDA


Novela de una vida
Por Federico Bello Landrove
     En la línea de la literatura dentro de la literatura (tan querida de Borges) y en la más personal de extraer de las canciones ejemplos y comparanzas, planteo este relato de amores antiguos y desamores trágicos, al son de dos canciones de siempre y al ritmo de las olas del mar del exilio espiritual. Espero que no les resulte triste en demasía.

     La cena de gala en el Ocean Club International  en honor de la escritora Violeta Cifuentes había llegado a los postres. Quiere decirse que faltaba por tomar el plato más indigesto, a saber, el de los discursos protocolarios en lecho de champán con un toque de cayena. Esta vez le había tocado a ella ser el centro de atención, en la medida en que el premio Tauro, ofrecido por la importante editorial del mismo nombre, había recaído sobre su novela El fuego del atardecer, publicada el otoño anterior con tal éxito, que iba ya por la tercera edición. Digamos, para quienes lo desconozcan, que era un 21 de abril, fecha señalada para la entrega anual de dichos premios, por cuanto que el signo zodiacal  de Tauro dicen que entra en tal día.
     Le había tocado asistir a muchas cenas parecidas a esta, solo que en honor de otros escritores o colegas; por tanto, siendo ella quien flotase en el lecho espumoso y pusiera el toque de pimienta sobre los lauros ajenos. Pero hoy, por más que tuviera la boca seca y sintiese la llamada del Pacífico desde los ventanales a su espalda, no tenía más remedio que mantenerse completamente sobria y prepararse para contestar a los ditirambos con su radicalidad proverbial.
     Y no es que fuese su primer premio, ni que la abrumase el lujoso vestido rozagante de seda cruda color terracota, con generoso escote palabra de honor y llamativa falda pantalón acampanada. Pero la profesora famosa, la inmigrante de fonética mestiza, la escritora de muchos libros de tirada corta, comprendía que había llegado a la meta, en más de un sentido: por no referirse a la edad –que siempre trae mala suerte-, aludamos al éxito de crítica y público en todo el ámbito centroamericano. Y no era más que el principio. Con la aquiescencia de la editorial panameña, ya había gestionado la publicación, a cargo de otras firmas, en Argentina y España, donde esperaba alcanzar una acogida igualmente halagüeña. Tan contenta estaba –y tan jugoso era el premio en lo económico: diez mil balboas-, que había tenido el arranque de mandar a sus padres los billetes de avión; y ahí los tenía, en la primera mesa a mano derecha, justo entre su amiga Bernardina y el profesor Agero, su segundo en la cátedra. Los años no pasaban en balde, pero aún se los veía lozanos y elegantes, orgullosos de… Un momento, dispensen, que está a punto de concluir su perorata el rector de la Universidad, presidente del jurado del premio y factótum de la editora convocante:
-          … Y así, la doctora Cifuentes, mi ilustre colega y amiga, nos ha dado, una vez más, una brillante lección de la forma más sencilla y personal de hacer literatura: escribir la novela de su vida.
     Los aplausos, entusiastas, acompañan el final del tópico discurso, enardeciéndose cuando el orador ha recibido de una azafata los símbolos del premio, incluido el talón bancario, que entrega al pie del atril de los oradores a Violeta, quien apenas ha tenido tiempo de llegar hasta ahí, víctima del nerviosismo y de los tacones. Acoge con agrado la medalla, el diploma y el cheque y, bastante menos efusiva, los besos rectorales. Luego, posa los dones en el lugar que hubiese correspondido a las cuartillas de la improvisada alocución y, según costumbre, inicia sin guión sus palabras, tomando pie en las finales de su predecesor:
-          Dice el profesor Rivarola que mi obra es el reflejo de mi vida y, por supuesto, tiene razón, salvo en un caso: el volumen de relatos eróticos que publiqué allá por 1987, el cual resultó fruto de la ensoñación y las lecturas ajenas, más que de la propia experiencia. Por lo demás, mi existencia ha sido tan dramática e intensa, que no he tenido que fantasear o exagerar mucho para convertirla en novelas. En cualquier caso, el libro que la editorial Tauro tan generosamente me ha premiado, y el público panameño –y de otros países- acogido, es algo más que una vida hecha argumento literario. He pretendido que resultase una reflexión dialogada sobre algunas cuestiones intemporales, en particular, la perennidad e irreversibilidad del amor…
     La escritora premiada prosiguió durante pocos minutos más. Su conclusión no dejó de llamar la atención, tanto del auditorio, como de los reporteros que cubrían el acto:
-          No soy quien para decir si el premio ha sido, o no, merecido pues nadie es buen juez de sí mismo. Pero lo que nadie negará es que resulta justo por un concepto: Tauro es mi signo zodiacal. Según una de tantas páginas web dedicadas a la astrología, el hombre que quiera a una mujer tauro la tiene que adorar y tratar como a una reina, ya que le gusta tener esa sensación. Yo la tengo en este momento por la gentileza de la editorial, por la acogida de los lectores, por la presencia cálida de ustedes. Así que –concluyo- soy una mujer escritora plenamente realizada, con arreglo a mi carta astral. Y ¿quién soy yo para llevar la contraria a los planetas?
     Concluido el sofocón, Violeta estuvo tentada de salir corriendo a la terraza buscando soledad y frescor, y a ver rielar entre las olas el ascua de luz que formaba la silueta del Tower Hotel. La tarea habría resultado imposible pues se le echaron encima amigos y periodistas. Así que, haciendo de la necesidad virtud, repartió por igual codazos y disculpas, se arrimó a duras penas hasta la mesa de sus padres y, con el razonable pretexto de su cansancio, tomaron los tres el camino de la salida, con la ayuda de algunos íntimos y de un par de policías francos de servicio, antiguos alumnos de la profesora Cifuentes. En la ostentosa limusina puesta a su servicio por la editorial, su madre, emocionada, le comentó:
-          Hija, esta es la noche de tu consagración. ¡Cuántos sinsabores y cuánta lucha para llegar hasta aquí! Tu padre y yo estamos emocionados y orgullosos.
-          Gracias, mamá, sí que ha merecido la pena; al menos, para teneros a mi lado. Pero siento que esta velada y el premio no son solo míos. Falta alguien y estoy en deuda con él.
***
     Apenas durmió aquella noche. El implacable y madrugador sol tropical se insinuó por entre las rendijas de la persiana con tal luminosidad, que saltó de la cama y, así como estaba, abrió de par en par los postigos, se protegió apenas con las gafas de sol y salió a la amplia terraza de su dormitorio, desde la que se avistaba el mar en la lejanía. Aspiró con deleite el aire matinal, aún fresco, y se acodó en la barandilla durante unos instantes. Luego sintió un escalofrío, entró en su cámara, cubrióse con una bata y se encaminó al salón, para hacer tiempo de preparar el desayuno familiar. Sobre la mesa baja que cerraba el tresillo aún permanecía el ejemplar de su premiada novela, plagado de señales y subrayados, presto a servir de material de trabajo para la edición corregida y prologada, que preparaba para el público de su nativa España.
     Se sentó con el libro entre las manos y le vino inmediatamente a la cabeza la afirmación del rector: la novela de su vida. Era cierto. Por más que hubiese utilizado la técnica de narrarla en primera persona, con un hombre como confidente de los lectores, aquel texto estaba amasado con las vivencias, los dolores y los combates de ella. Incluso, no acertaba a precisar la razón última por la que, colocando su personaje en un segundo plano hasta el final de la novela, había contado esta a través de su constante enamorado... Pero creo que es llegado el momento de dejar a Violeta con sus pensamientos y resumirles a ustedes el tema de El fuego del atardecer, entre otras cosas, por si quieren una introducción a ella antes de comprarla o de leerla.
     El libro trata de un tema muy trillado: Un amor juvenil contrariado y fallido que, por la fórmula de un clavo saca otro clavo, se convierte en una insensata carrera por salir del vacío y la tristeza con otras personas, en el fondo, meros sucedáneos de las iniciales. De ahí, en un conseguido giro narrativo, nos colocamos cuarenta años después, de la mano del doncel –ahora talludito médico de familia-, quien, por razones que no vienen al caso, decide aprovechar un congreso profesional en tierras americanas, para reencontrarse con su antiguo amor en términos de amistad. A fin de que tal encuentro sea posible y fructífero, el doctor pone en marcha los mecanismos oportunos para acopiar información  de la vida y milagros de su ex –llamada Margarita en la novela, en clara transposición de la Violeta de la realidad- y se le viene el mundo encima. Nuevo giro narrativo, en forma de sucesivos saltos atrás, para poner de manifiesto los episodios más dramáticos en la vida de la protagonista, todos ellos nacidos de la primitiva ruptura sentimental y de la alternativa amorosa elegida por ella. Como en el aleteo de la mariposa, de tan nimia causa, perdida ya en el tiempo, se van deduciendo efectos terribles, junto a otros afortunados, que la víctima parece haber superado con éxito, aunque a costa de su felicidad personal y familiar, así como de la acrimonia de su carácter. El narrador va contrayendo un pesado sentimiento de culpabilidad, tanto mayor, cuanto que su vida –por el contrario- ha sido francamente placentera en todos los sentidos, incluso el sentimental. De la culpabilidad, pasa al arrepentimiento y, de este, a una especie de compromiso moral de recuperar en lo posible el tiempo perdido y apoyar cuanto esté en su mano a la mujer ahora casi desconocida a la que, por error y cobardía, dejó marchar en su primera juventud.
     La novela –como si sugiriese una improbable continuación- concluye subiendo el médico al avión para el vuelo transoceánico, que puede cambiar, para bien o para mal, esas vidas en su ocaso (de aquí, lo del fuego del atardecer), mientras en perfecta sincronía, Margarita, ya convertida en una señora profesora y literata, monta en la limusina que ha de llevarla a Ciudad de Panamá para recibir el premio que la consagra como escritora grande y famosa. Su sangre se ha hecho tinta y su vida, novela. Es obvio que no habría pasado lo uno sin lo otro. La cuestión es –y así concluye la novela- ¿ha merecido la pena?   
     Hasta aquí, mi digresión, seguramente inoportuna. Sigamos ahora, por unos momentos, con las lucubraciones de la Cifuentes, que, por concentración o soledad, van convirtiéndose en soliloquio:
-          No sé hasta qué punto tiene sentido que retoque la edición española, a fin de que él no se sienta aludido, ni nos identifiquen los conocidos. Nada creo reflejar en la novela que lo perjudique o censure, aunque pueda estar felizmente casado. Y, de otra parte, ¿quién me conoce ya a mí por aquellas tierras, hasta el punto de atar cabos? Con todo, algo he de hacer. No me parece de recibo que sepa de mí por la novela, ni que pueda entender esta como un mensaje de socorro o una llamada a mi lado. ¿Qué hacer? Sí, decididamente, dejaré el libro como está; lo contrario llamaría aún más la atención. Lo mejor va a ser escribirle unas letras, en plan amistoso y distendido, anunciándole la aparición de la novela en España y recomendándole que la tome como una ficción fantasiosa o, cuando menos exagerada... Sí, sí, exagerada; todavía me he dejado en el tintero un montón de cosas y eso que tiene 438 páginas... En fin, está decidido: carta simpática y, si acaso, una cita para cuando vaya a España a presentar la novela; claro, solo lo dejaré caer, no vaya a sentirse obligado él, que antes era tan tímido...
-          ¿Decías algo, hija? –apareció su padre en la puerta, sobresaltándola-.
-          Nada, papá, pensaba en voz alta en todo lo de anoche. ¿Qué tal habéis dormido?
-          A ratos. Fueron muchas emociones... y demasiado cansancio.
     Al dúo se incorporó en unos minutos la madre. Violeta no perdió el tiempo.
-          Mamá, ¿sabes algo de Guillermo? Creo que os habéis seguido carteando.
-          Apenas en Navidades y eso hasta hace un par de años, que ya no recibimos su felicitación. No tengo aquí sus señas pero, si te urge, puedes dirigirte al Centro de Salud San Carlos de Villafranca.
-          Bah, no tiene importancia. Había pensado en mandarle un ejemplar de la novela.
     La madre sonrió:
-          Haces bien, hija. Muy merecido tiene el que se la dediques.
     Dicho y hecho. Al día siguiente, tomó de su despacho universitario uno de los ejemplares de autor, lo dedicó y lo puso en el correo, con la dirección conocida. Estuvo pensando mucho la dedicatoria. Finalmente, le vino a la cabeza el DVD con música de Amadeo Vives, que estuvieron escuchando sus padres y ella la noche anterior. Recordó que a él le gustaba mucho la música de siempre. Tomó su arcaica pluma estilográfica y escribió:
De la infantesa qui s’enfila,
de la vellura qui se’n va,
la Balanguera fila, fila,
la Balanguera filarà.[1]
     De Violeta la Balanguera a Guillermo Céspedes, como testimonio de amistad imperecedera. Ciudad de Panamá, 23-IV-2009.
***
     Le extrañó no recibir respuesta en un par de meses. A punto de acabar el curso y tomar vacaciones, recibió al fin carta de España, en sobre tamaño folio, acompañada de un folleto meramente impreso en forma casera. La misiva, escrita a mano, decía así:
     Apreciada Violeta: Tengo que ser yo, la hija de Guillermo Céspedes, quien responda agradecida a tu envío, por la triste razón de que él falleció, va para tres años, víctima de una enfermedad cardiaca. Estoy segura de que para él, como para mí, habría sido una gran alegría sentirse recordado por alguien a quien él amó entrañablemente. Esto último me ha quedado claro cuando tu novela ha completado el puzle que con otras muchas piezas había ido conformando para mí el cuadro de sus primeros años. Es algo que quedará entre tú y yo, pues amores y desdichas son para vivirlos en la intimidad.
     En la dedicatoria del libro, aludes a una hermosa canción ilustrativa de tus sentimientos y tu propósito. Permíteme que yo haga lo propio con otra, que sin duda conoces, la cual para mi padre simbolizó a no dudar el recuerdo del tiempo pasado y de un cariño que no pasó jamás. Estoy segura de que él, de vivir y haberse atrevido, la hubiese puesto en tus manos.
     Te ruego me cuentes, en adelante, como la más devota de tus amigas en España. A fin de cuentas, bien pudiste haber llegado a ser mi madre.
     Con todo cariño,
     Violeta Céspedes.
     Con las gafas levemente empañadas, Violeta Cifuentes extrajo del sobre el folleto, obra de Guillermo y símbolo de su callada entrega. La carátula llevaba el siguiente texto:
Glosa y experiencia de
El amor de mi vida
(Camilo Sesto, 1971)
     Aún antes de leer el contenido, la escritora comprendió que no tendría más remedio que escribir la segunda parte de El fuego del atardecer, aunque solo fuera porque él ya no podría hacerlo. Iba a tener razón el pelmazo del rector: vivía para novelar. ¿O, más bien, novelaba para vivir? [2]
    
     



[1]  La traducción castellana podría ser, más o menos: De la infancia que crece / de la vejez que se va / la Balanguera hila que te hila / la Balanguera hilará.
[2]  Parte del sentido del relato se halla en el texto de las dos bellísimas canciones citadas en él, por lo que su audición tiene el valor doble de precisar las ideas y cultivar la sensibilidad. El amor de mi vida es obligado escucharlo al propio Camilo Sesto. La Balanguera, sugiero que al Orfeó Català o a María del Mar Bonet. Por cierto, que, desde 1996, La Balanguera es el himno oficial de la isla de Mallorca.

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