sábado, 24 de diciembre de 2011

EL MITO DEL AMOR ETERNO

El mito del amor eterno

Por Federico Bello Landrove

 ¿Está completa la mitología griega? Yo creo que, aunque mucho peores, siguen existiendo cerebros que pueden inventar nuevos mitos, a partir de los mismos personajes. En este relato, un psicólogo, para salir del paso, descubre a una pobre señora el mito del amor eterno y sus graves limitaciones y consecuencias. Lean y sabrán en qué consiste.



     Hace muchos milenios, el padre Zeus concedió audiencia a Deucalión y Pirra, padres de todos los hombres posteriores al Diluvio. Habían solicitado ser recibidos por el Dios supremo, desde su morada en los infiernos, para lo cual fueron transportados al Olimpo bajo celosa vigilancia de los esbirros de Hades. Una vez ante el mayor de los dioses, este les preguntó benévolo:

-          ¿Qué os preocupa hasta el extremo de abandonar los Prados Asfódelos y reclamar mi atención?

-          Señor, queremos hablaros en nombre de nuestros hijos, los hombres, y pediros para ellos un gran favor –contestó Deucalión-.

-          ¿Qué es ello? ¿Qué beneficio queréis obtener para los mortales? No creo que merezcan mucho más de cuanto actualmente les ha sido dado.

-          De eso, precisamente, se trata –repuso Pirra-. Ciertamente, los hijos que brotaron de las piedras, y sus descendientes desde entonces, se han entregado a todos los vicios y, como castigo, soportado los mayores sufrimientos. Mi esposo y yo creemos que tales cosas han sucedido porque no hay suficiente amor en el mundo o, por mejor decir, no es del todo perfecto.

-          ¿Perfecto? –tronó Zeus-. ¿Cómo queréis que sea perfecto el sentimiento de unos seres inferiores? Y, por otra parte, ¿qué es lo que encontráis de imperfecto al amor humano?

     Pirra miró suplicante a Deucalión y hubo de ser este quien respondiese:

-          Señor, entendemos que los males del amor vienen de que el mismo no dura toda la vida de los mortales. De ahí brotan la ligereza, el hastío, la concupiscencia, los adulterios y la mayor parte de los celos, que quitan el sueño, hacen brotar la lascivia y aguijonean la violencia.

-          Y, por otra parte, gran Dios –agregó Pirra-, nada pedimos que no sea propio de las más humildes criaturas. El lobo y la lechuza, el ganso y el delfín, el cisne y la cigüeña, se guardan fidelidad y amor eternos; sus congéneres lo respetan y, así, viven felices, confiados y sin lúbricas ambiciones.

     Zeus se echó a reír y sus carcajadas hacían retemblar el Olimpo:

-          Así que vuestra ambición es pareceros a las ballenas, cuya mole asombra los mares, o a los pingüinos, que tiemblan entre los hielos. ¿Es esa la perfección que pedís para los seres pretenciosos que hicisteis nacer de las piedras? Sois unos insensatos. A imagen y semejanza de los dioses, los hombres han llevado hasta ahora una vida variada y divertida. Su curiosidad es insaciable; agudísima su astucia; incorregible el anhelo de mudanzas y la posibilidad de rectificar sus yerros. Por otra parte, ¿qué les impide ser monógamos si les place? Con un poco de dulzura y algo más de celo, sabrán conservar a su pareja hasta el fin de sus días, y hasta contemplar eternamente unidos las ondas de la laguna Estigia, si es su voluntad.

-          Razón tienes, ¡oh Zeus!, aunque no toda, replicó Pirra. Recuerda que los angelotes que sirven a la diosa nacida de la espuma, disparan sus dardos, juguetones y enceguecidos, de modo que nadie herido pueda sustraerse al amor, por absurdo o inmoral que él sea. Y así, hombres y mujeres se juntan y separan, se aman y odian, se casan y se descasan al vaivén, caprichoso y constante, de los deseos de Eros y sus hermanos, no del corazón sensato y constante de los hombres.

     Zeus quedó pensativo unos momentos. Luego, preguntó:

-          ¿Quién os ha asegurado que la decisión de cada mujer y cada hombre ha de ser más sabia o generar más felicidad que la del alado mensajero de Afrodita? ¿No habréis estado intrigando con Pandora, ni visitado en el Tártaro al necio de Prometeo?

-          ¡Jamás osaríamos tal cosa!, repusieron los dos esposos al unísono. Sencillamente, señor –puntualizó Deucalión-, queremos que consideréis nuestra sugerencia, nacida del deber que sentimos hacia nuestros descendientes y del deseo de contribuir a que sigan ellos vuestros mandatos, libres de cuitas innecesarias y de excesiva concupiscencia.

-          Está bien, concluyó Zeus, reflexionaré sobre vuestra petición y la atenderé, si la encontrare útil y justa. Podéis volver a los infiernos y dejar en adelante el gobierno del Cosmos para los dioses, cuya sabiduría es infinita, por más que, según vuestro punto de vista, su moral deje bastante que desear.



***



     Afrodita estuvo realmente indignada ante la moción de Pirra y de su esposo; su rostro se crispó hasta la fealdad –si esta fuese en ella posible-. Abroncó a Zeus:



-          ¿Quién te ha autorizado a inmiscuirte en mis exclusivas competencias? ¿Qué quejas pueden tener los comunes mortales acerca de mi influjo sobre ellos? El amor mueve su mundo, constituye lo mayor de su felicidad y la fuente de la vida. Hace su existencia frágil, pero variada; ilógica, pero sensible; agitada, mas apasionante. La reina yace con el porquero, el general compone dísticos para la mendiga, el anciano suspira por la virgen y el filósofo se deja cabalgar por la hetaira. No digo que los dardos no sean a veces caprichosos en exceso, rompiendo barreras de especie, de sexo, de rango inmortal. Bah, futesas, comparado con la monotonía, el hastío y la tibieza que el amor sin fin generaría. Absurda petición y reflexión más absurda todavía.



     Hera, que pasaba por allí y, por si acaso, viendo juntos a Zeus y Afrodita, se había quedado cabe la puerta, terció con firmeza:



-          No te dejes cegar, esposo mío, por la convicción y ligereza con que Afrodita defiende su punto de vista. A fin de cuentas, so capa de variedad y diversión, pretende colar dolor y luchas sin cuento. Troya y la Hélade se desangran. Odiseo ha de defender sus derechos con el arco que solo él doma. Medea da muerte a sus hijos y Clitemnestra aúna adulterio y parricidio. Es posible que los dioses podamos vivir con la carga del amor breve y sin tasa, aunque bien pesada que se hace para algunos, entre los que me cuento. ¡Qué decir, pues, de los mortales, que carecen de nuestra flexibilidad y nuestra gracia! Considera mis palabras y no resuelvas sin consejo sobre lo que te ha sido pedido.



     Afrodita y Hera quedaron frente a frente, mirándose de forma tan amenazadora, que Zeus decidió impartir justicia al modo que dicen salomónico. Decretó:



-          Haya, pues, amores eternos, como Deucalión y Pirra suplicaron y mi esposa apoya con un entusiasmo, que llega a serme molesto. Pero no sea ello sin tasa y sin condiciones. Afrodita es la diosa del amor. Que ella resuelva sobre la una y las otras.



***



     Estas fueron las condiciones de Afrodita, que Atenea redactó y Zeus sancionó en sesión plenaria del Panteón olímpico:



     Primera. Nadie sabrá nunca a priori si es candidato al amor eterno, el cual solo podrá brotar entre el hombre y la mujer que hayan sido heridos por Cupido y sus hermanos con una y la misma flecha.



     Segunda. Los hombres y mujeres que, siendo llamados al amor eterno, no respondan a su voz, serán condenados a ser siempre infelices en sus relaciones amorosas o a no ser amados por nadie, como repulsa divina al desprecio mostrado hacia su maravilloso destino.



-          ¿Tenéis alguna aclaración que pedirme?, preguntó Zeus, tras leer las dos normas susodichas.

     Apolo, siempre proclive a las puntualizaciones, sugirió:



-          Duro es que, quien estuvo llamado a la mayor felicidad, sufra el mayor de los castigos. Propongo, Zeus, que la pena solo alcance a quien rechace su condición casi divina por desprecio, no con error o inadvertencia.

-          Rechazado, gruñó Zeus. El hombre se considera muy listo. A él compete ser prudente y discernir las inevitables señales del amor eterno.

-          Pues, al menos –insistió el hijo de Leto-, no sea perpetua la condena.

-          Breve es la vida de la mujer y del hombre, por más que la sientan insoportable los que viven en el dolor y la infelicidad. En cualquier caso, tendré en cuenta tu sugerencia en el supuesto de que autorice en algún momento la reencarnación. Si así fuere, veré de conceder a los desafortunados una nueva oportunidad.



     Se hizo el silencio. Zeus se secó el sudor de la frente y dijo a Hermes:



-          Ve a comunicar mi decisión a Deucalión y Pirra, y diles que la próxima vez que me importunen con una petición inocente, irán a hacer compañía a Tántalo.



***



     El psicólogo de familia concluyó su exposición mitológica con estas palabras:



-          Así pues, señora mía, no se sienta tan desdichada porque los dioses no la hayan escogido para protagonizar uno de los contados episodios de amor eterno, que mis colegas llaman irreverentemente síndrome del hombre, o de la mujer, de mi vida. Acepte de buen grado la ruptura y procure las mejores condiciones para usted y sus hijos, sin hundir por ello a su pareja en la miseria de cualquier tipo.

-          Pero –insistió la señora-, ¿y si, efectivamente, hemos sido elegidos pero él no se ha dado cuenta de lo que va a perderse, que es lo más probable?



     El psicólogo también se secó el sudor de la frente y contestó:



-          Le aconsejo que lo piense bien y reserve sus fuerzas para la próxima reencarnación. Es una oportunidad inmejorable.



     La señora se retiró dubitativa. Tan pronto traspuso la puerta, el estudioso de la psique murmuró:



-          Verdaderamente, a quien los dioses quieren perder le hacen creer que es un ser especial,… o le impulsan a estudiar Psicología.




  

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