miércoles, 10 de noviembre de 2010

Repaso de una vida



Para Marta Cristiane da Rocha, por su ayuda inestimable

     Un honesto militar repasa su vida, mientras cree alejarse de la misión que ha podido dar lustre a su existencia; todo ello, en las últimas horas del gran Presidente brasileño Getulio Vargas (1882-1954). Al hilo de los recuerdos, episodios y personajes del Brasil de la época se asoman al relato y nos dejan la evidencia de que, en política, se entremezcla lo más valioso y lo más sórdido, el brillo auténtico con la fatuidad. Numerosas notas a pie de página ayudan a la comprensión de los lectores que, a diferencia de mi homenajeada, no hayan tenido la suerte de nacer y vivir en Brasil


Día 23 de agosto de 1954

   18:07 horas.

     El mayor Ademir Simões da Cunha desciende pausadamente la escalera noble del palacio de Catete[1]. En sus oídos resuenan aún las amables palabras de despedida del Presidente de la República: Así que, por fin, marcha usted al sur. ¡Quien pudiera cabalgar de nuevo por la pampa!



     ¡Dios mío, qué demacrado está! Pero no hay quien le diga que está viejo y trasnochado. Se crece con el peligro y vuelve a ser el de antes cuando lo amenazan. Yo pensé que algo me diría para animarme a que me quedase, pero no: vaya, vaya y cuente lo que aquí ha visto. ¡Y qué voy a contar, si ya no sé quién es quién, ni a favor de quién juega cada cual, ni si son mártires o criminales! Esto es un barco que se hunde; todos abandonan y lo dejan solo. ¿Y yo? ¿Hago bien huyendo de esta cloaca o soy un cobarde desagradecido, como la mayoría?  Y este uniforme... ¿Merezco todavía llevarlo o lo he deshonrado durante los dos años que he formado parte de la Guardia personal del Presidente? ¿Es justo mi ascenso a mayor, que todos entenderán como un premio por haberme zambullido en el mar de fango [2]?


     18:15 horas.

     El mayor Simões se sienta en un banco de los jardines de Palacio, junto a uno de los estanques. Ha caído la noche. Espera el taxi que habrá de llevarlo a la Estación Central. Una maleta mediana, por todo equipaje, aguarda a su lado. Varios soldados parecen levantar una barricada del lado de la calle Praia do Flamengo. Una mano se posa suavemente en su hombro, por la espalda. Se gira y ve sobre el suyo el rostro, ancho y franco, de Amaral Peixoto[3]. Alzira me ha dicho... En fin, gracias por su cooperación y mucha suerte.

***

     ¡Maldita sea! ¿Es que todos van a ser cariñosos conmigo esta tarde? Sólo les falta acompañarme hasta el taxi y abrirme la puerta. Y ahora, éste. Es buena persona y guarda las formas. Dicen que los gauchos[4] confían en la familia pero, con una como la de Gegé[5], no se sabe si sincerarse o recelar. Negocios sucios, conspiraciones violentas, cargos hereditarios... Sí, Alzira y Amaral son los mejores… ¿Qué hará ahora mi padre? ¿Qué diría de su hijo, que abandona al padre de los pobres[6]? Tengo que escribirle. Ni siquiera le comuniqué la disolución de la Guardia personal y que me quedaba, como quien dice, en la calle. Aunque, a fin de cuentas, el Ángel negro[7]  me buscó y no es injusto que siga su destino. ¿Quién me mandaría a mí venir a Río, con lo a gusto que se estaba tomando el sol en Natal?


     18:34 horas.

     El taxi ha llegado. El mayor indica al conductor que lo lleve a la Estación Central. Se arrellana, entorna los ojos para evitar ser deslumbrado por los faros de los que vienen de frente. El taxista parece hablador, pero la falta de respuestas finalmente lo acalla. Apenas ha contestado a la pregunta ¿lleva usted prisa?, con un hay tiempo suficiente; conduzca con prudencia. Junto al asiento del conductor, un ejemplar del diario Última Hora. Simões acierta a leer los titulares: Getulio al pueblo: Sólo muerto saldré de Catete.

***

     La capital parece tranquila, pero los militares le han dado el ultimátum. Mascarenhas[8], mi general en Italia, vino ayer a Catete como mensajero de los jefazos del Ejército y la Armada. ¡Despreciable República do Galeão [9]! ¿Quién nos da las armas sino el pueblo? Dicen: los militares exigen, los generales piensan… Mentira; políticos y caciques mueven los hilos, como han hecho toda la vida, y nosotros somos esbirros mediocremente pagados. Si lo sabré yo, que he vagado por los peores cuarteles, que llevé a los pracinhas[10] a la muerte gloriosa en Monte Castello, en el Secchia, en Fornovo. Sólo muerto saldré de Catete. La manía del martirio, de la gloria de ultratumba. Tampoco haría nada de más. Puede vestir para su fusilamiento la guerrera con el emblema de la víbora fumando, sólo que un cigarro puro, en vez de en pipa[11].

     18:59 horas.

     Hemos llegado, señor. El mayor ase su maleta, comprueba la hora en el reloj de la torre y emboca el inmenso vestíbulo de la estación. Acaricia inconscientemente la cruz  de la FEB [12]. Hurga en los bolsillos de su guerrera, hasta encontrar el pasaporte militar que le da billete gratis en cualquier medio de transporte público, hasta su destino final en Curitiba. Aún hay tiempo y no tiene gana de pasar la noche en un vagón de mala muerte. Un billete complementario en coche-cama, pide imperioso a la taquillera. ¡Ha habido suerte! Con el título en su poder, se dirige a la cafetería. De paso, compra un periódico en el quiosco. Él sabrá por qué ha elegido Tribuna da Imprensa [13], o tal vez no.

***

     Mi padre no me lo perdonaría: abandonar a Getulio y leer a Lacerda[14]. ¡Qué hombres, si se dedicaran a laborar en armonía por Brasil, en vez de odiarse a muerte! Mi padre. ¿Qué debe él al Presidente? Después de todo, no ha vivido de subvenciones de sindicalista; nadie le regaló el salario que cobró durante más de cuarenta años, ni la minúscula pensión que ahora percibe. Pero da igual, que nadie le toque a Vargas. ¡Si hasta celebra el 1 de mayo, no como obrero, sino para festejar la promulgación de la Consolidação [15]! Los últimos cinco años de su vida laboral estuvo dejándose la piel en la CSN, en Volta Redonda [16], y no ha sido capaz de alejarse de los hornos altos cuando se jubiló. En cambio, mi abuelo paterno pasó toda su vida en São João del Rei, entre el café y el ganado, gruñendo por el abandono en que el Estado Novo [17] tenía a los obreros del campo. En fin, a lo hecho, pecho. Después de todo, no fui yo quien despidió a la Guardia personal. Voy a dejar el periódico y los pensamientos para más tarde, que tiempo habrá, y me dedicaré al café con leche de mi taza y a este quindim [18], que parece muy apetitoso.



     19:45 horas.

     Lentamente, el bullicio de la estación va a menos. Simões comprueba por enésima vez el billete y la hora de salida del expreso nocturno a São Paulo. La máquina ya bufa en el andén primero, pero aún no se admiten viajeros. Pasea arriba y abajo, imaginando cómo será su vida en el nuevo destino. Pero el pasado parece perseguirlo, volver a su mente una y otra vez. Un breve chubasco arranca brillos a las vías y un dicho le repiquetea en el cerebro: mes de agosto, mes de desgosto [19]. Aburrido, se sienta en un banco de la sala de espera y cierra los ojos, forzado por la anterior noche de insomnio. Ni el café doble le ha servido para espabilarse.

***

     ¿Cuánto hacía que no estaba en Minas[20]?  También fue casualidad que el Presidente viajara allá el pasado día 12 y Fortunato [21] me pidiese, a mí como a otros, que prestara a Getulio un último servicio de protección. El pueblo y el gobernador Kubitschek[22] habían estado entusiastas, pero el Presidente habló de resistencia, a la defensiva. Por cierto, ¿es usted mineiro, mayor?, me preguntó, en lo que fue el inicio de una charla, la primera en dos años de estancia a su lado. El Doctor [23] sabía ser encantador y escuchar con una suave timidez. Me disparé y le hablé de todo lo divino y lo humano: de lo en contra suya que estaba el ejército, de transigir, de seleccionar a los colaboradores, de no fiarse de nadie… Por un momento, me sentí más un hijo que un guardia de corps. El estúpido de Aranha [24] se creyó autorizado a terciar: ¿Con qué derecho importuna al señor Presidente con todos esos consejos? Anda, que no fue servido: Con el que me da el haber sido desterrado y postergado por no apoyar el golpe de estado del 45 y haber preferido su vida a la mía, durante los dos años que he servido en su guardia personal. Getulio sonrió y me dijo muy suavemente: Conozco su mérito. Quédese como ayudante militar, si lo desea. Pues no; voy a contracorriente, como casi siempre. Lo he dejado en la estacada y me largo a Paraná, donde no se me ha perdido nada, ni conozco a nadie. Me estoy planteando dar marcha atrás, pero ¿qué iban a pensar?


     20:29 horas.

     El mayor se desentumece. Acude al lavabo para aliviarse y refrescar su rostro. Luego, despaciosamente, como con desgana, camina por el andén, rumbo a los vagones azules y dorados que ofrecen reposo en el centro del convoy. El mozo que comprueba los billetes le saluda militarmente: ¿No se acuerda de mí, capitán? Serví a sus órdenes en Natal. El mayor sonríe y charla con él brevemente. En su compartimento, abre la maleta y saca los efectos personales más necesarios. Duda si ponerse en pijama o recorrer el tren, en busca del vagón-restaurante. No tiene apetito, pero recuerda lo largas que son las noches para quienes, como él, son incapaces de dormir con el traqueteo monótono de los trenes nocturnos.

***

     ¿Qué será de Elvira, la dulce parmesana, que cambió conmigo azúcar y carne enlatada, por ternura y conversación? No había visto nunca los anacardos. ¿Y de Nazaré, la morenita de Recife, que me cantaba baião casi tan bien como Carmélia Alves[25]? ¿O de mi primer amor, Lucinha, un poco culpable de que yo huyera del sino familiar, camino de la Academia militar de Belo Horizonte? Seré imbécil, ¡pues no me estoy acordando de todas las estaciones galantes de mi recorrido, con destino a la soledad! Para eso, el amigo Vargas. Pequeñito y fondón, pero un as con las mujeres. Sí, ya sé que eso es mucho más fácil cuando se es importante, pero el tipo tenía muchas cualidades: romántico, detallista y fogoso. A mí me tocó más de una vez quedarme de espera, mientras él vivía sus idilios. Yo hacía por no enterarme, para no pasar vergüenza. Aún me acuerdo de una tarde, junto a José Antonio Soares[26]: Dice el Presidente que no quiere palabras, que quiere fundamentos. ¡Claro!, la tal Virginia Lane[27] pasaba por tener las piernas más hermosas de Brasil. Y, ahora que pienso, he dicho para mí que Getulio vivía sus idilios. Empiezo a darle por muerto, al menos, políticamente. ¡Fuera uniforme! Pantalón gris, chaqueta azul cruzada, camisa blanca y corbata de lunares. Espero no tirarme la sopa por encima. ¡Soy tan patoso!


     21:10 horas.

     El tren arranca penosamente, como si arrastrara consigo el destino de todos los pasajeros. El mayor hojea la Tribuna, sin enterarse apenas del contenido. Se trata de hacer tiempo para la cena. Las luces fugaces de la ciudad dejan paso a una oscuridad que lanza ráfagas de lluvia contra la ventanilla. Ademir Simões deja a un lado el periódico, apaga la luz del departamento y descansa los ojos, mientras le arde la mente. El tren ya está en marcha, potente, escandaloso, raudo. Pero ¿a dónde y para qué? Entre la preocupación y el enfado consigo mismo, el mayor baja de golpe la persiana y la oscuridad inunda de luz sus pensamientos.

***

     ¡Cómo se pasa la vida! Parece que fue ayer cuando mi abuela me llevaba de niño al Senhor dos Montes[28]. En la academia militar soñaba con la Columna Prestes [29] y admiraba a los Tenientes [30]. Llegué a conocer personalmente a varios de ellos, poco mayores que yo. La revolución del 30 me pilló de guarnición en Uruguaiana. Luego, ascendí a capitán y me destinaron a Recife. Fueron años hermosos, en que sentíamos el progreso y vivimos la esperanza. ¡Qué próximos los recuerdos, pero cuán lejos los sentimientos! Tuve la sensación de que el uniforme no me separaba del pueblo, que los soldados no dejaban de ser ciudadanos, que el ejército podía contar en la sociedad sin mangonearla ni pronunciarse. ¿Era eso la obra de Vargas, o la de mi imaginación? ¿Cuándo me desengañé y por qué? He pasado por getulista porque no quise comprometerme con sus adversarios, ni más, ni menos. Pese a ser un héroe –dicen- de la guerra en Italia, me postergaron para el ascenso y me hubieran desterrado a Teresina, si no me echa una mano el general Mascarenhas y me traslada a Natal. ¡Bah! Todo eso no es más que mi expediente militar. Lo que queda en el corazón es la amargura y la nostalgia. Vargas, como hombre de esperanza, y los pracinhas –como ese ferroviario que me saludó al subir- que me apodaban o capitão nobre[31]. Lo demás son desvaríos y errores. Pero ya debe de ser la hora de la cena. A ver si no es muy especiada, que se me está poniendo un ardor de estómago espantoso.


     22.15 horas.

     Vestido de civil, el mayor comparece en el vagón-restaurante. Hay numerosas mesas libres y apenas fumadores, cosas ambas que le agradan. Va a sentarse, cuando le hace señas amistosas un joven que también cena en soledad. Se sientan juntos. Toman su menú despaciosamente, bien regado, en amigable conversación. Cerca de la medianoche se despiden. Se anuncia buen tiempo para mañana, comenta el compañero de mesa del mayor, un periodista del Diario Carioca, llamado Armando Nogueira[32].

***

     Vaya, vaya, irme a encontrar con el amigo Nogueira. La verdad es que mala suerte tuvo, cuando fue testigo presencial del atentado de la calle Tonelero [33] y se le ocurrió contarlo. Hace bien en quitarse de en medio durante unos días, aunque no pueda asistir a los partidos del Botafogo. ¡Qué gran tipo! Lo mismo habla de Derecho que de ese chico que empieza a destacar, Garrincha[34]. Y no le duelen prendas: ni política de empresa ni eso de que la verdad no te eche a perder una buena exclusiva. Y no es que me interese especialmente el deporte, ni me entusiasme el fútbol, pero sé valorar a una buena persona en un mundo feroz. Voy a tomarme un agua bicarbonatada, porque me arde el estómago. Además, he bebido más que de costumbre, para coger mejor el sueño, y me siento fatal; la cabeza me da vueltas y cada golpeteo del vagón se me clava en el cerebro. Y tiene razón Nogueira: he hecho bien no quedándome junto a Getulio. Nadie se cree que no tenga que ver con los crímenes y los peculados, aunque no los ordene ni, en el fondo, le beneficien. Lutero, Manuel Antonio, Benjamín [35], ¡qué más da! Los trabajadores sólo tenemos un camino y los militares, dicen, que el del honor. No vale mirar para otro lado, no hay atajos limpios. ¡Allá se las compongan! A la cama, a esperar el sueño.


Día 24 de agosto de 1954

     02:21 horas.

     El mayor enciende la luz y comprueba la hora. El alcohol y el cansancio le han permitido dormir de un tirón un par de horas. Tiene la cabeza más despejada pero el estómago es un hervidero. Pone doblada la almohada y da calor a su vientre con las manos. Intuye que no va a dormir más y que, del nerviosismo, le puede venir la claustrofobia. Abre, en consecuencia, una buena rendija en la persiana de la ventanilla y trata de descifrar su posición por el paisaje. No hay duda, ya han pasado Volta Redonda. Piensa que habría estado bien bajar allá y dar un abrazo a sus padres. Vuelve a la cama y se queda boca arriba, hablando consigo mismo, con voz perfectamente audible.

***

     Ya va siendo hora de pasar página y ocuparme del presente, que falta me va a hacer, yendo a un sitio desconocido, en esta situación política tan incierta. Espero que no trascienda que vengo de Catete. Me han asegurado una habitación en la residencia de oficiales. Y, de ahí, a sentar la cabeza. No es mal sitio y dicen que hay chicas de todas las procedencias. ¡Qué digo chicas! ¿A dónde voy yo con una muchacha veinteañera, que me cargue de hijos a mi edad? Soy una vieja gloria, un estorbo en el escalafón. No he hecho nada positivo en la vida, fuera de cumplir con mi deber y procurar no buscarme problemas. Y, para una vez que asumo algo especial, que se me ofrece una empresa grande, me doy la vuelta y escurro el bulto. Aunque, bien mirado, yo no soy persona para andar con encarguitos y broncas. No poseo maldad ni malicia. Todavía tengo tiempo para retirarme de coronel y comprarme una casita en São João del Rei. Me llevaré allí a mis padres, para que no respiren en su ancianidad el aire venenoso de Volta Redonda. O, incluso antes, podrían venir a Paraná en cuanto alquile alguna casa. Tengo que escribirles, pero haré bien en no contarles que he rechazado la oferta de Getulio.


     05:03 horas.

     El tren toma velocidad, dejando la estación de São José dos Campos. El mayor, aunque insomne, parece haber encontrado la paz. Quedan atrás sus soliloquios y nerviosas levantadas a por la bacinilla. El compartimento se está quedando frío. Tomada, al fin, la decisión, Simões se emboza con la manta, divaga unos momentos y entra en un duermevela relativamente reparador.

***

     ¡Por fin he dado con la clave! Tancredo[36]. Es la cuadratura del círculo. Vamos a repasar el plan. Primero, me presento en el regimiento y tomo posesión de mi plaza. Segundo, desde allí escribo una carta a mi paisano, ofreciéndome en mi nuevo puesto y rogándole haga saber al Presidente que, si su propuesta no es de favor hacia mí, sino por desear mis servicios, estoy presto a regresar a Río. Tercero, llamo por teléfono a mi padre y le cuento todo, ahorrándole el disgusto de confesarle que tuve la mala idea de alejarme voluntariamente de Getulio. Y, ahora, vamos con la carta: Querido ministro… No. Respetado ministro… O, tal vez, Estimado señor Neves… Bueno, eso es lo de menos. Lo importante es el giro, basado en el honor y en el servicio. No es contradicción: no quería de gracia y por la disolución de su Guardia lo que debo conseguir desde la milicia y con espíritu de servicio. Y, ahora, a tratar de dormir, que todavía me quedan unas tres horas. ¡Uf!


     08:45 horas.

     La estación del Ferrocarril Central en São Paulo se abre ante el mayor que, nada más descender del vagón mira en torno suyo, tratando de localizar a Armando Nogueira, para despedirse. Luego se encamina hacia las ventanillas donde pueden proporcionarle información precisa sobre horarios y transporte hacia Curitiba. Algo, sin embargo, parece empujarlo hacia la cafetería, aunque tiene el estómago revuelto y nada de hambre. Un aparato de radio parece concitar la atención de un grupo cada vez más numeroso de personas. Su volumen está al máximo y una voz, familiar para el mayor, transmite un comunicado. ¡Es Tancredo Neves!, quien, como ministro y muy cercano a la familia Vargas, está leyendo el testamento del ya extinto Presidente al pueblo brasileño. Entre el dolor y la sorpresa, surgen las primeras voces: ¡Asesinaron a Getulio. Asesinaron al Presidente!

 
***

     Yo podría decirles que no, que se equivocan, que ha sido un suicidio, según informan. Pero están mucho más en lo cierto que yo, que Tancredo, que nadie. El pueblo es sabio. ¡Asesinaron a Getulio! Mejor dicho, yo lo asesiné; lo asesinamos, por acción o por omisión, entre todos.
     

[1]  Palacio presidencial, sede del Poder Ejecutivo brasileño, entre 1897 y 1960. Recibe su nombre del barrio de Río de Janeiro en que se levanta.

[5]  Una de las formas de llamar coloquialmente a Getulio Vargas (Gegé o, también, GéGé).

[6]  Otra de dichas formas, aunque más particular y propagandística.

[7]  Alusión a la función y raza de Gregório Fortunato (1900-1962), jefe de la Guardia personal de Getulio Vargas, que murió violentamente cuando cumplía pena de prisión en la cárcel de Lemos de Brito.
[8]  João Batista Mascarenhas de Morais (1883-1968), militar brasileño, comandante de la Fuerza Expedicionaria de su país que combatió en la Segunda Guerra Mundial. En la fecha de este relato ostentaba el cargo de Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, con el rango de mariscal.
[9]  Forma, medio irónica, medio certera, de llamar a los militares que, desde la base aérea de Galeão, junto a la ciudad de Río de Janeiro, conspiraron decisivamente contra Getulio Vargas en las fechas a que se contrae este relato.
[10]  Diminutivo muy frecuente de la palabra praça, equivalente portugués del español soldado raso.
[11]  La víbora fumando en pipa fue emblema de la Fuerza Expedicionaria Brasileña que luchó en la Segunda Guerra Mundial, en tanto que Getulio Vargas era un habitual fumador de puros. El origen del citado emblema arranca de una famosa frase alusiva al retraso y reticencias en la entrada de Brasil en el juego bélico mundial: sería más fácil que una víbora fumase, que Brasil entrara en la guerra.
[12]  Acróstico de Fuerza Expedicionaria Brasileña, que combatió contra los alemanes en Italia en 1944 y 1945.
[13]  Diario fluminense, fundado en 1949 por Carlos Lacerda, que protagonizó el acoso y derribo de Getulio Vargas en 1954.
[14]  Carlos Frederico Werneck de Lacerda (1914-1977), periodista y político, que protagonizó el enfrentamiento de los políticos contra Getulio Vargas, durante su segunda presidencia. A la sazón era, además de propietario de la Tribuna da Imprensa, diputado federal. Posteriormente, sería gobernador del Estado de Guanabara.
[15]  Consolidação das Leis do Trabalho, magna recopilación de derecho laboral y procesal-laboral, promulgada el 1 de mayo de 1943, modelo en su género a nivel mundial y todavía hoy vigente en buena parte.
[16]  C.S.N., acróstico de Companhia Siderúrgica Nacional, fundada en 1941. Su principal planta, la siderúrgica de Volta Redonda, empezó a funcionar en 1946, convirtiéndose en los altos hornos más importantes de América, fuera de los Estados Unidos.
[17]  Denominación habitual (tomada seguramente del régimen salazarista portugués) para designar el régimen instaurado por Getulio Vargas en 1937, hasta 1945, en que fue depuesto por un golpe político-militar.
[18]  Quindim: pastel oriundo del nordeste brasileño, cuyos principales ingredientes son yema de huevo, azúcar y coco rallado.
[19]  Mês de agosto, mês de desgosto (mes de agosto, mes de disgustos), refrán brasileño, tal vez, sin otro valor que el de la rima.
[20]  Forma habitual de referirse al Estado de Minas Gerais, en que radica la localidad de São João del Rei, citada en el relato.
[21]  Recuérdese la nota 7.
[22]  Juscelino Kubitschek (1902-1976), a la sazón gobernador de Minas Gerais; luego, Presidente de Brasil (1956-1961), fallecido en extrañas circunstancias.
[23]  Doctor Getulio era un apelativo respetuoso del Presidente, que no creo obtuviese tal título académico, como no fuera honoris causa.
[24] Oswaldo Euclides de Sousa Aranha (1894-1960), polifacético político brasileño, que en 1954 ocupaba la cartera de Hacienda en el Gobierno de Getulio Vargas.
[25]  Baião es un género de canción y ritmo musical, procedente de la zona de Pará y del nordeste brasileño. Carmélia Alves (1923) ha sido considerada la reina del baião.
[26]  Efectivamente, uno de los miembros de la Guardia personal de Vargas, preso a raíz del atentado de la calle  Tonelero, al que se aludirá en la nota 33, y finalmente condenado a 26 años de prisión.
[27] Virginia Lane, nombre artístico de Virgínia Giaccone (1920), bellísima vedette y actriz de cine de la época, de quien se dice con fundamento que mantuvo una relación con Getúlio Vargas durante unos diez años.
[28] O Senhor dos Montes, monumento a Cristo, erigido en el Alto de Boa Vista, en las inmediaciones de São João del Rei.
[29]  Expedición militar, comandada por Miguel Costa y Luis Carlos Prestes que, entre 1925 y 1927, recorrió unos 24.000 kilómetros, por no menos de trece estados brasileños, provocando la crisis del régimen político vigente (la República Vieja) y el movimiento popular. Nunca derrotados en dos años y medio, fueron un ejemplo que fructificaría, entre otras cosas, en la revolución de 1930, que llevó al poder por primera vez a Getulio Vargas.
[30]  El Tenentismo, o Movimiento de los Tenientes, fue un movimiento político-militar, protagonizado por oficiales de baja graduación que, entre 1920 y 1930, mantuvo viva una corriente insurreccional de corte popular y anti-oligárquico. Muchos de sus integrantes pasaron a la política activa, a partir de 1930, y llegaron a ocupar puestos destacadísimos, pero el movimiento, como tal, se dividió y periclitó con cierta rapidez.
[31]  “El capitán noble”, que también podría referirse a Nobre, como apellido, bastante frecuente en portugués.
[32]  Armando Nogueira (1927-2010), gran periodista de prensa y televisión que, aunque abarcó sectores diversos, pasará a la posteridad por su faceta de periodista deportivo, en especial, futbolístico.
[33]  Presunto atentado fallido contra la vida de Carlos Lacerda, al parecer financiado y dirigido desde el entorno del Presidente Vargas. Se produjo en la calle Tonelero de Río de Janeiro, el 5 de agosto de 1954. Este hecho y el que en él falleciese un mayor de Aviación, que protegía a Lacerda, desencadenó la crisis de agosto, que acabaría con la presidencia de Vargas, por suicidio de éste, previo a su inminente destitución por los militares.
[34]  Manuel Francisco dos Santos (1933-1983), apodado Garrincha, una de las glorias del fútbol mundial. Jugador de  Botafogo entre 1953 y 1966, falleció en muy tristes circunstancias.
[35]  Alusión a los hijos de Getulio Vargas, Lutero y Manuel Antonio, y a su hermano Benjamín, cuya actuación política, a la vera y en apoyo del Presidente, dejó mucho que desear, aunque no pudiera probárseles su participación en el atentado de la calle Tonelero.
[36]  Tancredo de Almeida Neves (1902-1985), natural de São João del Rei, como Tiradentes y el protagonista de este cuento, era en 1954 ministro de Justicia del Gobierno de Vargas. Presidente electo en 1985, no pudo tomar posesión de su cargo por previo fallecimiento, que fue precedido de un discutido episodio de encarnizamiento terapéutico.



[2]  Traducción libre de la expresión mar de lama, empleada por el propio Getulio Vargas (1882-1954), Presidente de Brasil de 1930 a 1945 y de 1950 a 1954.

[3]  Ernâni do Amaral Peixoto (1905-1989), militar y político brasileño; en la fecha del relato, gobernador del Estado de Rio de Janeiro. Era yerno de Getulio Vargas, al estar casado con su hija Alzira, a la que se alude más adelante.
[4]  Forma familiar y generalizada de denominar a los naturales del estado de Río Grande do Sul. Empleo la acentuación habitual española, si bien la brasileña se hace en la u, rompiendo el diptongo (gaúcho)

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