El tornero y el radiotelegrafista
Por Federico Bello
Landrove
El legado de un curioso manuscrito, me pone en condiciones de aclarar
algunos aspectos del embrollado asunto del avión que trasladó a Franco de
Canarias hasta Tetuán, los días 18 y 19 de julio de 1936. Al mismo tiempo, nos
permite recordar algo evidente: que los éxitos de la Historia se cimentaron en
ocasiones sobre casualidades y que el camino del triunfo ha estado muchas veces
en el filo de la navaja.
1.
El manuscrito del finado
Bernardo había compartido mesa y habitación
con mi padre en la residencia de ancianos durante los últimos cinco años de su
vida. Aún así, me resultó sorprendente que me hiciese legatario de un
manuscrito relativamente extenso, ya que apenas había hablado con él fuera de
las expresiones de cortesía. Si acaso, alguna alusión a mi interés por la
historia de nuestra guerra incivil pudo ser lo que le llevara a decir a mi
progenitor, cuando ya se encontraba enfermo terminal:
-
Dale
esto a tu hijo, que seguro sacará más provecho de ello que mi familia.
Esto eran unos cuantos folios, ya
fatigados y amarillentos, escritos con letra apretada y renglones torcidos, con
cierto temblor del pulso, cuya rúbrica apenas se destacaba del texto por un
subrayado vacilante. Decía así: La
verdadera historia del Dragon Rapide. Cuando cayó en mis manos, lo leí con
fruición y decidí hacer una transcripción a máquina, evitando sus faltas de
ortografía y puliendo el estilo de algunos pasajes. No obstante, mi padre paró
en seco cualquier veleidad de publicación inmediata:
-
¡Alto
ahí! No se te ocurra darlo a la imprenta hasta que yo muera.
-
Y
eso, ¿por qué?
-
Porque
no quiero que los familiares de Bernardo vayan a acusarme de haberme quedado
con sus papeles sin su autorización.
Desafortunadamente,
no he tenido que esperar mucho: mi padre falleció, va para un año. En recuerdo
suyo y de su colega de cabezadas ante la tele y paseos con andador, he resuelto
publicar La verdadera historia… Si
es, o no, verdadera o, cuando menos, interesante, habrán ustedes de juzgarlo al
terminar el relato. Dejemos, pues, que Bernardo tome la palabra.
***
Me llamo Bernardo
Casielles y nací en Oviedo, el año de 1908. Mi nombre no creo importe mucho,
como no sea para situarme en esta historia; mi patria chica sí que tiene
interés, pues fue motivo para conocer en su mercado del Fontán al famoso don
Ramón Pérez de Ayala [1], de quien era tradición en
mi familia que se había inspirado en un tío mío para uno de los personajes de
su novela [2]. Por eso, cuando la UGT estaba por mandar un
agregado laboral más a nuestra embajada en Londres, yo lo abordé en la ovetense
plaza del Ayuntamiento, allá por el verano de 1934, y le pedí su ayuda para
conseguir la plaza. Él, aunque ablandado por el paisanaje y la consanguinidad
con mi tío, no abandonó su pose estirada y distante:
-
¿Qué
credenciales ofrece, joven, para optar a ese puesto?
-
Soy
oficial tornero de la Fábrica de Armas y he seguido cursos de formación
política y económica de mi sindicato y de la Extensión Universitaria.
-
¿Y
cómo anda de idioma inglés?
-
Lo
traduzco correctamente. En cuanto a hablar…, me comprometo a chapurrarlo en un
trimestre. No se me dan mal los idiomas.
-
Veré
qué pueda hacerse, pero no le prometo nada. Por cierto, ¿qué libro lleva usted
bajo el brazo?
-
La sirena varada, de un tal Casona[3]. Una obra teatral que está
teniendo mucho éxito desde hace unos meses.
-
Estoy
al corriente. ¿Y cómo dice que se llama?
-
Casona,
Alejandro Casona.
-
No,
hombre. Me refiero a usted.
-
Bernardo
Casielles de Castro.
-
Escríbame
sus señas y le tendré informado. Por si acaso, tome unas clases intensivas de
inglés. En Gijón hay una buena academia.
Así que, en cierto
modo, debo a Alejandro Casona el favor de Pérez de Ayala y a este, mi comisión
en Londres, de la que saqué mucho más que ver mundo y aprender del laborismo:
me libré por los pelos de Octubre del 34;
lo que es tanto como decir de exponerme a la muerte, o a la salvaje represión
que siguió.
¿Y a qué viene
recordar ahora todo esto, tantísimos años después? Pues a que –cosa
infrecuente- vino a visitarme el otro día mi nieto Fernando y sacó la
conversación de que acababa de ver una película sobre cosas de mi época:
-
Se
llama Dragon Rapide [4]. Seguro que te suena de
algo, porque trata sobre Franco.
-
Ya
lo creo que me suena. Como que tuve algo que ver con ella.
-
¿Con
la película?
-
Con
la historia.
Iba a empezar a
contárselo, cuando intencionadamente cambió de conversación. Luego, en la
habitación, comencé a pensar que pronto cumpliría los ochenta y que otros
podrían estar más interesados en el tema que el pasota de mi nieto. Así que, al día siguiente, fui a una papelería
a comprar folios y aquí me tienen, dale que te pego, retrocediendo cincuenta y
tantos años en el tiempo. ¡Y parece que fue ayer!
***
En fin, quedábamos
en que en septiembre del 34 me embarqué en un carguero que hacía la ruta
Gijón-Southampton; y en que, allá por la primavera de 1936, yo andaba por London más tieso que un ocho, trajeado
como un señorito y hablando inglés mejor que un secretario de embajada. Hasta
me había granjeado cierta fama con una memoria que envié a Largo Caballero,
sobre los fondos de resistencia en las Trade
Unions. Y entonces fue cuando empezó de verdad todo este embrollo.
2. Un tornero metido a conspirador
Conocí, de casualidad,
a don Juan de la Cierva[5] en la Embajada, con motivo
de una gestión para renovar su pasaporte, la cual –seguramente por motivos
políticos- estaba resultando en exceso laboriosa. Lo identifiqué por sus fotos
en los diarios y me ofrecí:
-
Señor
la Cierva, trabajo en la embajada. Si quiere, yo me encargo de recoger en su
momento el pasaporte y le aviso, o se lo llevo donde me indique.
-
Gracias,
joven. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?
-
Con
Bernardo Casielles, tornero profesional y diplomático aficionado.
Le cayó en gracia
la presentación y acabé echando unas horas muchos días en sus prototipos
aeronáuticos. Con ese motivo, pasé bastante tiempo con él y acabamos teniendo
una cierta amistad. El encuentro que arriba refiero debió de ser hacia abril de
1936, tras el triunfo del Frente Popular. El ingeniero, una vez constató que yo
era un obrero concienciado, pero en
modo alguno extremista, empezó a abrirse y a compartir experiencias y
sentimientos, todo ello, en nuestra común base de trabajos del aeropuerto de Croydon
[6]. En particular, le
preocupaba el destino de su hermano Ricardo, político de cierto renombre, que
últimamente se había afiliado a la Falange [7].
Don Juan, como es
natural, se entrevistaba en el aeropuerto con muchas personas, españolas,
inglesas e, incluso, norteamericanas, si bien algunas le frecuentaban de modo
especial. Yo no veía en ello nada raro. Por eso, me sorprendió la llamada al
orden del compañero Diógenes Salcedo,
el cenetista que fungía oficialmente de Agregado de asuntos sociales de la
embajada:
-
Bernardo,
mucho confraternizas con ese ingeniero del autogiro. Ten cuidado, que no es
trigo limpio.
-
¿Qué
me dices? Yo me limito a echarle una mano como tornero diplomado.
-
Ya,
ya, si por eso te aviso, porque tú no estás al tanto; pero que sepas que se
está preparando un levantamiento militar y ese tipo está muy significado.
Yo era entonces
muy joven y proletario hasta la
médula, por más que los sucesos de Octubre
me hubiesen desengañado bastante. Pero eso de una sublevación militar era
demasiado. Fui a visitar al policía jefe de seguridad de la legación, casualmente
de Pola de Siero y buena persona, y me ofrecí por lo que pudiera pasar:
-
Matías,
que me han dicho que el ingeniero para el que trabajo en los ratos libres es un
faccioso. Yo creo que exageran pero, en fin, si puedo ayudar en algo…
El policía sonrió
de oreja a oreja y se sinceró conmigo:
-
No
sabes la alegría que me das, pues empezaba a pensar que tú también estabas
complicado. Y sí, no lo dudes, la Cierva tiene contacto con los tipos que están
en el cotarro; sobre todo, esos fascistas del ABC.
Seguidamente, me
puso al corriente de los manejos del periodista Luis Bolín [8], conceptuado como el esbirro más peligroso. Me enseñó una
fotografía suya, en la que reconocí sin dudar a un individuo que se había
encontrado varias veces con el ingeniero en Croydon. Me aleccionó:
-
Cuidado
con él, que es capaz de todo. Pégate en estos días a la Cierva todo lo que
puedas, sobre todo, cuando ande Bolín por en medio. Y, si les das a entender
como de pasada que estás harto del Frente Popular, mejor que mejor.
Yo acepté, con la
tranquilidad de conciencia que me daba el saber a don Juan fuera de peligro,
por estar permanentemente en Londres. Lo demás cuadraba con mi ideología y no
dejaba de ser excitante para un joven de veintitantos años. Así que me pegué a la Cierva y agucé oídos y
mente durante las visitas de Bolín. Por fin, a primeros de julio del 36, tuve
una información relativamente sólida que pasar a Matías.
***
Curiosamente, no
fui yo quien hubo de ir a la Cierva, sino este quien vino a mí. Seguro que él
tampoco tenía madera de conspirador.
-
Bernardo
–me dijo-, tú que alternas con mecánicos y gente de la torre de control,
¿puedes preguntar discretamente por ahí si hay algún hidroavión de largo
alcance para alquilar?
-
Ni
de largo, ni de corto –le respondí un par de días después-. Ahora, en verano,
los tienen todos comprometidos para oceanografía y señoritos de playa.
-
¡Vaya
por Dios! Con el interés que había puesto… el marqués[9]. Menuda complicación.
-
¿Tan
importante era? Tal vez, calzando unos patines a un avión corriente…
-
Estás
tú bueno: unos patines. Anda, deja,
que ya me moveré yo por otro lado.
Y precisamente ese
movimiento, debidamente espiado por
mí, es lo que, el día 6 de julio, estuve en condiciones de explicar al policía
Matías Tuero:
-
…
Y por fin, se han decidido por un Dragon
Rapide que, ¡oh casualidad!, perteneció al Príncipe de Gales [10]. Ahora se lo han
alquilado a la Olley Air Service.
-
¿Puedes
decirme algo más? Personas, itinerario, escalas…
-
Nada
sólido. Tan solo les he oído que se interesan por un radiotelegrafista.
-
¿Un
radio? Pues que no se preparan a
modo. Ni que fuera un vuelo transoceánico.
-
Por
eso no les ha sido fácil, en principio, encontrarlo. Además parece que lo
quieren políglota.
-
¿Qué
me dices? Interesante, hum… ¿Para qué idiomas? Deja que imagine. Ese avión, por
lo que me dices, es de alcance más bien corto. Así que, de Inglaterra a
Marruecos, con varias escalas… Francés, sin duda, y su miajita de español.
Creo, amigo Bernardo, que podemos darles lo que piden.
-
Pero
a nosotros, precisamente, no van a acudir. Y, por otra parte, ¿en quién estás
pensando?
-
Dame
un par de horas para responderte. ¿Pagan bien?
-
De
primera. No hay que ser muy listo para saber que hay gente de dinero detrás de
todo esto; tal vez, el mismísimo Juan March[11].
A la mañana
siguiente, fiando en mi buena suerte, acudí a Croydon con Phillip Harper, un
treintañero de buen ver, que colaboraba en ocasiones con los servicios de
información de nuestra embajada, para el envío y cifrado de mensajes y
documentos. Ello le había dado cierta base de español. En cuanto a la de
francés, sabe Dios cómo la habría adquirido. Matías lo había ganado para la causa con dos semanas de vacaciones
pagadas y la promesa de una buena remuneración, a cargo de los pasajeros del
avión. Phil no había puesto muy buena
cara, ante la exigencia de ejercer en el aire y sin precisiones de derrota y
duración del viaje. Nuestro policía, muy serio, lo despidió con una frase, a la
vez, precisa y ambigua:
-
Tú
sigue en todo la corriente a Bernardo y, si haces alguna tontería o te vas de
la lengua, atente a las consecuencias.
***
Mi buena suerte
pareció fallar aquella mañana. La Cierva estaba en compañía de Bolín y de un
individuo mayor, de aspecto deportivo, al que no me presentaron. Dejé algo
apartado a Phil y, haciendo de tripas corazón, saludé exultante a don Juan:
-
¡Tengo
lo que me había pedido, ingeniero, un radiotelegrafista políglota!
-
¡Pero
qué me dices! Si yo no…
-
Vamos,
vamos, don Juan, supongo que este señor no sabrá español[12] y, en cuanto a Bolín,
seguro que está al tanto de todo.
La Cierva me
miraba con cara de lelo y Bolín tenía la tez de una palidez espectral. Seguí
jugando de farol y mandé acercarse al
radio. Mi caradura iba en aumento:
-
Ciertamente,
tiene poca experiencia como operador de radio de avión, pero es un gran
profesional, domina el francés y se defiende en español –como usted me
encargó-. Y, por si fuera poco, hizo el servicio militar en Gibraltar y conoce
bien la zona del Estrecho.
Phil asentía a
todo, aunque dudo que comprendiese nada de mi rápido castellano. Bolín, al fin,
estalló:
-
¡Maldita
sea, la Cierva! ¿Le ha quedado algo por contar a este cantamañanas de tornero?
¡Esta es una operación seria, sustancial, en que nos la jugamos!
Don Juan estaba
rojo como un tomate. Yo entré a matar:
-
Caramba,
señor Bolín, si llego a saber que lo toma así, a buena hora les ayudo. En fin,
de lo dicho, nada: mi recomendado se marcha y todos tan amigos.
-
¡A
buenas horas!, replicó Bolín, como yo esperaba. Ya no puede haber marcha atrás.
Queda usted contratado –dijo, dirigiéndose en inglés al radio-.
-
No
tan deprisa, replicó Phil. No hemos concretado nada aún del salario.
3. Phillip -y no solo él- hace de las suyas
Phillip Harper
quedó satisfecho de la oferta económica y, en consecuencia, enrolado en la
tripulación, junto al capitán y un mecánico. Regresamos a la embajada, donde
Matías esperaba con ansiedad nuestro reporte. Al escucharlo, se tranquilizó.
Mandó salir a Phil para una antesala y quedó a solas conmigo:
-
Enhorabuena,
chico, hemos dado el primer golpe. Ahora las cosas están en las manos de
nuestro dudoso radiotelegrafista. En cuanto a ti, he consultado con Madrid y
quieren que vayas para contarles personalmente lo sucedido y seguir toda la
operación de cerca.
-
¿Pero
no he hecho ya bastante? Acabaré metiendo la pata y echándolo todo a perder.
-
No,
hombre. Se trata de actuar con prudencia y, ahora, sin ser visto de los
conspiradores. Cuanto menos te pregunten o te confronten con Harper, mejor.
-
¿Y
si sospechan, precisamente, por mi imprevista desaparición?
-
Pues
llama a la Cierva y dile que te vas de vacaciones a España. Anda, aprovecha
ahora, que todavía estará en Croydon.
El bueno de don
Juan comunicó, menos afable que de costumbre. Se ve que aún tenía las orejas
coloradas de tanto oír los reproches de Bolín. Con todo, seguía tan poco
perspicaz como de costumbre. Por decir algo, se me ocurrió mandarle recuerdos
para el periodista de ABC. La Cierva
me respondió:
-
Creo
que también él saldrá en los próximos días de vacaciones para España.
-
¡Qué
casualidad! Yo voy a Ribadesella, ¿y él?
-
A
Canarias.
***
Como es natural, perdí contacto directo con el famoso Dragon y su vuelo, aunque no del todo
pues, en llegando a Madrid, tenía orden de presentarme a Núñez de Prado[13], en la Dirección General
de Aeronáutica. Por lo poco que me dijeron aquel 12 de julio –a cambio de lo
bastante que yo les conté reiteradas veces- y por lo que he llegado a saber más
tarde, la cosa podría llamarse Una farsa
en el filo de la navaja. Juzguen ustedes:
Para empezar, y sin
que todavía Phil tuviera la culpa de ello, los expedicionarios del Dragon Rapide hicieron escala en el
aeropuerto de Burdeos y casi no pudieron volver a despegar, por anegarse las
pistas con una tormenta. De allí, el avión debería haber llegado de un tirón
hasta Lisboa, pero nuestro amigo el radio,
con la inestimable cooperación del
capitán Bebb, dio lugar a que se perdieran por los Picos de Europa y hubiesen
de retornar hasta Biarritz. Repostaje y nueva singladura, amenizada con
innecesarios mensajes a tierra, uno de los cuales fue captado por el aeródromo
de León, que pasó el texto al centro de control de Getafe. Dicen que el
contenido era más o menos el siguiente: Ve
a popa a por el ron, Darby. Podría haberse tratado de una contraseña
convenida, o de una veleidad literaria[14] pero, viniendo de Phil,
no me extrañaría que hubiera de interpretarse en su sentido literal. Gracias a
una guía Michelin por toda carta de navegación, el infalible capitán de la
aeronave fue a parar al aeródromo de Espinho, distante solo trescientos
kilómetros de Lisboa, pero muy cerquita de Oporto, lo que aprovechó el radio para hacer reiteradamente los
honores al vino de la tierra, tan querido de los ingleses.
Este accidentado
periplo les llevó todo el día 11 de julio, pernoctando pasaje y tripulantes en
un incierto hotel portuense, donde el señor Harper, cambiando de registro,
inició un intenso y bien recibido asedio de una de las dos jóvenes pasajeras,
llamada Dorothy, del que ignoro –o no quiero acordarme- el desenlace. Tampoco
los demás debían tener mucha prisa, pues emplearon toda la mañana siguiente en
cubrir la distancia a Lisboa. Cuentan las crónicas que allí, el señor Bolín y
el Marqués del Mérito –acaudalado propietario, ¡oh casualidad!, de unas bodegas
jerezanas- se entrevistaron con el general Sanjurjo[15], designado jefe de los
conjurados quien, aunque con buenas razones, tomó la infausta decisión de hacer
en su día el vuelo a España por otros medios.
Quiere decirse,
por tanto, que, mientras yo repetía una y otra vez mi historia a los desconfiados
que querían así comprobar su veracidad, el Dragon
Rapide permanecía en un aeródromo lisboeta y, en la tarde del mismo día 12,
reemprendía su decidida singladura, rumbo a Casablanca, no sin que la fortuna
continuase deparándole sabrosas peripecias. No es de extrañar que el Marqués
decidiera apearse en tierras lusas, con el plausible pretexto de volver a dejar
su asiento al mecánico de vuelo, a quien habían bajado en Burdeos, para evitar
el exceso de personal. Naturalmente, el mecánico tuvo tiempo suficiente para
llegar a la bella ciudad marroquí antes que el Dragon, no tan Rapide, y
a fe que iba a tener trabajo ejerciendo con él su oficio.
***
El Dragon hubo de permanecer en Casablanca
hasta el día 15[16],
para desesperación de Bolín y de Pollard, pero el capitán Bebb fue inflexible,
según cuentan. La revisión de los motores supuso su desmontaje completo, como
si ellos hubieran sido los responsables del obvio descontrol de la tripulación.
El tiempo apuraba y supongo que Bolín estaría subiéndose por la paredes del
hotel. No así Phil, no así. Con olímpico desprecio a la presencia de su padre,
ahora hacía la corte a Diana Pollard,
jugando a encelar a ambas damitas, sin reparo alguno en abandonar a una y otra
por la botella. El desmadre llegó al culmen cuando, pretendiendo el capitán que
el telegrafista preparase los trámites del vuelo para el día siguiente, se lo
encontró como una cuba en su habitación. Era demasiado, incluso para gente
tolerante, cosa que Bolín no era. Así que, con la colaboración del consulado
británico, puso a Phil en un barco inglés, de inmediata salida hacia la Gran
Bretaña.
Cuando, en mis
noches de insomnio, revivo los días del Alzamiento, me pregunto una y otra vez
que sería de Phil y qué consignas recibiría de Tuero para descubrir el
itinerario o boicotear el viaje. Supongo que, hasta que Franco subiese al
avión, no habría mucho interés por abortar el transporte, ni en dejar al poco
seguro Harper en tierra firme, al albur de que se fuese de la lengua por unas
libras. A veces me lo imagino -como dicen que lo vio Bolín-, metiendo la mano
por el elástico de la braga de Dorothy, lugar donde ella acostumbraba a guardar
el paquete de tabaco y el mechero. Y me divierte suponer un diálogo entre
ellos, al estilo de Groucho Marx:
-
¡Señor
Harper!, ¿cómo se atreve a tomarse esas confianzas?
-
Tranquila,
señorita, no soy un ladrón. Mi interés por su lencería es puramente sexual.
***
Terminado mi
interrogatorio, Núñez de Prado me buscó alojamiento en un hotel próximo a la
Puerta del Sol, con la conminación de no abandonar Madrid, ni hacerme ver de
gente conocida. A cambio, prometió acelerar los trámites y tenerme al corriente
de las novedades que se produjesen. Incluso la policía española no tendría
muchas dificultades en seguir la pista del Dragon,
con todo el jaleo que el radiotelegrafista había montado a su alrededor. Resulta,
pues, un tanto ridículo (como no fuera por su propia seguridad) que Bolín
decidiera quedarse en Casablanca y pasarle a Pollard la famosa consigna para
Franco [17].
Sin Harper y sin
Bolín, todavía el Dragon sufriría
para llegar a las Canarias. Por precaución o por necesidad, el avión hubo de repostar
en Cabo Juby, entonces posesión española enclavada en la costa marroquí. Según
me comentaron, los responsables de dicho aeródromo no negaron el combustible,
pero sí retiraron a Pollard la documentación de vuelo, lo que era tanto como
desconfiar de su licitud e imponerle legalmente no despegar; pero ni unos ni
otros impidieron tal maniobra, con lo que el aparato, ¡al fin!, aterrizó
indocumentado en la base de Gando (Gran Canaria), en la tarde del día 15 de
julio.
Seguramente
alertados de antemano, los militares del aeródromo se pusieron en contacto con
sus Superiores en la península y dieron razón del paradero del bimotor, cuya
presencia en Casablanca ya había sido comunicada a Gobernación. De inmediato,
fui convocado a la Dirección General de Aeronáutica:
-
¿Sabes
algo sobre por qué han aterrizado en Gando y no en Los Rodeos[18]?
-
¡Y
yo qué sé! No tenía idea de nada, fuera de que irían a parar a Canarias.
-
Mi
general –terció uno de los presentes-, el aeródromo de Los Rodeos es bastante peligroso
por la niebla y quizá teman su cierre, o un accidente. Ya sabe cómo son de
precisas estas cosas y de precavido el general Franco.
-
Tal
vez –replicó Núñez de Prado-, pero les va a salir el tiro por la culata.
Primero, voy a llamar inmediatamente a Casares [19], para que no autorice
bajo ningún concepto el desplazamiento de Franquito
fuera de Tenerife. Segundo, bloqueo inmediato del avión de marras en Gando.
Y tercero, y por si acaso, puesta en discreta alerta de los militares más
seguros en Gran Canaria y de las organizaciones sindicales. Y ahí es donde
entras tú, amigo tornero.
-
¿Yo?
No pretenderá que vuelva a implicarme en estas jerigonzas.
-
No,
hombre. Simplemente que, a toda velocidad y con un mensaje de Largo[20], te constituyas en Las
Palmas y transmitas a tus correligionarios la orden de que se levanten a la primera
sospecha de sublevación militar. No hará falta que te diga que eres obrero
excedente de la Fábrica de Armas de Oviedo y que puedo militarizarte en
cualquier momento.
-
A
sus órdenes, mi general, dije entre la broma y el desaliento.
Pero Núñez de
Prado ya no me prestaba atención, sino que añadía un ordinal a su serie:
-
¡Ah!,
y cuarto: que no dejen que los del avión le lleven mensaje ninguno a Franco.
Tal vez así no se entere de su aterrizaje.
Sin embargo, el cuarto llegaba demasiado tarde. Pollard
y las chicas ya habían cogido el transporte marítimo de Las Palmas a Santa Cruz
y estaban a punto de entregar el mensaje al médico intermediario que les había
indicado Bolín. Quedaban, pues, los otros puntos, de los que yo entraba como
pieza en el engranaje del tercero. Y a fe que los aviadores militares eran
rápidos. A las ocho y media de la tarde tenía en mi poder la credencial y orden
de Largo y, antes de las diez, salía de Getafe en un vuelo especial. Para ser mi
bautismo del aire, no estuvo mal; hasta fui durmiendo buena parte del viaje.
4. Intriga en Las Palmas
Pasé la mañana del
día 16 de julio en la Casa del Pueblo de Las Palmas, en el barrio de La Isleta,
perfectamente atendido por mis compañeros de la UGT quienes, ante la misiva
escueta y rotunda de Largo Caballero, corrieron la voz y tomaron las debidas
precauciones. Más o menos, en aquellos momentos y no lejos de allí, se producía
un trágico hecho, que supondría el cambio radical de la situación. Pero dejaré
–ante las múltiples versiones del suceso- que sean los compañeros portuarios
quienes reflejen con sus voces la primera impresión de lo acaecido:
-
¡Han
matado al gobernador militar!
-
Dicen
que le ha pegado un tiro un oficial ayudante, por discrepancias políticas.
-
Que
no. Ha sido un accidente, probando el arma, o tirando con ella.
-
Lo
han evacuado en coche a la Casa de Socorro. Iba muy malherido [21].
Cualesquiera que
fuesen las causas, la muerte casi inmediata del general Balmes cambió por completo
los planes de las autoridades de Madrid. El Ministerio autorizó a Franco a
desplazarse a Las Palmas para presidir el entierro de su compañero y ello lo
ponía a unos pocos kilómetros del Dragon Rapide. Como es natural, yo no
tuve información directa del cambio de situación, hasta el día siguiente, 17 de
julio. A eso de las nueve y media, entró desalado un compañero, diciendo:
-
¡Franco
está en Las Palmas! Ha venido en el correo[22]. Le acompañaban su mujer
y su hija y se han alojado en el hotel Madrid.
-
Extremad
la vigilancia y pasad la noticia al gobernador civil, por si no está aún
informado.
Lo demás es
Historia, con mayúscula, de la que fui testigo, bien a mi pesar. Terminado el
entierro de Balmes, Franco se encargó de embarcar a su mujer y su hija en un
vapor alemán con destino a Lisboa y El Havre[23]. A las tres de la mañana
del 18, sabedor del éxito casi total de la sublevación en Marruecos, el General
ordenó la ocupación de la ciudad, declaró el estado de guerra y nombró a nuevas
autoridades. Mis compañeros de la UGT declararon la huelga general y se
concentraron en la plaza de La Feria. A las ocho y media, como un millar de
ellos se dirigieron al Gobierno Militar pero, careciendo de armas eficaces,
fueron rechazados a tiros por dos pelotones de Infantería. Franco forzó la
rendición del gobernador civil y, a eso de las diez y media de la mañana, tenía
tomados los puntos neurálgicos de la ciudad y las instalaciones aéreas, Gando
incluida.
Y ahí fue donde mi
mal entendido amor propio me llevó a meterme otra vez en el avispero.
-
¿No
sería posible tender una emboscada a Franco entre Las Palmas y Gando? Es muy
importante que no suba a ese avión, rumbo a Marruecos.
-
Haremos
lo posible, chico. Todavía parece que contamos con algunos guardias de asalto.
En efecto, se montó el dispositivo, que pudo
haber culminado con la detención o un atentado contra la vida del futuro Jefe
del Estado. Pero Franco era mucho Franco. En aquellas horas, ocupado tan solo
de escapar de la Casa del Pueblo [24] y coger alguna embarcación
hacia el Marruecos francés, no supe el motivo por el que el general levantisco
no pasó por el puesto de control. Lo he sabido mucho más tarde. ¡Qué
lince, el tío! Resulta que, maliciándose alguna celada como la que se le había
preparado, hizo el recorrido Las Palmas-Gando –unos veinte kilómetros- por vía
marítima, en una pequeña embarcación militarizada. Luego, ya se sabe, al avión
y a Tetuán, camino de la Historia. Aunque no tan deprisa...
5. Fin de viaje
No me refiero al
del Dragon Rapide, que también tuvo lo suyo, hasta que Franco pisó
tierra tetuaní, hacia las siete de la mañana del 19 de julio[25]. Aludo al hecho de que, no habiendo podido
escapar de la isla, como pretendía, decidí jugar al equívoco y me presenté
voluntario en el centro de reclutamiento. El brigada que me atendía comentó:
-
Con
veintiocho años, ya es usted un poco mayorcito para alistarse. ¿No tiene
familia?
-
Así
es, señor, pero en Asturias. Estaba en Canarias pasando unos días de
vacaciones. Además, estoy afiliado a la UGT y temo represalias, si me quedo por
aquí de civil.
El suboficial
sonrió e hizo ademán de que me saliese de la fila y esperase. Como una hora más
tarde, le dieron el relevo y se me acercó:
-
Me
caen bien los hombres sinceros. ¿Sabe leer y escribir correctamente?
-
Y
francés e inglés. Soy un proletario instruido.
-
¡Coño
con el obrero! Me quedo con su documentación. Venga por aquí mañana a primera
hora.
Al día siguiente,
me tenía preparado un destino burocrático en la Comandancia y en él pasé toda
la guerra, que concluí de cabo primera.
Terminada la
contienda civil, era tiempo de emplearse como obrero y no lo dudé. Me presenté
en el aeródromo de Gando, aduciendo mi condición de oficial tornero, especializado
en aviones. Me preguntaron:
-
¿Puede
alguien dar razón de ti?
-
Trabajé para la Cierva, pero el pobre ya no
está en este mundo.
-
¿La
Cierva, el del autogiro?
-
El
mismo.
-
¡Buena
recomendación! Te cogeremos a prueba.
Así que el bueno
de don Juan, primero me dio el episodio más emocionante de mi vida y, luego, el
trabajo que desempeñé durante más de treinta años, del que comí yo, mis tres
hijos y mi difunta esposa, sobrina del brigada que se apiadó de mí al comienzo
de la guerra. Y es que, si en algo he llegado a ser maestro, no ha sido en el
oficio de tornero, sino en aprovechar las pocas oportunidades que me ha dado la
vida.
[1] El insigne literato ovetense Ramón Pérez de
Ayala (1880-1962) fue embajador de la República Española en Londres entre 1932
y junio de 1936, cuando dimitió y fue reemplazado por Julio López Oliván,
diplomático de carrera, con gran experiencia en asuntos del norte de África,
particularmente, del Marruecos español.
[2] No he profundizado en el tema, pero me figuro
que Bernardo Casielles alude a alguno de los personajes secundarios de la
novela Tigre Juan, aparecida en 1926.
[3] La
sirena varada se estrenó en Madrid (Teatro Español), el 17 de marzo de
1934. Su primera edición impresa data del mismo año (editorial La Farsa). Así
que no cabe duda de que nuestro Bernardo estaba al día en cuestiones
literarias.
[4] Sin duda, el nieto de Casielles aludía a la
película dirigida por Jaime Camino y estrenada en 1986, tal vez, para celebrar
el cincuentenario de los hechos reales en que se basa. Indirectamente, tal
fecha nos orienta sobre el momento en que Bernardo Casielles pudo redactar la
primera versión de estas páginas.
[5] Juan de la Cierva Codorníu
(1895-1936), famoso aviador español inventor del autogiro, precursor de los
helicópteros.
[6] Importante aeropuerto londinense, abierto en
1920 y situado a unos 6 kilómetros de la ciudad. Cerrado al tráfico en 1959, se
mantiene parcialmente, junto con algunas instalaciones, como una atracción
histórica y turística. Al despegar en un DC-2 de la KLM, el 9 de diciembre de
1936, el ingeniero la Cierva perdió la vida en accidente, estrellándose el
aparato. Tenía 41 años de edad.
[7] De ser como Bernardo relata, no iba
descaminado Juan de la Cierva, pues su hermano Ricardo fue víctima de una saca carcelaria, siendo asesinado en
Paracuellos del Jarama, el 7 de noviembre de 1936.
[8] Luis Antonio Bolín Bidwell
(1894-1969), a la sazón cronista del diario ABC
en Londres, cuyo papel en este relato irá apuntando Bernardo, en el decurso
del mismo.
[9] Don Juan, aunque queriendo enmendarlo, se
había ido de la lengua y revelado un dato seguro, que nos lleva hasta el
marqués de Luca de Tena, director a la sazón del periódico madrileño ABC. En cuanto a su interés por un hidro, parece ser debido al propósito
inicial de amarar en destino ceutí, donde no había aeródromo practicable.
[10] Dragon
Rapide, sobrenombre del bimotor de siete plazas De Havilland, D.H. 89. La
referencia al Príncipe de Gales debe de aludir a quien acababa de subir al
trono con el nombre de Eduardo VIII (20-I-1936) y que abdicaría en diciembre
del mismo año por razones sentimentales.
Entre sus múltiples aficiones, se contaba el pilotaje de aviones.
[11] Juan March Ordinas (1880-1962), banquero
catalán, que prestó un apoyo esencial en los comienzos de nuestra Guerra Civil
a Franco y los nacionales. Se dice que,
para la operación del Dragon Rapide,
aportó la importante cifra de 2.000 libras esterlinas de las de entonces.
[12] En esto, Bernardo Casielles se equivocaba. El
señor Hugh Pollard, mayor del ejército, ya retirado en 1936, entendía
perfectamente el español. En 1940 –si no antes- ingresó en el servicio de
inteligencia británico MI6.
[13] Miguel Núñez de Prado (1882-1936), general,
antiguo Director General de la Policía (lo que le hacía próximo a nuestro
Matías Tuero) y, en vísperas de la Guerra Civil, Director General de
Aeronáutica. Ferviente republicano, moriría fusilado días después de los hechos
aquí relatados, en Pamplona (24-7-1936), tras haber tratado de abortar el
levantamiento de la División militar de Zaragoza.
[14] Certera alusión de Bernardo al capítulo XXXII
de La isla del tesoro, de R.L.
Stevenson.
[15] José Sanjurjo Sacanell (1872-1936). Falleció
el 20 de julio de 1936, al estrellarse a poco de despegar el De Havilland Puss Moth, pilotado por
Juan Antonio Ansaldo, quien resultó gravemente herido.
[16] Eso dice sin dudar Bernardo. Los registros de
la Olley Air Service dan la fecha del
14, que es aceptada por unos historiadores y rechazada por otros. Naturalmente,
me conformo con advertirlo y no corregiré al autor del manuscrito.
[17] Según referencias históricas, el texto de la
contraseña –que no consigna- era Galicia
saluda a Francia, lo que indicaba a Franco la presencia del Dragon Rapide, sin novedad, en el
aeródromo de Gando.
[18] El aeródromo de Los Rodeos está situado en la
isla de Tenerife y, por tanto, era mucho más accesible a Franco (residente en
Santa Cruz de Tenerife) que el de Gando. Bernardo refiere en su escrito la
única razón que, hasta ahora, ha sido sugerida por la mayoría de los
historiadores.
[19] Santiago Casares Quiroga (1884-1950), Ministro
de la Guerra del 13 de mayo al 19 de julio de 1936.
[20] Francisco Largo Caballero (1869-1946), máximo
dirigente de la Unión General de Trabajadores.
[21] Alusión al mortal episodio que, a media
mañana del 16 de julio de 1936, acabó con la vida del general Amado Balmes
Alonso, de 58 años de edad, comandante militar de Las Palmas. Sus
circunstancias continúan siendo, a día de hoy, objeto de grandes controversias.
[22] Espigando aquí y allá, he dado con lo que
quería decir esa palabra. Se trataba del barco que hacía regularmente el enlace
de Santa Cruz de Tenerife con Las Palmas, para transportar el correo y
pasajeros. Dicen que el usado por Franco llevaba el nombre de Viera y
Clavijo.
[23] Otros dicen que el embarque de doña Camen
Polo de Franco y de su hija Carmencita
fue de madrugada, el día 18 de julio. Lo cierto es que el buque alemán se
llamaba Waldi y que la compra de los dos pasajes se había hecho varios
días antes, según el primo de Franco y secretario suyo entonces, Francisco
Franco Salgado-Araujo.
[24] La Casa del Pueblo de La Isleta permaneció
fiel a la República hasta el mediodía del 20 de julio de 1936. Tomada por
militares y falangistas, fue volada a las cinco de la tarde de dicho día.
Identificados nueve de los defensores, fueron fusilados cinco y cuatro,
condenados a treinta años de reclusión.
[25] Creo que Bernardo alude aquí a las discutidas
escalas en Agadir y Casablanca (esta última, con pernocta parcial incluida),
así como a las divertidas peripecias de disfraz que realizó Franco durante el
viaje.
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