El caso Lambrakis visto por sus
protagonistas (Segunda parte)
Por Federico Bello Landrove
Este relato, entre
la realidad y la ficción, es otra vuelta de tuerca a la versión de Vassilis
Vassilikos sobre el crimen político del diputado griego, Grigoris Lambrakis.
Tal vez, el mayor interés de mi visión del caso radique en su puesta al día en
un momento (año 2021) en que, por el tiempo transcurrido y el fallecimiento de
casi todos los protagonistas, no será fácil que se produzcan nuevas revelaciones
sobre el tema. (Por su extensión, he decidido dividirlo en dos partes de
parecida longitud)
La Torre Blanca (siglo XVI), símbolo
de Tesalónica
1.
Pero ¿quién manda en Grecia?
Extractando la
prensa griega de la época -junio de 1963- sobre el caso Lambrakis y sus
repercusiones:
De manera
sorprendente, el Primer Ministro, señor Karamanlis, en la mañana del 17 de
junio, presentó al rey Pablo la renuncia a su cargo, por motivos que no han
sido precisados. Dos días más tarde, el hasta ahora Ministro de Comercio, Panayotis
Pipinelis, ha sido designado Primer Ministro por Su Majestad, a reserva de que
sea confirmado por la confianza del Parlamento. Entre las razones que se esgrimen
para tan drástica dimisión de Constantino Karamanlis, se encuentra el rumbo que
están tomando las investigaciones judiciales sobre la muerte del diputado,
Grigoris Lambrakis, acaecida, como se sabe, en Salónica, el pasado día 27 de
mayo[1].
En efecto, la instrucción judicial del caso,
que está llevando a cabo el juez tesalonicense, Christos Sartzetakis, en
colaboración con la fiscalía, están poniendo de manifiesto que los presuntos
autores del crimen, así como los que propinaron una brutal paliza al también
diputado, Yorgos Tsarujas, están vinculados con grupos de extrema derecha de
Salónica, favorecidos o, incluso, controlados por la Gendarmería. Prueba de
ello es que el juez, tras tomar declaración como implicados, entre otros, al
general Constantino Mitsos -Inspector general de la Gendarmería para el Norte
de Grecia- y al coronel, Efzimios Kamutsis -Jefe de dicha fuerza en la
provincia de Tesalónica-, ha decretado su ingreso en prisión[2]. Se dice que el primero de ellos
amenazó con suicidarse, al ser tan contrario a su honor y al de la Gendarmería
su ingreso en prisión. Por su parte, el coronel Kamutsis, al encontrarse a la
salida del despacho del juez asediado por los periodistas, la emprendió a
golpes con los mismos, tratando de impedir que lo fotografiaran, teniendo su
abogado que intervenir para poner paz. Según nuestros colegas afectados, el
coronel Kamutsis argumentaba, para impedir su labor gráfica, que él todavía no era un acusado, sino un
simple detenido; motivo seguramente legal, pero que solo parece cuestión de
tiempo el que deje de tener virtualidad.
De fuentes tesalónicas,
se confirma que el general Mitsos y el diputado Tsarujas se conocían bien con
anterioridad a este caso, teniendo cuentas pendientes de la época de la ocupación alemana y
de la guerra civil subsiguiente…
La dimisión del
señor Karamanlis puede tener causa -según círculos próximos al ex Primer
Ministro- en desavenencias o disparidad de criterios con el Rey acerca del previsto
viaje oficial de Sus Majestades al Reino Unido, una visita que Karamanlis juzgaba
poco oportuna en estos momentos, pero que ni el Rey, ni la Reina -incomodada en
Londres por Lambrakis, hace apenas dos meses- están dispuestos a suspender.
***
El general Mitsos está
exultante en el fondo, aunque siga manteniendo el rictus, entre triste y
amargo, de víctima judicial y mediática del caso Lambrakis. No solo ha
resultado absuelto, sino que se rumorea que, volviéndose atrás de su retiro
voluntario, regresará al servicio activo. Pero, según él, no es la superación
de sus problemas personales el motivo de su satisfacción, según me confía[3]:
-
Lo
verdaderamente importante es que ninguno de los oficiales de la Gendarmería ha
sido condenado, y no de cualquier manera, sino por veredicto unánime del jurado.
-
¿No
cree -le pregunto- que, si no hubiesen tenido tantas concomitancias con
los grupos de extrema derecha, nadie hubiese recelado de ustedes?
-
Solo
las mínimas para estar bien informados y recibir de ellos, a título individual
y como de cualquier ciudadano, el apoyo voluntario que quieran prestarnos en
nuestra labor.
General Constantino Mitsos
-
Aunque
resulte un poco reiterativo cuando ya se ha pronunciado la justicia, ¿me podría
hacer un resumen de su participación o presencia en los hechos del 22 de mayo?
-
Como
general Inspector de la Gendarmería, estaba muy por encima del montaje de un
servicio de orden y control en un acto semejante: Para eso están los tenientes
y capitanes de las unidades y, en último extremo, el coronel jefe de la fuerza en
Tesalónica. Por eso, mi vida aquella tarde fue completamente normal, fuera de
acompañar al Secretario de Agricultura en su visita a la ciudad y, más tarde,
prepararme para asistir hacia las diez de la noche a la representación de Romeo
y Julieta por el ballet del Bolshoi de Moscú[4].
Antes de recoger a mi mujer para dirigirme al teatro, decidí pasarme por
delante del Club Sindical, para ver cómo estaban las cosas. El acto de
Lambrakis estaba concluyendo y los ánimos parecían bastante excitados. En
consecuencia, decidí quedarme, de paisano y a la expectativa, por si
circunstancias de extrema gravedad me forzaran a asumir el mando
reglamentariamente. No fue así y, entre los oficiales al mando de las unidades
y la supervisión del coronel Kamutsis, todo se controló perfectamente, aunque
los pacifistas no quisieron colaborar subiendo a los autobuses que les
teníamos preparados.
-
Un
control no tan perfecto, general, porque apareció el motocarro, se golpeó al
diputado y este cayó prácticamente muerto.
-
En
efecto: algo muy lamentable, pero instantáneo y puramente accidental. Ya sabe
que es lo que recoge la sentencia. Contra lo que se ha dicho, varios gendarmes
reaccionaron y trataron de detener la fuga del triciclo, pero solo el Tigre,
de manera increíble, logró subirse al vehículo y, a la postre, se descubrió
al conductor y a su acompañante.
-
El
chófer, Gotzamanis, fue detenido enseguida por un agente de tráfico y conducido
a la comisaría general. ¿Por qué no se le registró inmediatamente como tal,
dando lugar a que los fiscales, que primeramente llegaron al lugar, se les
dijera que la detención del conductor fugado sería inminente?
-
Pues
porque yo aún no estaba bien informado. Seguramente, el coronel…
-
¡Alto,
alto!, general. El coronel Kamutsis dijo lo contrario: Que usted estaba ya
perfectamente ilustrado por él mismo, pero que no le llevó la contraria ante
los fiscales, por si su reserva tenía algún motivo oculto.
-
¡Eso
es una simpleza! -me dice, despectivo-. ¿Qué razón podría tener yo para
mentirles al fiscal jefe y a su adjunto?
-
El
motivo de ocultar que, en vez de estar el chófer metido en un calabozo, estaba
tranquilamente cenando en la cantina de la comisaría…
-
Ahora
me echará en cara usted -me replica con sarcasmo- que no supiera el menú que le
habían servido. Le repito que fue un defecto de información por mi parte, que
ninguna trascendencia tuvo, puesto que en ningún caso se le permitió escapar ni
se ocultó su responsabilidad.
-
De
acuerdo, dejemos a Gotzamanis. ¿No fue usted, días después, al hospital de
AHEPA, a tratar de convencer a un testigo muy relevante de que cambiase su
declaración, que era gravemente inculpatoria para otros dos implicados,
Emmanueludis y Fokas?
-
¡Claro
que acudí al hospital, pero con muy otra intención! Como usted dice, era importante
cuanto dicho testigo decía, pero aparecía viciado por cosas increíbles, como
que, cuando iba por la calle camino del juzgado, lo habían abducido al
interior de una furgoneta y dado un cacharrazo en la cabeza con una porra. Quienes
lo habían presenciado lo relataban como una caída al suelo puramente
accidental. Intenté aclarar lo sucedido por mí mismo y reconducir lo
manifestado a términos de verosimilitud y de lógica. Aquel tipo se excitó,
creyendo que le tomábamos por loco, y me echó en cara que pusiera en duda
algunas de sus afirmaciones. Ello me irritó, tuve con él unas palabras y me
marché de la sala acto seguido. Luego, a lo que parece, aquel individuo siguió fabulando,
discutiendo con su familia y soñando con que alguien quería matarlo.
-
No
sería tan fabulador -repliqué-, cuando el tribunal lo ha creído y ha castigado
a Fokas como agresor del diputado Tsarujas.
-
Y,
por supuesto, yo no lo pongo en duda; solo me indigno de que pueda creerse que,
cuando un testigo de cargo quiere presentarse ante el juez, se diga que amigos
o gente relacionada con la Gendarmería tratan de impedírselo.
El general parece
cansado y yo me siento incapaz de sacar de él algo distinto de lo
manifestado en el juicio. Por tanto, voy concluyendo:
-
Dicen
que usted ha comparado el asunto Lambrakis con el caso Dreyfus[5]…
-
Eso
es falso. Fue un colega suyo el que me puso delante ese absurdo símil, tratando
de provocar en mi alguna alusión a los judíos, contra quienes no siento ninguna
simpatía, no ya como cristiano, sino por la forma prepotente con que se
comporta el Estado de Israel. No es ningún secreto que judíos y comunistas estuvieron
unidos en la guerrilla antinazi y, luego, en la guerra civil en el Norte de
Grecia. Yo no puedo tragar a unos ni a otros: Grecia, o es helénica y
cristiana, o no es nada.
-
¿Considera
usted que Lambrakis era comunista?
-
Era
un compañero de viaje, como todos esos pacifistas de pacotilla, que
abominan de la OTAN y se olvidan del Pacto de Varsovia. Por lo demás, no tenía
el gusto de conocerlo y le aseguro que no sentía por él animadversión ninguna.
Pero ya ve: muere por la acción de un conductor borracho y provoca una
conmoción internacional y la caída de un Gobierno sólido y legítimo. Eso es lo
que sucede cuando a los comunistas se les da una oportunidad y un mártir,
aunque no sea, ni mártir, ni de los suyos.
-
Dos
cosas más, general, para acabar de perfilar su personalidad. Se dice que cree
usted en la astrología…
-
Más
bien en la divina providencia. Yo no sé si somos como somos, ni si pasa
lo que pasa, por las conjunciones astrales, pero sí sé que Dios castiga a los
hombres, no solo en la otra vida, sino en esta. Ahí tiene usted el gran
incremento de las manchas solares, consecuencia de las guerras y los crímenes
de la Humanidad en estos tiempos. El hombre se vuelve contra Dios y Dios vuelve
la creación contra el hombre. Lástima que hayamos de sufrirlo todos, incluso
los justos.
-
Y
lo último: eso de comparar la planta de la vid con la vida del hombre…
Por primera vez,
Mitsos sonríe:
-
¡Ah,
se refiere a lo de combatir el mildiu con tres fumigaciones! Eso es algo que se
me ocurrió el mismo 22 de mayo, después de escuchar al Secretario de
Agricultura referirse a que a dicho hongo se le combate con tres vaporizaciones,
en tres momentos parecidos a nuestra infancia, primera juventud y edad adulta.
Yo pensé: Igualmente, hay que acabar con el comunismo entre los niños, con una
buena escuela; entre los jóvenes, con un servicio militar exigente y
patriótico; y en la mayoría de edad, con una policía rigurosa y experta. Si escuela,
cuartel y policía se unen, no habrá mildiu que prolifere en nuestra
patria.
2.
Aún hay jueces en Salónica
De la prensa griega
de los últimos meses de 1963, en cuestiones que hacen referencia, directa o indirectamente,
al caso Lambrakis:
Desde que mandó
a la cárcel, en prisión preventiva, a las máximas autoridades de la Gendarmería
en Salónica, el juez de instrucción, Christos Sartzetakis, se ha convertido en
la esperanza y en el héroe de quienes creen en el valor de la Justicia para
buscar la verdad y alcanzar a todos, cualquiera que sea su rango. Por el
contrario, los interesados en hacer de la política y la vida militar un reducto
al margen de la ley se revuelven contra el juez y -¡oh paradoja!- lo acusan de
meterse en política y tratar de forma despectiva e inhumana a los mejores
servidores del País…
Se dice que los
mejores -tal vez, los únicos- colaboradores de Sartzetakis son los periodistas
que, desde el comienzo del asunto, han hecho las veces de policías, sacando a
la luz a testigos e implicados. Pasados los primeros momentos de perplejidad y
oscurantismo, también los fiscales intervinientes en el proceso se han puesto
del lado del instructor, dando un tanto de lado al tibio fiscal jefe de
Tesalónica y enfrentándose a las tácticas divisivas y equidistantes del Fiscal General,
señor Kollias, que parece coincidir con el criterio del Ministro de Justicia[6],
Papaconstantinos.
¿En qué consiste
el plan Kollias,
que Sartzetakis ha rechazado implementar? Pues en dividir la continencia de la
causa en tres procedimientos autónomos. En el primero de ellos, Sartzetakis se
encargaría, a la mayor brevedad posible, de investigar a los autores materiales
de la muerte de Lambrakis, es decir, a los hombres del motocarro. En el
segundo, otro juez indagaría acerca de los posibles delitos cometidos aquella
misma noche por los simpatizantes de izquierda, provocando disturbios con sus
proclamas sediciosas, vertidas al público a través de los altavoces,
ilegalmente instalados, y por los contra-manifestantes de derechas, golpeando y
lanzando piedras a sus antagonistas. Y el tercer proceso sería puramente
administrativo, en el ámbito del Ministerio del Interior, para depurar las
posibles responsabilidades de oficiales de la Policía y de la Gendarmería, por si
no hubiesen actuado con la debida energía y diligencia… Obviamente, todo este astuto
plan ha sido dinamitado por el juez de instrucción, al procesar y enviar a
prisión a Mitsos, Kamutsis, Diamantopulos y otros altos cargos de las fuerzas
de orden público.
… Queda por ver
cuánto de lo actuado por el instructor quedará en pie cuando la fiscalía
formule su acusación, y no digamos cuando llegue a dictarse sentencia, pero la
mayoría de los ciudadanos de este País se ponen del lado del joven juez de
instrucción, como aquel molinero prusiano que se enfrentó al gran rey, Federico
II de Prusia, con la sola convicción de que aún quedan jueces honestos en Berlín. A lo que se ve,
también hay alguno en Tesalónica…
El resultado
definitivo de las elecciones generales celebradas el pasado noviembre ha
arrojado el siguiente resultado: Unión Radical Nacional, 132 diputados; Unión
de Centro, 138 escaños; Izquierda Democrática, 28 diputados. No cabe duda de
que la derrota de la derecha y de Karamanlis constituye una pequeña revolución,
pero las gentes de izquierdas lamentan haber repetido prácticamente los
resultados de 1961. Un joven se lamentaba de esta pintoresca forma: Es triste que el sacrificio de
Lambrakis nos haya supuesto solo cuatro diputados más.
***
El juez
Sartzetakis me concede al fin la entrevista, cuando toda su compleja y extensa investigación
está ya concluida y en manos de la fiscalía, para formular la acusación[7].
Me recibe en su piso familiar de
Salónica, donde hasta ahora vive con su madre. Varias maletas están a la vista en
el vestíbulo, señal inequívoca de que el juez se dispone a emprender un largo
viaje:
El juez Sartzetakis en su despacho
-
En
efecto, me confirma. No sé si me he convertido ya en un juez, no solo incómodo,
sino prescindible. El hecho es que en Atenas me ofrecieron la posibilidad de
disfrutar de una beca para seguir en París unos cursos de posgrado en Derecho
comparado y he decidido aceptar y tomarme un tiempo de desconexión y necesario
descanso. Siento dejar aquí sola a mi madre, pero ella lo comprende y me anima
a que me aleje de Salónica por un tiempo.
-
Entiendo
que esta ciudad se haya vuelto agobiante para usted, con tantas presiones y tan
grande notoriedad, le digo.
-
La
conozco bien, afirma. Nací en Salónica y aquí he vivido toda la vida. Y no crea
que soy tan joven o bisoño como mi apariencia da a entender: He cumplido los treinta
y cinco[8]
y soy juez de instrucción desde el año 56.
-
Con
todo y con eso, ha de ser muy duro trabajar con tal intensidad, aislado de la
sociedad y mal mirado por quienes tendrían que ser sus colaboradores y garantes
de su seguridad.
-
Ha
habido momentos de trabajar dieciocho horas diarias en instruir la causa, pero
siempre he tenido la comprensión del secretario y demás personal de mi juzgado,
como también de varios fiscales y de más policías de los que se piensa.
-
Si
usted lo dice… La vox populi susurra que ha contado usted con más
cooperación de los periodistas que de los agentes de la ley; como también se
dice que los círculos sociales que usted frecuentaba le han hecho el vacío, y
hasta que le ha dejado la novia.
Se echa a reír con
ganas. Luego, se encoge de hombros:
-
No
me gusta el juego, verdadero vicio de la sociedad tesalónica, y, en cuanto a
las mujeres, también se ha dicho que tenía mucho éxito y que se me consideraba
un buen partido. ¡Habladurías! Tiempo habrá de tomarse el trabajo con más calma.
Además, como puede usted figurarse, siempre me quedará París.
Sonreímos de la
ocurrencia, sin duda, muy oportuna. Le aprieto:
-
Haga
un esfuerzo de síntesis, en bien de mis futuros lectores. ¿Qué es lo que más le
ha sorprendido del asunto Lambrakis?
-
Sinceramente,
y sin prejuzgar el asunto, los muchos culpables y responsables de toda laya, y
perfectamente organizados, que se confabularon en apenas un par de días para
acabar con el pobre diputado. Sinceramente, para lo que pretendían, había
formas mucho más sencillas de lograrlo, sin comprometer a medio País.
-
¿Y
cuál ha sido su directriz, o su táctica, para alcanzar finalmente la verdad?
-
No
conformarme con los individuos sin relieve, sino comprometer y poner nerviosos
a los importantes, no solo para hacer una justicia igual para todos, sino para
impulsarlos a delatarse unos a otros, viendo que ninguno estaba a salvo. Ha
sido una tarea ardua, larga, con la impresión externa de que estaba dando palos
de ciego. A la postre, son muy pocos los que han confesado su culpa y, menos
aún, han divulgado la de los otros. Es como una mafia: No hay más honor que el
derivado de tener la boca cerrada.
-
La
verdad es esquiva, y más, cuando casi nadie la revela. ¿Cómo puede estar seguro
de haber dado con ella?
-
Le
va a sorprender mi respuesta. Mi mayor seguridad ha sido la de que todos los
inculpados se comportaban y hablaban lo mismo: Todos negaban todo, incluso
hasta términos ridículos o inverosímiles; todos parecían concertados en sus
coartadas; todos usaban las mismas tácticas evasivas, hasta las mismas
palabras…
-
Sí,
como lo de decir que Jachiapostolos se había subido de un salto al triciclo, con
la agilidad y la rapidez de un tigre. De ahí le ha venido luego el apodo
con que todos lo conocemos.
-
Es
un ejemplo entre muchos -asegura-. A mí, como a quienes saben cómo van las
cosas de los procesos, me ha servido para cerciorarme de que mienten; pero me
temo que, ante un jurado inexperto y que vea el caso embaucado por los abogados
defensores, tanta unanimidad los impresione en sentido contrario y tomen el
camino fácil de la absolución.
Mi entrevistado
mira su reloj. Está claro que debemos concluir. Le pregunto:
-
Cuando
termine en París, ¿cómo ve usted su futuro?
-
Me
han engrandecido tanto, en un sentido o en otro, que me temo habré de seguir la
ruta que haya de llevar nuestro País. Y de eso, si alguien sabe algo, son ustedes
los periodistas. Así que usted me dirá[9].
3.
El hombre que se convirtió en Tigre
El tiempo pasaba y
el asunto Lambrakis se embarullaba, entre los coletazos que, a la desesperada, unos
y otros daban para tratar de que el juicio se plantease conforme cada cual
quería o le interesaba. Y la vida política griega, entre tanto, seguía su curso,
agitada de tanto en tanto por las noticias, casi siempre escandalosas, de aquel
caso criminal:
En la mañana de
ayer, el Presidente del Consejo, señor Papandreu, recibió en su despacho
oficial a los dos héroes del caso Lambrakis, gracias a los cuales pudo
identificarse a los culpables y desvirtuar la tesis de que su muerte había sido
debida a un simple accidente de circulación. El Presidente les agradeció su decisiva
colaboración con la Justicia y departió unos minutos con ellos, durante los
cuales los señores Jatziapostolos y Sotirjopulos le explicaron lo sucedido, en
particular el primero de ellos, su increíble salto a la caja del motocarro a
bordo del cual iban los agresores, una hazaña que le ha valido el mote de el
Tigre…
En el Palacio de
Justicia de Tesalónica se ha celebrado la vista del incidente de recusación de
los tres magistrados designados para formar el tribunal que habrá de presidir y
fallar en el juicio con jurado del caso Lambrakis. Dos de los jueces han sido
tachados de parciales en favor de varios de los acusados, en tanto que el
tercero lo ha sido por el general Mitsos, por el mismo motivo, pero en su
perjuicio. Oídos los acusados y los abogados, tanto de estos como de las partes
civiles -el diputado Tsarujas y la viuda de Lambrakis-, las recusaciones fueron
rechazadas, motivando como reacción que los acusadores particulares se
retirasen de la causa, al menos, temporalmente. Fuentes del foro predicen que
estas decisiones preludian la del Ministerio Público, en el sentido de no
formular severas acusaciones contra los procesados, en especial, los jefes de
la Gendarmería…
El conocimiento de
que el fiscal general de Grecia, Constantino Kollias, había presionado al juez
instructor Sartzetakis, para que diese a la conducta de los oficiales de la
Policía y la Gendarmería el valor de una simple infracción administrativa, a
juzgar por sus superiores en el mando, ha despertado gran indignación, tanto en
el Parlamento, como entre la judicatura y los ciudadanos respetuosos de la ley.
Al haber reconocido Kollias que, en efecto, hizo gestiones en ese sentido en Tesalónica con juez
Sartzetakis, ha forzado al Gobierno a sancionarlo, aunque no con su cese
-como era de esperar-, sino con seis meses de suspensión en el desempeño de su
cargo…
Ha sido conocida
el acta de acusación en el caso Lambrakis, redactada y suscrita por el fiscal
de apelaciones, señor Delaportas. En ella, entre otras consideraciones, se
entiende que la conducta de Gotzamanis y Emmanuelidis es constitutiva de
asesinato, con la inducción del acusado Yosmas. Al acusado Fokas se le
considera autor de atentado y de graves lesiones en la persona del diputado
Tsarujas. En cuanto a todos los acusados pertenecientes a la Gendarmería o la
Policía, finalmente, no son imputados por complicidad en el asesinato de
Lambrakis, sino como graves incumplidores de sus deberes profesionales, con la
consecuencia de muy graves resultados… Se rumorea que el fiscal Delaportas
quería llegar más
allá, pero no le ha sido permitido, tanto por sus superiores, como por la
fijación de los hechos justiciables por el tribunal de Derecho del caso.
No se esperan
grandes novedades para el acto del juicio, al haberse rechazado cualquier
ampliación de la investigación para examinar la existencia de posibles responsables
a más alto nivel que el general Mitsos. En cambio, el fiscal ha solicitado que
se amplíen las indagaciones en cuatro líneas: Si Lambrakis murió por efecto del
atropello o fue golpeado en la cabeza con una barra de hierro; si la
contra-manifestación fue espontánea o provocada y convocada por personas
concertadas; la probable inhibición de las fuerzas del orden ante la agresión a
Tsarujas; finalmente, si los desórdenes públicos deben imputarse, además de a
los acusados que participaron en ellos, a organizadores hasta ahora no
identificados. Estas ampliaciones de prueba tendrán el lógico inconveniente de
demorar todavía más el comienzo del juicio, haciendo ya casi imposible que
pueda celebrarse antes del verano del corriente año de 1966.
***
Después de varias
negativas, logré por fin que el Tigre me concediese una entrevista, a
raíz de ser condenado a dos años de prisión por difamar al coronel
Kamutsis, al haber sostenido en el juicio de Lambrakis que aquel acusado trató
de comprar su retractación a cambio de medio millón de dracmas. Lo propio
sucedió con el otro importante testigo de cargo, el barnizador Yorgos Sotirjopulos,
que adujo lo mismo, no pudiendo tampoco probarlo. Jatziapostolos estaba tan indignado,
que logré se sincerase ampliamente conmigo, usando como intermediario los
servicios de otro periodista ateniense, que se había ganado su confianza,
tiempo atrás[10].
-
¿Cómo
demonios quieren que pueda probar que el coronel me ofreció medio millón? ¡No
iba a hacerlo en presencia del juez o de la prensa! Pero di toda clase de
detalles, coincidiendo en eso con mi amigo Yorgos. ¡Es lo que me faltaba! Dejar
sin mi jornal a mi mujer y mis dos hijos… Si, por lo menos, hubiese seguido el
señor Papandreu en el gobierno…
-
La
verdad, Tigre, es que se pasó usted yendo con el tema del medio
millón al tribunal: Ya podía haber visto que, a los tres años y medio de la
muerte de Lambrakis, ni la situación, ni el ambiente eran los mismos. Pero, a
propósito, ¿en qué podría haberle favorecido Papandreu?
-
Cuando
me recibió en audiencia, me dijo que acudiese a él si necesitaba algo.
Naturalmente, yo entendí que me estaba ofreciendo dinero, o una colocación, y
nada quise: Yo no me juego la vida por interés. Pero, para salir de este
injusto atolladero, sí que le habría pedido apoyo: Parece una buena persona.
Manolis Jatziapostolos, El Tigre, años
después de 1963
-
Usted
no conocía de nada a Lambrakis; no tenía adscripción política, ni formaba parte
del servicio de orden y protección del diputado. ¿Por qué, entonces, salió en
su defensa y ha mantenido en todo momento su declaración?
-
No
conocía personalmente al diputado, pero sí había oído hablar de él muy
favorablemente: el gran atleta, el médico de los pobres, el que plantó cara a
los derechistas en el Parlamento[11]
y se enfrentó con la Reina en Londres. Pese a que soy indiferente en política,
acudí a escucharlo y me encontré metido en todo aquel fregado. Vi cómo lo
golpeaban al ir a entrar en el Club Sindical y decidí convertirme en
guardaespaldas momentáneo, dado que nadie se ocupaba de protegerlo. Por eso, a
la salida, me puse a su lado y estaba en guardia cuando apareció el motocarro.
Lo demás, ya se ha contado montones de veces y quedó claro en el juicio.
-
Se
ha dicho de usted que era albañil, o pintor de edificios…
-
He
hecho de todo en esta vida, gracias a lo cual he podido salir adelante y
conservarme flexible y ágil como un tigre, según me definió el farsante
del general Mitsos. Y, además, fuerte, que buena paliza le di a Emmanuelidis, y
aún habría podido con Kotzamanis, de no haber llevado este una porra y haberme
yo herido con los cristales de una ventanilla del triciclo.
-
Lo
cierto, Manolis -añado, cambiando de tema-, es que dejó a su familia en Salónica
y se vino para Atenas. ¿Temía represalias? ¿Le amenazaron efectivamente?
-
Lo
hice por consejo de los propios policías, buena gente, que me confesaron que no
se sentían capaces de protegerme como testigo del proceso. Además, las
autoridades municipales quisieron derribarme la casa, que estaba construida
bajo un gran saliente de piedra en el barrio de Kato Tumba. Durante un tiempo,
anduve medio escondido, pero los asesinos me encontraron y fue cuando el
coronel trató de comprarme, como ya dije, y me lo tomaron como calumnia.
-
Y
ahora, a la cárcel por dos años -me lamento-. ¡Vaya manera más triste de acabar
quien hace tres años era aclamado como un héroe!
Se encoge de
hombros y esboza un gesto de desprecio:
-
¿Y
qué me dice del diputado Lambrakis? Los asesinos, condenados como si hubiese
sido un accidente de tránsito, y los gendarmes, absueltos y dispuestos a seguir
haciendo de las suyas. Lo único que lamento es que lo que no me han hecho
fuera, me lo hagan en la cárcel.
-
Seguro
que le dan enseguida la condicional -vaticino con optimismo-. Y su mujer y sus
hijos, entretanto, ¿cómo quedan?
-
Tenemos
familia y buenos amigos: No les faltará un cacho de pan y unas aceitunas.
Al despedirnos, le
entrego mi tarjeta, por si necesita de mi ayuda. Con el convencionalismo
de una persona bien educada, aparenta creer la sinceridad de mi ofrecimiento y
guarda el trozo de cartulina en el bolsillo.
4.
El fiscal que se comparaba a Pilatos[12]
Recogido de la
prensa de Tesalónica, a raíz de la celebración del juicio del caso Lambrakis,
que se desarrolló entre comienzos de octubre y fines de diciembre de 1966:
Entre los profesionales
del foro que hemos consultado, se resalta la elocuencia y libertad de criterio
que exhibe el fiscal del juicio, señor Delaportas; un comportamiento que dista
mucho del que, en vísperas de la muerte de Lambrakis, observó el fiscal jefe de
Salónica, Asimakopulos, quien no se tomó en serio las amenazas contra el
difunto diputado e hizo promesas de protección y asistencia, que estaba muy
lejos de pretender cumplir. ¡Y qué decir del fiscal general, Constantino
Kollias[13], que
interfirió en la actividad de investigación judicial, tratando de trasladar las
responsabilidades de la Gendarmería y la Policía al campo de lo puramente
administrativo! Con todo, es necesario recordar que el fiscal Delaportas asumió
la dirección acusatoria del caso cuando este estaba ya cerrada su fase sumarial.
Hasta entonces, un grupo selecto de fiscales de nuestra ciudad se enfrentó a la
indiferencia y el ocultismo generales, secundando brillantemente al juez de
instrucción Sartzetakis, verdadero protagonista de un esfuerzo titánico por
desvelar la verdad, que es posible tenga escasos efectos en la sentencia, por
más que los haya tenido -y muchos- en la política nacional de los últimos años.
Entre los fiscales
tesalónicos cuyos nombres deben ser recordados con admiración y gratitud, están
los de Nikos Athanasopoulos, Dimitrios Papantonios y Stilianos Butis, quienes
sucesivamente han ido resistiendo las presiones de poderosos enemigos de la
verdad, entre los cuales -debe decirse con justicia- no ha estado el fiscal
jefe de nuestro tribunal que, al percatarse de la magnitud del crimen que no
había intentado evitar, así como de las ilegalidades que los agentes del orden
parecían dispuestos a cometer para ocultar aquel, optó por delegar en sus subordinados la tarea de personarse en la investigación, manteniéndose
él al margen, sin que conste que haya entorpecido su labor ulterior…
La cooperación y
buena disposición en general de la fiscalía de Salónica ha quedado de manifiesto
en las palabras -sinceras y humildes, como siempre- del juez Sartzetakis, al
reconocer que nunca se había sentido solo profesionalmente, gracias al apoyo
recibido de los fiscales que han trabajado en la causa a su lado, y no solo de
Pavlos Delaportas, que ahora se encarga de defender ante el tribunal del jurado
una tesis acusatoria recortada y demasiado benigna, con la que, ni él, ni el
juez de instrucción han estado nunca de acuerdo... También en este punto se ha echado
de menos una investigación mucho más rápida del caso, pues es obvio que la
energía social y la coyuntura política no son iguales en estos momentos finales
de 1966 que lo habrían sido tres años atrás.
***
Pese a haberlo
intentado en repetidas ocasiones, no conseguí del señor Delaportas la
entrevista que le solicité para mi todavía nonato libro sobre el asunto
Lambrakis[14]. El
ilustre fiscal se remitió al informe que, en su día, había remitido al Consejo
de Apelación, en busca de una autorización amplia para proceder conforme a su
valoración de las pruebas existentes. En él, entre otras cosas, se decía:
Pavlos Delaportas
Desde el punto
de vista de los testimonios y diligencias policiales, pocas pruebas se han
aportado al sumario, y eso, gracias al esfuerzo sobrehumano y concienzudo del
instructor. Por miedo a la reacción de sus superiores, o por el de ser
directamente acusados, los agentes han mantenido hermético silencio, en la
línea de lo que cínicamente manifestó el general Mitsos al fiscal general: que
no podía pretenderse que la policía ayudara a la justicia en la clarificación
del crimen, cuando se la trataba de forma tan acusadora e injusta. Con todo,
desde las primeras investigaciones, valoradas con imparcialidad y experiencia
profesional, el juez instructor y todos los fiscales del caso concluyeron
unánimemente que los hechos afectantes al señor Lambrakis merecían la
consideración procesal de asesinato con premeditación, y los relativos al
diputado Tsarujas, la de lesiones graves intencionadas. Dicho se está que,
desde el viernes, 24 de mayo de 1963, habíamos rechazado totalmente la opinión
de la Policía, de un simple accidente de circulación con ulterior fuga del
culpable. Pero, tan pronto como circuló la valoración jurídica que dábamos a
los hechos, el fiscal general, Constantino Kollias, se constituyó en Salónica,
limitando en todo lo posible la investigación y las declaraciones, a fin de
aminorar las consecuencias y los daños políticos de lo sucedido.
Al citado informe,
Delaportas agregó una extensa valoración personal, que luego vertió
íntegramente en un libro aparecido en 1978, poco antes de su muerte[15].
El fiscal me escribía:
Pronto me
llegaron rumores y previsiones de que el Consejo de los Tribunales de Apelación
no aceptaría la tesis de complicidad en el homicidio por parte de los oficiales
superiores, ni tampoco llevar la acusación más allá de aquellos que ya hubiesen
sido procesados y, en su día, encarcelados por orden del juez de instrucción.
Ello me movió a ser muy severo en los términos verbales que me merecía esa
fórmula de dejar libertad para acusar a los peones y cerrar los ojos y los
oídos a la culpabilidad de quienes los organizaban y dirigían. Dejando a salvo
el respeto debido a los magistrados del Consejo, hice todo lo posible por acusar
de complicidad a todos los oficiales implicados, pero no obtuve otra
autorización que la de hacerlo por simple incumplimiento de su deber. Era una
forma de blanquear sus conductas a poca costa, pero todavía me esperaba el
golpe final: que el jurado emitiera respecto de ellos un veredicto de
inocencia, y que lo hiciese de una forma unánime, lo que me impedía recurrirlo.
Delaportas no quiso
entrar en detalles personales sobre la preparación y desarrollo de aquel juicio
agotador. La pequeña historia de los casos judiciales ha recogido frases y
momentos acertadísimos suyos, que ponen de manifiesto la verdad de aquel adagio
francés de que, en los procesos, la pluma es esclava, pero la palabra libre. Tales
dichos están al alcance de cualquiera. Solo querría añadir alguna nota más
íntima y personal, a través del testimonio de una hija del fiscal, cuando
recordaba las tensiones vividas en familia durante la preparación y celebración
del juicio del caso Lambrakis; las noches en vela y la constante comunicación
de su padre con Sartzetakis, mucho más joven y menos bregado que aquel[16].
Con todo, lo que más me llamó la atención fue cuando me vino a decir lo
siguiente:
Mi padre se
comportó durante el juicio con total accesibilidad y corrección, tanto con los
acusados y testigos, como con los muchos abogados defensores. Emanaba una
autoridad que movía a los letrados a cambiar impresiones con él y hasta es
posible que le consultasen algunas cuestiones. A todos atendía con cordialidad.
Quede esto bien de manifiesto, al lado de las frases incisivas y las palabras
vehementes y severas.
Como decimos en
español, lo cortés no quita lo valiente.
5.
Un proletario desclasado
Los periódicos y
las agencias de noticias se hicieron eco del final del juicio del caso
Lambrakis, el 27 de diciembre de 1966, y del veredicto y consiguiente
sentencia, elaborados y publicados en los tres días siguientes. Recojamos
algunos extractos:
… El juicio, si no
en su desarrollo, sí en sus dimensiones, ha estado acorde con la importancia del asunto que en él
se enjuiciaba: 32 acusados, asistidos por 29 abogados, 163 testigos, casi tres
meses de sesiones. Con todo, son muchos los que opinan que la parte más crucial
y difícil de la causa ya se había visto antes de levantar el telón al inicio de
la función; en concreto, cuando las responsabilidades jurídicas y
morales por el homicidio quedaron circunscritas a sus autores materiales,
excluyendo de antemano la implicación de oficiales y autoridades en la
inducción de los hechos y en la organización de los violentos desórdenes que,
con la lógica más aplastante, luego se abstuvieron de impedir y contener.
… El veredicto del
jurado rechazó por unanimidad las dos claves de la acusación del fiscal: Ni el
señor Lambrakis fue víctima de un asesinato premeditado, inducido por los
acusados Yosmas y Kapelonis y ejecutado por Gotzamanis y Emmanuelidis, ni los
jefes y agentes de la Policía y la Gendarmería actuaron o dejaron de hacerlo
incumpliendo sus deberes profesionales. En consecuencia, todas las autoridades
y funcionarios acusados han sido absueltos, como también los presuntos
inductores del supuesto asesinato.
¿Qué queda
entonces como materia condenable, en qué términos y con qué alcance?
La muerte del
diputado de la EDA queda rebajada a lesiones intencionadas con resultado no pretendido
de muerte, en la medida en que el conductor del motocarro lo lanzó dolosamente contra
Lambrakis, alcanzándolo violentamente y arrojándolo contra el suelo, siendo las
lesiones en la caída las determinantes de su fallecimiento. En consecuencia,
Emmanuelidis queda libre de la sospecha de que golpease al diputado con una
barra de hierro en la cabeza, sino que es condenado como mero cómplice o
colaborador de Gotzamanis, a quien acompañaba en el triciclo y cuyas
intenciones perversas conocía. Y Yosmas no se libra de una condena, por organizar
un grupo que se dedica con frecuencia a perturbar el orden público y realizar
actos violentos…
De los presuntos
agresores del diputado Tsarujas, solo es condenado por lesiones el acusado
Fokas… Finalmente, del numeroso conjunto de acusados que lo eran por alterar el
orden de forma violenta en la tarde de autos, son encontrados culpables seis de
ellos, en tanto que otros trece son absueltos por falta de pruebas.
Con base en el
veredicto del jurado, el tribunal de Derecho ha condenado a Spyros Gotzamanis a
once años de prisión; a Emmanuel Emmanuelidis, a ocho años y medio; a Christos
Fokas, a quince meses; a Xenophon Yosmas, a un año; y a otros cinco acusados
hallados culpables de alterar la paz ciudadana, a penas de prisión entre tres y
diez meses. De estas penas, se descontará el tiempo pasado en prisión
preventiva que, en el caso de los acusados Gotzamanis, Emmanuelidis y Yosmas
alcanza actualmente unos tres años y medio. Quiere decirse, por tanto, que
Yosmas será puesto inmediatamente en libertad.
… Se rumorea que
los reos Gotzamanis y Emmanuelidis cumplirán sus condenas en régimen de colonia
agrícola de trabajo. De ser así, supondría una notable reducción de las penas,
pues la redención por el trabajo implica que cada día de prisión reduciría en
dos el total de la condena.
… El hecho de que
los veredictos de inocencia y el que excluye la existencia de asesinato hayan
sido adoptados de forma unánime, impedirá, conforme a la ley, que el fiscal los
pueda recurrir. Ello explica que, lleno de indignación y de tristeza, haya
pronunciado ayer una de sus brillantes frases, tan frecuentes a lo largo del
juicio: Esta
sentencia no arroja más luz sobre el caso que la que daría una linterna a punto
de apagarse por falta de carga. En nuestra modesta opinión, el señor
Delaportas no ha estado acertado en su aseveración: La luz ha sido suficiente;
en ocasiones, brillante; en algún momento, cegadora. El problema es que muchos,
y muy importantes, se han tapado los ojos o, cuando menos, han mirado para otro
lado.
***
Por decisión de
indulto parcial del Gobierno, el señor Gotzamanis -último de los condenados por
el caso Lambrakis que seguía en prisión- fue puesto en libertad a finales de
noviembre de 1969. Tenía comprometida con él una entrevista[17]
para el momento en que saliera definitivamente de la cárcel, promesa que cumple
cuando lleva dos meses fuera.
En primera fila: Yosmas, Emmanuelidis
y Gotzamanis, de izquierda a derecha
-
Eche
usted cuentas -me dice- y verá que, entre la preventiva, los años en la prisión
y la redención por el trabajo, he cumplido nueve años y medio. Ahora vendrán
con que los Coroneles me han sacado a la calle a las primeras de cambio, pero,
si no me equivoco, están en el poder desde abril del 67; de modo que no se han
dado mucha prisa conmigo, que digamos.
-
Tal
vez le paguen de alguna otra forma, apunto con malicia.
-
¡Y
un cuerno! Lo único que he conseguido es que me renueven la licencia para hacer
portes con el ciclomotor. ¡Figúrese, más de seis años parado, cómo está el
pobre! Tendré que empeñarme y cargarme de plazos para comprar otro, como me
pasó la primera vez. Además, me dicen que ahora ya no se llevan esos vehículos,
que ni piezas de recambio hay para ellos…
-
Ya
sé todo eso, Spyros -le corto la perorata-, como también que era el mejor
conductor de kamikaze de Tesalónica. Pero lo que me importa de usted es
cómo un simple obrero, en vez de sindicarse y ser de izquierdas, ha estado toda
su vida apoyando a organizaciones de derechas o fascistas: a Metaxas[18],
a la EON[19] durante
la ocupación alemana y, finalmente, en la Resistencia Nacional de Yosmas,
que solo sabía hablar de anticomunismo, cristianismo y conciencia helénica,
pero que fue y es más fascista que Hitler.
-
Es
que esas son mis creencias y por ellas he estado siempre dispuesto a luchar y repartir
estopa cuando se ha terciado, como en el funesto día de Lambrakis, que tanta
desgracia ha hecho caer sobre mí…
-
Pues
anda, que sobre él…
-
Digan
lo que quieran, nadie habló de matarlo, ni yo me lo propuse. Solo se trataba de
darle un escarmiento por la forma con que había tratado a la reina y la
insistencia en que nos saliéramos de la OTAN. Pero no diré ni una palabra más
sobre el asunto, que luego ustedes, los periodistas, lo fastidian todo.
-
Hábleme
entonces de su pariente Emmanuelidis[20]
y del gran misterio del caso: ¿Le atizó o no le atizó a Lambrakis con una barra
de hierro en la cabeza?
-
No
seré yo quien hable por él, que siempre lo ha negado; pero contésteme a esta pregunta:
¿Para qué iba él en el triciclo, como mero espectador?
-
Se
dijo que para ayudarle a usted a hacer la carga de los ataúdes que tenía el
encargo de transportar.
Spyros se sonríe y
solo replica con sorna: Puede.
Aunque se muestre tan reticente,
decido preguntarle sobre un tema que levantó ampollas en el juicio:
-
Se
ha dicho que el triciclo no era suyo, sino de la Gendarmería, que es quien lo
tenía registrado a su nombre.
Se indigna. Se ve
que le he tocado una fibra sensible:
-
¡Eso
es una memez! ¿Quién puede creer que los gendarmes compren un motocarro para
dedicarlo al transporte público de mercancías?
-
No
se excite -le ruego- y acláreme de quién era ese conflictivo vehículo.
-
¡Mío
naturalmente! La patente de circulación está a mi nombre y mi buen dinero, y
tiempo, que me llevó pagarlo… Además -agrega exultante-, tengo un argumento indiscutible
a mi favor: Al acabar el juicio, aunque resulté condenado, el tribunal ordenó
que se me devolviera el kamikaze, como así se hizo.
Esta vez, el que
se indigna soy yo:
-
¡Es
el colmo! Eso es lo que se hace con los vehículos cuando hay un accidente de
circulación, pero resulta que, en su caso, la sentencia afirmaba que usted
había querido herir al diputado, como efectivamente lo hizo, ¡y de qué modo!
Según eso, el triciclo era el arma del crimen y, como tal, debió ser
decomisado.
No es tonto
Spyros. Se levanta y, dando por concluida la entrevista, me dice:
-
Por
lo que se ve, este asunto sigue teniendo muchos puntos oscuros, pero no seré yo
quien abra la boca para iluminarlos, por si acaso… Todavía tengo cuarenta y un
años, una familia… y un motocarro antediluviano. No es mucho, pero sí lo
suficiente para volver a empezar.
6.
El misterio de Emmanuelidis
Hubo que esperar a
la caída del Régimen de los Coroneles y a la restauración de la democracia en
Grecia para descubrir que, si la justicia judicial había sido benigna para con
los acusados del caso Lambrakis, la ulterior injusticia gubernamental fue
inflexible, y hasta criminal, con quienes habían intervenido en dicha causa de
manera poco grata para quienes se enseñorearon del País helénico entre 1967 y
1974. Una lista de delitos y de arbitrariedades que probablemente ya había
empezado, de manera más larvada, antes del juicio, pues se calcula que no menos
de siete testigos y profesionales fallecieron de muerte no natural antes
de que pudieran declarar contra los acusados. Siendo tantos los testigos y
otros implicados en la causa -no menos de doscientos- y habiendo tardado más de
tres años en celebrarse el juicio, quizá el dato no sea estadísticamente
llamativo, mas ahí queda para debida constancia. Pero vamos con los damnificados
posteriores a abril de 1967, momento en que los Coroneles dieron el golpe
de Estado triunfante en Grecia:
En mayo de 1968,
el diputado Tsarujas, que había salido con vida de los incidentes previos a la
muerte de Lambrakis, fue torturado hasta la muerte en el cuartel ateniense de
la EAT-ESA[21], unidad
militar de investigación famosa a la sazón por la frecuencia y rigurosidad de
sus prácticas de tortura.
El Gobierno griego
ordenó, en 1967, al juez Sartzetakis que abandonase sus estudios becados en
París y regresara a la patria. Así lo hizo el reclamado, para recibir de parte
de la Policía Militar un trato muy severo, siendo interrogado y torturado, al
menos, dos veces, y recluido un año en prisión sin apertura de causa criminal,
que habrían sido más sin la presión internacional, que logró su salida de la
cárcel en noviembre de 1971.
En mayo de 1968,
el juez Sartzetakis, el fiscal Delaportas y otros veintinueve magistrados
conocidos por su escasa simpatía por los valores y métodos del Gobierno fueron suspendidos
en el ejercicio de sus funciones. Por el contrario, el general Mitsos y el
coronel Kamutsis, que habían solicitado su pase a la reserva a raíz de su
implicación judicial en el caso Lambrakis, fueron repuestos en el servicio
activo. Por cierto, en 1975, Kamutsis -como se sabe, absuelto en el citado
juicio- fue condenado a una pena de dos años de prisión, precisamente por haberse
probado de manera flagrante que organizaba grupos de agentes provocadores de
tumultos.
El prestigioso
médico forense Dimitrios Rovithis, y otros facultativos que habían informado en
el sentido de que las lesiones mortales de Lambrakis no podían ser fruto de una
caída, sino de un golpe directo al cráneo con un objeto contundente, perdieron
su trabajo y títulos académicos, por las pintorescas razones de que habían perdido el sentido de la
responsabilidad social y habían fallado a la hora de mantener un elevado
comportamiento nacionalista.
A raíz del golpe
de Estado, Delaportas y sus otros compañeros fiscales, que habían obrado en el
caso Lambrakis con objetividad e independencia, fueron víctimas de destierro
administrativo en la isla de Yaros, del archipiélago de las Cícladas, cuya
superficie es de 27 kilómetros cuadrados y es conocida por su aridez. Técnicamente,
se dice que es una isla despoblada, pero pudo ponerse en duda ese epíteto en
tiempos de los Coroneles y otros similares dado que, entre 1948 y 1974, pasaron
por allí unos 22.000 disidentes políticos de izquierdas.
El señor Aspiotis,
el agente de tráfico que desbarató la huida y ocultación de Gotzamanis a raíz
de los hechos, fue trasladado forzoso a la región de Élida, en el Peloponeso
noroccidental, cuya capital, Pyrgos, dista de Tesalónica por carretera unos 564
kilómetros.
Los principales
testigos de cargo, Jatziapostolos y Sotirchopulos, que en juicio habían hecho
la manifestación de que el coronel Kamutsis había querido comprar su silencio o
retractación con medio millón de dracmas, fueron condenados por calumnias, a
instancia del vilipendiado, a dos años de prisión cada uno.
Los tres
periodistas que más se destacaron en la investigación y divulgación del caso
Lambrakis, fueron también objeto de la atención de los Coroneles: Vultepsis, a
quien retiraron el carné para dedicarse a su profesión, tuvo la perspicacia de
exiliarse en Roma. Sus colegas, Bertsos y Romaios, menos rápidos, pasaron en la
cárcel algunos periodos, sin que se les abriese causa criminal. Al menos,
tuvieron ilustres compañeros de encierro: Sartzetakis, en el caso de Romaios, y
Bertsos estuvo acompañado por Gotzamanis y Emmanuelidis.
Los susodichos Gotzamanis y Emmanuelidis recibieron de la Junta de Gobierno el indulto parcial de sus
condenas, antes de haber cumplido las mismas.
Durante el
gobierno de Yorgos Papandreu, en 1965, aprovechando la apertura política e
informativa que supuso, el citado periodista, Yorgos Bertsos, realizó y publicó
indagaciones, apuntando a Yorgos Yorgalas -ideólogo y portavoz oficioso de la ulterior
Junta Militar que dio el golpe de Estado en 1967- como el verdadero adquirente
y titular del triciclo que conducía Kotzamanis. Apenas los Coroneles llegaron
al poder, Yorgalas se querelló por calumnias contra Bertsos, que fue condenado
por ello a tres años de prisión.
El compositor
Mikis Theodorakis, admirador de Lambrakis, su sucesor como diputado por El Pireo
y presidente de los Círculos Juveniles Lambrakis, fue llevado a la cárcel y, tras
una larga huelga de hambre, fue desterrado con su mujer y sus dos hijos, al
pueblo de Zatuna, en la Arcadia; posteriormente fue recluido en el campo de
concentración de Oropos. Tras un movimiento de solidaridad de grandes artistas
de todo el mundo, el Gobierno le autorizó a exiliarse, haciéndolo en París,
ciudad a la que llegó en abril de 1970.
Etcétera,
etcétera.
***
Si Kotzamanis es
hombre de pocas palabras, su compañero Emmanuelidis habla por los codos,
aunque, en mi opinión, diga poco concreto y verdadero. Está empeñado en probar
su inocencia en el asunto Lambrakis, más allá -incluso- de lo que llegó la
sentencia del caso[22].
-
Ya
sé -comienza afirmando- que mis antecedentes penales no me benefician, pero soy
un hombre de principios patrióticos y que sabe muy bien de lo que habla. No en
vano era confidente de la Policía en Tesalónica, cuando lo de Lambrakis.
Precisamente poco antes había formado parte del servicio de orden para la
visita del presidente francés, De Gaulle, pues contaba con la confianza de las
autoridades.
-
¿Era
un confidente ordinario de la Policía, o de sus servicios especiales en materia
política?
-
Lo
segundo. De hecho, la persona con la que otros muchos y yo teníamos la mayor
relación era con el teniente Katsulis[23]
quien, como sin duda sabe, era el jefe de la oficina o unidad anticomunista de
la Gendarmería en Salónica. Él fue quien, en la mañana del 22 de mayo de 1963,
nos reunió a unos doscientos colaboradores, para que calentásemos el
ambiente por la tarde, y nos dijo textualmente: El objetivo es Lambrakis. Incluso,
aquella tarde, aunque no estaba de servicio, anduvo por allí dirigiendo la
contra-manifestación.
-
Un
poco tarde para contar todo eso.
Emmanuelidis conducido a los juzgados
de Tesalónica (junio de 1963)
-
Mucho
de lo que ahora le digo figuraba en el sumario y, si no se investigó, fue
porque alguien muy importante lo impidió. Lo que me llama más la atención es
que, a fin de cuentas, Katsulis era un simple teniente: Sería que cumplía una
misión muy importante, o que estaba más propenso a cantar que los que,
como mi amigo Spyros, no se atrevieron a ello.
-
Yo
creo, Manolis, que no han hecho mucho caso de usted porque parte de la
afirmación, absolutamente increíble, de que Lambrakis murió por la acción de
otras personas, que no fueron Gotzamanis y usted…
-
Déjeme
acabar primero con lo de Katsulis. Cuando yo ya había cumplido mi pena, al
cambiar el Gobierno en 1975, quise ajustar cuentas con el teniente y
dirigí un escrito al Tribunal Supremo, diciendo que yo conocía quién había
estado detrás de la muerte de Lambrakis y que estaba dispuesto a contar cuanto
sabía. Según mi abogada, los magistrados del Supremo dijeron que no reabrirían
la causa, si no les decía el nombre de los autores, porque ya estaban hartos de
que se dieran vueltas al tema de quién estaba detrás de ellos, o los había mandado
hacerlo…
-
Y eso era, precisamente, lo que usted ignoraba,
entre otras cosas, porque Katsulis no les dio expresamente orden de matar al
diputado.
-
No
con esas palabras, pero no dude usted que muchos de los que le oyeron fue lo
que entendieron o, por lo menos, que no le importaría mucho que Lambrakis
acabase aquella tarde en el depósito. En fin, si me deja seguir, le voy a explicar
cómo interpreto yo lo que pasó entonces.
Emmanuelides
enciende un cigarrillo y me hace las siguientes reflexiones concatenadas:
-
Primero:
El papel del motocarro y, por tanto, de Spyros y mío, fue el de aparentar que
Lambrakis moría por un accidente de circulación. Tenía el kamikaze
aparcado allí mismo; en su momento le abrieron el paso de la calle y arrancó a
la mayor velocidad posible. Pero le juro que, cuando atravesamos la plaza, el
diputado ya estaba tirado en el suelo; de modo que el triciclo ni siquiera lo
golpeó; solo le pasó por encima, y ya sabe que esos trastos de vacío pesan poco.
Segundo: Creo que eligieron a Spyros
porque era un as manejando el motocarro, el mejor de toda Salónica. Yo, hasta
entonces, era uno de tantos que pretendía reventar el acto pacifista y no sé
cómo se me ocurriría montarme en la caja del triciclo; fue un pronto, quizá
para quitar de delante estorbos y que mi amigo pudiese huir sin ser
detenido, pues fueron varios los comunistas que trataron de parar el vehículo,
y ya sabe que el maldito Tigre acabó consiguiéndolo -¡a ese sí que le di
estopa con la porra que llevaba!-.
Y tercero: En consecuencia, Katsulis
y los demás ya tenían buscados a los tipos que le atizaron en la cabeza a
Lambrakis, antes y después de su mitin. Actuaron tan aprisa que se confundió su
acción con la del motocarro: en eso consiguieron su objetivo. Lo que falló es
que acabasen deteniéndonos a Spyros y a mí: De esa forma, se esfumó la teoría
del simple accidente de circulación y la muerte de Lambrakis fue un escándalo,
del que todos los demás salieron bien librados, a costa solo de tres idiotas:
El presidente Karamanlis, que perdió su puesto y tuvo que exiliarse, y Spyros y
yo, que quedamos como criminales y nos pasamos una buena temporada en la cárcel.
-
Pero
luego los indultaron.
-
Lo
que es a mí, llegaron tarde: ocho años y diez días llevaba cumplidos; así que
me perdonaron solo ciento setenta días. Ya ve qué regalo para una persona que,
según se ha dicho, era uña y carne con los servicios secretos.
Parece indignarse, in crescendo:
-
¡Los
peces gordos tuvieron dinero, casas, cargos bien pagados! Yo, al salir de la
cárcel, me he encontrado sin una dracma. ¡Hasta un puestecito de vendedor en la
zona del puerto me han negado! Para poder fumar, tengo casi que mendigarlo. Y
estoy enfermo, pese a lo joven que soy: el corazón, ¿sabe usted?[24]
¿Es este el tren de vida de un asesino a sueldo, por encargo de la Policía?
Me encojo de hombros pues desconozco la
respuesta para esa pregunta. Hago un gesto al camarero y le pido que nos traiga
un paquete de cigarrillos. Se lo entrego a Manolis, no sin advertirle en plan
paternal:
-
Dicen
que el corazón delicado y el tabaco no hacen buena pareja.
-
Descuide,
me replica. No hay mejor consejero que la pobreza.
Lambrakis (de pie) en el Club Sindical, la
tarde de su muerte
[1]
Sobre tales razones, véase, Evi Gkotzaridis (2017) “Who Really Rules this
Country?” Collusion between State and Deep State in Post–Civil War Greece and
the Murder of Independent MP Grigorios Lambrakis, 1958–1963, Diplomacy
& Statecraft, 28:4, 646-673. El artículo es accesible por Internet.
[2] En
realidad, tales detenciones se produjeron algo más tarde, el 14 de septiembre
de 1963.
[3]
Esta entrevista imaginaria se
corresponde con ideas y palabras de la extensa declaración prestada por el
general Mitsos ante el juez instructor Sartzetakis en la investigación sumarial
del caso. Está ampliamente recogida en: Vassilis Vassilikos, Z, traducción
española de Aurora Bernárdez, Ediciones Orbis, Barcelona, 1987, pp. 205-206 y
209-222.
[4] En concreto, la versión musical de Serguei
Prokofief.
[5] Alusión al famoso caso de espionaje militar de
la práctica judicial francesa, debatido y juzgado entre 1894 y 1906. El capitán
Dreyfus era de estirpe judía.
[6] En realidad, Secretario de Estado, pues
Justicia no alcanzó el grado de departamento ministerial en Grecia hasta 1974.
[7] Los hechos y la perspectiva del juez están
tomados primordialmente del libro de Vassilis Vassilikos, Z, citado en
la nota 3, pp. 165-167, 183-185, 199-201, 228-230, 232 y 274.
[8] Sartzetakis
nació en el año 1929. Cuando el atentado contra Lambrakis, acababa de cumplir
34 años de edad. Falleció en febrero de 1922, a los pocos meses de concluido este relato. Descanse en paz.
[9]
Si yo hubiera sido vidente, podría haber dado al señor Sartzetakis una gran
alegría pues, después de diversos avatares negativos durante la Dictadura de
los Coroneles (1967-1974), fue rehabilitado, honrado como merecía y, entre
1985 y 1990, alcanzó la Presidencia de la República Helénica. Así que,
Lambrakis siguió ganando batallas mucho tiempo después de muerto.
[10] Los términos de esta entrevista imaginaria se
corresponden con lo relatado en el libro citado en las notas 3 y 7, pp. 80-83,
87-89, 167, 168, 197 a 199, 239-242, 246-251 y 253-262.
[11] El Tigre se refiere seguramente a un
incidente en la Cámara, en el curso del cual Lambrakis golpeó a otro diputado,
que resultó malparado, pues aquel era un hombre corpulento y fuerte.
[12]
La rúbrica de este capítulo se basa en
el curioso, y modesto, título de uno de los libros autobiográficos escritos por
Pavlos G. Delaportas: To someiomatario einos Pilatou (el original figura
en caracteres griegos), edit. Themelia, Atenas, 1978. Dicho título podría
traducirse como El cuaderno de notas de un Pilatos.
[13]
Constantino Kollias (1901-1998), que sería primer ministro de Grecia durante
unos meses de 1967, durante los primeros tiempos de la dictadura de los
coroneles. Su decisiva defensa de que los oficiales de la Gendarmería y de
la Policía no fueran acusados de complicidad en un homicidio recibió el pleno
beneplácito del Secretario de Estado de Justicia del momento, Basileios
Sakellarios, así como del presidente del tribunal enjuiciador, Ioannis Grafanakis.
[14]
Los documentos y expresiones que siguen se ajustan con precisión a las del
auténtico señor Delaportas y a las de su hija, Katerina.
[15] Me
refiero a la obra citada en la nota 12. Delaportas, nacido en 1905, falleció en
1980.
[16]
Christos Sartzetakis nació en Tesalónica en 1929. Cuando escribo estas líneas
(septiembre de 2021) sigue felizmente con vida.
[17]
Esta imaginaria entrevista está basada
en las reseñas biográficas de Spyros Gkotzamanis (1928-1993), en entrevistas
reales -al menos, intentadas- con el susodicho reo y en las constantes citas al
mismo -con el nombre encubierto de Yangos- en el libro de Vassilis
Vassilikos, Z, citado en la nota 3.
[18]
Alusión a Ioannis Metaxas (1871-1941), militar y político griego, dictador del
país entre 1936 y 1941, populista y nacionalista.
[19]
Siglas de Organización Nacional de la Juventud, nacida en la dictadura
de Metaxas y continuada, como organización resistente contra los ocupantes
alemanes, bajo la dirección de Lukia Metaxas, hija del dictador.
[20]
Se afirma esa relación entre uno y otro, con la ambigua denominación de primos.
[21] Las
siglas corresponden, en griego, a la Sección Especial de Investigación de la
Policía Militar.
[22]
Emmanuil (Manolis) Emmanuelidis (c. 1938-2001) es repetidamente citado en el
libro de Vassilis Vassilikos citado en la nota 3, con el nombre imaginario de Vangos.
Sobre este material y breves notas biográficas se construye mi imaginaria
entrevista, enriquecida de manera muy importante por lo recogido en Internet en
el año 2003, bajo los auspicios de la Agencia de Noticias de Macedonia, con el título (traducido al español) de El caso Lambrakis, 40 años después.
En realidad, el material procede de una entrevista realizada a Emmanuelidis
en 1993, que fue muy fragmentariamente publicada entonces en periódico Protoi
de Atenas.
[23]
Dimitrios Katsulis jugaría luego un papel de confianza para los Coroneles.
Llegado el momento del cambio de Régimen, en 1975 se retiró con el rango de
mayor (comandante), sin que fuera inquietado.
[24]
En efecto, fue la cardiopatía lo que acabó con la vida de Emmanuelidis, en mayo
de 2001, con unos 73 años de edad. Vivía entonces de una parva pensión de la
OGA, un fondo de socorros y salud para agricultores -ignoro la relación
de Emmanuelidis con el trabajo del campo-.