La vida nueva de
Pedro Bala
Por Federico Bello
Landrove
Capitanes de la
arena[1] es probablemente la novela más famosa de la
primera época del literato brasileño Jorge Amado[2]. Pedro Bala es, dentro de esa novela
coral, el personaje más destacado. Amado
lo acompaña hasta que, con unos veinte años de edad, se convierte en un
destacado activista obrero. Ahí acaba el libro pero Pedro Bala sigue. ¿Cómo
sigue? He aquí uno de los caminos que bien pudo recorrer.
1. Reanudando lazos
Carta que, con membrete
del hotel Copacabana Palace, remitió
el señor Lourenço Valla al muy ilustre doutor Jorge Leal Amado de Faria, la
cual llegó a su destinatario en Praga por conducto de la Embajada de la
República Argentina en la capital de Checoslovaquia:
Rio de Janeiro, a 14 de marzo de 1952.
Estimado escritor, divulgador de mis
juveniles hazañas:
Creo que por estas fechas se cumple el
quinceno aniversario de la publicación de esa -para mí- malhadada novela suya,
que hizo fijar en mi persona la atención preferente de toda la Policía
varguista, hasta el punto de tener que exiliarme en los días en que su libro
recibía la más cálida y luminosa acogida por parte de la DOPS[3]. Ya
sé que la vida de usted tampoco era
amable por aquel tiempo. En lo que a mí respecta, pasé a Buenos Aires escondido
en un carguero y, aprovechando mi experiencia en los muelles de Bahia, me
empleé como estibador. A partir de ahí, trabajando mucho, estudiando bastante y
destacándome lo menos posible entre mis compañeros, logré comprar una casita en
el barrio de la Boca y formar una familia, casándome con una pibita de familia italiana, para lo que ayudó mucho
el que mi padre hubiese sido un emigrante piamontés que, a falta de otras
cosas, me legó un ilustre apellido, que usted convirtió -seguramente por
disimular mi identidad- en algo entre dulce y peligroso[4].
No
le cansaré contándole mi vida. Baste con consignar que, habiendo abandonado la
práctica comunista desde mi expatriación, rechacé también la teoría a partir
del momento en que se firmó el pacto nazi-soviético[5].
Entre paréntesis, ya veo que usted sigue
firme en sus convicciones: de otro modo, no le habrían concedido el Premio
Stalin de la Paz el año pasado. Yo tengo menor
constancia: ahora soy miembro destacado del Partido Justicialista del
Presidente Perón[6].
Y aquí hemos llegado al motivo por el que
he decidido romper mi silencio de tantos años: para pedirle un favor que paso a
justificar de una forma reservada, la cual explica que le haya llegado esta
carta por medio de la valija diplomática argentina. La verdad, por muy premio
Stalin que usted sea, no me fío de la
censura que puedan ejercer las Autoridades de ahí con el correo procedente del
extranjero.
Por unas u otras razones, me encuentro en
Rio formando parte de la delegación argentina que está negociando con el Brasil
un Acuerdo General de Comercio. Después de tantos años ausente de la Patria
-aunque yo tenga nacionalidad argentina, sigo considerándome brasileño-, o
haciendo alguna visita rápida todavía con miedo, tengo ahora la posibilidad de
pasar aquí varios meses, pues las negociaciones prometen ser largas y
complejas. Ni que decir tiene que intentaré localizar a mis antiguos compañeros
del trapiche de Salvador, que usted también convirtió en
personajes de su relato; si lo logro, le pondré unas letras para informarle de
su vida y milagros…, aunque espero que no se le ocurra aprovecharlo para una
segunda parte del libro.
A propósito del libro, quiero pedirle ya el favor al que antes aludía. Se trata de que me
envíe un ejemplar del mismo dedicado a una persona muy especial, que usted
debió de conocer en la Facultad Nacional de Derecho, aunque solo fuera de vista
u oídas, dada su notoriedad. Se trata de la señora Alzira Vargas -ahora de
Amaral Peixoto-, hija y colaboradora del Presidente Vargas. El pasado día 10, la Prefectura de Rio nos dio a los
argentinos una recepción en el
palacio de Guanabara, a la que asistieron también el Gobernador Peixoto y
Alzira, su mujer. Al saludarla y constatar ella que le hablaba en perfecto
portugués, le hice saber que había nacido en el estado de Bahia y -presumido
incorregible- que era amigo de Amado, el escritor. Se mostró encantada, me hizo
saber su admiración por sus obras y lamentó que se hubiera mantenido fuera del
Brasil, aunque ninguna razón objetiva había ya para ello. Le pregunté cuál era
su novela favorita y, cosa muy natural, me confesó que Capitães da areia. Lógicamente,
no seguí sincerándome, ni osé confesarle que su seguro servidor era el mismísimo
Pedro Bala, pero sí le hice saber mi ilusión e interés por tener una entrevista
en privado con su padre. Como yo no quería ser más explícito -en esos actos
todo el mundo tiene los oídos muy atentos y aguzados-, no logré de su parte más
que una vaga respuesta de compromiso. Estoy seguro de que, si vuelvo a verla
llevándole un ejemplar de su obra favorita dedicado por el autor, se me abrirán
las puertas del Catete[7]. Así que, abusando de su posible gentileza,
adjunto a la presente uno de los tres Capitães
de la edición de 1937 que conservo -aunque mejor sería decir dos y medio- y, si a bien lo tiene, me lo devuelve por
correo, una vez dedicado. No sé por qué tengo confianza en que aceptará mi
ruego, sobre todo, cuando le diga el motivo principal de desear ver a solas al doutor
Getúlio. Es el siguiente:
Conozco interioridades sobre la situación
en Argentina que no creo sepa el Presidente Vargas, las cuales podrían
condicionar algunas de sus decisiones, no solo en el terreno de las
negociaciones comerciales, sino de las relaciones diplomáticas entre los dos
Países. No sé lo que pensará usted pero yo, más allá de la poca simpatía que me
merece Vargas -por más que esté velhinho[8] y se le hayan embotado un tanto uñas y
dientes-, no querría que engañasen al líder de mi País natal, con las lógicas
consecuencias para toda la Nación.
Si tuviere la bondad de contestarme, le
ruego entregue la misiva al funcionario de la embajada argentina, Sr. Amadeo
Caniggia, en quien tengo total confianza sobre su fidelidad y discreción.
Concluyo agradeciendo su atención y
deseándole toda clase de venturas, así como a su esposa e hijos.
Le saluda con todo afecto y respeto su vástago literario,
Lourenço Valla.
***
A esta carta, el
famoso novelista contestó casi a vuelta de correo, en los siguientes términos:
Praga, 28 de marzo de 1952.
Mi querido Lourenço:
No sabes lo extraño que se me hace
llamarte así. Ya tenía casi olvidado tu verdadero nombre, a fuerza de repetir
el que inventé para no delatarte. La verdad es que tu padre debió ser un hombre
culto y ambicioso, para llamar a su hijo como el más famoso de los humanistas
italianos del siglo XV [9]. Me ha alegrado mucho saber de ti, en particular porque te sonríe la
fortuna, después de tantos momentos difíciles. ¡Nada menos que metido en
avatares diplomáticos! Por cierto, yo tampoco soy ajeno a esos manejos de gente
importante, lo que te demuestro enviando esta carta también por valija, solo
que checoslovaca, como corresponde a un comunista laureado por Stalin, a quien
por cierto le corresponde el título de viejo aún más que a
Vargas[10], aunque en su caso uñas y dientes parecen
estar todavía bien afilados.
¡Claro que me acuerdo de Alzira! Aunque
estudiaba unos cursos por detrás de mí, recuerdo a una jovencita morena, menuda,
de melena corta y agradable sonrisa, rodeada de amigos y de policías más o menos disimulados. Le he guardado siempre respeto
por la ayuda que, en la medida de lo posible, dispensó a algunos profesores
nuestros no fascistas como, por ejemplo, al penalista Nelson Hungria[11],
lo que le valió no pocas críticas, a
pesar de su apellido. Así que, sin dudar, he estampado en el libro una
afectuosa dedicatoria. Espero que ella te lleve ante su padre, para que puedas
cumplir la misión que te has fijado. No seré yo quien te loe o te censure: he
recorrido tantas tierras, que conceptos como patria, traición o nacionalidad
tienen para mí un valor muy relativo.
No me dices cuántos hijos tienes. No sé si
sabes que se me murió de catorce años la hija que tuve de mi primera mujer.
Ahora estoy casado con una escritora y
tengo un niño y una niña, de cinco y un año respectivamente. Entre unas cosas y
otras, puedo decirte que estoy muy entretenido.
Si por ventura encuentras a algunos de tus
compañeros de malandragem[12], harás muy bien en tomarte con ellos una
botella de cachaça[13] y brindar a mi salud, ya que por desgracia
yo no podré acompañaros. Tiene razón Alzira: podría volver a mis orígenes pero,
por ahora, no me encuentro preparado[14]. Me conformaré con que me des razón de tus
antiguos camaradas, por puro afecto y curiosidad. No has de temer que escriba
una segunda parte de vuestra historia que, a juzgar por tus progresos, tendría
que llamarse Coronéis do Copacabana Palace[15].
Te desea lo mejor y envía un fuerte abrazo
tu progenitor literario,
Jorge Amado.
2. De libros y recuerdos
En el ínterin,
mientras recibía contestación de Amado, inicié mis pesquisas para encontrar a
los compadres de andanzas de mi adolescencia. En el gran hall del hotel estaban a disposición de los huéspedes todos los
periódicos de Rio, además de muchos de otros estados y del extranjero. Hojeando
A Verdade, me topé con una caricatura
de Aranha[16],
firmada por un tal Professor, y al
punto comprendí que tenía que tratarse del colega a quien todos conocíamos por
ese apodo, ya famoso en nuestros tiempos bahianos por su habilidad para los
retratos a lápiz, con los que sacaba un sustancioso sobresueldo[17].
Llamé al susodicho diario y me informaron de que su colaborador gráfico se
dejaba caer por la redacción sin fecha ni hora fijas, dejaba sus dibujos y
marchaba acto seguido; que, si quería conectar con él, era preferible hacerlo
en el estudio fotográfico que regentaba en la rua Mena Barreto, en el barrio de Botafogo. Llamé por teléfono
identificándome como Lourenço Baiano y pedí cita para hacerme un retrato,
insistiendo en que me atendiera el caricato conocido por el Profesor. Una voz
femenina me preguntó:
-
¿Quiere
el retrato pictórico o fotográfico? Se lo digo porque el Profesor solo se
dedica al primero. La fotografía corre a cargo de sus colaboradores.
En vista de ello,
pedí ser retratado en pintura y me dieron hora para el posado. Debían de irle
bien las cosas, porque la demora fue de diez días. Y, aunque entre tanto fue mi
entrevista con Alzira Vargas, continuaré el relato, evitando digresiones.
El estudio del
Profesor no confirmó mis pronósticos de buena fortuna. Se ubicaba en una
pequeña casa de dos plantas, enjalbegada de amarillo chillón, sin otro ornato que
un airoso remate curvo de la cornisa, con relieve de jarrón de rosas en el
tímpano. En la planta baja, de vanos severamente enrejados, se hallaba el
estudio fotográfico, con las típicas muestras de niños, parejas o paisajes, ostentosamente
enmarcadas y, al fondo, el estudio propiamente dicho, con sus columnas de
escayola, jarrones de flores artificiales y solemne sillón con fondo de
arquitectura pintada sobre un lienzo. Una escalera de caracol llevaba a la
planta alta, que ocupaban un estudio de pintor y la mínima vivienda, cuyas
traseras daban a una pequeña terraza, a la que se abría la pared encristalada
de aquél para alcanzar la luminosidad precisa.
Me atendió en
principio un chiquillo que, de no haber pasado tantos años, habría dicho que
era el propio João José que yo había conocido[18].
Enterado de que no quería fotografiarme, sino posar para un retrato artístico, me informó de que el Profesor ofrecía sus servicios en las
más variadas técnicas: pluma, carboncillo, pastel, sanguina, acuarela…, al
tiempo que me mostraba ejemplos de cada una, en verdad, de buena técnica. Para
quitármelo de encima y que me llevara hasta su padre, escogí al tuntún la de
carboncillo que, por otra parte, prometía ser de las más rápidas. Por si acaso
no estaba conforme con la tarifa, me indicó que serían cien cruzeiros, en lo que convine sin
regatear. Solo entonces me invitó a sentarme, mientras desaparecía de mi vista
escaleras arriba para avisar a su padre. Momentos después, reapareció sonriente
y dijo:
-
El
señor puede subir. El Profesor lo espera.
Mentalmente,
repliqué:
-
Ya
lo creo. Lleva esperándome la broma de veinte años.
***
De la primera carta
que Lourenço escribió a Jorge Amado para contarle la vida y andanzas de los
chicos que había inmortalizado en su novela, Capitanes de la arena:
Le costaría trabajo reconocerlo, si se lo
tropezara en la calle. Siguió creciendo, hasta alcanzar el metro y ochenta y
cinco centímetros. Su cabellera, tan crespa y poblada como antaño, manifiesta
la misma rebeldía, pero ha encanecido casi por completo. Su débil musculatura
se niega a sostener tan largo esqueleto, que se curva bajo el peso de una
obesidad incipiente. La prominente barriga casi le impide abrochar la
guayabera. Los ojos, con su triste mirar de siempre, se insinúan al fondo de
unas cuencas ojerosas, sombreadas por cejas pobladas e hirsutas. Jadea al
respirar y se diría que una visita al dentista favorecería mucho su capacidad
de vocalizar. En verdad, señor Amado, miedo me da mirarme en el espejo de este buen
amigo de mi niñez; bueno para muchas cosas que en aquel tiempo todavía no
sabíamos valorar con justicia: la previsión, la fantasía, la cultura; a nuestro
nivel, por supuesto …
Él, en cambio, me identificó al punto y,
pasado el primer momento de asombro, se mostró muy contento de verme. Mientras
me hacía el retrato, fue desgranando recuerdos y comunicándome vivencias. Está
casado con una buena mujer, que le ayuda con el taller fotográfico y completa
la economía familiar peinando por las casas. Tienen tres hijos: el chiquillo
que me atendió, que ya dejó la escuela y colabora en el negocio familiar, y
otros dos más pequeños, que aún van al colegio. Nuestro João José se va defendiendo con los retratos y las caricaturas, aunque no
haya llenado las expectativas de aquél buen señor que lo sacó de las
malandanzas, facilitándole el estudio de Bellas Artes. Le traje a colación su
involuntaria presencia en el libro de usted que, como buen lector que sigue
siendo, conocía de sobra. Parece que no le ha servido de mucho. El señor Amado -me dijo textualmente- no es una buena recomendación por ahora. Yo
no me atrevo a confesar que soy uno de sus Capitanes. Pero, si le escribes,
dile que cuenta con mi respeto y admiración…, y que vea de poner en sus obras
futuras menos realismo socialista y más fantasía. Aunque demasiado fantástico
se mostró en el libro, cuando hizo de mí un pintor de éxito, lo que nunca he
sido, por falta de suerte o por exceso de bebida. Tal cual.
Hace mucho tiempo que no ha vuelto por
Salvador, lo menos quince años, salvo para el entierro de su benefactor. Me
indica que quien puede saber más de los otros chicos es el padre José Pedro, que está ya muy viejo y se ha acogido a una
residencia para sacerdotes ancianos que hay en los alrededores de Rio. Me
apetece mucho volver a verlo pues ya sabe usted que, con las limitaciones que
se quiera, nos ayudó y confortó todo cuanto pudo en aquellos malos tiempos. Ya
le iré contando…
***
Me costó cierto
trabajo dar con el paradero del padre José Pedro, en una pequeña quinta del morro do Sumaré, que atendían las monjas
de la Caridad del Buen Pastor. Cuando la hermana que me recibió escuchó mi
presentación, sonrió de modo triste y dijo:
-
Sí,
ya sé: es un padre que vino hace dos años, procedente de una parroquia del Sertão[19]. Nos lo trajo aquí un franciscano,
ya en malas condiciones de salud, y aunque se ha recuperado bastante
físicamente, tiene la cabeza casi del todo perdida. Así que me temo que su
visita haya llegado demasiado tarde.
-
No
obstante -repuse-, insisto en verlo. Tal vez recuerde mejor lo sucedido muchos
años atrás.
Me pasó a un
pequeño salón, amueblado para comedor, pero con algunos divanes adosados a la
pared. Unos quince sacerdotes, mayores todos y algunos en silla de ruedas,
leían, dormitaban o paseaban arriba y debajo de modo repetitivo. La monja me
condujo hasta uno de ellos y le posó una mano en el antebrazo:
-
Padre
José Pedro, mire quien ha venido a verlo desde Salvador, dijo.
El interpelado
abrió los ojos y fijó en nosotros una mirada interrogativa. Apenas quedaba en
aquel despojo humano un asomo de la calidez y el brillo de antaño.
-
Padre
-corroboré yo-, soy Lourençp, Lourenço Valla, el del trapiche de la playa, el
que estuvo en el reformatorio y usted lo fue a visitar.
Fijó por un
momento los ojos en mí y pareció querer levantar una mano, que yo intenté
coger; pero él la retiró al notar el contacto, giró la vista hacia la monja y
balbuceó:
-
Salvador…,
Bahia…, la Santa Casa…
Y, como si hubiera
hecho un gran esfuerzo, se hundió en el sofá y tornó a cerrar los ojos.
-
Es
que trabajó mucho en la Santa Casa de la Misericordia, expliqué a la hermana.
-
Ya
ve como está, replicó ella. Ha sido demasiado tarde.
Según salía, se me
ocurrió preguntarle:
-
Ese
franciscano que trajo aquí al padre, ¿cómo se llamaba?
-
La
verdad, no lo recuerdo, pero sí puedo decirle que venía del Seminario de su
Orden en Petrópolis[20].
Tal vez siga allí.
La belleza natural
del Sumaré -que no conocía de antes- me había impresionado. La de Petrópolis
-donde acababan de llevarnos a los argentinos
de visita turística- no le iba a la zaga. Recuerdo que me dije:
-
Por
lo menos, podré volver a recorrer la ciudad, y ahora, solo y a mis anchas.
***
De cuanto se ha
dejado dicho en el apartado anterior, Lourenço daba cuenta al escritor Amado; y
la carta continuaba:
Mi corazonada resultó exitosa. El
franciscano que había rescatado al padre José Pedro de los letales ardores del sertão resultó ser el Pirulito de mis recuerdos y su novela. No vea lo que
ha cambiado respecto del chico delgaducho, de cara chupada y ojos hundidos, tal
y como usted lo describió. Supongo que seguirá tan espiritual como llegamos a conocerlo, pero ha engordado
al modo de los frailes adocenados de los relatos anticlericales. Así, alto,
gordo y con el hábito talar, resulta enorme y hasta temible, cuando suelta el
poderoso vozarrón, curtido en mil homilías y en diez mil clases. Pues habrá de
saber que lleva unos años de profesor de Historia en este seminario. Se mostró
encantado de volverme a ver, sobre todo, al enterarse de cuánto había
progresado en la vida, si bien no quise darle detalles de la razón por la que
me hallaba en Rio. Y, en efecto, había sido quien, agradecido por todo lo que
el padre José Pedro había hecho por él, procuró encontrarlo, lográndolo al fin
en Poço Redondo (Sergipe); viendo lo mal que estaba, movió influencias -luego
le contaré- y se lo trajo al lugar privilegiado donde actualmente vive, si es
que eso es vivir.
… De los viejos camaradas apenas tiene
noticias pues marchó de Salvador a Porto Seguro tan pronto se le despertó la
vocación religiosa. Tan solo coincidió, va para diez años, con Boa Vida[21], que estaba empleado
en una droguería regentada por una viuda
joven en la plaza Cayrú, al lado del Elevador[22].
… Nuestro amigo Francisco, el Pirulito, habla y no acaba del nuevo obispo auxiliar
de Rio, monseñor Cámara[23], a quien augura un brillante futuro en la
curia eclesiástica (y cuya amistad cultiva con esmero, dicho sea de paso).
***
Habiendo cumplido
los deberes narrativos para con mis antiguos compinches de Salvador, retrocedo
un poco en el tiempo y les refiero mi segundo encuentro con la señora Alzira
Vargas, provisto esta vez del ejemplar de Capitães da areia convenientemente dedicado por su autor. He de
reconocer que desconocía los términos de la dedicatoria, al haber recibido el
libro en un sobre a ella dirigido, cerrado y lacrado con sello del Ministerio
de Relaciones Exteriores de la República Checoslovaca.
Alzira Vargas,
esposa del Gobernador Peixoto me recibió el día 17 de abril -jueves de Pascua-
en un salón del palacio de Ingá. Aceptando mi solicitud de la mayor reserva
posible, lo hizo a las ocho de la mañana, haciendo que me franqueasen una
entrada lateral. Apenas iniciada la entrevista, entró un camarero con un
carrito, en el que llevaba servicios de té y café y diversas exquisiteces de dulcería.
-
Dada
la hora -explicó-, qué menos que ofrecerle un ligero refrigerio, por si aún no
ha tomado el desayuno.
-
No
así -contesté-. Me he levantado muy temprano, como creo que es también la
costumbre de la señora, y ya he echado al estómago ese modesto refrigerio que acostumbran los
argentinos.
Alzira rio de
buena gana la ocurrencia, añadiendo:
-
¡Qué
me va a decir, siendo una gaúcha de
pies a cabeza! No obstante, no creo que se resista a probar unas delicias de Colombo[24].
Mientras hacíamos
los honores a la colación, noté que mi anfitriona insistía en mirarme
directamente más de lo que la buena educación aconseja. Debió de darse cuenta
de su desliz y se justificó:
-
Perdone,
señor Valla, pero es que la novela dice que tiene usted una cicatriz en la
cara, fruto de un duelo por alcanzar la jefatura de los capitanes y yo no…
Le señale el
modesto chirlo, menos visible que otrora, debido a la sombra de la barba y las incipientes
arrugas. Ella hizo como si se quitara un peso de encima:
-
¡Uf!,
exclamó. Ya estaba creyendo que se trataba de una licencia del escritor.
Aproveché la
alusión para echar mano al portafolios y sacar la carta de Amado en que loaba a
la joven Alzira, estudiante de leyes. Ella lo leyó y se sintió muy complacida:
-
La
verdad -confesó- es que yo no lo recuerdo físicamente en absoluto, aunque ya se
comentaba que uno de los estudiantes de los cursos superiores escribía novelas
bastante duras[25]
que, claro está, no pude leer hasta bastantes años más tarde.
-
No
era fácil. Las ediciones eran cortas y la Policía se encargaba de recortarlas
aún más.
-
Lo
sé, se disculpó. Pocas cosas me avergüenzan más de aquella época que la quema
de libros en Bahia. Queriendo defender el buen nombre de Brasil, acabaron por
ponerlo al nivel de los más incultos tiempos de la Inquisición.
-
Bueno
-contemporicé-, yo también tardé mucho en saber que andaba por las páginas de
un libro. Entre lo que me llevó aprender a leer bien y mi fuga de la policía,
no lo supe hasta que cayó en mis manos de casualidad y en español.
Era el momento
oportuno. Saqué el sobre que envolvía los Capitanes
y lo puse en manos de Alzira. Esta, tras comprobar que le iba dirigido, leyó
con curiosidad el timbre en el lacre, que yo le expliqué. Seguidamente,
desgarró con cierta premura sobre y envoltorio, hasta dejar a la vista la
cubierta roja y sepia, deslucida por el paso del tiempo en los anaqueles
recónditos de librerías de lance. Pasó la tapa y leyó en la guarda las palabras
manuscritas del autor, primero para sí, luego para mi conocimiento:
A mi respetada y valiosa condiscípula Alzira
Vargas dedico gustosamente este libro, en la medida en que me siento escritor
del mismo. Esta es, pues, una oblación incompleta.
Comoquiera que yo
nada dijera, Alzira se vio obligada a explicarme:
-
Quiere
decir que también usted tiene que dedicármelo. Tengo entendido que Amado, como
otros muchos escritores, piensa que los personajes son quienes se acaban
apoderando de sus libros y escribiéndolos. Tanto más en este caso, cuanto que
ante mí tengo al protagonista[26].
Me vi forzado a completar la dedicatoria.
Permítanme que me reserve los términos, para eludir todo personalismo
inmerecido. Amado fue generoso en exceso.
Concluido el
mandado del libro, expliqué someramente a Alzira las razones por las que quería
entrevistarme en privado con su padre. Ella las compartió con vivo interés y
decidió abreviar y sortear posibles obstáculos y filtraciones:
-
Esta
misma mañana telefonearé a mi padre exponiendo el caso sin detalles. Como la
cosa urge y no quiero demoras burocráticas, yo misma le acompañaré y haré la
presentación. Luego me retiraré y los dejaré a solas.
-
¡Por
Dios, señora! Si le place, podrá quedarse. He oído hablar de su discreción y de
la absoluta confianza que su padre tiene en su ayuda y consejo.
-
Mi
trabajo me ha costado, dijo con ironía. Gracias por su ofrecimiento, que acepto
de buen grado. El tema promete, concluyó sonriendo.
3. Un filete poco hecho y un libro algo quemado
Aunque tenía
noticias de la amabilidad y paciencia relativa con que Vargas solía atender sus
audiencias, la noche anterior preparé a conciencia lo que tenía que decirle,
buscando precisión y brevedad. En mi propio interés, no quería llegar con las
confidencias más allá de lo que, en conciencia, juzgaba preciso. Incluso pensé
en entregarle un par de folios dactilografiados, pero lo descarté para evitar
dejar huellas documentales de mi iniciativa. Getúlio tenía una memoria
excelente y, de fallarle por la edad, algún secretario o ayudante habría para
tomar notas.
Por esa parte, la
cosa salió a pedir de boca. La propia Alzira sacó un bloc y fue anotando en
estenografía cuanto dije, en los diez minutos que -calculo- estuve hablando sin
ser interrumpido. Me dio la impresión de que el Presidente seguía complacido e
interesado mi exposición aunque, desde luego, evitó cualquier comentario o
gesto expresivo de emoción.
El objetivo de
este relato -que escribo ya lejos de aquel 21 de abril de 1952- no es el de dar
detalles arriesgados, sino testimoniar algo de mi vida más allá de lo reflejado
en el libro. En consecuencia, me
limitaré a esquematizar la línea directriz de cuanto expuse a Getúlio.
Empecé
manifestándole que, tanto por lo que había oído en la Argentina, como por lo
escuchado y leído en Brasil, me había percatado del peligro que el Presidente
Vargas corría, de seguir las frecuentes, conminatorias y públicas reclamaciones
de Perón para que Brasil se sumara a su tercera
vía, encabezando con Argentina y Chile un movimiento político y económico
continental, llamado a minar la Organización de Estados Americanos y a reducir
el dominio por Estados Unidos del comercio sudamericano. Esto, que mi
interlocutor conocía de sobra, creía yo que le podía producir mala conciencia,
al no corresponder a la ayuda de Perón para ganar las elecciones presidenciales
brasileñas de 1950, y llevarle a excesivas compensaciones a favor de Argentina
en el Tratado comercial que actualmente se estaba discutiendo[27].
Apenas me extendí
en este último punto, pues mucho mejor que yo conocería Su Excelencia las
instrucciones de su Gobierno a la Delegación negociadora brasileña; pero sí me
constaba de primera mano que los amplísimos límites económicos que se habían
fijado -3.100 millones de cruzeiros
para las exportaciones argentinas a Brasil y 2.200 millones para las brasileñas
a la Argentina- iban a ser imposibles de cumplir por Buenos Aires, en lo que a
comprar productos brasileños se refería-, pues me constaba que Perón iba a
aprovechar la inmediata convocatoria en Moscú de una Conferencia Internacional
de Comercio[28] para
abrir un nuevo y muy importante frente de acuerdos, con la URSS y sus satélites, no solo para comprar
productos que la Argentina precisaba, como derivados de petróleo, carbón, material
ferroviario y maquinaria de precisión, sino para embarcarse en una peligrosa
política encaminada a hacer del Régimen peronista el vocero ruso en la zona[29].
Y, para comprar en la URSS, Argentina necesitaba urgentemente hacer caja, vendiendo cuanto pudiera a
Brasil, para así liquidar el déficit comercial bilateral y convertirse en
nación acreedora; claro está, dando largas por su parte a las adquisiciones
prometidas a la parte brasileña[30].
Concluí anunciando
a Vargas que, con arreglo a las exigencias secretas del Segundo Plan Quinquenal
peronista, la Argentina abandonaría próximamente el régimen de petróleo
totalmente nacionalizado, para pasar a una forma mixta que, dada la situación
internacional de posguerra, ya no beneficiaría a empresas inglesas, como
antaño, sino a las americanas, en particular, la Standard Oil [31].
Vargas reflexionó
en silencio durante unos instantes. Luego, ayudado por su hija, empezó a
formularme preguntas concretas, generalmente encaminadas a conocer las fuentes
de mi información y la seguridad y exactitud de cuantos datos le diera. Claro
está -y así lo reconocí de antemano- que yo no era un jerarca del peronismo,
pero sí estaba bien informado, tanto por fuentes internas, como de la Embajada
argentina en Moscú. Creo que mantuve una postura convincente, y aún airosa, en
el interrogatorio. Tal vez fue eso lo que me llevó a añadir algo muy
importante, que no tenía previsto traer a colación y de lo que probablemente
estuviera enterado Getúlio.
-
Señor
Presidente, dije, Perón está llevando a cabo una política que parece dar por
sobreentendido su pleno dominio de la situación argentina. Nada más lejos, sin
embargo, de la realidad. Me constan las dificultades de Su Excelencia, tanto en
Brasil, como con Washington. Pues bien, no creo que sean menores las de Perón,
aunque sus causas solo en parte son coincidentes.
Y, con el permiso
de Getúlio y la toma de apuntes por parte de Alzira, expuse en resumen la
difícil situación económica argentina; el desencanto de buena parte del
sindicalismo y del propio Justicialismo; las tensiones con la Iglesia católica
y con los militares, ampliamente proclives al golpismo; la ebullición de las
clases altas y de los partidos políticos, carentes de la válvula de la libertad
de prensa y de eficacia real del Congreso de la Nación; el áspero
enfrentamiento con el Partido Comunista, que tal vez se suavizara con el
acercamiento económico a Stalin, y, por supuesto, de la desafección creciente
de los Estados Unidos, donde Perón otrora había contado con numerosos valedores[32].
-
En
suma, entiendo que las dificultades que encara el Presidente Perón y aquellas
que Su Excelencia debe arrostrar se parecen mucho en motivos e intensidad, como
corresponde a dos Países de Sudamérica y a dos Presidentes que tanto han hecho
y quieren seguir haciendo por los trabajadores. Pero, mientras el Gobierno
brasileño procura adaptar los objetivos a las posibilidades reales, el
argentino parece no sopesar las dificultades ni analizar sus reales medios.
La conversación
duraba ya más de una hora. Vargas miró el reloj y dijo, dirigiéndose a Alzira:
-
No
estabas equivocada sobre el gran interés que podía tener la charla con el señor
Bala. Lástima que mi agenda haga
imposible continuarla. Claro que recordarás que hoy había quedado en comer con
Ernani[33]
y contigo en Colombo, aprovechando que
tu madre pasaba el día en la Casa do
Jornaleiro[34]. Tal
vez el señor podría acompañarnos, si le prometemos ocupar un reservado.
Entre la sorpresa
y la forma indirecta de hacerme la invitación, no respondí inmediatamente.
Luego reaccioné, en mi opinión, de forma coherente:
-
Si
la señora Vargas do Amaral Peixoto es del mismo parecer de Su Excelencia, el
señor Bala acepta muy honrado la
invitación.
Nos retiramos y,
en tanto se hacía la hora de la comida, Alzira tuvo la gentileza de mostrarme
lo principal del palacio y sus jardines. Notando que llevaba bajo el brazo mi
inseparable portafolios, sugirió:
-
Si
quiere, puede dejárselo a uno de los celadores
y recogerlo a la salida.
-
¡Qué
cabeza la mía!, no pude por menos de exclamar. Traía aquí un obsequio para su
padre y se me ha ido el santo al cielo.
-
No
importa -sonrió-. Déselo a los postres.
-
Es
que tal vez resulte un poco embarazoso.
-
Siendo
así, mejor se lo entrega con los aperitivos.
***
Todo pareció ir
bien desde un principio. Al bajar del coche presidencial, nos topamos con un
improvisado espectáculo, que resultó ser una actuación publicitaria para
anunciar la exitosa película Tudo azul,
que por aquel mes de abril se proyectaba en no menos de veinte cines de Rio
simultáneamente[35]. Un velho atildado al modo del film, con
bastón y todo, bailaba contoneándose al ritmo de la marchinha “Sassaricando”, tratando de implicar a cuanta chica o
señora joven pasaba por la acera,
ante la puerta de Colombo[36]. Conteniendo la risa a duras penas,
susurré al oído de Alzira Vargas:
-
Cuidado
con el viejo, madame. Como se
descuide, le toca sassaricar.
Los escoltas de
Getúlio formaron inmediatamente cerco, dispuestos a apartar sin contemplaciones
a los espectadores, pero el Presidente les hizo una seña disuasoria y pasó
sonriente, apartando y rozando a algunos mirones, que apenas se percataron de
la calidad de la persona que los tocaba. A uno que lo reconoció le estrechó la
mano. El maître aguardaba junto a la
puerta, acompañado de un camarero ya mayor. Nos acompañaron hasta un pequeño
comedor de la planta baja tomado por
los guardaespaldas, entre los que no localicé al famoso y temible Fortunato[37].
Al punto, llegó el señor Peixoto y, hechas las presentaciones, tomamos asiento
a la única mesa que había dejado el servicio, redonda, amplia como para seis
personas, colocada en el centro de la pieza. El Presidente debía de tener algo
de prisa -si es que no era esa su habitual conducta-, pues inmediatamente se
dirigió al maître para que tomase
nota del mandado. Por su parte, puntualizó:
-
Yo,
como de costumbre, filet mignon à gaúcha[38],
poco hecho.
Alzira y su marido
pidieron strógonoff, si bien Ernani
precisó que con crema agria[39].
Yo, aun temiendo que no lo tuvieran en la carta, me despaché ordenando moqueca[40]. Hubo suerte y no tardaron mucho en
servirme.
Vargas y Peixoto,
mientras daban cuenta de unos martinis,
iniciaron una conversación en voz apenas audible para mí -yo quedaba en la mesa
frente al Presidente- que prometía ser larga y sin intervenciones de terceros.
Alzira se percató, tocó a su padre en el brazo y los interrumpió:
-
Perdonad
un momento. Creo que el señor Valla tiene algo que entregar a su Presidente.
-
En
efecto, Excelencia -corroboré-. Después de la audiencia de esta mañana, creo
que no se molestará porque le entregue un recuerdo histórico para su
biblioteca.
Ante la expectación de los tres, pedí a un
camarero que me acercara el portafolios. Lo abrí y, cogiendo el inesperado
regalo, deliberadamente envuelto en papel verde y amarillo[41],
lo puse en las manos presidenciales. Lo desenvolvió con esmero, como cuidando
de respetar en lo posible los colores patrios. Finalmente, apareció un nuevo
ejemplar de Capitães da areia, edición
prínceps; nuevo ejemplar, pero no ejemplar nuevo: su portada y muchas de las
páginas interiores revelaban a las claras el haber estado expuestas al fuego.
Getúlio comprendió al momento:
-
¡No
me diga que es un superviviente de los ardores de la DIP de Bahia![42]
-
Así
es. Lo salvó de la quema el mismísimo Querido-de-Deus
y me lo regaló al día siguiente[43].
Lo he guardado conmigo desde entonces.
Getúlio, un poco
cortado, se justificó:
-
Aquello
fue el disparate de un imitador de los nazis. Nadie ordenó semejante cosa. Ya
sabe que en Rio se limitaron a recogerlos de las librerías y retirarlos a un
almacén.
-
Lo
sé, señor, respondí. Me he permitido dedicárselo, como protagonista que soy de
la historia, dentro y fuera del libro.
Apartó la cubierta
y leyó en voz alta: El dolor que no te
mata, te hace más fuerte y, en ocasiones, más humano. Sea esta una de ellas.
-
Estoy
seguro, apostilló el Presidente. Y nada hay más humano que el perdón.
4. Epílogo a cargo del editor
Según mi amigo
Severo Arizmendi -que en paz descanse-, un día de 1973 se presentó en la
editorial para la que él trabajaba una señora, como de sesenta años,
preguntando por el responsable de los
libros del escritor brasileño Jorge Amado. No sabiendo en un primer momento a
quién pasársela, el conserje le mandó subir a la segunda planta y preguntar por
don Severo, advirtiendo que se lo había indicado Fermín. Aquel, buen amigo de
este, tragó con la encomienda y pasó a la señora a su despacho.
-
¿En
qué puedo ayudarla?
-
Verá,
señor: Soy Dolores Aquafreda, la viuda del Pedro Bala de Capitanes de la arena.
Severo no tenía ni
idea sobre quién era Bala y apenas había oído hablar de la susodicha novela. La
viuda se percató de ello y protestó:
-
¿No
es usted el que se encarga de la publicación de las novelas de Jorge Amado?
-
Pues
no, señora, pero no ande dando más vueltas por el edificio. Cuénteme lo que se
le ofrece y yo le prometo transmitírselo lo antes posible a la persona adecuada.
Después de unos
momentos de vacilación, doña Dolores suspiró, abrió su bolso y sacó de él un
folleto mecanografiado, por cuyo papel -a juzgar por el color y las arrugas-
había pasado bastante tiempo.
-
Es
para que le diga si le interesa agregar esto
en una próxima reimpresión.
Mientras Arizmendi
hojeaba los folios, la señora le fue explicando brevemente lo que ustedes ya
saben, en cuanto les indique que eran los mismos que yo he transcrito en los
capítulos anteriores. En seguida comprendió la importancia de la oferta, por
más que no hubiera leído aún el texto. Le dijo a la oferente:
-
Si
tiene a bien dejarme el original, me comprometo a hacérselo llegar a quienes
tienen poder para decidir en la materia. La llamaríamos lo antes posible.
-
Entonces,
hoy, ¿no…?
-
Imposible,
ya le digo; pero yo me responsabilizo. Lo guardaré en la caja fuerte y le daré
un recibo, en nombre de la editorial. Más no puedo hacer.
La señora
reflexionó unos instantes, se levantó y dijo:
-
Mire,
no es que no me fíe de usted, pero vamos a hacer otra cosa: Yo me llevo los papeles de mi marido; usted le
explica al responsable todo lo que le he contado y luego, si les interesa, me
llaman al número de teléfono que voy a dejarle. Así -concluyó amistosa- le
quito a usted de problemas.
Severo se resignó
a dejar escapar la atractiva presa. Tomó nota del teléfono y del nombre exacto
de la señora y, por decir algo antes de despedirse, le preguntó:
-
¿Hace
mucho que murió su marido?
-
Más
de veinte años. Cayó en la masacre de la Plaza de Mayo[44].
Contra lo que
Severo había imaginado, aquella atractiva
presa no fue aceptada por la editorial. Sorprendido, preguntó los motivos
de la decisión. Le contestaron con cierta displicencia:
-
¡A
quién se le ocurriría publicarlo! Para empezar, muerto el presunto autor y
escrito a máquina, no tenemos forma de asegurar la autenticidad. En segundo
lugar, la materia y las personas aludidas seguro que nos harían caer en la
legislación sobre secretos oficiales. Y, para concluir, ¿qué diría Jorge Amado,
si nos permitimos poner en duda su total originalidad, en un apéndice a su
novela?
***
Esto me reveló el
bueno de Severo, ya jubilado, un día que lo invité a merendar en Tortoni [45]. Para entonces Amado aún vivía pero los
fantasmas de Perón y de Vargas solo se aparecían ya a los amantes de la Historia.
Aunque yo fuera un pequeño editor que empezaba, desgajado del frondoso árbol de
Losada[46],
no estaba dispuesto a perder la atractiva
presa sin luchar. La memoria de mi amigo era tan privilegiada como para
recordar, no solo el nombre de la señora Aquafreda, sino su número de teléfono.
Así que, a los pocos días, me encontraba mateando en una casita de la calle
Necochea con dos de los hijos de Lourenço y Dolores. Acababa de leer el folleto
y todavía estaba impresionado de su contenido y completamente decidido a
editarlo, pero sus propietarios vacilaban:
-
El
dinero que pueda ofrecernos, sobre ser poco, no lo necesitamos. A nuestra mamá
sí que pudo haberla sacado de apuros, cuando nosotros todavía estábamos
estudiando o sin trabajo, pero ahora…
-
No
creo que fuese dinero lo único que la moviera a intentar publicarlo, repliqué.
Estaba también la memoria de su padre, a quien se ha querido hacer pasar por
una mera invención literaria; y, ahora que me han dejado leerlo, también cuenta
su importante papel histórico y la constatación de que los demás Capitanes eran
reales y vivieron más allá de las páginas de un libro.
Los dos hijos
presentes, Pedro y Lola, dudaban: qué
haría mamá, si hubiera vivido; qué
opinará Andrés -el otro hermano, que vivía en Rosario-; si no tendremos problemas… Subí el
precio un poco más. Lola me miró desabrida:
-
Le
repito que no es por dinero, sino por los líos que nos pueden venir…
Me decidí por una
honrosa retirada:
-
Ya
conocen mi interés y saben dónde encontrarme. Si toman la decisión de autorizar
la publicación, les ruego cuenten conmigo como primera opción.
-
Descuide
-aprobó Pedro-, pero deje que seamos nosotros quienes lo llamemos.
***
Afortunadamente,
mi vida ha sido larga; bastante más que la vigencia de mi negocio editorial,
del que me jubilé, por edad y por fracaso, hace unos cuantos años. Digo esto
porque va para seis meses que recibí la llamada de una notaría del barrio de
San Nicolás. Personado allí, el fedatario me explicó:
-
Hace
tres semanas, falleció don Pedro Valla Aquafreda quien, al otorgar testamento
ante mí, me confió un pliego para que se lo entregara a usted cuando él
muriese. Es este. Según me dijo en su día, en el interior encontrará sus
instrucciones.
Por el tamaño y el
peso, adiviné inmediatamente lo que contenía. En consecuencia, pregunté:
-
Los
otros dos hermanos de don Pedro, ¿también han fallecido?
-
Siento
no poder facilitarle ese dato -respondió el notario-. Como no se les cita en el
testamento…
Nada más bajar a
la calle, busqué una cafetería. Me senté, abrí y leí:
Amigo Llamazares: Por fin he decidido
autorizarle a publicar la memoria de mi padre. Mis hermanos también están de
acuerdo y por ello me han confiado el documento. Para compensarle del retraso,
le hacemos donación del original, que firmamos al final los tres, como muestra
de autenticidad. Atentamente, Pedro Valla.
Estuve un tiempo
pensando de qué forma haría la publicación. Finalmente, por pobre que el medio
sea, decidí que me merecía ser quien se llevase el mérito, no cualquier editor
gruñón y presuntuoso al que tuviera que explicar quiénes habían sido Pedro
Bala, Getulio Vargas y hasta el mismísimo Jorge Amado. Así que aquí está y aquí
lo dejo, en honor y atención a todos ellos.
Y si a ustedes les
gusta o les interesa, me sentiré doblemente complacido.
[1]
Capitães
da areia se publicó en 1937 por la editorial José Olympio de Rio de Janeiro.
Existen numerosas traducciones al español. En su portugués original puede ser
leída libremente en PDF por Internet.
[2] Jorge Leal Amado de Faria (1912-2001), uno de
los grandes novelistas en lengua portuguesa y, desde luego, del Brasil.
[3] Departamento
de Ordem Política e Social, especie de Policía política del Estado
brasileño, aunque su peor fama y mayor actividad las tuvo durante el Estado Novo de Vargas (1937-1945) y la
Dictadura militar (1964-1985). Fue fundado en 1924 y en 1982 se inició su
desmantelamiento. En noviembre de 1937, la DOPS procedió a secuestrar en
diversas librerías de Salvador de Bahia unos dos millares de libros
considerados subversivos, los cuales fueron quemados públicamente. El mayor
número de ejemplares destruidos (808) lo alcanzó Capitães da areia, aparecido en
aquel mismo año.
[4]
Valla, en italiano, es sinónimo de
valla o recinto vallado; bala, en
portugués, significa bala o caramelo. Es claro que el novelista había cambiado
el nombre Lourenço Valla por el de Pedro Bala.
[5] Lo que
sucedió el 23 de agosto de 1939.
[6]
Juan Domingo Perón (1895-1974), Presidente de la República Argentina entre 1946
y 1955 y entre 1973 y 1974.
[7] Nombre del palacio sede de la Presidencia de
la República en el mandato final de Vargas (1951-1954).
[8]
Creo que se trata de una alusión, por parte de Valla/Bala, a la marchinha electoral de 1950, titulada Retrato do Velho, en la que
cariñosamente se apodaba a Vargas de viejo y de viejito. Recordemos que, cuando
concurrió a las elecciones presidenciales de ese año, Getúlio Vargas tenía ya 68
de edad, pese a lo cual dicen que no le agradó nada que lo llamasen viejo.
[9]
Lorenzo Valla (c. 1407-1457), nacido y fallecido en Roma, activo en Pavía, Nápoles y Roma.
[10] Stalin había nacido en 1878, es decir,
cuatro años antes que Getúlio Vargas. Murió en 1953.
[11] Nelson
Hungria Hoffbauer (1891-1969), famoso profesor de Derecho penal y magistrado.
[12]
Cualidad de malandro, traducible por
bellaco, holgazán, astuto o pícaro. Tiene la misma raíz del español malandrín, que procede directamente del
italiano malandrino, salteador.
[14] Jorge Amado volvería a Brasil en 1955. En
1995 se dio de baja en el Partido Comunista del Brasil, abandonando formalmente
esa ideología y dedicándole severas críticas.
[15]
Es decir, Coroneles del Copacabana Palace,
magnífico hotel carioca inaugurado en 1923, en papel timbrado del cual escribió
Lourenço Valla su carta anterior a Jorge Amado.
[16] El nombre del periódico es imaginario. Aranha era, sin duda, Osvaldo de Sousa
Aranha (1894-1960), destacado político favorable a Vargas, que a la sazón
ocupaba el cargo de jefe de la delegación brasileña ante las Naciones Unidas.
[17] El Profesor,
así como Pirulito y el padre José Pedro a los que luego me referiré,
son personajes de la novela Capitães da areia, conocidos de
Valla/Bala en sus años mozos en Salvador de Bahia.
[19]
Extensa región geográfica semidesértica del nordeste brasileño, que comprende
porciones de los estados de Sergipe, Alagoas, Bahia, Pernambuco, Paraíba, Rio
Grande do Norte, Ceará y Piauí.
[20]
Se trataba del Instituto Teológico Franciscano, fundado en Petrópolis en 1873,
de gran prestigio en todo Brasil.
[21]
Otro de los capitanes de la arena,
cuyo apodo responde a su carácter, indolente y sosegado, inclinado a disfrutar
en todos los sentidos de las mujeres que desechaba su colega Gato, el verdadero rufián del grupo.
[22]
Se trata del Elevador diseñado por el ingeniero Augusto Frederico de Lacerda
para enlazar las ciudades alta y baja de
Salvador de Bahia.
[23]
Helder Pessoa Cámara (1909-1999), consagrado obispo auxiliar de Rio de Janeiro
el 3 de marzo de 1952. Tal vez por tener una relación difícil con el arzobispo
Barros Cámara, no permaneció en la archidiócesis fluminense, sino que fue
promovido a arzobispo de la de Olinda y Recife, en la que adquirió fama
internacional como una de las grandes figuras de la Teología de la Liberación.
Por las fechas a que se contrae este relato, Cámara fue uno de los más
entusiastas organizadores de la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, que
inició su funcionamiento en octubre de 1952. Con anterioridad, había llevado a
cabo una importante labor educativa en Rio a partir de 1936.
[24]
La Confeitaria Colombo, fundada en
1894, es uno de los cafés más
hermosos del mundo. Radica en el número 32 de la céntrica rua carioca Gonçalves Dias.
[25]
Amado se licenció en la Facultad de Derecho en 1935. Novelas suyas, anteriores
o simultáneas a esa fecha, son El País del Carnaval (1931), Cacao (1933), Sudor
(1934) y Jubiabá (1935). Había nacido en 1912 y Alzira Vargas en 1914.
[26] La idea la expresa Amado, más o menos, de la
siguiente forma: Es curioso, pero siempre sentí que no era yo el que escribía
mis libros; realmente quienes los escribían eran los personajes, al punto que a
veces se comportaban de una manera casi despótica, como si tuvieran vida
propia, ajena por completo a mi voluntad. Yo no generaba sus destinos; los
personajes actuaban conforme a designios ignorados por mí. Me acuerdo de que
una vez Zélia me rogó que no hiciera morir a un personaje con el que se había
encariñado, y le contesté que lamentablemente yo no podía hacer nada. Escribir
siempre fue para mí una experiencia mediúmnica
(Zélia Gattai fue la segunda esposa de Jorge Amado).
[27]
Este relato no es un ensayo, sino un cuento. No obstante, citaré alguna
bibliografía respecto de las cuestiones históricas. Sobre el tratado comercial
entre Brasil y Argentina, firmado el 23 de marzo de 1953, véase Danilo José
Dalio, The Vargas Administration and the
proposal of the ABC Pact: The place of peronist Argentina in brazilian foreign
policy, en “Contexto Internacional”, vol. 38, nº 2, Rio de Janeiro,
May/Aug. 2016, pp. 731-752.
[28]
Véase el monográfico Por un amplo
desenvolvimento da colaboração
económica internacional, en “Problemas. Revista mensal de cultura política”, nº 40, Rio de Janeiro, maio-juno 1952.
[29]
Véanse: Pablo A. Vázquez, Argentina y Rusia: Relaciones comerciales
durante los gobiernos de Perón, en “Rebanadas de Realidad”, Instituto Nacional
Eva Perón, Buenos Aires, 09/03/2008; Fernando del Corro, Setenta años de relaciones diplomáticas entre Argentina y la Unión
Soviética, en OTR/PRESS, 06/06/2016; Isidoro Gilbert, El oro de Moscú. Historia secreta de la diplomacia, el comercio y la inteligencia
soviética en la Argentina, Editorial Sudamericana, 1ª edic., Buenos Aires
1994; 2ª edic., revisada y puesta al día, Buenos Aires, 2007.
[30]
Véase fuente citada en nota 27. Se
calcula que, entre marzo y noviembre de 1953, Argentina exportó a Brasil
géneros por valor de 3.600 millones de cruzeiros, importando solo por valor de
1.400 millones.
[31]
Véanse: Fernando G. Dachevsky, Nacionalismo petrolero y peronismo. De la
nacionalización de la tierra al régimen de contratos (1946-1955), en
“Trabajo y Sociedad”, núm. 23, invierno de 2014, Santiago del Estero, pp.
267-286, espec. pp. 281-285; Agustín Garrido, Leyes de inversiones extranjeras, partes 1 y 2, en la web monografías.com.
[32] Resumen
de mi responsabilidad, resumiendo diversas lecturas coincidentes al respecto.
[33]
Ernani do Amaral Peixoto (1905-1989), esposo de Alzira Vargas y, a la sazón,
Gobernador del Estado de Rio de Janeiro (1951-1954).
[34]
Literalmente, Casa do Pequeno Jornaleiro, fundación educativa de caridad,
establecida por decisión de Darcy Vargas, esposa de Getúlio Vargas, en 1940, en
Rio de Janeiro.
[35]
Tudo azul, película brasileña rodada
en 1951 y estrenada en febrero de 1952. Su director fue Moacyr Fenelon. Muy
interesante sobre ella el artículo de Marcos Napolitano, Suicidas e foliões:
chanchada, carnavalização
e realismo no film Tudo Azul, de Moacyr Fenelon (1951), en “Estudos
Históricos”, vol. 26, nº 51, Jan/Jun 2013, Rio de Janeiro, pp. 133-153.
[36]
Para entender plenamente este pasaje es obligado conocer la letra de la marchinha “Sassaricando”, éxito
grandioso en el Brasil de 1951 y convertida en un clásico por la vedette
Virginia Lane (accesible el youtube).
Véase también, André Diniz, A República cantada:
Do choro ao funk. História do Brasil através da música, editora Zahar, Rio
de Janeiro, 2014, pp. 37 ss., espec. pp. 49-57.
[37] Gregório
Fortunato (1900-1962), jefe de la guardia presidencial de Vargas de 1938 a 1945
y de 1951 a 1954.
[38] Uno de
los platos favoritos de Getúlio Vargas, caracterizado por la variedad y riqueza
de su guarnición y salsa.
[41] Como
poco más abajo se indica, son los colores dominantes de la bandera brasileña.
[42]
DIP, acrónimo de Departamento de Imprensa
e Propaganda. Sobre la persecución de los libros considerados subversivos,
véase Maria Luisa Tucci Carneiro, O
Estado Novo, o DOPS e a ideología da segurança nacional, en Dulce Pandolfi
(org.), “Repensando o Estado Novo”, Fundação Getúlio Vargas, Rio de
Janeiro, 1999, pp. 327-340.
[43]
Querido-de-Deus es uno de los
personajes de Capitães da areia. Es un adulto muy
versado en la técnica de lucha llamada capoeira,
que enseña a algunos de ellos. Entre los Capitanes y Querido-de Deus existe un mutuo respeto.
[44]
Bombardeo de la Plaza de Mayo y alrededores, llevado a cabo por militares
sublevados de la Fuerza Aérea argentina el día 16 de junio de 1955, cuando en
el lugar se celebraba una manifestación sindical de apoyo a Perón. Para
justificar su barbarie, algunos autores manifestaron que trataban de matar a
Perón en la Casa Rosada pero las bombas no cayeron donde pretendían. Murieron
unas 150 personas y hubo más de 700 heridos. Véase Juan Brodersen, Historia inédita. Los protagonistas del
bombardeo del 55 cuentan por qué no pudieron matar a Perón, en
“Clarín.Sociedad”, 12/06/2015.
[45]
Espléndido café bonaerense (análogo, en cierto modo, del Colombo carioca) fundado en 1858, situado en el número 821 de la
Avenida de Mayo.
[46]
Editorial argentina de origen español,
fundada en 1938. En 1973 empezó a publicar obras de Jorge Amado traducidas al
español, entre ellas, Capitanes de la
arena.