Cartas de George Feld a Abraham
Lincoln (Segunda parte)
Por Federico Bello Landrove
In memoriam Abraham Lincoln
(1807-1865)
Las cartas
escritas a Abraham Lincoln por un presunto corresponsal, culto y bien
relacionado, nos resumen de manera vívida el problema político de la esclavitud
en los Estados Unidos en los últimos tiempos de vigencia de la misma. Esta segunda
parte de las cartas alcanza, desde la carrera de Lincoln hacia la
presidencia de su nación, hasta la muerte del gran estadista, y en ella -como
es lógico- ocupa un lugar muy amplio el tema de la secesión y de la guerra
civil norteamericana de 1861-1865[1].
1.
En el camino electoral. Un encargo de mucho compromiso (1860)
Entre abril y
noviembre de 1860, se celebraron en Estados Unidos las elecciones primarias de
los diversos partidos, a fin de elegir a sus candidatos presidenciales, así
como las elecciones estatales para designar a los senadores con mandato
caducado y a los representantes de los diversos estados al Congreso federal; para
terminar, el 6 de noviembre se celebraron los comicios para la presidencia.
Fue, globalmente considerado, un camino complejo y de gran tensión, que hacía
presagiar la inminente división del país, con el riesgo consiguiente de una
guerra civil. Con todo, la marcha electoral de Lincoln fue homogénea y
triunfal, desde su designación como candidato por el partido republicano, hasta
su indiscutible triunfo en votos electorales de los compromisarios
estatales.
George Feld fue
siguiendo el proceso electoral, tanto desde Washington, como desde su estado
natal de Maryland, y ofreció a Lincoln una amplia información, sincera y bien
fundada, lo que aumentaría la confianza del futuro presidente en su
corresponsal, hasta el punto de encomendarle un relevante encargo político, que
cambiaría en lo sucesivo el sentido de su correspondencia, como tendremos
ocasión de constatar a partir del siguiente capítulo de esta historia.
En Baltimore, a
15 de junio de 1860.
Estimado Mister
Lincoln:
Lamento sobremanera
no haberle felicitado nada más conocer su brillante designación como candidato
a la presidencia por el partido republicano, que no dudo equivalga a su acceso
a la presidencia de la nación en el próximo noviembre[2]. Me creerá, si le digo que estas semanas
están siendo para mí -como secretario de Reverdy Johnson- de una tarea
agotadora, máxime celebrándose en esta ciudad de Baltimore la convención del
partido demócrata, al que finalmente se ha afiliado Mister Johnson. Pero
vayamos por partes pues, de otro modo, esta misiva va a resultar un galimatías.
Comenzaré por
confirmarle que Mister Johnson y el senador Pearce han abandonado el viejo
barco whig y se
han pasado al partido demócrata, que trata de liderar su viejo conocido, el
senador Douglas. Claro que hablar a partir de ahora de “partido demócrata” es
incorrecto, pues ya sabrá usted que, en abril pasado, en la convención nacional
celebrada en Charleston, la mayoría de los delegados de los estados esclavistas
rompieron la unidad de la asamblea, que se dividió y separó, sin que hubiera
sido capaz de elegir a un único candidato para las elecciones presidenciales.
¡Ya fue un buen disparate que se eligiese la mayor ciudad de Carolina del Sur
para celebrar la convención![3]Lo cierto es que,
curiosamente, las dos facciones demócratas, ahora separadas, han optado por
celebrar sus convenciones en la misma ciudad -esta de Baltimore-, con unos días
de diferencia[4].
Y así es como los demócratas, que ahora se llaman moderados o unionistas, entre
los que se cuentan Johnson, Pearce y Douglas, abrirán su reunión dentro de tres
días -el próximo 18 de junio-, en la que se da por seguro que Stephen Douglas
salga elegido, aunque con el tremendo obstáculo de que no será votado en los
estados del Sur, que preferirán al candidato salido de la otra convención. Como
es natural, no tengo información lo bastante fidedigna como para aventurar el
nombre del favorito, aunque no tardaremos en saberlo[5], pues el día 28
tendremos aquí a los delegados demócratas esclavistas, después de que hayan
tenido un primer contacto en la capital virginiana de Richmond.
Si esas son las
dolencias que aquejan a los demócratas, mayores aún son las del partido whig, que de día en día pierde a
sus mejores políticos. Para las próximas elecciones presidenciales, han optado
por agruparse con el declinante partido nativista americano, o de los know
nothing-, habiendo celebrado ya su convención -¡también!- en Baltimore, el
pasado mes de mayo, en la cual no tuve la oportunidad de estar presente, y en
la que eligieron candidato al senador Bell[6], de Tennessee, quien es
un gran propietario de esclavos, pero, a la vez, hombre de ideas moderadas y
ferviente partidario de la persistencia de la Unión. Según opinan todos, sus
posibilidades de ganar los comicios son prácticamente nulas, pero su
concurrencia seguramente perjudicará, más que a nadie, al senador Douglas. Vea
por qué vaticinaba antes el triunfo de usted en noviembre, al tener detrás un
partido unido, firme y cuyo programa -quizá suavizado por la necesidad de no
forzar la situación- tiene poca cosa que pueda ofender a las gentes sensatas,
si no son del Sur: Una plataforma electoral que se opone al acatamiento de la
sentencia del caso Dred Scott; abomina de la doctrina de la soberanía popular,
que impide al Congreso y a los nuevos estados rechazar la esclavitud, y de la
extensión del esclavismo a tierras donde actualmente no existe. No hay nada en
tales puntos programáticos que anuncie la emancipación de los esclavos a corto
plazo, ni excuse el pagar a sus dueños las indemnizaciones pertinentes. Con
todo, ya sabe que hay estados sureños, como Carolina del Sur y Mississippi,
cuyos políticos han amenazado con la inmediata secesión, si usted triunfa en
las elecciones del próximo 6 de noviembre.
Concluyo esta
carta con los resultados, bien recientes, de las elecciones al Congreso en este
estado de Maryland, en las que los seis representantes elegidos pertenecen al
partido demócrata unionista, en tanto el senador victorioso es un republicano
del sur, que ha aglutinado en torno suyo una coalición de unionistas. Es un
resultado engañoso. Ciertamente, Maryland tiene múltiples razones para apostar
por la Unión, pero por sus sentimientos y por la esclavitud, las opiniones
estarían muy divididas, si llegase a tener que optar entre el Norte y el Sur en
una hipotética guerra civil…
***
El pronóstico
electoral de George Feld se cumplió con creces en los comicios presidenciales
celebrados el 6 de noviembre de 1860, al conseguir Lincoln 180 votos
electorales, de un total de 303[7]. Pero los resultados
tenían matices que amargaban la victoria: Para empezar -y como es una constante
en la historia norteamericana-, el triunfo mayoritario en votos electorales no
se compadecía con una mayoría de votos emitidos por los electores individuales.
Lincoln solo había obtenido un 40% de los sufragios, frente al 30% de Douglas,
el 18% de Breckenridge y el 12% de Bell. De por sí, eso no parecía ominoso, si
se entiende que solo Breckenridge era tajantemente esclavista y personificaba
los ideales un tanto extremistas del Sur. Pero es que -y eso sí era muy
significativo y peligroso-, el hasta entonces vicepresidente Breckenridge había
ganado en once de los estados sudistas, mientras Bell lo hacía en tres de ellos
y Douglas en uno. Es decir, los quince estados esclavistas habían dado la espalda
a Lincoln, que solo había obtenido en ellos unos catorce mil votos en total. Si
Lincoln triunfaba, era gracias exclusivamente al voto del Norte y del Oeste, o
sea, de los dieciocho estados libres, a excepción de Nueva Jersey. Y eso
sí que era premonitorio de un rechazo de la presidencia de Lincoln y de la
consiguiente secesión del Sur. De hecho, la mayoría de los políticos sudistas
-con excepciones tan significativas como la de Jefferson Davis[8]- habían hecho equivaler la
elección del republicano a la división de la nación y, en su caso, a la guerra
civil. Bastantes, entre ellos, no se recataban de admitir su deseo de que Mister
Lincoln no llegara con vida a principios de marzo de 1861, fecha de su toma de
posesión.
En medio de
aquellos nubarrones de tormenta, el futuro presidente abrigaba una última
esperanza de evitar la guerra civil o, cuando menos, de llegar a ella en las
mejores condiciones posibles. Una de sus fortalezas era la firme posición que
adoptó a su respecto su hasta entonces mayor rival político, Stephen Douglas,
que se puso inmediatamente a disposición de Lincoln para evitar la deserción del
partido demócrata moderado o nordista del campo de la preservación de la Unión[9]. La otra esperanza era la
de evitar la secesión de los llamados estados fronterizos, es decir, los
que, aun siendo esclavistas, limitaban con otros estados fieles a la Unión y en
los que la importancia de la esclavitud no cegaba su equilibrio y sentimientos
pacíficos, hasta el punto en que lo hacía en los estados del profundo Sur.
De hecho, la mayoría de los fronterizos se habían apartado del extremoso
Breckenridge y habían concedido su voto mayoritario a otros candidatos -aunque
ninguno a Lincoln-: Virginia, Kentucky y Tennessee se habían inclinado por el
prudente y fervoroso unionista Bell, en tanto Missouri había concedido sus
compromisarios a Douglas. Y otros estados fronterizos habían tenido unos
resultados electorales muy reñidos, como había sido el caso de Maryland[10]. En consecuencia, ¿no
cabría la posibilidad de salvar a los fronterizos para la Unión, en caso de
conflicto armado? Era una apuesta esencial para poder evitar o, al menos, ganar
la guerra civil: Lincoln lo sabía. Por eso se puso manos a la obra,
aprovechando los cuatro meses que mediaban entre su elección y el inicio de su
presidencia. En ello, nadie habría podido ayudarlo mejor que el presidente
Buchanan, mas este, demócrata unionista moderado, pero inclinado a concederle
casi todo al Sur con tal de evitar la guerra, vivía los últimos meses de su
presidencia sin ningún interés por facilitar el trabajo de su sucesor. ¿En
quién podría, pues, confiar Lincoln para que lo ayudase de manera completamente
sincera y reservada, en la tarea de atraer hacia su bando los estados
fronterizos?
El mirlo blanco
fue Douglas, quien tenía la ventaja de ser un político experimentado y con
un amplio conocimiento de toda la nación. En sus manos estuvo el denodado
esfuerzo por apartar de la secesión a los estados fronterizos aunque, a la
postre, los resultados obtenidos fueran bastante magros: la neutralidad de
Kentucky[11]
y una posición vacilante de Missouri, que acabó por provocar en este estado una
guerra civil dentro de otra. El mayor éxito sobrevino en Maryland, estado clave
por su posición geográfica y su frontera con el distrito de Columbia[12]. Pero en Maryland, la persona
de confianza de Lincoln no fue Douglas, sino nuestro George Feld, que
movió los hilos con habilidad para conseguir lo que, tal vez, sin su intervención
no se habría conseguido: Que el estado de Maryland permaneciera en todo momento
dentro de la Unión. Las cartas que siguen nos darán las claves de su actuación,
tan relevante, como poco conocida.
Lincoln visita un campamento militar
de la Unión
Washington, a
30 de noviembre de 1860.
Estimado Señor
Presidente electo:
He recibido con
gran sorpresa y profunda emoción su sugerencia de colaborar en la ingente tarea
de evitar la secesión anunciada por numerosos estados del Sur: en concreto,
suministrándole información y haciendo todo lo posible -directamente o mediante
personas influyentes- para que mi estado de Maryland permanezca dentro de la
Unión. De su carta, así como de la naturaleza de la misión que se me ofrece, se
infiere que el encargo habrá de permanecer secreto, tanto en sí mismo, como en
lo que se refiere a la alta personalidad que lo confía…
Comparto
plenamente con usted la opinión de que Maryland tendrá una importancia crucial,
por su posición geográfica, si la grave crisis nacional de estos momentos
desemboca en una guerra civil; como también estoy de acuerdo en que la
situación política de mi estado está tan equilibrada, que un ligero y certero
empujón puede desnivelarla en un sentido u otro. Con todo, es obvio que el
reciente resultado en las elecciones presidenciales evidencia que usted no goza
de una buena consideración entre los ciudadanos de Maryland, de los que solo unos
2.300 votantes entre 93.000 le han concedido su apoyo. Quiere decirse que todo
cuanto se haga en pro de mejorar su imagen ante el pueblo será poco: Lo primero
de ello, dejar luminosamente en claro cuál es su posición en materia de
esclavitud y hasta qué punto esté dispuesto a llegar para evitar la secesión de
los estados del Sur. Permítame, Señor Lincoln, confesarle que yo también agradecería
verme reasegurado en tales puntos, después de haber escuchado tantas
interpretaciones de su criterio y tantos matices de última hora para lograr
votos o evitar reacciones separatistas. Después de todo, aunque hombre de
firmes convicciones, no es usted persona que desdeñe adaptar o corregir su
postura, para acomodarla a lo posible o lo necesario de cada situación. Y la
que estamos viviendo es de lo más peligroso y cambiante[13]…
Para resumir,
Señor: Antes de darle una contestación positiva y ponerme a su entera
disposición, quiero tener su respuesta -para mis conciudadanos y para mí- a
estas dos cuestiones: 1ª. ¿Cuáles son las líneas que no está dispuesto a
traspasar para evitar una eventual guerra civil? 2ª. Caso de mantenerse Maryland
dentro de la Unión, ¿respetará usted la institución de la esclavitud dentro de
nuestro estado? Comprenderá usted que, sin conocer su definitiva contestación a
esas preguntas, malamente podría yo responder a quienes me las formularan, a
fin de decidir sobre su apoyo a una u otra facción política…
***
Washington, a 21
de diciembre de 1860.
Estimado Señor
Presidente electo:
Su rápida
contestación a mi carta del 30 de noviembre pasado no deja de contener una
amable reprimenda a mi poco velada observación acerca de lo difícil que es
transmitir a los ciudadanos inexpertos las posturas de los políticos, entre
otras cosas, por los inevitables cambios y matizaciones que aquellas
experimentan al chocar con la cambiante realidad. Pero lo verdaderamente
importante es que ha ofrecido una respuesta clara a mis interrogantes, y es de
tal contenido, que me impulsa a aceptar su petición de colaboración y ayuda, a
fin de que el estado de Maryland no emprenda en camino de la secesión y, aun
siendo esclavista, siga habitando la casa común de la Unión. A partir de ahora,
cuando alguien me pregunte por la inexorable política de Mister Lincoln, una
vez se haga cargo de la presidencia, habré de responder: Lincoln no aceptará en
ningún caso, y cualquiera que sea el precio que la nación haya de pagar, ni que
la esclavitud se extienda a ningún estado o territorio de la Unión en que no
esté ya reconocida, ni tampoco que ningún estado se separe de aquella,
contraviniendo la Constitución y los poderes presidenciales y del Congreso.
Pero el futuro presidente no impulsará la acción del Congreso para convertir en
libres a los estados que actualmente admiten legalmente la esclavitud[14] y, si llegare a largo plazo[15] el momento de emancipar a los
esclavos, ello no se hará sin mediar la pertinente indemnización, como
establece la quinta enmienda[16]. Me pongo, pues, a la tarea
encomendada, de lo que le iré dando cuenta por carta, hasta el momento en que
decida usted venir a esta Capital, donde su presencia me parece más necesaria a
cada día que pasa…, pues tal vez ayudaría a robustecer el ánimo y la intención
del presidente en funciones. Baste con decirle que, en el discurso sobre el
estado de la Unión, dirigido al congreso el pasado día 3, Buchanan sostuvo con
firmeza que la secesión era ilegal y nefasta para todos, pero que entendía
carecer de poderes para evitarla, caso de que algún estado se decidiese por
separarse. ¿Conoce usted una muestra igual de absurdo y de estimulación a hacer
lo mismo que se rechaza? La primera consecuencia del dislate ya la
tenemos aquí: El telégrafo nos ha traído la noticia esta mañana de que la
convención de Carolina del Sur, reunida en su capital, ha acordado por
unanimidad separarse de la Unión[17]. Otros estados la seguirán, a no
dudar, en los próximos días[18], entre los cuales estoy convencido
-y así me lo confirman Reverdy Johnson, Pearce y otros- que no estará Maryland…
Inmediatamente, aprovechando las festividades navideñas, me encaminaré a mi
estado y entraré en contacto con quienes puedan informarme con precisión de la
situación política en que se encuentra en estos días tortuosos, como paso
previo a otras gestiones más concretas y efectivas. Le tendré al corriente de
todas las labores que vaya realizando…
No quiero cerrar
esta carta sin hacerle llegar lo que quizá sea para usted una primicia, pues se
ha concretado de modo sorprendente hace tan solo tres días. El senador
Crittenden, de su estado natal de Kentucky[19], ha propuesto para discusión en el
Congreso un “compromiso”, a fin de evitar la secesión de los estados del Sur,
mediante componendas y cesiones por ambas partes. Naturalmente, la parte del
león se la llevarían los sudistas, que obtendrían la garantía de no poderse
legislar para abolir la esclavitud en los estados que la tienen reconocida. Más
aún: Se resucita el compromiso de Missouri, para que la línea del paralelo 36o30’ sea extendida hasta el océano
Pacífico; de modo que podrían crearse nuevos estados esclavistas al sur de la
misma en los territorios conquistados a Méjico en 1848, hasta alcanzar el mismo
número de estados esclavistas que libres. El bueno del senador no ha revelado
qué hacer con el estado de California, hoy antiesclavista, que podría verse
forzado a dividirse en dos zonas, al norte y al sur del fatídico paralelo. ¿Y
en qué transigiría el Sur a cambio de tan favorable acuerdo? Simplemente, en
una modificación de la ley de 1850 sobre los esclavos fugitivos, de modo que el
gobierno federal abriría la mano con las devoluciones a sus dueños, siempre indemnizándolos
por el valor de su propiedad perdida. Me parece evidente que semejante
“compromiso” no será aprobado en el Congreso, ni servirá para que otros estados
-como ya lo ha hecho Carolina del Sur- dejen de votar su salida de la Unión[20], sin esperar siquiera a que los
legisladores federales lo discutan y voten…
2.
Cesiones e imposiciones. Feld en medio de unas y otras (1861)
Mientras las
semanas avanzaban y cada estado de la Unión iba tomando su decisión definitiva,
Feld trabajaba, conforme a lo acordado con Lincoln, para lograr que su estado
de Maryland se mantuviera en el seno de los Estados Unidos, moviéndose entre
Washington y el susodicho estado, mientras su corresponsal permanecía en
Illinois hasta que el 11 de febrero inició su viaje hacia la Capital de la
nación. Lo hizo de manera tan tranquila, que once días después aún se hallaba Lincoln
en la importante ciudad pensilvana de Harrisburg. Fue entonces cuando sus guardaespaldas
de la agencia de detectives Pinkerton, le comunicaron que estaba en marcha
un peligroso compló contra su vida, cosa que todavía complicó más el resto del
trayecto. Finalmente, el decimosexto presidente de los Estados Unidos pudo
inaugurar su mandato en la fecha prevista, el 4 de marzo de 1861. Entre esa
fecha y la del 15 de abril, aún hizo el ya presidente denodados esfuerzos de
paciencia y reflexión, tratando de evitar la guerra. Esta puede darse por
iniciada en el citado día 15 de abril, cuando, en vista del bombardeo y
rendición del Fuerte Sumter[21], Lincoln dirigió un
mensaje al Congreso y al pueblo, declarando a los estados secesionistas en
estado de rebelión contra la federación, y acordando el reclutamiento de
setenta mil soldados voluntarios, por un periodo de tres meses, si es que los
rebeldes no volvían al redil de la Unión de manera inmediata y
voluntaria, cosa que -como sabemos- no hicieron.
Las siguientes
misivas de George Feld nos dan cuenta de sus actos y opiniones durante el
periodo que acabo de acotar y resumir.
***
En Baltimore, a
25 de febrero de 1861.
Señor Presidente
electo:
A su recibo de esta
carta, es más que probable que se halle ya en Washington y, por tanto, que le
resulten inútiles mis referencias a lo sucedido en la capital en estos días, de
lo que yo -a mi vez- he sido informado por el senador Pearce. Me refiero a la
reunión de compromisarios de veintiún estados, promovida por el de Virginia,
con la intención de evitar que siga aumentando el número de estados
confederados y, en concreto, de que la madre de Presidentes[22] no se vea forzada a
abandonar la Unión. Las exigencias virginianas son tan extensas, que se cuenta
con el rechazo de las mismas por parte del Congreso, si le fueren presentadas,
pues se trata de vetar a nuestros legisladores federales, no solo el legislar sobre
la esclavitud, sino aprobar enmiendas constitucionales que hagan referencia a
dicha institución. Es decir, los estados tendrían competencia exclusiva
para aprobar o rechazar la esclavitud en su territorio, tanto en el momento
presente, como a todo lo largo de la historia futura de nuestra nación. Lo más
curioso es que la recién creada Confederación de Estados de América ya ha
adelantado que no aceptará volverse atrás de la secesión, cualquiera que sea el
resultado de la iniciativa de Virginia. De esta suerte, el muy poco probable
acuerdo de última hora, si llegase a salir adelante, solo afectaría a la
decisión de Virginia y, probablemente, de los estados de Arkansas, Carolina del
Norte y, si acaso, de Tennessee[23]. Ya le digo que, pese
al gran peso histórico y actual de Virginia en la Unión, ni republicanos, ni
demócratas del Norte, apoyarán la desatentada exigencia de los virginianos,
quienes, como mis compatriotas de Maryland, quieren por encima de todo
simultanear el esclavismo con la unidad de toda nuestra gran nación.
Pero observará por
el encabezamiento de la presente que me hallo actualmente en Baltimore, en
compañía del Señor Johnson, tratando de ordenar y poner a salvo nuestro bufete
frente a los riesgos de algaradas y de una posible secesión estatal. Ello me
está permitiendo, no solo contar con la inestimable colaboración de mi
principal, sino también pulsar ambientes y hablar con unos y con otros, tanto
en Annapolis[24], como en este gran puerto de
Baltimore, la ciudad más influyente y más secesionista del estado, por motivos
que usted conoce sobradamente[25].
Como sabe, las
elecciones del pasado año en Maryland arrojaron un resultado bastante diverso
al de la mayoría de la Unión. El senador electo lo fue por una coalición de
fuerzas unionistas, principalmente republicanas, pero los seis representantes
elegidos fueron demócratas unionistas. En los comicios presidenciales, el
todavía vicepresidente Breckenridge logró el triunfo, si bien solo por unos
centenares de votos sobre Mister Bell; de modo que, si sumamos a los votos de
este, los obtenidos por Douglas y por usted mismo, el voto popular resultaría
mayoritariamente contrario a la secesión[26]. Para la influyente alcaldía de
Baltimore, fue elegido alcalde un whig de la coalición liderada por Mister Bell, el Señor
Brown, a quien Reverdy Johnson y yo conocemos bien, por ser su profesión la de
profesor de Derecho y magistrado, pudiendo decirle que lo consideramos una
persona moderada y nada violenta, pero poco inclinada a la causa de la Unión,
en el supuesto de que se viese obligado a elegir entre ella y los confederados[27].
Como es lógico, el
personaje político clave en este estado es su gobernador, el Señor Hicks[28], quien viene ejerciendo el cargo
desde las elecciones de 1858, presentado como candidato por el partido
americano, o de los know
nothing. Aunque, conforme a las consignas de su partido, “no sepa nada”, sus
conciudadanos sí sabemos de él que es simpatizante de los esclavistas, pero
también puede afirmarse que evitará comprometer al estado con la secesión
durante todo el tiempo que le sea posible, para lo cual ha declinado hasta
ahora firmar el decreto de convocatoria de la legislatura del estado, salida de
las últimas elecciones.
Las fuerzas
secesionistas de nuestro estado están acaudilladas por un personaje singular,
que hasta ahora se ha mantenido al margen de la política profesional. Se trata
del médico, Richard Sprigg Steuart[29], modelo del terrateniente de
plantación, dueño de propiedades que alcanzan los 1.900 acres[30], así como de 150 esclavos, cifras
muy importantes para el estado de Maryland. Este caballero ha encabezado una
delegación de ciudadanos de Baltimore y de otros lugares del estado, que hace
días se trasladó hasta Annapolis para hablar con el gobernador, dándose por
cierto que haya sido para urgirle a convocar la legislatura y tratar acerca de
la secesión.
***
Baltimore, a 7
de marzo de 1861.
Respetado Señor
Presidente:
Mi ausencia de
Washington en las últimas semanas me ha impedido conocer una de las más
incomprensibles maniobras realizadas en estos terribles días, aunque haya sido con
el humanitario fin de evitar la secesión y, con ello, la guerra civil. Me
refiero a que, tan pronto fracasó la reunión convocada a instancias de
Virginia, dos importantes figuras políticas de su partido republicano, el
senador Seward y el representante Corwin[31], presentaron al Congreso un proyecto
de enmienda constitucional, que viene a proponer lo mismo que la derrotada
proposición de los virginianos. Como, aun siendo poco creíble, usted manifestó
en su discurso de inauguración del pasado día 4 que desconocía el contenido
exacto de dicha enmienda, me permito plasmarlo aquí, según la versión que nos
ha hecho llegar el senador Pearce. Es como sigue: “No se aprobará ninguna
enmienda a la Constitución que autorice o dé al Congreso el poder para abolir o
interferir las instituciones internas de un estado, comprendidas las relativas
a personas forzadas a trabajar o a servir, según las leyes de dicho estado”. Es
decir que, bajo un eufemismo ridículo, el partido republicano pretende
perpetuar la esclavitud, sin consentir siquiera que una enmienda constitucional
ulterior pueda reformarla o abolirla. Y, como es lógico, el partido demócrata
se ha adherido a la que ya se conoce como “enmienda Corwin” -se ve que el
senador Seward ha tenido más pudor que su compañero de partido-, dando lugar a
que, el pasado día 2, la enmienda fuese aprobada por el Congreso.
Inmediatamente, el timorato e ineficaz presidente saliente, dándose una prisa
que para sí habrían querido quienes defienden el fuerte Sumter, ha firmado la
ley, aunque no ha tenido tiempo de enviar su texto a los gobernadores para su
aprobación por los estados de la Unión, como procede en estos casos[32].
Lamento no haber
podido desplazarme hasta Washington para estar presente, el pasado lunes, en su
toma de posesión presidencial. Con todo, el telégrafo y los diarios nos han
traído el contenido de su notable discurso de inauguración, verdaderamente
hermoso e intachable, hasta el momento en que dijo: En vuestras manos, descontentos
compatriotas míos, y no en las mías, está la temible cuestión de una guerra
civil. El gobierno no os atacará. No podéis temer conflicto alguno, salvo en el
caso de ser vosotros mismos los agresores. ¿No considera usted “agresión” para
la existencia y la Constitución de nuestro país la secesión de los estados y la
formación por varios de ellos de una “Confederación” independiente y distinta?
Si su respuesta es negativa, ¿qué sentido tiene el encargo que para Maryland me
hizo, ni qué valores quedan en pie de los que usted me hizo llegar como límites
a la autodeterminación de los estados? Ya corre por aquí la siguiente broma despectiva,
que lo peor que tiene es que parece estar justificada: Lincoln desearía
tener a Dios de su lado, pero ocurre que necesita asimismo a Kentucky[33]. Y en el mismo
discurso Su Excelencia, llegó a afirmar que creo entender -aunque aún no la
haya leído- que el Congreso ha aprobado proponer una enmienda a la
Constitución, según la cual el gobierno federal no debe interferir jamás en las
instituciones nacionales de los estados, incluso las relativas a personas forzadas
a prestar su trabajo… Considerando que tal disposición es ya ahora una ley
constitucional en marcha, yo no tengo objeción a que llegue a convertirse en
ley expresa e irrevocable. Según eso,
Señor, ¿está dispuesto ahora a admitir que la esclavitud se extienda y
conserve dondequiera que un estado la reconozca y apruebe?; ¿y a que una
enmienda a la Constitución pueda impedir su corrección o derogación por otras
enmiendas futuras, privando así a las futuras generaciones del derecho
democrático de gobernarse con sus propias leyes?
En estas
circunstancias, Señor, me resulta muy difícil mantener el compromiso asumido
con usted, siendo aún presidente electo, de cooperar en un esfuerzo común, para
que Maryland se mantuviese dentro de la Unión. Entiendo que, por los motivos y
durante el tiempo que Su Excelencia conocerá, se ha apartado decisivamente de
acuerdos previamente asumidos… Solo tendría lógica el que, reconsiderando su complacencia,
cuando tenga la enmienda Corwin a la vista, rechace enviarla por correo a los
gobernadores de los estados, poniendo en juego, si fuere preciso, su
pertenencia al partido republicano y hasta su propio mantenimiento en la
presidencia de esta nación[34].
Disturbios en la calle Pratt de Baltimore,
19 de abril de 1861
***
Afortunadamente
para la dignidad de Lincoln y los ásperos puntos de vista de George Feld, la
situación se recondujo sin hacer uso de la enmienda Corwin en trámite, cuando
dos de los estados fronterizos clave optaron por mantenerse dentro de la Unión.
El de Missouri, de manera llamativamente masiva, rechazaba la secesión en una
convención convocada exprofeso, por 89 votos contra 1. Y, poco después,
Kentucky se decidía por la Unión, si bien con una cláusula de neutralidad, que
su gobernador, Magoffin[35], resumió en la expresión
de ni un solo hombre de Kentucky, ni un solo dólar, para luchar contra
nuestros hermanos del Sur. La verdad es que esa neutralidad apenas duró
tres meses: los que tardaron los confederados en invadir el estado para atacar
desde él a la Unión. No obstante, esa hermosa idea de neutralidad contagiaría a
Maryland, aunque no pudiera sostenerla más allá de unos días: los que tardó la
Secretaría de Guerra en ordenar a las tropas de la Unión que ocupasen el estado
y declarasen en él la ley marcial. En las cartas que siguen, Feld dará cuenta a
Lincoln de estos y otros concomitantes acontecimientos.
Frederick[36], 21 de abril de 1861.
Respetado Señor
Presidente:
Como muy
probablemente sabrá, el gobernador Hicks no tuvo más remedio que ceder a las
presiones del Señor Steuart y demás partidarios de la secesión y, el pasado día
12, convocó la reunión de la legislatura del estado para una semana más tarde,
si bien tuvo la prudencia -que disfrazó de seguridad para los diputados- de fijar
como sede la pequeña ciudad de Frederick, en el norte de Maryland,
relativamente lejos de las excitaciones de Baltimore y de los peligros de
invasión en Annapolis. Para recabar información y, en su caso, ejercer una
influencia favorable a la causa de la Unión, me dirigí inmediatamente a la
ciudad y, al no encontrar en ella alojamiento conveniente, dada la afluencia
por la sesión especial de la legislatura, busqué acomodo en una granja próxima,
regentada por un conocido de mi familia de Hagerstown…
En un primer momento, la asamblea discutió la
moción de separarse de los Estados Unidos y abrazar la causa de la
Confederación. Tengo el orgullo y la satisfacción de enterarle de que, tras una
intensa discusión, se acordó por votación unánime de los ochenta y dos
delegados, que no aprobaría la secesión del estado, dado que “no tenía ninguna
autoridad constitucional para tomar tal medida, cualesquiera que fueren los
sentimientos personales de sus miembros”. Mi orgullo no se debe solo al
contenido de la voluntad de mi estado, sino a que tengo la convicción de haber
contribuido -todo lo modestamente que se quiera- a imbuir en sus representantes
la idea de que solo una enmienda constitucional por iniciativa del Congreso
podría transformar nuestra Unión federal, perpetua e indivisible, en una
confederación de estados independientes y soberanos, que pudieran salirse de
ella a voluntad e individualmente…
En el día de ayer,
tras nueva y extensa deliberación, la legislatura sometió a votación las
condiciones en que el estado asumiría su persistencia en la Unión, una vez que
parecen haberse desatado las hostilidades con los estados confederados del Sur.
Por 53 votos contra 29, además de reiterar el rechazo de la secesión, la
asamblea manifestó su voluntad de no implicarse en la guerra contra los estados
del Sur. En concreto decidió solicitar de Su Excelencia que retirase las tropas
de la Unión actualmente presentes en Maryland y evitase que circulasen por las
líneas férreas del estado las tropas de la Unión. Y, habiendo llegado a oídos
de los representantes los incidentes y motín producidos en Baltimore el día de
anteayer, la legislatura apoyó el que no se reabriesen los enlaces ferroviarios
con el norte, a fin de evitar el transporte de tropas entre Pennsylvania y la
ciudad de Washington a través de Maryland. Supongo que todos estos extremos no
serán del agrado del gobierno que usted preside, y hasta estoy por asegurar que
mi estado pretende una utopía, a la que la guerra hará inmediatamente imposible
aspirar…
***
Los incidentes de
Baltimore del 19 de abril de 1861 -que supusieron los primeros fallecimientos
violentos de la guerra civil- quedaron así reflejados por George Feld, tan
pronto regresó a dicha ciudad, tras concluir la convención de Frederick:
Baltimore, a 23
de abril de 1861.
Respetado Señor
Presidente:
Aunque no fui
testigo presencial, creo estar en condiciones de ofrecerle una visión resumida
de los incidentes habidos en esta ciudad entre manifestantes de inclinación
sudista y las tropas que, habiendo llegado por ferrocarril hasta Baltimore
procedentes de Pennsylvania, se disponían a transbordar a otro convoy, al
parecer, con destino a esa Capital. Aunque los regimientos llegados a esta
estación fueron dos -uno, pensilvano; otro, de Massachusetts-, la colisión
violenta solo tuvo lugar con este último, produciéndose una espontánea refriega
en la que, además de numerosos heridos, se produjo la muerte de cuatro soldados
y la de no menos de doce civiles agresores o circunstantes. Una vez los
regimientos hubieron partido hacia su destino, vía Annapolis, no cesaron las
manifestaciones y escaramuzas con los soldados de guarnición en el fuerte
McHenry; de modo que, de consuno, el gobernador Hicks y el alcalde Brown
tomaron -como Su Excelencia bien conoce- la decisión de telegrafiarle para
exponerle los hechos y rogarle que se abstuviera de mandar nuevamente soldados
a través de los ferrocarriles de Maryland. Comoquiera que -según me han
informado- aún no se ha recibido contestación de Washington, me permito rogarle
que, por el bien de la tranquilidad del estado y de su adhesión a la Unión, dé
las órdenes oportunas para que se conteste a nuestros próceres, de forma
expresa y suficientemente tranquilizadora. De otro modo, la situación podría
volverse en contra de su causa, como lo evidencia la atrevida decisión del
alcalde Brown, autorizando que fuesen destruidos los puentes sobre la vía
férrea existentes al norte de Baltimore; una iniciativa que ha sido muy
aplaudida por el pueblo y de la que -se dice- no está muy alejado el propio
gobernador Hicks…
Post data: A punto de cerrar esta carta para enviarla al
correo, Reverdy Johnson me informa de que, al fin, ha llegado su respuesta a la
petición antes expresada, en el sentido de explicar que los regimientos que
aquí llegaron el día 19 no tenían el objetivo militar de atacar Virginia, sino
de defender de los confederados la ciudad de Washington, hasta ahora casi
desprotegida. Es, de su parte, una contestación ponderada y tranquilizadora, si
no fuese por el fundado rumor que llegó aquí casi al mismo tiempo: Que el
general Scott[37]ha comunicado a las tropas de
Pennsylvania que la “ruta de Baltimore” les será nuevamente abierta, tan pronto
haya fuerzas disponibles suficientes para “garantizar la seguridad en
Baltimore”. Ignoro, por supuesto, lo que hay de cierto en esas habladurías.
En esas habladurías
había mucho de cierto, como lo evidencia la siguiente carta de Feld al
presidente Lincoln, en la que surgen nuevos motivos de disgusto y de
desavenencia entre los pareceres de uno y otro o, cuando menos, entre las
expectativas del primero y la triste realidad de la guerra. Veámoslo.
Baltimore, 30 de
mayo de 1861.
Señor Presidente:
A estas alturas,
entiendo que el encargo que recibí de Su Excelencia hace unos meses, en orden a
apoyar su deseo y esfuerzos en pro del mantenimiento de Maryland en la Unión,
carece ya de virtualidad y sentido, toda vez que, el pasado día 13, el general
Butler[38]declaró la ley marcial en esta ciudad
y su entorno levantisco, al tiempo que numerosas tropas entraban en nuestro
territorio desde el norte y las guarniciones de fuertes y arsenales eran
reforzadas y se mantenían en estado de alerta, por no hablar de la presencia de
la marina bloqueando nuestros puertos. Simultáneamente, el alcalde Brown, su
jefe de policía y buen número de sus oficiales y de los de la milicia han sido
arrestados y permanecen detenidos, sin que se les aplique la garantía constitucional
de hábeas corpus. Mi
principal, el Señor Johnson, en su calidad de abogado defensor del capitán de
milicia, John Merriman, ha tratado de conseguir su excarcelación a través de un
mandamiento del juez Taney, presidente del Tribunal Supremo, pero no ha logrado
otra cosa que se le reconozca que tiene razón[39] pero, al propio
tiempo, se le advierta de represalias, como desafecto a la causa de la Unión.
Simultáneamente,
se ha establecido por la autoridad militar una severa censura de la prensa
local[40]. También ha habido enfrentamientos
entre gobernantes y magistrados afines al partido republicano con otros
tachados de “amigos de los rebeldes”, tratando de imponer la dimisión de estos
últimos, a no ser que prestasen en público un juramento de lealtad a la
Constitución y las leyes de los Estados Unidos -hasta aquí, nada que objetar-,
y de combatir con las armas en la mano a todos sus enemigos, exteriores e
interiores -lo que sí coarta la libertad personal y se opone a lo acordado en
abril por la asamblea legislativa del estado-. Ignoro, señor, hasta qué punto
todas estas cosas son conocidas y aprobadas por Su Excelencia, pero, en todo
caso, están lejos de lo que un abogado conciliador -como es mi caso- debe
apoyar o contemplar pasivamente…
Espero comprenda
las razones para apartarme de mi condición de “mediador”, siquiera continúe
informándole de cuanto aquí suceda y -si me lo permite- prosiga mi valoración
de esos hechos y del tratamiento jurídico de los mismos…, rogándole
encarecidamente que vigile y contenga los excesos de quienes no dudan en
maltratar sin necesidad a un estado que, hace apenas un mes, decidió
unánimemente en su asamblea legislativa mantenerse dentro de la Unión…
William H. Seward, Secretario de Estado
de Lincoln
***
La situación de
represión sufrida por Maryland acabó por extenderse de modo general a los
políticos sospechosos de simpatía hacia la Confederación. Las últimas cartas de
George Feld correspondientes al año 1861 lo destacan, así como las
consecuencias que -según él- se vienen derivando de esa opresión política que,
naturalmente, seguiría a todo lo largo de la guerra civil, aunque Feld insistiera
cada vez menos en denunciarla, ante el poco eco que sus denuncias tenían en
Washington. Veamos algunas de esas cartas:
En Baltimore, a 20
de septiembre de 1861.
Señor Presidente:
Algunos de quienes
parecen querer tratar a Maryland como un estado rebelde reconquistado se
justifican con el hecho de que numerosos ciudadanos del este y el sur de
Maryland han afluido hacia Virginia para alistarse en el ejército confederado,
hasta formar no menos de siete batallones y un regimiento, a las órdenes del
brigadier general George Steuart[41] -hermano del Richard Sprigg Steuart,
de quien en otras cartas anteriores traté-. Me informan de que los marylanders que luchan con el Sur
no son más de unos 4.000, la mayoría de ellos pasados al otro bando al inicio
de la guerra. El resto de nuestros jóvenes combatientes luchan voluntariamente
en el ejército de la Unión. Y otros muchos -la mayoría, sin duda- titubean
entre un servicio y otro, como corresponde a la situación e idiosincrasia de
nuestro estado. Si Maryland continúa siendo “esclavizado” -como exageran los
detractores del Gobierno-, tales excesos no harán sino aumentar el rencor y la
inquina hacia “los yanquis”, logrando de esa forma lo contrario de cuanto
pretenden lograr mediante la imposición…
Ya comprendo que
su Gobierno no puede consentir que un estado tan estratégico como el nuestro
sea gobernado por individuos de dudosa fidelidad a la Unión, pero ello no
debería implicar el detenerlos y recluirlos en prisiones y fuertes, con la
disculpa -se ha dicho literalmente- de que “ayudarían a una posible invasión
rebelde e intentarían que Maryland saliese de la Unión”. Con ese pretexto se ha
privado de libertad y de derechos políticos a un tercio de los miembros
de la asamblea legislativa, cuando esta se ha reunido el pasado día 17 por vez
primera desde el estallido de la guerra. Igualmente, se ha privado de su
libertad al Señor, Henry May, representante demócrata en el Congreso de la
República, y al juez Richard Carmichael, por haber decretado la liberación de
ciudadanos no inculpados, pero con detención ordenada por su secretario de
Estado, el severo y expeditivo Señor Seward[42]. Reverdy Johnson está indignado pues
entiende -con toda razón- que una cosa es ser riguroso en periodo de guerra con
los vacilantes o sospechosos, y otra meter en la cárcel a los políticos
moderados y a los jueces que tratan de protegerlos… Lo menos que podría hacer,
Señor, es presentar al Congreso una declaración presidencial, en su calidad de
jefe de las fuerzas armadas en estado de rebelión o de guerra, para que se deje
sin efecto expresa y formalmente el derecho de hábeas corpus[43], evitando así la vergüenza de que
nuestros tribunales sean desobedecidos y desacatados por los representantes del
gobierno y por las autoridades militares.
3.
A vueltas con la esclavitud y el final pactado de la guerra (1862-1865)
Pese a la
conclusión del mandato de George Feld, referente a ayudar al mantenimiento de
Maryland dentro de la Unión, el corresponsal siguió escribiendo a Lincoln,
aunque no hay constancia de que este le respondiera, más allá de acusar recibo
de algunas de sus cartas por medio de sus secretarios. Tampoco parece que Feld
viajara a Washington ni, menos aún, que llegase a entrevistarse con Lincoln. Lo
cierto es que, al ganar Reverdy Johnson las elecciones al Senado en marzo de
1863, Feld quedó como encargado principal del gran bufete de aquel en
Baltimore, abandonando las funciones de secretario personal de Johnson, que
otrora había desempeñado.
A partir de 1862,
Feld se centrará en sus cartas en dos temas recurrentes: el de la abolición de
la esclavitud y el de los esfuerzos por acabar la guerra civil con una solución
de compromiso o, cuando menos, con una rendición del Sur en condiciones muy
ventajosas. El conocimiento puntual que Feld muestra de esta última cuestión se
debió, sin duda, a lo que Johnson le transmitió desde su privilegiado
observatorio del Congreso.
***
En Baltimore, a
3 de enero de 1862.
Señor Presidente:
Permítame
expresarle mis mejores deseos para el año que ahora comienza, tanto en lo
personal, como en sus esfuerzos por restaurar la Unión y volver a la paz en
toda la República…
… Ciertamente,
Señor, hemos tenido conocimiento de la ley del pasado 6 de agosto, sobre
confiscación de los esclavos que la Confederación viniese utilizando como mano
de obra o fuerza de choque, en defensa de sus trabajos e intereses, así como de
los esclavos que, estando en dicha situación, huyen a territorio de la Unión.
Tanto el Señor Johnson, como yo mismo, hemos quedado sorprendidos de la
ambigüedad de tal norma, que incluso podría ser entendida en el sentido de que
serán los propios Estados Unidos quienes pasen a tener la propiedad de los
esclavos confiscados y, en consecuencia, podrían someterlos a trabajos forzados
o a tomar las armas a la fuerza en su propio beneficio. Tampoco se dice en la
ley si los dueños de tales esclavos podrán recuperarlos para tareas pacíficas
en sus plantaciones y domicilios, ni si -caso contrario- habrán de ser
indemnizados por el gobierno de la Unión, a tenor de la quinta enmienda de la
Constitución. El senador Pearce nos ha manifestado su opinión, en el sentido de
que la ambigüedad de la ley es calculada, porque Su Excelencia, para darla de
paso, ha corregido ciertos “excesos”, considerados prematuros y contraindicados
con su voluntad de no cerrar las puertas a un razonable retorno de los
confederados. En efecto, lo que ha sucedido después de aprobarse la ley de
confiscación en tierras de Virginia, Carolina del Sur, Luisiana y otras nos
permite llegar a la misma conclusión: Su Excelencia ha desautorizado a los
generales Hunter[44] y Butler, tanto por manumitir a los
esclavos de manera lisa y llana, como por forzarles a hacer lo mismo que venían
realizando para la Confederación, solo que ahora en pro de la Unión. Es muy
loable la fórmula empleada para dejar la situación en suspenso, consistente en
afirmar que los esclavos confiscados forman parte del patrimonio nacional y se
hallan bajo la protección de los Estados Unidos. Pero, más pronto o más
tarde, el Congreso y el Gobierno habrán de tomar la suprema y definitiva
resolución de liberar a todos los esclavos que existan en los estados y
territorios reconquistados, asumiendo, en su caso, el compromiso de Su
Excelencia, anterior a la guerra, de indemnizar a sus dueños… Y mucho nos
agradaría a los políticos y hombres de leyes de Maryland el conocer la opinión
de Su Excelencia, acerca del destino de los esclavos de los estados que se han
mantenido dentro de la Unión… Abrigo pocas dudas sobre que la fórmula
definitiva podría ser la liberación con indemnización. Quizá sería oportuno dar
un plazo no muy largo -entre cinco y diez años-, para permitir a los poseedores
de esclavos dedicados a actividades económicas que reorganicen estas, de forma
que no queden arruinadas.
Capitolio del estado de Maryland en Annapolis,
su capital
***
En Baltimore, a 18
de diciembre de 1862.
Señor Presidente:
He estado
aguardando hasta ahora, para permitirme algún comentario sobre su decisión o
“advertencia” del pasado día 22 de septiembre, en el sentido de que, si los
estados confederados no volvían inmediatamente al seno de nuestra República,
procedería a emancipar a todos los esclavos de dichos estados, de manera global
y sin derecho a indemnización. Ya entonces, de acuerdo con el Señor Johnson,
discrepé en dos aspectos de tan inevitable resolución. El primero, la condición
de que los confederados no volviesen de inmediato a la Unión, porque ¿no ha
sido bastante la rebeldía y el dolor de una guerra civil provocada por ellos,
que ya dura más de año y medio? O ¿qué tiene que ver la decisión política de
ceder en la secesión, con la justicia de que sean liberados todos los negros
del yugo de la esclavitud?...
Pero, por otro
lado, entendemos que su “advertencia” peca de rigurosa o, más bien, poco justa,
al hacer pagar a los dueños de esclavos por la tozudez de los políticos del
Sur, quienes -salvo en Texas- ni siquiera celebraron un plebiscito para saber
qué opinaban sus conciudadanos respecto de la secesión. Creemos que la Constitución
y la irresponsabilidad general de los hombres por los actos de terceros,
aconsejan otorgar una compensación económica a quienes se vean privados por
orden ejecutiva del gobierno de su propiedad, por vergonzosa que esta pueda
parecernos…
En fin, Señor,
como era de esperar, los estados confederados no han respondido favorablemente
a su “advertencia” y, en su virtud, en su reciente discurso al Congreso de hace
unos días, ha señalado ya la fecha improrrogable del 1 de enero del próximo año
para emitir la proclama de emancipación[45]. De ello me congratulo, Señor, con
las observaciones antes expuestas, a las que me permito añadir otra, muy
importante para este estado y la tranquilidad de sus habitantes: Supuesto que
los esclavos de los estados unionistas no van a ser alcanzados por la inmediata
emancipación, ¿qué va a ser de ellos? ¿No tendrá nada que decirles sobre su
futuro inmediato? Y a los propietarios de esclavos, ¿tampoco tendrá para ellos
una respuesta que les asegure una compensación económica y les permita ir
preparando el porvenir de sus explotaciones agrarias? …
En cualquier caso,
uno de los objetivos de esta guerra -combatir la esclavitud- está a punto de
conseguirse, y el primero de todos -la restauración de la Unión- parece irse encarando
con mayor esperanza que hace apenas unos meses. Son motivos suficientes para
que todos -empezando por Su Excelencia- nos sintamos reconfortados.
***
La guerra civil,
aunque lentamente, se encamina hacia su final, con el triunfo completo de la
Unión. Es el momento de que el gobierno de Lincoln decida sobre las dos
cuestiones cruciales, que ya habían estado en el origen de la guerra: Qué va a
hacerse prácticamente de los antiguos esclavos, ahora liberados en masa, y cómo
va a articularse el retorno de los estados confederados al seno de la Unión. En
paralelo, diversas fuerzas políticas de uno y otro bando pretenden acelerar el
final de la contienda mediante fórmulas de consenso, opuestas a la rendición
incondicional, de la que el partido republicano es partidario. Muchos de esos
problemas se debatirán en la campaña presidencial de 1864, que, tras muchas
complicaciones previas, concluirá con la reelección de Lincoln. En todos esos
temas se interesará George Feld en sus cartas al presidente, además de reflejar
inquietudes más personales, derivadas de la invasión de su Hagerstown natal por
tropas confederadas. Veamos una selección de dichas cartas.
En Baltimore, a
4 de septiembre de 1863.
Señor Presidente:
El senador Reverdy
Johnson[46]me ha hecho llegar una carta abierta,
dirigida por Su Excelencia al honorable representante por Illinois, James
Conkling[47], por considerarla de la mayor
importancia, tanto para conocer su postura presidencial ante la guerra y sus
motivos, a más de dos años de su inicio, cuanto porque sirve de reflejo de las
posiciones políticas tan divergentes, que inevitablemente han de polarizarse
cuando un conflicto sangriento parece eternizarse, sin visos determinantes de
victoria. En este contexto, permítame que alabe su posición personal, siempre
equilibrada y buscando la justicia, pero -también- que discrepe de algunas de
sus manifestaciones en la citada carta, que entiendo no se ajustan a las
alegadas causas de la guerra, ni a su propia postura inicial sobre las mismas.
Claro que los graves acontecimientos de estos últimos años explican
suficientemente -y hasta quizá justifiquen- ciertos cambios de criterio.
Si yo he entendido
bien el contenido de su carta al Señor Conkling, creo que podría resumirse así:
1º. No tiene reparo alguno para negociar con los estados confederados su
rendición y, en consecuencia, las condiciones de la paz, sin más condición
previa que la de que dichos estados vuelvan al seno de la Unión. 2º. Eso sí: la
emancipación de todos los esclavos de los estados confederados no puede tener
vuelta atrás, dado que es de estricta justicia y, además, ha sido la esclavitud
de los negros lo que ha vuelto a los esclavistas particularmente fuertes y
orgullosos. 3º. Ahora que la victoria parece empezar a sonreírnos, no es el
momento de sacrificar, ni la Unión, ni a los antiguos esclavos, para conseguir
la paz. 4º. Hacer uno de esos dos sacrificios sería tanto como admitir que la
guerra había sido en vano y que, finalmente, la Confederación de Estados
Americanos seguiría existiendo, de un modo u otro.
Permítame, Señor
presidente, que ponga en paralelo con su carta con la resolución que la
asamblea legislativa de Maryland adoptó en marzo del pasado año: Esta guerra se lleva a cabo por la
Nación con una sola finalidad, a saber, la de restaurar la Unión tal y como era
cuando estalló la rebelión. Los estados rebeldes deben ser devueltos a su lugar
en la Unión, sin modificación ni disminución de sus derechos constitucionales. Es
una resolución que juzgo completamente coherente con la proclamación de
emancipación de los esclavos, la cual no se ha hecho respecto de todos ellos,
sino solamente de los existentes dentro de los estados rebeldes a la Unión. Se
entiende: como discutible castigo a su rebeldía y como menos discutible intento
por minar su esfuerzo de guerra; pero en ningún caso asumiendo prioritarias
razones de justicia que, de existir, afectarían tanto a los esclavos de los
estados rebeldes, como a los existentes en los fieles a la Unión, como lo es el
mío de Maryland.
En suma, Señor, valoro
muy positivamente, tanto su intención de proseguir la guerra mientras la
rebelión persista, como la generosidad con la que está dispuesto a recibir a
los estados confederados nuevamente en la Unión; pero veo más discutible poner
como condición inexcusable la emancipación de los esclavos del Sur, máxime sin
conceder a sus propietarios una congrua indemnización… Si ese es, en buena
lógica, el futuro que espera a los estados esclavistas no levantados contra la
Unión, me temo que la actitud de mi estado ante el esfuerzo de guerra y las
próximas elecciones será muy poco favorable para la Unión y para los partidos
que a ultranza la defienden…
Emancipación de los esclavos negros
(composición gráfica de la época)
***
En Baltimore, a 13
de julio de 1864.
Señor Presidente:
… Permítame que
haga referencia al episodio bélico más relevante que se haya producido en mi
villa natal desde el comienzo de la guerra, que afortunadamente ha concluido
sin víctimas. Si me animo a ello, es porque me consta que Su Excelencia -y la
ciudad de Washington en su conjunto- acaban de librarse en los pasados días de
ser copados por un ejército confederado relativamente numeroso, al mando del
general Early[48], que fue afortunadamente detenido y
severamente dañado por tropas muy inferiores en número, mandadas por el general
Wallace[49], dando tiempo con su esfuerzo a que
otras más numerosas acudiesen en auxilio de la Capital y evitasen que fuese
tomada, como otrora por los ingleses, hace ya cincuenta años[50]… Pues bien, tres días antes de que
se diese la batalla[51], una brigada de caballería de unos
mil quinientos efectivos, al mando del general McCausland, fue enviada a
Hagerstown por Early para recaudar fondos y pertrechos, bajo amenaza de
destruir la población. La razón esgrimida para ello fue una represalia por los
graves daños que el ejército de la Unión viene causando en el valle virginiano
de Shenandoah, dejando a las tropas confederadas en una grave situación de
carencia… La exigencia de McCausland fue aceptada por la indefensión en que
Hagerstown se hallaba, obteniendo así los 20.000 dólares reclamados y una gran
cantidad de uniformes y otros pertrechos para la tropa, allí almacenados por la
intendencia de la Unión. Obtenido el rescate solicitado, los confederados se
retiraron hacia el este por el camino de Frederick, ciudad que también había
sido objeto de una gran confiscación, comprendiendo además la entrega de
doscientos mil dólares… Se dice que, pese a que las tropas de Early hubieron de
retirarse hacia el sur, pudieron pasar la frontera del río Potomac con todo el
producto de su saqueo, que sin duda beneficiará a sus compañeros que combaten
en Virginia…
***
En Baltimore, a
10 de noviembre de 1864.
Señor Presidente:
Reciba mi sincera
felicitación por la rotunda victoria electoral que en el día de anteayer
consagró su reelección, cuya claridad pocos hubieran pronosticado hace unos
meses[52], cuando el Partido de la Unión[53] optó por Su Excelencia como su
candidato, precisamente en convención celebrada en esta ciudad de Baltimore. Su
triunfo a nivel nacional con un cincuenta y cinco por ciento de los votos de
los ciudadanos ha tenido su exacto reflejo en este estado de Maryland, donde su
candidatura alcanzó 40.153 votos, frente a los 32.739 de su opositor, el
general McClellan. Y la victoria en los comicios presidenciales ha tenido
corroboración en las elecciones al senado, ganadas por el anterior gobernador,
Mister Hicks, también unionista, así como en las de representantes, en las que
los unionistas han superado a los demócratas por tres escaños a dos. ¿Quiere
esto decir que mi estado le es plenamente afecto? Yo no lo creo así, por más
que mucho ha mejorado aquí su consideración desde 1860, en que consiguió poco
más de dos mil votos entre casi 93.000 emitidos. Entonces, ¿por qué opino que
“no es oro todo lo que reluce”? Permítame volver un poco la vista atrás, hasta
los momentos en que en Maryland se discutió y aprobó una nueva Constitución, en
sustitución de la de 1851.
Como sabe, la
convención encargada de decidir el texto se reunió en Annapolis, en abril de este
año, y me consta que los constituyentes fueron escogidos en un ambiente de
presión y de vacío de oponentes, que dio una supremacía abrumadora a miembros del
partido unionista. ¡Qué lejos de la relativa libertad con que se han producido
las ulteriores consultas al pueblo del estado! Prueba de dicha falta de
libertad y de oposición fue el que, tras tres años de constantes depuraciones
de simpatizantes con la causa del Sur, todavía decidió la convención que la
tarea de poda de opositores no estaba del todo consumada. En consecuencia,
incluyó en la nueva Constitución, como cláusula para in aeternum o, cuando menos, sine
die, la exclusión de todo cargo o función pública de quienes no realizasen
previamente el juramento de fidelidad a la Unión y sus leyes[54]. Y no se olvide que
esta exigencia se fija para un estado que en todo momento se ha mantenido, por
muy amplia mayoría, dentro de la Unión.
A mayores, el artículo
24 de la futura constitución establecía, sin compensación económica, la
liberación de todos los esclavos existentes dentro del estado -unos ochenta y
cinco mil-, si bien no se les reconocían los derechos de ciudadanía,
singularmente, el de voto. Es más, en previsión de que los negros pudiesen
votar no tardando, se realizó una nueva distribución de los distritos
electorales, reduciendo mucho el peso de aquellos condados en que la población
no blanca fuese numerosa. Es decir, se adoptó un acuerdo aparencial, sin otro
objetivo que el de convertir a Maryland en un estado no esclavista, a los
efectos políticos pertinentes, pero quebrantando, a un tiempo, las razonables
expectativas de los antiguos esclavos y el legítimo derecho a indemnización de
sus dueños…
Finalmente, ese
proyecto de constitución fue sometido a referendo popular, en condiciones de
fuerte presencia de las tropas y de muy escasa posibilidad de hacer campaña
contra la ley, a no ser que se quisiera ser significado como “simpatizante
confederado”. Con todo, la constitución fue aprobada por 30.174 votos contra
29.799, con abundante abstención e insuficientes garantías para un recuento de
votación tan ajustada. En tales circunstancias, no dude Su Excelencia de que la
asamblea legislativa, tan dócil como poco libre, aprobará cuanto agrade al
gobierno de Washington y no tenga efectiva repercusión en la vida política, más
allá de bombásticas declaraciones de principios que tengan pocas consecuencias
para los próceres del estado…
Maqueta del vapor de ruedas, River
Queen
***
En Baltimore, a
15 de febrero de 1865.
Señor Presidente:
Como ya sabrá, la
legislatura del estado de Maryland aprobó el pasado día 3 la XIII enmienda a
nuestra Constitución, es decir, al tercer día de ponerse en conocimiento del
gobernador que el Congreso -con el beneplácito de Su Excelencia- había aprobado
la supresión de la esclavitud en todo el territorio de la Unión, incluidos los
estados esclavistas que han permanecido siempre en la misma. No es de extrañar
tanta rapidez en ratificar dicha enmienda, toda vez que nuestro estado ya había
abolido espontáneamente la esclavitud en su ámbito, el pasado mes de octubre.
Es de suponer que ulteriores enmiendas, encaminadas a conceder a los antiguos
esclavos derechos concretos y adicionales, tropiecen en Maryland con una mayor
dificultad, como en una carta anterior le expuse[55].
Ha llegado a mis
oídos -permítame que no le revele las fuentes- que ese mismo día, 3 de los
corrientes, hubo un encuentro de Su Excelencia y algunos miembros de su
gobierno con tres emisarios del presidente confederado, Señor Davis, a bordo del
vapor “River Queen”, en aguas del río Potomac. Igualmente, se me ha referido
que medió una oferta de indemnización en 400 millones de dólares a los dueños
de los esclavos liberados, siempre que la Confederación rindiera sus armas
antes del próximo 1 de abril… Bien sabe que siempre he juzgado justo y
constitucional el compensar a los dueños de esclavos por las pérdidas sufridas
por su emancipación. No obstante, encuentro inoportuno ligar el reconocimiento
de una reclamación justa a la rendición del Sur: Los rebeldes considerarían su
aceptación como una traición en beneficio de los intereses económicos de los
más adinerados; en tanto que en el Norte se juzgaría un inexplicable “regalo”,
habida cuenta de que la guerra está prácticamente ganada ya, y mucho más ha de
estarlo dentro de mes y medio[56]…
Felizmente, Señor,
la guerra durará ya pocas semanas. Estoy convencido de que, lo mismo que durante
su presidencia la Unión ha alcanzado la victoria, bajo la misma firme y
prudente mano ganará también la paz.
Entrevista de Lincoln y Grant en
Petersburg (Virginia), 3 de abril de 1865
Epílogo
Las cartas de
George Feld a Abraham Lincoln concluyen aquí, por la bien conocida razón de que
su destinatario murió asesinado en Washington, el 15 de abril de 1865. Se
frustró así el firme deseo y la esperanza manifestados por Feld en las palabras
finales de la última carta a su malogrado presidente. Supongo que pocos habrán
lamentado dicha frustración más profundamente que este desconocido abogado de
Maryland, al que quizá la publicación de estas cartas le haga ocupar un pequeño
hueco en la Historia.
Memorial de Lincoln, en Washington
D.C.
[1] Para evitar el hastío de
mis lectores y el mío propio, evitaré repetir en esta segunda parte las
notas a pie de página ya recogidas sustancialmente en la primera.
[2] La convención republicana
se celebró en Chicago, entre el 16 y el 18 de mayo de 1860. Después de tres
votaciones, el candidato inicialmente favorito, Seward, fue derrotado
claramente por Lincoln, quien en la votación decisiva obtuvo 354 votos de 466
totales emitidos.
[3] George Feld alude a que
Carolina del Sur era a la sazón el estado más extremista en materia de
esclavitud y el más proclive a la secesión, que ya había anunciado su
gobernador, William Henry Gist, y que hizo efectiva en diciembre de 1860.
[4]
En concreto, diez días: los que median entre el 18 y el 28 de junio de 1860.
[5] Finalmente, el elegido
sería John Cabell Breckenridge (1821-1875), de Kentucky, que era vicepresidente
en ejercicio (1857-1861).
[6]
John C. Bell (1796-1869), otrora secretario de Guerra y presidente de la Cámara
de Representantes.
[7] Los 123 votos electorales
restantes se los repartieron los candidatos Breckenridge (72), Bell (39) y
Douglas (12).
[8] Significativa, sobre todo,
por cuanto Mister Davis encabezaría posteriormente la secesión, como primer y
único presidente de los Estados Confederados de América (1861-1865).
[9] No puede olvidarse tampoco la postura
decididamente pro Unión del gobernador de Texas y héroe de su independencia,
Sam Houston (1793-1863), que hizo campaña contra la secesión de su estado y, al
fallar, dimitió inmediatamente de su cargo y abandonó la política, hasta su
fallecimiento.
[10] Ganó la nominación por
este estado el sudista Breckenridge, con 42.482 votos, pero los unionistas moderados
Bell y Douglas lograron, respectivamente, 41.760 y 5.966. El unionista más
radical, Lincoln, solo obtuvo 2.294 votos, de un total aproximado de
92.500.
[11] Esa neutralidad, que se respetó solo en los
primeros meses de la guerra civil, implicaba el mantenerse dentro de la Unión,
pero sin aportar tropas, ni permitir que las de los contendientes circulasen
libremente dentro de su territorio.
[12] Como es sabido, el
Distrito de Columbia, en que radica la capital nacional de Washington, limita
con los estados de Virginia y Maryland. Tiene una superficie de 167 km2.
[13] Es posible que George
Feld hubiese escuchado decir de Lincoln que era un político especialmente
pragmático y flexible, a quien se atribuyen frases o anécdotas del tipo: Mi
política consiste en no tener ninguna, o su respuesta a quien le preguntaba
con censura por un cambio en su modo de pensar: Sí, he cambiado, y no tengo
estimación por un hombre que no sea más sabio hoy que ayer. Véase, André
Maurois, Historia de los Estados Unidos, Círculo de Lectores, Barcelona,
1972, pp. 339-340.
[14] Frase de Lincoln, en
vísperas de la guerra civil: Si pudiera salvar la Unión sin liberar a un
solo esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla emancipando a unos cuantos
esclavos, dejando a los demás tal y como están, tampoco vacilaría en hacerlo.
[15] Antes de la guerra civil,
Lincoln -cuya edad era entonces de poco más de 45 años- veía tan lejana la
abolición de la esclavitud en los Estados Unidos, como para imaginar que no se
produciría durante el tiempo probable de su vida, es decir, hasta finales del
siglo XIX, aproximadamente.
[16] La quinta enmienda a la
Constitución americana (1791) prohíbe que los ciudadanos estén sujetos a
persecución y castigo penal sin la existencia de un debido proceso. Un
ciudadano no puede ser llevado a juicio dos veces por los mismos hechos y es
protegido de la autoincriminación (el derecho a permanecer en silencio). Esta
enmienda también establece el poder de la expropiación y se asegura de que la
propiedad privada no sea incautada para fines públicos sin una compensación
justa.
[17] La citada convención,
convocada por el gobernador Gist con el objetivo de aprobar la secesión, se
reunió en Columbus, capital de Carolina del Sur, el 18 de diciembre de 1860,
aprobando su separación de la Unión el día 20 del mismo mes y año.
[18] La secuencia de secesión
de los demás estados que se integraron ab initio en los Estados
Confederados de América fue: Mississippi, el 9 de enero de 1861; Florida, el 10
de enero; Alabama, el 11 de enero; Georgia, el 19 de enero; Luisiana, el 26 de
enero; Texas, el 1 de febrero. La expresada Confederación de siete estados
surgió de una convención reunida en Montgomery (Alabama) a partir del 4 de
febrero de 1861, habiendo aprobado su Constitución el día 8 del mismo mes.
[19] John Jordan Crittenden
(1787-1863), gobernador de Kentucky (1848-1850) y senador por dicho estado en
el Congreso federal (1855-1861). George Feld alude a que Crittenden era de
Kentucky, donde Lincoln había nacido, aunque su vida profesional y política se
desarrollaría luego en Illinois.
[20] El compromiso
Crittenden se votó negativamente en ambas Cámaras del Congreso a mediados
de enero de 1861, cuando ya habían acordado la secesión, al menos, Carolina del
Sur, Mississippi, Florida y Alabama.
[21] Dicho fuerte de los
Estados Unidos, sito en una isla de la bahía y puerto de Charleston (Carolina
del Sur), fue cañoneado por fuerzas de dicho estado durante los días 12 y 13 de
abril de 1861. Fue la ocasión aprovechada por Lincoln para justificar que no había
sido la Unión quien había usado primero de la fuerza armada, sino en respuesta
a la iniciativa bélica de la Confederación. Resumen del episodio en: Isaac
Asimov, Los Estados Unidos desde 1816 a la Guerra Civil, Alianza
Editorial, Madrid, 1983, pp. 231-236.
[22]
Denominación que, en ocasiones, se daba a Virginia, al haber sido virginianos
los primeros presidentes de los Estados Unidos.
[23] En efecto, la propuesta
de Virginia no prosperó, lo que dio lugar a que, durante el mes de abril de
1861, pasasen a integrarse en la Confederación, tanto Virginia, como Tennessee
(pese a haber acordado su población antes lo contrario), Arkansas y Carolina
del Norte; pero en junio del mismo año, la parte occidental de Virginia
resolvió -con la ayuda del ejército unionista- separarse del resto del estado,
dando lugar a otro nuevo: Virginia Occidental.
[24]
La capital estatal de Annapolis tenía en 1860 unos 4.500 habitantes.
[25] Baltimore tenía en 1860
una población de 212.000 habitantes. Era mayormente de intención secesionista,
entre otras cosas, por tener como gran fuente de ingresos el comercio de
esclavos (a ello parece aludir George Feld, como cosa sabida por Lincoln).
Baltimore dista de Annapolis 32,5 millas, es decir, unos 50 kilómetros.
[26] De un total de unos 92.000
votos, Breckenridge obtuvo 42.000; Bell, 41.500; Douglas, 6.000; Lincoln, 2.500
(cifras aproximadas). Por tanto, el unionismo habría triunfado sobre el
separatismo por 50.000 votos contra 42.000, aproximadamente.
[27] George William Brown
(1812-1890), solo ejerció la alcaldía de Baltimore entre 1860 y 1861, cesando
en ella a raíz del motín del 19 de abril de 1861 en dicha ciudad, del que más
adelante se dará noticia.
[28]
Thomas Holliday Hicks (1798-1865), gobernador de Maryland (1858-1862) y senador
(1863-1865).
[29] Richard Sprigg Steuart
(1797-1876), médico psiquiatra, ligado a la institución del Spring Grove
Hospital Center de Baltimore, fundado a finales del siglo XVIII y todavía
(2023) en pleno funcionamiento.
[30]
Unidad de superficie que equivale a entre 0,4 y 0,5 hectáreas.
[31] William Henry Seward
(1801-1872), el político más destacado del partido republicano hasta la
nominación de Lincoln para la presidencia (véase antes, nota 2); gobernador de
Nueva York (1839-1843), senador (1849-1861) y secretario de Estado (1861-1869).
Thomas Corwin (1794-1865), senador por Ohio (1845-1850) y miembro de la Cámara
de Representantes (1859-1861).
[32] Para prosperar una
enmienda constitucional aprobada por el Congreso y no vetada por el presidente,
tenía -y tiene- además que ser aprobada por las legislaturas de, al menos, dos
tercios de los estados.
[33]
Lincoln tenía en especial estima la permanencia de Kentucky en la Unión,
juzgando que, de otro modo, no podrían conservarse en ella los estados de
Missouri y Maryland.
[34] Esta condición de
George Feld no fue atendida por Lincoln quien, una vez en el cargo, envió por
carta a todos los gobernadores de los estados el texto de la enmienda Corwin,
aunque, al estallar la guerra civil, su aprobación se limitó a cinco estados:
Kentucky, Ohio, Rhode Island, Maryland e Illinois. De dichas aprobaciones, se
revocarían y anularían las de Ohio (en 1864), Maryland (¡en 2014!) e Illinois
(¡en 2022!).
[35] Beriah Magoffin
(1815-1885), gobernador de Kentucky (1859-1862), fervoroso partidario de la neutralidad
de su estado, por lo que tuvo finalmente que dimitir de su cargo, a instancias
de una legislatura cada vez más firmemente unionista.
[36] Frederick es una ciudad
de Maryland, capital del condado del mismo nombre, situada en el centro-norte
del estado. Su población era en 1860 de 8.100 habitantes.
[37] Winfield Scott
(1786-1866), general en jefe de las tropas de los Estados Unidos entre 1841 y
octubre de 1861. Su biografía canónica actualmente (2023) sigue siendo:
John S.D. Eisenhower, Agent of Destiny: The life and times of General
Winfield Scott, University of Oklahoma Press, 1999. Para la época de la
guerra civil, véanse pp. 358-404.
[38] Benjamin Franklin Butler
(1818-1893), militar y político estadounidense, de los más criticados de la
guerra civil (se le apodó La bestia y El carnicero), por su
excesivo rigor y mal desempeño como general. Afortunadamente para Maryland,
pronto pasó a combatir en otros estados (Virginia, Carolina del Norte y
Luisiana, entre ellos), hasta ser forzado a retirarse del ejército en 1865.
[39] Véase ex parte
Merriman (17 F.Cas. 144 (C.C.D. Md. 1861)(No. 9487). A este caso pionero
siguieron otros muy significativos, como ex parte Vallandigham, 68 U.S.
(1 Wall.) 243 (1864), y ex parte Milligan, 71 U.S. (4 Wall.) 2 (1866), a
través de los cuales el Tribunal Supremo de los Estados Unidos fijó
jurisprudencia en materia de hábeas corpus, es decir, de presentación inmediata
de los detenidos a la autoridad judicial, salvo expresa suspensión de la
institución cuando la rebelión o la invasión lo hagan necesario (Artículo I,
Sección 9, segundo párrafo dela Constitución de los EE. UU.).
[40] A lo largo de la guerra
civil, como una docena de publicaciones periódicas fueron cerradas en Maryland
por razones políticas y sus propietarios o redactores jefes, detenidos sin
inculpación. Uno de los primeros casos, y más conocidos, fue el del escritor y
periodista, Frank Key Howard (1826-1872), entre septiembre de 1861 y noviembre
de 1862, a causa un editorial en el Journal de Baltimore, al parecer,
por orden del secretario de Estado, Seward. Véase, Frank Key Howard, Fourteen
months in American bastilles, MacIntosh, Londres, 1863 (accesible por
Internet en la página web, archive.org).
[41] George Hume Steuart
(1828-1903), tuvo un extenso y correcto desempeño como general del ejército
confederado, habiendo sido herido de gravedad y hecho prisionero (liberado
mediante canje).
[42] Por exigencias de
brevedad, incluyo en esta carta todos esos casos, aunque, en realidad, algunos
de ellos se produjeron en 1861, pero después del 20 de septiembre de dicho año.
[43] Así se hizo, en parte a
propuesta del citado Henry May, en la ley sobre hábeas corpus de marzo de 1862,
en la cual el Congreso autorizó finalmente a Lincoln a suspender dicha garantía
constitucional mientras durase la guerra, si bien exigiendo que los detenidos
fuesen inculpados por causas reales o por razonable presunción de traición.
Obviamente, en muchos casos tampoco se observaron esas mínimas garantías.
[44] David Hunter (1802-1886),
general de la Unión que, el 9 de mayo de 1862, tomó unilateralmente la decisión
de liberar a los esclavos de Georgia, Carolina del Sur y Florida, existentes en
zonas reconquistadas, siendo inmediatamente desautorizado por Lincoln. Por
exigencias del relato, anticipo la fecha de la Ordenanza general número 11 del
general Hunter, hasta un momento incierto, anterior a la carta de Feld, en que este
se hace eco del acaecimiento.
[45] La Proclamación de
Emancipación o Proclamación 95 fue una proclama presidencial y una orden
ejecutiva emitida por el presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, el
1 de enero de 1863. Cambió el estatus legal federal de más de 3,5 millones de
afroamericanos esclavizados en las áreas rebeldes del Sur, pasando de esclavos
a libres. Numerosas páginas de Internet recogen íntegramente el contenido de la
susodicha proclama.
[46] Reverdy Johnson había
retornado al Congreso, como senador por Maryland, el 4 de marzo de 1863 y se
mantendría en el cargo hasta el 10 de julio de 1868.
[47] James Cook Conkling
(1816-1899) era a la sazón representante en la Cámara por uno de los distritos
de Illinois. La carta de Lincoln a Conkling está reproducida en diversas
páginas web, como: presidency.ucsb.edu, o bien, upload.wikimedia.org.
[48] Jubal Anderson Early
(1816-1894), teniente general confederado, tan famoso por su intervención en la
guerra civil, como por su férrea defensa ulterior de la causa sudista, habiendo
sido presidente de la activista Southern Historical Society.
[49] Lewis Wallace
(1827-1905), general de división unionista, político, diplomático y escritor,
autor de la conocidísima novela, Ben Hur: A tale of the Christ, Harper
Brothers, Nueva York, 1880.
[50] Concretamente, en 1814,
llegando los británicos a incendiar la mansión presidencial o Casa Blanca
(enjalbegada entonces para disimular los estragos del fuego y del humo).
[51] La batalla aludida fue la
de Monocacy (9 de julio de 1864) que, pese a significar una derrota unionista,
implicó un retraso en el avance confederado sobre Washington, que salvó la
capital. Amplia referencia a la batalla y sus circunstancias en la web denominada
mountolivethistory.com.
[52] Las complejidades del
proceso electoral presidencial de 1864 están bien resumidas en: Isaac Asimov,
obra citada en la nota 21, pp. 329-335.
[53] El Partido de la Unión
fue el resultado de una coalición poco duradera entre el republicano y la
fracción del demócrata partidaria de proseguir la guerra civil hasta la total
victoria de la Unión.
[54] Finalmente, una nueva
constitución, la de 1867 (todavía vigente a día de hoy -2023-) suprimió ese
juramento, el llamado oath of allegiance, para desempeñar cargos y
funciones públicas.
[55] George Feld conocía bien
la sensibilidad de su estado: La enmienda XIV, que concedía la
nacionalidad americana a todos -incluso los negros- nacidos o naturalizados en
los EE. UU. y sometidos a su jurisdicción, fue rechazada por Maryland hasta el
año ¡1959! Y la enmienda XV, que concedía el derecho al voto a todo ciudadano
de los EE. UU. -incluso los negros- solo fue aprobada por dicho estado ¡en 1973!
[56] La propuesta de Lincoln
fue rechazada por la Confederación, y fue abroncado por su propio Gobierno, que
le hizo abandonar su magnánima oferta. Finalmente, la rendición incondicional
de los ejércitos del Sur se produjo entre el 9 de abril (Appomattox) y el 2 de
junio de 1865 (Galveston).