Historias curiosas
de la Era Vargas. Segunda parte
La lectura de una reciente biografía de
Getúlio Vargas[1] ha provocado mi curiosidad en algunos
episodios y anécdotas, que ahora narro, dirigiéndome principalmente a mis
lectores no brasileños, para los que aquel gran estadista y Presidente de la
República brasileña puede haber quedado casi olvidado. Las expongo en dos
relatos, dividido cada uno de ellos en cinco apartados o capítulos. En algunos
casos, les he puesto un punto de fantasía, pero siempre dentro del respeto por
la verdad esencial.
1. El positivista experimentado
Ante la muerte de su hijo menor, Getulinho, a los 24 años de edad, el Presidente Vargas se sinceró
con su hija Alzira, diciéndole: Tengo una
enorme dificultad en asegurar que la generosidad, la gentileza, la genialidad y
el carácter de Getulinho serán enterrados junto con su carne[2]. Alzira interpretó la frase paterna
como una forma de poner en duda -con aquella oblicuidad que lo caracterizaba a
la hora de revelar sus sentimientos más íntimos- su bien conocido materialismo[3].
Era una forma de encajar el dolor por la muerte de un hijo joven y muy querido,
que parece oponerse, paradójicamente, a la de su creyente esposa, Darcy Vargas,
que rozó la desesperación y, al menos durante algún tiempo, la llevó a enemistarse con Dios y a abandonar sus
oraciones habituales[4].
El episodio
-quizás nada más que una anécdota-[5]
nos acerca a un tema mucho más político, cual es el de las relaciones entre el
varguismo y la Iglesia católica, cuya extensión y complejidad me mueven a
aludir aquí en términos de mero recordatorio de algunos hechos resaltables[6],
ligados en todo caso a la peripecia vital del Presidente.
·
La
primera visión corresponde al mismo
año de 1930, en que Getúlio llegó al poder en virtud de una revolución, o golpe de Estado violento.
En lo que respecta a la capital de la Unión, Rio de Janeiro, la Iglesia
católica blasonó de haber evitado el derramamiento de sangre, gracias a haber
convencido in extremis al Presidente
cesante, Washington Luís, de que se acogiera a la fórmula del destierro y
dejara libre el campo para Getúlio, claro triunfador por la vía militar. La
figura clave en esas negociaciones fue el cardenal arzobispo de Rio, Sebastião Leme[7],
hombre de acusada personalidad político-religiosa, cuya interlocución hubo de
buscar Vargas tantas veces, cuantas se suscitaron problemas o cuestiones religiosas,
hasta el fallecimiento del Prelado en octubre de 1942.
·
Como
si el acceso de Vargas al poder hubiese concitado la realización de eventos
católicos extraordinarios en Brasil, es obligada la referencia a la
entronización de Nuestra Señora de la Concepción de Aparecida, como Reina y Patrona del Brasil, decidida por
el Papa Pío XI poco tiempo antes de que Getúlio pasara a ser Jefe del Gobierno
Provisional brasileño[8],
si bien la ceremonia, llevada a cabo en Rio de Janeiro el 31 de mayo de 1931,
contó ya con él como máxima autoridad civil asistente. Y, apenas repuesto del bautismo multitudinario de la Virgen
Aparecida, Vargas hubo de presidir civilmente la inauguración del monumento a
Cristo Redentor en la cima del morro del
Corcovado, así mismo en Rio, en fecha de 12 de octubre de 1931, aunque pensado
dentro de la conmemoración del primer centenario de la independencia del Brasil[9];
ceremonia bastante menos masiva (por el lugar y el mal tiempo que hacía), pero
llamada a tener un brillante futuro, como de todos es sabido.
·
Después
de ciertos vaivenes, fruto de la perplejidad ética y de los juegos de poder
político, fueron incorporadas a la Constitución de 1934 algunas reivindicaciones
católicas, que la Iglesia consideraba esenciales: la indisolubilidad del
matrimonio, la validez civil del matrimonio canónico, la enseñanza religiosa en
las escuelas públicas -naturalmente, facultativa, en función de la decisión de
los padres de los alumnos menores- y la asistencia religiosa facultativa en las
Fuerzas Armadas. A mayores, la Constitución fue promulgada en nombre de Dios y, aunque vedase al Estado tener relación de
alianza o dependencia con cualquier culto o iglesia, permitía la colaboración
recíproca en pro del interés colectivo (artículo 17, nº III). Con la instauración
del Estado Novo (1937-1945), ese pacto constitucional fue sustituido por
un pacto moral, pero las relaciones
entre la Iglesia Católica y el Estado no fueron modificadas en la práctica.
Seguramente, el aspecto más relevante de estos pactos fue la instauración de la
enseñanza religiosa católica en las escuelas públicas, ya implantada desde
1931, y severamente criticada -dentro de lo que la censura permitía- por
intelectuales y docentes del prestigio de Cecília Meireles[10].
·
La
colaboración del Régimen varguista con la Iglesia Católica tuvo en todo momento
un cemento de unión de color rojo: la animadversión y el combate contra el
comunismo, tan presente en Brasil en torno al año de 1935, en que se produjo el
exagerado y mal dirigido levantamiento procomunista de noviembre. Ese era un elemento básico
de cooperación defensiva. Más problemática era la colaboración respecto del
otro enemigo que llegó a tener por entonces el Presidente Vargas, el
integralismo político -afín y asociado de los fascismos europeos-, que tantos
puntos de similitud y contacto tenía con el extremismo católico de derechas.
Una política de prudencia por ambas partes pudo salvar las buenas relaciones
Iglesia-Estado, aún después de que la Acción Integralista Brasileña hubiese
desarrollado un putsch en mayo de
1938, que estuvo a punto de haber acabado con la vida de Vargas, mediante un
asalto a su residencia carioca en el palacio de Guanabara[11].
·
Un
episodio de la vida de Getúlio -poco conocido hasta que se publicó en 1995 su Diário- fue la celebración de matrimonio
religioso, de forma casi secreta, entre él y su esposa Darcy, casados desde
1910 por lo civil. La boda católica se celebró el 11 de diciembre de 1934 en la
residencia familiar de los Vargas en São Borja (Rio Grande do Sul). De
manera un tanto sibilina, el Presidente dejó escrito que, además de hacerlo a
petición de su mujer[12],
lo realizó por razones de conciencia, transformación
lógica de pensamiento. Un pensamiento que no sufrió ninguna transformación positiva
en materia de fidelidad conyugal pues, más o menos por aquellas fechas, la
relación de Getúlio con Aimée Soto-Maior alcanzó el nivel de amantes estables[13].
¿Qué podemos sacar
en limpio, como resumen? Es probable que Getúlio, con la edad y la experiencia,
se apartase un tanto de aquel positivista convencido de sus orígenes, discípulo
de Júlio de Castilhos y Borges de Medeiros, pero nunca hasta el extremo de
acomodar su vida personal a los dictados de la fe católica. ¿Y su vida
política? Aquí, el Presidente Vargas aceptó un modus vivendi relativamente satisfactorio para ambas partes. En mi
opinión, fue bueno que no llegase más lejos: El lema un País, una religión, un idioma, una raza, tan del gusto de los
fundamentalistas brasileiros de la
época, no solo era irreal, sino poco aceptable moralmente, incluso para un
político, como Getúlio, que anhelaba un Brasil uni-nacional, fuerte y unido.
2. El depositario fiel
Si no lo hubiera contado Alzira Vargas, en su conocido y
acreditado libro Getúlio Vargas, meu pái[14],
parecería un cuento, entre sensiblero y didáctico. Pero ya se ha dicho hasta la
saciedad aquello de que la realidad es más fértil que la fantasía. Esta
historia tiene más de un punto oscuro o contradictorio, según quien la cuente[15].
Yo la relataré de la manera que me ha perecido más verosímil y, dentro de ello,
más emotiva.
El protagonista de
la historia fue un modesto zelador del
palacio de Catete[16],
llamado Albino José Fernandes, nacido hacia 1880 en la localidad de Serraria
(Minas Gerais), quien sirvió como celador en el palacio carioca de Guanabara, a
partir de 1909, y en el de Catete -también en Rio de Janeiro- desde 1915.
Sus buenas cualidades le depararon el nombramiento como aposentador jefe, con
vivienda en el mismo palacio. Así, prestó servicio bajo cinco Presidentes,
hasta el mes de octubre de 1930, en que el que estaba en ejercicio, Washington
Luís, temiendo fundadamente que iba a ser depuesto, hizo a Albino el más
peregrino encargo imaginable. Llamándolo en secreto, le confió el símbolo o
atributo presidencial, la faixa, o
banda de seda de colores verde y amarillo, con el blasón de la República
bordado en oro, y le ordenó:
-
Guárdala
contigo, hasta que llegue el momento de entregarla a otro Presidente,
legalmente elegido.
Días más tarde, el
24 de octubre de 1930, Luís era depuesto y salía del palacio, acompañado por el
Cardenal Arzobispo de Rio, rumbo al destierro. El celador guardó cuidadosamente
la banda presidencial y se dice con bastante fundamento que lo hacía bajo sus
propias ropas, cuando se hallaba en actividad, y en, o bajo, su cama, cuando
era llegado el momento del descanso[17].
Y, como es sabido, el instante en que Brasil contaría con un Presidente
legalmente elegido se hizo esperar. Getúlio Vargas ejerció el poder en calidad
de Jefe del Gobierno Provisional, por el mero triunfo de las armas
revolucionarias, entre el 3 de noviembre de 1930 y el 20 de julio de 1934. En
esta última fecha, tomó posesión de la Presidencia de la Federación, tras
votación celebrada tres días antes entre los diputados de la Asamblea
Constituyente, conforme a las previsiones de la recién aprobada Constitución de
16 de julio de 1934. Era el momento de devolver la banda.
Con la emoción que
es de suponer, el Ángel del Catete[18]
se presentó ante Getúlio y le entregó el símbolo, aclarando la forma en que
había llegado a sus manos y los motivos de fidelidad que le habían movido a
retenerlo hasta ese momento. El Presidente supo comprender la demora y valorar
la honradez del celador; mas, ante el deficiente estado de conservación de la
banda presidencial y, tal vez, deseando estrenar una nueva -como nuevo entendía
había de ser su mandato-, mandó confeccionar otra, que sería la que usase en
adelante.
Otras fuentes son
menos simpáticas hacia Albino y más respetuosas hacia la figura de Vargas.
Adelantan las tales el momento de la presentación de la banda al año 1933, ante
las dudas del celador sobre la conveniencia de mantener tan incómodo y
arriesgado depósito. En tal circunstancia, Getúlio -más formalista que el
celador- le habría respondido:
-
Yo
no puedo usarla, Albino. No soy Presidente, sino solo Jefe del Gobierno
Provisional.
Y se la devolvió,
para que siguiese custodiándola.
En cualquier caso,
hubo de llegar el momento en que Getúlio recibiera la banda. Mas, comoquiera
que no iba a usarla con su valor simbólico, dio orden de que se convirtiera en
objeto de museo. Y así pasó en 1935 al Museo del Instituto Geográfico e
Histórico Brasileño, donde sigue custodiándose, en el estado que evidencia la
fotografía con que ilustro este relato[19].
3. Pena de muerte… inaplicada
Pese a sus altas
tasas de criminalidad, Brasil no es un país inclinado hacia la pena de muerte,
aunque los historiadores suelen indicar que la inaplicación de la pena capital
de una manera legal ha sido reemplazada en numerosas ocasiones por la llamada aplicación marginal, es decir, por la
ejecución ilegal por parte de policías, militares o para-militares, seguida de
la efectiva impunidad de los implicados[20].
En este sentido, es casi increíble el hecho de que la pena capital no se
aplicara ni una sola vez, ni durante la dictadura de Getúlio Vargas
(1937-1945), ni en el posterior periodo de la dictadura militar (1964-1985)[21].
Pero volviendo a la realidad sobre el
papel, la Constitución brasileña de 1891, rompiendo con la tradición legal
anterior, abolió formalmente la pena de muerte, con la excepción de los
crímenes cometidos por militares en periodo de guerra[22].
Por eso, generó un gran impacto social y mediático el Decreto-Ley nº 431, de 18
de mayo de 1938, en el que el Presidente Vargas restauraba la pena de muerte
para determinados crímenes contra la personalidad internacional, la
estructura y la seguridad del Estado y contra el orden social. Tan ambigua
rúbrica aconseja una consulta detallada del artículo 2 de dicha norma, que es el
que detalla cuáles son los nueve delitos capitales en ella contemplados. Eran
estos:
-
Intentar
someter todo o parte del territorio nacional a la soberanía de un Estado
extranjero.
-
Atentar
contra la unidad de la Nación con la ayuda o cooperación de un Estado
extranjero o de una organización de carácter internacional.
-
Intentar
el desmembramiento del territorio nacional por medio de un movimiento armado,
provocando con ello operaciones de guerra.
-
Intentar
la mudanza del orden político o social recogido en la Constitución, mediante
medios violentos, con el auxilio o cooperación de un Estado extranjero o de una
organización internacional.
-
Intentar
subvertir por medios violentos el orden político o social, para apoderarse del
Estado e implantar la dictadura de una clase social.
-
La
insurrección armada contra los poderes del Estado, desde el momento en que haya
un depósito de armas con tal objeto.
-
Realizar
actos provocadores de una guerra civil, si efectivamente esta sobreviniere.
-
Practicar
cualesquiera actos de terrorismo, a fin de atentar contra la seguridad del
Estado y la estructura de las instituciones.
-
Atentar
contra la vida, la incolumidad o la libertad del Presidente de la República.
En estos dos
últimos supuestos, la pena de muerte alcanzaba a cualquier autor o cómplice del
crimen. En los otros siete, la pena de muerte se aplicaba solo a los autores
principales (os cabeças), entendiendo
por tales los que hubiesen promovido, inducido o dirigido en la práctica los
hechos que pudiesen ser castigados con la muerte.
La pena de muerte
sería ejecutada mediante fusilamiento y, salvo decisión en contrario del
Ministro de Justicia, de modo privado. La competencia para la instrucción y
enjuiciamiento de todos los crímenes definidos en el Decreto-Ley nº 431 correspondía
al Tribunal de Seguridad Nacional[23].
***
Con el Decreto-Ley
nº 431 y la muy discutible independencia del Tribunal de Seguridad Nacional
quedaba abierto un portón para que entrasen masivas e injustas penas de muerte.
Fijémonos, entre otras cosas, en la ambigüedad y amplitud de algunos de los
tipos penales antes enumerados; en la agitación que se vivía en Brasil, con las
secuelas de los sucesivos levantamientos comunista (1935) e integralista
(1938); o con el sesgo decididamente malévolo que parecía desprenderse de la
represión de la dictadura de clase
-naturalmente, la personalista era impune, dado que la practicaba el propio
Presidente- y de la sobre protección de Vargas -pena de muerte para autores y
cómplices que atentaran contra su vida, incolumidad y libertad-. No obstante,
aquella tormenta perfecta de penas
capitales quedó en una mera posibilidad, como ya he dicho. No me cabe duda de
que eso es lo que quería Getúlio: intimidar sin tener que derramar sangre. Que
otros la derramasen en su nombre, en comisarías y otros lugares, le importaba
poco, a juzgar por la impunidad de que disfrutaron aquellos excesos.
4. El caso del capitán que levantó la mano y el del general que
echaba mano al revólver
Los motivos y el
trasfondo de la destitución del Presidente Vargas por los militares en octubre
de 1945, cuando estaba a punto de expirar su mandato, son uno de los puntos más
confusos de la política brasileña de la época. Y el tema está lejos de ser baladí
pues, de no haber mediado ese golpe de Estado, es muy probable que Getúlio
hubiese revertido la situación, hasta el punto de continuar de alguna manera al
frente de los destinos del país unos cuantos años más. Por otra parte, la
experiencia y el recuerdo vividos en aquellos días muy bien pudieron
condicionar al Presidente, a la hora de poner fin con el suicidio a una
situación relativamente análoga, que le tocó vivir en agosto de 1954[24].
Pero no es mi propósito hacer historia, sino anécdota, con la actitud de dos
militares intervinientes en aquella tarde del 29 de octubre de 1945. Uno de
ellos, un capitán que pasó de refilón por la pequeña historia de aquel
levantamiento. El otro, un afamado general, con el que es inevitable tropezarse
en los libros de Clío que tratan de la vida política y militar del Brasil en el
siglo XX. Mas, como tantas veces acontece, la actitud del pequeño personaje
secundario resulta bastante más digna y gallarda que la del figurón
protagonista. Expondré, sin más preámbulo, lo que uno y otro hicieron.
***
Por más que me
haya esforzado, no he sido capaz de encontrar una referencia biográfica del
capitán Ulrich de Oliveira. Su nombre lo relaciona sin duda con la familia de
sus mismos apellidos, radicada en Rio Grande do Sul -de donde, no lo olvidemos,
también procedía Getúlio- y, desde luego, con algún ilustre predecesor con
carrera política, como Sérgio Ulrich de Oliveira, nacido en Uruguaiana en 1873,
diputado estatal y uno de los animadores de Vargas para que se presentara a las
elecciones de 1930, una vez había sido lanzada su candidatura por los políticos
dominantes en el Estado de Minas Gerais[25].
De tales, y tan cortos, antecedentes puede aventurarse que nuestro capitán era adicto al Presidente Vargas, o que de algún modo -familiar o regional[26]-
sentía hacia él algún tipo de fidelidad, a mayores de la que debía guardarle
como Jefe de las Fuerzas Armadas, al ser Presidente de la República en
ejercicio.
Cuestión adicional
es la siguiente: ¿Qué hacía un oficial de baja graduación en una reunión de
altos mandos -en especial, generales-, que se celebraba en el Ministerio de la
Guerra para acordar un golpe de Estado contra el Presidente Vargas? Solo se me
ocurren dos respuestas: o se le dejó entrar en consideración a su estirpe, o se
trataba del capitán ayudante de alguno de los generales presentes. En todo
caso, su presencia era irrelevante y de poco podían servir sus hechos o sus
palabras para disuadir a los Jefes presentes de sublevarse contra el Poder
civil.
La reunión va
avanzando en los intercambios de opiniones y en el incremento de sus
aspiraciones. Parece ya claro que se trata de deponer al Jefe del Estado. Al
propio tiempo, se evidencia que, adelantándose a los acuerdos, los Generales
con mando en Regiones y plazas ya han sacado las tropas a dominar la calle y a
sitiar los edificios públicos esenciales. En concreto, en Rio de Janeiro,
tropas a pie, tanques y vehículos militares se hallan estacionados en los
lugares estratégicos y principales cruces viarios. Hacia las cuatro y media de
la tarde, dos generales que hacen de lanzadera entre los reunidos en el
Ministerio y los comandantes de tropas manifiestan que los militares de la
calle aguardan órdenes. El Ministro Góes Monteiro-que se dice dimitido, pero
sigue ocupando el sillón ministerial, atribuyéndose la condición de Jefe de las
Fuerzas Armadas- responde tajante y sin consultar explícitamente a nadie:
-
Que
los blindados prosigan su marcha hasta el palacio de Guanabara -residencia de
Getúlio- y se posicionen en la calle Pinheiro Machado, frente a las puertas del
edificio.
Dicho lo cual, se
da cuenta de que lo ha ordenado sin pedir opinión a los presentes. Por tanto,
rectifica la omisión, recorre con la mirada los rostros de todos los asistentes
o, cuando menos, los de quienes se sientan a la gran mesa que él preside, y
pregunta:
-
¿Alguno
de ustedes está en desacuerdo con las órdenes que acabo de emitir?
Nadie se opone de
palabra, pero he aquí que uno de los militares levanta el brazo, haciendo así
notar su disgusto. Es el capitán Ulrich de Oliveira. Hay un momento de sorpresa
ante tamaña osadía. Al punto se constata que su distintivo son las modestas
tres estrellas de capitán. Alguien con poder ordena:
-
Queda
usted arrestado.
Y así se cumplió[27].
De lo que después sucediera al capitán, no he podido averiguar nada, hasta
ahora. Espero que su heroicidad no fuese sellada con el martirio.
***
Entre gaúchos anda el juego. De Rio Grande do
Sul eran Getúlio y el capitán Ulrich de Oliveira; también nuestro siguiente
protagonista, el general Osvaldo Cordeiro de Farias[28],
nacido en Jaguarão y, a mayores, Gobernador del estado
riograndense entre 1938 y 1943, por obra y gracia del Presidente Vargas. En
esta última fecha, había abandonado temporalmente la política para incorporarse
a la Fuerza Expedicionaria Brasileña, que combatía en Italia contra las tropas
alemanas. De allí había regresado -según se dice en tono jocoso- convertido a
la democracia, presto a luchar por ella desde el Ejército y, si a mano viniere,
como aspirante a la Presidencia de la República.
En esa dramática
tarde del 29 de octubre de 1945, Farias era de los principales generales
reunidos en el Ministerio de la Guerra, ya que había sido nombrado por los
militares en revuelta Jefe del Estado Mayor. Eran ya alrededor de las veinte
horas y los alzados acababan de rechazar todas las ofertas acomodaticias de
Vargas, que les había hecho llegar por medio general Dutra
-aspirante formal a la Presidencia en las convocadas elecciones de diciembre,
como candidato del Partido Social Democrático-. No habría términos medios:
Getúlio debería dimitir de la Presidencia, suscribiendo un documento
acreditativo de ello -del que el general Góes había preparado un borrador
manuscrito- y abandonar inmediatamente el palacio de Guanabara, en unión del
resto de su familia. Los militares se comprometían a respetar su incolumidad,
sin otra constricción que la de que la salida de la residencia presidencial se
hiciese bajo escolta armada.
Lo que sucedió
después recuerda el conocido episodio de quién
le pone el cascabel al gato. Como lo más natural del mundo -ya que se
trataba en aquel momento de la segunda autoridad en el rango-, el general Góes encargó
la delicada misión a su colega Farias. Este inquirió exaltado:
-
¿Y
por qué yo?
Góes le hizo ver
lo oportuno del encargo, dado que era de facto el segundo jefe de la
sublevación. Farias, entonces, cambió el registro de su objeción:
-
Soy
amigo de Getúlio. Ello me impediría actuar con la debida firmeza y rigor.
-
Pero
el señor está de acuerdo con que Vargas debe dimitir, como hemos acordado
todos.
-
En
efecto, lo estoy, pero en mi fuero interno tengo razones para no ser yo quien
le ponga ante un hecho consumado tan doloroso.
El general Góes
perdió la paciencia:
-
Pues,
si usted no quiere ir, quien tendrá que hacerlo seré yo.
Los presentes se
revolvieron, protestando. Veían el riesgo que corría el movimiento, si su jefe supremo
fuese detenido -o algo peor- en el Guanabara. Uno de los generales, bramó:
-
¡Ah
no, de ninguna forma! ¡Usted no sale de aquí!
Farias hubo de
resignarse a ir. Antes, formuló una pregunta de no fácil respuesta:
-
Si
Getúlio me pregunta quién va a sucederlo en el cargo, ¿qué le digo?
La inexistencia de
Vicepresidente y el cierre efectivo de la Asamblea Nacional desde la
implantación del Estado Novo
generaban un vacío, que tampoco los militares alzados querían llenar. El
Ministro de Justicia, allí presente hasta entonces en calidad de rehén,
demostró su mejor conocimiento constitucional:
-
Legalmente,
el poder debe pasar a José Linhares[29],
como Presidente del Supremo Tribunal Federal.
Así se acordó, y
el general Farias salió en dirección al palacio de Guanabara. Eran casi las nueve
de la noche.
***
El sino de los
derrotados es la soledad. Eso podía pensar Getúlio a la hora en que el general
Farias hizo acto de presencia en el Guanabara y solicitó audiencia. Para
entonces, el palacio estaba completamente rodeado por militares adictos al
golpe, pero casi vacío por dentro. Con todo, el recién llegado no debía
sentirse seguro, dado que no llevaba escolta armada y el Presidente todavía
mandaba dentro de su residencia. Esto explica la sorpresa que se llevó el
secretario de Vargas, Luís Vergara[30]
cuando, en noche clara y serena, vio llegar al general cubierto con la típica
capa pluvial militar, escondiendo bajo ella una de las manos, en típico ademán
indicativo de esconder algo empuñado en ella. No hacía falta mucha imaginación
para deducir que se trataba de un arma corta de fuego.
Fuese por eso, o
por protección general del Presidente, su fogoso hermano pequeño, Benjamim,
avisó a Lutero, hijo mayor de Getúlio, y le dijo:
-
Vamos
nosotros también al despacho, a ver qué tiene que decirle ese sujeto. Si llega
a faltarle al respeto, no sé lo que haré.
Tampoco Getúlio
estaba inerme. Desde que, horas antes, había recibido en audiencia a Dutra,
llevaba su revólver entremetido en la cintura del pantalón. Con todo, tomó
tranquilamente asiento en el sillón ante la mesa presidencial y dio aviso para
que Vergara introdujese al general. A ambos lados del Presidente, Benjamim y
Lutero permanecían en pie, hieráticos pero vigilantes.
Sin dejar de meter
alternativamente las manos bajo su capa, Farias optó por acortar la entrevista,
entregando de inmediato a Getúlio la hoja de renuncia, escrita por Góes. Tras
echarle un rápido vistazo, el Presidente ordenó a Vergara que la pasase a
máquina en papel timbrado de la Presidencia de la República. Entre tanto,
Vargas pronunció una de esas frases que, suponiendo sean ciertas, han hecho la
fortuna de su memoria:
-
Habría
preferido que los señores me atacasen, para así poder defenderme. Pero, ya que
se trata de un golpe incruento, no seré yo el elemento perturbador. Puede
decirles que ya no soy presidente y que pido 48 horas para abandonar el palacio,
a fin de embalar mis objetos personales y seleccionar algunos papeles
particulares[31].
Finalmente, Getúlio firmó la renuncia, señalando al Ministro
de Justicia[32] como su
representante para las diligencias del cambio de Gobierno. Al entregar el
documento a Farias, le dio un último mensaje, de manera un tanto despectiva:
-
Informe
a sus amigos que quiero marchar enseguida para el Sur. Ellos, que se queden dando
vueltas a este guiso.
El general cogió
la renuncia y salió del palacio. Solo entonces miraría de quitarse el capote y
guardar el arma. Sus problemas de
conciencia habían terminado.
5. El dulce Brigadier
Las elecciones presidenciales
de 1945 fueron las primeras de su clase en que pudieron votar las mujeres
brasileñas. Tal vez por ese motivo, los bisoños organizadores de aquella campaña
electoral acuñaron algunos eslóganes en favor del candidato de la Unión
Democrática Nacional, Eduardo Gomes[33],
brigadier de la Fuerza Aérea del Ejército de Brasil, basadas en su presunto
atractivo para las votantes femeninas. Así, Vote
no brigadeiro que é bonito e solteiro; o bien, Brigadeiro, brigadeiro, é melhor porque é solteiro. Claro está que
la soltería del apuesto brigadier -de 49 años de edad a la sazón- podría haber
sido debida, en parte, a un chisme que circulaba entre sus antagonistas: que había
perdido los dos testículos en su famoso y valiente enfrentamiento con las
tropas gubernamentales, llamado el levantamiento de los Doce del Fuerte de
Copacabana, habido en Rio de Janeiro el día 5 de julio de 1922.
Lo cierto es que,
habiendo iniciado la campaña con la vitola de favorito, vio cómo se le volvían
las tornas y era rebasado en las estimaciones por el otro candidato con amplia
probabilidad de vencer, el general Eurico Gaspar Dutra, presentado bajo las
siglas del Partido Social Democrático -a la izquierda de la UDN de Gomes-,
principalmente, por el apoyo recibido del recién creado Partido de los
Trabajadores del Brasil, que aglutinaba a los partidarios más fervientes del
depuesto Presidente Vargas. De hecho, el resultado electoral arrojó un
resultado favorable a Dutra, que obtuvo 3,25 millones de votos, frente a 2,05
millones para Gomes, o Brigadeiro, y
unos 570.000 para Yedo Fiúza, apoyado por el Partido Comunista Brasileño.
En algunos
aspectos, no obstante, las señoras que hicieron campaña en pro de Gomes
pudieron aplicarse aquello de que me
quiten lo bailado. Fueron muchas las fiestas, tés y passeatas en que, por primera vez en su vida, pudieron manifestar
sus predilecciones políticas y, en su día, ejercitarlas. Como es lógico, siendo
el candidato de las derechas, o
Brigadeiro recibió un mayor apoyo de las damas pudientes, acostumbradas a cuestaciones y yantares para recaudar
fondos. En uno de estos, tuvo gran éxito un sencillo dulce que, según unas
fuentes, fue invención de una señora carioca y, según otros, significaba
la entrada en campaña de una exquisitez ya conocida, bien de São Paulo, bien de Rio Grande do Sul, donde era conocida con el
nombre de negrinho[34]. Sea como fuere, el bautizado, o
rebautizado, como brigadeiro hizo
furor, incluso cuando simplificó sus ingredientes, prescindiendo de los huevos,
para hacer honor -según los mal pensados- al Brigadeiro, que puede ser que tampoco los tuviera[35].
Con el tiempo,
Gomes ha sido olvidado del gran público, pero no así sus dulces, que constituyen aún hoy una golosina casi indispensable
en las fiestas de cumpleaños infantiles y otras ocasiones semejantes de Brasil.
Pocos se preguntan por el origen del nombre que lleva. Seguro que, si de
Getúlio hubiese dependido, habría optado por el entonces más correcto
políticamente de negrinho. Claro que
los tiempos cambian y, hoy en día, no sé cómo habría que haberlos llamado para
no ser tildado de racista.
[1]
Lira Neto, Getúlio (1930-1945) Do governo
provisório à ditadura do Estado Novo, edit. Companhia das Letras, São
Paulo, 2016. Procuro respetar la ortografía original para las palabras en
portugués, empezando por la acentuación del nombre propio, Getúlio.
[2] Según Lira Neto, Getúlio (1930-1945), citado en nota 1, p. 428, tales palabras
fueron pronunciadas en el velatorio de Getulinho
en el palacio de Catete (en Rio de Janeiro). Creo que se trata de un error
pues la capilla ardiente del joven se instaló en el palacio de los Campos
Elíseos, en São Paulo, ciudad en que falleció hacia las 13 horas del día
2 de febrero de 1943. La capilla ardiente fue levantada a la mañana siguiente,
para trasladar el cuerpo por avión, desde el aeropuerto paulista de Congonhas,
hasta el carioca de Santos Dumont, donde aterrizó poco antes de las 10:30 horas
del 3 de febrero. Tras un breve responso en el aeropuerto, los restos mortales
de Getulinho fueron llevados en coche
fúnebre, en cortejo a corta velocidad, hasta el cementerio de San João
Batista, donde fueron inhumados. Hacia las doce horas del citado día terminó el
entierro y el Presidente (así como su familia) regresaron a su residencia
habitual del palacio de Guanabara. Por tanto, no hubo posibilidad de velório de Getulinho no Catete. A mayor
abundamiento, el palacio de Catete no se convirtió en residencia habitual de
Vargas y su familia hasta su segundo periodo presidencial (1951-1954). Véanse,
a título de ejemplo, los diarios Folha da
Manhâ de São Paulo, nº 5.799, de 3 de febrero de 1943, p. 1, y Correio da Manhâ de Rio de Janeiro, nº
14.803, de 4 de febrero de 1943, p. 1.
[3]
La valoración fue hecha muchos años después, en concreto, durante una
entrevista concedida por Alzira Vargas al conocido escritor y periodista,
Fernando Morais, realizada el 13 de abril de 1988.
[4]
Véanse, Lutero Vargas, Getúlio Vargas: A
revolução inacabada, edit. Bloch,
Rio de Janeiro, 1988, pp. 171-172; Ana Arruda Callado, Darcy: A outra face de Vargas, edit. Batel/Biblioteca Nacional, Rio
de Janeiro, 2011, pp. 191-206.
[5]
Tal vez, hubo una maduración previa, fruto de la reflexión o de las vivencias.
Se ha destacado la creciente alusión en el diario de Getúlio a la divinidad,
aunque solo fuese en frases hechas, del tipo quiera Dios, o a Dios
gracias. Recordamos que el Presidente llevó diario -conocido y publicado-
entre 1930 y 1942.
[6]
Me han resultado útiles las siguientes lecturas de textos asequibles por
Internet: Carlos Sixirei Paredes, La
Iglesia en Brasil en los años treinta: del anticlericalismo a la defensa de la
democracia, Hispania Sacra, vol. 53, nº 108, año 2001, pp. 695-705; Paulo
Julião
da Silva, A Igreja Católica e as relações políticas com o Estado na Era
Vargas, Anais dos Simpósios da ABHR, Vol. 13 (2012), 11 pp.; Carlos
Vinícius Costa de Mendonça, María Rita de Cássia Sales Pereira, Pablo de
Andrade Rodrigues e Bruno Zottele Loss, Luz,
escuridão e penumbra: o Governo Vargas e a Igreja Católica, Dimensões, vol.
26, 2011, p. 277-291; José Ivo Follmann & Celso Gabatz, Secular state and freedom of religion in
Brazil: The Brazil-Holy See Concordat and the “General Law of Religions”,
Ciências Sociais Unisinos 53(2):225-233, maio/agosto 2017, pp. 225-233; Daniel
Soares Simões, O rebanho de Pedro e os filhos de Lutero: O
Pe. Júlio Maria de Lombaerde e a polémica antiprotestante no Brasil (1928-1944),
Universidade Federal da Paraíba, João Pessoa, março de 2008.
[7]
Referencia biográfica del cardenal Leme (1882-1942), arzobispo de Rio de
Janeiro (1930-1942), en los verbetes
de la Fundación Getúlio Vargas, a cargo de Regina da Luz Moreira (14 páginas).
[8]
El decreto papal es de fecha 16 de julio de 1930. Vargas tomó posesión de la
Jefatura del Gobierno Provisional el 3 de noviembre del mismo año. Recuerdo que
el apelativo virginal de Aparecida no
tiene que ver con ninguna aparición,
sino con que se le rindió culto desde comienzos del siglo XVIII en la localidad de
Aparecida, en el interior del Estado de São Paulo.
[9]
No es extraña la demora, habida cuenta de que el monumento se levantó en virtud
de suscripción popular, unida a las aportaciones de eventos deportivos,
culturales y sociales, así como -finalmente- a subvenciones oficiales, y su
construcción, que llevó cinco años, fue un alarde de la ingeniería de aquel
tiempo. Al levantarse sobre terreno de dominio público, hubo de recabarse
autorización, que se otorgó el 1 de junio de 1922 por el Ministro de Hacienda,
Homero Baptista.
[10]
Véanse: Decreto n. 19.941 de 30/4/1931, que restablecía
la enseñanza religiosa en los niveles primario, secundario y normal, siendo
Ministro de Educación, Francisco Campos; José Damiro de Moraes, Cecília Meireles e o ensino religioso nos anos 1930: embates em defesa da
escola nova, Educação e Pesquisa, vol. 42, no. 3, São Paulo,
Julho/Septembre 2016, pp. 741-754.
[11]
He relatado el episodio en este mismo blog:
Historias curiosas de la Era Vargas.
Primera parte, capítulo 3 (¡A mí la
familia!).
[12]
Sobre la mujer de Getúlio, véase Ivana Guilherme Simili, Mulher e política. A trajetória da primeira dama Darcy Vargas
(1930-1945), editorial da Unesp, São
Paulo, 2008.
[13]
Véase en este blog, Historias curiosas de la Era Vargas. Primera
parte, capítulo 2 (Amores
presidenciales).
[14] Véase su primera edición, Porto Alegre, 1960,
pp. 129-130.
[15]
Sobre todo, hay discordancias en las fechas de entrega de la banda presidencial
a Getúlio (1933, 1934, 1935) y en las características preciosas de la misma
(oro, brillantes). Véanse: Lira Neto, Getúlio
(1930-1945), citado en nota 1, pp. 190-191; Álvaro Oppermann, O zelador mais importante do Brasil, Superinteressante,
31/08/2008; Instituto Geográfico e Histórico Brasileiro, Noticiário, no. 304,
31/07/2015.
[16]
Sede del Poder Ejecutivo de la República de Brasil entre 1897 y 1960, sito en
la calle del mismo nombre del distrito de Flamengo, en Rio de Janeiro.
Actualmente (2018) alberga el Museo de la República y algunas otras
dependencias (teatro-cine, biblioteca, etc.).
[17]
Aunque puedan parecer lugares poco verosímiles para guardar la banda, es lo
cierto que la misma, al ser devuelta por el celador, presentaba evidentes
señales de roce y arrugas. Por otra parte, la casa de Albino no era
precisamente un lugar seguro: se casó
con una mujer que llevó consigo varios hijos, habidos de un matrimonio
anterior.
[18] Apodo
que Alzira Vargas puso a Albino José Fernandes, por motivos obvios.
[19]
Albino José Fernandes permaneció en activo, como celador del Catete, hasta el
año 1958, en que el Presidente Kubitschek ordenó su jubilación, condecorándolo
con la Orden Nacional del Mérito. El homenajeado, próximo a cumplir los ochenta
años, mostró su contrariedad por tener que jubilarse, y aún adujo, como muestra
de su excelente estado de salud mental, que él todavía no necesitaba lápiz y
papel para acordarse de sus tareas, como les sucedía a otros compañeros mucho
más jóvenes.
[20] Resumen introductorio acerca de la historia
de la pena de muerte en Brasil: Gazeta do Povo. Justiça, Pena capital. Lei brasileira ainda prevé pena de morte; saiba quando
poder ser aplicada, 20/10/2017.
[21] Aludo al hecho de que no se aplicó, pues en los casos en que se impuso, medió indulto. Y
otro tanto acaeció con las 66 sentencias de muerte impuestas por los Tribunales
militares a miembros de la Fuerza Expedicionaria Brasileña, que combatió en
Europa junto a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial: ver Rostand Medeiros, Eles desonraram a farda da FEB, TOK de
História, 8/2/2013.
[22] La excepción para los delitos militares se ha
mantenido inalterada hasta el presente (2018): véase el Código Penal Militar
brasileño vigente (de 21 de octubre de 1969, con numerosas reformas
posteriores), artículos 55 a 57.
[23]
Sobre el Tribunal de Segurança Nacional,
véase en este mismo blog mi ensayo, El Tribunal de Seguridad Nacional del Brasil
de la Era Vargas.
[24]
Creo que el mejor libro sobre la dinámica de los hechos de aquel golpe sigue
siendo el de Hélio Silva, 1945: Por qué
depuseram Vargas, Civilização Brasileira, Rio de Janeiro 1976. Con
el atractivo de una vívida crónica, Lourival Coutinho, O general Góes depõe…,
edit. Coelho Branco, Rio de Janeiro, 1956. Resumen de los hechos, en Lira Neto,
Getúlio (1930-1945), citado en nota
1, pp. 479-490.
[25]
Véase carta de Sérgio Ulrich de Oliveira a Getúlio Vargas, fechada el 13 de
julio de 1929, en los archivos de la Fundación Getulio Vargas.
[26]
La distancia entre Uruguaiana y São Borja es de 180 quilómetros, pequeña
para las dimensiones del Estado de Rio Grande do Sul y, no digamos, para las
generales del Brasil.
[27] Véase
Lourival Coutinho, O general Góes depõe…, citado en nota 24, pp.
448-462.
[28] Su
biografía (1901-1981) está correctamente resumida en el correspondiente verbete que le dedica la Fundación
Getulio Vargas, accesible por Internet.
[29]
Efectivamente, José Linhares (1886-1957) tomó posesión interina de la
Presidencia de la República el 31 de octubre de 1945, la cual ejerció hasta
que, elegido por sufragio popular el candidato Eurico Gaspar Dutra, este se
posesionó del cargo el 31 de enero de 1946.
[30]
Luís Fernandes Vergara (1894-1973), ayudante civil de Getúlio desde 1928, su
Secretario entre 1936 y 1945, escribió un muy interesante libro de memorias: Fui Secretário de Getúlio Vargas, edit.
Globo, Rio de Janeiro, 1960.
[31]
Véase Lutero Vargas, Getúlio Vargas: A
revolução inacabada, edit. Bloch,
Rio de Janeiro, 1988, p. 158; Luis Vergara, Fui
Secretário…, citado en nota 30, pp. 180-182.
[32] Era
Agamenon Magalhães (1893-1952), que ocupaba el cargo desde enero de ese
mismo año, 1945.
[33]
Eduardo Gomes (1896-1981), militar y político brasileño, de amplia y atractiva
trayectoria, ha encontrado, al fin, un biógrafo: Cosme Degenar Drumond, O Brigadeiro. Eduardo Gomes: Trajetória de um héroi, edit. De
Cultura, São
Paulo, 2012.
[34]
La teoría de la invención carioca tiene el apoyo del nombre de una cocinera real, doña Heloísa Nabuco de
Oliveira, corroborada por declaraciones a la prensa de una hija suya. La del
origen paulista (se apunta, incluso, al barrio de Pacaembu) puede basarse en el
hecho de que São Paulo tuvo en su día las primeras fábricas productoras
de leche condensada de Brasil (en Araras y en São Paulo, fundadas en 1921 por
la multinacional Nestlé), así como la del chocolate más citado para los
primeros brigadeiros (el Chocolate do Padre, producido por la
fábrica Gardano, también establecida en 1921). La tesis riograndense se funda
en posibles razones de tipo político por las cuales, siendo ese Estado muy poco
propicio al Brigadeiro Gomes, el
dulce hubo de adoptar un nombre menos comprometido con su candidatura y más con
el chocolate.
[35]
Los ingredientes de los primeros brigadeiros
de Rio eran -según la fuente citada en la nota 34- leche, huevos, mantequilla, azúcar y chocolate.
Pero la receta paulistana, en su versión hoy mantenida, incluye leche
condensada, mantequilla, chocolate en polvo y -para la cobertura- chocolate
granulado; por tanto, no lleva huevos. El dulce es horneado, incluso en los
actuales microondas.