La edad de oro de la ciencia contada por un
intruso.
Segunda Parte: La guerra
Por Federico Bello Landrove
Recuerdos y ficciones de un joven alemán, que
intentará hallar su camino vital entre los genios del pensamiento centroeuropeo
de la primera mitad del siglo XX. En esta segunda parte del relato, la
peripecia se desarrolla durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
1. Berlín, 1939
Mi
poco meditada resolución de incorporarme como voluntario a la Wehrmacht[1]
acabó siendo acertada: La guerra no estalló durante mi permanencia en filas y
se me permitió elegir lugar de destino. Escogí Berlín, pensando en estar cerca
del núcleo alemán de la física moderna, y me destinaron a un regimiento de
infantería en el suburbio berlinés de Köpenick. Todo mi tiempo libre lo
empleaba en viajar en tranvía hasta el barrio de Dahlem, donde radicaban las
instalaciones centrales para la física de la Kaiser-Wilhelm Gesellschaft[2].
Mal que bien, y con la condescendencia de mis superiores militares, tenía así
la oportunidad de mantener el contacto con aquella plétora de grandes
científicos -algunos, conocidos míos de antes- y conservar mi habilidad en el
manejo de las máquinas que me eran familiares, en particular, el espectrómetro
de masas, que tanto juego estaba llamado a dar en la física nuclear que estaba
a punto de estallar, dicho sea esto de forma más literal que figurada.
Por
fin, me licenciaron en el otoño de 1938, tras dos años de servicio, cuando
acababa de cumplir los 27 años, todavía sin oficio ni beneficio, al
decir de mi padre. Habría sido muy probable mi retorno al Hamburgo familiar y
una modesta colocación en la cervecera Gröninger, a no ser por la
benemérita intervención de un buen amigo, que sabía bien, por propia
experiencia, lo que era el empujón de alguien importante para poder cumplir tus
legítimas aspiraciones. Se llamaba Max Redensart[3]
y era doctor asistente en la sección y laboratorio de Física-Química que
regentaba el profesor Otto Hahn. Era, para mí, la persona adecuada en el
momento oportuno. Creo que merece la pena explicar por qué digo esto y, para
ello, nada mejor que hacer una breve presentación de Redensart -Max para
sus conocidos-, y de mi incorporación al laboratorio más prestigioso y decisivo
de la Alemania de aquel tiempo, donde estaba a punto de hacerse el
descubrimiento más crucial y funesto de la física del siglo XX.
***
Redensart
no era un producto típico de la Kaiser-Wilhelm, ya que su graduación en
química por la universidad de Hannover y su tesis doctoral sobre la utilidad
del sodio líquido en las técnicas de refrigeración habían tenido el objetivo
principal de adquirir conocimientos, para emplearse en las industrias Solvay de
su ciudad natal[4]. Solo
la circunstancia de que el catedrático hannoveriano, profesor Bergius[5],
no mostrara un especial interés por el tema de la tesis, llevó a Max a
orientar sus pasos a Berlín, buscando el apoyo del doctor Strassmann[6],
que había ejercido la docencia en la Universidad Técnica de Hannover hasta el
año 1929. Fritz Strassmann era ya uno de los ayudantes del profesor Otto Hahn[7],
quien presidía los trabajos de la sección de química de la Sociedad. Sus
excelentes cualidades como químico práctico o de laboratorio
proporcionaron a Redensart una plaza de ayudante, que este prefirió a su
anterior vocación industrial, pese a que sus emolumentos eran muy modestos. Así
nació lo que él llamaba su servidumbre del espectrógrafo, aparato en
cuyo manejo llegó a ser un verdadero genio. En resumen, Redensart +
espectrógrafo: la suma perfecta para que durante el último periodo de mi
servicio militar me arrimase a aquella dupla y, gracias a mi
conocimiento de la técnica, fuese bien recibido. Luego, al licenciarme, tuve la
posibilidad de ser acogido como mozo de laboratorio, en condiciones
económicas que apenas divergían de las de los bedeles o porteros de la
institución. No es, por tanto, de extrañar que mis servicios fuesen aceptados,
máxime contando con la generosa recomendación del profesor Bothe[8],
de Heidelberg, que todavía recordaba mi muy modesta cooperación para hacer de
su cámara de niebla la que mejores resultados alcanzó en su momento[9];
o la que de modo vibrante realizó in situ mi amigo de Leipzig, Karl Friedrich
von Weiszsäcker[10], que
había venido a Berlín en busca de la seguridad que la Kaiser-Wilhelm podría
darle, de que no lo reclutasen en caso de crisis o contienda bélica[11].
No es, pues, de extrañar que el doctor Strassmann firmase un informe favorable
a mi contratación por cinco años como ayudante de laboratorio de química
nuclear, bajo la tutela y mandato del doctor Redensart. ¿Y el dinero para
vivir?, habría preguntado mi padre. Max, mi tutor, apartó de mí tan
ominoso interrogante, con una frase que no he sido capaz de olvidar a través de
los años:
-
Se
está preparando algo grande. Si yo fuese tú, no me lo perdería por todo
el oro del mundo.
Fui
tan crédulo y tan desinteresado, como para hacerle caso y quedarme en aquel
mundo de penuria, que yo llamaba La bohême, por analogía con la
situación de los protagonistas de la famosa ópera[12].
En cualquier caso, Max no me mentía, como pronto tuve ocasión de
constatar. Lo explicaré en sus puntos fundamentales.
Kaiser Wilhelm Institut (Berlin)
***
Para empezar, la militarización de Alemania y el consiguiente riesgo de entrada en guerra, obligaron a los nazis a revisar su absurda política científica anterior, estructurada sobre tres pilares: el descrédito de la llamada despectivamente moderna ciencia, por estar inspirada -según sus detractores- en abstrusas e incomprensibles conjeturas, que solo podían incubarse en mentes judías; la defensa de la llamada Nueva ciencia alemana que, en el fondo, no era otra cosa que el mantenimiento a ultranza de los axiomas y principios consolidados por el acervo cultural heredado de generaciones anteriores[13]; y la expulsión de los judíos de las instituciones científicas, si es que ellos mismos no habían ya tomado la vía del exilio, en previsión de futuros males, de continuar trabajando en Alemania.
Por el
contrario, las críticas y dificultades que nuestros científicos habían sufrido
por parte de los filósofos nazis y los nacionalistas del movimiento Nueva
ciencia alemana, decayeron casi por completo en el mundo de la física y la
química, a partir del momento en que los avances en la fisión atómica hicieron
comprender a nuestros gobernantes de entonces que se abría un mundo nuevo, en
que la energía atómica podía resultar decisiva, tanto como arma insuperable,
cuanto para potenciar el esfuerzo de guerra en la retaguardia. El camino de
conseguir resultados prácticos de tal energía era, no obstante, arduo y largo.
De hecho, Alemania no pudo recorrerlo íntegro durante los seis años de la guerra
que nos acechaba a la vuelta de unos meses. Fue en ese recorrido donde yo tuve
ocasión de tener dos intervenciones notables, como colaborador de Redensart y
persona respetada por profesores, como Strassmann y Bothe, que estuvieron en la
punta de lanza de las investigaciones atómicas en Alemania. Contaré lo
sucedido, tanto por su importancia en sí, como para las consecuencias que tuvo en
mi vida ulterior, dando con mis huesos en París, cuando empezaba a hacerme un
nombre y un porvenir en la capital de mi patria.
***
Recuerdo perfectamente la fecha, el 17 de diciembre de 1938, por el
hecho de que era sábado, y en ese día empezaba a disfrutar de un permiso
navideño, que pretendía pasar con mis padres en Hamburgo. Estaba a punto de
tomar un taxi para trasladarme a la estación y coger el tren de la mañana,
cuando la dueña de mi pensión me avisó de que tenía una llamada telefónica de un
tal Redensart. Su contenido era imperioso:
-
Ven
de inmediato para el laboratorio, que Hahn y Strassmann necesitan hacer con la
mayor urgencia una comprobación con el espectroscopio.
-
Pero,
Max, hoy empiezo mis vacaciones y tengo billete para el tren de las 08:45…
-
Tendrás
que aplazar tus planes -indicó, tajante-. No creo que nos lleve el trabajo más
de un par de días.
Lo
cierto es que aquel año hube de pasar las Navidades en Dahlem, pero también lo
es que nunca me hicieron una faena por motivos más justificados. Vamos a
comprobarlo.
La
alarma en el laboratorio había saltado porque, al bombardear átomos de
uranio con neutrones, Hahn y su equipo[17]
no habían producido los conocidos subproductos habituales, es decir, átomos
poco más o menos pesados que el uranio, como consecuencia de haber
ganado o perdido unos cuantos nucleones, sino que se habían hallado los de un
elemento químico, el bario, cuya masa atómica era muy inferior a la del uranio[18].
Si eso era así y no había error en la identificación del subproducto, el
bombardeo neutrónico no había alterado simplemente el uranio, sino que había
dividido sus átomos en dos, partiéndolos, más o menos, por la mitad.
Hahn
tenía la mente de un químico y, como tal, lo primero que se le ocurrió fue
comparar las propiedades del presunto bario con las de su pariente mucho
más pesado y radiactivo: el radio, descubierto por los Curie años antes[19].
De hecho, en minerales de uranio era frecuente en la naturaleza la presencia de
radio. Strassmann -que, a falta de la Meitner, era el físico de referencia-
discutió con Hahn: Aquello era bario, y nada más que bario. Y, si había
la menor duda, llamarían al genio del espectrógrafo, Redensart, y, de
paso, al manitas de su ayudante, un servidor de ustedes. Y así fue como
entré humildemente a participar en uno de los momentos históricos de la física
moderna: aquel en que se produjo y constató la fisión nuclear, origen y
fundamento de la energía atómica. Claro que, con tanto temor como prudencia,
Hahn pediría la comprobación del descubrimiento por sus iguales -empezando
por Lise Meitner-, con la independencia que reclama la ciencia.
Otto Hahn
Desde
luego, Redensart y yo nos pasamos tres días sin salir del laboratorio,
repitiendo una y otra vez la prueba, para llegar siempre a la misma conclusión.
Hahn no tuvo más remedio que aceptar la evidencia, confirmada también con la
medición de la energía liberada al romper los enlaces en los átomos de uranio y
obrarse la desintegración[20].
Como si de un huracán se tratase, en apenas tres meses, se publicaron los
resultados; fueron comprobados en varias de las más ilustres universidades del
mundo, y se constató la posibilidad de que la fisión del uranio produjese una
reacción en cadena que, según fuese explosiva o controlada, determinaría su uso
como arma formidable, o como fuente de enormes cantidades de energía a emplear
para fines pacíficos[21].
***
Saltando, por una vez, el orden cronológico, he de referirme al que
acabó resultando el mayor acierto de Redensart -que hago mío, aunque en mínima
proporción- y, correlativamente, uno de los mayores fracasos del excelente
físico Walter Bothe[22],
a quien había yo tratado en la universidad de Heidelberg un tiempo atrás. Tal
vez por ello, el profesor nos llamó a su despacho, conjuntamente, a Max y a mí,
para exponernos una cuestión que le tenía muy preocupado. Más o menos, nos dijo
así:
-
Confiando
en los trabajos del profesor Fermi[23]
y en nuestras propias investigaciones, el doctor Jensen[24]
y yo hemos estado empleando el grafito como moderador de los neutrones
libres resultantes de la fisión del uranio; pero, por más que lo hemos
intentado, una y otra vez fracasamos por el mismo motivo: los ladrillos de
grafito absorben todos los neutrones y la reacción en cadena queda
interrumpida… No hace falta que les diga lo importante que sería para Alemania
el que el grafito cumpliera aquí con éxito la función que, al parecer, viene
desempeñando en Norteamérica: Tenemos un grafito excelente en Austria y en País
de los Sudetes[25],
mientras que la alternativa del agua pesada[26]
resulta de muy lenta y costosa producción, sobre todo, porque los franceses se
nos adelantaron y tienen en su poder todas las reservas almacenadas en la única
fábrica de Europa preparada para producirla[27].
-
Es
ocioso preguntarle, profesor -intervino Max-, si han comprobado a fondo que el
grafito empleado por ustedes sea de la máxima pureza.
El
profesor Bothe pareció molesto con aquella obvia indicación, pero contestó con
precisión:
-
Aparte
de las garantías ofrecidas por las empresas mineras y suministradoras, hemos
realizado comprobaciones adicionales aquí, y solicitado la cooperación del
profesor Heisenberg en Leipzig[28],
y siempre con resultados de pureza prácticamente absoluta. Con todo, ustedes
dos tienen fama de ser los más expertos y concienzudos manipuladores de los
espectrómetros. Repitan, por favor, los análisis de las muestras de grafito que
tenemos actualmente a nuestra disposición en Berlín y comuníquenme cuanto antes
sus datos y conclusiones.
Salí
del despacho de Bothe convencido de que algo muy relevante se presentaba de
nuevo a mi experiencia. Redensart se encargó de robustecer todavía más mi
impresión, cuando puso ante mis ojos la decisiva importancia de que el grafito
fuese operativo como elemento moderador en las pilas atómicas o, como entonces
decíamos, en los quemadores de uranio. Se expresó así, tan pronto nos
encontramos solos en el laboratorio ante el espectrómetro más moderno del
mismo:
Walter Bothe
-
El
bueno de Bothe no nos ha contado toda la verdad sobre las excelencias del
grafito. No solo es que sea mucho más abundante y barato que el agua pesada: Se
trata de que puede trabajar con uranio 238 -que es infinitamente más
abundante que el isótopo 235[29]-,
cosa que no se puede hacer usando agua pesada como moderador. En resumen, de
que el grafito valga o no depende que tengamos o no disponible en Alemania la
energía atómica para esta guerra y, por tanto, la bomba.
-
O
sea -interpreté-, que estamos ante la posibilidad de validar el grafito como
moderador, o bien cargárnoslo y, de paso, arruinar en la práctica el Uranprojekt[30].
Redensart pareció molesto con mi coloquial forma de expresar la
responsabilidad que teníamos ante nosotros. Replicó:
-
Bueno,
bueno, vamos al trabajo. Yo voy a analizar las muestras y, entre tanto, ve
tomando nota de las especificaciones que sobre las mismas hayan presentado las
compañías suministradoras.
Las
empresas en cuestión eran la minera, Grafitenbergau Kaiserberg, de la
Baja Austria[31], y
la industrial Siemens-Plania, que depuraba los resultados de la anterior
y preparaba los bloques o ladrillos para su introducción final en el
reactor. Una y otra certificaban la existencia de mínimas trazas de boro,
elemento químico que era el terror de los pretendientes de grafito
químicamente puro[32].
Contrastados tales resultados con los obtenidos por Bothe y Jensen, apenas
divergían. El profesor Bothe concluía de ello que tan mínimas cantidades de
boro no podían alterar las propiedades del grafito, siendo punto menos que
imposible, por otra parte, alcanzar en él una mayor pureza. No figuraban en el
expediente los informes solicitados a Heisenberg, pero sí las referencias de
artículos del profesor Fermi de algún tiempo atrás, postulando los méritos del
grafito para moderar los flujos de neutrones en el reactor, sin absorberlos en
cantidades significativas.
En
fin, Redensart concluyó sus primeras mediciones, repasó los datos que yo había
recogido de los informes escritos y concluyó:
-
Mis
datos son muy ligeramente superiores en cuanto a la presencia de boro, pero no
como para cambiar la opinión de Herr Bothe contraria al grafito. Claro
que…
Cortó
la frase, se me quedó mirando y dijo, con mucho misterio:
-
Deja,
prefiero que hagas el experimento sin prejuicios. Quinientos marcos a que no eres
capaz de encontrar un intruso en la pantalla del aparato.
-
Por
esa suma -bromeé-, soy capaz de detectar al mismísimo Führer.
Pero
no fue Hitler el identificado, sino el elemento 48, el intruso: el cadmio.
-
Te
has ganado los quinientos marcos -reconoció Redensart-. Hay que ser una
excelente rata de laboratorio para cazar un elemento inesperado en una
proporción tan mínima.
-
¿Crees
que será el causante de que a Bothe se le pare la reacción en cadena?, inquirí.
-
Lo
ignoro, me respondió. Eso, que lo diluciden los físicos teóricos.
Repetimos el experimento hallando los mismos resultados. Seguidamente
documentamos el trabajo y Redensart fue a visitar a Bothe para entregárselo. El
profesor estaba ausente y fue Jensen quien recibió el informe. Era un hombre
joven, agradable y tenía fama de ser políticamente equilibrado. Se explayó con
Redensart, quien luego me hizo un resumen de la charla:
-
Resulta
que acabamos de descubrir la pólvora: Verdad o no, el hecho es que Jensen no se
ha extrañado de la presencia de algunas otras mínimas impurezas, además
del boro, como lo es el cadmio. Pero sucede que no constan investigaciones
anteriores sobre las cualidades de dicho elemento como captador de neutrones[33],
ni es probable que se le encuentre en partidas de grafito procedentes de otras minas
que no sean esas de Austria. Total, creo que la suerte del grafito está echada
y se abandonará como moderador en Alemania[34].
De hecho, el propio Heisenberg está mucho más por el agua pesada, en la que ha
encontrado valores de eficacia superiores a los que se la habían atribuido
antes.
-
Pues
dicen que en los Estados Unidos no utilizan otra cosa que grafito. No sé a qué
carta quedarme, rezongué.
-
Vete
a saber las diferencias que existen entre sus reactores y los nuestros -repuso
Max-. En estas cuestiones atómicas, cualquier pequeño detalle puede significar
el fracaso o el éxito[35].
***
En cualquier caso -según me comentaba
Redensart-, Alemania había perdido demasiado tiempo en los años anteriores a
1939. La demencia nazi, transmutada aquí en estupidez, había preferido quedarse
sin buena parte de sus mejores investigadores, por el mero hecho de ser judíos
o estar relacionados familiarmente con ellos. La arianización de la
ciencia alemana había despreciado y marginado durante años a los mejores
físicos, químicos y biólogos, por el hecho de que defendieran teorías modernas
y bastante abstrusas, pero que acabarían marcando el camino científico del
siglo XX. Finalmente, por razones económicas o políticas, se había descuidado
comparativamente con otros países la investigación nuclear. Baste decir que en
1938 no había en toda Alemania otro ciclotrón que el del profesor Bothe en
Heidelberg. Luego, cuando Hahn reveló la fisión del átomo de uranio, con toda
su probable repercusión militar, se inició una precipitada carrera para llegar
al inicio de la inminente guerra con una cierta capacidad nuclear. Pero ya era bastante
tarde. El doctor Strassmann -nada amigo del régimen nazi- me lo resumía así:
-
Tan
solo contamos con cuatro ciclotrones en el país y su potencia es muy modesta en
comparación con la de los aparatos más avanzados con que cuentan en Inglaterra,
Francia y los Estados Unidos[36].
De quemadores de uranio, mejor no hablar, pues por ahora solo contamos
con trabajos avanzados para el que están montando en Leipzig, Heisenberg y
Döpel[37].
Y ahora le entran las prisas al gobierno, pero con las mañas de siempre:
división y politización. Ya ves, los científicos que ponen a la cabeza de las
investigaciones son casi todos nazis: Schumann, Esau, Gerlach, Diebner[38]
y tantos más. Y, en lo tocante a dividir el trabajo y repartirse a cara de
perro los recursos, se crea, por un lado, una Sociedad del Uranio de
carácter civil y, por otro, un departamento de investigación nuclear en la
Oficina de Armas del Ejército…
El tema me interesaba hasta tal
punto, que decidí interrumpirle:
-
No
cabe duda, doctor, que el equipo civil, dirigido por Esau, se dedicará a la
investigación atómica en general, mientras que el militar, al mando de Diebner,
lo hará exclusivamente para fabricar la bomba: la que, según dicen,
supondría la seguridad de ganar la guerra. Y, la verdad, no me gustaría que me
reclutaran con esa mortífera finalidad.
Mi
cara debía de denotar angustia, porque Strassmann -que sin duda participaba de
mis aprensiones morales- me preguntó, sin más:
-
¿Te
han llamado de Kummersdorf[39]?... ¿Pues no habías hecho ya el servicio militar?
-
En
efecto, pero eso mismo me vuelve más vulnerable pues, en cuanto estalle la
guerra, me reclutarán como sargento de la reserva y, sin más trámite, me
pondrán de uniforme y a las órdenes inexorables de los expertos en explosivos y
física nuclear del ejército.
-
Bueno
-intentó tranquilizarme Strassmann-, la guerra aún no ha empezado[40],
y supongo que, mientras estemos en paz, no podrán movilizarte. Entre tanto, yo
que tú, empezaría a visitar a tus múltiples conocidos, para que te fichen
en la Sociedad del Uranio. Entrar en ella es la seguridad casi absoluta
de que te dejarán en paz, como persona de alta cualificación, o de servicios
esenciales para el Reich.
-
Le
agradezco el consejo, Herr Doktor, pero voy a rogarle que me oriente y
colabore conmigo en los movimientos a seguir. De entrada, no veo factible que
un simple mozo de laboratorio del Kaiser-Wilhelm pueda pasar a ser
considerado un servidor esencial para el Reich.
Strassmann sonrió, reflexionó unos momentos y me brindó la posible
solución:
-
El
ser un excelente electroscopista no es suficiente, aunque hayas llamado la
atención de los militares. Hay que buscarte alguna otra especialización,
directamente ligada con los ciclotrones o los quemadores de uranio. Obviamente,
lo más sencillo es que fuese algo que tuvieran en común los espectrógrafos con
ellos… Y, visto que es el ejército quien te reclama, convendría ganarse el
apoyo de algún científico civil de peso que esté en contacto y buenas
relaciones con los militares… Reflexionemos un par de días y volvamos a
reunirnos para organizar la Schlosser-Betrieb[41].
Werner Heisenberg
***
Fue
Redensart quien me aconsejó que alegase mi aceptable conocimiento de los
electroimanes, una pieza fundamental en casi todos los instrumentos empleados
en la física de partículas. Su existencia en los espectrógrafos me había
obligado a aplicarme en su calibrado. Los técnicos de la empresa conservadora, Siemens,
con sus instrucciones y consejos, así como dejándome estar presente en sus
manipulaciones, fueron mis primeros maestros. Pronto fui yo el operario, sin
necesitar llamarlos y perder un tiempo precioso esperando su venida. Claro está
que los electroimanes de los ciclotrones no eran iguales y su potencia era
mucho mayor, pero los fundamentos teóricos eran muy similares. Mi amigo, von
Weiszsäcker, me hizo un hueco entre el personal empleado en el ciclotrón de
Berlín y así pude cerciorarme de las peculiaridades de su electroimán y las triquiñuelas
precisas para equilibrar exactamente el funcionamiento de los campos
magnéticos inducidos en cada una de las dos placas[42].
Redensart llevó su generosidad hacia mí hasta hacer venir desde Hannover a dos
técnicos, conocidos de su padre, muy expertos en el manejo y reparación de los
potentes electroimanes empleados por la Hanomag[43]
en sus secciones de locomotoras y de grúas. En fin, mi formación acelerada
rindió sus frutos y estuve en condiciones de postularme para entrar en la Uranverein
en febrero de 1940, cuando todavía no habían reclamado mi reincorporación a
filas los militares de Kummersdorf, pese a llevar ya varios meses de guerra. Pero
el espaldarazo final tuvo que venir de un miembro prestigioso de la Sociedad
del Uranio. Este no fue otro que el doctor, Wolfgang Gentner, a quien yo
había conocido brevemente durante mi estancia en Heidelberg[44],
cuando él era uno de los más capaces ayudantes de Bothe, en su denodado
esfuerzo por construir el que sería primer ciclotrón de Alemania[45].
Él me recordaba con simpatía, pero creo que fue otro el motivo que le llevó a
apoyar mis pretensiones. Durante la entrevista de trabajo, salieron a relucir
las flagrantes insuficiencias prácticas de la física alemana. Yo estaba bien
informado de ellas por Redensart y no me privé de exponer a Gentner bastante de
lo que sabía a ese respecto:
-
…
Es cierto -reconocí- que el profesor Bothe ya no está solo en el tema de los
ciclotrones: Ahí están, entre otros, Harteck[46],
Heisenberg y Diebner; pero se manejan con energías en el rango de uno a tres
MeV[47],
muy inferiores a las que se da por seguro que tienen los aparatos de otros
laboratorios del mundo, como el de París, sin ir más lejos.
-
¿Qué
sabe usted del laboratorio parisino?, me preguntó interesado.
-
Supongo
que mucho menos que usted -le dije con cierto desapego-, toda vez que estuvo
allí como becario entre el año 33 y el 35.
Gentner sonrió y se ruborizó ligeramente, como niño pillado en falta:
-
De
eso hace ya cinco años, lo que es una eternidad en física nuclear.
-
Dicen
-proseguí- que los Curie[48]
cuentan con un ciclotrón de 7 MeV. ¡Quién lo pillara!
Mi
interlocutor entorno los ojos y preguntó insinuante:
-
¿Qué
le parecería echarle mano y dedicarnos a cascar átomos? No sería tan
extraño, contando con que estamos en guerra con los franceses y no vamos a
estar toda la vida cruzados de brazos, esperando a invadirlos[49].
-
Supongo
-repliqué- que destruirán todo cuanto tengan antes que dejarnos echarle mano, …
si es que logramos entrar en París.
-
París…
-suspiró Gentner-. ¿Lo conoce usted?
-
Apenas.
Solo de un viaje con mi madre a Francia a conocer a mis abuelos, cuando yo
tenía siete años.
-
¿Es
que su madre es francesa?
-
Nació
en Alsacia. De hecho, hablo perfectamente el francés -presumí-. Quizá mejor que
el alemán, agregué aludiendo a mi pronunciación gutural de todas las erres de
este idioma.
La
entrevista siguió luego por los derroteros propios de un examen de
conocimientos, mas, por lo que luego pasó, estoy convencido de que el pasaje
que acabo de narrar fue decisivo en los planes de Gentner para mí.
Pero
tales planes y derroteros tendrán ustedes que esperar para conocerlos a que
cambiemos de capítulo.
2.
París. Los tiempos felices
Mi
entrevista con Gentner me puso sobre aviso de la importancia que nuestros
científicos nucleares concedían a la labor que Frédéric Joliot y su equipo
estaban desarrollando en París. Había varias razones para ello, según pude ir
constatando. En primer lugar, el hecho de que hubieran sido capaces de
construir un acelerador de partículas con energías cercanas a los 7 MeV[50],
que más que doblaban las de los mejores ciclotrones nuestros. Y la cosa no era
moco de pavo pues Strassmann me comentó:
-
En
estas materias, los incrementos de energía tienen unos efectos exponenciales.
¡Vete a saber si los franceses pueden conseguir cien o mil veces más
subpartículas que nosotros! De todos modos, no es lo mismo diseñar y construir
un aparato de esos, que ponerlo en marcha de modo estable y con toda su
potencia. Ignoro si Joliot lo habrá conseguido.
La
verdad, eso no lo sabia nadie a ciencia cierta en Alemania. El hecho es que el
ciclotrón se había montado en 1937 en un sótano del Colegio de Francia[51]
y que, con su ayuda, Joliot había sido capaz de demostrar que era posible la
reacción en cadena de la fisión del uranio[52].
A mayores, el científico francés, especialmente hábil como persona, había
logrado que el gobierno francés adquiriese todas las reservas de agua pesada
que almacenaba la Norsk-Hydro, trasladándolas a algún lugar ignoto de
Francia; dejando de paso sin posibilidades de adquirirlas a nuestro gobierno,
ni siquiera mediante incautación, al invadir nosotros Noruega[53].
Finalmente, nuestro servicio de espionaje sabía que los franceses también
habían comprado a los belgas cantidades importantes de óxido de uranio
procedente de sus posesiones en el Congo, si bien no se tenía constancia sobre
si el mismo había sido suficientemente enriquecido. Con todos esos
antecedentes, no era extraño que la Wehrmacht, informada por sus
científicos, tuviese un interés especial en hacerse con el acelerador de París,
tan pronto llegasen allí nuestras tropas de invasión[54].
Por
eso tiene sentido el que, a los pocos días de conseguir el beneplácito de
Gentner para incorporarme al grupo de técnicos del Uranverein que
pensaban desplazarse a París, recibiera yo una citación para presentarme en las
instalaciones del ejército en Kummersdorf. Me recibió el doctor Erich Schumann
en persona, a quien conocía de vista como uno de los ayudantes del profesor
Hahn y quien, por lo visto, había sido puesto por el general Keitel[55]
al frente del grupo de científicos asesores del ejército en materia atómica. Su
pretensión era clara… y la que yo me temía:
-
Herr
Schlosser
-comenzó-, tiene usted una excelente consideración en el Kaiser-Wilhelm,
que nos aconseja incorporarle a los servicios análogos que están montando las
fuerzas armadas aquí, en Kummersdorf.
Decidí
echarle valor y responder con la mayor contundencia:
-
Lo
lamento, Herr Doktor pero su colega, el doctor Gentner, ya ha iniciado
el procedimiento para agregarme a la Uranverein. Por otra parte, ya
sabrá usted que cumplí como voluntario mis deberes militares, entre 1936 y
1938.
-
En
esto último, sin duda, está usted equivocado -arguyó, con toda razón-. Las
necesidades militares en tiempo de guerra autorizan a movilizarle como
reservista, dándole el rango con el que hubiese sido licenciado: En su caso,
creo que el de sargento.
Wolfgang Gentner (mucho después de los tiempos de
este relato)
Repliqué de la manera que me pareció más eficaz:
-
Supongo
que tiene razón, en teoría, pero, en la práctica, tengo ya asignado un puesto
entre los técnicos que se trasladarán a París para aprovechar el ciclotrón del Colegio
de Francia[56]… Ya
conoce, estimado doctor, la importancia que dicho aparato podría tener para el
esfuerzo de guerra.
-
Pero,
en el mejor de los casos -objetó-, aún no hemos invadido Francia, ni
conquistado París…
-
Eso
facilita lo que voy a pedirle, Herr Schumann. Aprovechemos este
intervalo, para que Gentner y usted se pongan de acuerdo, decidiendo sobre mi
cooperación de la forma que resulte más eficaz. Por mi parte, entiendo que seré
mucho más útil en París, que no aquí, apretando las tuercas de los espectrógrafos.
La
broma pareció impactarle. Me despidió sin órdenes concretas y con estas
palabras:
-
De
acuerdo, hablaré con Gentner y ya se le informará de la decisión a su respecto.
La
decisión fue salomónica y la adoptaron apenas una semana antes del inicio de la
blitzkrieg en el frente occidental[57]:
Sería movilizado como suboficial de artillería, pero quedaría liberado de
llevar uniforme y estaría, en principio, a las órdenes de Gentner en
Francia. Me pareció una forma militar de cumplir el aforismo de sostenerla y
no enmendarla, hasta que Schumann me aclaró:
-
El
que no esté a las órdenes inmediatas de los militares no quiere decir que, si
se las dan, no tenga que acatarlas. De hecho, se presentará usted, cuando
llegue el momento, al general jefe de la guarnición de Paris, y también estará
obligado a informarnos sobre sus actividades cuando sea requerido a ello por mí
o por mis comisionados. Y de su disciplina dependerá el que se le mantenga este
estatus tan excepcional, que se le concede por deferencia al doctor
Gentner y al profesor Strassmann quienes, por cierto, están muy interesados por
usted.
Me
faltó tiempo para acudir, bastante preocupado, a comunicar a Redensart y a
Gentner las condiciones de los militares, por si podían suponer cierta
interferencia en la actividad del Uranverein. Gentner se echó a reír y
me aclaró que, a la postre, Schumann nos había tomado el pelo a ambos. Me dijo
así:
-
¡Toma!,
como que a mí también me movilizan, aunque como teniente. Dicen los militares
que una cosa es que se trabaje para la Uranverein en Alemania, y otra
distinta que salgamos a trabajar en países ocupados, como creen que lo será
Francia dentro de poco. Así que, amigo mío, los dos estamos a bordo del mismo
barco y este es de guerra. Por lo demás, también a mí me han impuesto las mismas
condiciones de sumisión, lleve o no uniforme por la calle… Pero no te
inquietes: con astucia y buen hacer, lograremos que triunfen por encima de todo
la ciencia y la camaradería de los científicos.
Sinceramente, me pareció que el doctor Gentner era demasiado optimista.
Con todo, no le hice ninguna objeción, y hasta me eché a reír cuando me
despidió con este consejo para turistas en vacaciones:
-
No
olvides meter en la maleta la cámara de fotos: La torre Eiffel nos espera.
***
El día
14 de junio de 1940, la Wehrmacht entró en París a la que, desde unos
días antes, el gobierno francés había declarado ciudad abierta. Supongo que
Schumann, Diebner, Gentner u otros habrían dado las indicaciones pertinentes
para ocupar el laboratorio de los Curie en el Colegio de Francia y, por
supuesto, sellar y poner guardia en los sótanos que albergaban el ciclotrón más
potente de la Europa continental. De hecho, nuestros soldados tomaron posesión
de las instalaciones y no permitieron a ninguno de los científicos ni de los
empleados el acceso a las mismas. La verdad es que -según me contaron- no eran
muchos los trabajadores que se presentaron por allí en aquellas fechas. De
hecho, Frédéric Joliot e Irène Joliot-Curie parecían encontrarse fuera de
París, seguramente, en las tierras del sur, que todavía estaban bajo control
del ejército francés. Gentner me hizo saber tal ausencia como determinante, si
persistía, de un cambio de planes para nosotros:
-
Si
Joliot no reaparece, Schumann es partidario de desmontar el ciclotrón pieza a
pieza y traérselo para Alemania.
-
Eso
será más fácil de decir que de hacer, supongo -apunté yo-.
-
Desde
luego, confirmó Gentner, pero sí que podríamos trasladar aquellas piezas o
secciones que sean menos voluminosas y tengan un mayor valor funcional. De eso nos encargaríamos nosotros y, con ello, nuestra esperada estancia junto al Sena
habría tocado a su fin en unas pocas semanas.
-
¿Y
qué se sabe del agua pesada y del óxido de uranio que los franceses habían
adquirido para sus propósitos de construir un reactor?, inquirí.
-
Me
temo que su localización, de ser posible, correrá de cuenta de la Gestapo[58],
que empleará al efecto sus métodos habituales.
-
¿Y
qué plazo concederán para que Joliot regrese a París, sin desmontar todavía su
ciclotrón? -insistí-.
-
Eso
será cosa de los jefes en Kummersdorf -repuso vagamente Gentner-; pero nosotros
ya tenemos orden de ponernos en camino a París, tan pronto se haya confirmado
el cese el fuego consiguiente al acuerdo de armisticio[59].
Sobre lo que pase después -es decir, si habremos de ser científicos o simples
demoledores-, Joliot y sus colaboradores tendrán la palabra.
Llegamos a París por vía férrea el miércoles, 26 de junio de 1940. A la
cabeza de la expedición figuraban Gentner y su colaborador y buen amigo,
Wolfgang Riezler[60]. El
resto éramos un total de cinco técnicos, expertos en diversas secciones o
elementos del ciclotrón, que no nos habíamos conocido hasta aquel momento. La
mayoría éramos muy jóvenes y estoy por asegurar que nuestra selección había ido
precedida de la obligada incorporación a filas. Para mi egoísta satisfacción,
constaté que los otros cuatro apenas sabían unas palabras de francés, lo que me
hizo suponer que, para bien o para mal, podría convertirme en un intérprete imprescindible.
Por el
momento, hubimos de presentarnos a las autoridades militares de la guarnición
de París y aceptar el alojamiento y medios de transporte que tuvieron a bien
ofrecernos -todo, dentro de las propiedades del ejército-. Por lo demás, dueños
por ahora en exclusiva de las instalaciones de los Curie, nos movimos a
nuestras anchas y sin dar cuentas, ni discutir con nadie. Gracias a ello
pudimos comprobar algo que nos decepcionó profundamente: Por sabotaje, abandono
del mantenimiento o inacabamiento de la instalación, el famoso ciclotrón de
París, no solo estaba no operativo por el momento, sino que se necesitarían
muchos meses de arduo trabajo para ponerlo en estado de funcionar. Gentner y
Riezler cambiaron impresiones al respecto y su conversación -que yo pude captar
en lo sustancial- significó para mí la primera sorpresa acerca del
comportamiento de ciertos científicos que, por suerte o por desgracia, tienen
un concepto del patriotismo y del esfuerzo de guerra un tanto desviados de la
disciplina que se espera de ellos:
-
Si
ahora escribimos o telefoneamos a Schumann -hablaba Gentner- y le exponemos
claramente cómo están las cosas por aquí, ordena desmontar o inutilizar el
ciclotrón y nos manda de vuelta para Berlín.
-
Podemos
suavizar el estado de la situación -sugirió Riezler- y recomendar que se
espere hasta localizar a Joliot, o a que este regrese espontáneamente…
-
…
Lo que no deja de ser una quimera -interrumpió Gentner-. Joliot es valiente y
ama el ciclotrón como a las niñas de sus ojos, pero supongo que el gobierno
francés y los británicos le animarán a exiliarse con toda su familia.
-
De
todos modos -replicó Riezler-, nada se pierde por esperar unas semanas y que la
policía haga averiguaciones acerca del paradero de los Curie y, ya de paso, del
agua pesada y del material radiactivo, que aquí no hemos encontrado ni un
microgramo.
Así
que, maquillando el estado de abandono del laboratorio, Gentner consiguió el
plazo de un mes, tomando entre tanto las medidas oportunas para mejorar su
funcionalidad y preparar un plan para trasladar a Alemania cuanto se pudiera
del ciclotrón, sin dañarlo irremediablemente. No sé por qué tuve el pálpito de
que la cosa podía ir para largo y, de otra parte, estaba decidido a disfrutar
en lo posible de aquel París, increíblemente callado y sin pulso, pasmado como
por ensalmo por la terrible derrota de las armas francesas y por la esperanza
que empezaba a proyectar sobre su pueblo el mariscal vencedor de Verdún[61].
En aquellos días, la llamada a la rebeldía del general De Gaulle desde su
seguro micrófono de Londres[62]
parecía no haber hallado eco alguno. Así que, poniendo en práctica el plan que
había urdido en mis insomnios berlineses, decidí comportarme en lo posible como
un habitante más de París, para lo cual tenía la inmensa ventaja de mi perfecto
francés con ligero acento alsaciano. Eché cuentas de lo que ganaría como
sargento y mozo de laboratorio del Uranverein -Gentner me había
prometido que conservaría el sueldo de este- y lo encontré más que suficiente
para vivir con cierta independencia en aquella ciudad, otrora pletórica, pero
ahora medio vacía, entre los soldados presos[63],
los judíos huidos y los parisinos que habían preferido acogerse a la así
llamada zona libre de Vichy[64].
Isla de San Luis (París)
Haciéndome
pasar por un alsaciano indocumentado que a toda prisa había huido de la
ocupación de su región por los alemanes[65],
alquilé una buhardilla en la isla de San Luis[66],
en la calle Budé, un lugar muy tranquilo y a un paseo del Colegio de Francia.
El pago de un bimestre por adelantado superó las objeciones de la portera que,
como mandataria del propietario, me entregó las llaves de aquel pequeño paraíso
parisino, que parecía prolongar mi bohemia berlinesa. Así nacía para el
vecindario, por razones de seguridad, Monsieur Mathieu Schlosser[67];
pero no bastaba con la alteración identitaria: Se despertó en mí una aletargada
vocación filosófica, que en aquella cima del espíritu europeo bien podría
alimentar. A fin de cuentas, la Sorbona y el Colegio de Francia estaban a un
tiro de piedra el uno de la otra. De tener ocasión, procuraría buscar los
medios de acceder al profesor Bachelard[68]
quien, desde principios de aquel año, enseñaba Filosofía de las Ciencias en la
universidad parisina. Claro que todavía estábamos en plenas vacaciones de
verano y con las rudas secuelas de la reciente ocupación; y, sobre todo,
dependíamos de que apareciese por su laboratorio el profesor Joliot, sin el
cual mi presencia en Francia sería efímera.
***
El
lunes, 29 de julio de 1940[69],
entre la estupefacción de quienes estábamos en ese momento en el laboratorio
del Colegio de Francia, se presentó el profesor Joliot, acompañado por dos de
sus ayudantes y del doctor Faral[70],
como autoridad de dicho Colegio, para retomar la posesión de sus instalaciones,
que llevaban cosa de mes y medio sin ser ocupadas más que por técnicos
alemanes. En ese momento, Gentner, nuestro jefe, se encontraba ausente, por lo
que me decidí a ser yo quien recibiera a la comisión francesa, en mi doble
condición de suboficial y de dominador de su idioma. De hecho, yo reconocí
perfectamente a Joliot por las numerosas fotografías que de él había visto en
diversas publicaciones, si bien, cara a cara, aprecié con mayor precisión sus
principales características fisonómicas: lo moreno de tez y cabello; la
estatura mediana, con una complexión delgada, tal vez agudizada por la
agitación y penalidades de los últimos meses; el rostro anguloso, con una nariz
prominente; gesto y voz que denotaban cierto empaque, que muchos tomaban por
altivez u orgullo.
La
verdad, yo no sabía qué hacer pues nada se había establecido de antemano, dado
que nadie esperaba el retorno de Joliot. Improvisé y, con tono firme y
respetuoso, le hice saber que, como sin duda conocía el profesor Faral, por el
momento el laboratorio de física nuclear estaba ocupado por orden de las
autoridades competentes del ejército alemán, y yo no era quién para facilitarle
el acceso al mismo, sin perjuicio de avisar inmediatamente por teléfono a mi
superior inmediato, el doctor Gentner, a fin de que me ordenara lo procedente.
-
Entre
tanto, profesor, si quiere esperar aquí la contestación -ofrecí-, no tengo
inconveniente en que usted y sus acompañantes puedan esperar en su despacho de
director del laboratorio.
No
creo que Joliot hiciese mucho caso de mi cortesía pues, tan pronto oyó el
nombre de mi jefe, esbozó una sonrisa y pareció relajarse, hasta el punto de
responder a mi fineza con otra, igual o mayor:
-
Gracias,
sargento, pero no queremos incomodarle. Póngase en seguida en comunicación con
el doctor Gentner y, mientras tanto, esperaremos en el despacho del
administrador del Colegio.
Ciclotrón del Colegio de Francia (hoy, objeto de
museo, in situ)
Acompañé a la comitiva hasta la puerta de la calle y me despedí con un
sonoro taconazo. Joliot pareció sobresaltarse y me dijo:
-
Gracias
por su demostración, pero no era necesaria…
A lo
que, repliqué con toda la intención:
-
Es
lo menos que se merece un premio Nobel. Al menos, esa es nuestra muestra de
respeto para ellos en el Kaiser-Wilhelm Institut.
-
¿Usted
trabaja allí?, me preguntó Joliot, sorprendido.
-
Solo
soy ayudante de laboratorio. Mi verdadera especialidad es la Filosofía de la
Ciencia, de la que me gradué en la universidad de Hamburgo.
-
¿Y
en dónde aprendió un francés tan perfecto?, volvió a preguntarme.
-
De
mi madre, repuse. Es alsaciana.
Uno de
los ayudantes de Joliot susurró algo así como que yo era una caja de sorpresas.
El profesor tan solo me insistió:
-
Telefonee
usted tan pronto pueda y, por favor, hágame llegar la respuesta del doctor
Gentner en cuanto se produzca.
***
Por
unos días, la llegada de Joliot a París fue objeto de toda clase de
especulaciones. Unos decían que obedecía a órdenes de ciertas autoridades
francesas, a fin de que las instituciones de carácter atómico de París y sus
inmediaciones[71] no
quedasen sin control y a merced de decisiones omnímodas de los alemanes. Pero
¿de quién procedían esas consignas, caso de ser ciertas? Unos aludían a las
autoridades militares, que se las habrían dado a Joliot en el momento de
licenciarlo. Otros apuntaban al gobierno del régimen naciente de Vichy.
Finalmente, había quienes entendían que el nobel había sido presionado por los
dirigentes de la universidad de la Sorbona y del propio Colegio de Francia,
nada partidarios de que parte de sus instalaciones fuesen colonizadas por
los científicos de la potencia invasora.
Gentner -que decía conocer bien a su colega francés, con quien había
estado en contacto científico frecuente por carta[72]-
apuntaba, más bien, a la forma de ser de Joliot, valiente, orgullosa y patriótica;
incapaz, por tanto, de dejar su patrimonio científico, labrado durante tantos
años, abandonado y a merced de quienes decidieran expoliarlo. Me lo explicaba
así, en una de nuestras frecuentes charlas:
-
Joliot
es sincero a medias, cuando afirma que se ha quedado en Francia y regresado a
París en bien de su equipo de colaboradores, del prestigio de Francia o de no
abandonar a su mujer enferma y a sus hijos menores[73].
Todo eso cuenta, por supuesto, pero, sobre todo, me parece que prima su orgullo
de cabeza de la ciencia francesa y de sentirse capaz de controlar la tormenta
que con la invasión amenaza a su mundo académico, pequeño y mediocre -como él
mismo critica-, pero que no deja de ser el suyo y, por extensión, el de Francia[74].
-
No
me convencen sus argumentos -opiné-, si lo que le mueve es el patriotismo:
Corre un riesgo grandísimo de acabar colaborando con el enemigo. Y, por lo que
respecta al honor de Francia, mucho me temo que su conducta acabará tachada de colaboracionismo, si no de traición.
Gentner pareció incomodarse por mis palabras y me replicó, con aire
retador:
-
Espera
a ver cómo termina todo, pues Joliot me ha insistido en tratar de su efectivo
regreso con nuestros máximos científicos militares. De hecho, ya viene de
camino Schumann[75] para
ver de pactar unas condiciones que sean satisfactorias para ambas partes. Ya te
contaré…
Y
concluyó la charla con unas consideraciones, que se me quedaron grabadas, por
lo insólito de las mismas y por el desprecio que mostraban hacia quienes
quedábamos fuera del olimpo sacrosanto de la ciencia:
-
No
olvides, Mathias, que los verdaderos científicos formamos una gran familia, más
allá de rencillas y de guerras. Quizá los hombres de ciencia de verdad no
seamos muchos, pero puedes apostar la cervecería de tu padre a que Fred[76]
y yo nos contamos entre ellos.
***
Debo a
la cortesía del doctor Gentner el conocimiento sustancial de las condiciones a
que se llegó por parte alemana, para que el profesor Joliot aceptase ponerse de
nuevo al frente de su laboratorio en el Colegio de Francia y, sobre todo,
facilitar a los científicos alemanes el acceso a su ciclotrón. Mi gratitud para
con Gentner es aún mayor pues, una vez acabada la guerra, me completó su
exposición con una amplia referencia a las modificaciones de dichas condiciones
oficiales, tal y como fueron informalmente acordadas entre el profesor Joliot y
él. No dudo de la importancia de esta parte de mi relato, tanto a nivel
histórico, como para valorar las conductas de los dos profesores con el debido
conocimiento de causa. Por supuesto, el juicio de cada lector es libre, pero su
racionalidad depende de que esté debidamente fundado en los hechos[77].
A
principios de 1939 -exponía
Gentner-, en la revista “Nature”, Joliot afirmó que cada átomo de uranio
fisionado liberaba un promedio de 2,5 neutrones: Luego la reacción en cadena
era posible. El profesor Erich Schumann advirtió al entonces general Keitel de
la importancia de las investigaciones atómicas francesas, basadas en la
utilización de un acelerador de partículas mucho más potente que aquellos de
que disponíamos en Alemania. Por otra parte, el gobierno francés se había hecho
el año anterior con todas las reservas de agua pesada almacenadas en la fábrica
noruega “Norsk-Hydro” y con una buena cantidad de mineral de óxido de uranio en
las minas congoleñas de Katanga. Era indudable que el profesor Joliot sabía
perfectamente, al producirse nuestra invasión, dónde se encontraban estos
materiales, por lo que era doblemente interesante conseguir, bien la detención
del mismo, bien que se aviniese a trabajar voluntariamente con nosotros. El
armisticio y nuestra relativa amistad con el gobierno de Vichy podrían
favorecer esta última posibilidad.
Por
eso, tan pronto se produjo el libre retorno a Paris de Joliot, avisé del mismo
a Schumann -entonces movilizado, con el grado de general-, para que viniese a
la capital francesa y se entrevistara con el nobel francés, a fin de llegar a
un acuerdo de trabajo en común, para beneficio mutuo. Yo animé al general a que
fuese generoso, aprovechando la marcha entonces tan favorable de la guerra para
nosotros, la cual hacía presagiar una pronta conclusión de la contienda y una
posición benévola hacía Francia, vista la política de armonía que practicaba el
mariscal Pétain. Schumann me replicó que las órdenes que traía de Berlín eran
todo menos condescendientes, por lo que sería bastante difícil concordar con
Joliot. Yo era más optimista pues, como recordarás, amigo Schlosser, nosotros
sabíamos bien -a diferencia de Schumann- el lamentable estado en que se
encontraba el ciclotrón parisino, que difícilmente podría ser puesto en buen
funcionamiento en menos de un par de años. Eso podía permitir a Joliot prometer
o consentir muchas cosas, sabiendo que resultarían imposibles de cumplir.
Además, aunque pudiese costarme caro, yo estaba decidido a jugar el papel
benévolo y armonioso que Schumann no quería -o no podía- ejercer. Para ello, me
resultó muy importante el tener entre Joliot y Schumann el papel de intérprete en
la entrevista decisiva que ambos celebrarían en París, en concreto, en el
laboratorio de física del Colegio de Francia.
Frédéric e Irène Joliot Curie, en la entrega del
Nobel (12-12-1935)
… La
entrevista, aunque con tono ceremonioso -los dos interlocutores no se conocían
personalmente- no empezó, precisamente, con buen pie. Como gesto de buena
voluntad, Schumann pidió a Joliot información sobre el paradero del agua pesada
y del mineral de uranio que el gobierno francés había adquirido en los dos años
anteriores. Joliot -como era de cajón- excusó la respuesta, limitándose a
manifestar que el gobierno derrotado habría puesto todo a buen recaudo, en
lugar o lugares que él desconocía[78]. Schumann no insistió y tuvo la
humanidad de mediar en que Joliot no fuese molestado por la Gestapo o las SS[79]
para que revelase por la tortura cuanto supiese.
Superado ese obstáculo, el profesor Joliot, manifestando que todavía no
había podido evacuar consultas detalladas con las autoridades francesas -nótese
que la entrevista se estaba celebrando el 12 de agosto de 1940-, señaló cuatro
puntos innegociables para
él, si la ciencia alemana quería contar con su cooperación y la de su equipo:
1º. El ciclotrón no serviría para el esfuerzo de guerra, sino para el
desarrollo de investigaciones de física puramente teórica. 2º. Sería él,
Joliot, quien dirigiría efectivamente el laboratorio y estaría autorizado para
contratar libremente a su personal colaborador. 3º. Los resultados de las
investigaciones serían de la propiedad intelectual de los franceses que
llegasen a ellos. 4º. Los resultados de cualesquiera trabajos científicos
desarrollados en el laboratorio del Colegio de Francia no serían publicados sin
su expresa autorización. Sobre la base de estos cuatro puntos, franceses y
alemanes llegarían a acuerdos sobre el reparto del uso del material del
laboratorio, o el número de personal alemán con acceso al mismo, corriendo las
medidas de tipo administrativo de cuenta del profesor Faral, o de quien en cada
momento ejerciese las funciones de administrador del Colegio de Francia.
Schumann pareció sentirse molesto, no tanto con el contenido del
programa de Joliot, como por el hecho de que pareciese una imposición o, cuando
menos, un mero contrato inter
pares. Por eso, comenzó por formular de forma drástica lo que no dejaba de
ser una obviedad: O Joliot y los franceses colaboraban de buena fe con los
científicos alemanes, o el laboratorio sería requisado por las autoridades de
ocupación, trasladando a Alemania cuantos elementos fuesen de interés. Dicho
esto, las discrepancias se centraron más en el fuero, que en el huevo: Schumann
exigió que el verdadero director o jefe del laboratorio fuese un alemán, el
doctor Kurt Diebner, en calidad de intermediario entre el mando supremo alemán
para la ciencia militar y el laboratorio mixto de París. Sería Diebner quien
cursaría en exclusiva las comunicaciones y relaciones del laboratorio parisino
con otras instituciones científicas, y también sería él quien decidiría qué
trabajos habrían de publicarse y qué personas tendrían acceso a los mismos. Por
lo demás, Joliot tendría libertad para designar a sus ayudantes y técnicos,
pero los alemanes autorizados y trabajadores tendrían pleno acceso a todas las
secciones del laboratorio, así como a sus investigaciones y resultados.
Finalmente, los aparatos e instrumentos que fuesen aportados por los alemanes
quedarían en todo momento de propiedad del Reich. Schumann concluyó
dando a Joliot un plazo de seis días para reflexionar sobre lo hablado y para,
a tenor de ello, firmar un acuerdo reservado con el contenido que ambas partes
aprobaran. Durante ese tiempo, Joliot habría de recabar las autorizaciones que
juzgase necesarias, para que el gobierno de Vichy no pusiera objeciones a
posteriori a lo convenido.
…
Durante los seis días de reflexión concedidos por Schumann, cité con toda
reserva a Joliot en un café del Quartier Latin[80],
con el fin de ponerle en claro, tanto mi opinión y mi compromiso al
respecto, como la escasa eficacia práctica que yo veía, por aquel entonces, al
acuerdo en ciernes.
Como
tú y yo habíamos ya comentado, expuse a Joliot que todo el interés alemán por
su laboratorio estribaba en poseer un ciclotrón capaz de grandes prestaciones,
pero por el momento incompleto y deteriorado, de difícil reparación por la
industria francesa, y más, en tiempo de guerra. De manera en exceso optimista,
pero verosímil en aquel entonces, le expuse que la victoria alemana estaba
próxima, sin necesidad de especular con hipotéticos super explosivos atómicos.
Joliot se mostró de acuerdo con mis observaciones, si bien explicó que no podía
ceder ante determinadas exigencias de Schumann, aunque solo fuera por razón de
su honor y prestigio, que ya empezaban a padecer ante quienes veían cualquier
cooperación científica en época de guerra como una traición o, cuando menos, un
colaboracionismo[81]. Tras recordarle nuestra buena
amistad desde mis lejanos tiempos de becario en París en 1933, le expuse mis
convicciones antinazis y le lancé la gran sorpresa con la que yo contaba para
convencerlo: Schumann y Diebner seguirían en Berlín y apenas supervisarían lo
que pasara en el Colegio de Francia. Sería efectivamente yo quien dirigiría a
los alemanes que trabajasen en el ciclotrón y, en mi condición de tal,
revisaría las cláusulas o condiciones que se pusieran para nuestra
colaboración. Con esa confianza, y con el visto bueno del administrador Faral
-con el que ya contaba-, Joliot aceptó permanecer en París, siempre que el
único gobierno francés existente, el de Vichy, le autorizase la cooperación.
Esta fue solicitada de inmediato y se concedió por decisión de los ministerios
de Educación y de Industria, no sin reticencias del de Asuntos Exteriores, como
se supo tiempo después. En virtud de todo ello, se consumó el acuerdo, si bien
el mismo no se hizo constar por escrito, al no querer comprometerse Schumann,
quien se escudó en su anterior advertencia de que el convenio sería en términos
reservados. Joliot
hubo de transigir con aquella falta de formalidad, considerando que, estando yo
como intermediario, cualquier documento quedaría a la postre en papel mojado.
No obstante, el informalismo de Schumann tenía razones más profundas, como no
tardamos en comprobar; unas razones que tenían que ver con esa técnica
contractual nazi de llevar a la otra parte a buen puerto, para luego endurecer
los términos del acuerdo cuando ya todo el mundo se había acomodado a los
anteriores.
Recordarás, amigo Schlosser, que, a tenor de nuestro acuerdo particular,
Joliot y yo fijamos una serie de reglas con las que empezamos a funcionar. En
el laboratorio se establecerían zonas o salas reservadas en exclusiva para
franceses y alemanes. En la medida de lo posible, se utilizarían el ciclotrón y
otros aparatos escasos en número de forma alternativa, fijando horarios para
procurar no coincidir. Los alemanes autorizados iríamos de paisano y
entraríamos y saldríamos del laboratorio por una puerta poco visible que daba a
un callejón sin salida del Colegio de Francia[82]. Joliot nombraría a sus
colaboradores sin interferencias nuestras, ni por el número, ni por la
identidad[83]. En fin, se promovería la
cooperación alemana para agilizar la terminación y puesta en marcha del
ciclotrón, para lo que yo solicitaría la venida desde Berlín de operarios
especializados y de equipos o piezas imposibles de encontrar en Francia[84]. En tal sentido, te comisioné para
que, con base en tu previo conocimiento de las cámaras de niebla de expansión,
pusieras en marcha dos cámaras de difusión procedentes de los Estados Unidos,
que se hallaban depositadas y sin desembalar en los almacenes del laboratorio[85]…
Ernest O. Lawrence, el manitas y factótum
del laboratorio de Berkeley
Cuando
ya parecía todo en marcha, llegaron por correo desde Alemania nuevas
instrucciones, que endurecían las condiciones acordadas entre Joliot y Schumann
un mes antes[86]. Con base, al parecer, en el
Derecho internacional de la guerra, la dirección del laboratorio y de sus
trabajos serían competencia exclusiva del doctor Diebner, y el gobierno alemán
tendría la propiedad intelectual sobre todos los trabajos desarrollados en el
mismo. A mayores, el profesor Joliot no podría elegir colaboradores sin el
acuerdo de Diebner. Como es natural, Joliot se indignó y, para robustecer su
postura, transmitió las nuevas condiciones al ministerio de Educación de Vichy,
el cual le contestó que se oponía tajantemente al cambio de instrucciones, lo
que comunicaría directamente al gobierno alemán. De la respuesta alemana -si es
que la hubo-, no tuvimos constancia alguna[87]por el momento, ni yo supe de ella
cuando retorné a Berlín, tiempo después, tras cesar en mis funciones de París.
No
obstante esos cambios teóricos, las dos partes optamos por seguir adelante con
los trabajos, en los mismos términos en que los habíamos iniciado. Joliot
siguió teniendo el dominio práctico de su ciclotrón y yo me convertí de hecho
en el jefe de los investigadores y técnicos alemanes que trabajaban en el
laboratorio parisino, como recordarás. Tal situación no cursó sin alarmas, en
las pocas ocasiones en que los científicos de Berlín giraban visita al laboratorio.
Recuerdo un par de visitas del profesor Bothe y una del director de la Uranverein, doctor Esau, así
como varias más de nuestros jefes militares, Diebner y Schumann; visitas que
capeamos como pudimos, acogiéndonos al cómodo -aunque poco creíble- expediente
de que el ciclotrón había sufrido una repentina avería, o estaba pendiente de
sustituir alguna pieza[88].
Tú mismo colaboraste en alguna ocasión con pequeños sabotajes en el
electroimán. La repetición de esta táctica acabó por hacerla poco creíble, pero
nuestros visitantes se conformaron con quejas y críticas moderadas, que solo
implicaron el que se me destituyera del cargo, reemplazándome el doctor Riezler[89],
quien prosiguió mi senda de cooperación científica, con la que estaba
plenamente de acuerdo…
La
otra fuente de peligros la representaban los agentes de la Gestapo y de las SS,
cada vez más entremetidos en el ambiente universitario parisino, por causa del
incremento de la resistencia a nuestra ocupación y del hecho, por demás
innegable, de que una mayoría de profesores y de alumnos era contraria a toda
forma de colaboracionismo. Detener sus intromisiones en el laboratorio fue mi
tarea más difícil, pues Joliot estaba conceptuado de comunista y, aunque
prudente, no se escondía a la hora de defender a otros colegas menos conspicuos
y privilegiados que él. Afortunadamente, el hecho de ser un premio Nobel
impedía que fuese tratado con la desconsideración habitual que empleaba nuestra
policía, sin perjuicio de algunas detenciones de muy corta duración[90]. En mi opinión, el fiasco que la
Gestapo tuvo en el otoño de 1940 en el caso del profesor Langevin[91], al que yo contribuí con mis
severas quejas ante el general Stülpnagel [92] y las autoridades
científico-militares en Berlín, les hizo considerar que, en cierto modo, el
laboratorio Curie era tabú para ellos. Así me lo confesó el mayor Biderick[93]. De esa pasividad desencantada
nacerían peligrosas posibilidades de utilizar el departamento de física del
Colegio de Francia para ciertas actividades que, al igual que tú, reprochaba y
me parecían fuera de lugar en una institución científica[94], pero que me incliné por ignorar,
en atención a mis compromisos con Joliot. De cualquier modo, para salvar mi
responsabilidad, he de decir -y tú lo corroborarás- que lo más descarado y
violento se produjo cuando yo ya no me encontraba en París, codirigiendo el
laboratorio…
***
Entre
unas cosas y otras, llegó septiembre y, con él, la reanudación de la vida
académica, con toda la excepcionalidad derivada de la ocupación. Según tenía
previsto, me encaminé a la facultad de filosofía de la Sorbona, con el atuendo
más juvenil posible, con vistas a hacerme pasar por un estudiante más. Pregunté
por el profesor Cavaillès -mi viejo conocido del simposio de Davós de 1929-[95],
a fin de que me introdujera ante el catedrático Bachelard[96],
a cuyas clases y seminarios pretendía asistir, en la medida en que lo
permitieran mis ocupaciones. Tuve una desilusión:
-
Monsieur
Cavaillès
ocupa la cátedra de lógica y filosofía de la universidad de Estrasburgo desde
el curso pasado -me informaron-. Antes solía viajar a París con frecuencia,
pero ahora, con la ocupación alemana…
Ni
corto, ni perezoso, sin perjuicio de escribir a Cavaillès en busca de
recomendación, opté de momento por colarme en las clases magistrales de
Bachelard, muy concurridas, y esperar la ocasión propicia para presentarme a él
y pedirle su venia para acceder a la biblioteca y los seminarios. Con tal que
los alumnos no descubrieran mi nacionalidad y me tomaran por un confidente de
la policía alemana, no tendría nada que temer. Así que procuré hacer algunas
amistades, con el pretexto de que era un alsaciano recién llegado a París y
que, teniendo que trabajar, tan solo podía asistir a las clases que no
coincidiesen con mis deberes laborales.
Suzanne Bachelard
Ciertamente, las exposiciones del profesor Bachelard eran excelentes,
por su coherencia y claridad, y respondían en gran medida a mi propia manera de
concebir la relación entre la filosofía y las ciencias. En particular, me
sentía identificado con su afirmación de que todo saber científico debía ser
contextualizado en su momento histórico y sociológico; así como con la tesis de
que existe una discontinuidad o ruptura entre las teorías científicas
dominantes a lo largo de la historia, siendo una de esas rupturas epistemológicas
la que había generado la física contemporánea, en concreto, la teoría de la
relatividad y la mecánica cuántica. De aquí extraía el Profesor la consecuencia
de que no es la filosofía la que ha de crear la ciencia, sino esta la que ha de
fijar la filosofía de cada periodo histórico; cosa que algunos habían
abominado, mientras que otros ensalzaban como la revolución copernicana del
pensamiento filosófico. En fin, no es del caso que me explaye sobre las tesis bachelardianas
del llamado ”racionalismo aplicado”, brillante término medio entre el
idealismo y el neopositivismo, que llegaba con vigor a los alumnos mediante una
llamada constante a plantearse preguntas y problemas, buscando la respuesta
científica para todos ellos.
A
finales de septiembre regresó a Paris la profesora, Irène Joliot-Curie[97]
en compañía de sus hijos y de algunos de sus colaboradores en el Instituto del
Radio, que dirigía. Hasta entonces había permanecido en el sur del país, en la
localidad de Clairvivre, muy adecuada para la dolencia tuberculosa[98]
que, al parecer, padecía desde algunos años atrás. Entre el equipaje de
la premio Nobel, se supone que viajaban aparatos y material radiactivo, que
habría sacado de París al comienzo de la guerra[99],
pero nuestras autoridades optaron por respetar su intimidad, no realizando
registro ni incautación ningunos. De todas formas, aunque fuese por razón de
cortesía, Gentner la visitó a los pocos días de su llegada y tuvo la gentileza
de invitarme a que lo acompañase, a fin de saludar a la ilustre dama, a la que
él había conocido en 1933, al iniciar sus trabajos como becario en el Instituto
del Radio parisino, cuando todavía estaba regentado por Marie Curie, la gran
decana internacional de los trabajos en la materia. Por todo ello, así como por
la exquisita educación de los reencontrados, la entrevista fue muy amistosa,
aunque breve. La verdad es que Madame Joliot-Curie, por su palidez y
ligero temblor al hablar, daba clara impresión de cansancio. Con todo, su
rostro, triste y labrado con el cincel de los escultores de imágenes ascéticas,
así como su figura, alta y muy delgada, lucían espléndidos, incluso con el
evidente descuido, aunque no desaliño, de su cabello cortado a escuadra
y de una bata blanca de laboratorio un par de tallas más ancha de lo preciso
para su portadora.
Cartel de propaganda del Citroën AC-4
En lo
que a mí respecta, Gentner me introdujo exageradamente como un medio francés,
por la nacionalidad de origen de mi madre, pero dio más juego el dato de que yo
hubiese decidido tomar casa en la isla de San Luis, pues resultó que en esta
había vivido Marie Curie durante más de veinte años, junto a sus dos hijas[100].
Me dio detalles sobre la ubicación de su antiguo domicilio y yo prometí hacerle
llegar copia de las fotografías que pensaba sacar del edificio.
Por
aquellas fechas, leí en un diario de París que un ciudadano vendía barato y
con buenas condiciones de pago una berlina Citroën AC-4, modelo de
1932[101],
en excelente estado de conservación. Dio la casualidad de que el vehículo
estaba depositado en un taller de reparaciones sito en una bocacalle de la rue
de Saint-Jacques, a un quilómetro escaso de la Sorbona. El precio era
conveniente y el regente del taller me aseguró que, en efecto, el coche estaba
muy bien de mecánica y -a la vista estaba- de carrocería. Un sablazo a
mi padre -acompañado de la disculpa de que ir a pie por París a todas partes no
me era, ni hacedero, ni seguro- me permitía adquirir el AC-4 al contado,
pero surgieron dificultades al ir a realizar y documentar la transferencia,
para lo que me fue indispensable identificarme como alemán. El dueño, con un
hijo fallecido meses antes en la guerra, no nos tenía mucha simpatía a los
alemanes. Decidí ir a visitarlo en persona, sin intermediación del mecánico, y
me encontré con un caballero mayor, próximo a la jubilación, que impartía
clases de latín en el liceo Condorcet. Con cierto tono de reproche, le
hice ver que yo no había empuñado las armas y que me hallaba en Francia
desarrollando una tarea de cooperación científica entre nuestros dos países,
que nada tenía que ver con el esfuerzo de guerra. Los nombres de Joliot y de mi
furtivo profesor Bachelard me abrieron las puertas del aprecio del
latinista y fueron el punto de partida para una charla de dos horas y media,
con merienda incluida. Al final, y a cambio del pago total al contado, incluso
conseguí que incluyese en el precio el cambio de pintura, del rojo -favorito de
su difunto hijo- por un negro, más apropiado para un vehículo que yo ya
imaginaba aparcado en la rue des Écoles, con la tarjeta de autorización
especial del Colegio de Francia. En fin, lleno de buenos presagios, me despedí
del profesor Huvelin, no sin que antes este reconociera:
-
Me
ha dado usted una de las mayores sorpresas de mi vida. No podía imaginar que,
hallándose en guerra, alemanes y franceses colaborasen hasta el extremo que me
ha indicado.
-
¿Y
qué sensación le produce tan sorprendente noticia, profesor?, inquirí.
-
Ya
soy viejo y estoy chapado a la antigua. Yo habría dejado semejante cooperación
para cuando hubiese llegado la paz.
***
A
mediados de octubre, recibí la contestación de Cavaillès[102]
a mi petición de presentación a Bachelard. Mi viejo amigo se lamentaba de estar
tan lejos de París -Alsacia-me decía- es como si ahora fuese otro país-;
se congratulaba de que no hubiese olvidado mi vocación por la filosofía de las
ciencias, y me aseguraba que ya había escrito a Bachelard recomendándome como un alemán de esos que los hombres de ciencia
franceses tanto hemos estudiado y -¿por qué no decirlo?- amado. Se despedía, rogándome mantener con él una
correspondencia fluida y sincera, así como con una enigmática alusión, un tanto
ditirámbica:
Entre libro y libro, clase y clase,
no te prives de conocer a Suzanne, la hija del profesor Bachelard. Ella es, sin
duda, el mejor fruto de la sabiduría y dedicación de su padre.
Unos días más tarde, abordé al Profesor al
concluir su clase, en la confianza de que ya habría leído la presentación de
Cavaillès. Bachelard se mostró encantador y receptivo a todas mis peticiones,
incluida la de que no divulgara que yo era alemán. Sin perjuicio de su
benevolencia para con todos, no había dejado de adoptar alguna precaución a mi
respecto:
-
Como Jean -Cavaillès- me informó de que usted
estaba aquí trabajando en el laboratorio del profesor Joliot, me he tomado la
libertad de preguntar a este por su relación con él. Su respuesta, enigmática
como muchas de las suyas, le divirtió sobremanera a mi hija. Fue esta: Trabaja
con las cámaras de niebla, pero su comportamiento es claro y limpio.
-
Por cierto, profesor -dije, aprovechando la
referencia a su hija-, Cavaillès me ha escrito tan elogiosamente acerca de su
hija que, con su permiso, me gustaría conocerla.
Bachelard sonrió, como si se guardase
algún punto sutil sobre las relaciones entre Jean y aquella joven tan interesante[103], y me
contestó:
-
Suzanne[104]
estudia aquí mismo, en la Sorbona, filosofía y ciencias, por lo que está muy
atareada. Con todo, le hablaré de usted pues, aunque no vaya a creerlo, también
ella estuvo en 1929 en Davós, en mi compañía. Solo tenía diez años, pero se
empeñó en asistir a más de una conferencia de las de
aquellas. Claro que usted, a lo que imagino, no sería mucho
mayor…
-
¡Por Dios, profesor!, exclamé, a punto de la
hilaridad. Tenía entonces casi 18 años. Aquí donde me ve, ya tendría que ser
profesor agregado, por lo menos, en vez de ser, como dice mi padre, aprendiz de
todo y maestro en nada.
Esta vez fue Bachelard quien estuvo a
punto de soltar la carcajada. Bromeó:
-
Estoy seguro de que su padre es una persona
notable, pero en nuestro pequeño mundo de la filosofía de las ciencias, su
crítica podría alcanzar a un buen número de sus cultivadores, empezando por
Cavaillès, por mí… y por mi querida hija.
Collège de France (París)
***
He titulado este ya extenso capítulo, París.
Los tiempos felices. Quizá sea mucho decir, aunque presente el primer
año de la ocupación de Francia[105]
exclusivamente desde mi punto de vista: el de un joven que vivía en una capital
en aparente paz, dedicado a trabajar y estudiar en aquello para lo que tenía
vocación y aptitudes. Claro está que no pretendí hacerme rico, ni correr la
gran vida, ni siquiera confraternizar a fondo con
alguna jovencita emuladora de la famosa Coco Chanel[106]. Todo lo
más, y como culminación y despedida -todo en uno- de mi casta amistad con
Suzanne Bachelard, tuve el honor de llevarla a la Opera a
presenciar la representación de El rapto en el serrallo, puesta
en escena por la Staatsoper de
Berlín[107].
Y es que, por más disimulo y pureza con que se hiciera, la relación de alemanes
y franceses -tanto más, si era con francesas- empezaba a resultar peligrosa y,
en todo caso, suponía un estigma para los ciudadanos galos. Yo lo sufrí no
mucho, habida cuenta de que me hacía pasar con cierto éxito por alsaciano, en los
ambientes no relacionados con el Colegio de Francia. Pero otros -entre los que
cuento al profesor Joliot- lo tuvieron más difícil de soportar. Y es que, hacia
mediados de 1941, la atmósfera de París cambió repentina y drásticamente. Es lo
que me lleva a cerrar aquí el capítulo y a abrir el siguiente -y último del
relato- bajo la rúbrica de Los malos tiempos.
3. París.
Los malos tiempos
La razonable coexistencia francoalemana,
que había traído consigo el armisticio y el régimen de Vichy, se vino abajo en
el verano de 1941, dando lugar a lo que he llamado los malos
tiempos, al comienzo de este capítulo. Yo no soy historiador, ni quiero
ejercer de tal ante ustedes en este momento, pero veo, cuando menos, tres
importantes motivos para ese cambio, de la coexistencia, a la vida en conflicto
permanente. Uno de ellos -para mí, el más importante- fue el estallido de la
guerra entre Alemania y la Unión Soviética[108],
países que, desde agosto de 1939, habían permanecido unidos por un vergonzoso y
poco comprensible tratado de no agresión. Tan vergonzoso, o más, fue el
seguidismo del poderoso Partido Comunista Francés, pasivo hasta la invasión de
la URSS por el ejército alemán[109],
pero ferozmente beligerante y
patriótico a partir de ese momento. Seguro que ese cambio instantáneo y radical
influyó en la conducta política del profesor Joliot pues, dígase lo que se
quiera, su vinculación con el comunismo francés es indudable[110].
La segunda razón de cambio -esta vez, de
la mayor parte del pueblo francés- fue la desilusión con el régimen de Vichy
-incluido su cabeza y factótum, el mariscal Pétain- que, lejos de suponer una
vida mejor, un mayor abstencionismo de los ocupantes alemanes en los asuntos
internos de Francia, o una política efectivamente propia y soberana, acabó por
traer -según se decía- mayor pobreza y vergüenza sobre un país vencido y sujeto
por los términos de un severo armisticio. Aquí tendría que recordar la circunstancia
de que el millón y medio de prisioneros de guerra franceses no volvieron a su
país hasta el final de las hostilidades; o el que, tanto las autoridades
alemanas, como las de Vichy, llevasen a cabo una política de persecución de los
judíos que, aun no siendo muchos en Francia[111],
no dejaban de ser dignos de respeto y muy conspicuos en el ámbito de la
cultura.
Y la tercera razón que me viene a la mente
es el hecho objetivo de que la guerra se alargaba y empezaba a ser probable que
fuese perdida por el Reich[112]. Siendo
así, el colaboracionismo carecía de sentido y los sonoros clarines de De
Gaulle, desde Londres, y de otros levantiscos,
desde el imperio francés, fueron cada vez más escuchados. Cuando sus
seguidores encontraron un modus operandi de colaboración con los comunistas, el
movimiento de la Resistencia pudo
convertirse en una fuerza numerosa y combativa, apoyada con las armas y otros
pertrechos bélicos que le llegaban de los enemigos de Alemania.
Dicho esto, permítanme todavía unas
palabras para matizar aquello de que los malos tiempos en París
empezaran, justamente, en el verano de 1941. Ciertamente, los atentados
mortales y las represalias masivas se iniciaron en dicho momento[113],
pero las primeras tormentas se produjeron en el ambiente universitario bastante
antes y fueron lo suficientemente graves, como para generar malestar y
resquemores. En el capítulo anterior hice referencia a los incidentes y
manifestaciones que trajo consigo la detención por la Gestapo del respetado
profesor Langevin[114],
lo que acaeció entre octubre y diciembre de 1940. Fue el aldabonazo para muchos
intelectuales indecisos y, desde luego, colocó a Joliot entre los más decididos
y destacados de ellos[115].
No es casualidad que la revista de corte resistente más
importante de la Francia universitaria, Université
libre, publicase su primer número en noviembre de dicho año[116],
en plena eclosión del affaire Langevin.
***
Sin perjuicio de volver más tarde sobre
los acontecimientos de mayor relevancia de esos malos momentos -y malos
sentimientos-, que viví en el Colegio de Francia y, en general, en la
universidad de Paris, permítanme que les haga una confidencia, que habrá de
asombrar a muchos de ustedes[117].
Me refiero a cómo aquella internacional de la ciencia, que
ponderaba Gentner como base y fundamento para la colaboración entre
científicos, incluso en periodos de guerra, acabó por convertirse en un toma
y daca informativo, que estaba muy cerca -por decirlo eufemísticamente- del
espionaje y la traición. Como es natural, mi conocimiento del tema no es
exhaustivo, ni plenamente documentado, pero sí fue suficiente para que yo -un intruso, o un
advenedizo, en ese mundo sacrosanto e incontaminado de la Ciencia- acabase por
encogerme de hombros, renunciar a comprender las razones de mis mayores en
dignidad y sabiduría y, finalmente, cerrar los ojos a cuanto no afectase a mi
supervivencia con ciertos niveles de moralidad.
Zonificación
de la Francia ocupada (1940-1944)
Es posible que los científicos de mi país
jugasen con los dados marcados, en el convencimiento de que Alemania no tenía
la base práctica (uranio, agua pesada, ciclotrones, etc.), ni los medios
económicos adicionales, que exigía ganar una guerra mundial por medios
nucleares. Quien llegaría a ser el director del programa atómico alemán -mi
admirado Heisenberg- ya reconocía en privado antes del inicio de la contienda,
que esta era inevitable y Alemania la perdería[118].
Más adelante justificó su punto de vista con base, entre otras cosas, en que
los nazis serían incapaces de poner a disposición de los físicos nucleares
punteros, los 120.000 hombres que era preciso dedicar en exclusiva al trabajo
experimental e industrial[119].
Con esa mentalidad, no es ilógico pensar que, cuando Heisenberg acudió a
Copenhague para entrevistarse con su antiguo maestro, Niels Bohr[120],
tendría, en el mejor de los casos para el gobierno alemán, el propósito de que
también los enemigos de Alemania dejasen de hacer esfuerzos denodados para
conseguir la bomba atómica, toda vez que los alemanes serían incapaces de
conseguirla, por mucho que durase todavía la guerra. No dejaba de ser una buena
intención, pero revelar con datos y valoraciones serias que su país no podría
tener la bomba, sino, todo lo más,
algunos reactores nucleares de uso industrial, no
dejaba de ser un acto de espionaje, próximo a la traición.
Claro que el intercambio de noticias
útiles para el enemigo no era exclusivo de Heisenberg. En noviembre de 1940, mi
admirado espectrógrafo, Louis Cartan[121]
ya avisaba a Joliot de la conveniencia de seguir manteniendo correspondencia
con sus colegas alemanes, a fin de enviar y recibir revistas científicas que,
pese a todas las medidas de reserva y secreto, seguían trayendo datos útiles
para saber por dónde iban los avances de los físicos alemanes[122].
Y, un mes más tarde, Pierre Auger -todavía en París, enseñando en la Escuela
Normal Superior-[123]
insistía en potenciar el intercambio de revistas científicas entre Alemania y
Francia, con ventaja comparativa para los profesores franceses[124].
Pero la palma en los documentos reveladores de una connivencia científica
entre muy importantes profesores alemanes y franceses la lleva una carta de mi
antiguo jefe Gentner, cuando ya había sido llamado a Alemania y relevado en el
Colegio de Francia por Riezler. En ella, a la altura de septiembre de 1942,
Gentner, hablando por boca suya y del gran químico físico, Otto Hahn[125],
expone con claridad y precisión cómo los trabajos atómicos germanos marchan de
manera lenta y desorganizada, lo que malamente se podría remediar con el
ciclotrón parisino, incluso si funcionase a pleno rendimiento[126].
Esta carta llegó a París -me consta personalmente- por conducto intermediario
de Hans Jensen[127],
quien es presentado por escrito a Joliot como amigo y persona de total
confianza, con la que puede sincerarse, a diferencia de gente, como Bothe o
Esau, a quienes se escamoteaba en todo momento el conocer el ciclotrón
funcionando. Y, para terminar con este enredo de las
cartas, diré que ha llegado a mis oídos que, otro tanto que a Joliot, lo
transmitía Gentner al profesor suizo, Scherrer, evidente colaborador de los
enemigos de Alemania y que, desde la universidad de Zurich, regentaba un
importante laboratorio de física nuclear, favoreciendo la entrada en Suiza
-bastante difícil, por cierto- a físicos extranjeros, como acabaría sucediendo
con Madame Joliot-Curie, lo que
más adelante puntualizaré[128].
El hecho es que, hacia el verano de 1942,
coincidiendo con la segunda campaña de Rusia, nuestro esfuerzo de guerra
militar para desarrollar una bomba atómica -el famoso complejo de Kummersdorf,
dirigido en lo científico por el profesor Schumann- fue abandonado, quedando en
lo sucesivo el tema nuclear en manos del Uranverein, que
sería dirigido a partir del citado año por el profesor Heisenberg. Era obvio
que los nazis reconocían que no tenían medios, o no merecía la pena el esfuerzo
atómico al nivel del gran presupuesto que se requería. Gentner nos transmitió
la situación a París y, por un momento, temimos que nos retirarían de junto al
ciclotrón de Joliot. En mi opinión, si seguimos en Francia, fue porque éramos
pocos y mediocremente pagados, ya que nuestra militarización ahorraba buena
parte del sueldo de un técnico y, no digamos, de un ayudante de laboratorio en
Alemania. De todos modos, quienes estábamos interesados en seguir en París por
los motivos que fuesen, escribimos una carta colectiva a la dirección del Uranverein,
encabezada por nuestro actual jefe, Riezler, señalando que, a comienzos de
1942, el ciclotrón del Colegio de Francia había sido totalmente reparado y
estaba listo para actuar a pleno rendimiento…, salvo cuando sufría parones
simulados, con motivo de las visitas de profesores alemanes incómodos. Pero
aquel mastodonte de 6,7 MeV había
quedado totalmente superado por otros aceleradores de partículas, comenzando
por el famoso de Lawrence, en Berkeley, que casi lo triplicaba en capacidad
energética. Gracias a ello -y a las técnicas de enriquecimiento del uranio a
que luego aludiré-, los norteamericanos estaban en camino de alcanzar
cantidades de uranio 235 suficientes para fabricar bombas, y acababan de
descubrir un nuevo elemento radiactivo, el plutonio[129],
gracias al bombardeo de uranio con neutrones, con grafito puro como elemento
moderador. Pero nada de eso estaba al alcance del ciclotrón de Joliot, cuya
energía en los haces de deuterones[130]
solo pudo, si acaso, producir mínimas trazas de plutonio, que no resultaron
detectables en nuestros espectrógrafos.
En estas circunstancias, los
boches del Colegio de Francia -como
éramos llamados los alemanes que allí trabajábamos- quedamos en una vía muerta,
limitados a un papel cada vez más secundario en labores de física teórica.
Joliot y sus colaboradores franceses[131]
-y, cuando su precaria salud se lo permitía, su esposa Irène- todavía
realizaron muy estimables trabajos en la fabricación de
radioelementos; la producción de neutrones libres bombardeando el berilio; la
fisión del torio 230; o experimentos encaminados a conseguir resultados
biológicos y médicos mediante el empleo de métodos atómicos; todo ello,
publicado ya a lo largo del año 1944[132].
***
Ha llegado el momento de que entre en
escena mi Citroën AC-4 de color negro, que
ya les dije cómo había comprado a poco de llegar a París, en el otoño de 1940.
Y es que aquel coche relativamente modesto fue mi vínculo personal con la
familia Joliot-Curie, a cuya disposición estuvo en muchos momentos, haciendo yo
de improvisado chófer del mismo. La narración de este episodio me permitirá, a
la vez, aclarar algunas circunstancias de mi vida en aquellos tiempos oscuros,
así como de las razones por las que pude salir relativamente indemne de ellos.
Gentner nunca habló con claridad del
asunto, pero resultaba obvio que entre él y Joliot había mediado un acuerdo,
que yo llamaría pacto de no agresión. Los
alemanes que trabajábamos en el Colegio de Francia respetaríamos la impenetrabilidad
de todas las dependencias y laboratorios que no nos hubiesen sido
expresamente asignados, y nos limitaríamos a hacer nuestro trabajo en los
lugares y a las horas señaladas, sin meternos para nada en las
cosas de los franceses, ni indagar o denunciar acerca de incidencias o
materias sospechosas de afectar a la Resistencia. Todo eso era cosa sabida,
puesto que se nos había impuesto como orden a respetar. Lo que era más dudoso
era la contrapartida que Gentner hubiera obtenido a cambio, pero puede
fácilmente deducirse de un dato objetivo: Durante los casi cuatro años que duró
la colaboración franco-alemana en torno al ciclotrón, ninguno de nosotros
sufrió ningún atentado, ni tuvo un encuentro serio con las cada vez más
hostiles y eficaces fuerzas resistentes. ¿Qué podía haber detrás de esta
inmunidad, si no era el compromiso de Joliot de defenderla? Y eso era algo que
bien podía hacer, habida cuenta de su posición preeminente en la vida académica
francesa y de su influencia con los comunistas, columna vertebral de la
Resistencia. Más tarde, me enteraría -y se lo haré saber a ustedes- de que Joliot
era algo más que una gloria nacional y un hombre a respetar por todos los
franceses -y los alemanes-: Se trataba de un cooperador en las actividades
violentas de la Resistencia, por más que ello repugne en un científico de su
nivel, aunque le pudiese el ambiente perverso en que tenía que moverse.
Con optimismo fundado sobre esa
convicción, casi nunca me privé de hacer vida normal en París, moviéndome con
prudencia y llevando una vida austera, intentando pasar por un francés
alsaciano ligado a la universidad. Y para esa vida, me valí eficazmente de mi Citroën, para
el que, por medio de Gentner, logré el estatus de vehículo al servicio de
nuestras tareas en el Colegio de Francia, obteniendo de las autoridades
alemanas un pase para toda la zona que ocupaba nuestro ejército[133],
así como un cupo semanal bastante generoso de gasolina. Con todo eso y mi
condición de sargento de artillería de la Wehrmacht, me
sentía seguro ante mis compatriotas. De los franceses poco amables esperaba que
me defendiese la credencial que acabó por facilitarme el profesor Joliot, con
membrete del Colegio de Francia, en la que hacía constar, refrendado con su
firma, que Mathias Schlosser, portador del documento, se encontraba al servicio
de dicha institución, prestando tareas en su laboratorio de física nuclear,
sirviéndose para ello del vehículo matrícula …[134].
Claro que, antes de conseguir tan especial y cotizado pase,
hube de prestar unos servicios a la familia Joliot-Curie, por los que estoy
especialmente satisfecho.
Como recordarán por el capítulo anterior,
gracias a Gentner, había tenido ocasión de conocer a la profesora Irène Curie y
de comprometerme a hacerle llegar copia de las fotografías que pensaba tomar,
como recuerdo, de la antigua casa de su madre en la isla de San Luis. Cumplí el
compromiso con creces pues, gracias a mi insistencia y a la amabilidad del
portero, no solo saqué fotos de la fachada, sino de las escaleras y del piso en
que habían habitado las Curie[135],
que se hallaba temporalmente deshabitado. Irène pareció emocionarse ante
aquellas imágenes y se mostró muy amable conmigo, dedicándome una entrevista de
media hora, en la que desgranó recuerdos y se interesó por mis trabajos en el
Colegio de Francia. Al regresar de dicho encuentro en el Instituto del Radio,
lo comenté con Gentner. Este me indicó:
-
¡Pobre Madame Joliot!
No tiene la resistencia física de su madre, que sobrevivió a todas las
calamidades con una salud de hierro, que le permitió vivir setenta años y
mantenerse arrecha durante casi todos ellos[136].
Pero Irène no ha resistido los estragos de esa maldita radiación, que la está
consumiendo desde los treinta.
-
¿Radiación?, pregunté, extrañado. ¿No dicen que se
trata de tuberculosis?
-
Es posible que también la tenga, replicó Gentner;
pero yo me inclino más bien por que sea leucemia. En cualquier caso, se trata
de una enferma crónica, con anemia y constantes síntomas de agotamiento, con
los dedos de las manos quemados y, aunque procura disimular, con un grave
déficit de visión. Solo su enorme fuerza de voluntad, basada en su prestigio,
su apellido y el apoyo de Frédéric la mantienen activa. ¿Qué diría ahora su
madre, si viviese, ella que tanto sospechaba del arribismo de Joliot?[137]
Demos un corto salto en el tiempo y
coloquémonos a comienzos de junio de 1941. Una vez puesto de nuevo en marcha el
Instituto del Radio, Irène obtuvo, gracias al apoyo de Gentner, un pasaporte
para trasladarse hasta Clermont-Ferrand y Clairvivre y traer los aparatos que,
con la invasión alemana, habían quedado guardados allí. El viaje resultó un
calvario para la profesora, Gentner me lo contaba así:
-
Acompañada por dos empleados del laboratorio
parisino, recogió como mejor pudo todo lo que había ido a buscar, incluido
-Joliot me lo ha confesado- un gramo de radio puro, en su pesada caja de plomo.
Con todo ese equipaje, montaron en un tren con destino a París. Al llegar a la
estación, trataron de coger un taxi, pero ninguno había en que cupieran todos
los bultos. A la desesperada, telefonearon al laboratorio, pero este no tenía
otro medio de transporte suficiente que una pesada carreta de mano. En ella cargaron
todo y circularon, dando todo un espectáculo, por las calles de París.
No pude contener la risa, ante una imagen
tan ridícula y la compunción -tal vez, fingida- que mostraba el rostro de mi
interlocutor. Para disculparme de mi hilaridad, hice un absurdo ofrecimiento:
-
Y, mientras tanto, el Citroën aparcado
en el patio del Colegio… Si lo hubiese sabido…
-
Sargento Schlosser -me reprendió Gentner-, nuestra
cooperación con los franceses no puede llegar a tales extremos…
-
Por lo menos, rectifiqué, podría haber llevado y
traído a Madame. Estando como está,
habría sido lo más indicado; y que los ayudantes se hubiesen encargado del
transporte de mercancías.
-
A Madame y a su
gramo de radio -sonrió Gentner-. No creo que lo hubiese dejado en manos ajenas,
ni por todo el oro del mundo.
***
Poco duró la estancia de Irène en París.
Llegada -como he dicho- en junio de 1941, en agosto hubo de recabar
autorización administrativa para cruzar la línea de delimitación entre las
zonas alemana y de Vichy, para ir a buscar curación o alivio en el sanatorio de
Sancellemoz -en la Alta Saboya-, donde precisamente había fallecido su madre.
Fue apenas una estancia bimestral, pues regresó a París a primeros de octubre,
a tiempo de incorporarse a las tareas de un nuevo curso. Al saber del largo
viaje que habría de hacer hasta el sanatorio, volví a ofrecer mi Citroën
para el traslado, bien provisto de gasolina para buena parte del
trayecto. El profesor Joliot declinó el ofrecimiento, en lo que a su esposa y
al él mismo hacía relación -prefirió una amplia berlina en que su esposa
pudiera viajar recostada-, pero lo aprovechó para que viniesen sus dos hijos,
Hélène y Pierre[138],
que así podrían, no solo acompañar a su madre, sino disfrutar de un atractivo
final de vacaciones en medio de una bellísima naturaleza de alta montaña.
Quedamos en que mis servicios quedarían cumplidos con el viaje de ida, si bien
Gentner me advirtió:
-
Cuenta con una semana de permiso; y si, como
parece, Joliot piensa regresar de inmediato a París, podríais hacer juntos el
viaje de vuelta. Propónselo en su momento, como cosa tuya.
El viaje[139]
me resultó muy grato, dentro de la inquietud y seriedad que imponía el estado
de Madame Joliot. En el de ida,
tuve una amplísima oportunidad de charlar con los dos pequeños, una vez
vencieron su timidez y decidieron, con mi beneplácito, ir pasando
alternativamente al asiento delantero, para tener una mejor vista del paisaje.
Con puntualidad de reloj suizo, se iban turnando en cada parada que ambos
vehículos tenían que hacer por cualquier motivo.
Pierre, aunque muy despierto y con madurez
sorprendente, no dejaba de ser un niño, con temas de conversación propios de
tal, pero su hermana -que frisaba los catorce años- era casi una señorita, que
llevaba avanzado su bachillerato y que, por vocación o imitación, ya apuntaba
intereses y dotes para dedicarse a la física[140].
Es obvio que había acompañado a su padre al laboratorio del Colegio de Francia,
y a su madre en el Instituto del Radio, pero se quedó hechizada cuando le hablé
de mis experiencias con las cámaras de niebla y los espectrógrafos. Le prometí
hacerle los honores y dejarle manipular aquellos artilugios, siempre que sus
padres lo permitiesen. Le faltó tiempo para pedirles permiso en la siguiente
alto en nuestro camino. Joliot no concretó por el momento su postura, pero me
comentó en un aparte:
-
Mathias, debe de tener usted un don especial. Es la
primera vez que mi hija se interesa por una cámara de niebla.
-
Será porque le he prometido dejar que la manipule,
repuse yo, con un leve guiño.
Si Hélène soñaba con las trazas de las
partículas en la niebla, Joliot, en el viaje de vuelta que hicimos juntos, se
centró en los espectrómetros, abriéndome los ojos a las posibilidades de los
mismos para lograr la purificación o enriquecimiento del uranio 235 hasta
términos de empleo como explosivo. Seguramente había tenido acceso a literatura
sobre los calutrones, que se estaban
empleando en los Estados Unidos para conseguir uranio radiactivo de gran pureza[141].
Claro está que, entre un espectrómetro al uso y uno a la americana mediaba
un mundo de potencia y de agrupación de los aparatos en futuras grandes
fábricas, con fuentes de energía y paneles de mandos comunes. Joliot hablaba y
hablaba, ya porque sabía que yo era un simple aficionado, ya porque estuviese
seguro de que América era un inalcanzable reino de Jauja:
-
Eso -agregó- que todavía no han entrado en la
guerra, pero no cabe duda de que lo harán. Y, en cierto modo, son ustedes, los
alemanes, quienes les han transfundido el cerebro,
echando en sus brazos a decenas de grandes físicos, bien por no soportar a los
nazis, o bien por ser judíos.
-
Y algunos de los que se han quedado en Alemania no
son precisamente unas lumbreras, cuando se trata de aplicar con minuciosidad
sus conocimientos.
Joliot mostró interés ante mi llamativa
aseveración. Entonces, yéndome de la lengua tanto como él antes, le referí la
polémica habida acerca del uso del grafito como elemento moderador en las pilas
atómicas, haciéndole un buen resumen de lo que ustedes ya conocen, caso de
haber leído el capítulo 1. Me obligó a profundizar al máximo en mi relato, con
sus incisivas preguntas, mostrándose sumamente interesado. Concluyó:
-
No dudo de que en Bothe se haya tratado de un error
o una ligereza; pero en Heisenberg me inclinaría por pensar que está muy poco
interesado en avanzar hacia la bomba. Figúrate -me tuteó-, ¡una bomba atómica
en poder de Hitler!
-
Es posible -vacilé-. En cualquier caso, lo del
grafito resulta un buen ejemplo de lo que podrían hacer algunos principiantes,
si las vacas sagradas les prestasen oídos de
vez en cuando.
Joliot se echó a reír y exclamó: ¡touché![142].
Yo le aclaré:
-
No lo digo por usted, profesor, que me parece todo menos
un físico de despacho.
-
Tienes razón -me concedió-. No obstante, si me
haces un gran favor, regresemos a París pasando por Vichy pues, precisamente,
me siento obligado a visitar algunos despachos de esa jaula de grillos.
-
Sin problemas, repuse. Precisamente me encantaría
conocer esa hermosa ciudad.
El profesor me dio las gracias con una
sonrisa y, con más voluntad que oído, se puso a silbar el Maréchal,
nous voilà [143], según me
dijo, “para ir abriendo boca”.
Andando el tiempo, llegaría a la
conclusión de que el profesor Joliot, por muy de izquierdas y resistente que
fuera, mantuvo casi hasta el final una interlocución y un respeto hacia el
régimen de Vichy, como el único que, mal que bien, mantenía el nombre y la
soberanía de su patria[144].
Tal vez fuera porque, en aquella jaula de grillos -como él
decía-, siempre hubo algunos dirigentes que mantuvieron el honor de Francia y
se preocuparon de que la colaboración franco-alemana no rebasara ciertos
límites, máxime cuando la marcha de la guerra se tornó contraria a la victoria
del tercer Reich.
***
He tenido triste constancia, al regresar a
Alemania después de la guerra, de cuánto sufrimiento y destrucción pasaron mis
compatriotas -incluidos mis familiares y los científicos y profesores que
permanecieron en la patria- durante esos años que yo estuve en París y a los
que he llamado los malos tiempos. Pero la
guerra curte egoístamente el ánimo y nos lleva a preocuparnos casi
exclusivamente de nosotros mismos y de quienes tenemos más cerca. Es mi
propósito dejar constancia en estas líneas de los tristes avatares que
sufrieron por aquel entonces varias personas a las que la
historia se va encargando de rendir el tributo que se merecen y que para mí no
son meros nombres en libros o lápidas, sino personas a las que profesé afecto y
admiración. Tan solo aludiré a cuatro de ellas.
La primera ha de ser Madame
Joliot-Curie. Tras el viaje referido y la estancia en el sanatorio de
Sancellemoz, su fuerza de voluntad la impulsó a adelantar en exceso el retorno
a París, apenas mes y medio después de su partida. El denodado esfuerzo en el
laboratorio y -pese al nivel de la familia- la falta de calefacción y las
carencias alimenticias provocaron un rápido agravamiento de sus dolencias y una
grave recaída en las mismas. En fecha de 1942, que no recuerdo ahora con
seguridad, sufrió tan aguda crisis de salud, que hizo necesario recibir un
tratamiento que en Francia no era posible conseguir. Gentner, a punto ya de
despedirse de sus tareas en París, me lo hizo saber:
-
Estamos haciendo todos los esfuerzos posibles para
que nuestras autoridades de Berlín concedan a Madame Joliot
los visados necesarios para que pueda pasar a Suiza y tener allí el tratamiento
quirúrgico y los cuidados indispensables para su curación. Tal vez mi regreso a
Berlín pueda facilitarme la agilización de los trámites.
Las gestiones fueron tan laboriosas, que
duraron meses. Finalmente, en el otoño, Irène obtuvo los permisos oportunos
para trasladarse a Suiza, en concreto, al sanatorio universitario de Leysin[145],
donde en enero sufrió una operación, permaneciendo en la institución hasta mayo
de 1943, en que retornó a París.
La marcha de la guerra hizo cada vez más
difícil el trabajo académico y de laboratorio, y el riesgo de invasión aliada
excitó la violencia de las autoridades de ocupación. Joliot, comprometido con
la Resistencia, entendió que la inmunidad de que habían gozado él y su familia
estaba en riesgo. En consecuencia, optó por enviar a su esposa e hijos a las
inmediaciones de la frontera suiza, con el obvio objetivo de que la cruzasen en
cuanto pudieran. En esta ocasión, el profesor optó por apelar a mí, como un
conductor más respetable para mis
colegas de la Wehrmacht[146]. Acepté
el encargo, siempre que fuera conocido y consentido por mis superiores
militares. Con la recomendación del profesor Riezler, logré dicho permiso, no
sin dificultades, pues estaba reciente la fuga de Paul Langevin a Suiza,
burlando su confinamiento en Troyes, pero mi proverbial sinceridad fue, una vez
más, una fórmula idónea para conseguir mis propósitos:
-
Mein Obergruppenführer -le
espeté a Biderick, el perro guardián de las SS
en la
universidad parisina-, la profesora Joliot está tan enferma, que apenas puede
trabajar: no nos sirve de nada en Francia. En cambio, su marido, libre de
preocupaciones familiares, puede seguir siéndonos de gran utilidad con el
ciclotrón.
-
También podría suceder, sargento, que, con su
familia al lado de Suiza, lograse que pasaran la frontera y, una vez libre de
cargas, se escamoteara él mismo de su trabajo que, por cierto, nos sirve de
bien poco, como usted sabe.
-
Bien, si es así -sugerí maliciosamente-, podrían
detenerlo y darle entonces su merecido, cosa
que, hasta ahora, no les han dejado hacer.
Biderick sonrió, firmó mi pase, y agregó
con vaguedad calculada:
-
No lo dude,
Schlosser. Hay más de un intocable a quien
le tengo muchas ganas…
Hicimos el viaje con total normalidad,
hasta dejar a mis pasajeros en L’Isle-sur-le-Doubs, en las montañas del Jura
francés. En el trayecto, Hélène Joliot -ya una señorita de dieciséis años- me
dio una muestra de su temple:
-
Estoy deseando llegar -me dijo- para reanudar las clases
y repasos. ¿Sabes que tengo que pasar a finales de este curso mis exámenes
finales de bachillerato?
-
¿No podrías hacerlos en otra parte, como en Suiza,
por ejemplo?, pregunté con toda intención.
-
De ninguna forma, me replicó. Francia es mi país.
Podría parecer una testarudez de
adolescente, pero el tiempo le dio la razón. El 5 de junio de 1944, Hélène
Joliot alcanzaba su título de bachiller. Al día siguiente, 6 de junio,
individuos de la Resistencia ayudaron, a ella, a su madre y a su hermano, a
cruzar la frontera suiza. Ignoro si Biderick sería informado de inmediato pues
no fue esa la principal noticia de aquella jornada, ni mucho menos. El 6 de
junio de 1944 fue también el Día D, es
decir, aquel en que los aliados pusieron firmemente su pie en las playas de
Normandía.
***
Por muy violenta que fuese la guerra y muy
crueles sus dirigentes y protagonistas, tengo para mí que las grandes figuras
de la ciencia gozaron de un trato mucho más benigno, que sus colegas menos
conocidos y relevantes. Mi opinión admite excepciones -como por ejemplo, la de
tener sangre judía en Alemania- y causas diversas -el respeto pudo ganarse, no
por el mero hecho de ser famoso o haber alcanzado el Nobel, sino por la
importancia para el esfuerzo de guerra-, pero la condescendencia que los
ocupantes alemanes tuvieron con Joliot -por poner un ejemplo- habría sido
inconcebible de medirlo con el mismo rasero que a otros muchos científicos
franceses que pagaron con su vida su presunta adscripción a la Resistencia. Ha
llegado el momento de que recuerde los casos de tres personas a las que conocí
y que -como antes escribí- “la historia se va encargando de rendir el tributo
que se merecen y que para mí no son meros nombres en libros o lápidas, sino
personas a las que profesé afecto y admiración”.
Fernand Holweck
El primero en morir fue el alsaciano,
Fernand Holweck, reputado inventor y físico práctico, que tenía la
consideración de jefe de laboratorio del Instituto del Radio desde los tiempos
de Madame Curie, ejerciendo como
profesor asociado del mismo cuando yo tuve ocasión de tratarlo por un corto
periodo, en el otoño de 1941[147].
La ocasión vino rodada por mi cooperación al viaje de Irène Joliot-Curie a
Sancellemoz, que más atrás he referido. Esa cortesía de mi parte, unida a la
gran simpatía de Holweck y al hecho de haber nacido mi madre en Alsacia, dieron
lugar a que, en una de mis escasas y breves visitas al Instituto del Radio, el
famoso inventor se me diera a conocer. Mi respuesta fue tan directa y
espontánea que no pudo por menos de echarse a reír con ella:
-
¡Holweck -exclamé-, el hombre de la bomba!
La verdad es que la
bomba era de vacío, seguramente la mejor que podía encontrarse por entonces
en los laboratorios europeos. Su inventor reconoció la paternidad y,
enseguida pasamos a tratar de mi conexión alsaciana, cuyo acento al hablar
francés compartíamos ambos. Cuando le hice saber que dicha conexión tenía mucho
que ver con las cervezas Météor[148],
Holweck pareció emocionarse con los gratos recuerdos que le traía aquella marca
tan acreditada. También el apellido de mi madre, Pfister, resultó que era
compartido con algunas de sus amistades. En fin, terminamos dándonos un gran
apretón de manos, sin la menor alusión o reserva a mi nacionalidad alemana o a
su conocida afinidad con la Resistencia. Me despidió con estas palabras -las
últimas que yo le escuché-:
-
Mis saludos a Wolfgang, el becario
pionero.
Y es que, cuando Gentner disfrutó de una
beca en el Instituto del Radio de París, era el primer alemán que pisaba la
institución en los últimos veinte años[149].
Parece evidente que Holweck formaba parte
de una red de resistentes afines al general De Gaulle que, entre otras
actividades, se ocupaba de facilitar documentación falsa a los aviadores
británicos derribados sobre Francia, con vistas a que pudieran escapar a su
detención por la policía alemana. Un agente provocador de la Gestapo entró en
contacto con Holweck para solicitarle papeles falsificados para un piloto
inglés y aquel picó y se
delató como miembro de la red de falsificadores. Con esta prueba, la policía
alemana procedió a detener al profesor en la misma sede del Instituto del
Radio, el 11 de diciembre de 1941. Trasladado al cuartel parisino de la
Gestapo, se ignora si fue ejecutado en el mismo día o, lo que es más probable,
torturado con finalidad de delación de sus compañeros. El hecho es que Fernand
falleció de resultas de los malos tratos policiacos, quizás el día 21 de
diciembre, aunque el óbito no fue comunicado hasta el día de Nochebuena.
Pese a la mala disposición de las
autoridades de ocupación, en los ambientes universitarios se gestó el acuerdo
de celebrar un desfile fúnebre. En uno de mis escasos gestos de decidida afirmación, le dije a Gentner:
-
Recabo su permiso para asistir al entierro de
Holweck.
-
¿Y si no te lo diere?, preguntó con cierto
retintín.
-
Acudiría de todos modos -repuse-; no tanto porque
su muerte sea una canallada, sino porque le tenía afecto y admiración.
-
Tienes razón, sargento
-afirmó-. Puedes venir conmigo, si quieres, porque yo también pienso acudir.
En consecuencia, fuimos dos los alemanes,
entre los centenares de asistentes que rindieron homenaje al ilustre difunto.
Vestida de luto y con un ramo tricolor[150]
de flores en la mano, nunca Irène Joliot-Curie me pareció más digna y hermosa
que en aquellos momentos. El veterano profesor, André Debierne[151],
pronunció el público homenaje, en presencia de todos los circunstantes.
***
Jacques Solomon
Desde el punto de vista científico, creo
que ninguna pérdida de la física francesa en la guerra ha de ser más lamentada
que la del profesor de la Sorbona y del Colegio de Francia, Jacques Solomon[152].
En lo teórico, todos le admiraban en París, sobre todo, por su amplísima visión
de la física de su tiempo, en la que -al igual que Einstein- trataba de lograr
la unificación de toda la teoría de campos, mediante la fijación de ecuaciones
o fórmulas que permitiesen lograr la unión de la mecánica ondulatoria con las
nuevas teorías relativistas acerca de la gravedad. Una mente tan preclara no le
sirvió de escudo cuando la Gestapo lo consideró, acertadamente, como uno de los
animadores del movimiento resistente universitario, plasmado en las revistas
clandestinas, Université libre y La
Pensée Libre. Es
probable que contribuyesen a su
indefensión las acerbas críticas que, bajo el seudónimo de Jacques Pinel,
dirigió al oscurantismo y
antisemitismo del régimen de
Vichy. Lo cierto es que Solomon fue detenido por la policía francesa el 2 de
marzo de 1942 en un café parisino y recluido en un cuartel de la misma hasta el
11 de mayo, en que pasó a la cárcel parisina de La Santé. Llegado el
momento en que los alemanes reclamaron un considerable número de rehenes para
ajusticiarlos, en represalia de atentados contra sus tropas, Solomon fue
entregado a la Wehrmacht y ejecutado el 23 de mayo de 1942 en el
fuerte de Mont Valérien, en las inmediaciones de Paris[153].
La muerte que más lamenté personalmente, y
que más de cerca me tocó, fue la de mi amigo, Jean Cavaillès[154],
aunque bien puede decirse que, a diferencia de otros científicos que
encontraron la muerte durante la guerra, Jean parecía que la buscaba de manera
insistente. Tras haber combatido con distinción, como capitán, en mayo y junio
de 1940, se puso seguidamente al servicio de la incipiente Resistencia, que
entonces era casi únicamente la ligada a la ayuda de los británicos y a las
directrices del general De Gaulle. Tan pronto en París, como en el sur de
Francia, dentro del territorio de Vichy, Cavaillès abandonó las tareas
universitarias y se dedicó a organizar las redes sur y norte de la Resistencia,
así como la edición y difusión del periódico Libération. Sería
detenido en 1942 por la policía francesa y recluido en uno de sus campos de
detención. La vigilancia dejaba en aquellos centros mucho que desear, lo que
permitió a Jean escaparse a comienzos de 1943 y ponerse en contacto con De
Gaulle, quien le facilitó el traslado por vía marítima hasta Gran Bretaña. De
allí regresó confirmado en su relevante cargo como resistente, dedicándose a
organizar grupos de sabotaje, en especial, en instalaciones costeras -almacenes
de la marina de guerra alemana e instalaciones de radio costeras, por ejemplo-.
Tuvo el valor de regresar a París, con el apoyo de algunos familiares, y no
descarto que se viera con nuestra común amiga, Suzanne Bachelard[155].
Traicionado por uno de sus enlaces, Cavaillès fue detenido el 28 de agosto de
1943, cuando yo me hallaba disfrutando de unos días de permiso en la costa de
Bretaña. Después de pasar un duro periodo de prisión en las proximidades de
París, fue ordenado por las autoridades alemanas su traslado a la prisión de
Arras, cosa notable, pues dicha ciudad pertenecía militarmente al mando de
Bruselas. Aunque el resultado final estaba cantado, Cavaillès permaneció
prisionero hasta el 4 de abril[156],
en que fue fusilado y enterrado en una tumba innominada.
Naturalmente, la mayor parte de la vida de
Jean en la clandestinidad fue ignorada por mí en su momento, entre otras cosas,
porque se desarrolló con preferencia fuera de París. Mi implicación personal
hubo de producirse al buscar Suzanne Bachelard mi apoyo, cuando Jean se
encontraba preso en Arras, para que se le concedieran algunos beneficios
penitenciarios, entre ellos, el de que Mademoiselle Bachelard
pudiese visitarle y llevarle algunas ayudas[157].
Mi jefe de entonces, Riezler, al consultarle qué podría hacerse por el preso,
se informó de sus circunstancias y, sobre esa base, me advirtió:
-
No se te ocurra interceder de ninguna manera por
Cavaillès, pues está considerado uno de los resistentes más peligrosos y
escurridizos de Francia. Además, la prisión en que se encuentra no está bajo la
jurisdicción del mando alemán de París, sino de la de Bruselas.
Jean Cavaillès
Comprendí que Riezler tenía razón y que
hacer nuevas gestiones sería tanto como hacerme notar peligrosamente, sin
ningún resultado práctico positivo. Incluso, podría ser perjudicial para
Suzanne. De modo que le hice saber a ella mi inevitable rehúse, teniendo aún en
la cabeza las palabras con que mi jefe había concluido nuestra conversación:
-
Verdaderamente, ser filósofo o científico no
implica tener inteligencia para la vida ordinaria. ¿O es que para servir a la
patria hay que ser un héroe de los de armas al puño, en lugar de libros en mano
abierta?[158]
***
Como
ya he indicado, habíamos recibido de nuestros jefes científicos la indicación
de centrarnos en nuestro trabajo y no inmiscuirnos para nada en la vida y
labores de los franceses con quienes, supuestamente, colaborábamos
a mayor gloria de la ciencia teórica. ¡No digamos en lo que hace
referencia al profesor Joliot! Con frecuencia me venía a la memoria el trío de
figurillas de simios, que aconsejan no ver, no oír y no hablar. A fin de
cuentas, para eso estaba la policía: para descubrir hasta dónde llegaba su
adscripción al partido comunista y, en consecuencia, el alcance de su resistencia.
Y, aunque pudiera sentirse protegido por nuestras autoridades
científicas, él era prudente y, según avanzaba la guerra, iba apareciendo cada
vez menos por el Colegio de Francia. De hecho, cuando su esposa e hijos
partieron para el Jura, conmigo como chófer circunstancial, Joliot dejó de
acudir al laboratorio. Unos decían que estaba dedicado a otras ocupaciones,
pero seguía en París. Otros afirmaban que -como entonces se decía- había pasado
a la clandestinidad; es decir, residía a salto de mata en los domicilios de
amigos o compañeros seguros,
probablemente no lejos de la capital[159].
En cualquier caso, el nobel no reapareció por el Colegio de Francia hasta el 20
de agosto de 1944, con los alemanes a punto de abandonar París y la Resistencia
manifestándose por las calles y ocupando determinados edificios y lugares
estratégicos. Pero de eso yo no tengo constancia directa pues, tan pronto
estallaron las revueltas, opté por encerrarme en mi buhardilla de la calle
Budé, con los alimentos que había ido acopiando para la ocasión. Y es que había
decidido entregarme a las fuerzas aliadas de liberación, mejor que correr el
albur de regresar a Alemania, convertido en un simple sargento de la Wehrmacht, sin
saber lo que podía esperar en aquel país, decididamente derrotado y reducido a
escombros por los bombardeos.
Con el tiempo, he ido formándome una idea
sobre las cosas ante las que cerré los ojos, algunas de las cuales podrían
parecer casi increíbles para quienes hoy vivan en paz. En uno de mis viajes a
Francia, tuve el gusto de ser presentado a un periodista del diario parisino, Libération[160], con
quien inmediatamente congenié, al saber de mi antigua conexión con Jean
Cavaillès y con el recientemente
fallecido profesor Joliot[161].
Surgió como tema de conversación el de las actividades resistentes que se habían
llevado a cabo en el Colegio de Francia y yo reconocí:
-
Poco o nada sé de cierto sobre ellas. Era la
consigna que todos habíamos recibido de los científicos alemanes que estuvieron
al frente de nuestra actividad en los laboratorios.
El periodista mostró, a su vez, sorpresa
ante lo que me estaba oyendo:
-
¡Y yo que creía que nuestro éxito
había sido fruto de la inteligencia gala y la tosquedad germánica!
-perdóneme usted-.
Favor por favor, mi interlocutor prometió
que me enviaría un extracto de cuanto sabía acerca del esfuerzo
de guerra de Joliot y sus afines, que, por supuesto, nada
tenía que ver con el ciclotrón. Dos meses después, recibí la información
prometida, que ahora hago llegar a ustedes, como primicia de lo que, más pronto
o más tarde, acabará siendo de dominio común[162].
He aquí lo más interesante de dicha noticia:
… Las
trágicas muertes de profesores parisinos a partir de finales de 1941
propiciaron que las actividades clandestinas se multiplicaran en el laboratorio
de química nuclear… Los profesores y ayudantes que participaron en ellas adoptaron
la precaución de no trabajar juntos y, preferiblemente, sin que unos supiesen lo
que hacían los otros.
Consta que, a partir de 1943, el
profesor Joliot y algunos de sus colegas más importantes pasaron a tomar parte
en lo que bien se podría llamar la transformación del Colegio de Francia en un
centro de suministros para la Resistencia: explosivos, botellas incendiarias,
emisoras de radio, documentos falsos, etc. El ilustre físico y sus
colaboradores recibían el suministro de materias primas por medio de Henri Moureau[163],empleado
en el laboratorio municipal de la prefectura de policía. En un documento
conservado en los archivos del Colegio de Francia, Joliot describió así este
comercio tan singular: El mismo Henri Moureau me traía en su cartera
cordones detonadores, detonadores, resistencias de distintos tipos para
programar el momento de la explosión, explosivos plásticos, etc. Estos
materiales les eran ocupados a los resistentes por la policía y Moureau nos los
reintegraba a nosotros, en vez de ordenar su destrucción. Es
decir, que los explosivos que los alemanes entregaban para su destrucción al
laboratorio municipal acababan en el Colegio de Francia, de donde volvían a
salir para la Resistencia. ¡Bonito circuito cerrado!
… Cuando sus actividades como presidente del Frente Nacional de lucha
por la Liberación obligaron a Joliot a pasar a la clandestinidad en mayo del
44, abandonó París, hasta que regresó en el momento de la insurrección de la
capital. Durante ese mes y pico la fabricación de explosivos continuó, bajo la
dirección del profesor Audubert[164].
… Otra actividad oculta del Colegio de Francia durante la ocupación
alemana fue la de servir de asilo temporal para aviadores aliados derribados
sobre Francia, hasta que pudieran escapar a Inglaterra[165].
El refugio se situaba en el último piso del edificio, en la esquina que forma a
las calles Saint-Jacques y Marcelin Berthelot, justo en la
parte opuesta al laboratorio de química nuclear que ocupaban los alemanes.
… El domingo 20 de agosto de 1944, al alba, el profesor Joliot,
acompañado por un policía que portaba el brazalete FFI, de las Fuerzas
Francesas del Interior, se presentó en el Colegio de Francia, antes de
encaminarse a la prefectura de policía, ya en poder de los franceses alzados.
En su laboratorio se seguía produciendo a pleno rendimiento explosivos, y así
se continuaría hasta la liberación de París, cuatro días más tarde. Tanto es
así, que estuvo a punto de producirse una desgracia, que el propio Joliot
relataba así, tiempo después:
El 23 de agosto de 1944, en el cruce de las calles de Saint-Jacques y
Écoles, se produjeron disparos. Es que un tirador estaba emboscado por los
tejados. La multitud creyó haber localizado al mismo en la terraza de los
laboratorios del Colegio de Francia, que da a la calle de Marcelin Berthelot.
Un grupo subió a la carrera para detenerlo, pues entendían que había disparado
sobre ellos. En ese momento se estaban secando en las salas superiores del
Colegio de Francia doscientos kilos de nitrocelulosa, un explosivo potente. Las
partículas de pólvora pueden liberarse en el aire y formar una mezcla gaseosa
explosiva. Aquella gente, numerosa y acalorada, podía acabar saltando por los
aires, y parte del Colegio con ellos. Justo en el último momento, una anciana
voceó desde su ventana a los asaltantes: Os equivocáis. Los
tiros han partido de los tejados de la Sorbona. Esa mujer
acababa de evitar una catástrofe.
4. Y fin
Según me contaron -más que verlo yo-, las
primeras tropas liberadoras entraron en París la tarde del 24 de agosto. Al día
siguiente, nuevas tropas blindadas, recibidas sin respuesta alemana, indicaban
que la capital había sido liberada sin resistencia enemiga, ni la oleada de
destrucción que, al parecer, había ordenado Hitler para el caso de que la Wehrmacht
tuviese que abandonar la Ciudad luz[166]. A
mediodía había tal algarabía por las calles, que me decidí al fin por salir de mi buhardilla, aunque solo fuese por pulsar el ambiente y comprobar que mi Citroën
seguía aparcado donde lo dejé la semana anterior. El día era jueves,
por lo que, echando cuentas de cuánto tiempo haría falta para que se medio
normalizase la situación, opté por comprar pan y leche en una tienda de rue
Poulletier, que estaba sorprendentemente abierta, y regresar
a casa. En el camino una gentil manifestante me ofreció una banderola tricolor,
que aproveché para colocar en el parabrisas de mi coche, justo al lado del
permiso de estacionamiento del Colegio de Francia.
Tuve tres días para pensar, pero mi futuro
inmediato lo tenía claro. A estas alturas, se me podía dar por desertor de mis
deberes científicos y militares para con Alemania, adonde de ningún modo
pensaba regresar por el momento. Juzgaba preferible la detención en la Santé, o el
internamiento en algún campo de concentración. De todos modos -imaginaba con
notable optimismo-, tal vez mi condición técnica y el posible amparo del
Colegio de Francia podrían librarme pronto de la prisión y convertirme en un refugiado
político con permiso de trabajo en algún laboratorio universitario.
París, 25 de agosto de
1944
Así pues, el lunes, 28 de agosto, conduje
el AC-4 hasta el Colegio, sin
ningún problema; lo estacioné en el lugar habitual y, en lugar de entrar por la
puerta escusada del callejón, accedí por una de las entradas principales, que
da a la plaza Marcelin Berthelot y, de pasillo en pasillo, de escalera en escalera,
me presenté ante el despacho del profesor Joliot[167],
sin que me pusieran dificultad alguna los escasos sujetos con brazalete de las
fuerzas del interior. Pero, al aproximarme a la puerta, dos soldados americanos
me impidieron seguir adelante y llamaron a un ujier para que procediese a
identificarme. Afortunadamente, llevaba un montón de documentación acreditativa
de mi identidad y trabajo, en una cartera de mano. Así pues, el empleado, muy
cortésmente, me dijo:
-
En efecto, el profesor Joliot está en su despacho,
pero está siendo interrogado por unos caballeros norteamericanos con uniforme
militar. Llevan dentro ya media hora, por lo que es posible que no tarden mucho.
Si quiere usted esperar… aunque, yo que usted, siendo alemán, me daba la vuelta
y volvería en otro momento en que el Colegio esté menos… militarizado.
Sonreí para agradecerle el consejo, que
rechacé motivadamente:
-
Ya me han visto e identificado. Si ahora escurro el
bulto, me convertiré en sospechoso. Eso, en el caso de que me dejen marchar así
como así.
La entrevista de Joliot iba para largo, lo
que me hizo suponer que tendría algo de interrogatorio oficial. Por fin, al
cabo de una hora, se abrió el despacho y, con mucho saludo militar, dos
oficiales -cuya graduación no supe interpretar[168]-
se despidieron de Joliot, que los acompañó hasta la puerta. Me levanté del
banco en que había estado sentado hasta entonces y me aproximé al trío lo
suficiente para que Joliot se fijase en mí y, todavía más, los soldados de
vigilancia, que se me echaron encima, sujetándome para que no me acercase más a
sus superiores. El momento me fue embarazoso, pero duró unos instantes: los que
Joliot empleó en su torpe inglés para informar a sus visitantes acerca de mi identidad
y relación con su laboratorio. Los oficiales mostraron un vivo interés, hasta
el punto de que parecieron tentados de ordenar mi detención con las aviesas
intenciones que ellos sabrían. Joliot lo impidió y, esta vez, en
francés -que entendieron los americanos perfectamente-, me evitó mayores
problemas, con este compromiso:
-
Monsieur Schlosser
está ahora a mis órdenes y bajo mi protección. Si desean interrogarlo o hacerle
alguna oferta, no tienen más que indicármelo y yo me encargaré de que él acuda
a su llamamiento.
El americano que aparentaba estar al mando
vaciló por unos momentos y, luego, dijo simplemente okey y se
retiró en unión de sus tres compañeros. Seguidamente, Joliot me cogió por el
brazo -creo que no lo había hecho nunca hasta entonces- y susurró:
-
Pasa un momento, que te cuente la inteligente
misión que les ha traído a esos yanquis. Ya que,
por lo que veo, has decidido quedarte con nosotros en vez de retirarte a
Alemania, podría interesarte lo que pretenden esos chupasangres.
Joliot me explicó que los militares
norteamericanos que acababan de entrevistarse largamente con él pertenecían al
servicio de información y tenían como objetivo recabar toda la información que
pudiesen sobre la situación en que estaba la fabricación de bombas atómicas y,
en general, los programas nucleares en Europa[169];
pero, adicionalmente, el profesor opinaba que los informadores militares venían
con objetivos más ambiciosos:
-
Me asaetearon a preguntas sobre la identidad y
paradero de todos los físicos alemanes que habían venido a mi laboratorio y
cooperado de algún modo en los trabajos del ciclotrón. No sé por qué, pero me
ha dado el pálpito de que esos yanquis están
tras de echarles mano y animarles de algún
modo a que trabajen para ellos… De entrada, no les he dado tu nombre, ni el de
los simples técnicos de laboratorio que anduvisteis por aquí, pero, ahora que
te han localizado, me temo que te llamarán para interrogarte, y hasta es
posible que traten de reclutarte. Por eso les dije lo de la
oferta, no se vayan a creer que me chupo el dedo.
-
Y a usted, profesor, ¿no tratarán de captarlo?
-pregunté-. Sería una desgracia para Francia.
Se echó a reír y dijo:
-
Sí, una catástrofe nacional… En serio, por ahora,
los aliados no confían en los franceses y, gracias al programa de colaboración
con vosotros, aún se fían menos de mí… Estoy bien apoyado por los nuevos
gobernantes de Francia y espero valerme de ello para servir a mi país… En fin,
yo que tú seguiría viniendo por aquí, a la espera de que esos tipos te llamen.
Y luego, según lo que resulte, hablaremos acerca de tu futuro.
Con cierta vehemencia, le aseguré:
-
Hasta que termine la guerra, mi futuro está aquí,
profesor. Si quiere hacer algo por mí, gestióneme un permiso de residencia y,
si fuese posible, un trabajo que me dé para vivir.
-
Haré cuanto pueda, me prometió.
Mi
entrevista con los americanos del servicio de información debió de ser un calco
de la que habían tenido unos días antes con el profesor Joliot, solo que menos
ceremoniosa. El capitán que la llevó a cabo, un tal J. Calvert, según su
identificación de sobremesa, insistió en pedirme detalles sobre los alemanes
que habíamos trabajado en el Colegio de Francia, las tareas a que nos dedicamos
y la posible conexión de las mismas con el uso bélico de la energía nuclear.
Para evitarme mayores problemas, y supuesto que no tenía ninguna ilusión en
cooperar con el esfuerzo de guerra americano, evité toda alusión a relaciones
personales con Heisenberg, Strassmann y otros grandes científicos,
presentándome como un simple técnico de la fábrica Hanomag,
especializado en electromagnetismo práctico. Mi interlocutor pareció creerme y, entendiendo que mis conocimientos no pasaban de los de un obrero
especializado convertido en mozo de laboratorio, me despidió sin requilorios,
con la consabida frase de comuníquenos cualquier cambio de
domicilio. Por mi parte, me atreví a preguntarle:
-
Capitán, si yo hubiese sido un físico alemán
importante, de esos que pululaban alrededor del ciclotrón del profesor Joliot,
¿me habría animado usted a cambiar de bando para ayudarles con la bomba?
El militar se quedó tan descolocado,
que me contestó con bastante sinceridad:
-
Supongo que sí… De hecho, ya hay muchos de ustedes
trabajando para nosotros.
-
Casi todos ellos, judíos, que huyeron a tiempo de
la quema, repliqué. Pero ¿y si se tratara de algún nazi que, oliéndose la
derrota, decidiera cambiar de chaqueta?
-
Lo primero es ganar la guerra y, para conseguirlo, siempre
hay que hacer algunas concesiones.
***
Coronel, Boris T. Pash
Al profesor Joliot no le fue tan fácil
como a mí el librarse de aquellos informadores tan bien dispuestos para recibir
a los arrepentidos. Tuvo que viajar a
Londres y pasar allí por nuevos interrogatorios[170]
que estuvieron a punto de colmarle la paciencia. Si no fuera
por complacer a De Gaulle y ayudar a que vuelvan a contar con Francia…, decía.
Eso lo sé porque cuando, libre de los americanos, traté de hablar con Joliot
para ver si había hecho algo por mí, me dijeron en el Colegio de Francia que lo
habían llamado de Inglaterra para una investigación. El
resultado tuvo que ser satisfactorio, pues Joliot volvió a los pocos días y
pudo seguir con sus tareas en Francia que, por el momento, eran más políticas
que de laboratorio.
Ya de vuelta, el profesor me recibió a los
pocos días, con buenas noticias:
-
Tan pronto firmes la solicitud de residencia en
Francia, se tramitará y resolverá satisfactoriamente. Yo mismo la informaré de
la forma más favorable. Pero, en lo referente a buscarte un modus vivendi, la
cosa está más complicada.
Lo dijo con socarronería, pero yo me lo
tomé en serio y debí de poner un rictus tan compungido, que Joliot se estuvo
riendo unos momentos. Luego, me aclaró la dificultad que
buscarme trabajo comportaba:
-
Yo querría emplearte como ayudante de laboratorio
en el CNRS[171], pero
mi esposa -a la que comenté por teléfono tu caso- insiste en emplearte en el
Instituto del Radio… siempre que pongas a disposición el Citroën, cuando
ella o los chicos necesiten hacer un viaje.
Esta vez, fui yo quien rio, recordando
aquellos viajes camino de los sanatorios. Contesté:
-
Acomódeme donde le plazca, profesor, pero hágalo
pronto, por favor. En otro caso, tendré que vender nuestro querido AC-4, para
comer caliente y pagar el alquiler.
Finalmente, la querella conyugal
se resolvió a favor del marido. Quiere decirse que estuve empleado en el CNRS hasta
mi retorno a Alemania, en calidad de intérprete al servicio de las fuerzas
francesas de ocupación[172].
De hecho, viajé hasta mi país en julio de 1945, acompañando a uno de los
primeros grupos de políticos y militares, que formaba el séquito del flamante
gobernador militar de la zona francesa de ocupación, general Koenig[173].
Al cruzar el tren la frontera, comprendí que, a los treinta y dos años, cerraba
la primera parte de mi vida, aquella en la que -como he titulado este relato de
mis recuerdos- había sido un intruso en la edad de oro de la
ciencia.
Zonificación de
Alemania (1945-1949)
[1]
Véase el final de la primera parte de este relato,
titulada La edad de oro de la ciencia, contada por un intruso. Primera
Parte: La paz, publicada en este mismo blog (entrada del 19 de
diciembre de 2023).
[2]
Literalmente, Kaiser-Wilhelm-Gesellschaft zur Förderung der Wissenschaften (“Sociedad
Emperador Guillermo para el progreso de las ciencias”), Institución
fundada en 1909, que prosigue actualmente su historia con el nombre de Max
Planck Instiitut. Véase: History of the Kaiser Wilhelm Society (1909),
en www.mpg.de.
[3]
Sobre la vida y trabajos de este personaje -de ficción, pero perfectamente
verosímil-, véase en este mismo blog el relato: Historias de traición
(II): La bomba o la vida (entrada de 6 de febrero de 2019).
[4]
Importantísima empresa (o grupo de empresas) química,
de origen belga, fundada en 1863, cuyas instalaciones principales en Alemania
se ubicaban en Hannover, en la época a que se contrae este relato.
[5]
Friedrich Bergius (1884-1949), químico alemán, premio Nobel de la especialidad
en 1932, pionero en materia de combustibles y alimentos producidos
artificialmente.
[6]
Friedrich (Fritz) Wilhelm Strassmann (1902-1980), muy destacado investigador y
profesor alemán de Química-Física, decidido antagonista de las armas nucleares.
[7] Otto
Hahn (1879-1968), gran químico-físico alemán, Premio Nobel de Química de 1944.
[8]
Walter Bothe (1891-1957), físico alemán, premio Nóbel de Física en 1954. Sobre
él volverá el relato más adelante, en este mismo capítulo. Fue ya objeto de
referencia en el capítulo 3 de la primera parte de esta historia, titulada La
edad de oro de la ciencia, contada por un intruso. Primera parte: La paz,
publicada en este mismo blog (entrada de 19 de diciembre de 2023).
[9]
Se alude al Atlas de imágenes con cámara de niebla, que Bothe y sus
colaboradores publicaron en el año 1940 y que fue la mejor obra sobre la
materia publicada hasta ese momento.
[10] Karl
Friedrich von Weiszsäcker (1912-2007), físico y filósofo alemán, discípulo de
Werner Heisenberg.
[11]
En realidad, la casi seguridad de no ser reclutado provenía, no tanto de
pertenecer al elenco de científicos de la institución Kaiser-Wilhelm, como
de la integración en el proyecto llamado Uranverein (“Sociedad del
Uranio”), del que se tratará en el mismo capítulo de este relato. Además de
Weiszsäcker, otro ayudante de Heisenberg, Karl Wirtz (1910-1994), tomó la
decisión de cambiar Leipzig por Berlín, tratando de evitar su incorporación a
filas.
[12]
La ópera aludida fue estrenada en Turín, el 1 de febrero de 1896. Su música es
obra del compositor italiano, Giacomo Puccini.
[13]Movimiento nacionalista y variopinto, que afectó
esencialmente a la Física y las Matemáticas y, en menor medida, a la Biología,
la Química y otras ciencias. Se basó inicialmente en el rechazo de las formas
más modernas de comprender y explicar estas disciplinas, pero, al advenimiento
del nazismo, tomó un tinte más racista y sectario, que ayudó a privar a la
ciencia de Alemania de un tercio de sus lumbreras aproximadamente, en especial,
de los científicos y profesores de raza judía. A modo de resumen accesible por
Internet, véase: José Manuel Sánchez Ron, Ciencia, política y poder.
Napoleón, Hitler, Stalin y Eisenhower, Fundación BBVA, Bilbao, 2010, espec.
pp. 89-141. De manera más amplia, Werner Roder y Herbert A. Strauss
(editores), Biographische Handbuch der deutschespragen Emigrationnach
1935-1945, volumen I (Politik, Wirtschaft, öffentlichen Leben),
Saur, Múnich, 1980.
[14]
Lise Meitner (1878-1968), física y química, nacida austriaca, que fue la mejor
colaboradora de Otto Hahn hasta julio de 1938 en que, corriendo peligro por su
sangre judía, huyó de Alemania, al parecer, con la cooperación activa de Hahn.
[15]
Se trataba de Petrus Debije, o Peter Debye (1884-1966), químico y físico
holandés, premio Nobel de Química en 1936.
[16] Esto se
produjo el 11 de diciembre de 1941.
[17]
Tras la huida de Lise Meitner, los principales ayudantes de Otto Hahn fueron
Hans Joachim Born, Siegfried Flügge, Hans Götte, Walter Seelmann-Eggebert y Fritz
Strassmann, entre otros.
[18] La masa atómica del bario (Ba) es de 137,5,
mientras la del uranio (U) es de 238.
[19]
La masa atómica del radio (Ra) es de 226. Los esposos, Marie (1867-1934) y
Pierre (1859-1906) Curie, descubrieron el radio hacia 1898, pero su aislamiento
solo se produjo en 1910, por la citada Marie Curie y su colaborador,
André-Louis Debierne (1874-1949).
[20] Esta
energía fue calculada teóricamente por Lise Meitner, a finales de 1938, en 200
MeV por núcleo de uranio escindido. Sobre el MeV, véase más adelante la nota
47.
[21]
Véanse: Otto Hahn y Fritz Strassmann, Über den Nachweis und das Verhalten
der bei der Bestrahlung des Urans mittels Neutronen enstehenden
Erdankalinmetalle (“Sobre la detección y el comportamiento de los metales
alcalinotérreos producidos por la irradiación neutrónica del uranio”), Die
Naturwissenschaften, volumen 27, 1939, pp. 11-15 (accesible en Internet:
link.springer.com); Lise Meitner y Otto R. Frisch, Desintegration of uranium
by neutrons: A new type of nuclear reaction, Nature, vol. 143, nº
3.615 (11-2-1939), pp. 239-240 (accesible por Internet, por ejemplo en www.nature.com); H. von Halban Jr., F.
Joliot, L. Kowalski, Liberation of neutrons in the nuclear explosion of
uranium, Nature, vol. 143, nº 3.620, 18 de marzo de 1939, pp. 470-471 (accesible,
por ahora -diciembre de 2023- en la web mrtbooksla.com (Michael R.
Thompson rare books, de Los Angeles, California, USA). Véanse también
referencias a la V Conferencia de Física
Teórica (Washington D.C., enero de
1939), en particular a la conferencia pronunciada por Niels Bohr el día 26 de
dichos mes y año, así como a las primeras confirmaciones de los resultados de
Hahn y Strassmann por las universidades estadounidenses que se produjo en las
semanas siguientes (tal vez, la prioridad correspondiera a la John Hopkins University, de Baltimore).
[22] Véase
antes, nota 8.
[23]
Enrico Fermi (1901-1954), gran físico italiano, ganador del premio Nobel de la
especialidad en 1938, en cuya ceremonia pronunció un discurso corrigiendo
algunos graves errores cometidos en sus investigaciones precedentes. Al ser su
esposa judía, se exilió de Italia para evitar las leyes fascistas antijudías,
llevando a cabo en los Estados Unidos una tarea clave para que alcanzasen la
bomba atómica. Véase, entre sus diversas biografías: David N. Schwartz, The
last man who knew everything. The life and times of Enrico Fermi, father of the
nuclear age, Hachette, Nueva York, 2017.
[24] Johannes
Hans Daniel Jensen (1907-1973), físico alemán, premio Nobel de física en 1963.
[25]
Zona noroccidental de la antigua Checoslovaquia, habitada mayoritariamente por
población germánica.
[26] U óxido
de deuterio, es decir, agua en que buena parte de los átomos de hidrógeno (H)
son del isótopo deuterio (átomo de H con un neutrón, además del protón y el
electrón connaturales).
[27]
La fábrica era la de la empresa noruega Norsk-Hydro, fundada en 1905,
cuya planta productora de agua pesada estaba situada en Rjiukan. Adelantándose
a los propósitos alemanes, el gobierno francés, por consejo del físico F.
Joliot, compró en 1938 a dicha empresa todas sus reservas de agua pesada
(alrededor de 185 kilogramos) y las trasladó a Francia, de donde pasaron a
Inglaterra en 1940, al ser el país galo vencido y ocupado por las tropas del
III Reich.
[28]
Pese a su estrecha vinculación con las instituciones atómicas radicadas
preferentemente en Berlín, W. Heisenberg mantuvo su cátedra de Leipzig hasta
ser nombrado, en 1942, director del programa atómico alemán.
[29]
El isótopo más estable del uranio, el 238U supone el 99,275% del
uranio existente actualmente en el mundo. El 235U, inestable y más
utilizado como combustible nuclear, supone tan solo el 0,72%. Si los reactores emplean
el grafito como moderador, pueden usar el 238U para producir
plutonio, cuyo isótopo 239Pu se utiliza también en bombas atómicas.
[30]
Uranprojekt o Uranverein son los términos habitualmente usados
para referirse al Grupo de Trabajo de Física Nuclear alemán que, con diversos
avatares, centró el esfuerzo del III Reich para aprovechar la energía
nuclear, tanto con fines pacíficos, como bélicos. Sus trabajos se iniciaron en
1939 y concluirían en 1945, tras la derrota militar de Alemania.
[31]
Grafitenbergau Kaiserberg es una empresa minera fundada en 1847 con la
finalidad de explotar las minas de grafito de Kaiserberg (municipio de
Dürnstein, en la Baja Austria). Es de recordar que, en el tiempo a que se
contrae el relato, Austria formaba parte del Estado alemán.
[32]
Los hidruros de boro y los carboranos constituyen la impureza o ganga
más conocida y frecuente en las menas de grafito. Pasando de ciertos límites,
dichas impurezas absorben tal cantidad de neutrones en los reactores atómicos
moderado por grafito, que llegan a cortar la necesaria reacción en cadena.
[33]
Desdichadamente para los investigadores alemanes, el cadmio era, en efecto, un
elemento activísimo en la absorción de neutrones, hasta el punto de haberse
empleado posteriormente en las barras de control de los reactores nucleares.
[34]
Dicho abandono del grafito en Alemania no está documentado hasta un informe de
1941, publicado en revista en 1944: W. Bothe y J. Jensen, Die Absorption
thermischer Neutronen im Electrographit, Forschungbericht 1941, publicado
en Zeitschrift für Physik, 122 (1944), p. 749.
[35]
Por ejemplo, dejar inadvertidamente burbujas de aire entre los bloques de
grafito y los de combustible de uranio, ya que el aire es también un potente
absorbente de neutrones libres. Tal vez sucediera eso en el reactor del
profesor Bothe, pero nuestro Redensart no tuvo acceso al mismo.
[36]
Dichos ciclotrones radicaban en universidades o centros de investigación de
Berlín, Leipzig, Gotinga y Heidelberg. En el extranjero contaban con
ciclotrones más potentes en París (Francia), Cambridge (Reino Unido) y Berkeley
(Estados Unidos), por lo menos.
[37]
Robert Döppel (1895-1982), físico alemán, reclutado forzosamente al término de
la guerra para servir al programa atómico de la URSS, país en que permaneció
entre 1945 y 1957.
[38]
Erich Schumann (1898-1985), Abraham Esau (1884-1955), Walter Gerlach
(1889-1979), Kurt Diebner (1905-1964): destacados físicos alemanes, que
colaboraron de manera significativa en el esfuerzo de guerra alemán y, al
parecer, eran simpatizantes del nazismo.
[39]
Localidad a 25 kilómetros de Berlín, campo de pruebas del ejército alemán y
sede, a partir de 1939, del laboratorio experimental militar para la física,
incluida la nuclear.
[40]
Lo haría el 3 de septiembre de 1939. Habida cuenta de que la Uranverein y
el Departamento de Investigación Nuclear de la Wehrmacht fueron creados
en la primavera de 1939, es de suponer que la conversación de Strassmann y
Schlosser se produjera en el verano de dicho año.
[41]
Es decir, Operación Schlosser. Se recuerda que el protagonista de este
relato se llamaba Mathias Schlosser.
[42]
Los ciclotrones clásicos -como el inicialmente patentado en 1934 por el físico
estadounidense, Ernest O. Lawrence (1901-1958), o el montado por Frédéric
Joliot en el Collège de France de Paris (1937)- estaban formados por
dos placas en funcionamiento coordinado, para imprimir a las partículas un
movimiento circular. El ciclotrón cuenta con un potente electroimán para crear
un campo magnético de gran energía. El electroimán del ciclotrón de Joliot
pesaba unas 25 toneladas.
[43]
Hanomag (abreviación de Hannoversche Maschinenbau AG),
industria fundada en 1871 y dedicada a la fabricación de toda clase de
vehículos, incluidos tractores y locomotoras. Su sede central radica en la
ciudad de Hannover.
[44]
El doctor Wolfgang Gentner (1906-1980) tendrá un importante papel en ulteriores
pasajes de este relato. Por ello, aconsejo acudir a alguna nota biográfica
suya, precisa y exacta, aunque no sea extensa. Véase, por ejemplo, Ulrich
Schmidt-Rohr, Wolfgang Gentner (1906-1980), en la página
www.archive.org.
[45]
Véase el capítulo 3 de la primera parte de este relato, titulada La edad de
oro de la ciencia, contada por un intruso. Primera Parte: La paz, publicada
en este mismo blog (entrada del 19 de diciembre de 2023).
[46]
Paul Harteck (1902-1985), químico-físico alemán, pionero de los reactores
nucleares y del enriquecimiento del uranio por ultracentrifugación. Véase:
Michael Schaaf, Schweres Wasser und Zentrifugen: Paul Harteck in Hamburg
(1934-1951), en censis.nformatik.uni-hamburg.de, entrada de 24 de
julio de 2003.
[47]
El MeV (mega electronvoltio) es una
unidad de energía empleada en la física de partículas, que equivale
aproximadamente a 1,6 x 10-13 Julios.
[48]
Los Curie alude en este caso al matrimonio formado por los premios Nobel
de química, Irène Joliot-Curie (1897-1956) y Frédéric Joliot (1900-1958), que
regentaban el laboratorio de física atómica del Colegio de Francia y el Instituto
del radio en París, desde el fallecimiento en 1934 de la madre de Irène,
Marie Curie (1867-1934), premio Nobel de química y de física.
[49]
Se ve que la conversación entre el doctor Gentner y Mathias Schlosser tiene
lugar en el periodo septiembre de 1939 – mayo de 1940, en que la II Guerra
Mundial no enfrentó a los ejércitos alemán y francés (periodo denominado de la drôle
de guerre).
[50] Suele
darse como energía máxima de dicho ciclotrón la de 6,7 MeV.
[51]
Su ubicación, entre otras razones, tenía que ver con su enorme peso para la
resistencia de una edificación normal. Ya hemos dicho que el imán pesaba unas
25 toneladas, a las que hay que añadir el peso enorme de la estructura de
hormigón que sujetaba y protegía el aparato. Incluso un sótano tenía que haber
sido reforzado.
[52]
Véase antes, nota 21. El correspondiente informe, como vimos, se publicó en un
ejemplar de la revista Nature, en marzo de 1939. Por cada neutrón
liberado, Joliot y colaboradores acreditaron la posibilidad de liberar entre
dos y tres más, al impactar contra otro átomo homogéneo.
[53] El
ejército alemán llegó a la planta de Norsk-Hydro de Rijukan en abril de
1940.
[54] Las
tropas alemanas ocuparon París el 14 de junio de 1940.
[55]
Wilhelm Keitel (1882-1946), militar alemán que, entre 1938 y 1945, ejerció el
mando supremo del estado mayor conjunto de todas las fuerzas militares de su
país. Ascendió a mariscal en julio de 1940 y fue condenado a muerte y ejecutado
tras los juicios de Nuremberg.
[56]
Una de las instituciones de investigación y docentes más importantes a nivel
francés e internacional, fundada como Collège Royal en 1530 para
completar las materias enseñadas en la Sorbona. Con carácter general, véase su
página en Internet: www.college-de-france.fr.
[57] Es
decir, de la “guerra relámpago”, cuya campaña empezó el 10 de mayo de 1940.
[58]
Policía secreta estatal de la Alemania nazi. Funcionó desde el primer momento
en la Francia ocupada que quedó fuera del control del llamado Gobierno de
Vichy, aunque compartiendo hasta cierto punto sus competencias con las de
la policía y gendarmería a las órdenes de dicho gobierno títere. Por
supuesto, París quedaba fuera del territorio de soberanía plena de las
autoridades de Vichy.
[59]
El armisticio entre las autoridades de Alemania y Francia se firmó el 22 de
junio de 1940, si bien el día 18 anterior el general De Gaulle, por radio y
desde Londres, había invitado a continuar la guerra por todos los medios
posibles. Para más detalles, remito a mi relato, El ministro de justicia y
el menor de los males, obrante en este mismo blog (entrada de 19 de
octubre de 2023).
[60]
Wolfgang Riezler (1905-1962), físico alemán que, antes de la guerra, había
trabajado como becario en el laboratorio Cavendish de Cambridge
(Inglaterra), donde funcionaba un ciclotrón algo más potente aún que el de
Joliot en París.
[61]
Se alude a Philippe Pétain (1856-1951), jefe del Estado Francés entre
1940 y 1944 y, simultáneamente, su presidente del Gobierno entre 1940 y 1942.
[62]
El general Charles de Gaulle (1890-1970), en nombre del movimiento llamado Francia
Libre, dirigió a sus compatriotas numerosas alocuciones en pro de su
resistencia al invasor, desde los micrófonos de la BBC de Londres, a partir del
famosísimo inicial de 18 de junio de 1940.
[63]
Se calcula que cayeron presos de los alemanes en 1940 un millón y medio de
militares franceses, que no fueron puestos en libertad, en general, hasta el
final de la guerra.
[64]
La zona libre de Vichy comprendía aproximadamente un 40% de la superficie de
Francia y estuvo libre de ocupación alemana hasta el mes de noviembre de 1942.
[65]
La zona de Alsacia, aunque no fue anexionada formalmente por los nazis, tuvo
durante la II Guerra Mundial un régimen de especial sujeción a los alemanes,
con prohibición de pasar sin permiso de estos a otras regiones francesas. Ello
hizo que, sobre todo, en mayo-junio de 1940, escapara de Alsacia buen número de
sus habitantes, tratando de evitar futuros controles y represalias.
[66] Una de
las dos islas que forma el Sena a su paso por París. La otra, mayor, es la de
la Cité.
[67]
Nuestro protagonista traduce así al francés su original germano Mathias. El
apellido no precisaba cambiarlo, dado que buena parte de los alsacianos tiene
patronímicos alemanes.
[68]
Gaston Bachelard (1884-1962), filósofo y matemático francés, que a comienzos de
1940 fue nombrado catedrático de Filosofía de las Ciencias en la Sorbona. Antes
de ese nombramiento, ya había publicado obras muy notables, como La valeur
inductive de la rélativité, Vrin, París, 1934, y, sobre todo, Le nouvel
esprit scientifique, Alcan, París, 1934.
[69]
La fecha es muy aproximada, pero no necesariamente exacta. La que sí es segura
es la del 27 del mismo mes y año como la de desmovilización de Frédéric Joliot
quien, durante los meses de guerra entre Alemania y Francia, había sido
reclutado con el grado de capitán de artillería.
[70]
Edmond Faral (1882-1958), profesor de historia medieval y literatura latina
que, a la sazón, desempeñaba el cargo de administrador del Colegio de
Francia.
[71]
Bajo la dirección de Frédéric Joliot y de Irène Curie funcionaban en París y
sus aledaños, además del laboratorio de física nuclear del Colegio de Francia,
el Laboratorio de síntesis atómica de Ivry-sur Seine y el famoso Instituto
del Radio, a la sazón ubicado en París-Orsay.
[72]
Por ejemplo, es famosa -y se ha publicado- una carta de Wolfgang Gentner a
Frédéric Joliot, desde Berkeley (California, USA), datada el 28 de febrero de 1939,
en la que le daba cuenta de su estancia en el laboratorio de Ernest O.
Lawrence, para estudiar el ciclotrón más potente de la época, así como de su
propósito de iniciar inmediatamente el proyecto de montaje de un ciclotrón en
Heidelberg.
[73]
Sobre las enfermedades de Madame Joliot-Curie se tratará ulteriormente.
Los hijos del matrimonio Joliot-Curie eran Hélène, nacida en 1927, y Pierre,
nacido en 1932.
[74]
Es de sobra conocido el desdén de Joliot por buena parte de la ciencia y del
mundo universitario de la Francia de su tiempo, anclados mayormente en el
tradicionalismo y el propósito de medrar.
[75]
Véase antes, nota 38. Erich Schumann, al estallar la guerra, fue movilizado con
el grado de general y se convirtió en el máximo consejero del mariscal Keitel,
al frente del complejo científico militar alemán. Por su parte, su colega, Kurt
Diebner (véase nota 38), parece haber sido el físico nuclear más escuchado por
Hitler.
[76]
Fred era el apócope con que era familiarmente conocido Frédéric Joliot.
Su apodo en la Resistencia era Adrien.
[77]
Lo que sigue a continuación está basado principalmente en el siguiente texto: Nicholas
Chevassus-au-Louis, Savants sous l’occupation. Enquête sur la vie
scientifique française entre 1940 et 1944, Éditions du Seuil, Paris, 2004,
capítulo 3 (Frédéric Joliot, l’atome et les nazis).
[78]
Por supuesto que Joliot sabía de su paradero. El propio Joliot, a través de dos
de sus ayudantes, se encargó de que el agua pesada llegase hasta el Reino Unido
por vía marítima. En cuanto al óxido de uranio pasó al Marruecos francés,
permaneciendo toda la guerra escondido en una mina.
[79]
Durante la guerra, las SS, inicialmente una fuerza armada del partido
nazi o guardia de Hitler, se convirtieron en policía de carácter militar y en
fuerzas armadas de élite (las llamadas Waffen SS).
[80]
Barrio situado en la orilla izquierda del Sena, en parte de los distritos V y
VI de París, en el que radican los edificios universitarios históricos de
la ciudad, entre ellos, la Sorbona y el Colegio de Francia. Gentner no quiso
ser más explícito con Schlosser, a la hora de precisar el lugar de la reunión.
[81]
El tema sigue coleando muchas décadas después. Como ejemplo de crítica negativa
a la postura de Joliot, veáse: Philippe Burrin, Francia bajo la ocupación
nazi, 1940-1944, edición española en Paidos Ibérica, Barcelona, 2004; y
como ejemplo de postura defensora del patriotismo indesmayable de Joliot,
Michel Pinault, Frédéric Joliot, les allemands et l’université aux premiers
mois de l’occupation, Vingtième Siècle, revue d’histoire, nº 50, abril-juin
1996, pp. 67-88 (accesible por Internet).
[82]
Dicha puerta escusada daba al callejón sin salida llamado de la Chartrière.
[83]
Algunos de ellos eran de nombramiento anterior; otros fueron designados
entonces para reemplazar a los exiliados en Reino Unido y otros países. El más
famoso de los nuevos fue André Berthelot (1913-1986), antiguo discípulo de Paul
Langevin.
[84]
Por ejemplo, Gentner hizo venir de Alemania a un especialista en altas
frecuencias, así como las piezas necesarias para completar el emisor del
ciclotrón. Gracias a estos esfuerzos, al fin pudo ponerse en marcha
satisfactoria el mismo durante el invierno de 1941-1942, es decir, un año y
medio después de iniciarse la cooperación franco-alemana.
[85]
La cámara de niebla de difusión fue un progreso y perfeccionamiento respecto de
las iniciales, llamadas de expansión o de Wilson. Su invención y primer
desarrollo correspondieron al físico estadounidense, Alexander Langsdorf Jr.
(1912-1996), a partir del año 1936.
[86] Las
nuevas condiciones llevaban la fecha de 16 de septiembre de 1940.
[87]
No obstante las dudas de Gentner, hay quien sostiene que hubo respuesta expresa
y negativa por parte de las autoridades alemanas, datada en el mes de febrero
de 1941.
[88]
Tan rocambolesca situación se produjo efectiva y reiteradamente. Véase, Michel
Pinault, artículo citado en la nota 81, pp. 75-76. Por ejemplo, se simulaban
averías en el circuito de refrigeración del ciclotrón, o en la alta tensión.
[89]
Wolfgang Heinrich Siegmund Riezler (1905-1962), físico alemán. También cooperó
en el intento, trayendo correo secreto desde Alemania de Gentner a Joliot, el
físico alemán Johannes Hans Daniel Jensen (1907-1973), premio Nobel de física
de 1963.
[90] Me consta una detención de 24 horas, llevada a
cabo por la Gestapo, el 29 de junio de 1941.
[91]
Paul Langevin (1872-1946), famoso
químico-físico francés, amante de Marie Curie viuda, simpatizante del
izquierdismo (incluso comunista), que entre octubre y diciembre de 1940
protagonizó un serio incidente con la Gestapo, con detención, probable tortura
y, finalmente, excarcelación y confinamiento en Troyes, de donde huiría a Suiza
en 1944. La policía alemana quedó muy dolida de que no hubiese sido juzgado y
severamente condenado, gracias a las manifestaciones de sus colegas (incluido
Joliot) y a la intercesión de Gentner y otros científicos alemanes.
[92]
Otto von Stülpnagel (1878-1948), comandante y gobernador militar alemán de
Francia entre 1940 y 1942, cuya conducta, aunque severa, fue juzgada demasiado
tolerante por Hitler, que lo destituyó.
[93]
Estrictamente, sturmbahnnführer. Es un personaje real, aunque parecen no
constar datos en Internet. Michel Pinault (obra citada en la nota 81) se
refiere a Biderick con ocasión de un interesante informe de este, escrito y
archivado, fechado en mayo de 1941, en el que, entre otras cosas, recoge que
sus hombres no se atreven a actuar franca y directamente contra los profesores
universitarios parisinos anti alemanes, porque solo tienen una autoridad
limitada, al tener que compartirla con las autoridades académicas, el gobierno
de Vichy y los representantes de este en París; de todo lo cual han tenido
buena prueba, y han quedado burlados, con el caso Langevin (recuérdese
la nota 91).
[94] Sobre
esas actividades se volverá con más detalle en el capítulo siguiente.
[95]
Jean Cavaillès (1903-1944), filósofo y matemático francés, que acabaría siendo
fusilado por los alemanes, como miembro destacado de la resistencia gaullista.
Mathias Schlosser lo había conocido en Davós, en el año 1929, en los términos
que se recogen en el capítulo 1 de la primera parte de este relato, aparecida
en este mismo blog (entrada del 19 de diciembre de 2023).
[96]
Sobre él, véase la nota 68. Sobre su pensamiento, véanse las obras de su
sucesor en la Sorbona, Georges Canguilhem, El compromiso racionalista,
Siglo XXI, Madrid, 1973, y La filosofía del no, Amorrortu, Buenos
Aires,1980 (cito las obras por su primera edición en español).
[97] Véanse
notas 48 y 73.
[98]
Clairvivre es una pequeña localidad en el departamento de Dordogne, donde
funcionó entre 1933 y 1980 una ciudad sanitaria puntera en el
tratamiento de la tuberculosis pulmonar. Actualmente (2024) está dedicada a
otras funciones públicas, pero se mantiene lo sustancial de los edificios, bajo
la protección de Patrimonio del siglo XX.
[99]
Se destaca, entre el citado equipaje, un gramo de radio puro encerrado en caja
de plomo. Con todo, algún resto quedó en Clairvivre, que mostró su presencia al
detectarse en el año 2000 una contaminación con actinio 227, fruto del
decaimiento de radio 226.
[100]
Radica en el Quai de Béthune, número 36. Marie Curie moró allí entre
1912 y 1934. Además de Irène Joliot-Curie, fue descendiente de Marie Curie su
hija Eva (1904-2007) quien, durante la II Guerra Mundial, se exilió de Francia
y colaboró activamente con la Resistencia del exterior. Escribió una edulcorada
pero atractiva biografía de su madre, que puede consultarse libremente por
Internet: Ève Curie, Madame Curie, Gallimard, Paris, 1938 (traducción
española, en la colección Austral de la editorial Espasa-Calpe).
[101]
Conocido también como C-4, fue un exitoso y económico modelo de gama
media, del que Citroën fabricó y vendió entre 1928 y 1932 unas
121.000 unidades. Tenía una potencia de 30 CV y una velocidad máxima de 90
km/h. Su consumo medio era de 8,8 litros de gasolina por cada 100 km.
[102]
Véase nota 95. Son recomendables dos buenas biografías suyas, con muy diverso
enfoque y conexión con el personaje: La escrita por su hermana, Gabrielle
Ferrières, poco después de la muerte del biografiado: Jean Cavaillès: Un
philosophe dans la guèrre, 1903-1944, Éditions du Seuil, Paris, 1950; y la
de la especialista en la obra de Cavaillès, Hourya Benis Sinaceur, titulada, Cavaillès,
Les Belles Lettres, Paris, 2013.
[103]
Pese a la diferencia de edad entre ellos (dieciséis años mayor Cavaillès), hay
ciertas impresiones de que Suzanne Bachelard pudo haber estado enamorada de
Jean Cavaillès, así como de que la muerte de este a los 33 años, ejecutado por
los alemanes, pudiera haberle causado una impresión profunda y duradera, que
hubiese influido para quedarse soltera de por vida.
[104]
Suzanne Bachelard (1919-2007), filósofa y científica francesa, profesora de la
Sorbona. Sus principales trabajos fueron: La logique de Husserl, P.U.F.,
Paris, 1957, y La conscience de la rationalité. Étude phénoménique de la
physique mathématique, P.U.F., Paris, 1958.
[105]
Es decir, de junio de 1940 a junio de 1941.
[106]
Gabrielle Chanel (1883-1971), famosísima modista de Paris, de quien se afirma
que, durante la ocupación de Francia, colaboró hasta cierto punto con los
servicios secretos alemanes -probablemente, también con los ingleses-, y
mantuvo relaciones íntimas, entre otros, con el general de las SS, Walter
Schellenberg (1910-1952).
[107]
Suzanne Bachelard era gran amante de la ópera, aunque ignoro si acompañó, o no,
a Mathias Schlosser en tal función, que tuvo lugar en la Ópera de París, el 18
de mayo de 1941, bajo la dirección de Herbert von Karajan (1908-1989), con la
soprano Germaine Lubin (1890-1979) y el tenor Max Lorenz (1901-1975) en los
papeles principales. En los siguientes días, 22 y 23 de mayo, la ópera puesta
en escena fue Tristán e Isolda, de Richard Wagner. Innecesario resulta
aclarar que la partitura de El raptoen el serrallo es obra de Wolfgang
Amadeus Mozart, pero sí puede resultar poco conocido que la cantante francesa,
Germaine Lubin, fue durante un tiempo amante del mariscal Pétain.
[108]
Hecho que se produjo el 22 de junio de 1941, sin previa declaración de guerra.
[109]
Fue la época en que se hizo famoso el eslogan del Partido Comunista Francés, ni
Pétain, ni De Gaulle.
[110]
El tema sigue siendo bastante nebuloso, pero me atrevo a señalar el año 1940
como el de incorporación práctica de Joliot al PCF, que se convertirá -como
máximo- en 1943 en adhesión como miembro de pleno derecho. Entre un momento y
otro -años 1941 y 1942-, Joliot se convierte en resistente de obediencia
comunista y en dirigente del Front National Universitaire.
[111]
Se calcula en una cifra próxima a los cien mil, de los cuales unos 60.000
sufrieron deportación y, con harta frecuencia, muerte.
[112]
Es llamativo que Werner Heisenberg ya opinara así, tan pronto como el año 1939,
antes de empezar la guerra. Se ponen en su boca estas palabras (testimonio de
Isidore Rabi, transmitido a Hans Bethe): “Es manifiesto que va a haber guerra, es
claro que Alemania va a perderla. Pero yo soy alemán, debo intentar la
salvación de los jóvenes físicos que trabajan conmigo, y es importante que yo
esté ahí al final de las hostilidades, a fin de restaurar la investigación en
física y de velar para que las buenas personas ocupen los buenos puestos en las
buenas universidades”. Véase, Thomas Powers, Le mystère Heisenberg.
L’Allemagne nazi et la bombe atomique, Albin Michel, París, 1994, p. 23 (el
original en lengua inglesa lleva el título de: Heisenberg war. The secret
history of the german bomb).
[113]
He tratado del tema, de forma detenida aunque en forma de relato literario,
en el titulado El ministro de Justicia y el menor de los males, entrada
de 19 de octubre de 2023, en este mismo blog.
[114]
Véase, además del texto, la nota 91.
[115]
Buena prueba de ello es que la Gestapo tuviera que detenerlo el 29 de junio de
1941, aunque fue puesto inmediatamente en libertad.
[116]
Dicha revista publicó solo cinco números, entre noviembre de 1940 y febrero de
1942. Sus promotores principales fueron, Georges Politzer (1903-1942), Jacques
Decour (1910-1942) y Jacques Solomon (1908-1942) -sobre este último se volverá
posteriormente-. Los tres fueron ejecutados por los alemanes en 1942 por sus
actividades en pro de la Resistencia.
[117]
En notas a pie de página, pondré de manifiesto que Mathias Schlosser no
escribía a humo de pajas. La mayor parte de tales notas arrancan de referencias
en la obra de Michel Pinault citada por vez primera en la nota 81.
[118]
Véase antes, nota 112. Werner Heisenberg (1901-1976), tal vez el mejor de los
físicos teóricos que permaneció en Alemania durante toda la guerra, estuvo al
frente del programa nuclear germano entre 1942 y 1945.
[119]
Verdaderamente, Heisenberg tenía una idea formidable de las proporciones: Datos
precisos del esfuerzo nuclear estadounidense durante la II Guerra Mundial, se
refieren a 130.000 personas trabajando en la materia atómica, con un gasto
total de unos 2.000 millones de dólares de la época, que, al cambio actual
(2024) supondrían unos 30.000 millones. Parece obvio que Alemania no habría
podido soportar semejante esfuerzo. Incluso, se asegura que el presidente
norteamericano, Franklin D. Roosevelt afirmó -y no en broma- que estaría
dispuesto a gastar todas las reservas de oro de los Estados Unidos en la
fabricación de las bombas atómicas precisas para ganar la guerra.
[120]
Niels Bohr (1885-1962), gran físico danés, premio Nobel de la especialidad en
1922. En la época de la visita, Bohr estaba, casi con seguridad, en contacto
frecuente con los científicos anglosajones. De hecho, en septiembre de 1943,
huyó a Suecia y, luego, a EE.UU., donde contribuyó a su esfuerzo de guerra. Las
entrevistas Bohr-Heisenberg en Copenhague, tuvieron lugar los días 15 y 16 de
septiembre de 1941, y acabaron, al parecer, abruptamente y sin acuerdos. El
literato inglés, Michael Frayn, ha ofrecido de ello una interesante versión en
una conocida obra teatral, titulada Copenhague, estrenada en 1998.
[121]
Louis Cartan (1909-1943), físico francés, especializado en espectrografía de
masas -de aquí, la admiración que le tributaba Mathias Schlosser-. Fue
ejecutado por los alemanes en diciembre de 1943, por actividades en pro de la
Resistencia. Véase, Louis Cartan (con prefacio de Maurice de Broglie), Spectrographe
de masse. Les isotopes et leurs masses, Hermann, Paris, 1937.
[122]
Carta de Louis Cartan a Frédéric Joliot, de 29 de noviembre de 1941,
localizable en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.
[123]
Pierre Auger (1899-1993), notable físico francés que, en 1941, se exilió en
América, enseñando en las Universidades de Chicago y Montreal y, finalmente,
integrándose en el Proyecto Manhattan, para la fabricación de las bombas
atómicas estadounidenses.
[124]
Véase la carta de Pierre Auger a Frédéric Joliot, fechada el 26 de diciembre de
1940, existente en los archivos de la Association Curie et Joliot-Curie.
[125]
Otto Hahn (1879-1968), gran químico-físico alemán, premio Nobel de química en
1944 por sus trabajos pioneros -junto a Lise Meitner- en la fisión nuclear.
Véase al capítulo 1 de este relato.
[126]
Carta de Wolfgang Gentner a Frédéric Joliot, desde Heidelberg, de fecha 15 de
septiembre de 1942, obrante en los archivos de la Association Curie et
Joliot-Curie.
[127]
Johannes Hans Daniel Jensen (1907-1973), físico alemán, premio Nobel de la
especialidad en 1963, participó en la Uranverein desde 1939, haciendo
algunos viajes a París en concepto de científico perteneciente a aquel.
[128]
Irène Joliot-Curie y sus dos hijos pasaron clandestinamente a Suiza en junio de
1944, lo que dio más libertad de comportamiento resistente a su marido,
Frédéric Joliot, en los últimos días de los militares alemanes en París.
[129]
Las primeras cantidades ponderables del nuevo elemento, el plutonio, fueron
preparadas finalmente por Glenn T.
Seaborg (1912-1999) y sus colegas en agosto de 1942, gracias al ciclotrón de
Berkeley.
[130]
Los deuterones son núcleos de deuterio, isótopo estable del hidrógeno, formados
por un protón y un neutrón.
[131]
Entre los más importantes, se contaban André Berthelot, Robert Courrier, Antoine
Lacassagne, Alain Horeau, Pierre Sue y Daniel Bovet.
[132]
Véase Pierre Radvanyi, Les génies de la Science, nº 9 (Frédéric
Joliot), en www.pourlascience.fr,
entrada de 1 de noviembre de 2001.
[133]
Dicha zona, a partir de noviembre de 1942, se extendería a casi toda Francia,
al desaparecer el privilegio de desmilitarización de la zona regida
directamente por el gobierno de Vichy.
[134]
Por motivos que el sabría, Mathias Schlosser no quiso hacer explícita la
matrícula de su coche.
[135]
En los años en que habitaron la casa (1912-1934), ya había fallecido el padre,
Pierre Curie, y la familia estaba compuesta, en su núcleo, por Marie Curie y
sus dos hijas, Irène y Ève.
[136]
En realidad, fueron 67 los años que vivió, entre 1867 y 1934.
[137]
Se dice, al parecer, con fundamento que Marie Curie sospechaba que el interés
de Joliot por su hija Irène era fruto de los deseos de medrar más aprisa. La
realidad desmintió a la ilustre dama.
[138]
Sus edades respectivas eran entonces de 13 y 9 años.
[139]
Aunque los lectores lo comprenderían sin necesidad de
advertencia, me siento en la obligación de indicar que la participación de
Mathias Schlosser en este viaje es completamente imaginaria.
[140]
Como así ha sido en efecto, como lo evidencian las dedicaciones profesionales
de su dilatada vida (nacida en 1927, continúa, felizmente, en este mundo -datos
de enero de 2024-).
[141]
Se trataba de un aparato derivado del espectrómetro de masas ordinario, que fue
empleado para separar, a cada vez con más perfección y pureza, los isótopos
radiactivos de uranio 235 y los estables de uranio 238. Este mecanismo permitía
el enriquecimiento del 235U hasta términos que permitiesen
utilizarlo como explosivo para las bombas atómicas, caso de emplearlo en
cantidad que alcanzase la llamada masa crítica (unos 45 kg,
aproximadamente). El calutrón fue diseñado por el físico Ernest O.
Lawrence hacia 1942 y empezó a funcionar industrialmente al año siguiente. En
consecuencia, el relato se vale aquí de un recurso literario, consistente en
adelantar al verano de 1941 la existencia de los calutrones y el conocimiento
de ello por el profesor Joliot.
[142]
¡Tocado!, expresión procedente del campo de la esgrima.
[143]
Himno muy conocido y empleado por el régimen de Vichy, a mayor honra y gloria
de su jefe del Estado, mariscal Philippe Pétain.
[144]
En fecha tan avanzada como el 27 de agosto de 1943, Joliot respondió a una
carta del secretario de Estado de producción industrial de Vichy, Jean
Bichelonne (1904-1944), asegurándole que: He tenido ocasión muchas veces de
precisar mi posición a representantes de los servicios alemanes y ellos saben
que rehusaré toda participación en el esfuerzo científico de guerra alemán. Por
otra parte, no se me ha hecho hasta ahora ninguna proposición de este tipo. Véase,
carta de Frédéric Joliot a Jean Bichelonne de 27 de agosto, en respuesta a otra
de Bichelonne del 25 de agosto, en los archivos de la Association Curie et
Joliot-Curie.
[145]
Complejo hospitalario fundado en 1922 en Leysin (cantón de Vaud) con el
objetivo de que profesores y estudiantes universitarios suizos recibiesen el
mejor tratamiento posible para las tuberculosis susceptibles de curación.
Contribuyeron a su creación y mantenimiento las universidades de Basilea,
Berna, Ginebra, Lausana, Neuchâtel y Zúrich. Excepcionalmente, se admitieron
pacientes venidos del extranjero, como la profesora Joliot-Curie.
[146] Aunque los lectores lo comprenderían sin necesidad de advertencia, me siento en la obligación de indicar -como lo hice antes, en la nota 139- que la participación de Mathias Schlosser en este segundo viaje es completamente imaginaria.
[147]
Fernand Holweck (1889-1941), investigador jefe del Centre National pour la
Recherche Scientifique de París. Véase su necrológica: S. Rosenblum &
S.E. Luria, Fernand Holweck (1889-1941), Science, vol. 96, nº 2.493
(octubre de 1942), pp. 329-330.
[148]
Histórica cervecería alsaciana establecida en Hochfelden. Para más detalles,
véase el capítulo 1 de la primera parte de este relato, en este mismo blog (entrada
del 19 de diciembre de 2023).
[149] En concreto, entre 1912 y 1932. La razón
tiene mucho que ver con la enemistad franco-alemana, derivada de la I Guerra
Mundial (1914-1918).
[150]
Es decir, de flores azules, blancas y rojas, como afirmación de la patria
francesa.
[151]
André-Louis Debierne (1874-1949), químico-físico francés, profesor en el
Instituto del Radio, descubridor del actinio.
[152]
Jacques Solomon (1908-1942), físico francés muy destacado. Sobre él, véase,
Martha Cecilia Bustamante, Jacques Solomon (1908-1942) : profil d'un
physicien théoricien dans la France des années trente, Revue d'histoire des sciences, tomo 50, núms.
1-2 (1997), pp. 49-87, espec. pp. 63-69 (artículo de libre acceso por
Internet).
[153]
Mont Valérien fue uno de los lugares predilectos de los alemanes para
ejecutar a rehenes y resistentes franceses, calculándose en unas mil las
ejecuciones durante los cuatro años de ocupación. En mayo de 1942, fueron 84
los ejecutados. El mismo día en que fue fusilado Solomon lo fueron también los
profesores Georges Politzer y Jean-Claude Bauer.
[154]
Véase antes, nota 95 y partes de este relato en ella aludidos.
[155]
Véase la nota 104 y el texto del relato a que la misma se refiere.
[156]
Fecha hoy (2024) predilecta de los historiadores. Anteriormente se daba la de
17 de febrero de 1944.
[157]
Todo lo recogido en este párrafo del texto es puramente imaginario.
[158]
Con todo, hay quienes tienen otro concepto del heroísmo, como el filósofo
francés, Georges Canguilhem (1904-1995), cuando, en un homenaje en 1969, de
tantos como se le dedicaron a Jean Cavaillès después de la guerra, pronunció la
siguiente frase interpelativa: "Un filósofo matemático cargado de
explosivos, un lúcido temerario, un decidido sin optimismo. Si eso no es un
héroe, ¿qué es un héroe?" Yo bien sé lo que Riezler -y también Schlosser-
le habrían respondido.
[159]
De hecho, se recuerda la estampa del profesor Joliot desplazándose en
bicicleta, de localidad en localidad, o para trasladarse hasta París.
[160]
Schlosser se refiere al periódico Libération que apareció entre 1941 y
1964, fundado en plena guerra mundial por Jean Cavaillès y Emmanuel-Raoul
d’Astier de la Vigerie (periodista y político, 1900-1969). El actual Libération
fue fundado en 1971, bajo los auspicios del filósofo y escritor, Jean-Paul
Sartre (1905-1980) y continúa publicándose en la actualidad (2024).
[161]
Frédéric Joliot falleció el 14 de agosto de 1958.
[162]
Cuanto se expone a continuación ha sido recogido por el periodista, Édouard
Launet, On faisait sécher 200 kilogrames d’explosif, Libération,
25-08-2004 (véase www.liberation.fr).
[163]
Henri Moureau (1899-1978), destacado químico francés, que también había
dirigido el traslado del agua pesada fuera de París, para evitar que cayese en
manos alemanas. En 1941 había sido nombrado director del laboratorio municipal
de química de Paris.
[164]
Réné Audubert (1892-1957), científico francés especializado en
electromagnetismo. Participó también en la evasión del profesor Paul Langevin y
en la ocultación de judíos. Su principal ayudante fue la química Marguerite
Quintin (1895-1986), también partícipe en las actividades de la Resistencia.
[165]
Esta información, detallada y fidedigna, llegó al administrador del Colegio de
Francia mediante una carta, recibida por el mismo en febrero de 2000. Adveró
los datos de dicha carta Pierre Davalan, técnico de laboratorio del profesor
Joliot.
[166]
La Ville lumière, quizá la más hermosa metáfora inventada para ensalzar
París. La obra más conocida sobre los apasionantes avatares de la liberación de
París es: Dominique Lapierre y Larry Collins, ¿Arde París?, Éditions
Robert Laffont, París, 1964 (traducción española en la editorial Plaza y
Janés).
[167] En aquel momento, Joliot ya era el nuevo
director del CNRS (Centro Nacional para la Investigación Científica) por
decisión inmediata del Consejo Nacional de la Resistencia, que posteriormente
ratificaría el general Del Gaulle.
[168]
Al parecer, se trataba de un coronel, Boris Pash -véase nota siguiente- y del
capitán J. Calvert, al que alguna fuente gradúa como mayor.
[169]
Se trataba de la llamada misión ALSOS, creada en noviembre de 1942
dentro del proyecto atómico norteamericano Manhattan, y que estuvo
presidida por el coronel, Boris T. Pash (1900-1995). Sobre ALSOS, véanse
dos libros escritos por figuras relevantes de dicha misión: Boris T. Pash, The
ALSOS mission, Charter Books, Nueva York, 1980; Samuel A. Goudsmit, Alsos,
AIP Press, Nueva York, 1995 (la primera edición data de 1947), espec. pp.
34-49 (Operación Cellastic, o investigación centrada en F. Joliot y el
grupo de físicos nucleares de París). Correcto y de libre acceso por Internet
el resumen anónimo, Operation Alsos, en www.codenames.inf.
[170]
Este paso de Joliot por Londres para someterse a nuevos interrogatorios es
completamente real. En Londres, la encuesta corrió a cargo del importante
físico nuclear de origen neerlandés, Samuel A. Goudsmit (1902-1978), a la sazón
empleado en la misión ALSOS.
[171]
Véase antes, la nota 167. CNRS es un acróstico francés por “Centro Nacional
para la Investigación Científica”.
[172]
Entre 1945 y 1949, el territorio alemán estuvo dividido en cuatro zonas de
ocupación militar, a cargo de Los EE.UU., la U.R.S.S., el Reino Unido y
Francia. La zona francesa se extendía por el suroeste de Alemania, con
Baden-Baden como capital.
[173]
Marie-Joseph-Pierre Koenig (1898-1970), militar y político francés, que fue
gobernador militar de la zona de ocupación francesa en Alemania entre julio de
1945 y octubre de 1949. Con posterioridad a los hechos narrados por Mathias
Schlosser, Koenig fue ascendido a mariscal de Francia.