Del Expediente Picasso, a la
droguería de Pasalodos
Por Federico Bello Landrove
He aquí un relato
histórico, cuya parte fantaseada -lo relativo al protagonista, el capitán
Plaza- pudo ser tan verdad como el resto. Numerosas son las lecturas en que la
narración se basa: Recogerlas todas en notas a pie de página es tarea excesiva
e inútil para la naturaleza de este trabajo[1]. Escribo a poco más de un año de cumplirse el
primer centenario del Desastre de Annual. Sirva pues mi empeño de recuerdo a
cuantos allí murieron, y al general Picasso, cuyo Expediente es el
documento más profundo y valiente de cuantos recogieron aquellos hechos.
Bandera de la República del Rif
1. Un pariente escurridizo
-
Tía,
¿te suena que algún familiar nuestro haya sido militar?
Tía abuela Rosa
levanta la vista del solitario que estaba a punto de salirle y queda suspensa
por unos instantes. Luego, volviendo sus ojos azules a mi humilde persona de
alevín de jurista, responde con su mejor táctica gallega:
-
¿Y
luego, rapaz? ¿Por qué lo preguntas?
En cualquier otra
circunstancia le hubiera aclarado conceptos, o le habría contestado no sé; por curiosidad. Pero esta vez
me dejó cortado, pues el motivo era muy particular y, de mano, yo no quería que
se supiera -¡vaya usted a saber por qué!-. El hecho es que hasta me puse un
poco colorado y buena era ella para cazar al vuelo todas mis emociones. De modo
que, sin confianza alguna en que me creyera, inventé un pretexto:
-
Algo
sentí a mamá y pensé que tú estarías mejor informada…
-
…
Aunque solo sea por mi edad, ¿verdad?
No parecía muy
dispuesta a soltar prenda, como si la cuestión tuviera algo de vergonzoso, o de
oculto. Volvió a dejar pasar unos momentos y, por fin, sentenció:
-
Déjame
acabar el solitario y refrescar luego la memoria. Llevo una temporada que
parece como si se me fueran los recuerdos.
Muchos años
después, también yo padezco del mismo mal, pero entonces me pareció una
disculpa. Hoy bien sé que hay que escribir las cosas para que no se olviden.
Como dijo alguien, recuérdalo tú y recuérdalo a otros[2].
Tal vez por eso, me he decidido, ya en la vejez, a plasmar en letra impresa
esta -en mi opinión- interesante historia.
***
Todo había
empezado, dos o tres días antes, durante mis escapadas al trastero de la vieja
casa familiar, una de las escasas distracciones que me podía permitir en
aquellas interminables estancias veraniegas en Valladolid, cuando nos
turnábamos para controlar y acompañar a las veteranas de la familia. Mi
abuela ya tenía la cabeza perdida. La tía Rosa, que frisaba la entonces casi
inalcanzable ochentena, aún se mantenía arrecha y, pese a su pesimista
introspección, seguía teniendo una memoria envidiable, sostenida a base de
crucigramas, naipes y revistas de sociedad. Y, para atender a las dos
señoras, su sirvienta de toda la vida quien, pese a su terne naturaleza
pueblerina, empezaba ya a estar, más para que la cuidasen, que para
cuidar.
Estábamos en que una
mañana de tantas, pese a que la operación no era bien vista por la tata,
cogí de la despensa la llave del desván y eché escaleras arriba, con la
consiguiente advertencia de la desobedecida:
-
A
ver si no bajas con más mierda, que luego me toca limpiarla a mí.
La famosa eme era
de lo más variado, con predominio de viejos libros de texto, revistas
antediluvianas, cromos, algún costurero, o medallas y estampas de los más
variados santos y Vírgenes. La verdad es que, arriba, lo revolvía todo,
pero solo bajaba objetos no muy voluminosos, con la finalidad inmediata de
explorarlos, y la secreta de llevarme algún retazo del pasado para mi casa,
eludiendo así el riesgo de que acabasen en la basura o -lo que aún juzgaba más
ominoso entonces- en manos de mi tío Lorenzo, o de algunos de mis numerosos y
poco apreciados primos.
Y explorando me
hallaba cuando, bajo un desvencijado sillón tapizado con gutapercha, apareció un
viejo tomo encuadernado en negro, con una etiqueta de piel, donde podía leerse:
Copiador de Cartas. Aunque mis estudios jurídicos aún no habían llegado
al Derecho Mercantil, me percaté al punto de que se trataba de una apariencia
de libro de comercio. Y digo apariencia porque, apenas hojeé las
primeras páginas, constaté que me hallaba ante un verdadero diario personal,
aunque no original, sino una copia, tal vez íntegra y de la propia mano del
autor de aquel.
Ni que decir tiene
que bajé a casa con el libro, disimulado entre un Blanco y Negro y un Lecturas
de la misma procedencia[3].
Ya en mi cuarto, abrí el balcón y soplé cuanto pude el polvo del canto de las
páginas.
***
Con letra regular
y bastante clara, entre redondilla y cursiva, se hacía constar en la primera
página, textualmente, lo que sigue:
Memorial
redactado por el Capitán de Caballería, del Cuerpo de Estado Mayor, Don Carlos
Plaza López, a fin de hacer constar, cronológica y sucintamente, su
intervención personal en la Información Gubernativa para esclarecer los
antecedentes y circunstancias que concurrieron en el abandono de las posiciones
de Melilla ante el ataque del enemigo; la cual fue instruida por el General de
División, Don Juan Picasso González, por Orden del Ministro de la Guerra de 4
de agosto de 1921, entre el 13 de agosto de 1921 y el 18 de abril de 1922.
Entre la noche de
aquel día y las dos siguientes, leí y releí cuanto en el libro estaba escrito;
primero, de forma rápida, de esas que vulgarmente se califican como devorar.
Luego, más pausadamente, para ir digiriendo aquel vasto menú,
difícil de seguir y de entender para un adolescente que apenas había oído
hablar del Desastre de Annual, ni de otro Picasso que no fuera el famosísimo
pintor[4];
torpe consecuencia de la actitud tan corriente en los profesores de aquel
tiempo, de no pasar de la Guerra de la Independencia o, como mucho, de la
Dictadura de Primo de Rivera, no siendo que se fueran de la lengua y acabasen
sancionados -algunos, no por primera vez-. Con todo, lo más necesario y urgente
me parecía aclarar quién era aquel Carlos Plaza y qué tenía que ver con nuestra
familia, hasta el punto de haber ido a parar al desván su personal diario de
aquellos ya lejanos tiempos.
Finalmente, logré
que tía Rosa soltase prenda. Mientras aguardábamos la llegada de la cena
invariable -sopa y pescado blanco rebozado-, reanudó nuestra interrumpida
plática de la tarde, ahorrándose ya cualquier pregunta sobre mi repentino
interés por algún posible pariente, que hubiera ejercido el esclarecido oficio
de las armas:
-
Harías
mejor en preguntarle a tu madre a quién tenía en mente cuando se refería a un
pariente militar. Desde luego, yo no recuerdo más que al primo Carlos…, aunque
no creo que nadie lo recuerde con otro uniforme que no sea la bata de mancebo
de farmacia.
El nombre, por
supuesto, coincidía con el del capitán de Caballería, como también el hecho de
que mi tía abuela se apellidase López, por parte de madre; pero era un
apelativo tan corriente, que tenía que traer a colación el de Plaza, que tal
vez nosotros hubiésemos perdido.
-
Así
que dependiente en una botica -reiteré-. ¿Y cómo es que colgó el uniforme y
vino en despachar aspirinas? ¿No será que lo expulsaron cuando la guerra civil?
-
No,
no -refutó mi tía-. La cosa viene de mucho antes; y no es que lo echasen. Según
tengo entendido, le soltó cuatro frescas al Dictador y se marchó dando un portazo, como si dijésemos.
-
¿Y
qué es de él ahora? ¿Vive todavía?
-
Va
para quince años que murió de cáncer. No era muy mayor, andaría por los
sesenta. De hecho, era varios años más joven que yo; así que ya ves. Ni de la
jubilación llegó a disfrutar.
Estaba dudando
sobre insistir, pidiéndole nuevos datos, pero ella aún añadió bastantes cosas
más. Parecía que hubiera reventado el dique de sus recuerdos:
-
Le
cambió la vida -prosiguió-, ¡vaya que le cambió! Para empezar, lo dejó tirado
su novia de toda la vida. Luego, sin derecho a pensión y en la flor de la edad,
no tuvo más remedio que volver a Valladolid, a casa de sus padres. En cuanto
pudo, se colocó en lo primero que le salió. Y no le fue mal, ni mucho menos.
Era un comercio muy importante, para aquella época. Figúrate, droguería,
perfumería y farmacia, todo en una pieza, y en un sitio muy céntrico. En
principio, estuvo de dependiente en el almacén, pero pronto lo pasaron a trabajar
en la farmacia, que estaba puerta con puerta y era de la misma familia. Dicen
que, además de atender con gran cortesía a la clientela, tenía muy buena mano
para el laboratorio; ya sabes, fórmulas magistrales y todo eso.
Una sonrisa se
dibuja en sus labios, cuando hace un alto para tomar aire y servir la sopa, que
ya humea en el centro de la mesa. Pero prosigue en seguida:
-
Atendía
muy bien a todos, aconsejando remedios y descontándoles la calderilla, si le
constaba que andaban apurados: Fue muy dura aquella primera época, con la
crisis mundial y, luego, nuestra guerra. La gente lo apreciaba mucho; tanto,
que en el mostrador -como quien dice- encontró pareja.
-
¡No
me digas!
-
Sí
te digo: La prima Aurita, una buena mujer. Había quedado viuda cuando la guerra
de Marruecos. Eso debió de ser lo que les hizo fijarse al uno en la otra, pues
Carlos también había andado por Melilla cuando lo del Desastre.
-
¿Pegando
tiros?, pregunté con malicia.
-
No,
¡qué va! El primo iba acompañando a un general, un tal Picasso, tratando de
averiguar lo que había pasado para que murieran los soldaditos a miles. De
aquellos polvos creo que vinieron luego los lodos de su marcha del Ejército;
pero no me hagas mucho caso, que yo de política, ni pum. Si viviera tu abuelo,
él sí que podría informarte. Hasta creo que Carlos le hizo un relato escrito de
aquellos sucesos, de tanto como le insistió. ¡Quién sabe por dónde andará!
Así que, como
habría dicho la tata, ¡justos son los toros! Ya solo me quedaban en el
tintero algunas preguntas secundarias, pero la tía Rosa no había acabado
todavía:
-
No
tuvieron hijos y estaban tan compenetrados, que ella le siguió a la tumba al
cabo de unos meses. Cuando leyeron el testamento, se vio que habían dejado lo
poco que tenían a tu tío Fernando, que estuvo haciéndoles la rosca todo lo que
pudo.
Aunque las
compartiera, no me interesaban en ese momento las diatribas contra el hermano
mediano de mi madre; de suerte que derivé la conversación por otros derroteros:
-
¿Sigue
existiendo la farmacia donde trabajó el primo?
-
¿La
de Pasalodos? Sí, por cierto, aunque en manos de otro boticario[5].
-
¿En
qué calle está?
-
¡Chico,
qué curiosidad te ha entrado! Está muy cerca de aquí, en Teresa Gil, casi
desembocando ya en El Campillo.
Aquí acabó todo,
por el momento. Como se figurarán, en mi maleta, de vuelta a Salamanca, llevaba
el famoso Copiador de Cartas, que ya había leído de cabo a rabo unas
cuantas veces. En casa, para que nada dijeran, lo escondí entre los apuntes
académicos, metido en una carpeta. Estuvo a punto, más de una vez, de fenecer
junto con las notas a ciclostil que lo encubrían, en alguno de tantos expurgos,
fruto de las mudanzas o del desapego que la juventud suele sentir hacia el
pasado. Pero, finalmente, ha sobrevivido y aquí tienen ustedes la transcripción
del mismo, acompañada de las notas y apostillas que he ido recopilando para su
mejor entendimiento. Para mayor comprensión de los lectores, emplearé la letra
cursiva para el texto de mi primo lejano.
2. De Melilla a Alhucemas, ida y vuelta
(primera parte)
En Zaragoza, a 8
de agosto de 1921.
Siendo las nueve
treinta horas de dicho día, lunes, recibo en mi despacho de Capitanía General
una llamada telefónica, procedente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, de quien dice ser el Auditor de Brigada, Don
Juan Martínez de la Vega, explicándome que, por orden del General de División,
Don Juan Picasso, me ofrece la posibilidad de acompañarlos a Melilla, en mi
calidad de Oficial del Estado Mayor, a fin de cooperar en la confección de una
Información Gubernativa, ordenada por el Sr. Ministro de la Guerra, para
esclarecer los antecedentes y circunstancias del reciente desastre sufrido por
el Ejército español en el territorio de la susodicha Comandancia. Le pregunto
respetuosamente si el encargo tiene carácter voluntario y, en su caso, si
cuenta con la pertinente autorización de mis Superiores, lo que ignoro, entre
otras cosas, por hallarse los mismos de licencia por vacaciones, dada la fecha.
El citado Auditor me indica que la comisión de servicio que me ofrece solo
pende de mi aceptación, al contar ya con la pertinente venia del Ministro de la
Guerra y del Jefe de Estado Mayor, Capitán General Weyler. Comprendiendo mi
perplejidad, el Auditor me indica que permanezca a la escucha, pues me va a
hablar el General Picasso, presente en el despacho del Consejo Supremo desde el
que me está hablando.
Gracias a la
consulta de su expediente personal en el Archivo General Militar, he constatado
que el Capitán Carlos Plaza López estaba destinado, en la fecha que se indica,
en la Sección de Estado Mayor de la V Región Militar, con sede en Zaragoza. Por
lo demás, es sabido que el Ministro de la Guerra, Vizconde de Eza, confirió el
encargo expresado al General de División Picasso, auxiliado en calidad de
Secretario, por el Auditor de Brigada Martínez de la Vega, por Real Orden
Comunicada de 4 de agosto de 1921. Es de destacar que, ni el 4 de agosto, ni el
8 del mismo mes, habían terminado las hostilidades y operaciones del Desastre,
toda vez que la discutida y trágica capitulación de Monte Arruit no se produjo
hasta el día 9[6].
Seguidamente, toma
la palabra quien dice ser el General Picasso, quien me manifiesta que, para su
comisión en Melilla, cree muy conveniente tener como ayudante a un joven
oficial de Estado Mayor, con mucha objetividad de criterio y buen conocimiento
de las campañas coloniales, circunstancias todas ellas que le ha informado
poseo mi compañero, y ahora Diputado, Arsenio Martínez-Campos. Me ruega que
acepte el encargo, que procede de un compañero de Arma y Cuerpo, como es él,
máxime no teniendo obligaciones familiares, y en recuerdo y justicia de tantos
militares muertos. Me veo moralmente obligado a ponerme a sus órdenes, que son
las de personarme en Madrid, a más tardar, el próximo jueves, día 11. De no
serme posible, habré de hallarme en los muelles de Málaga, a primera hora del
día 13 de los corrientes, para embarcar con él en el navío militar que nos sea
asignado para el transporte hasta Melilla. Me recuerda la conveniencia de
cargar en la maleta los libros franceses más pertinentes al caso, lo que me
hace suponer que ha sido informado de mi estancia en l’Ecole Superieure de Guerre. Termino
la comunicación indicándole que prefiero encontrarle en Málaga, para así tener
algún día más para documentarme y reflexionar sobre lo sucedido, y hacer los
oportunos preparativos del viaje.
Tanto el general
Picasso, como el político y militar, Arsenio Martínez-Campos y de la Viesca
-nieto del famoso Capitán General del mismo nombre, que se pronunció en Sagunto
en 1874, a favor de la entronización de Alfonso XII- eran Oficiales del Arma de
Caballería y del Cuerpo de Estado Mayor. Habiendo nacido Martínez-Campos en
1889 y mi pariente en 1890, es seguro que habrían coincidido en la Academia
vallisoletana durante su formación militar, aunque no fuera dentro de la misma
promoción. En cuanto a la estancia del capitán Plaza en la Escuela Superior de
Guerra de París, consta en su expediente que, terminadas sus prácticas como
Oficial español de Estado Mayor, obtuvo una excedencia semestral para seguir en
la afamada institución francesa un Curso sobre Táctica y Estrategia de la
Guerra Colonial, concluido el cual fue destinado a la Sección de Estado Mayor
de la Capitanía General de la V Región Militar, con sede en Zaragoza, donde se
hallaba al recibir la expresada conferencia telefónica.
General Juan Picasso
En Málaga, a 13 de
agosto de 1921.
Siendo las ocho
horas del citado día, me constituyo en el puerto de esta ciudad, en la zona
actualmente acotada para fines militares, encontrándome con una numerosa
presencia de efectivos del Ejército, ya que están a punto de embarcar en el
cañonero Lauria un batallón del Regimiento de San Fernando y una compañía de
ametralladoras del de Ceriñola, con el mismo destino melillense que nosotros
tenemos asignado. Abriéndome paso, alcanzo un pequeño despacho en uno de los
almacenes portuarios, frente al buque en que todos hemos de embarcar y,
haciendo valer mi graduación y encargo, doy orden de que me avisen tan pronto se
presenten en los muelles las personas a las que estoy esperando. Un teniente me
informa de que está previsto que zarpemos a media mañana, sin hora prefijada.
La información
ofrecida por mi pariente coincide con la realidad histórica de los hechos. El
cañonero Lauria tuvo un papel importante en esos primeros momentos de la
reacción militar española al Desastre, y los regimientos de San Fernando y
Ceriñola fueron trasladados por partes a Melilla, formando parte de las
numerosas fuerzas llevadas desde la Península y la Zona occidental del
Protectorado para defender la Plaza, en número de más de 30.000 hombres hasta
la fecha del 13 de agosto, a la que corresponde esta entrada del Diario del
capitán Plaza.
Al cabo de una
media hora, me avisan de que ha llegado el Auditor de Brigada Martínez de la
Vega, designado por el Ministro Secretario de las investigaciones. Acudo ante
él a presentarme y me saluda de manera afectuosa, indicándome que el General
Picasso llegará a eso de las diez, pues aprovechará al máximo el tiempo hasta
embarcar, dado que tiene en Málaga -de donde es natural- un buen número de
parientes. En parte, por hablar de algo, en parte, con cierta inquietud,
pregunto al Auditor si no vienen con nosotros otras personas, en calidad de
ayudantes o auxiliares para nuestra tarea, a lo que me contesta que nada se
preveía al respecto en la Real Orden, sin perjuicio de lo cual el General hizo
algunas gestiones personales, de las que solo la mía resultó fructífera. Sin
duda -agrega-, se completará en Melilla el personal necesario para cumplir
rápida y eficazmente la labor encomendada, contando con la cooperación de las
Autoridades de la Plaza.
El aludido, Don
Juan Martínez de la Vega y Zegrí, fue, en efecto, la única persona designada en
la Real Orden de 4 de agosto de 1921 para auxiliar al General Picasso en su
ímproba tarea, en calidad de Secretario. Estaba destinado a la sazón en el
Consejo Supremo de Guerra y Marina y, quince años más tarde, tendría un
lamentable final[7]. Es
cierto que el General Picasso era natural de Málaga[8]
y, por tanto, resulta verosímil lo que de él manifestó el Auditor.
Estando aún
conversando, llega el General Picasso, quien me es presentado por el Auditor.
Inmediatamente es cumplimentado por el Capitán del Lauria, que lo invita a subir a
bordo y ocupar el camarote a él reservado. Así lo hace, acompañado por Martínez
de la Vega y yo mismo, que no tenemos fijado acomodo, dado lo corto de la
travesía. El General ordena que dejen también nuestros equipajes en su cámara,
y en ella nos sentamos a conversar, desechando otros lugares teóricamente más
amplios, pero que van a ser inmediatamente ocupados con el embarque de las
tropas. En lo que a mí respecta, el General me agradece la disponibilidad en
ofrecerme voluntario para esta comisión, reiterándome que fui recomendado a él
por mi compañero de armas, ahora Diputado, Don Arsenio Martínez-Campos, quien
ponderó al General mi buena preparación, la experiencia en asuntos marroquíes y
la circunstancia de no militar “en organizaciones que pudiesen perjudicar mi independencia
de criterio”[9].
Agradezco los elogios, sin duda excesivos, y me pongo total y fielmente a sus
órdenes, que me dice son las de examinar los tristes sucesos producidos a la
luz de la táctica militar, dejando los temas de responsabilidades para quienes,
como el Auditor y él mismo, son más duchos en esas cuestiones, por formación o
por experiencia. Interviene Martínez de la Vega, para transmitir al General mi
sorpresa por la ausencia de otros oficiales que cooperasen en la investigación.
Picasso me confiesa que varios otros colaboradores posibles declinaron su
ofrecimiento, por unas u otras razones, pero que “vale más estar solo que mal
acompañado”. De todos modos -concluye-, contaremos con la ayuda
indispensable, tan pronto lleguemos a Melilla, cuando menos, por parte del personal
militar de oficinas. En cuanto al resto, ya se irá viendo, según nuestras
necesidades y la superación de la grave situación actual que sufre la Plaza a
que nos dirigimos.
Quiero hacer dos
precisiones sobre este párrafo. En primer lugar, en lo relativo a la
experiencia del capitán Plaza en asuntos de Marruecos, consta en su expediente
personal que el periodo bienal de prácticas correspondiente a los estudios de
Estado Mayor[10] lo
cursó en el Estado Mayor de Tetuán, por el que fue comisionado a diversas
Unidades de la zona occidental del Protectorado -en concreto, en Ceuta y
Larache-. Y, en segundo lugar, es claro que la Real Orden de 4 de agosto de
1921 no previó para la investigación del General Picasso otras ayudas que la
del Auditor de Brigada, Martínez de la Vega, como Secretario del Expediente, y
las oportunas dietas para cubrir gastos, dado que la instrucción del asunto
había de hacerse en Melilla. De hecho, las fuentes no recogen otras
colaboraciones nominales que la frustrada del Coronel Batet y la toma de
declaraciones, a cargo del Teniente Coronel Calero, a las que haré referencia
más detallada cuando sean aludidos estos jefes en el Diario de mi pariente.
En Melilla, a 26
de agosto de 1921.
Cuando me
encontraba satisfecho de la marcha de mis indagaciones, he aquí que me ha
mandado llamar el Auditor para comunicarme que hay complicaciones con el
General en Jefe. “¿Cómo no? Eran de esperar” le he respondido, dejándolo perplejo. Y agregué:
“No se podía confiar en que recibiera de buen grado a quienes pueden hundir su
carrera con una investigación oficial”. Martínez de la Vega ha sonreído y me ha
puesto en antecedentes de la incidencia. Resulta que, a los dos días de llegar
aquí, Picasso se dirigió por escrito al General Berenguer para solicitarle el
plan general de operaciones que había guiado la actuación del General
Silvestre; algo muy lógico, y hasta imprescindible, pero que, pedido por escrito
y apenas caídos en este avispero, ha puesto al requerido sumamente nervioso,
seguramente víctima de su falsa creencia en que la información oficial no iba a
alcanzarlo. Berenguer respondió que no se consideraba autorizado para
transmitir tal información, al tratarse de materia reservada, por lo que
trasladaba al Ministro de la Guerra la petición de Picasso. La respuesta llegó
el día de ayer y, como era de esperar en estas circunstancias bélicas, La
Cierva ha dado la razón a Berenguer, con una Real Orden en la que aclara al
General Picasso que los acuerdos, planes o disposiciones del Alto Comisario
quedan fuera de sus investigaciones, las cuales han de limitarse a los hechos
realizados por los jefes, oficiales y tropa, para deducir responsabilidades en los
casos en que no se hubieran cumplido las obligaciones militares.
En efecto, cuanto
se recoge en el párrafo anterior está debidamente acreditado ante la Historia.
El escrito de Picasso a Berenguer es de fecha 15 de agosto de 1921; la
comunicación de Berenguer al Ministro de la Guerra -Don Juan de la Cierva y
Peñafiel, desde el 14 anterior-, fue de 20 de agosto de 1921, y la Real Orden aclaratoria
para Picasso llevaba fecha de 24 del mismo mes. En principio, la reducción
a jefes, oficiales y tropa excluía, no solo a Berenguer, sino a los
otros dos generales implicados, Silvestre y Navarro; el primero de ellos había
fallecido el 22 de julio de 1921, aunque aún se le daba solo como desaparecido,
mientras el segundo había sido hecho prisionero el 9 de agosto, en la toma de
Monte Arruit por los rifeños.
Enterado de las
precedentes novedades, pido audiencia a mi General, aunque solo sea para darle
ánimos con mis progresos. Me recibe amablemente, pero noto que no pone mucha
atención a mis palabras. Le informo de que llevo muy avanzado el esquema de los
fallos y errores tácticos que condujeron al Desastre; de tal modo que, a falta
de correcciones o matices, creo poder ofrecerle mis conclusiones en no más de
una semana. Con segundas intenciones, le hago ver que malamente habría
conseguido yo nada, si lo hubiese pedido formalmente y por escrito, tanto por
el desorden y barahúnda que dominan en la Plaza, como por la reacción a la
defensiva que suele producir una investigación reglamentaria. Compañerismo,
buenas palabras, oídos bien despiertos y una actitud comprensiva y humana -le
digo- han hecho maravillas, y he podido ver planos y documentos, así como
recibir opiniones y juicios, que Vuecencia se asombraría de que obren el poder
de capitanes, tenientes y hasta sargentos. El General parece comprender la
censura implícita en mis palabras pero recalca que, dado su rango y la
necesidad de ser justo, no puede aceptar las limitaciones a su investigación
impuestas por el Ministro, por lo que se propone contestarlo, ofreciendo su
renuncia, de igual manera que ha hecho Berenguer, si La Cierva consideraba su
actuación como Alto Comisario motivo de análisis por Picasso. En ese momento,
siendo consciente de la oportunidad que podía perderse para que resplandeciesen
la verdad y la justicia, me dirigí con respetuosa firmeza al General y le
expuse con toda sinceridad: “Mi General, no irá a decirme que esperaba alcanzar
con su investigación a los políticos, sean los de Madrid, sean los de Tetuán.
De hecho, la Real Orden dejaba bien claro que las responsabilidades a depurar
eran militares. De ser civiles, tendrían que ser examinadas por las Cortes o el
Tribunal Supremo de Justicia. Y, si echa de menos a los generales, si excluimos
al Alto Comisario, los otros dos están, uno, seguramente muerto, y el otro,
cautivo de los moros. Así que…” El General se ha quedado pensando durante unos
momentos y, luego, me ha contestado: “Capitán, agradezco sus observaciones, que
entiendo dirigidas a animarme y que prosiga con mi labor. Pero nada me apartará
de defender mi prestigio y honor, en este caso, como en los demás avatares de
mi ya larga vida. Presentaré mi dimisión al Ministro y, si la acepta o no me da
una moderada satisfacción, dejaré plantada esta comisión, que con tan mal pie
ha comenzado…, aunque -como usted apunta- ya era de prever”. En fin, espero que
mis palabras le muevan a cierta reflexión y suavice sus ímpetus de marcharse.
Naturalmente, no
estoy en condiciones de afirmar que mi pariente tuviera la inteligencia y
valor, como para apostrofar de ese modo a todo un general, si bien está
claro -como veremos- que Picasso no estuvo muy firme a la hora de enfrentarse
con el Ministro y mantener a ultranza su renuncia al encargo. En cambio, es
totalmente cierto lo referente a que en ningún momento pudo ni soñar el
General con que su Expediente alcanzara a los políticos no militares;
como también lo es que el general Silvestre había fallecido[11]
y que, por aquel entonces, no era factible profundizar en las responsabilidades
del general Navarro[12],
quien no sería rescatado de las prisiones de Abd-el-Krim hasta enero de 1923,
como veremos.
En Melilla, a 3
de septiembre de 1921.
Hoy he dado fin a
mi breve documento de conclusiones tácticas fundamentadas, que presentaré en
breve al General, el cual he contrastado con lo que el Auditor Martínez de la
Vega va instruyendo a las órdenes de Picasso. El citado Auditor me ha puesto al
corriente de un hecho curioso: el cruce de comunicaciones entre nuestro General
y el Ministro de la Guerra. En efecto, el día 31 de agosto -como ya me había
adelantado-, Picasso envió un correo a La Cierva, mostrándole su desacuerdo con
la inmunidad de los generales, por entender que se debía investigar sin
exceptuar a nadie, incluidas las más altas instancias del Ejército, ya que no
se podían concretar las responsabilidades a sucesos incidentales, consecuencia
natural y obligada de los errores y desaciertos del mando; y terminaba
ofreciendo la posibilidad de que se le relevase de la comisión encargada, para
continuar su trabajo como representante militar español ante la Sociedad de
Naciones. Pues bien, al día siguiente, primero de septiembre, sin que su
carta hubiese lógicamente llegado a
Madrid, recibió Picasso por telegrama una Real Orden, en la que se consentía en
que la investigación en curso se extendiera también a los generales, siempre
que hubiesen tenido mando y participación directos en la campaña; lo que,
leyendo entre líneas, mantenía al Alto Comisario Berenguer como intocable, pero
permitía depurar las responsabilidades de los generales Silvestre y Navarro.
Hasta aquí, la
exposición del capitán Plaza se ajusta a los hechos históricos, tanto en el
cruce y contenido de misivas, como en el hecho de que Picasso era agregado
militar español en la Sociedad de Naciones. También parece cierto que el
General reflexionó acerca de su idea prístina de dimitir tajantemente, dando
así al Ministro la oportunidad de concluir por su parte el enfrentamiento, en
la forma que veremos a continuación.
En Melilla, a 8 de
septiembre de 1921.
A eso de las diez
de la mañana, cuando estaba departiendo con el intermediario marroquí, Señor
Dris Ben-Said, recibo el aviso de que acuda urgentemente al despacho del
General Picasso. Compruebo que en uno de los bolsillos de la guerrera guardo un
documento destinado al General, redactado hace ya un par de días, y comparezco
a su presencia. Le noto muy alterado. Tan pronto entro y cierro la puerta, se
levanta del sillón y viene hacia mí con un papel en la mano. “Lea, Plaza, lea
usted y dígame si esto es una investigación oficial o un pasteleo”. Tomo en mis
manos el documento, mientras el General se sienta en un diván y me invita a
hacer lo propio en una butaca aneja. Compruebo que se trata de un telegrama del
Ministro de la Guerra, en el que -si la memoria no me es infiel- puede leerse
"Aunque es mi propósito que se juzguen esos tristes hechos con
imparcialidad, serenidad y necesaria extensión, parece llegado el momento de
que los datos obtenidos o que se obtengan, se sometan a instrucción judicial,
procurando formar tantos procesos como hechos ofrezcan caracteres singulares.
Para ello, el Juez instructor deberá dar cuenta el Alto Comisario de cada uno
de esos hechos, con su testimonio, y el Alto Comisario, haciendo uso de la
jurisdicción que, como General en Jefe le corresponde, designará los jueces que
sean necesarios ..." Es suficiente. Levanto la vista, tan irritado como mi
General, y le confieso: “Señor, ahora lamento profundamente haber sugerido a
Vuecencia, hace unos días, que se tomara con calma y buen ánimo las
interferencias de Berenguer. Esta resolución del Ministro, no solo cambia el
sentido de la investigación, de informativa a judicial, sino que subordina a Su
Excelencia, no al Ministro, sino al Alto Comisario, quien, además, puede
quitarle de las manos las partes de la instrucción que más le molesten y
entregarlas a cualquier adlátere bien dispuesto”. Picasso sonríe, recobra el
telegrama de mis manos y, ante mi estupefacción, parece ahora relajado, cuando
unos minutos antes se me mostró -o lo aparentó- presa de un monumental enfado.
“Está claro que, cuando tanto me atan, es que no tienen la intención de
aceptarme una renuncia: Si fuese de otro modo, no se tomarían tantas cautelas,
sino que me echarían, sin más. Así que voy a aceptar el reto. Para empezar, voy
a seguir recopilando información, sin meterme en berenjenales de culpables o de
personas procesables. En consecuencia, pondré buena cara a Berenguer y le daré
la impresión de que he entendido el mensaje de Madrid y voy, sin más, a cubrir
el expediente. Le haré ver que nada tiene que temer de mí independencia de
criterio. Sobre todo, procuraré impedir que nombre otros instructores, pues eso
sí que sería la ruina de mi trabajo. Y, cuando termine este -lo que no será
pronto- será el momento de enseñar las cartas de las responsabilidades, hecho
por hecho y persona por persona, dejando al margen al Alto Comisario,
naturalmente. Para entonces, ya veremos quiénes mandan y si se atreven a
bloquear o destruir una investigación que ya me encargaré yo de airear, con la
ayuda de los amigos de la justicia y los enemigos de Berenguer y de sus
protectores, que son muchos y poderosos, más de lo que algunos se creen. Se lo
debo a los diez mil que murieron aquí y a los jóvenes oficiales, como usted, o
como mi hijo, que merecen tener un ejemplo en que mirarse, dicho sea sin
presunción”. Se le nota emocionado, por lo que opto por no entregarle la minuta
que traía preparada, a que antes he aludido.
Una vez más, los
hechos susceptibles de corroborarse por otras fuentes resultan confirmados: Es
exacto el vergonzoso contenido del telegrama de La Cierva a Picasso -y también
comunicado a Berenguer-, que felizmente no cuajó en el nombramiento efectivo de
otros jueces instructores, a reserva del intento realizado cerca del entonces
coronel Batet, razonablemente rechazado por este[13].
Es también cierto que Picasso continuó con su instrucción sin mayores
inconvenientes por parte de Berenguer, hasta llegar al poco claro episodio de
bloqueo en el Estado Mayor de Tetuán, entre enero y septiembre de 1922, que más
adelante se detallará. Y es así mismo correcto que el hijo primogénito del
General Picasso era entonces un joven oficial del Ejército[14].
Sobre Dris Ben-Said volveremos enseguida. En cuanto al resto, son
conversaciones entre mi pariente y su General que, al ser en ausencia de
testigos, solo podemos valorar como coherentes con el contexto y verosímiles en
su contenido.
Abd-el-Krim
En Melilla, a
15 de septiembre de 1921.
Poco a poco, las
cosas se van normalizando, tanto en lo relativo a la seguridad de esta Plaza,
como en lo referente a la instrucción del expediente. Para la tarea, importante
y tediosa a la vez, de tomar declaraciones a implicados y testigos, el General
ha logrado que le autoricen a comisionar a oficiales de Estado Mayor. Yo le he dado
algunos nombres de compañeros de aquí que me parecen imparciales, si bien he
sugerido a Martínez de la Vega que se les facilite una guía con las preguntas
que han de hacer ineludiblemente; como también, habiendo recibido la impresión
de que se dirigían sugerentemente las respuestas, para conseguir la versión más
favorable para los declarantes, se lo he hecho saber a Picasso, a fin de que formulen
repreguntas o aclaraciones en los casos más evidentes de favoritismo.
Todo lo reflejado
en este párrafo se ajusta a lo manifestado por los estudiosos del Expediente
Picasso. Entre los colaboradores de Estado Mayor a la toma de declaraciones
se ha conservado memoria del entonces Teniente Coronel, Calero Ortega[15].
Según las fuentes, se tomó declaración a setenta y nueve implicados o testigos.
Entre tanto, Picasso personalmente -las notas manuscritas al margen lo
evidencian- estaba dedicado a la difícil labor de determinar el paradero actual
de los efectivos militares que habían participado en la ofensiva de Annual y la
ulterior retirada, hasta llegar a establecer la cifra total de 13.363 muertos[16]
-10.973 españoles y 2.390 indígenas al servicio del Ejército español-. En
el Apéndice de este relato me referiré con más detalle a los diversos números
de fallecidos, según criterio de quienes a ello se han referido.
Por mi parte, he
seguido las conversaciones con aquellos intermediarios que juzgo más serios y
que mejor pueden ayudarme en mi propósito de viajar hasta territorio rebelde; al
Señor Ben-Said, ya citado, he añadido al periodista y capitán excedente, Don
Antonio Got, quien tiene una información notablemente buena sobre los
prisioneros de guerra. Todavía no tengo hechos todos los preparativos, ni falta
que hace, en tanto no haya obtenido la venia del General para culminar mis
intenciones. De suerte que, por hoy, me limitaré a entregarle el documento de
conclusiones debidamente motivadas, a ver si coincide como mis apreciaciones y
lo considera, por ahora, suficiente, como para dejarme pasar a otras
actividades, también convenientes para dar a la investigación un carácter
completo. En esquema, entiendo que el Desastre del Ejército español se debió a
las siguientes razones: 1ª. Las líneas militares eran de excesiva extensión -más
de cien kilómetros- en relación con las fuerzas disponibles. 2ª. El avance se
produjo de forma pública y temeraria, sin tener en cuenta la posibilidad de
fuerte resistencia o contraataque del enemigo. 3ª. Las cábilas supuestamente
amistosas, situadas a nuestra retaguardia, permanecieron armadas, cuando su
fidelidad a España era muy dudosa. 4ª. El territorio intermedio entre Melilla y
el frente quedó defendido por unas ciento cuarenta posiciones dispersas, mal
abastecidas -incluso de agua y de municiones- y desorganizadas, lo que las
hacía difícilmente defendibles frente a un ataque o un breve asedio. 5ª. No se
previeron líneas escalonadas de apoyo bien dotadas en retaguardia, para
organizar una retirada, si esta era necesaria. 6ª. No quedaron en la base de
Melilla tropas suficientes de reserva, ni para proteger la retirada, ni para
defender eficazmente la Plaza en el caso de que fuera atacada.
En efecto, Dris
Ben-Said y Antonio Got Insausti fueron personas destacadas en la cooperación y apoyo
para la liberación de los presos de guerra españoles. El primero de ellos -como
más adelante se dirá- ya había intervenido decisivamente en agosto de 1921 en
la liberación de un pequeño grupo de prisioneros, por sufrir heridas graves o
por no ser militares; siguió prestando buenos servicios a España durante la
guerra del Rif, hasta fallecer en 1923, víctima de una bala rifeña[17].
En cuanto a Got, capitán de Artillería excedente -baja voluntaria- y
corresponsal del diario madrileño El Sol a la sazón, se alejó de
Marruecos en octubre de 1921, al ser sustituido por otro compañero periodista,
llamado Rafael López Rienda[18].
Y, en lo que respecta a la enumeración de las causas del Desastre, basta con
cotejarlas con las que recoge el Expediente Picasso, para apreciar la
sintonía entre el criterio de mi pariente y el del General, cosa en la que
aquel ahondará en la entrada de su Diario, que recojo a continuación.
En Melilla, a 16
de septiembre de 1921.
Cuando ayer tarde
presenté al General mis conclusiones sobre las causas tácticas y estratégicas
del Desastre, se mostró sorprendido, hasta el punto de que hube de disculpar mi
rapidez, justificando que las mismas eran provisionales, ya que no tenían otro
objetivo que el de recibir su opinión acerca del enfoque y de los principios
generales, sin perjuicio de retocarlas o modificarlas según fuera avanzando
nuestra investigación. Me despidió hasta hoy, con la promesa de estudiarlas y
hacer su crítica. Y, en efecto, así ha sido, con la alegría, por mi parte, de
que Picasso ha mostrado una conformidad casi total con mi trabajo, que solo ha
puesto en duda en dos cuestiones. Así, en lo tocante a la tercera conclusión,
me ha hecho ver que las cábilas rifeñas bajo ningún concepto se prestan a ser
desarmadas, ya que su idiosincrasia y experiencia son contrarias a permanecer
inermes, tanto ante las cábilas vecinas, como frente a los propios individuos
de la misma tribu, siempre proclives a la violencia y la venganza. “Repare,
Plaza -me dice-, que las cábilas de aquí jamás aceptarán firmar un tratado de
amistad bajo la condición de ser desarmadas, pues siempre entenderán que su
desarme ha de ser consecuencia de ser vencidas en la guerra”. “Entonces, mi
General, ¿hizo bien Silvestre, dando por buena su sumisión, dejándoles el
armamento?” “Ya se ha visto que no -responde-, pero habrá que matizar este
punto de las conclusiones. Y -agrega-, en cuanto a la sexta, tiene toda la
razón en que Silvestre no dejó en Melilla reservas suficientes para auxiliarle,
pero no estoy tan seguro de que la guarnición restante, unida al apoyo fiel y
constante de los Beni-Sicar, no pudiera bastarse a sí misma para defender la
Plaza. No demos a Berenguer la baza de explicar, por la salvación de Melilla,
que no usara de sus muchos refuerzos para socorrer a los mártires de Monte
Arruit”.
Naturalmente, no
hubo testigos de la precedente conversación, pero sí resultan ciertas y
pertinentes las observaciones atribuidas a Picasso, tanto en lo referente a la
imposibilidad real de desarmar a los rifeños, si no era tomándolos como
enemigos y venciéndolos en guerra abierta, como en lo relativo a las fuerzas
reales con que se contaba para defender Melilla: Se han barajado efectivos
españoles entre 1.800 y 3.000 hombres -lo que ya es, de por sí, una disparidad
notable-, y no han solido tomarse en consideración los refuerzos indígenas,
derivados de la fidelidad constante de la citada cábila, bajo el mando y la
influencia de Abd-el-Málek Meheddin[19].
Aprovechando la
oportunidad que me brinda el que la aprobación de mi trabajo lo da
prácticamente por concluido, así como también la cooperación que empiezan a
prestar otros compañeros del Estado Mayor, me atrevo a apuntar a mi General la
idea que me ronda por la cabeza, y cuyos preparativos llevo ya muy avanzados.
Le sugiero que, durante unas pocas semanas, me dé licencia para pasar a campo
rifeño para completar la investigación entre los compatriotas presos y los
jefes enemigos que se presten a darme alguna información relevante sobre los
hechos que precedieron a nuestro Desastre. El General me mira sorprendido y me
pide que le detalle mi plan, así como los medios de que disponga para llevarlo
a cabo. Le expongo que mi plan es doble: De un lado, completar la investigación
tomando declaración a los militares más relevantes, presos de los rifeños, en
particular, al general Navarro. De otra, cumplir una labor humanitaria,
visitando a todos los prisioneros que me permitan y tomando nota de su
identidad y necesidades. Y, si Abd-el-Krim o algunos de sus colaboradores se
prestan, podría aportar datos sobre las razones y circunstancias de su
levantamiento, así como de la forma en que lograron una victoria tan completa
sobre los nuestros.
Aclaro al General
Picasso la identidad de las dos personas que más me están ayudando para obtener
información y medios con los que tratar de llegar hasta Alhucemas. Se muestra
favorable hacia la intermediación del Señor Ben-Said, de quien encarezco su
amor por la cultura española, los esfuerzos para volver a los rifeños a la
obediencia de España y, sobre todo, su decisiva aportación en la liberación de
presos españoles, hace ahora un mes. Igualmente, valora de forma positiva el
que el Señor Got, no solo sea un cronista de guerra muy avezado, sino un
antiguo capitán del Ejército, destinado en Marruecos entre 1909 y 1917 y
condecorado varias veces por méritos en campaña. En resumen, le parece bien mi
propósito y se muestra propicio a apoyarlo, debiendo presentarle a la mayor
brevedad una lista de necesidades y un presupuesto para la operación. “Entre
tanto -añade-, colaborará conmigo en la, por tantos conceptos, penosa tarea de
localizar el actual paradero de todos los militares de guarnición en la Zona de
Melilla cuando se desataron las hostilidades”.
Nada hay en estos
párrafos que pueda ser aclarado a la luz de la Historia general. Ya he hecho
referencia con anterioridad a las figuras históricas de Dris-Ben-Said y de Got
Insausti. Sobre el primero de ellos se volverá en algunas otras páginas del
Diario del capitán Plaza, como veremos. Y, acerca de la liberación de presos
ahora aludida, tuvo lugar el 13 de agosto de 1921, bajo los auspicios de
Ben-Said, y alcanzó a diecisiete o dieciocho personas -paisanos y
militares gravemente heridos-, episodio ampliamente recogido en la prensa de la
época[20].
En Melilla, a
21 de septiembre de 1921.
Por fin, al
anochecer del día de hoy saldré de Melilla, rumbo a Sidi-Driss, en un falucho
de pesca, en compañía de un asistente, el cabo de Infantería Anastasio
Romerales Benítez; del escribiente y traductor a la lengua chelja[21], Selim Khallaf, y del propio Dris
Ben Said, quien gentilmente será nuestro introductor hasta dejarnos en manos de
los emisarios de Abd-el-Krim. Antes de llegar a este momento, he tenido que
acordar con el General los términos temporales, económicos y de trabajo de mi
viaje, dentro de unos mínimos, supeditados a los avatares que puedan
producirse, cuyo afrontamiento quedará de mi cuenta y responsabilidad.
Viajaremos con derecho a dietas de veintiocho pesetas diarias, desglosables en quince
pesetas para mí, ocho para el intérprete y cinco para mi asistente. Igualmente,
percibiré doscientas pesetas por el alquiler de la lancha que nos llevará hasta
Sidi-Driss. Dada la prisa que parece haberle entrado al Ministro para que acabe
cuando antes la instrucción, el General me ha concedido un máximo quince días
para realizar mi gestión, de la que los únicos extremos obligados -de ser
posible- son tomar declaración al general Navarro y a los jefes presos, y
anotar los nombres de la mayor cantidad de prisioneros de guerra. El contacto y
entrevista con los jefes rifeños queda a mi albedrío, porque Picasso no
considera oportuno hacer constar su testimonio en la investigación, pues opina
que las Autoridades españolas no le darían ningún valor, pudiendo estar mal
visto que se haya ido a su terreno para darles un pábulo que no merecen. De
todos modos, me ha dado a entender que, si logro de parte de ellos algunas
declaraciones alusivas a la campaña, las leerá con interés y en ningún caso
caerán “en saco roto”. De forma harto generosa, Picasso redondea la cantidad
que me libra, hasta las mil pesetas, que con ayuda de Ben Said habré de
convertir en duros de plata, pues resulta impensable que los rifeños acepten
billetes de banco españoles.
También me
facilita el General credenciales y pasaportes, con el refrendo del General
Berenguer. Me dice que no ha sido de su agrado informar al Alto Comisario de mi
marcha a terreno enemigo, pero ha resultado inevitable, por razones económicas
y de seguridad. Para justificarlo, le ha indicado que viajo con una intención
puramente humanitaria, así como para tratar de confirmar el fallecimiento del
General Silvestre. Al saberlo, mostró deseos de conocer “a ese oficial de
Estado Mayor tan celoso del cumplimiento del deber”. Mi General le ha prometido
que me presentaría a él a mi vuelta, para “darle novedades”. Sonrío para mí y
recuerdo la frase que se atribuye a Silvestre, con fundamento: “El Estado Mayor
es el estorbo mayor”. Así le fue al pobre.
Pocos de los
hechos e identidades de esta entrada del Diario pueden ser contrastados con los
datos históricos. Dentro de la táctica de dificultar la investigación de
Picasso, se llega hasta ponerle un disparatado límite de concluirla en tres
semanas, al que el General no hará ni caso, ni el Ministerio volverá sobre el
tema. La frase de Silvestre relativa al Estado Mayor parece ser exacta. Llama
la atención la conversión de los billetes de banco a duros de plata que, al
parecer, también fue exigida por Abd-el-Krim cuando el rescate de más de
trescientos prisioneros de guerra españoles -entre ellos, el general Navarro-,
que importó la cifra de 4.270.000 pesetas, como veremos en el Apéndice de
este relato.
General Manuel Fernández-Silvestre
3. De Melilla a Alhucemas, ida y vuelta
(segunda parte)
A bordo del
pesquero Al Dilafin, a 22 de septiembre de 1921.
Nuestra salida del
puerto pesquero de Melilla, prevista para el anochecer del día de ayer hubo de retrasarse
casi tres horas, a causa de la demora en presentarse a bordo del organizador
del viaje, Señor Ben Said. He tenido que contentar a los tripulantes con dos
duros de plata, para que no zarparan para faenar a la hora que en ellos es
habitual. Cuando por fin aparece, Ben Said me hace saber que hay cambios de
última hora por parte de los rifeños, quienes desisten de esperarnos en
Sidi-Driss, sino que lo harán en la misma bahía de Alhucemas. Convencemos a los
pescadores para que inviertan toda la noche en ir y venir hasta allí, si bien
me reclaman doble precio, que acepto pagar. Por lo demás, no ponen mayores
dificultades, pese al mayor riesgo de toparse con algún barco de guerra
español, cuando Ben Said les informa de que son órdenes de Abd-el-Krim. “Son de
la cábila de Mazuza”, aclara el intermediario: no se atreverán a desobedecer
los deseos del Jatabi[22].
Además, os vendrá mejor, pues desembarcaréis muy cerca de la ciudad de
Axdir, donde reside el jefe rifeño”. Durante el viaje, Ben-Said me va haciendo
toda clase de recomendaciones y consejos. Se muestra satisfecho de que, tanto
mi asistente, como yo, vistamos de paisano, no nuestros uniformes militares.
“Los ánimos están muy exaltados -explica- y al propio Abd-el-Krim no le gusta
recibir en su tierra a españoles o franceses de uniforme. Comoquiera que conoce
la razón de mi presencia en Melilla y lo que pretendo hacer en el Rif, me ruega
que no me presente como informador para el Ministerio de la Guerra, sino como
oficial comisionado para comprobar el estado de los prisioneros, establecer su
número e identidad y, luego, trasladar los datos a las autoridades españolas y
a las familias de los cautivos, a fin de tranquilizarlos y que vayan preparando
el dinero necesario para un posible rescate. “¿Por qué cree usted -me pregunta-
que, tras algunos combates, los rifeños mataron a los soldados pero respetaron
a los oficiales? Desde luego, fue por entender que aquellos eran pobres, pero
estos les valdrían una buena redención”. Insiste en el mismo punto,
recordándome que, en principio, cada cábila se quiso quedar con los prisioneros
de guerra que había hecho, pero Abd-el-Krim, por ambición y hacer valer su
autoridad, ha privado a algunas de su botín humano: por ejemplo a los
Beni-Buyahi y los Metalla, con la disculpa de que sus tierras quedan demasiado
cerca de Melilla. Me hace seguidamente un retrato físico y moral de algunos de
los jefes rifeños, comenzando por el propio Abd-el-Krim, y siguiendo por su
hermano pequeño, Mohamed, su cuñado Amekrán y su tío, Abd-Salam. “¿Son todos de
la familia?”, pregunto con cierta ironía. “En estas tierras -confiesa- casi
nadie confía más que en los miembros de su parentela, y eso no siempre”.
Finalmente, me aconseja: “Procure dar esperanzas a todos: a los cautivos, de
liberación; a sus guardianes, de rescate. Y, si yo fuese usted, pensaría que lo
último que esperan y desean oír sus compañeros presos es que se les ha abierto
una encuesta oficial para depurar sus responsabilidades, y que es esa la razón
principal de su viaje”. Aunque me desagrada su excesiva intromisión, comprendo
que tiene toda la razón, salvo en un punto: No voy a comprometer mi honor dando
falsas esperanzas, ni ocultando del todo el motivo de mi viaje. Tendré que
nadar entre dos aguas. Por de pronto, me acerco a mis dos auxiliares en la
empresa y les advierto seriamente de que no hablen con nadie del tema de la
investigación del General Picasso, sino que dejen que sea yo quien informe. “Si
no me obedecen absolutamente -los advierto-, les incautaré sus dietas y, a la vuelta,
les meteré un buen paquete”.
A partir de este
momento, el relato que de su tarea realizará el capitán Plaza tiene pocos
apoyos directos, aunque, en mi opinión, sigue sólidamente anclado en el sentido
común y en lo congruente con los datos históricos, en particular lo que hace
referencia a los presos y al anhelo constante de sus captores por lograr que
pagasen un rescate por su liberación. Solo insistiré en que todos los
personajes citados son verídicos, en su identidad y relaciones. También lo es
que los rifeños perdonaron la vida de los oficiales reconocidos, mucho más que
la de la tropa, con el evidente objetivo de lograr una redención más cuantiosa:
así sucedió en Monte Arruit y en Der-Quebdana, entre otros fuertes y blocaos.
En Alhucemas, a
26 de septiembre de 1921.
Escribo estas
líneas desde un fondak a la vera de la playa de Quemado donde, con el
beneplácito y la intervención de los hombres de Abd-el-Krim, hemos tomado dos
pequeñas habitaciones en lo alto del edificio, con salida independiente al gran
terrado que lo corona. Hemos contratado el hospedaje en régimen de pensión
completa, por el precio de dos duros para los tres -mi asistente, el
escribiente-intérprete y yo-, que incluye dos comidas diarias, el pienso y
acomodo de nuestras caballerías y el lavado de ropa. El fondak está situado a
las afueras de la ciudad, a unos siete kilómetros de la de Axdir, capital y
residencia de aquel a quien todos empiezan a llamar el Emir. La decisión sobre
alojarnos en Alhucemas, no en Axdir, fue por consejo de Ben Said, para poder
movernos con mayor libertad y, sobre todo, disfrutar en el tiempo libre de las
delicias de la playa y el mar, cuyas olas, además de reconfortarnos, cumplirán por
un tiempo la función de liberarnos del acoso y comezón de chinches, pulgas y
piojos que, amén de los mosquitos, son el mayor tormento para quienes estamos
muy poco acostumbrados a tales parásitos. Los rifeños que nos acogieron nada
más llegar en la lancha dejaron muy claro al hostelero y al caíd de la ciudad -según
entendió nuestro intérprete- que habremos de ser tratados como huéspedes de
Abd-el-Krim, con todo respeto, sin abusos ni excesiva curiosidad. También se
encargaron ellos, sin coste por mi parte, de facilitarnos dos mulos y un
jumento, para llegar hasta Axdir y circular por la zona con razonable agilidad.
Al tercer día de
estancia aquí, es decir, ayer, 25 de septiembre, recibimos muy de mañana la
visita de dos rifeños armados, que son nuestra guardia para acompañarnos hasta
Axdir, para parlamentar con sus jefes. Tenemos ya preparados dos grandes
cartapacios, con las credenciales, cuadernos y lápices, folios y recado de
escribir con pluma, que llevamos con nosotros, vestidos los tres de civil, como
lo venimos haciendo desde nuestra llegada.
En apenas un
cuarto de hora llegamos a la pequeña localidad que, por ser la de Abd-el-Krim,
este ha constituido en capital del territorio que domina. Somos llevados a una
especie de casona o villa, a cuyas puertas conversan o haraganean curiosos
diversos grupos de naturales del país, así como algunos hombres armados, varios
de los cuales montan guardia ante diversas puertas, con el fusil terciado. Nos
conducen al interior de la casa y, tras hacer antesala durante unos diez
minutos, somos introducidos en un amplio despacho, en semioscuridad, cuyo
mobiliario se reduce a una mesa y varias sillas. Una vez se acostumbran mis
ojos al contraste luminoso con el exterior, aprecio que está sentado a la mesa un
sujeto todavía joven, tras del que montan guardia dos individuos armados. Me
hace ademán de que me aproxime y, luego, de que me siente, en tanto permanecen
en pie mis dos acompañantes. Se trata, según queda inmediatamente aclarado, de
Mohamed Azerkán, conocido en los medios militares españoles por “Pajarito”,
cuñado y hombre de confianza del Emir, al estar casado con una hermana de este,
a la que se dice profesa un gran afecto. Tras los saludos y cortesías propias
de estas tierras, me indica que no hace falta que le presente mis credenciales
pues le consta por Dris Ben-Said que he venido desde España, comisionado por el
Ministerio de la Guerra, para tratar del rescate de los prisioneros de guerra
españoles. Decido seguirle la corriente, aunque matizando sus palabras, y le
digo: 1º. Que, a mi vez, soy emisario de un General de edad avanzada que, por
ese motivo, me ha dado el encargo de viajar al Rif, quedándose él en Melilla.
2º. Que, por lo que se me ha indicado, el Ministerio de la Guerra no ha tomado
aún la decisión de negociar ningún rescate, sino de conocer, como preliminar,
el número e identidad de los cautivos, así como su estado de salud y el trato
que estén recibiendo. 3º. Que, para cerciorarme de todo ello, preciso tomar
declaración a algunos de los presos más distinguidos o de mayor rango, así como
conocer de propia mano sus campamentos o prisiones. Piense usted -le digo- que
también sus familias están angustiadas, siguiendo con la lógica preocupación
mis gestiones. Finalmente,
le hago ver que, por orden de mis superiores, solo tengo una semana, a
partir de ahora, para realizar mi comisión pues, concluida esta o no, habré de
estar de regreso en Melilla el 5 de octubre próximo. Azerkán se da por enterado
y me despide hasta dentro de dos días. Al marchar le pido que cumplimente en mi
nombre al Emir, aunque sería mi deseo poderlo hacer personalmente antes de
partir del Rif. Sonríe enigmáticamente.
Para corroborar
algunas de las afirmaciones de mi pariente, pocas fuentes más propias y
atractivas, que la larga y excelente entrevista que a los hermanos Krim, Abd-el
y Mohamed, realizó el periodista español Luis de Oteyza, para el diario madrileño
La Libertad, el 2 de agosto de 1922[23].
El capitán Plaza hubo de tratar directamente con Azerkán, habida cuenta de que
no se trataba de una visita de cortesía, como podría calificar la de Oteyza,
sino para tratar -aparentemente- de la cuestión del rescate de los prisioneros,
para lo que el apodado Pajarito tenía una competencia más directa a la
sazón. El tratamiento de Emir le fue concedido a Abd-el-Krim en una
reunión oficial de notables de las tribus del Rif, celebrada el 18 de septiembre
de 1921; por tanto, unos días antes de la llegada a Alhucemas del capitán Plaza[24].
En Alhucemas, a
30 de septiembre de 1921.
Empiezo a creer en
que podré cumplir dignamente mi cometido dentro del tiempo que me fue asignado
por el General, o poco más. En efecto, los tres últimos días han sido de
constante actividad, incluso viajera, que voy a resumir en estas páginas,
dejando el detalle, lógicamente, para que sea conocido en primicia por Picasso
e incorporado, si lo estima oportuno, a la investigación que está llevando a
cabo.
Por seguir un
orden expositivo, comenzaré diciendo que nos han dejado visitar dos campamentos
de prisioneros, dentro del territorio de la cábila de Beni-Urriaguel: uno, en
las afueras de Axdir y otro en la aldea de Ait-Kamara, a unos veinte kilómetros
de Alhucemas. Uno y otro parecen pensados para alojar a los individuos de tropa
y los paisanos que fueron hechos prisioneros en Nador y Zeluán. Los
alojamientos consisten en barracones y tiendas de campaña, donde la relativa
benignidad del clima en las cercanías del mar y la estación en que nos
encontramos permiten superar las inclemencias del tiempo. Los presos están
hacinados, lo que hace temer contagios de las enfermedades propias de esta
zona, como el paludismo y el tifus, por no hablar del insoportable asedio de
los insectos, agravado por la ausencia de medios de higiene. La asistencia
sanitaria y las medicinas brillan por su ausencia, a salvo la benemérita
colaboración de algunos presos con conocimientos de practicantes. Los cautivos
están siendo dedicados a la realización de trabajos, sin perdonar a los pocos
oficiales y a los sargentos que no han sido apartados de los soldados. Dichos
trabajos consisten, sobre todo, en la extracción y movimiento de piedras para carreteras
o casas. En Axdir está empezando a construirse un gran depósito de agua. La
alimentación es parca, consistente en una comida diaria, a base de garbanzos,
pan de cebada, café aguado y algo de carne, gracias al suplemento de ratas o
perros que los cautivos procuran cazar o mercadear. El descanso se reduce a las
horas nocturnas. El trato de los guardianes es severo, estando advertidos los
presos de que el intento de evasión podrá ser castigado con la muerte. Están
empezando a llegar algunos paquetes de caridad, con víveres, que me dicen los
destinatarios les son sustraídos por los carceleros, quienes se los devuelven,
o tienen condescendencias con ellos, siempre que los compensen con dinero.
Heridas y enfermedades anteriores, o los malos tratos y penalidades actuales, o
ambas cosas a la vez, han producido ya la muerte en el cautiverio de algunos de
nuestros compatriotas, en número que no me han sabido concretar; difuntos que
han sido enterrados en un cementerio cristiano en la localidad de Tamasint, el cual no he
podido visitar, por hallarse a unos treinta y cinco kilómetros de Alhucemas.
La mayoría de los
oficiales, más por seguridad que por respeto, han sido alojados en dos casas de
Axdir, al parecer, pertenecientes a la familia de Abd-el-Krim, y muy próximas
la una de la otra. He contado a un total de cincuenta y tres jefes y oficiales,
de los que treinta y seis residen en una casa y diecisiete en otra. Son casas
destartaladas y húmedas, en las que los presos ocupan habitaciones comunes de
tamaño muy inferior a lo necesario, cuyo único mobiliario, por así decir, son
las colchonetas que les sirven de yacija; un verdadero lujo, si se tiene en
cuenta que el resto de los prisioneros han de dormir sobre el suelo, por lo que
optan por hacerlo sentados, o recostados unos sobre otros. Los militares de
mayor categoría, a saber, el general Navarro y el coronel Araujo, jefe del
Regimiento de Infantería “Melilla”, número 59, están alojados en una pequeña
habitación de una de las dos casas antes citadas. Me dicen que la deferencia,
en el caso del Coronel, parece ser debida a su apariencia de viejo, por tener
completamente encanecido el cabello y la barba, aunque, en realidad, es más
joven que Navarro. Todos los oficiales reciben una sola comida al día, además
del café de la mañana. Dicha comida es servida entre once y doce de la mañana.
Como todo ejercicio, salen al patio de sus respectivas casas, donde los dejan
pasear o sentarse en el suelo unas cinco horas diarias.
Como una
deferencia muy especial, hemos sido autorizados -y acompañados- a visitar el
otro campamento importante de prisioneros, sito en la trágicamente famosa
posición de Annual, en territorio de la cábila de los Beni-Ulichek. Entiendo
que este emplazamiento es consecuencia de lo que me informó Ben-Said, a saber,
que las cábilas procuran mantener su propiedad sobre los cautivos, para gozar en su día del
rescate que consigan. Aquí, entre los restos de lo que fue el malhadado
campamento militar, se han montado unas tiendas de campaña, en que conviven
hombres, mujeres y niños; aquellas y estos, secuestrados en la toma de las
ciudades próximas a Melilla. Me dicen que algunas de las mujeres más jóvenes y
atractivas han sido tomadas como concubinas por jefes de la cábila, en tanto
otras han sido forzadas por los guardianes. Me espeluzna pensar en lo que puede
ser el invierno en estos parajes, batidos por el viento, la lluvia y el frío,
semejante al de nuestra Castilla, con alturas que rozan los dos mil quinientos
metros. Deseo fervientemente que el contraataque que han iniciado nuestras
fuerzas no tarde en llegar hasta aquí, obligando, al menos, a que los
prisioneros sean trasladados a parajes menos inhóspitos.
Para continuar con
mi relato, he de consignar que no nos ha sido nada fácil recoger la identidad
de todos los cautivos, pues ni tiempo nos han dado para tomar nota escrita.
Menos mal que me había provisto de unos cuadernos y lápices, gracias a lo cual
fuimos tomando al paso nombres y unidades, a veces, en la distancia y a gritos.
Eso nos ha sucedido, incluso, en Axdir, a pesar de nuestras protestas de que
tal precipitación podría perjudicar a los mismos rifeños, en su deseo de cobrar
rescate por todos los presos; pero se ve que no confían en que los soldados
rasos y el resto de la tropa tengan familias pudientes, o bien, que piensan
pedir una cantidad única por todos los cautivos, con independencia de cuántos
sean estos. Mi asistente, que es muy experto en contar deprisa y en grupo, me
ha asegurado que, entre los tres campamentos visitados, el número al que ha
llegado numerando ha sido de quinientos doce; de modo que si añadimos el de los
cincuenta y tres oficiales apartados, haría un total de quinientos sesenta y
cinco prisioneros, incluyendo los paisanos, que no creo supongan más de un diez
por ciento del conjunto.
Finalmente, haré
una breve alusión a la toma de declaraciones a los presos más significados;
breve, por cuanto no me han permitido tomarla más que a cinco de ellos, sin que
tampoco yo insistiera en ampliarla, tanto para no dar la apariencia de estar
allí como enviado de un juez que les busque responsabilidades, como por la escasa seguridad que
me dio Picasso de que tales diligencias puedan tener valor, hallándose los
declarantes privados de libertad y en situación tan penosa. En cualquier caso,
diré que tomé manifestaciones al General Navarro, al Coronel Araujo, al
Teniente Coronel Manuel López Gómez, al Capitán Narciso Sánchez Aparicio y al
Sargento Francisco Basallo Becerra. Del contenido de sus declaraciones he de
guardar, por ahora, la debida reserva, al tratarse de documentos judiciales que
aún no se han hecho llegar al Juez instructor. Solo apuntaré la dolorida queja
del General Navarro: “De haber sabido que no llegaría ayuda de Melilla, habría
intentado mantenerme en el fuerte de Dar-Dríus, el más sólido y apto para
defendernos; pero teníamos la fundada esperanza de recibir refuerzos, por lo
cual continuamos hasta Monte Arruit, más próximo a Melilla. Allí aguantamos
hasta quedarnos sin agua ni municiones. Resistimos hasta el 9 de agosto, sin
que el General Berenguer encontrara fuerzas ni oportunidad de socorrernos.
Siempre se distinguió el Alto Comisario por su prudencia… En fin, luego vino la
capitulación y la traición de los moros. Verdaderamente, capitán, muchas veces
lamento haber quedado con vida”.
He de admitir que
la visita de mi pariente no figura recogida en el que pasa por ser el
testimonio más perfecto de la cautividad en Axdir: el del teniente coronel,
Eduardo Pérez Ortiz[25],
a quien el capitán Plaza, por otra parte, no llegó a tomar declaración. Por lo
demás, todo lo que se cuenta para ese 30 de septiembre de 1921 resulta ajustado
a los datos de que disponemos, según testigos presenciales[26],
como también son correctos los nombres y números que se recogen en la
narración. Es de lamentar que la visita de Plaza a los presos pudiera redundar
en un endurecimiento de sus condiciones de vida, al constatar los rifeños que
se dilataba en exceso el cumplimiento de sus deseos, a saber, cobrar rescate a
la mayor brevedad posible. Por ejemplo, los oficiales vieron reducido el tiempo
de salida al aire libre a solo una hora al día: la empleada en hacer la comida
de mediodía.
General Dámaso Berenguer
En Alhucemas, a
4 de octubre de 1921.
Con no pocas
dificultades, logré comunicar anteayer con Dris Ben-Said, quien me aseguró no
podrá recogerme con el falucho hasta el próximo viernes, día 7, en que,
aprovechando la festividad musulmana, no se dedicará a pescar y sacará ventaja
de ese día, gracias al dinero que yo daré por el alquiler de la embarcación.
Por cierto, con el desembolso de otros treinta duros -como en el viaje de ida- y
el pago del hospedaje hasta el próximo viernes, solo me van a quedar treinta y
siete pesetas de las que me adelantó el General: lo justo para dar una propina
a algunas personas de aquí, que nos han prestado buenos servicios sin reclamar
nada a cambio. Si, una vez en Melilla, el General me censura la largueza, la
cubriré con el primer sueldo que perciba.
Finalmente, el
Emir, con varias disculpas, no ha tenido a bien recibirme en audiencia, pero si
lo ha hecho a mediodía de hoy su hermano Mohamed, a quien los españoles
conocemos por Krim
el Chico, y a fe que lo es porque, según me ha contado, es trece años menor
que su hermano. He compartido el almuerzo con él y con otras tres personas de
su séquito con quienes, al no estar presente mi intérprete, no he podido
mantener conversación. En cambio, Mohamed habla fluidamente nuestro idioma, por
haber permanecido hasta hace pocos años, en centros académicos españoles,
incluso de Madrid, en donde cursó varios años de Ingeniería. Casi me alegro de
que sea él quien me haya puesto al corriente de ciertas cuestiones que me
interesaban, pues tiene fama de ser más sincero y de mejor carácter que
Abd-el-Krim. Procuraré resumir con fidelidad los términos de sus respuestas a
mis interrogantes, desarrolladas en tres temas principales: causas de su
levantamiento; cuestiones militares de su victoria; futuro de los cautivos.
En cuanto a las
causas de la sublevación rifeña, admite que no puede haber paz mientras España
ocupe, o lo pretenda, el territorio que los naturales de esta zona consideran
como propio y exigen independiente: desde el río Kert al este, hasta Tetuán en
el oeste. Arguyo que los españoles no ejercen soberanía, sino Protectorado, y
se echa a reír: “El Protectorado, dice, es lo que ustedes llaman un cuento, y el de los franceses,
otro tanto. No nos aportan cultura ni riqueza, sino que se llevan las nuestras,
sobre todo, las de las minas. Además, el Protectorado es cosa del Sultán, y
nosotros no reconocemos la autoridad del Majzén sobre el Rif; si acaso, como
jefatura religiosa”. “Nuestro futuro, ya cercano, -prosigue- es tomar asiento
en el concierto de las Naciones independientes. Pronto tendremos un Gobierno,
como ya tenemos un ejército, no unas harkas sin unidad ni disciplina”. “Cuando
seamos libres y estemos en paz -concluye-, recibiremos con todo afecto a los
españoles en nuestra tierra, pero a los que vengan a comerciar y a aportar
avances técnicos, no a militares, ni a maestros a la europea, ni a sacerdotes”.
Le pregunto
también por las causas concretas que los han llevado a la sublevación, cuando
durante varios años habían consentido el régimen de Protectorado. Insiste en
que solo en este año de 1921 el general Silvestre trató de invadir el Rif,
contra las advertencias que se le hicieron. Por lo demás, recoge vaguedades
-abusos, maltratos, excesos…-, pero pocas cosas concretas, como por ejemplo: no
se hicieron las escuelas prometidas; los funcionarios civiles y militares nada
hacen por aprender su lengua; los oficiales y suboficiales maltratan a sus
subordinados indígenas y exigen sobornos a los moros que consideran pudientes;
Silvestre ha llevado la guerra a sangre y fuego, matando ganado y quemando
cosechas -la primera buena cosecha, tras varios años de hambre-; también ese
General ha bombardeado aldeas que consideraba hostiles; se han construido
iglesias católicas por doquier, últimamente, en Nador, etcétera. Le hago ver
que parece tener una inquina especial hacia Silvestre, pero me asegura que no
era mejor ni peor que otros: solo más impulsivo y decidido a ganarse el aplauso
fácil del Rey de España. “¿Luego Silvestre ha muerto?”, le pregunto, a lo que
contesta: “Por descontado. Murió el mismo día en que cayó Annual y, a lo que
creo, murió combatiendo, pero yo no llegué a ver su cadáver”.
Aprovecho la
alusión al fallecido General, y le pido detalles sobre la rebelión y los
combates que la siguieron. Me aclara bastantes cosas. Por ejemplo, que la mayor
parte de las fuerzas indígenas, incluida la acreditada Policía, desertó y se
pasó a los rifeños; por lo que tendré que decirle al General Picasso que no
cuente los efectivos moros desaparecidos como muertos, dado que muchos andarán
por aquí, con Abd-el-Krim. Mohamed me aclara: Ya sé que los policías no están
mal pagados, pero sus jefes son españoles que no conocen su idioma, ni
costumbres; les andan sisando en la paga y, a fin de cuentas, los militares no
se fían de ellos. “Pero el Coronel Morales…”, inicio la frase para aludir al
jefe de la Policía, buen conocedor de Marruecos y querido por todos. “El
Coronel Morales -me interrumpe- era un hombre justo y amable, muy querido de mi
hermano. Fue una lástima que muriese. Pero esa no es la cuestión: no basta con
que un mando sea bueno; tienen que serlo todos, empezando por los jefes de las mías -compañías-“. También me
asegura que el levantamiento estaba acordado desde abril con todas las cábilas
de la zona, como Temsamán, Beni Said, Beni Ulichek o Targuist, y otras más
próximas a Melilla, como los Beni Buyahi. “Pero bastantes de ellas habían
recibido subsidios económicos y prometido fidelidad a Silvestre”, arguyo. “Esos
tratados no regían, si los españoles trataban de conquistar el Rif -me replica-.
En eso no hubo traición, ni mal entendido. Le aseguro que Silvestre recibió
toda clase de avisos y advertencias, si rebasaba el río Amekrán”. “¿Me lo puede
asegurar?”, insisto. Y él: “Se lo puedo jurar. Y, si quiere, pregunte a Got, a
Dris ben-Said o al coronel Civantos, que están al tanto de las negociaciones,
finalmente, infructuosas”. Me dice que no contaban con una victoria tan fácil y
tan completa, pero que los blocaos fueron cayendo uno tras otro, sin que los
militares en fuga pudieran ser contenidos hasta Monte Arruit. Añade: “No
tomamos Melilla, en contra de la opinión de muchos, porque mi hermano temía un
baño de sangre, que pusiera en contra de su causa a todas las Naciones de
Europa. Además, Melilla ha sido española desde hacía siglos: Ya caerá, como
fruta madura, si el Rif logra ver reconocida su independencia”.
Hace tiempo que
hemos dado fin a la comida y nos han servido más de una vez café. Le digo que
no quiero abusar más de su amabilidad, pero que desearía cruzar unas palabras
sobre el tema de los presos de guerra. “Por supuesto, me dice; es un asunto que
nos entorpece y apena, tanto a ustedes, como a nosotros. Ya ven cómo enseguida
les entregamos a un grupo de prisioneros que, o no eran militares, o estaban
gravemente heridos. Pero, para pasar más adelante, es preciso que su Gobierno
entre a tratar con nosotros sobre el canje de sus presos por los nuestros, así
como del pago de una indemnización por los daños que nos han causado, trayendo
la guerra a nuestra tierra”. “¡Ah!, le replico con ironía, ¿no se trata de un
rescate, como solía hacerse en otros tiempos con los cautivos?” “No es eso,
rectifica. Si fuese rescate, pondríamos un precio a cada preso; pero lo que
queremos es que se nos pague una cantidad global justa, por las bajas, los daños
y los gastos que nos reporte su alojamiento y alimentación”. “¿Y todo será para
ustedes, los Beni-Urriaguel, o tendremos que tratar con otras cábilas?”.
“Tendrán que negociar con mi hermano -explica-, no solo porque es el jefe de
todas, sino porque ha procurado reunir a todos los presos en nuestra tierra,
evitando de paso el maltrato que, a no dudar, los habrían dispensado gentes más
vengativas. Ya ve lo que sucedió en Zeluán y Monte-Arruit, sin que mi hermano
se enterase hasta que todo hubo pasado”.
Nos despedimos con
maneras amistosas. No sé él, pero yo me voy con la convicción de que a algunos
de estos jefes rifeños puede haberles llegado la cáscara de la civilización, a
saber, el fingimiento y la hipocresía. Claro que bien pudiera ser que hayan
tenido en nosotros unos buenos maestros.
Esta entrevista
del capitán Plaza con Mohamed, hermano menor de Abd-el-Kim, tiene un notable
parecido con la ya citada del periodista Oteyza con Krim el Chico y con el
Emir del Rif, en agosto de 1922. Se ve que los jefes rifeños mantenían unas
tesis comunes y hablaban con una sola voz. Como es natural, algunas cuestiones
estaban menos maduradas en la entrevista de mi pariente, diez meses anterior a
la de Oteyza, como se refleja en el tema del rescate de los prisioneros de
guerra. Por lo demás, las personas citadas y los acontecimientos sociales y
bélicos tienen una precisión que induce a creer en su veracidad. Particular
interés pueden tener algunas alusiones, como la de los intereses mineros de
España en la zona, personificados en los capitalistas de la sociedad de Minas
del Rif[27]; la
pretendida extensión de la futura República del Rif, entre el Kert y Tetuán
que, en lo que respecta al Protectorado español, supuso realmente la máxima
extensión alcanzada por el territorio rifeño en 1924-1925; y la alusión a
nuestros ya conocidos mediadores, Got Insausti y Dris Ben-Said, a los que ahora
se agrega el coronel Civantos, que llegaría a prestar declaración en el Expediente
Picasso[28].
A bordo del
pesquero Al Dilafin, a 7 de octubre de 1921.
A mediodía de hoy,
ha llegado el falucho al puerto de Alhucemas, estando a bordo el Señor
Ben-Said. Hasta subir a bordo, hemos sido acompañados y custodiados por una
escuadra de rifeños armados. Pagadas todas nuestras deudas y recogidos los
equipajes, hemos embarcado sin novedad y ahora vamos rumbo a Melilla. Aprovecho
unos momentos de la travesía para redactar estas líneas y repasar los
documentos que hacen alusión a nuestra estancia y trabajo en tierras del Rif.
En particular, me detengo en las declaraciones de los cinco militares que
depusieron procesalmente, así como en las notas en que he recogido mis
entrevistas con Amekrán y con Krim el Chico. Honestamente, pienso que el General Picasso
no tendrá queja de mi labor y que el resultado de la misma podrá ser útil al
propósito de reflejar, en lo posible, la verdad de lo sucedido, así como qué es
de esperar suceda a nuestros militares y paisanos prisioneros, si el Gobierno
no se apresura a rescatarlos.
4. El camino de Capitanía General a la droguería
En Melilla, a 11
de octubre de 1921.
Hoy no se habla en
la Plaza más que de la toma del Monte Gurugú en el día de ayer, con la positiva
intervención de los Regulares y de una harka de la cábila amiga de los
Beni-Sicar. Poco a poco, Melilla recupera la tranquilidad que da el sentirse
segura respecto de un intento de dominación por los rifeños; algo frente a lo
que yo me encontraba más aliviado, desde que escuché al hermano de Abd-el-Krim
que no tenían el propósito de atacar esta ciudad. Puede ser un buen momento de
dar por concluido mi trabajo para la investigación del General Picasso y partir
hacia la Península, aprovechando el retorno de alguno de los buques de guerra
que siguen trayendo tropas con vistas a un inminente contraataque de nuestras
tropas, que lleve a los rifeños de vuelta a sus tierras del otro lado del Kert.
De hecho, el General ya ha leído todo el material que le traje de Alhucemas,
que ha calificado de “muy interesante, tanto para la información judicial, como
para la valoración de la situación política y militar que dio lugar al
Desastre, y a la necesidad de atender a los prisioneros de guerra, cuyo listado
me parece, junto con la declaración del General Navarro y la confirmación del
fallecimiento de Silvestre, lo más importante de su extenso informe”. De todos
modos, la heterogeneidad de lo que le he aportado, respecto de cuanto él viene
instruyendo en Melilla, no me hace concebir la certeza de que aquello se una a
esto. Dicho de otro modo, pienso si mi estancia en Alhucemas no habrá sido en
vano; un pensamiento que, sin duda, me desmoraliza. El caso es que, por unas
razones u otras, le he planteado al General la oportunidad de mi retorno a la
Capitanía General de Zaragoza, de donde salí hace dos meses con destino a una comisión,
que creo ya finalizada. El General ha prometido reflexionar sobre esa
sugerencia y darme una respuesta muy pronto. “Por mi parte -ha dicho-, aún me
queda tarea para varios meses, habida cuenta de la escasísima ayuda que
recibo”. “De eso, mi General, no tiene por qué preocuparse -le he asegurado-:
en Melilla o en Zaragoza, estoy a su total disposición, si necesita alguna
cooperación por mi parte”.
En efecto, la
difícil y relevante toma del Gurugú -máxima altura en las inmediaciones de
Melilla- se produjo el 10 de octubre de 1921[29],
siendo seguida, cuatro días más tarde, de la recuperación del hinterland de
1909, es decir, del perímetro defensivo en torno a la Plaza. El deseado
retroceso de los rifeños hasta la otra orilla del Kert se produciría el 11 de
noviembre de 1921. Hasta el 22 de diciembre de dicho año no alcanzaría la
ofensiva española el territorio rifeño considerado por Abd-el-Krim como
irrenunciable, el cual -como cuando Silvestre- se aprestó a defender a
ultranza.
En Málaga, a 17
de octubre de 1921.
En el día de hoy,
domingo, vuelvo a pisar el muelle de Málaga, el mismo lugar del que partí el 13
de agosto pasado. Esta vez, lo hago solo. El General y el Auditor seguirán en
Melilla durante una temporada, y no se me ha autorizado a traer a la Península
como asistente al cabo Romerales, que tan buenos servicios me prestó en mi
estancia africana. Tampoco tuve que despedirme del General Berenguer, que
previamente había mostrado tanto interés en conocerme: No sé si será por estar
muy ocupado en las operaciones militares, o molesto con Picasso y, por
extensión, con cuantos lo hemos ayudado. Nada más llegar a esta ciudad he
buscado alojamiento, lo que no es fácil, por el movimiento de gente que trae
hasta aquí el ajetreo
de África. Seguidamente, he sacado billete en el tren de Madrid de pasado
mañana -no lo había para antes-. Mañana me pondré en contacto telegráfico y
telefónico con Capitanía de Zaragoza, para anunciar mi próxima llegada e
incorporación al Estado Mayor de allí. También emplearé el día en hacer algunas
compras ineludibles y en ordenar los papeles que he traído de Marruecos. Por
cierto, mi equipaje viene aligerado de unos cuantos kilos, pues el General
Picasso me pidió prestados los libros franceses y españoles sobre guerras
coloniales. Se ve que quiere ultimar su Expediente a la mayor brevedad en la
propia Melilla, sin perjuicio de los retoques que realice en Madrid.
De esta entrada
del Diario del capitán Plaza -la última sobre su misión africana-, se infiere
una coincidencia respecto de lo que sabemos por otras fuentes. El General
Picasso dio por concluido el Expediente, con sus primeras notas finales
o resumen, el 11 de enero de 1922, hallándose todavía en Melilla, de donde no
partiría definitivamente hasta siete jornadas más tarde. Por tanto, tenía razón
mi pariente al prever que Picasso no podría contar con las bibliotecas
madrileñas, hasta después de terminar su trabajo y entregar la primera muestra
u original del mismo al Alto Comisario, Berenguer. Esta versión o copia para el
Alto Comisario salió con destino Tetuán, donde radicaba la Auditoria General.
El estudio e informe del Expediente por dicho Auditor llevó los meses de marzo
y abril de 1922. Luego, por evidente egoísmo y malicia de Berenguer, el gran
acervo documental de unos 2.500 folios permaneció parado y mal guardado en las
oficinas de Estado Mayor de la Alta Comisaría[30],
hasta septiembre de 1922, momento en que, dimitido Berenguer por obra y gracia
de la versión madrileña del Expediente Picasso, el nuevo Alto
Comisario, General Burguete, dio su visto bueno para que la copia tetuaní
saliera hacia el Consejo Supremo de Guerra y Marina, en Madrid, en vista del
posible contenido delictivo que se derivaba de la investigación de muchos
hechos investigados[31].
General D. Felipe Navarro
***
A partir de este
punto, el Diario del capitán Plaza cambia por completo de registro, para
hacerse eco, exclusivamente, de aquellas noticias que él entiende ligadas al Expediente
que colaboró a instruir, seguidas del comentario que le merecen. Observarán
los lectores que, dentro de su orden cronológico, parecen integrar un crescendo
de emociones de desengaño e indignación, que lo acabará llevando a su
abandono del Ejército, aunque no de la forma enfrentada -y poco lógica- que mi
tía abuela Rosa reflejaba con aquella expresión suya de le soltó cuatro
frescas al Dictador, Primo de Rivera, y se marchó dando un portazo. De que
se marchó, no hay duda, como verán por el texto, y por lo que recoge su
expediente personal en los archivos militares. Si fue eso lo que dio al traste
con su noviazgo de toda la vida, o no, es algo que todavía hoy no estoy
en condiciones de discutir.
Así pues, voy a
continuar con la transcripción del famoso Copiador de Cartas, siguiendo
el mismo sistema que hasta ahora, es decir, alternando el texto histórico, en
letra cursiva, con mis comentarios, que pretenden poner de manifiesto su grado
de coherencia con el devenir histórico. Voy a ello.
***
En Zaragoza, a
22 de octubre de 1921.
Apenas llegado a
esta ciudad y reincorporado a mis rutinarias tareas en Capitanía General, me
desayuno con las extensas referencias que los diarios de Madrid, como también El Heraldo[32]
de aquí, hacen a la intervención de ayer, en el Congreso de los Diputados,
de mi antiguo compañero de armas, Arsenio Martínez-Campos, un verdadero J’accuse
a la española y en las Cortes[33].
No me extraña nada de lo que dice, ni siquiera algunas imprecisiones numéricas,
fruto de la vehemencia y la improvisación parlamentarias. Lo que me llama la
atención es que, a estas alturas, con la investigación de Picasso todavía a
medias, pueda tener un diputado tal conocimiento de lo que ha pasado en
Marruecos. Es posible que, como persona de la nobleza y militar de rancia
estirpe, tenga fuentes de información propias. Otros jabalíes, como el
socialista Indalecio Prieto, se dice que han visitado el Protectorado, para
informarse de primera mano sobre lo acaecido. Pero yo me pregunto: Si los
políticos que quieren estar informados han adquirido tal cúmulo de
conocimientos, ¿qué sentido y qué papel está reservado a la denodada
investigación de mi General? No se me ocurre otra respuesta que esta: Si sabe
maniobrar con astucia y superar todos los obstáculos, podrá hacerla estallar
en las narices de sus compañeros del Consejo Supremo de Guerra y Marina; y
luego, ¡a ver quién es el guapo que puede parar tan explosivos efectos!
En efecto,
Martínez-Campos y Prieto cuentan entre los diputados mejor informados y más
incisivos en el tema de las responsabilidades por el Desastre de Marruecos;
cada uno a su estilo y con sus propios objetivos. Martínez-Campos era particularmente
severo con sus compañeros de la milicia, en tanto que Prieto era más duro con
el Rey y los políticos en el poder.
En Zaragoza, a
24 de noviembre de 1921.
Como culminación
del viaje en olor de multitudes que el ahora héroe triunfador viene haciendo
desde Melilla hasta Madrid, el General Berenguer llegó en la tarde del pasado
día 21 a la Estación de Atocha de Madrid, y fue recibido en el andén por Su
Majestad y el Gobierno en pleno, con el rígido Maura a la cabeza. Dicen que es
la primera vez durante su reinado que Alfonso XIII dispensa tal honor a un
militar español. También he oído que, ni Maura, ni sus Ministros, querían estar
presentes en la estación pero que, en vista de la decisión del Monarca, no
tuvieron más remedio que secundarlo. A mayores, se rumorea que viene una oleada
de recompensas y condecoraciones para los gloriosos mílites que, a las órdenes
del Alto Comisario, han salvado Melilla para España y llevan camino de
recuperar el Rif para los capitalistas. Sinceramente, cuando me sumerjo en la
plétora de documentos de trámite y rutina que llueven sobre mi mesa, pierdo por
un rato la noción del deshonor y la vergüenza que me invaden ante esas
fechorías. Luego, trato de convencerme de que el Ejército es de la Patria y
para ella; pero, ¿quiénes son sus jefes?; ¿para qué servimos?; ¿qué clase de
hierba adormidera cubre ya las diez mil tumbas de hace unos meses? No sé si,
honradamente, podré continuar mucho tiempo vestido de uniforme. Claro, ya sé
que en todas partes
cuecen habas, pero las que cocina el Ejército -con los ingredientes que le
facilitan- pueden dar o quitar la libertad y la vida a los ciudadanos. ¡Cuánto
mejor me encontraría viendo venir los días e ir las ollas, de no haber vivido
junto al General la experiencia de Annual y las cárceles de Alhucemas!
Nada que agregar,
no siendo la veracidad del glorioso recibimiento del General Berenguer y la
ulterior lluvia de preseas, cuando las Cortes y el pueblo lo que pedían era
responsabilidades y sanciones. Verdaderamente, algunos hombres públicos llevan
su imprudencia hasta el pecado más grave -según Unamuno- en un Monarca: el
desprecio de su pueblo[34].
En Zaragoza, a 20
de enero de 1922.
Recibo una carta
que el Auditor, Martínez de la Vega, me dirige, en nombre del General Picasso y
suyo propio, para hacerme partícipe de la satisfacción de que ambos ya se
encuentren en Madrid, con la investigación concluida. El Auditor me da detalles
innecesarios, acerca de la división del documento en piezas, algo inevitable
-me asegura- dado que alcanza los 2.418 folios, más dos accesorios,
comprensivos de otros 285. Se pierde en circunloquios para no tener que
reconocer lo que yo leo entre líneas, a saber, que el relato de mi visita a
Alhucemas ha quedado fuera del expediente. Me asegura que las aportaciones que
hice a los temas de táctica y a las razones del Desastre han sido casi
enteramente asumidas por el General, a quien también han servido de mucho mi
listado de presos de los rifeños y las alusiones a la masiva deserción de los
policías indígenas. En cambio, no ha podido todavía recoger como cierta la
muerte del General Silvestre, pues habrá que esperar a nuevas pruebas, o a la
declaración de fallecimiento. Destaca cómo el General reconoce paladinamente la
existencia de responsabilidades presuntamente penales, que concreta en numerosos
militares, entre los que se cuentan los generales Silvestre y Navarro. Añade:
“Respecto del General Berenguer, ya está usted al corriente de lo que pasa”. ¡Y
tanto! La misiva la firma Martínez de la Vega, pero advierto un post scriptum con la inconfundible
grafía del General; reza así: “Con el reconocimiento y aprecio de
su afmo., Picasso”. Bien, ahora, a
esperar. No me dicen que el documento haya sido todavía entregado a nadie.
Quizá el General quiera retocarlo, o dejar pasar un tiempo para que no caiga en
saco roto porque la verdad es que, con este Gobierno…
Los datos
objetivos sobre el Expediente Picasso son correctos. Finalmente, los
inculpados en él por el General fueron treinta y siete. En cuanto a la demora
voluntaria de Picasso en hacer llegar la documentación al Ministerio de la
Guerra, también parece que mi pariente estaba en lo cierto: El 8 de marzo de
1922 caía el Gobierno Maura, con su Ministro de la Guerra, la Cierva. Eran
reemplazados, respectivamente, por los mucho más flexibles y abiertos a la
indagación de responsabilidades, García Prieto -precisamente, Marqués de
Alhucemas- y José Olágüez. En abril de 1922, Picasso hacía llegar su Expediente
al Gobierno y, a partir de ese momento, la investigación tomará inmediatamente
el camino del Consejo Supremo de Guerra y Marina, para la instrucción de causa
criminal, y el de las Cortes -en julio de 1922-, donde la obra de Picasso se
convertirá en la boca de la verdad y la munición contra el Rey, los
políticos y los militares de toda laya.
En Zaragoza, a 6
de mayo de 1922.
Mi gran
satisfacción por la conclusión y entrega al Ministro de la Guerra del
Expediente, así como por las severas conclusiones que el General ha hecho sobre
las cosas y responsabilidades por el Desastre, se han visto empañadas por la
noticia que han aireado, tanto en las Cortes, como en la prensa, los
turiferarios del General Berenguer. Nada menos que han puesto en boca del
General Picasso una alabanza directa a su compañero y, de paso, una
desautorización de quienes, desde la tribuna parlamentaria, están discutiendo
con razón la oportunidad del ascenso de Berenguer al grado de Teniente General.
Me refiero a una supuesta carta que Picasso dirigió a Berenguer el mismo día en
que concluyó su Expediente, en la que -según entrecomillado de ciertos diarios-
le transmitió el “deseo vehemente de su bien merecido ascenso”. Salvo que se
tratara de una mentira, o de una inoportuna y equívoca ironía, el contenido de
la citada misiva me pareció indigno, no ya de la honrada persona de Picasso,
sino de un juez militar que acaba de levantar contra Berenguer un formidable
alegato de ineficacia ante Silvestre y de abandono de los sitiados en Monte
Arruit. Ni corto ni perezoso, me atreví a enviar al despacho oficial del
General Picasso una carta, rogándole tuviera a bien confirmarme o desmentirme
su supuesta loa a Berenguer, en la seguridad -añadía- de que solo el desmentido
podría mantener mi actual convencimiento de que “Vuecencia es una persona
honesta, de gran rectitud, que ha demostrado una enorme lealtad al Ejército, al
no admitir ningún tipo de presión política”. Pues bien, en el día de hoy he
recibido devuelta, pero abierta, mi carta, con una nota en que puede leerse:
“Devuélvase al remitente, advirtiéndole de que, por esta única vez, no se toman
medidas disciplinarias, en atención a sus servicios pasados y a la recta
intención que lo anima”. Y la firma, de orden de Su Excelencia, un Comandante
Auditor.
Como es natural,
tomo este desabrido retorno de la misiva, como un reconocimiento implícito de
que la prensa a favor de Berenguer ha dicho la verdad. Sinceramente, no puedo
explicarme el comportamiento de Picasso, como no sea una muestra de humor sin
gracia, o de chocheo sensiblero. Pero, en cualquier caso, es un golpe muy duro
para mi fe en las personas, ahora que ya no fío en absoluto en las
instituciones.
La precedente
entrada del Diario se detiene en un hecho tan extraño como llamativo, que dice
muy poco en favor del General Picasso, aunque difícilmente pueda tomarse, en su
contexto, sino como una acerada ironía que, como tantas veces sucede, fue
tomada al pie de la letra -por interés o por candidez- por muchos. Sin embargo,
la Historia corrobora la existencia de la carta que indignó al capitán Plaza[35]
y continúa indicando que, por entonces, las Cortes dejaron en suspenso el
ascenso de Berenguer, que hubo de esperar dos años a consolidarse, como veremos
más adelante.
Alfonso XIII y el General Miguel
Primo de Rivera (de elmundo.es)
En Valladolid, a 8
de noviembre de 1922.
Dicen que la
Justicia llega tarde, pero llega. Poquito a poquito, se va cerrando el dogal
alrededor del cuello del heroico General Berenguer. Primero fue, en junio del
presente año, el tremendo sofión de la Fiscalía del Consejo Supremo de Guerra y
Marina, al multiplicar por dos el número de militares inculpados, respecto del
que el General Picasso había sugerido en su informe. Y, entre ellos, superando
al fin la distinción entre General de División y Alto Comisario -dos
naturalezas en una misma persona-, se incluyó a Berenguer quien, según le
convenía, se presentaba alternativamente como Comandante supremo del Ejército
de África o máximo representante de nuestro Gobierno en el Protectorado
marroquí. Luego, vino la apertura de causa criminal contra él y los otros 76,
reteniendo el Consejo Supremo -constituido en Sala de Justicia- la competencia
para investigar y enjuiciar a los tres Generales: Berenguer, el finado
Silvestre -quien todavía está vivo para la ley- y el cautivo Navarro, que
supongo seguirá penando donde yo lo vi hace un año, o en otra cárcel parecida.
Seguidamente, el Alto Comisario decidió colocarse un poco más bajo y dimitió,
de verdad, de su virreinato tetuaní, y regresó a España para defenderse del
proceso abierto contra él, dejando todavía dormir en Marruecos el Expediente Picasso, que tanto daño
le ha hecho. A continuación, su sucesor, el General Burguete, se da cuenta de
que hay un Expediente de 2.500 folios encima de una mesa y lo remite a Madrid,
como si fuera una novedad. Y ahora, el general instructor de la causa, Don
Ataúlfo Ayala, entiende que hay méritos para procesar a Berenguer pero, como es
Senador, ha resuelto pedir a la Alta Cámara el suplicatorio, como en derecho
procede. La pregunta, ahora, es: ¿lo concederá el Senado? Dicen que pocas veces
dicha Cámara ha dejado de amparar frente a la ley penal a alguno de los suyos.
También se rumorea que el General, con una bravata desmentida por los
precedentes, ha manifestado estar dispuesto a solicitar a los senadores que
concedan el suplicatorio, para poder defender ante los tribunales su honor y su
ejecutoria. Me pregunto cuál será el desenlace de esta comedia. Entre
bastidores, me parece vislumbrar la figura del General Picasso, que tanto luchó
por engatillar a Berenguer, infructuosamente. Tal vez esté frotándose
las manos, o tal vez empiece a pensar que el ascenso de Berenguer a Teniente
General no fuera tan bien merecido como llegó a afirmar muy
frívolamente. Claro que no todos pensamos que diez mil españoles murieron en
Annual y deben responder ante la ley todos los culpables de ello, por muy
elevados que estén. En este Regimiento de Farnesio, en que, desde hace tres
meses, mando el Segundo Escuadrón, líbreme Dios de decir que colaboré en el Expediente
Picasso, o que Berenguer debe rendir cuentas ante la Justicia. Todos los
compañeros que hablan, y son muchos, lo hacen para considerar al General una
pobre víctima de las culpas ajenas; y los pocos que callamos lo hacemos por
falta de opinión o por miedo a la tiranía de los más. Entre estos me cuento.
¡Cada vez me encuentro más incómodo en el ejercicio de mi profesión, quizá ya
poco más que la causa del sueldo que percibo todos los meses!
Consta en su
expediente personal militar que el capitán Carlos Plaza López pidió traslado
voluntario a destino vacante en el Arma de Caballería, siendo destinado al
Regimiento Farnesio, número 5, de guarnición en Valladolid; de modo que
tía abuela Rosa se equivocaba en cuanto a la fecha y motivo de su regreso a
Valladolid, según me relataba en el capítulo primero. Por lo demás, los hechos
recogidos en este extenso párrafo de su Diario se ajustan a la verdad
histórica, con independencia de los juicios que vierte el capitán acerca de los
mismos. El suplicatorio al Senado, fechado el 6 de noviembre de 1922, para
poder procesar y juzgar al general y senador Berenguer, no fue concedido hasta
el 28 de junio de 1923. En su virtud, el 2 de julio siguiente, el instructor de
la causa, general de división y consejero del Supremo de Guerra y Marina, Don
Ataúlfo Ayala López, procesó al General Berenguer, como ya lo había hecho con
el General Navarro, el 3 de abril anterior.
En Valladolid,
a 2 de febrero de 1923.
Al fin han sido
liberados los prisioneros de guerra supervivientes del Desastre. Irán
retornando a la Península para encontrarse, en algunos casos, con la
desagradable sorpresa de que serán juzgados en consejo de guerra para depurar
sus responsabilidades. De no ser estas muy graves, yo me inclinaría por la
máxima benevolencia, pues es mucho lo que han debido de sufrir y mucho el
tiempo de más que, por el falso pundonor o la incuria de los políticos, han padecido
de cautiverio. Los periódicos hablan y no acaban de los malos tratos por los
rifeños, de los muchos muertos, de la triste apariencia y estado de salud de
los que vuelven. No tengo duda de todo ello porque lo vi con mis propios ojos
cuando, a fin de cuentas, apenas llevaban dos meses cautivos. Pero lo que los
diarios no dicen ahora, presas de la alegría y el final de la pesadilla, es
que, a la postre, se ha concedido a Abd-el-Krim justo lo que venía exigiendo
desde hace más de un año, a saber, la liberación y canje de sus guerreros
presos por los españoles, y una cantidad de dinero que ya era sabida y fijada,
desde bastante antes que entrevistara al Emir el periodista Oteyza, el pasado
verano. Los políticos españoles, como dicen los cazadores, han estado mareando la perdiz, por miedo a
pasar por débiles y perder votos; todo lo contrario de la realidad, pues había
que ser muy lerdo para no percatarse de que la liberación de los cautivos sería
recibida por la mayoría de nuestros compatriotas como una bendición. Han tenido
hasta que mandar a un capitalista de Minas del Rif, el Señor Olavarrieta, para
que dé la cara por ellos y presente la operación como si hubiese salido el
rescate de sus arcas, no de las de todos los españoles. En fin, una razón más
para asquearme por los comportamientos de aquellos de quienes hemos de esperar
-tenemos el derecho a ello- medios y justicia. ¡Aviados estamos!
Por cierto, me
pongo en la piel del General Navarro, el encadenado de Axdir, y pienso lo
triste que será llegar a la patria para que lo procesen y juzguen. La verdad,
no creo que lo condenen pero, hasta llegar ahí, ¡cuánta zozobra!
En efecto, la
liberación de los prisioneros de guerra -sobre la que volveré en el Apéndice de
este relato- se produjo el 23 de enero de 1923. Todas las referencias fácticas
del capitán Plaza son así mismo correctas, incluida la alusión al
encadenamiento del general Navarro en ciertos momentos de su cautiverio[36].
De la sentencia recaída sobre dicho General trataremos poco más adelante.
En Valladolid,
a 8 de marzo de 1923.
Algunos de los
compañeros del Regimiento, que conocen a camaradas implicados en las causas
criminales que se siguen por las responsabilidades del Desastre, comentan en la
Sala de Banderas que empiezan a llegar a Marruecos los testimonios pertinentes,
a fin de que por el Mando se designe a los jueces y secretarios militares que
han de instruir los oportunos sumarios, para celebrar en su día los consejos de
guerra. Hasta ahí, todo corriente, aunque tal vez habría sido mejor en muchos
casos no dividir el análisis penal de los hechos en decenas de procesos, con el
consiguiente riesgo de criterios dispares y de sentencias contradictorias. Lo
que rebasa los límites de lo decente es que empiece a extenderse por África y,
por referencia, en España el compromiso corporativista de dejar dormir los
asuntos, hasta que prescriban o se dicten las medidas de gracia que todos dicen
esperar con fundamento. Por supuesto, si algún asunto llega a juicio, se da por
seguro que los tribunales van a actuar con la máxima lenidad, salvo cuando los
acusados hayan sido traidores -cosa que solo podrá achacarse, en buena lógica,
a los militares indígenas-, o actuasen con manifiesta cobardía. El tiempo dará
o quitará la razón a los que así piensan pero, en lo que a mí respecta, no tengo
la menor duda de que la parsimonia y la lenidad serán el denominador común en
los juicios de Marruecos, donde los jueces actuarán libres de la presión que
tiene el Consejo Supremo de Guerra y Marina en España, ante el escándalo
parlamentario y la relevancia de los procesados. Con profundo desagrado, me
atrevo a vaticinar, pues, que en estos días ha aparecido el general Navarro pero han
desaparecido casi todos los demás procesados.
Como suele
decirse, parece que a mi pariente ser le volvían los dedos huéspedes, aunque
con evidente acierto histórico. Los numerosos consejos de guerra celebrados en
Marruecos por causa del Desastre -y los que no llegaron a celebrarse, así mismo
abundantes- han sido globalmente considerados un modelo de justicia basada en
el deseo de pasar página, no de retribuir conforme a la ley los comportamientos
enjuiciados[37]. En
fin, la cuestión puede ser matizable, y hasta controvertida, pero se ve que el
capitán Plaza tenía acertado criterio y estaba bien informado.
En Valladolid,
a 1 de octubre de 1923.
Lo que se daba
casi por seguro se convirtió en cierto el pasado 13 de septiembre y, a estas
alturas del calendario, está ya plenamente consolidado: El capitán general de
Cataluña, Don Miguel Primo de Rivera, se ha convertido en dictador, Jefe del
Gobierno español, con el beneplácito, si no la inducción, de Su Majestad, y ha
mandado para su casa a los políticos tradicionales, entre otros, a quienes desde
el Congreso y el Senado se disponían a determinar y exigir las
responsabilidades de nuestros gobernantes por el Desastre. La verdad es que, en
dos años, ya habían tenido tiempo suficiente de empezar a hacer otra cosa que
fuegos de artificio. En fin, aquí todos opinan -opinamos- que el Rey tenía
mucho miedo de ser alcanzado por la ola de indignación cívica y le ha venido
muy bien que su culpa no sea investigada. Bien es cierto que el general Primo
de Rivera, hasta ahora poco favorable a nuestros compromisos en Marruecos, ha
entrado asegurando que ya no es tiempo de hablar de responsabilidades, sino de
exigirlas. Yo me conformo con que, una vez haya puesto a salvo al Rey y a sus
Gobiernos, al menos deje que el Consejo Supremo y los demás tribunales militares
sigan haciendo su trabajo por lo de Annual. Aunque tiene fama de ser demasiado
hablador e imprudente, opino que sería excesivo, incluso para él, que la
presunta exigencia de responsabilidades consistiera en ordenar sobreseimientos
o conceder amnistías. Veremos qué pasa, pues un dictador tiene muchos medios a
su alcance para torcer la vara de la justicia, sin llegar a formas tan
drásticas como las que acabo de señalar.
Una vez más, el
capitán Plaza expone hechos e ideas coincidentes con la verdad histórica. En lo
que toca al proceso contra Berenguer y Navarro -ya estaba Silvestre declarado
fallecido-, Primo de Rivera decidió intervenir en la causa nombrando hasta tres
Consejeros de Guerra y Marina complacientes con él y, seguramente, con una
futura sentencia absolutoria. El Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, teniente general
Aguilera, indignado por no ser consultado, alegó enfermedad para alejarse unos
meses de la palestra y evidenciar así su desagrado (primeros meses de 1924);
pero, cuando pretendió volver a la presidencia del Consejo, teniendo 66 años de
edad a la sazón, encontró la oposición del Dictador, que nombró para el cargo
al incombustible capitán general Weyler, de 75 primaveras. Mas, si lo
que pretendía Primo de Rivera era benignidad, había elegido mal pues, no solo
había nombrado a un militar muy severo, sino a un enemigo acérrimo de Berenguer[38].
Así, la causa siguió su curso poco favorable para los dos Generales procesados
quienes, el 22 de mayo de 1924, supieron que el Fiscal había presentado escrito
de acusación, solicitando para Berenguer la pena de 20 años de reclusión, con
la accesoria de pérdida de empleo, y para Navarro, 8 años de prisión y
separación del servicio[39].
Ni que decir tiene que las defensas de ambos acusados interesaron su
absolución.
En Valladolid,
a 27 de junio de 1924.
De buena gana
habría pedido unos días de permiso para disfrutarlos en Madrid, asistiendo a
las sesiones del juicio de Berenguer y de Navarro, pero me disuadió de ello la
probabilidad de toparme con el General Picasso, dado lo violento que me
resultaría dicho encuentro. He preferido seguir el consejo de guerra a
distancia, a través de los periódicos de Madrid que, la verdad sea dicha, no
parecen haberse tomado mucho interés en cubrir la información. Parece que la
sala de vistas estuvo no muy concurrida, con un público prácticamente limitado
a los periodistas y a personas allegadas a los dos acusados, por familia o por
compañerismo. Ciertamente no resulta muy grato seguir un juicio cuya mayor
parte se reduce a leer o resumir lo que ya ha sido practicado en el sumario.
Baste decir que, por las referencias de prensa que tengo, no prestaron
declaración los acusados, ni siquiera se dignaron comparecer ante el tribunal,
debido a esa viciosa práctica autorizada en España, de que los militares de
renombre excusen su asistencia, para evitar el bochorno o deshonor que les
supone verse ante un tribunal militar. Excuso hacer la crítica de tan absurda
valoración. Tampoco declararon muchos testigos: apenas cuatro o cinco, creo haber
leído. Así que, después de toda una semana de interminable plenario, llegó el
momento esperado de las conclusiones definitivas y los informes del Fiscal y de
las defensas. Parece ser que el fiscal militar estuvo tan severo como siempre,
en lo que se refiere al general Berenguer, mientras que, entre los defensores,
destacó el Jurídico militar y político, Rodríguez de Viguri, cuyo alegato
parece haber sido decisivo para el giro más espectacular del juicio, a saber,
la retirada de la acusación del general Navarro, para quien el fiscal militar
solicitó la absolución, lo que -dicho sea de paso- encuentro razonable y
humano. En cambio, mantuvo su tesis precedente para Berenguer, volviendo a
pedirle los veinte años de reclusión y la expulsión del Ejército. Pero, al cabo
de dos días, o sea, ayer, se ha conocido que el Consejo Supremo condena a dicho
General, por negligencia militar, a la pena de separación del servicio y pase a
la reserva; y aún esa pena tan liviana ha sido muy mal vista en la mayoría de
los ambientes militares, a juzgar por lo que reflejan los diarios y yo he
escuchado en mi Regimiento. No sé qué habrá opinado Picasso al respecto. Desde
luego, si yo lo hubiese sabido cuando me llamó a Zaragoza pidiendo ayuda, le
habría contestado que lo sentía muchísimo, pero que ya tenía preparadas unas
vacaciones en los Pirineos, para hacer montañismo.
Y todavía falta el
golpe final, pues el Dictador, hace unos días, dejó bien claro que no consentiría
que el General Berenguer pasare un solo día en la cárcel. Queda por ver si
tampoco aceptará que el Ejército español se vea privado de tan glorioso espadón. De ser así, tengo en
mente que no seguiré poniendo mi sable a las órdenes de Jefes que en tan poco
tienen la ley y la ciencia militar.
Todo cuanto puede
leerse en esta página del Diario del capitán Plaza se corresponde con lo
realmente acaecido en el juicio de Berenguer y Navarro, incluso la reacción de
la mayor parte de la opinión pública -vale decir, de quienes contaban para
los medios-, que era favorable a la absolución de ambos generales. En cuanto a
lo que se recoge en el párrafo segundo, me remito a la siguiente -y última-
página escrita por mi pariente en el Copiador de Cartas, que tanto juego
ha dado para construir este relato.
En Valladolid,
a 7 de julio de 1924.
Anteayer, sábado,
publicó la Gaceta el Real Decreto del día anterior, por el que, conforme a lo
anunciado, una norma de amnistía e indulto ha dejado en nada la modestísima
pena impuesta al General Berenguer por el Consejo Supremo. Y es que -como Primo
de Rivera ha reconocido- el muy pronto Teniente General es “tan buen soldado,
como exaltado patriota”. Así pues, conforme a lo ya premeditado y redactado, di
esta mañana la campanada en el Regimiento, presentando al Coronel Esparza mi
instancia dirigida al Ministerio de la Guerra, en solicitud de excedencia del
Ejército por tiempo indefinido. Mi coronel, aunque no simpatizamos, tuvo la
bondad de mostrarse apenado y me preguntó por los motivos de mi renuncia. Para
corresponder a su cortesía, no profundicé en las causas y aludí vagamente a mis
“discrepancias” con la forma en que el Alto Mando está llevando las cuestiones
militares. El coronel sonrió comprensivamente y me preguntó si lo autorizaba a
retener la instancia, para su informe, durante unos días, “por si se arrepiente
usted de la decisión tomada”. “La he meditado mucho, mi coronel. Le ruego que
informe y remita mi solicitud antes de tomarse las vacaciones”, le he
contestado. El coronel ha convenido en ello pero, no obstante, estaré pendiente
del correo de salida, hasta tener la confirmación de lo prometido. Ahora, a
punto de retirarme a dormir, experimento una tranquilidad de ánimo que quiero
tomar como síntoma de haber actuado rectamente, según mi conciencia. Seguramente,
cuando se sepa la noticia de mi marcha del Ejército, muchos no la entenderán,
ni compartirían mis motivos, de saberlos. Pero bien sé que, en el fondo, yo no
me voy, sino que me echan.
La Historia
corrobora cuanto se dice en este párrafo que no afecta a los detalles concretos
del abandono por mi pariente del Ejército el cual, a la postre, resultó
definitivo. Desde luego, he confirmado la identidad del coronel jefe del
Regimiento[40]. Y, en
cuanto a la existencia y efectos de la susodicha instancia del capitán Plaza,
daré algunos detalles a continuación.
***
En el historial
militar del capitán Carlos Plaza López figura la presentación de una instancia
suya, fechada a 5 de julio de 1924, que tuvo entrada en el Ministerio de la
Guerra el día 30 del mismo mes, siendo contestada favorablemente por la
Autoridad militar el 4 de septiembre de 1924; fecha a partir de la cual se declaraba
al solicitante en situación de excedencia indefinida en el Ejército. Una
cuartilla adicional -que cerraba el expediente- incluía la oportuna liquidación
del tiempo de servicios prestados hasta la fecha, que alcanzaba un total de
trece años, dos meses y un día. Supongo que sería un periodo suficiente para
devengar pensión: Lástima que mi pariente no tuviera ocasión de cobrarla, al
haber fallecido din descendencia y demasiado joven. En cuanto a su
viuda, si recuerdan ustedes lo que contaba mi tía abuela Rosa, le siguió a la
tumba a los pocos meses. Así finó Carlos Plaza y aquí concluyo yo su pequeña
historia. El resto, como se dice en Hamlet, es silencio.
Apéndice: Los cautivos y los muertos
¿Cuántas personas
murieron en los episodios bélicos de 1921, denominados Annual, o el Desastre? Voy a
repasar algunas de las cifras que circulan por las fuentes, sentando, de
entrada, la impresión de que la cifra redonda de diez mil se aproxima bastante
a la probable realidad, en particular, si nos referimos al Ejército español y excluimos
de ella a las harkas rifeñas.
Hay diversas
razones para explicar el baile de números en lo que se refiere a los
efectivos perdidos por el Ejército español. Entre otras, pueden apuntarse las
siguientes:
-
El
importante desbarajuste preexistente, en lo relativo a las plantillas de
militares en la zona de Melilla, como consecuencia de ausencias injustificadas;
prestación de servicios en comisión en la Península; multiplicación de los
soldados asistentes; deliberada exageración de efectivos para obtener más
víveres o retribuciones, etc. Es probable que se hayan exagerado esos
indudables excesos, por malevolencia o desinformación, pero la cifra dudosa u
oscura era, en cualquier caso, muy notable.
-
La
circunstancia de haber dado por muertos a los policías y militares indígenas
desaparecidos, que formaban parte de las fuerzas españolas. Lo pusieron de
manifiesto los jefes rifeños y es perfectamente creíble: La mayor parte de esos
contingentes se pasaron a los rebeldes y, en buena lógica, no se atreverían a
volver a Melilla, ante el riesgo de ser reos de abandono de unidad frente al
enemigo o, lisa y llanamente, de traición.
-
El
retraso y las deficiencias en la forma más usual y tradicional de contar las
bajas en acción de guerra, que es la recogida y sepultura ordenada de los
cadáveres. En el caso de los españoles, la huida inicial obligó a los rifeños a
hacer de informales sepultureros de sus enemigos. Posteriormente, las masacres
-sobre todo, la de Monte Arruit-, descubiertas bastantes días después, hicieron
que el recuento e identificación de las víctimas se hiciera entre la confusión
y el riesgo de epidemia.
-
No
veo clara la actitud contable en el caso de localidades conquistadas por el
enemigo, en que había población civil española, como es el caso de Zeluán, en
donde la confusa masacre probablemente alcanzó también a los paisanos.
-
Finalmente,
hay que referirse a la necesidad de descontar a los prisioneros de guerra. El
número e identidad de los mismos nunca se supo exactamente, y el hecho de que
la mayoría no fueran rescatados hasta año y medio más tarde, acabó por dejarlos
al margen de unas estadísticas, cerradas muchos meses atrás.
En lo que sí
coinciden los estudiosos del tema es en que más de la mitad de las bajas
mortales españolas lo fueron mediante asesinato de militares que se habían
rendido o, incluso, capitulado de manera formal.
En lo relativo a
los rifeños, hay en las fuentes españolas una confusión absoluta. Para empezar,
se cuentan sus efectivos combatientes de forma tan ridícula y poco informada,
como para jugar con cifras entre los dos a tres mil y los dieciocho mil. El
deseo de justificar de algún modo la derrota está detrás de las opiniones
españolas más excesivas. Y, a partir de semejante confusión, resulta hasta
llamativo que, en lo tocante a bajas mortales, siempre nos movamos alrededor de
las mil, una cifra redonda y que pretende denotar la escasa eficacia de
nuestro Ejército. Cuando dicho número fue presentado a la consideración de los
jefes rifeños, durante las entrevistas periodísticas que se les hicieron a la
sazón, lo juzgaron exagerado, aunque no se atrevieron a ofrecer una cifra
alternativa menor.
Con este
preámbulo, paso a recoger diversas cifras de muertos españoles que he ido
encontrando en las fuentes utilizadas para pergeñar el precedente relato:
-
Comenzando
por la información del Expediente Picasso, se sabe que el General
realizó una concienzuda y personal indagación respecto de los fallecidos,
llegando a la conclusión de que los muertos del bando patrio fueron 13.363, de
los que 10.973 eran españoles y 2.390 indígenas. Fueron cifras obtenidas a
partir de las fuerzas oficiales de la guarnición de Melilla. Por las
razones antes expuestas, suele entenderse que las bajas fueron realmente
menores que las indicadas.
-
El
diputado del PSOE, Indalecio Prieto, también hizo sus cálculos sobre los
efectivos de la Comandancia de Melilla, antes y después del Desastre. Debió de
encontrar dificultades insalvables para conocer los datos exactos, pues en el
Parlamento se refirió a una cifra mínima de 8.668 muertos y una máxima de
10.126. Con tan gran diferencia, lógico es pensar que la verdad estuviera entre
un extremo y otro. En cualquier caso, son números que no incluyen los muertos
indígenas, a diferencia de las listas de Picasso.
-
Francisco
Madrid, en su libro sobre el Expediente Picasso, aparecido en 1922[41],
señala que el conocimiento que las Cortes tenían del Expediente, a partir de
julio de 1921, y los exaltados debates que se siguieron, provocaron filtraciones
de los datos de muertos en la prensa, que indignaron a la opinión pública,
pues se barajaba la cifra de catorce mil. En efecto, es un redondeo al alza de
los datos de Picasso, pero olvidando que casi dos mil quinientos de ellos eran
indígenas, cuya muerte no creo afectase mucho a las familias españolas.
-
Manuel
Leguineche[42],
aludiendo al informe final a las Cortes de la llamada Comisión de los Diecinueve
(por el número de los diputados que la formaban), asegura que en él se da la
cifra de 13.199 muertos; un número que sin duda incluye también a los caídos de
las fuerzas indígenas.
-
Entre
los autores modernos que han estudiado este tema de modo monográfico, Caballero
Poveda[43]
ofrece la cifra menor: 7.875 hombres españoles; mientras que Palma Romero[44]
estima en 8.180 los muertos y desaparecidos, número muy próximo al
anterior, como se ve.
-
Finalmente,
y con todas las cautelas que exige la consulta de la Wikipedia[45],
esta enciclopedia, resumiendo y valorando los datos que toma en
consideración, sostiene una cifra de entre 9.000 y 9.454 españoles muertos y
unos 2.500 indígenas. Así mismo, sostiene que más de la mitad de los efectivos
de nuestro Ejército murieron asesinados, tras rendirse o capitular.
***
Pasando a tratar
de los cautivos, o prisioneros de guerra, siguen existiendo algunas
diferencias, tanto en el número inicial de los mismos, como en el del grupo
mayoritario que fue liberado a fines de enero de 1923, según ha quedado aludido
en el capítulo 4 de este relato.
Cifras de unos 600 presos, en un primer momento, y de unos 350 rescatados en la
fecha indicada, me parecen correctas. Como es natural, la diferencia entre un
número y otro significa el número máximo de muertos en cautividad, generalmente
por enfermedades y malos tratos, más un pequeño grupo ejecutado por los
rifeños, al parecer, por intentos de fuga.
Las causas
principales de las discrepancias numéricas en esta cuestión pueden reducirse a
las siguientes:
-
No
tener en cuenta los rescates de pequeños números de personas, así como los
casos -en verdad, excepcionales- de fugas con éxito. De entre los primeros, el
más conocido es el de diecisiete o dieciocho soldados heridos graves y algunos
paisanos, aludido en el capítulo 2.
-
Desconocer
la cifra inicial de capturados por los rifeños. Como luego veremos, se manejan
cifras entre menos de quinientos y unos seiscientos cincuenta.
-
Tomar,
o no, en consideración a los civiles o paisanos presos, aunque por parte de sus
captores recibieron un trato análogo al de los militares.
-
Admitir,
o no, la posibilidad de que quedaran prisioneros de guerra, aún después del
rescate de enero de 1923, cosa que algunos señalan.
En lo referente a
los rifeños hechos prisioneros y canjeados por los españoles liberados en enero
de 1923, veremos que hay también considerables diferencias numéricas: entre
cuarenta y cuatrocientos, nada menos.
Hechas estas
consideraciones generales, descendamos a las fuentes concretas:
-
Los
anónimos redactores de la Wikipedia (entrada Desastre de Annual)
señalan que fueron hechos prisioneros un total de 492 españoles. De ellos,
aparte un reducido número de liberados en los primeros momentos, 326 lo fueron
de una vez en enero de 1923, mediante canje y rescate. Se supone que la
diferencia corresponde a presos que hallaron la muerte en cautividad, o
desaparecieron.
-
Manuel
Leguineche redondea cifras dadas por otros autores, indicando que fueron hechos
prisioneros unos 600 españoles, de los que fueron liberados alrededor de 400.
-
Remiro
de Mata[46],
aludiendo, al parecer, solo a los liberados del gran grupo de enero de 1923,
señala que fueron 357.
-
Albi
de la Cuesta[47] indica
que murieron en cautividad unos 150 presos, siendo liberados en el gran rescate
un total de 325.
-
Antonio
Guerra[48]
señala que fueron hechos prisioneros 658 españoles, de los que fallecieron en
cautividad 301. El resto fueron liberados, algunos en fecha tan tardía como el
año 1926.
-
Marín
Arce[49]
da, para la gran liberación de enero de 1923, las que me parecen las cifras más
de recibo: Fueron 357 los liberados, de los cuales 45 eran jefes y oficiales;
274, suboficiales e individuos de tropa; 38, paisanos. En este último grupo
entiendo que está el quid de la disparidad en las cifras del episodio
entre los diversos autores.
-
Finalmente,
aludiré a Juan Pando[50],
que aporta los siguientes números: 534 presos de guerra, de los que murieron
139 -doce de ellos, fusilados por sus guardianes- antes de la liberación.
-
En
lo que respecta a los rifeños canjeados en la operación de rescate (por
4.270.000 pesetas en total), Albi -en la obra citada- indica que fueron 400,
sin ofrecer más detalles. De forma más precisa, el susodicho autor, Marín Arce,
señala que, directamente, fueron cuarenta, a los que hay que incorporar otros
54 de la cábila de Beni-Said que habían sido liberados poco antes, además de
uno o dos rifeños ya condenados a muerte en la zona de Tetuán, los cuales
fueron indultados de la pena capital.
[1]
Debo, no obstante, referirme a dos obras muy notables sobre el Desastre de
Annual, totalmente distintas en su enfoque del tema: Manuel Leguineche, Annual,
1921. El Desastre de España en el Rif, Alfaguara, Madrid, 1996 (he manejado
la tercera edición, del mismo año); Julio Albi de la Cuesta, En torno a
Annual, Ministerio de Defensa de España, Madrid, 2014 (he consultado su
reimpresión de 2016, felizmente accesible por Internet). Con un enfoque misceláneo y más bien periodístico: José María Campos Martínez, Protectorado de España en Marruecos. Héroes y villanos, edit. Almed, Granada, 2017.
[2]
Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, estribillo del poema titulado 1936,
perteneciente al libro, Desolación de la quimera (1962), del poeta, Luis
Cernuda.
[3] Blanco y Negro, Revista de actualidad,
cuya publicación se inició en 1891, pasando posteriormente a integrarse como
suplemento del diario ABC; dejó de publicarse en el año 2000. Lecturas
comenzó su andadura en 1917, como revista literaria, y, con numerosos cambios e
interrupciones, sigue publicándose actualmente (2020), dentro de la prensa rosa
o del corazón; sus mejores años de calidad fueron los de las décadas de 1930 y
1940.
[4]
El general Picasso era primo carnal de la madre del genial pintor, Pablo Ruiz
Picasso. Por lo tanto, el parentesco entre ellos no era estrictamente el de tío
y sobrino, como algunos han escrito.
[5] Por razón de las fechas, entiendo que el
sucesor del farmacéutico, Señor Sanz Pasalodos, sería su colega, Don Pablo
Torrego Vaca.
[6] La capitulación del Ejército español en Monte
Arruit, mandado por el General de Brigada, Don Felipe Navarro, desembocó en la
traicionera masacre de unos tres mil militares inermes, a manos de combatientes
rifeños, al parecer, sin conocimiento de su máximo jefe, el caíd Abd-el-Krim.
[7]
Juan Martínez de la Vega y Zegrí (1871-1936), del Cuerpo Jurídico Militar.
Siendo Auditor de División destinado en Madrid, fue encarcelado en el verano de
1936 y, el 7 de noviembre de dicho año, tras una saca carcelaria, fue asesinado
en Paracuellos de Jarama, así como también su hijo Fernando, Ingeniero de
Caminos.
[8]
Juan Picasso González (1857-1935) nació en Málaga y falleció en Madrid. Militar
del Arma de Caballería y del Cuerpo de Estado Mayor, alcanzó el rango de
Teniente General.
[9]
Obvia alusión perifrástica a las Juntas Militares de Defensa, entonces tan en
el candelero. Sobre las Juntas, véase, por ejemplo, Alberto Bru Sánchez-Fortún,
Para repensar las Juntas Militares de 1917, Hispania, 2016, LXXVI, nº
252, págs. 189-215.
[10] El plan de estudios para ingresar en el
Estado Mayor, vigente en aquel tiempo, era el del general López Domínguez,
consistente en que los Oficiales, tras superar un examen, ingresaban en la
Escuela Superior de Guerra de Madrid, donde cursaban tres años de teoría,
seguidos de otros dos años de prácticas en Regimientos. Tras el aprobado final,
los Oficiales podían optar, según su voluntad y las plazas vacantes, entre
integrarse en el Cuerpo de Estado Mayor, o seguir en el Arma de su procedencia,
con la consideración de Diplomados de Estado Mayor. El capitán Plaza
optó por la primera posibilidad.
[11] El general de división, Don Manuel Fernández
Silvestre (1871-1921), al mando de la zona de Melilla y de la ofensiva que finó
desastrosamente en Annual, falleció el mismo día de la batalla, 22 de julio de
1921, pero se ignora si fue por suicidio o bajo las balas o el filo de las
armas rifeñas.
[12]
Don Felipe Navarro y Ceballos-Escalera (1862-1936) era general de brigada y
segundo jefe de las fuerzas españolas cuando la ofensiva de Annual. Hecho
prisionero el 9 de agosto de 1921 en la capitulación de Monte Arruit,
permaneció prisionero de las fuerzas rifeñas hasta el 27 de enero de 1923,
cuando fue liberado, junto a la casi totalidad de presos de guerra españoles,
gracias a un acuerdo de rescate dinerario y canje de prisioneros. El General,
junto a su hijo Carlos, teniente de Infantería, falleció el 7 de noviembre de
1936, asesinado por milicianos republicanos en Paracuellos de Jarama, tras una saca
carcelaria.
[13]
Domingo Batet Mestres (1872-1937), entonces Coronel de Caballería. Nombrado
juez especial para alguna de las piezas del Expediente Picasso, dimitió (quizá
tras alguna breve actuación), por entender que el cargo debía corresponder a un
Jurídico Militar. La referencia que a este respecto he encontrado es bastante
confusa, pues parece aludir a 1922, en cuyo caso, no sería respecto del ya
finalizado Expediente, sino de alguna de las causas criminales derivadas
de él. Batet, famoso por su diatriba escrita contra Franco y Millán Astray, fue
fusilado en 1937 por los franquistas, siendo general de división, al no haberse
sublevado contra el Gobierno, cuando estaba al frente de la Sexta División
Orgánica, en Burgos.
[14]
Se trata de Néstor Picasso Vicent, nacido en 1887. De él solo he encontrado el
dato adicional de que en 1933 había alcanzado el grado de comandante y ejercía
labores de Ayudante de Campo de su padre, ya Teniente General.
[15]
Vicente Calero Ortega, oficial de Estado Mayor. En 1936, ya coronel, estaba
destinado en el Estado Mayor Central, en Madrid y, en principio, parece que no
cambió de bando. En febrero de 1938, considerado desafecto al Régimen
republicano, fue dado de baja en el Ejército, con pérdida de todos los
derechos, incluso pasivos. ¿Es que se habría pasado entonces al enemigo del
Gobierno de la República?
[16]
Suele darse por sentado hoy en día que las cifras ofrecidas por Picasso no se
ajustan a las reales, por exceso. La razón es que el General partió de los
efectivos oficiales de la guarnición de Melilla en las fechas inmediatamente
anteriores al Desastre, pero no contó con el hecho de que los registros eran a
menudo hinchados para cobrar más soldadas y recibir más suministros.
[17]
Sobre Dris Ben-Said y su muerte, véase Centro de Historia y Cultura Militar de
Melilla, Hecho histórico del mes: “Aquel 21 de junio de 1923”, en
“Melilla hoy” (digital), 21 de junio de 2018. Parece ser que Ben-Said tradujo
el Quijote al árabe, si bien otros lo consideran una mera leyenda.
[18]
Sobre el Señor Got, lo más detallado que conozco es: Juan Díez Sánchez, Artillero,
dibujante y cronista de guerra: Antonio Got Insausti, “Akros, Revista de
Patrimonio”, nº 10 (2011), págs. 62-66.
[19]
Breve nota biográfica en www.lahistoriatrascendida.es: J.A.S., Abdel-Malek
Meheddin, pp. 462-463. Falleció el 7 de agosto de 1924, luchando contra los
rifeños en pro de España.
[20]
Por ejemplo, diario madrileño “La Voz”, número de 15 de agosto de 1921, pág. 1.
Consúltense también: Anónimo, Dris Ben Said, Bajo la sombra de Echevarrieta,
“El Faro de Melilla”, 30 de mayo de 2010; Miguel Ángel Ferreiro, El niño
español que sobrevivió al desastre de Annual, elretohistorico.com, 7 de
enero de 2018.
[21]
La lengua chelja, amaçiga o rifeña -dividida a su vez en varios
dialectos- es un idioma bereber, hablado actualmente en Marruecos por unos dos
millones de personas. Era de uso común en las partes oriental y central del
Protectorado español en Marruecos. Como introducción, véase Naima Moufra, Datos
de gramática contrastiva rifeño-española, e-espacio.uned.es, 1992, págs.
45-74.
[22]
Apelativo asumido por la familia de Abd-el-Krim, al parecer, para darse pompa,
pues correspondía a uno de los compañeros de Mahoma.
[23]
Esta obra maestra ha sido reproducida en numerosas ocasiones. Yo me he servido
de la transcripción obrante en la página web islamnews.es, bajo el
epígrafe, Historia viva. Aquella entrevista de Luís de Oteyza a Abdelkrim,
entrada de 24 de septiembre de 2019.
[24] En recuerdo de ese día, se acordó que cada 18
de septiembre se celebrase el Día de la Independencia del Riff (con dos efes,
según la grafía más usual de los documentos rifeños en nuestro alfabeto).
[25]
Eduardo Pérez Ortiz (1865-1954), 18 meses de cautiverio. De Annual a Monte
Arruit (Crónica de un testigo), Postal Express, Melilla, 1923 (reeditado
por Interfolio Libros en el año 2010).
[26] Además de las obras generales recogidas en la
nota 1, he consultado las siguientes: Antonio Guerra Caballero, artículo
aparecido en “El Faro de Ceuta”, 27 de febrero de 2017; Javier Remiro de la
Mata, Los prisioneros españoles cautivos de Abd-el-Krim: un legado del
desastre de Annual, Anales de Historia Contemporánea, nº 18 (2002), págs.
343-354; Carlos Corvinos Gracia, El sudario de tafetán escarlata, Difundia
Ediciones, Madrid, 2017; Luis Carlos Sánchez Bueno, Semblanza de un soldado
extremeño en el Desastre de Annual: Vicente Sánchez Marcos, Revista de
Estudios Extremeños, 2018, tomo LXXIV, nº III, págs. 1869-1902; Sigifredo Sanz
Gutiérrez, Con el General Navarro. En operaciones – En el cautiverio,
Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1924 (reimpresión, Editorial Almena, Madrid,
2016); diario La Vanguardia de Barcelona, 30 de enero de 1923, pág. 16;
Vicente Pedro Colomar Cerrada, El infierno de Axdir. Prisioneros españoles
en el Rif, 1921-1923, edit. Cultiva Libros, Sevilla, 2010 (es una historia
novelada).
[27]
Véase Ginés San Martín Solano, La Compañía Española de Minas del Rif
(1907-1984), Aldaba (5), págs.55-74.
[28]
Manuel Civantos Buenaño, Coronel de Infantería, Gobernador del Peñón de
Alhucemas. Prestó extensa declaración en el Expediente Picasso, pieza
6ª, folios 1656 r. – 1672 r.
[29]
Resumen escrito y gráfico, en Miguel Ángel Ferreiro, Operación Monte Gurugú,
elretohistorico.com, entrada de 8 de octubre de 2016.
[30]
Sigo el testimonio presencial del
escritor y diplomático, Ernesto Giménez Caballero, Notas marruecas de un
soldado, edición del autor, Madrid, 1923. (reedición: Planeta, Barcelona,
1983).
[31]
No veo otra forma de cuadrar fechas que la que ofrezco en el texto, sobre la
base de que hubo dos ejemplares íntegros del Expediente: uno, para el Alto
Comisario, que se depositó en Tetuán hasta septiembre de 1922, en que fue
remitido con los informes a Madrid; y otro, que el General Picasso llevó a la
Capital de España cuando volvió a ella, en enero de 1922, y que fue el que,
ultimado por el General en algunos detalles, en abril de 1922 pasó a manos del
Ministro de la Guerra y, sucesivamente, a las Cortes y al Consejo Supremo de
Guerra y Marina; todo ello, entre abril y julio de 1922. De suerte que, cuando
la versión tetuaní llegó a Madrid, todos estaban al cabo de la calle del
Expediente o, cuando menos, de las claves del mismo, que pronto serían
recogidas en libros o folletos impresos, como el de Francisco Madrid, El Expediente Picasso. Las acusaciones oficiales
contra los autores del derrumbamiento de la Comandancia de Melilla y el desastre
de Annual. Barcelona, Talleres Costa, 1922.
[32]
Obvia alusión al periódico zaragozano El Heraldo de Aragón, fundado en
1895.
[33]
De Arsenio Martínez-Campos y de la Viesca (1889-1953) se ha escrito ya en el
capítulo 2. A la sazón, era diputado por Ciudad Real y estaba excedente del
Ejército, en el que había alcanzado el grado de capitán de Infantería y la
titulación de Estado Mayor; posteriormente llegaría a general de división y
Segundo Jefe del Estado Mayor. Su diatriba en el Congreso está resumida en
Manuel Leguineche, Annual, 1921, citado en nota 1, págs. 135-138. Sobre
el famoso artículo periodístico J’accuse de Émile Zola (13 de enero de
1898, en L’Aurore de París), puede verse Marcel Thomas, L’affaire
sans Dreyfus, Fayard, Paris, 1971, págs. 444 y sigtes.
[34]
Don Miguel aludía en Por tierras de Portugal y de España, al Rey de
Portugal, Carlos I, que acabó siendo asesinado en 1908, en la lisboeta Plaza
del Comercio. Dicho monarca se había referido a su propio país, en los
siguientes términos: Isto é uma piolheira (Esto es un nido de piojos).
[35]
Véase José Rodríguez Labandeira, entrada Dámaso Berenguer Fusté, buscador
de la Real Academia de la Historia.
[36]
Véase manifestación del citado General al diario barcelonés La Vanguardia del
día 30 de enero de 1923, pág. 16.
[37] Véase el resumen que, con referencia a casos
concretos y datos numéricos, ofrece Julio Albi de la Cuesta, En torno a
Annual, citado en nota 1, págs. 617-633, con la interesante distinción de
procesos contra europeos y contra marroquíes.
[38] Véase
autor y obra citados en la nota anterior, pág. 491, siguiendo la opinión de
Juan de la Cierva.
[39]
Y eso que se apreciaban atenuantes: Para Berenguer la de los brillantes
servicios prestados al Ejército en otros momentos, incluso en Marruecos, y para
Navarro, la de haber mantenido el mando estando herido y la de los sufrimientos
experimentados durante el año y medio de cautividad.
[40] Según la documentación del Regimiento Farnesio,
obrante en el Ministerio de Defensa, se trataba de Emilio Esparza Torres, que
mandó dicho Regimiento entre 1923 y 1929.
[41]
Francisco Madrid, El Expediente Picasso…, citado en la nota 31
[42]
Manuel Leguineche, Annual, 1921, citado en nota 1.
[43]
Fernando Caballero Poveda, La campaña del 21 en cifras reales, revista
Ejército, núms. 522 y 523, Madrid, 1984.
[44]
Juan Tomás Palma Romero, Annual, 1921. 80 años del Desastre, edit.
Almena, Madrid, 2001, págs. 169-171.
[45] Wikipedia,
voz Desastre de Annual, consultada en abril de 2020.
[46]
Javier Remiro de Mata, Los prisioneros españoles de Abd-el-Krim: un legado
del desastre de Annual, Anales de Historia Contemporánea, nº 18 (2002),
págs. 343-354.
[47] Véase Julio Albi de la Cuesta, El torno a
Annual, citado en nota 1, págs. 579-581.
[48] En el
diario El Faro de Ceuta, día 27 de febrero de 2017.
[49]
José María Marín Arce, El Gobierno de concentración liberal: el rescate de
prisioneros en poder de Abd-el-Krim, Revista de la Facultad de Geografía e
Historia de la U.N.E.D., págs. 163-181, en particular, págs. 176-177.
[50] Juan
Pando, Historia secreta de Annual, edit. Planeta (colección Termas de
Hoy), Madrid, 1999.