El fandango de Almería (Una historia
de los tiempos del estraperlo)
Por Federico Bello Landrove
El choque entre un
político ambicioso y un contrabandista recalcitrante darán lugar, en la Almería
de 1952-1953, a otro encontronazo -menos llamativo pero de no menor intensidad-
entre una maestra almeriense y un policía de paso en la ciudad. Ambiente, lugares y
personajes tratan de evocar la tierra de mis recuerdos infantiles, sin
pretender la fidelidad en el retrato de unas personas y un tiempo ha mucho
desaparecidos[1].
1. La ira de Sardiñápalo
El Gobernador
Civil de Almería estaba furioso. En apenas unas semanas había pasado, de ser
uno de los políticos en alza del Régimen, a encontrarse en la cuerda floja, con
el riesgo de perder incluso la poltrona que ya empezaba a considerar suya, de
tanto como se había ido ahormando a sus orondas posaderas. Primero, había sido
el toque eclesial de atención que le había dado el Señor Obispo, uno de los
pocos que se atrevía a decirle las cosas a la cara:
-
Señor
Gobernador -había comenzado ceremoniosamente el prelado, Monseñor Báguenas-,
han llegado a mis oídos ciertas habladurías sobre Vuecencia, seguramente falsas
o muy exageradas, pero, en todo caso, poco edificantes.
El Poncio[2]
-que atendía al nombre de Manuel Lubina, con el “Excelentísimo Señor Don”
delante- puso cara de sorpresa, aunque bien sabía él de dónde le llegaban los
tiros:
-
No
sé, Monseñor, de qué pueda tratarse. A mí apenas se atreven a venirme con
habladurías y, en cualquier caso -agregó con implícito reproche-, no suelo
prestarles atención.
-
Pues
esta, hijo mío, yo sí la tomaría en consideración, aunque solo sea por el buen
ejemplo que las Autoridades tenéis que dar a los ciudadanos. Ya sabes lo de la
mujer del César: no basta con que sea honesta; ha de parecerlo.
A la memoria de
las gentes de Almería ha pasado la pequeña historia de ciertas veladas distendidas
en casa del Gobernador, que la imaginación y malquerencia populares
convirtieron en una especie de orgías en que atractivas mujeres de la Sección
Femenina, ligeras de ropa, intimaban con el anfitrión y sus amigos. Yo pienso
que poco propicios eran el lugar y la compañía, como para que la unificación
de las gentes del Movimiento llegase más allá de lo dispuesto en el Decreto del
37[3],
pero el Señor Lubina tomó buena nota y decidió cortar de raíz las reuniones
nocturnas en su domicilio. Ya era tarde: Las malévolas lenguas de la ciudad
-bastante hartas, por otra parte, de una Autoridad tan severa como este
Gobernador- murmuraban con acritud acerca de la doble moral de un prócer que
multaba a las parejas por besarse en los cines y, luego, se permitía excesos bastante
peores en su propia residencia. El infalible tino de los andaluces en la
asignación de motes dio con uno pintiparado para aquel personaje que les había
venido desde las Rías Bajas, hacía seis años: Sardiñápalo[4].
Apodo de tan alto nivel cultural apuntaba a una paternidad muy ilustrada.
El afectado llegó a sospechar que, detrás de la sardiña, había de estar
algún profesor del Instituto, desafecto a su persona. Con todo, la erudición
resultaba excesiva para que el remoquete pasase a la historia. Como dijo el
Secretario del Gobierno Civil, una de las pocas veces que se sinceraba con su
superior:
-
No
se preocupe usted, don Manuel. Cuando el vulgo no entiende un mote, este tiene
poco recorrido.
***
El segundo motivo
de indignación de Don Manuel merece ser explicado con mayor prolijidad, pues
resultará esencial en el desarrollo de este relato. Como ustedes pueden saber,
la postguerra española sobrevino con gran escasez y carestía en muchos
productos de necesidad o de uso corriente, empezando por los alimentos. El
Gobierno reaccionó a tales carencias con un magro racionamiento de los bienes
y, a la inflación, con la fijación de precios de tasa. Las consecuencias fueron
las que todos -salvo el Gobierno- previeron: buena parte de los artículos
tasados desaparecieron del mercado legal y pasaron a venderse de estraperlo,
es decir, de forma ilícita y a precio mucho más alto que el oficial. El estraperlo
enriqueció a muchos y a otros les proporcionó simplemente una forma de
defenderse de la miseria, o de sobrevivir. En el primer caso, el pueblo tronaba
contra aquellos chupasangres, pocas veces perseguidos ni castigados por
las autoridades. En el segundo, la gente transigía y pagaba lo que le pedían,
rezando para que la penuria y el mercado cautivo acabasen pronto. Sus oraciones
no debían de tener las condiciones exigidas para ser escuchadas pues el famoso racionamiento
duró la friolera de trece años. Al fin, un día de primavera de 1952, el
viento de la Historia y de la relativa bonanza económica se llevó las cartillas
de racionamiento y la mayoría de los precios tasados[5].
Otras cosas, y personas, tardaron más en volar: los Fiscales de Tasas[6]
y los estraperlistas profesionales, sin ir más lejos. Lo de los Fiscales de
Tasas le preocupaba muy poco a nuestro Gobernador: Total, en Almería no había
más que uno y, aunque poco, algo había ayudado a mantener la disciplina y la
justicia del mercado -por este orden-. Pero lo de que los estraperlistas
pervivieran era algo que le sacaba de quicio; tanto más, cuanto que podía estar
en juego su prestigio personal y, por ende, su carrera política ascendente.
Veamos cómo y por qué.
Unos meses antes
del final del racionamiento, Don Manuel Lubina había estado en Madrid, para
rendir informes de su actividad al Ministro de la Gobernación. Este, satisfecho
de los resultados, dejó caer una grata sorpresa en los oídos de su
interlocutor:
-
¿Cuánto
tiempo llevas en Almería, Manolo?
-
Va
para seis años, Ministro. Vamos, una eternidad.
El Ministro
sonrió:
-
Creo
que los dos estamos pensando lo mismo: Que va siendo hora de cambiar de aires.
Lo malo es que en Galicia no hay nada, por ahora. ¿Qué tal otra provincia del
Sur? Te veo muy integrado. Hasta empiezas a comerte las eses.
Lubina optó por ir
directamente al grano:
-
¿En
cuál estás pensando, Ministro? ¿En Málaga, tal vez?
-
Es
pronto para hacer cábalas. El Caudillo no ha decidido hacer por ahora ninguna combinación[7].
Solo te diré que podría ser una provincia en la que uno de los mayores
problemas es el del estraperlo y el contrabando. ¿Qué tal se te da el tema? ¿De
verdad lo tenéis controlado en tu provincia?
-
Por
supuesto -el Poncio exageraba-, y eso que tenemos mucha costa, y
bastante cerca de África.
-
Pues
muy bien -concluyó el Ministro, no muy convencido-. De todos modos, haz lo
posible por mejorar los resultados.
Lubina regresó a
Almería emocionado. Le faltó tiempo para comentar a su esposa:
-
Me
parece que el Ministro cuenta conmigo para Cádiz.
-
¿Y
te parece que Cádiz es mejor que esto?, inquirió la dama, no muy
convencida de que la provincia gaditana significase un ascenso.
-
Mujer,
ni punto de comparación; y más ahora que lo del estraperlo lleva visos
de pasar a mejor vida.
-
Dios
te oiga -sentenció la señora-. Estoy harta de mandar a Fini por L’Heure
Bleue[8]
y medias de nailon al barco de Melilla[9].
El Gobernador
titubeó:
-
No
estoy muy seguro de que los géneros de importación se liberalicen… Pero de lo
que sí estoy convencido -aventuró- es de que los estraperlistas van a pasar a
los libros de Historia. ¡De menuda morralla nos libraremos en cuatro días!
***
No eran del mismo
parecer los componentes de la morralla. Tan pronto se supo que el estraperlo
tenía los días contados, habían sido convocados por el más preclaro de ellos,
Antoñico el Pirulo, y se hallaban comiendo en un pequeño reservado del
restaurante Imperial, en la Puerta de Purchena[10],
que era -como quien dice- el cuartel general del Pirulo, donde
podían encontrarlo cuantos quisieran hacerle algún encargo con un cierto sigilo.
Durante toda la comida, Antoñico había tratado de levantar el ánimo de sus
colegas estraperlistas, con soflamas como esta:
-
¿A
quién se le ocurre ponerse mustio porque se hayan acabado los negocios con las
alubias de Barco de Ávila o el tabaco nacional? El verdadero parné está
en el contrabando: perfumes de Francia, tabaco americano, whisky inglés,
galletas danesas, café de Colombia ¿O es que van a llevarse Melilla al centro
de África, o a obligar a los legionarios a pagar impuestos[11]?
-
Tú
lo ves muy fácil, objetó el hombretón que llamaban Gineso de Garrucha,
pero para montar un negocio así, es preciso tener mucho dinero: un frasquito de
esencia, o una caja de jabón Palmolive[12],valen tanto como un saco de garbanzos. ¡Figúrate, si te lo incautan, o si
te deja colgado el gachó que te lo encargó!
-
¡Bah!
Algún riesgo hay que correr: Nada que no se solucione untando a los aduaneros,
o dando un par de guantás a quien pretenda tomarnos el pelo… Y eso, por
no hablar de los relojes, las afeitadoras eléctricas o las máquinas de fotos
pequeñas. Hasta he leído en el Selecciones[13]
que, dentro de ná, va a haber arradios que podrán llevarse
funcionando por la calle, como si fueran un bolso o una cartera.
Puerta de Purchena
Y así, entre la
ilusión de algunos y el escepticismo de la mayoría, fue avanzando el opíparo
almuerzo. A los postres salió a relucir la joya del establecimiento, aquel
afamado coñac Tres Cepas[14],
de nostálgica recordación en nuestros días. El Pirulo lo había visto
hacer en las películas y hasta en el NO-DO. Se puso en pie apoyándose
firmemente en la mesa, levantó su copa y, con voz ronca y lengua estropajosa,
clamó:
-
¡Por
el dinero a espuertas que vamos a sacar con el contrabando!... Y a los guardias
civiles y al Gobernador, ¡que les den!¡Que vengan por nosotros, si se atreven!
En un principio,
lo que le dieron al Poncio fue el soplo de la reunión, incluido el
brindis final. Haciendo un obvio juego de palabras, diríamos que al Poncio le
dio un soponcio. ¡Ahí es nada!, que un puñetero estraperlista de la Rambla[15]
le pusiera difícil su ascenso administrativo y lo provocara, retándolo en
público, como si fuese un donnadie. Rojo de ira, aceptó el reto, mascullando:
-
¡Te
vas a enterar de quién es el hijo de mi madre, piltrafa del país del esparto[16]!
2. Preparando el cebo
El Señor Gobernador no tenía muy
buena impresión del Fiscal de Tasas quien, a su vez, era el subjefe de todos
los fiscales de la provincia[17].
Alto, seco, bigote fino y cabello engominado, aquel caballero, Don Juan Antuña,
tenía las ínfulas de su cargo, aliadas a las de pertenecer a una familia famosa
en la ciudad, de la que un abuelo suyo había sido Alcalde. Por obra y gracia
del Fiscal Jefe, que había declinado tan dudoso honor, Don Juan llevaba una
década ejerciendo las pesquisas y persecución de los estraperlistas
almerienses, con el rigor y la competencia que habitualmente ponía en todas sus
cosas, profesionales o no. Esa rigurosidad jurídica no siempre había sido bien
recibida por quienes, como la Policía y el Gobernador, preferían con mucho la
eficacia a la legalidad. Eran motivos bastantes para que Don Manuel no
congeniara con Antuña, de quien se había quejado en varias ocasiones al Fiscal
Jefe, sin resultado. Pero ahora el Gobernador necesitaba, al menos, del consejo
del Fiscal de Tasas, por lo que decidió mostrarse amistoso y recibirlo en el
Gobierno Civil con un aperitivo en la mesa baja, dado que la entrevista se
celebraba a las once y media de la mañana.
-
Me
ha informado la Policía -comenzó Lubina, al concluir el picoteo y la
charla intranscendente- de que, hace unos días, ha habido una reunión de los
estraperlistas más acreditados de Almería, convocados por el tal Pirulo,
y han decidido seguir con sus actividades, cambiando de géneros para estraperlar:
en vez de alimentos y tabaco nacionales, productos caros de importación.
El fiscal se
encogió de hombros y comentó con cierto desdén:
-
Eso
no sería estraperlo, sino contrabando[18],
y ya se sabe de dónde vendrán los alijos: de Melilla y por el barco. Sabiendo
quiénes van a ser los correos[19],
todo será que los aduaneros y los guardias civiles los vigilen y registren
estrechamente.
El Gobernador -que
no quería ser muy explícito con el fiscal- precisó:
-
Ya,
pero el castigo que les esperaría es poco menos que ridículo: decomiso de los
géneros, una multa y poco más.
Antuña, desde su
conocimiento de las leyes, agregó:
-
En
los casos más graves, se impone pena de prisión de dos meses y un día a tres
años, a mayores del arresto sustitutorio hasta un año, si no pagan las multas[20].
El problema es que está en vías de aprobarse una nueva ley, con arreglo a la
cual no podrán aplicarse penas privativas de libertad, no siendo las
sustitutivas de multa impagada[21].
Lubina se echó las
manos a la cabeza:
-
¡Lo
que nos faltaba! ¿A dónde vamos a ir a parar?
-
Bueno
-filosofó el fiscal-, lo que no vaya en dureza irá en rapidez y eficacia,
puesto que todas las sanciones van a correr a cargo de unos Órganos
administrativos[22], no de
las Audiencias Provinciales, como las graves de ahora.
-
Algo
es algo -suspiró el Poncio-, pero supongo que podrá hacerse alguna cosa para
meter en chirona al Pirulo una larga temporada. No puede
consentirse -respiraba por la herida- que ande por ahí blasonando de pasarse a
la Autoridad por el arco de triunfo.
El Fiscal de Tasas
torció el gesto: No le gustaba la forma tan grosera de hablar que empezaba a
emplear ante él el Señor Gobernador. Decidió ir terminando la entrevista.
-
Algo sí podría
hacerse, pero solo en el caso de que el contrabandista fuese tan bruto, que
llegara a amenazar o a golpear a los agentes, o bien, tan necio, que pretendiera
meter en España algún objeto ilícito… No sé, algo como armas, propaganda
sediciosa, estupefacientes…
A Lubina se le
encendió una lucecita en el fondo de su cerebro. Preguntó:
-
Un
suponer: ¿Qué pena podría caerle a quien tratase de introducir en Almería una
partida de drogas?
-
Pues,
además de las del contrabando, las que marca el Código Penal[23].
Podrían llegar hasta prisión mayor[24]
en los casos más graves, que son los de las drogas tóxicas o estupefacientes.
El Gobernador
eludió mostrar ignorancia preguntando al fiscal cuántos años de cárcel suponía
la prisión mayor. Le dio efusivamente las gracias, acompañándolo hasta el
inicio de la escalinata imperial. Seguidamente, retornó al despacho, no sin reclamar
la presencia del Secretario:
-
Martínez
-inquirió-, ¿a cuánto puede llegar a pena de prisión mayor?
-
A
doce años, don Manuel.
-
No
está mal… -sonrió con malignidad-. Por cierto, que llamen de mi parte al
Gobierno Civil de La Coruña y, si puede ponerse mi colega, me pasan la
comunicación.
***
Mientras lo ponían
en comunicación con el Gobernador coruñés, rememoraba Lubina sus tiempos de
Alcalde de Villagarcía de Arosa, unos diez años atrás, cuando había sido
testigo atónito del éxito de una de las primeras operaciones de importancia
contra el tráfico de cocaína en su municipio[25],
gracias a la actuación como agente provocador[26]de
un joven subinspector de la Policía Secreta[27],
venido exprofeso de La Coruña, a fin de que no lo conocieran de vista las
gentes de la comarca. Así había caído el famoso narcotraficante Xosé das
Bateas: ¿Por qué no podía suceder otro tanto con el retador Pirulo?
El Gobernador
coruñés recibió con sorpresa y suspicacia la petición de su colega almeriense,
al que apenas conocía y que, por supuesto, no le aclaró la razón última por la
que le pedía la cesión temporal de los servicios de aquel recordado
subinspector policiaco, llamado Ángel Figueroa. Con todo, le pasó la solicitud
al Jefe Superior de Policía de La Coruña, quien aconsejó a Lubina que se
pusiera en contacto con el Director General, que era quien disponía las
comisiones de servicio de los funcionarios. A todo esto, Figueroa, ya
inspector, no parecía muy dispuesto a doblar el mapa, es decir, a
trasladarse al extremo opuesto de la Península, aunque fuera durante poco
tiempo: Hacía apenas un año que se había separado de su esposa, la cual había
ido a vivir con sus dos hijos a El Ferrol, y no le hacía ninguna gracia
perderlos de vista, habida cuenta que era imposible el traslado de toda la
familia a tierras andaluzas. Y, para los lectores más interesados, diré que el
principal motivo de la ruptura matrimonial no había sido otro que el celo y la
puntillosidad del policía en el cumplimiento de sus agobiantes deberes como
subjefe de la Brigada Judicial coruñesa, cuyo jefe tenía como mejor cualidad la
de repartir juego, es decir, cargar sus responsabilidades sobre hombros
ajenos. Añádase a ello un carácter reconcentrado, un alto nivel de exigencia
respecto de quienes lo rodeaban y una forma de vida parsimoniosa, casi
espartana: Tendremos con todo ello una visión de Anxeliño lo bastante
expresiva, como para comprender que su esposa Cecilia, tras un sinfín de amagos
y peloteras, hubiera optado por volver con sus padres a su ciudad natal, donde
se había colocado en una afamada sastrería de uniformes militares.
Finalmente, con
los buenos oficios del Ministro, logró Lubina lo que deseaba: Ángel Figueroa
fue destacado, por un máximo de seis meses, a las órdenes directas del
Gobernador almeriense con el ambiguo objetivo de asesorar y cooperar en
determinadas actuaciones contra el contrabando marítimo. Para estimular al
inspector, Don Manuel sacó una módica cantidad de los fondos reservados, la
cual completaría las reglamentarias dietas: Hasta tal punto estaba interesado
en complacer en lo posible a Figueroa, con vistas a quitar de delante al
molestísimo Pirulo y ganar puntos, de cara a su posible ascenso al
Gobierno gaditano. Por lo demás, apenas comentó la llegada del refuerzo con los
jefes de Policía y Guardia Civil, a quienes se limitó a pedir que le diesen toda
clase de facilidades, pues iba a trabajar en un servicio que exigía riguroso
incógnito.
Entre dimes y
diretes, fue agotándose el año 1952. El ansiado inspector celebró, en lo
posible, las Navidades en familia e hizo las maletas de mala gana, con vistas
al interminable viaje en tren de La Coruña hasta Almería. Tanto él, como el
Gobernador, aprovechaban el tiempo imaginando trampas y preparando la logística
del golpe contra el Pirulo. Mientras tanto, en la misma Almería, una
maestra disfrutaba de sus bien ganadas vacaciones escolares. Tiempo es de que
la conozcamos, pues va a ser -sin ella saberlo- protagonista femenina de
nuestro relato.
3. La maestra de la calle de Las Cruces
Se llamaba María
Marín y había nacido en la localidad almeriense de Cantoria hacía… treinta y
tantos años -no me perdonaría que fuese más preciso, aunque siempre disfruté de
su afecto, como alumno y como amigo-. La verdad es que no era únicamente la
edad lo que Doña María celaba. De hecho, me ha costado bastante trabajo y numerosos
titubeos el preparar el resumen biográfico que voy a trasladarles, para que
puedan comprender algunas cosas de mi relato o, simplemente, para mantener el
recuerdo de una cantoriana, tan entrañable, como desconocida.
La madre de María,
Doña Pura, pertenecía a una familia de labradores acomodados, los Rojas, de la cual había recibido una buena dote por razón de matrimonio, a la espera de lo
que hubiere de corresponderle en la herencia de sus padres. La susodicha señora
casó muy joven con Cayetano Marín, uno de los más afamados canteros y tallistas
del mármol de Macael[28],
formando empresa familiar con su padre y hermanos. A los tres años de la boda,
cuando María -su única hija- era una criatura, sobrevino en la comarca la
famosa huelga del año veintidós, con sus graves enfrentamientos sociales y la
consiguiente represión[29].
Cayetano estaba entre los manifestantes de la plaza de la Constitución de
Macael, cuando falleció víctima de las violencias un empleado municipal.
Temiendo ser acusado como coautor de los desmanes, lio al punto un mínimo
petate y se embarcó en Almería en un mercante con rumbo a Marsella. El destino
no era casual: La empresa familiar de los Marín había recibido, un año antes,
la visita de unos técnicos de las canteras francesas de Ravières[30],
interesados en conocer los trabajos con el mármol de Macael, cuya blancura rivalizaba
con la de la piedra extraída en Francia por ellos. El propio Cayetano, entre
otros, había sido invitado a devolverles la visita e, incluso, a iniciar una
colaboración laboral, con vistas a compartir posibles contratos con empresas
inmobiliarias de París. Por tanto, es evidente que, tan pronto se hallase en
Francia, Cayetano se encaminara a Ravières y, sin explicar los motivos de su
emigración, se colocó sin dificultad como cantero en la empresa À la pierre
chaude, regentada por los hermanos Clavérie. Hechos unos ahorrillos,
alquiló una buhardilla en la rue Gaumart y trajo junto a sí a su mujer y
a la pequeña María, llamada a convertirse por tanto en una encantadora petite
fille à la mode de chez nous[31],
como -según ella- pronto la loarían las indígenas que frecuentaban la
panadería-pastelería de Monsieur Guinot, de cuya hija pequeña, Elianne, se
haría inseparable. Y, entre tanto, Doña Pura confió a su hermano predilecto,
Eliseo, la gestión y llevanza de sus bienes e intereses de Cantoria, hasta que
les fuere dado regresar de Francia, una vez calmada la represión y, en su caso,
prescritas las responsabilidades por la muerte y las lesiones causadas durante
la huelga revolucionaria de los marmolistas.
Como es sabido,
nueve años más tarde, se implantó en España la República y, con ella, el olvido
de todas las responsabilidades por la huelga de Macael. Poco tardaron los Marín
Rojas en decidir el retorno a Cantoria: Doña María, ante la vejez de sus
padres, quería estar pronta para hacerse personalmente con su porción de la
herencia. Cayetano, por su parte, agobiado por la silicosis, prefería coger el
retiro y pasar lo que le quedase de vida en la templanza y sequedad de su
tierra andaluza de origen. Sin duda, quien no estuvo de acuerdo con la decisión
paterna, ni lo pasó nada bien con el retorno a su desconocida villa natal, fue
la pequeña Marie, ya una jovencita de doce años, que cursaba el segundo
año de la enseñanza secundaria[32]
y había hecho del francés su lengua culta y de general comunicación. En fin, donde
hay patrón, no manda marinero -explicaba María, muchos años después-, y lo
más que logró fue que la familia no levantase el vuelo hasta acabar el curso,
con las excelentes calificaciones que solía obtener.
-
A
mí, desde luego -llegó a confesarme quien fue siempre a mi decir Doña María-,
la decisión de mis padres me hizo fosfatina. Para empezar, tenía verdaderas
dificultades para expresarme correcta y fluidamente en castellano, y no digamos
los fallos con la gramática. Por otra parte, los planes de estudio francés y
español eran bastante diferentes, lo que complicaba la homologación de
materias, aunque yo supiese bastante más de matemáticas y de ciencias que mis
condiscípulas españolas. Pero todo eso pude superarlo gracias a mi esfuerzo y a
la ayuda del bueno de don Jeremías Lucén, un maestro de Albox, que ocupaba las
pocas horas que le dejaba la escuela a poner academia para los alumnos de la
zona que seguíamos el bachiller por enseñanza libre.
-
Pues
hay un paseíto de Cantoria hasta Albox -comentaba yo, ponderando el esfuerzo-.
-
Lo
hacíamos en bici todos juntos, y hasta nos lo pasábamos bien -contestaba,
sonriendo-. Era dos días a la semana: los jueves y -asómbrate- los domingos:
los dos días que libraba el bueno de don Jeremías de ir por la tarde a la
escuela[33].
Pero lo peor para
la adolescente María no habían sido sus cuitas académicas -a fin de cuentas,
superadas en el Instituto de Almería con holgura-, sino las desgracias
familiares, pronto adobadas con el caldo mefítico de la guerra civil y de las
rencillas y crímenes que alimentó. Doña María era mujer cauta al recordar
aquellos tiempos crueles; de modo que tan solo aludía a las desgracias
familiares: la muerte de su padre, con los pulmones destrozados[34],
en el año treinta y cuatro; la del abuelo León, que dejó a su madre en posesión
de tierras de labranza, ocupadas durante la guerra por braceros de la Federación[35],
y de un par de viviendas unifamiliares, en Cantoria y Partaloa, a más de un
buen montón de duros, que Doña Pura ahorró afanosamente…, para verlos
esfumarse cuando los nacionales dejaron sin valor el dinero
republicano[36].
***
Canteras de mármol de Macael
Terminado el
bachiller, María decidió seguir la carrera de maestra, conforme al entonces
famoso Plan profesional, que suponía tener el título de bachillerato,
ingresar por oposición a las Escuelas de Magisterio y cursar tres años de
estudios teóricos y prácticas; terminado todo lo cual, un nuevo examen global
revalidaba la capacidad para pasar a ejercer de maestros en una escuela
pública, primero, como funcionario en prácticas durante un año y, finalmente,
como profesional de pleno derecho y estabilidad[37].
Entre unas cosas y otras, la alcanzó, todavía en el segundo curso, el final de
nuestra guerra civil, lo que no fue mala cosa, como María recordaba:
-
Si
ya hubiese estado ejerciendo, me habrían depurado y, con los antecedentes de mi
padre y mi estancia en Francia, a saber si me habrían echado del Cuerpo[38].
Al pillarme estudiando, pude acabar rápidamente la carrera, pues había un
montón de vacantes, entre los ejecutados, los exiliados y los sancionados. Ya
sabes: exámenes fulminantes y cursillos de tres al cuarto[39].
Así me vi, en septiembre de 1940, cogiendo junto a mi madre la maleta y
yéndonos las dos a Ainsa -que está en el Prepirineo de Huesca-, a mi primera
escuela…, y no de las peores, que la villa tenía unos tres mil habitantes y
escuelas graduadas de niños y de niñas. Allí estuve dos cursos, que recuerdo
con agrado, como supongo nos sucede a casi todos con nuestro primer destino. Mi
pobre madre -que en paz descanse- fue la que peor lo pasó: Nunca se aclimató a
aquellas temperaturas tan frías y agarró una bronquitis crónica, de la que no mejoró
hasta llevar en Almería varios años.
Entramos en un
periodo de la vida de Doña María sobre el que ella corría un tupido velo.
Naturalmente, no me refiero a sus progresos profesionales, que incluían su
retorno a tierra almeriense, en Vélez-Blanco, ni a haber aprobado las
oposiciones restringidas a localidades de más de diez mil habitantes[40],
lo que la llevó a la capital almeriense, con apenas veinticinco años de edad.
No: el velo pretendía ocultar el trauma sentimental que hubo de sufrir, por
obra y gracia de un pretendiente presuntamente inadecuado y de una madre, Doña
Pura, probadamente dictatorial. Sucedió que un primo carnal de María, por parte
de padre, empezó a asediarla cuando la joven estaba de maestra en la localidad
egetana. Ella no lo veía con malos ojos dado que el muchacho, aunque obrero y
de escasos posibles, debía de ser un mozo apuesto y simpático, al que tampoco
quería desairar, dado el parentesco próximo que los ligaba. Pero Doña Pura, que
había hecho de la guarda y custodia de su hija el supremo deber de su vida,
montó en cólera, tildando al primo de cazadotes y ridiculizando el papel
que un simple trabajador manual haría a la vera de una señorita, culta y
maestra que, a mayor abundamiento, era guapa y hablaba francés. De esto último
-gallardía y dominio del idioma- puedo yo dar fe, y eso que la conocí muchos
años más tarde, cuando frisaba la cuarentena. En fin, que la ofendidísima mamá
logró el apoyo inestimable del párroco cantoriano, quien aseguró que informaría
negativamente la dispensa del impedimento de parentesco, existente entre los
novios, con la consecuencia de no poderse celebrar el matrimonio. Luego, la
joven marchó a Almería, siempre acompañada de su madre, y el chasqueado galán,
tras hacer varias veces el recorrido entre Cantoria y la capital[41]
sin poder hablar libremente con su prima, acabó por cansarse de la situación y
se casó poco tiempo después con una chica de Fiñana quien, al parecer, estaba
llamada a heredar dehesas y ganado en cantidad estimable. Si eso confirmaba o
no el apelativo de cazadotes, es algo que no estoy en condiciones de
valorar.
***
Con lo dicho hasta
ahora, pienso que ustedes tendrán suficiente como presentación de Doña María, a
fin de comprender mejor el papel que tendrá en esta historia. El resto serían
meras anécdotas, que solo aportan emoción a mis recuerdos: Su ejercicio
magistral en la escuelita de niñas con solo tres secciones, sita en los bajos
de una casa de la calle de Las Cruces; o su disponibilidad para cubrir las
clases de francés en la Escuela del Magisterio femenina[42],
o para echar una mano en la Biblioteca Villaespesa[43]
en la confección de fichas o la atención a los pequeños lectores, entre los que
alguna vez me encontré. No tardaría mucho en incorporarme a la menguada nómina
de chiquillos que, gratis et amore, acudíamos a su hermosa casa de la
calle Hernán Cortés para aprender el idioma que, en aquellos tiempos, casi
monopolizaba los anhelos políglotas de los españolitos; pero, para entonces, ya
habían sucedido los hechos que tanto afectaron a Doña María, los cuales me
propongo contar a ustedes en los capítulos siguientes.
4. El primo de Perico Chicote
Ángel Figueroa ha
demorado todo lo posible el viaje a Almería, con la disculpa -solo cierta en
parte- de que está preparando un completo programa de acción, para ponerse al
trabajo tan pronto llegue a la capital almeriense. Luego, se ha tomado el
trayecto con calma, como corresponde al palizón que supone, aunque haya logrado
un pase oficial para hacerlo en primera clase. Incluso, ha decidido pagarse el
plus que le ha supuesto viajar en coche cama de La Coruña a Madrid. En cambio,
para desplazarse de la capital de España hasta su destino final, ha optado por
el exprés diurno Madrid-Almería y Granada. En fin, una odisea que, finalmente,
da con los huesos del inspector en la estación almeriense, de noche cerrada, un
día de principios de febrero de 1953.
Estación de ferrocarril de Almería
Así, al primer
golpe, su cuerpo molido recibe la grata caricia de una brisa refrescante, para
nada parecida al gris penetrante que lo saludó al bajar en Madrid. Emboca el
vestíbulo de la estación y se lleva una sorpresa, por sus dimensiones y empaque
arquitectónico[44]. Deja
el equipaje en manos de un mozo de carga, que lo transporta hacia uno de los
tres taxis que esperan en la plaza. El chófer pregunta:
-
¿A
dónde le llevo al señor?
Aunque pueda
parecer mentira, el previsor policía no tenía previsión a este respecto:
-
A
un buen hotel, céntrico, que también sirvan comidas.
-
No
me diga usted más -responde el taxista-. Quedará satisfecho.
¡Y tanto! Como que
el Hotel Simón era, pese a su poco pretencioso nombre, el mejor hotel de
la ciudad[45]. Ángel
empezó a darse cuenta de ello cuando se percató del abundante personal
uniformado y del precio de la habitación. No obstante, el cansancio mandaba y
decidió aprovechar por una noche las ventajas del lujo:
-
Súbanme
en media hora a mi cuarto una sopa de verduras y una merluza a la romana. ¡Ah!,
y una naranja de postre.
-
¿Tomará
vino el señor?
-
Alguno
de la tierra, que esté bien, pero sin pasarse de precio.
-
¿Le
parece un reserva de Alboloduy[46]?
-
Lo
dejo en sus manos… Con una copa será bastante.
Toma un baño
rápido y, con una bata por todo atuendo, abre el balcón y se acoda en la
balaustrada. Desde el segundo piso del hotel, se abre ante él una espléndida
avenida, ancha, recta y arbolada que compendia lo más hermoso y vivo de la
modernidad almeriense[47]:
el Paseo. Y la temperatura suave sigue permitiendo disfrutar del paisaje
nocturno. Figueroa, al retirarse para atender la llamada del camarero, susurra:
-
Si
ese tal Señor Lubina resulta tratable, es posible que mi estancia aquí resulte
más grata de lo que yo pensaba.
Una hora más
tarde, el inspector dormía plácidamente. A su lado, velaba sobre la mesilla un
cuaderno intitulado Notas para un servicio en Almería. Dado lo grueso y
sobado de sus páginas, se diría que el policía se ha preparado de firme.
***
El Señor Lubina
resultó bastante tratable. De hecho, recibió a Figueroa a primera hora
de la mañana, durante unos pocos minutos y en presencia del Comisario Jefe de
Policía almeriense, Don Roberto Artés. Tras recordarle su encuentro, diez años
antes, en Villagarcía de Arosa y la exitosa operación del traficante en drogas,
Xosé das Bateas, el Gobernador fue al grano:
-
…
Bueno, pues eso mismo es lo que quiero que haga usted con un contrabandista de
aquí, un tal Antoñico el Pirulo, quien ha llevado su desfachatez hasta
el punto de desafiarme a que acabe con su ilícito tráfico. Cuento con su
profesionalidad y no dudo de que, rápidamente, logrará echarle el guante con
las manos en la masa, de manera que pase una buena temporada a la sombra.
-
Haré
lo posible -repuso Figueroa-. Precisamente, advertido por mi Jefe de La Coruña
de lo que se trataba, traigo aquí un esquema de intervención que querría
someter a su consideración.
Abrió la cartera
de piel que llevaba y sacó el cuaderno de marras, el de las Notas para un
servicio en Almería. Lubina hizo un ademán de rechazo:
-
Confío
plenamente en su buen criterio. En todo caso, háblelo con el comisario aquí
presente, hombre muy discreto y que tiene toda mi confianza. Y no dude en
pedirle cuanto necesite. Para esta operación dispone usted de carta blanca.
Eso fue todo. Un
poco cortado, Ángel guardó los apuntes y se despidió con un apretón de
manos y una leve inclinación de cabeza. Luego, según bajaban por la escalera
imperial, el Comisario Jefe le tomó del brazo y preguntó:
-
¿Dónde
paras? Lo digo para llevarte en el coche.
-
En
el Hotel Simón, pero no sé si será buena idea que nos vean juntos.
Artés sonrió y
dijo:
-
Te
dejaré un poco antes de llegar al hotel… Por cierto, te aconsejo que vayas
buscando un alojamiento más barato porque, entre las ambiguas promesas de Don
Manuel, no creo que esté la de que te paguen dietas dobles.
Lo llevó hasta la
calle Castelar, junto al Paseo. Según bajaba Ángel, le dijo:
-
Mira,
ahí mismo tienes una buena pensión con pretensiones de hotel[48].
Creo que puede ser un recambio acertado para el Simón, y pasarás más
desapercibido.
Luego, le entregó
su tarjeta de visita y agregó:
-
Descansa
hoy y pon en orden tus ideas. Te espero mañana a las cinco en mi casa, para
tomar café. No tiene pérdida: Vivo al lado de la Catedral…, lo que no quiere
decir nada.
Antigua perspectiva del Paseo de
Almería
***
Al lado de la
Catedral resultó ser en la plaza de Bendicho, un recoleto trapezoide
ajardinado. Artés vivía en la primera planta de una hermosa casa con balcones
moldurados en piedra y contraventanas de persiana. El pasillo recorrido hasta
llegar al salón de la casa y el propio tamaño de este, con doble balcón y
sólidos muebles en madera maciza, con mucha plata encima y en las vitrinas,
hizo comprender a Figueroa que su colega tenía una vivienda de
mucho empaque. A su confesión admirativa, Artés guiñó el ojo y aclaró medio en
broma:
-
Como
en el caso del que da nombre a la Plaza, la acaudalada es mi mujer[49].
Por cierto -prosiguió-, mi mujer ha ido al cine y mis hijos andan… por ahí. De
esta forma, podremos hablar con más tranquilidad. Así que vamos a tomarnos el
cafetito -del barco de Melilla, por supuesto- y luego me cuentas.
Tres cafés y una
hora y cuarto más tarde, Ángel concluyó de exponer a Ricardo su plan de acción
contra el Pirulo. El comisario estaba asombrado del detallismo de su
colega coruñés, pero prefirió no manifestarlo y chincharlo un poco:
-
Psche, está
correcto; veo que te has esmerado, como corresponde a un encargo tan especial…
En fin, lo doy de paso. Solo voy a hacerte dos observaciones y una pregunta.
-
Tú
dirás.
-
Primera
observación: Si pretendes hacerte pasar por un primo de Perico Chicote[50],
conviene que suavices ese acento gallego tan pronunciado, o bien, que hagas ver
que eres de una rama de su familia que reside a la vera del Atlántico.
-
De
acuerdo -concedió Ángel, de mala gana-. ¿Qué más?
-
Pues
que has montado un tinglado que, salvo que te tires por aquí un año
preparándolo, me va a obligar a facilitarte alguna persona de confianza para
que te guíe por esta ciudad y su mundillo. Yo lo haría de mil amores,
pero es preferible que te oriente a distancia y te dé las indicaciones por
alguien que el Pirulo y sus amigos no conozcan como de la bofia.
Figueroa torció el
gesto. Artés se percató de ello y lo tranquilizó:
-
No
te preocupes, hombre. Te digo que será alguien completamente seguro y, para
mayor reserva, te haré llegar los mensajes en sobre cerrado, o por teléfono
desde casa.
No había modo de
disuadirlo. Ángel dejó pasar unos momentos antes de decir:
-
¿Y
la pregunta?
-
¡Ah,
sí! No sé si debería hacértela pero, en fin, allá va. ¿Quién era el tal Xosé
das Bateas?
-
El
más importante de los traficantes de droga de la ría de Arosa.
-
Me
lo figuraba… Pues Antoñico el Pirulo ni mucho menos es como él. Listo sí
es. Chulo, como pocos. Pero es un simple estraperlista y solo contrabandea con
colonia, medias y poco más… Lo digo, porque no te va a ser fácil convencerlo de
que traiga desde Melilla un buen alijo de grifa, o de algo más fuerte.
Lo había dicho de
tal manera, que el inspector se sintió interpelado y reaccionó al instante:
-
Estoy
a las órdenes directas del Gobernador y no voy a tener remordimientos por el
hecho de que un delincuente recalcitrante y provocador vaya a la cárcel por tráfico
de drogas, una buena temporada. Y, si la operación sale bien, pienso pasarme
por el bar de mi primo y tomarme un chicote[51]
a la salud del Pirulo.
Artés decidió
tomarse con paciencia el exabrupto. Bebió el último sorbo de su café y
concluyó:
-
Voy
a pensar con cuidado a quién mandarte, lo que te haré saber cuanto antes. Entre
tanto, puedes cambiar de hotel e ir conociendo el centro de Almería y el
puerto, como si fueses un turista.
-
Ya
he hecho ambas cosas -repuso, muy ufano, Figueroa-. Me tienes a tu disposición
en el cuarto número 17 del hotel que me aconsejaste. ¡Ah! Y me he hecho socio
del Club Náutico[52]. Me
encanta el mar, como comprenderás, y el agua de por aquí ya está casi tan
caliente como en pleno verano coruñés.
Se despidieron.
Mientras regresaba al salón, Artés musitaba:
-
Para
aguantar a este Don Perfecto, voy a tener que escoger a alguien muy
especial.
Plaza de la Catedral de Almería
5. El encuentro con alguien muy
especial
Dos días más
tarde, mientras comía en su hotel, Figueroa recibió la anunciada llamada de
Artés:
-
Ya
está todo hablado -resumió el comisario almeriense-. Te esperará a las siete en
la Granja Balear[53],
para iros conociendo y programar vuestras primeras jornadas. Sabes dónde queda
la Granja, ¿verdad?
-
Por
supuesto -contestó el inspector coruñés con seguridad- pero ¿cómo lo
reconoceré, o me reconocerá él a mí?
-
¡Ah!,
se me olvidaba. Llevará un chaquetón blanco y una falda plisada negra.
-
¡¿Cómo?!
¿Una mujer?
-
Y
bastante guapa, por cierto. Aunque seas casado, supongo que no tendrás objeción
a esta relación… profesional.
-
No
es por eso. De hecho, estoy separado, pero…
-
Entonces,
mejor que mejor. María es una chica de absoluta confianza y, además, su familia
me debe un gran favor. Ya te contará.
-
Pero,
¿qué sabe de mí y de la operación?
-
Que
eres un policía de fuera que necesita que lo guíen por Almería y le den una
cobertura o apariencia de normalidad. Seguro que nadie sospechará de un
caballero al que acompaña una señorita respetable de la localidad.
-
…
-
¿Sigues
ahí? ¿Tienes algo que decirme?
-
Nada,
que a tus órdenes y que espero que no te equivoques.
El comisario,
sofocando la risa, replicó:
-
El
jefe no se equivoca nunca[54].
Ya verás cómo, en este caso, yo tampoco.
***
-
No
sé si el Comisario le habrá dicho que le estoy muy agradecida: Cuando iba a
opositar al magisterio, informó muy favorablemente mi candidatura, pese a que
él es de Cuevas de Almanzora y conocía perfectamente los problemas políticos de
mi padre y nuestra escapada a Francia. Mi madre se presentó en su casa
con una escribanía de plata…, la misma que él rechazó cortésmente y actualmente
adorna el buró en nuestra casa.
-
Sí,
parece una buena persona; pero, ya que vamos a colaborar una temporada, sería mejor
que nos tuteásemos, para que a la gente no le dé en sospechar.
-
Claro,
perdone…, esto, perdona, pero me cuesta trabajo, tratándose de un desconocido.
Ni siquiera sé exactamente lo que quieres de mí, fuera de servirte de enlace o
correo con Don Roberto.
-
Pues,
sinceramente, yo tampoco -ambos sonrieron-. Para empezar -prosiguió Ángel-,
podríamos hacer algo de turismo, hasta que conozca al dedillo ciertos lugares
clave de la ciudad. Luego, ya te iré diciendo.
-
La
verdad es que no cuento con mucho tiempo libre, pero haré todo lo posible por
ayudarte y facilitarte información. En último extremo, tenemos a nuestra
disposición la Biblioteca.
-
Procuraré
molestarte lo menos posible, prometió el inspector. Por de pronto, te
agradecería me dieses tu dirección y número de teléfono, así como las señas de
tu escuela. De la Escuela del Magisterio y la Biblioteca, no hace falta: ya sé
donde están y, más o menos, tus horarios de trabajo.
María se ruborizó
un poco y preguntó, con un mohín de censura:
-
¿Has
estado preguntando por mí? Habrá extrañado, pues tengo pocas relaciones
masculinas.
-
Pura
deformación profesional -se disculpó el policía- y deseo de ir ganando tiempo.
Llevo una semana por Almería dando más vueltas que un trompo.
La pareja
intercambió todos los datos precisos para localizarse. Ella comentó:
-
Resides
en la calle Castelar. ¡Qué bien! Yo vivo en Hernán Cortés, a dos pasos de tu
hotel.
Figueroa se empeñó
en acompañar a María hasta su casa, no más de diez minutos paseando. Se
despidieron como dos buenos amigos, que hubieran pasado un rato agradable de
charla, después de largo tiempo sin verse. Cuando el coruñés llegó al Victoria,
recibió al poco rato un telefonazo de Artés. Parecía eufórico:
-
¿Figueroa?
… ¿Qué tal? … ¡Claro, ya te lo decía yo! … No, no es una visión optimista, es
la realidad: Acabo de llamar a María y te ha puesto por las nubes, y eso que no
regala elogios… Nada, nada, chico, a trabajar… Mañana o pasado, a más
tardar, un compañero te dejará en el hotel, en sobre cerrado, unos consejos u
orientaciones mías, para completar la enciclopedia que me resumiste el
otro día en casa… De nada… ¡Ah!, y no dejes de lado a tu ayudante. Verás
lo bien que te viene su apoyo… Que descanses.
Para ponerle más
romanticismo a la situación, mientras cenaba en el comedor del hotel, desde la
radio que amenizaba el momento, brotó una hermosa canción de moda, Recuerdos
de Ypacaraí[55]. Por un
instante, Ángel imaginó lo agradable que sería una noche de plenilunio en aquel
lago azul del Paraguay…, junto a alguien como María, sin ir más lejos.
***
En pocos días,
Figueroa había acomodado su habitación para una estancia prolongada, con la
cooperación del hotel, ante un cliente tan estable. La mesa sencilla había sido
reemplazada por una de escritorio, con baldas para colocar libros, de los que
María le nutriría con profusión. Los dos cajones del mueble tenían cerradura
practicable, para que el huésped pudiera cerrarlos con llave. Sobre la mesilla
de noche, una radio Philips, relativamente pequeña, era el vínculo del
inspector con el mundo, aunque apenas chapurraba inglés y francés. Por de
pronto, a esta hora de la mañana en que lo sorprendemos, la emisora sintonizada
en el dial es EAJ-60, Radio Almería[56],
cuya melodía de inicio de programación alegra la cámara con su indefectible Fandango
de Almería[57], al que
ya se atreve a acompañar con su tarareo nuestro policía coruñés. Hoy es jueves
-el primero con María- y los escolares se quedan por la tarde en casa, para
felicidad de los maestros. La maestra, por necesidades del servicio, lo
ha citado en la Puerta de Purchena, al concluir su jornada matinal:
-
Espérame
a eso de la una, junto a las vitrinas de Guerry. Así, si me retraso un
poco, puedes entretenerte mirando las fotografías… ¡Hay cada belleza![58]
La exclamación
jocosa le ha salido del corazón. Lo que no le dice a Ángel es que ella misma,
por iniciativa de su madre, estuvo expuesta a poco de llegar como
maestra a Almería. ¡Menudo escándalo entre las compañeras y, sobre todo,
las alumnas y sus papás! Así, de tres cuartos, en fuerte claroscuro y leve
contrapicado, lucía muy hermosa. Claro que siempre hay quien se fija en lo
menos bello, y lo exagera:
-
¡Buena
nariz! Como para dejar a Briséis[59]
sin existencias.
Pero Figueroa no
es hombre de estar parado: A cada sujeto que pasa por su lado y lo mira, se le
vuelven los dedos huéspedes. Así que, habiendo llegado pronto a la cita -como
corresponde a un caballero-, toma por la calle de Regocijos arriba y se propone
torcer por la de Las Cruces, donde María tiene la escuela. Casi se da de manos
a boca con ella y el par de compañeras con las que comparte graduada[60].
Su amiga se arrebola un poco, pero sale airosa del paso:
-
Es
mi amigo Ángel, del que ya os he hablado. Está empeñado en conocer nuestra escuelita.
-
Pues
por nosotras, que no quede, replica Araceli, la maestra de las niñas pequeñas.
-
Otro
día -se disculpa Ángel-. Supongo que para todas es ya hora de comer.
-
¡Huy!
-exclama Carmen, la profesora de las mayores-. No sé cuándo almorzaréis en
Galicia, pero por aquí la una es prontísimo.
Desanda el camino
y se despiden casi a la puerta del restaurante Imperial. María se
detiene un momento, antes de entrar, y dice, simulando seriedad:
-
Amigo
Ángel: Si lo que pretende es que pasemos ante los contrabandistas por una
pareja en ciernes, convendría que se quitase usted la alianza.
***
Discóbolo del Parque Viejo (Almería)
Tres horas
después, la pareja se hallaba sentada en la glorieta del Discóbolo del Parque
Viejo[61],
aprovechando la soledad y los rayos del grato sol poniente. Era el rincón
favorito de Ángel en Almería, al que otros días solía llegar paseando y
deleitándose con un buen cucurucho de almendras fritas y saladas. No así en
este, tras la estupenda comida que acababan de degustar y que les había salido
casi de balde. Si los escuchamos, podremos imaginar el porqué:
-
¡Cómo
se nota que, además de policía, eres inteligente!, pondera María. Se han
tragado el anzuelo enterito.
-
Eso
no es por ser listo yo, sino por lo ambiciosos que son ellos -replica Ángel-.
De todas formas, con algo habrá que cebar el anzuelo. De otro modo, toda
mi labia no servirá para nada.
-
Bueno
-rectifica la maestra-, por de pronto, para comer opíparamente por cuatro
perras. Nos han hecho un precio de amigo…, de muy amigo.
Figueroa sonríe y
piensa en voz alta:
-
Ahora,
una semanita para dar tiempo a que nos suministren las bebidas incautadas por
la Aduana. Entre tanto, el tal Nicolás seguro que le pasará el soplo al Pirulo
y este se pondrá en contacto con nosotros. En un mes, con la
ayuda del Gobernador y de Artés, podemos resolver el asunto.
-
Mucha
prisa tiene usted, señor inspector -deduce María-. Se ve que no ha encontrado
en Almería nada digno de su interés, aparte el trabajo.
-
Sabes
que estoy muy a gusto en esta tierra, pero no quiero pasar demasiado tiempo sin
ver a los niños.
María baja los
ojos, avergonzada de su propia ligereza. Puede ser el momento de que les haga saber
a ustedes lo que mañana mismo contará Figueroa al Comisario Jefe, con vistas a
que se lo traslade al Poncio y este, a quien corresponda. Procuraré
esquematizarlo en lo posible.
Nuestro inspector,
entre el aperitivo y la comida, ha solicitado la presencia del dueño del
bar-restaurante, Nicolás Rastrillo. Este, dejando la cocina en manos de su
hermano Cristóbal, se ha personado en la barra, para saludar al cliente, quien
le ha pedido pasar a un reservado, donde pudieran hablar sin testigos -salvo
María, naturalmente-. Allí se ha presentado como Ángel Figueroa Serrano,
primo de Perico Chicote por parte de madre, dedicado en Madrid al negocio
de suministros para bares y salas de fiestas de categoría.
-
La
verdad es -añade con suficiencia- que para estos asuntos ordinarios, ya tengo
apalabrados a proveedores totalmente seguros, que me facilitan las bebidas
nacionales y extranjeras a precios excepcionales, sin andar pagando impuestos.
Pero también tengo clientes -y clientas- particulares de postín, que no se
conforman con la bebida y me piden otras cosas, que no me es nada fácil
conseguir en Madrid. Y aquí me tiene usted, en Almería, pues me han informado
de que esos géneros se pueden conseguir por el barco de Melilla. No es que no
tenga yo agarraderas en Málaga y Cádiz, pero las cosas se están poniendo
difíciles en Gibraltar[62]
y me han dicho que por aquí hay algunos contrabandistas bragaos, que se
las saben todas y son capaces de pasar la cabra de la Legión por delante de las
narices de los aduaneros.
El tal Nicolás
sonrió con socarronería:
-
Alguno
hay, sí señor, confirmó.
-
Y
seguro que, por lo que me ha dicho un pajarito, no anda lejos de aquí. ¿No
sería posible que una persona que lo conociera bien me lo presentase? Yo
tendría alguna atención con quien me hiciera ese favor…, siempre que sea
pronto, pues soy persona muy ocupada y que no tiene interés en que se fije en
mí la Policía, aunque esta buena amiga me acompañe para dar a mi estancia aquí
la apariencia de un viaje de turismo.
Nicolás,
indudablemente, recelaba. Salió por lo primero que le vino a la mente:
-
Así
que usted es primo de Perico Chicote.
-
En
efecto, su madre y la mía, hermanas. Los dos nos apellidamos Serrano de
segundo.
Y, con el
conocimiento que le daba, no solo el estudio, sino la vigilancia del Chicote
en la Gran Vía, cuando en los años cuarenta había estado muy controlado por
la Policía por razón de contrabando y de presencia de probables espías[63],
Ángel se explayó sobre el tema, con todo lujo de detalles, incluidos varios
sobre la vida, familia y bonhomía de su primo. Y eso que, según aseguró:
-
La
relación con mi primo me dio experiencia y contactos, pero ahora mis negocios
son solo míos y me codeo con todo lo mejor de la buena sociedad madrileña.
El barman parecía
a punto de caer en el garlito, pero Ángel comprendió que tenía que darle el
empujón decisivo. Decidió llevar las cosas más allá de lo que seguramente
habrían aprobado sus jefes, de saberlo de antemano:
-
Ya
veo -dijo con cierto desprecio- que no acaba de creerme, o que quiere una
prueba tangible de mi poder y buena voluntad. ¡Sea! Hablaré con mi gente de
Madrid y, en una semana, pondré en sus manos una caja de buen whisky escocés y
otra de ginebra inglesa a mitad de precio. ¡Hasta es posible que le regale
alguna botella para que se la beba con sus amigos!
A Nicolás le
cambió la cara. Sonrió y, dando por hecho el negocio, precisó:
-
Pero
no me traiga el género aquí, que la Policía ronda por estos lugares. Mejor lo
deja en el Club Náutico, que en esta época del año está casi desierto… Es que
llevamos también el restaurante del Club.
-
¡Qué
casualidad!, repuso Figueroa. Precisamente me he hecho socio de la entidad. Me
encanta nadar. Por cierto, preparan ustedes allí unas gambas a la plancha que se
salen del mundo.
-
¿Verdad
usted? -dijo Nicolás, muy orondo-. Pues en eso quedamos. Me llama cuando tenga
las cajas en su poder… Y ahora, vamos a brindar por el buen éxito de los
negocios. ¿Qué tomará la señorita?
-
Un
vermú.
-
¿Y
el señor?
-
Nada,
gracias -contestó Ángel, con rictus lastimero-. Solo bebo una copita de vino
con la comida. Me pasa lo que a mi primo Perico, que soy diabético y me
sienta fatal la bebida. Debe de ser cosa de familia.
6. Avances en todos los frentes
Le tocó recibir una bronca de
campeonato por parte de Artés y Ángel hubo de admitir que se la merecía. Para
empezar, había acudido al bar Imperial acompañado de María, que había
sido testigo de toda su conversación con Nicolás. Y, luego, sin encomendarse a
nadie, había comprometido dos cajas de licor que, o bien tenían que salir de
los fondos reservados del Gobernador, o -lo que Figueroa había imaginado- de
los efectos decomisados por los compañeros de la Aduana.
-
¿No
comprendes, alma de cántaro, que ella tiene que seguir viviendo en Almería
cuando todo esto estalle? ¡No vuelvas a aparecer con María en tus reuniones con
esos sujetos! Con que nos sirva de correo para que no tengamos que vernos con
frecuencia, es más que suficiente.
El teléfono echaba
humo. Ángel pidió a Dios que el telefonista de la recepción no estuviera
escuchando. Pero todavía faltaba la segunda parte de la filípica y por esta sí
que no estaba dispuesto a pasar, pues la juzgaba injustificada:
-
¡Y,
en lo referente a las cajas de botellas…!, comenzó Artés, pero Figueroa lo
cortó sobre la marcha, alzando también la voz:
-
¡Estoy
seguro de que peores destinos habrán tenido los alijos decomisados en muchas
otras ocasiones! Y, de todos modos, si tan mal te parece lo que he prometido, se
lo consultamos al Gobernador. Si él no lo autoriza, me marcho para La Coruña y
en paz.
Mano de santo. El
Comisario sabía de sobra lo que el Gobernador iba a decidir. De hecho -como el
inspector suponía-, muchas cajas de botellas, y de puros, y hasta relojes de
marca, habían ido a parar a manos de autoridades y funcionarios de diverso pelaje.
Bastaría con su autorización y el visto bueno del Poncio; todo informal,
por supuesto. Curiosamente, en este caso había algo que recordaba el refrán de
que lo mejor es contrario de lo bueno: No podía recibirse oficialmente precio
ninguno a cambio de las mercancías que salieran de los almacenes de la Aduana
del puerto.
-
En
tres o cuatro días, tendrás tus dos cajas. En cuanto a lo que te paguen
por ellas, no quiero saber nada. Si te parece bien, le regalas algo a María y
el resto lo donas a beneficio de nuestro Colegio de Huérfanos[64].
-
Totalmente
de acuerdo, Jefe -contestó Ángel-. Y mira a ver si me facilitáis un vehículo
para transportar las botellas, que me da no sé qué cargarlas en un taxi.
***
Como era de
esperar, la operación salió a pedir de boca. Los Rastrillo recibieron una caja
de whisky Johnny Walker y otra de ginebra Beefeater a un cuarenta
por ciento del valor de mercado. Figueroa giró a la entidad benéfica acordada.
Luego, en una joyería de la calle Ricardos[65],
compró a María un sencillo reloj Longines de correa, lamentando no haber
tenido la desfachatez de adquirirlo en el almacén de la Aduana, donde
los había con caja y cadena de oro. Por lo menos, encargó que le grabasen el
nombre y el año. Así no podrá mandarme que lo devuelva, pensó
maliciosamente.
Pero El Pirulo seguía
sin presentarse. Los del Imperial se excusaban, asegurando que hacían
cuanto podían por convencerlo, pero ni por esas. Al parecer, el escurridizo
estraperlista se escudaba en que para qué lo quería un señorito de
Madrid, si tenía tantos contactos en el mundo del contrabando. Figueroa no
sabía qué hacer. El Gobernador se impacientaba y Artés llegó a sugerir al
inspector que lo abordase directamente en alguno de los lugares en que Antoñico
paraba. Hasta le entregó una fotografía para que lo reconociera, si coincidían
en algún lugar público. Finalmente, ante la amenaza de hacer venir de Madrid,
Cádiz o Málaga a un competidor y hundirle su boyante negocio, el Pirulo aceptó
fijar un encuentro, aunque con una cautela añadida:
-
Que
el próximo viernes venga a desayunarse aquí y ya le diré dónde y cuándo
encontrarme.
Eso sería el 13 de
marzo. Casualmente, para el día anterior María había invitado a Ángel a
almorzar en su casa y así conocer a su madre. El policía vistió sus mejores
galas y, provisto de una hermosa bandeja de pasteles de La Dulce Alianza[66],
se presentó a la hora prevista en el piso de la calle Hernán Cortés, cuyo
portal y balcones tan bien conocía. En un bolsillo de la americana guardaba la
cajita con el reloj Longines antes aludido. La reunión tenía bastante de
misterio para Figueroa, ya que la anfitriona no había querido explicarle lo que
su madre sabía acerca de él, naturalmente, por boca de ella. Incluso, por las
referencias que María le había dado del carácter e imperiosidad de su madre, se
sentía un poco cohibido mientras subía las escaleras, camino del segundo piso,
izquierda.
Iglesia parroquial de San Pedro (Almería)
***
Imagino -tan solo
imagino- lo que hubo de pensar Ángel Figueroa cuando franqueó por primera vez
el umbral de casa de María. Yo lo hice al año siguiente, con tan solo siete
años, llevando lápiz y un cuaderno que había rotulado, con infantil orgullo, Francés.
Ya de aquellos años infantiles, tengo el recuerdo de una casa con un
pasillo larguísimo y oscuro, al final del cual se abría la habitación, pequeña
y luminosa, en que dábamos las clases a las cinco y media, tres tardes a la
semana. Cuando la profesora me mandaba por material de lectura -seguramente,
sus viejos textos escolares- atravesaba una amplia cocina y accedía a una pieza
de tamaño mediano, amueblada de manera ecléctica, que lo mismo podría haber
servido para alojar al servicio, que a un huésped de confianza, o como cuarto
de plancha. Según fui creciendo, me demoraba más en cumplir el encargo
recibido, para contemplar y leer las coloridas portadas de aquellos rimeros de
novelas rosas -luego apodadas del corazón- que llenaban un par de
anaqueles de la vieja estantería. Allí me topé por vez primera con nombres señeros
de nuestra literatura que, naturalmente, luego olvidé, con la honrosa
excepción de Corín Tellado[67],
con quien alguna vez me crucé por Gijón, cuando ya estaba cargada de años y de
cientos de millones de ejemplares vendidos, según dicen quienes saben de su
legítimo éxito.
Yo también tuve
ocasión de entrar en el solemne comedor -siempre en la grata penumbra de la
persiana bajada-, el día en que Doña María celebraba su cumpleaños. Éramos invitados
todos sus alumnos a probar una tarta, de la que apenas me acuerdo, no siendo de
que fue sorprendentemente rechazada por una agradable discípula de religión
judía, a quien no pudo convencer, por más que lo intentó, de que aquel dulce no
tenía un adarme de manteca de cerdo.
Y, en fin, el niño
que fui entonces también tuvo infinidad de ocasiones de cruzar unas palabras
con Doña Pura, la mamá de María, siempre pulcramente vestida de casa,
con un amplio delantal, bajita y blanca de tez, tal vez con los ojos azules, y
la cabeza coronada por un moño pequeño y apretado. Claro que lo que para
Figueroa es posible que fuera severidad y suspicacia, para mí fue siempre -pese
a mi edad- un afectuoso respeto, una vez constató que aquel pipiolo rechazaba
por principio los caramelos que le ofrecían y, a mayores, empezaba a entender
los mensajes que madre e hija cruzaban en francés, lo que delataba la sonrisa
pícara de aquel alumno que, en su jocosa opinión, tenía un viejo en la barriga.
Solo una vez fui
invitado a penetrar en el sancta sanctórum de la casa, aquel despacho en
que reposaba la famosa escribanía de plata que un día rechazó cortésmente el
comisario Artés. En verdad no era eso lo que llamaba mi atención, sino el reloj
de péndulo que, del otro lado de la puerta, daba solemnemente las horas para toda
la mansión y para sus vecinos próximos. No creo que Doña María fuese muy ducha
en Física, pero sí sabía dar cuerda y poner en hora aquel gigante, de
brillantes e impolutos dorados. Si, como entonces era de razón, se mostraba
toda la casa a las visitas primerizas, en señal de protocolaria toma de
posesión, no dejaría de pensar Ángel que al minúsculo Longines sepultado en su
bolsillo le esperaba un competidor verdaderamente hercúleo.
-
¿Lo
sigue llevando?, pregunto a Doña María, sentados en la terraza del Círculo Mercantil[68],
un montón de años después, cuando está acabando el siglo XX y, ¡ay!, también la
vida de mi profesora de antaño.
-
Así
lo hice durante muchos años, me contesta, pero ya me daba constantes problemas
de limpieza y desgaste de alguna pieza. Ya ves -me muestra la muñeca-, ahora uso
un japonés de cuarzo. El otro por casa andará, si no acabó tirándolo
mamá que, pese a su senilidad, nunca olvidó quién y por qué me lo había regalado.
-
Así
que no le cayó bien el inspector gallego, comento para tirarle de la lengua.
-
No
creas. Al principio dijo aquello de que los amigos de don Roberto Artés son
siempre bienvenidos a esta casa; pero luego, cuando se enteró de para qué
lo ayudaba y de que andábamos tonteando, empezó a gruñir y censurar. ¡No
te digo si hubiera sabido que estaba casado y con hijos! En aquel entonces, con
el nacional-catolicismo y sin divorcio, una maestra podía jugarse el puesto con
esas tonterías.
-
¿Sabe
una cosa? -confieso-. Creo que Doña Pura tenía en eso razón. Con los
contrabandistas, pocas bromas… Y con los policías menos.
Se echa a reír,
con aquel timbre cantarín y armonioso que todavía conserva. Bebe un sorbo de
cerveza y prosigue, entre soñadora y jocosa:
-
Ni
te imaginas dónde fue a entregarme el reloj el bueno de Ángel… En lo más alto
de Almería.
-
¿En
el cerro de San Cristóbal?
-
No,
hombre, tanto no. En la Alcazaba. Claro que, en aquellos tiempos, estaba hecha
una pena[69], pero
las vistas eran espléndidas; puede que mejores que ahora.
-
Vamos,
que el galán tenía bastante de romántico.
-
Cuando
le daba el pronto. ¿Querrás creer que quiso coger aquí detrás[70]
un coche de caballos para que subiéramos? Menos mal que conseguí quitárselo de
la cabeza y acabamos tomando un taxi.
***
El viernes, 13 de
marzo, Figueroa estaba como un clavo en el Imperial, dispuesto a
desayunarse con los excelentes churros del local y el mucho menos excelente Yugo[71],
que al menos le serviría para matar el rato, hasta que El Pirulo amaneciera
y se hiciese ver. Pero la verdad es que primero se hizo oír, y por teléfono:
-
¿Es
el señor de Madrid?... ¿Sigue queriendo verme?... Pues le espero dentro de
media hora en Casa Puga[72].
Y no se retrase, que yo no espero.
Colgó tan deprisa,
que dejó al policía con la pregunta en la boca. El Señor de Madrid no
tenía ni idea de dónde estaba el establecimiento donde le habían citado. Los
del Imperial se lo aclararon:
-
No
tiene pérdida. Baje por la calle de las Tiendas, hasta el cruce con Jovellanos…
Termine tranquilo el desayuno, que está cerca.
Ángel comprendió
que El Pirulo había contactado con él a la crítica, para que no tuviera
tiempo de prepararle ninguna celada. Así que -dedujo- el
estraperlista no se fía de mí, ni aunque me avalen Nicolás y Cristóbal, los del
Imperial.
Llegó a su destino
en un cuarto de hora y, como se maliciaba, Antoñico no quedaba a la vista; de
modo que pidió una copa de chinchón seco para asentar los churros, y se
dedicó a contemplar las delicadas labores de azulejo y ladrillo que daban
encanto al local. Al segundo sorbo, sintió que le ponían una mano en el hombro.
Sin ninguna presentación, un tipo como de cuarenta y cinco años, cetrino y delgado
como un palo, dijo al camarero de la barra:
-
Niño,
ponme una tapa de jamón y un jumilla, y para el señor, lo que guste.
-
Nada,
gracias, ya estoy servido.
Tomaron asiento, a
indicación del Pirulo, en un rincón de la taberna, junto a unas puertas
de rejilla cerradas con candado. El pintoresco estraperlista se quitó la gorra
-tal vez, en señal de respeto- y se limitó a susurrar:
-
Pues
usted dirá.
Casa Puga (Almería)
Ángel comprendió
al punto que aquel sujeto, por muy andaluz que fuese, iba directo al grano y
parecía no tener tiempo que perder. En consecuencia, abrevió:
-
Me
figuro que los hermanos Rastrillo ya le habrán informado sobre quién soy y a lo
que me dedico.
-
Más
o menos.
-
Y
de que, para probarlo, les suministré, casi regaladas, dos cajas de licor de importación.
-
Tanto
como regaladas… A muy buen precio, eso sí.
-
Pues
bien. Nicolás me ha asegurado que usted ha sido el melillero[73]
de más éxito durante todos estos años, y de que pretende seguir siéndolo,
aunque cambiando de género: los comestibles ya no rentan; parece que ahora
piensa pasarse a los objetos caros de importación, cuanto más pequeños, mejor.
El Pirulo disimuló
un bostezo; engulló la mitad de la tapa y preguntó como con desgana:
-
Teniendo
unos clientes tan buenos en Madrid, ¿cómo es que, hasta ahora, no he oído
hablar de usted a nadie en Melilla?
-
¿No
se lo han comentado los Rastrillo? Yo tenía mi suministro en Gibraltar y, de
ahí, a Algeciras o a Málaga. Pero ya ve cómo están las cosas con Inglaterra.
Las aduanas se han puesto imposibles y se habla hasta de cerrar la verja y
aislar el Peñón.
-
Ya
me han contado -confirmó Antoñico ambiguamente-; pero yo soy un modesto productor
que solo puede viajar a Melilla una vez a la semana -y no todas- para cumplir
con una clientela fija y sacar para vivir decentemente.
Si el Pirulo empezaba
a hacerse el modesto y a andarse con socarronerías, la proposición de Figueroa
caería en saco roto, o podría esperar al día del juicio final. Recordando la
fama de ambicioso y osado que tenía su interlocutor, decidió entrar en corto y
por derecho:
-
A
mí no me venga con milongas, que no he venido desde Madrid para que me
tomen por tonto. Me consta que usted ha sido un estraperlista importante, con
muy buenos contactos en Melilla y clientela selecta en Almería, como también
que tiene tienda abierta en una casa cerca del puerto[74],
a la que muchos van a comprar toda clase de objetos de contrabando, sin que les
moleste la policía: o sea, que agarraderas no le faltan.
Antoñico bajó los
ojos, sin decir ni palabra. Solo en lo apretado de los puños dejaba notar la
tensión. Ángel prosiguió, con tono despectivo:
-
Claro
que, si todo lo que dijo hace meses en El Imperial fue una bravuconada y
lo que desea es retirarse a coger coquinas en el Cabo de Gata, dejando en la
estacada a sus compañeros, como el Capitán Araña…
-
¡¿Quién
coño le ha contado a usted lo que yo dije o dejé de decir?!
-
¿No
dudaba antes de mí porque no me conocía nadie? Pues ahora irá viendo que lo que
es conocerme, me conocen, aunque yo sea cauto, no un bocazas en público, como
otros.
El rapapolvo
surtió efecto e hizo comprender al reprendido por dónde le había venido a
Figueroa el conocimiento de su reunión de marras con los demás estraperlistas.
Esa certeza hizo que Antoñico se relajara. Apuró el vaso de vino y pronunció
solo dos palabras: Le escucho.
***
Media hora más
tarde, Antoñico y Ángel salían de la taberna en amor y compaña. Yo diría que
tres cosas habían contribuido a ello, a partes iguales: la ambición y el honor
del estraperlista, la labia y el pesquis del inspector -que había
llegado hasta meter en las expectativas del negocio los pactos con los
americanos[75]-, y el
abultado fajo de billetes que llevaba El Pirulo en el bolso interior de
su chaqueta. Figueroa, que empezaba a arrepentirse de haber adelantado la mayor
parte del dinero que le había facilitado el Gobernador, ofreció medio en serio
al que desde entonces era su compinche:
-
Si
quieres, te acompaño, por si te atracan.
-
Descuide;
ya llevo compañía.
Y, abriéndose por
un instante los faldones de la chaqueta, dejó entrever una faca monumental.
Luego, se perdió en un santiamén camino de la catedral. Mientras desandaba el
camino hacia la Puerta de Purchena, le dio por pensar a Ángel si el
estraperlista llevaría navaja habitualmente, o si se la habría echado al bolso
en su honor.
7. La hora de la verdad
Iglesia parroquial de Santiago (Almería)
Ángel era poco
rezador pero, no obstante, se animó a acompañar a Misa a María aquel 19 de
marzo, por varias razones, entre ellas, la aducida por su amiga para invitarlo:
-
¿Por
qué no te animas? Para mí, es la iglesia más bonita de Almería.
Se refería a su
parroquia de Santiago[76],
que casi quedaba enfrente de su casa.
-
¿No
sueles ir con tu madre?, preguntó Figueroa.
-
¡Qué
va! Los maestros tenemos que ir en procesión con nuestros alumnos a la
misa dominical de la parroquia correspondiente[77].
Como en mi escuela no hay muchas niñas, solemos turnarnos: vamos dos compañeras
y libra una. Mañana me toca escaparme.
-
¿A
qué hora irás?, inquirió el inspector, condescendiente.
-
A
las nueve… Es que pienso comulgar[78]…
Comprendo que es un madrugón en un día festivo.
-
Para
fiestas estoy yo -se lamentó Ángel-. Pero anda, vamos a sacar entradas para
mañana por la tarde, que también hay que distraerse.
-
¿Te
pasa algo?, preguntó inquieta María. ¿Malas noticias de La Coruña?
-
Ya
te contaré mañana, que ahora tenemos poco tiempo… Parece que está muy bien la
del Hesperia: se titula Nápoles millonaria[79].
-
La
que tú quieras; yo no tengo ni idea de lo que ponen.
-
Pues
vamos allá.
Al pasar por
delante del Café Colón[80],
les llegaron nítidas las notas y palabras de Dos cruces[81],
la triste canción acerca del cenotafio para dos amores muertos y,
quizás, olvidados. María se atrevió a hacer lo que nunca hasta ahora: oprimió
por unos instantes con sus largos dedos el antebrazo de Ángel. ¡Bravo por la
música! Claro que ella, un poco avergonzada de su pronto, arguyó:
-
Perdona.
Es que, por un momento, se me ha torcido el tacón.
***
No era extraño que
Ángel no estuviese para fiestas. Su considerable desembolso por anticipado al
Pirulo, había despertado las iras del comisario Artés quien, ya de mano, se
sentía a disgusto con la operación montada por el Gobernador a sus espaldas, como
quien dice. Además, lo hería el habérsela encargado a un policía del Norte[82],
no a alguno de los excelentes funcionarios que fungían en la Comisaría
almeriense. Así que, entre lo uno y lo otro, Don Roberto se despachó con Ángel
sin contemplaciones:
-
¡Estoy
de esta operación de provocación hasta los mismísimos! ¡A quién se le ocurre
poner en manos del Antoñico veinticinco mil pesetas, antes de que haya
emprendido siquiera el viaje a Melilla!
En otro momento,
Figueroa se habría puesto rojo y habría respondido con excitación, pero se le estaba
contagiando la flema andaluza. Pero, por si acaso, eludió el tuteo:
-
Ya
sabe cómo actúan aquí los melilleros, sobre encargo y con el dinero por
delante. Además, he reservado cinco mil pesetas de las que me dio el Señor
Lubina, por si surge algún imprevisto.
-
¡Vaya,
hombre, menos mal! ¿Y qué le has encargado, por fin, a tu correo?
-
Echamos
cuentas y quedamos en que tratará de conseguir diez relojes Omega
Constellation[83],
veinte afeitadoras eléctricas Philips de doble cabezal rotatorio [84]
y… toda la marihuana que pueda obtener con el dinero que le sobre de las demás
compras.
-
¿Y
ha tragado con todo?, preguntó admirado el comisario, a quien le sonaba
a chino lo de las constelaciones y los cabezales rotativos, aunque no quería
confesar su ignorancia ante un inferior.
-
Ya
lo creo -aseveró orgulloso Figueroa-. Como que ha quedado en traerme una buena
ración de hierba a crédito, si no le alcanza con las veinte mil pesetas.
¡Ya me la pagará a la vuelta!, me dijo.
Y, aprovechando el
interés del comisario, le explicó la labia y las argucias empleadas con
Antoñico, incluido el pretexto de solicitarle el suministro de hachís: Que
muchos militares que habían estado en Marruecos lo buscaban como desesperados,
para colocarse en las fiestas, o para superar los traumas físicos o
psíquicos con que habían vuelto de África. Artés alucinaba, y sin
necesidad de fumar nada extraño. ¡A ver si resultaba que este gallego estirado
y respondón le iba a dar ciento y raya al tipo más astuto y retorcido de la
Puerta de Purchena! En fin, cosas veredes. Ángel concluyó:
-
Tengo
que pedirle algo, comisario, a ver si puedo regresar cuanto antes a La Coruña.
-
¿Tan
mal te va por aquí?, bromeó aquél. En fin, tú dirás.
-
Pregúntele
al Gobernador si tiene bastante con pillar al Pirulo con marihuana, o si
precisaría de hacerlo con otras drogas más fuertes.
-
Así
lo haré -prometió Artés-, pero creo que lo que él quiere es cogerle con algo
gordo: cocaína, heroína, o cosas así.
-
Pues,
si eso es lo que quiere, dígale que tendrá que darme más dinero. El Pirulo no
va a fiarme, para el caso de que decidiere correr el riesgo de aceptar ese
encargo.
-
No
sé si no vas a tener que pagarlo de tu bolsillo -replicó muy serio Don
Roberto-.
-
¡Ah!
-agregó Figueroa, sin hacer caso del chiste de mal gusto-, también necesitaré traer
un experto de fuera, para que examine los relojes y las maquinillas de afeitar.
Si me dejo engañar en su autenticidad, va a pensar El Pirulo que soy
demasiado tonto para dedicarme a esto.
-
Mandaré
venir a alguien de Granada -gruñó el comisario-. Eso, si hay algo que peritar,
que no he visto todavía a tu amigo trayéndote lo prometido.
***
No había sabido
nada más nuestro inspector del encargo hecho a Artés para el Gobernador Civil,
pero lo cierto es que, dos días antes de San José, había quedado citado el Poncio
con el Fiscal Jefe, en la biblioteca del Casino[85].
Lubina preguntó al Fiscal por la duda que Figueroa le había hecho llegar. El
acusador público opinó:
-
Yo
creo que es bastante para encerrar al tal Pirulo, pero, por si acaso, le
he preguntado a Juan Antuña, mi Teniente, y ha empezado a dar vueltas sobre si
la marihuana, tal y como la preparan en Marruecos para los legionarios, merece,
o no, la consideración legal de droga tóxica o estupefaciente[86].
-
Pues
entonces, ¿qué es, una tisana para hacer bien la digestión? No, si ese Teniente
tuyo es un melindroso de tomo y lomo. Aviados estamos como le toque a él el
futuro juicio de ese sinvergüenza de estraperlista.
-
Descuida
-contemporizó el Fiscal Jefe-; si el asunto llega a juicio, subiré yo y
seré todo lo duro que pueda; pero, de cara a tener un éxito cierto con el
tribunal, vale más que le pillen a ese sujeto con algo más peligroso que la
yerba que fuman por ahí.
En consecuencia,
Lubina no tuvo más remedio que llamar a Artés y dar su visto bueno para que la caza
del Pirulo prosiguiera, en los términos que Figueroa estimara
precisos. El Gobernador aflojó de mala gana otras veinticinco mil
pesetas, con la advertencia de que serían las últimas. Luego, en un rasgo de
inocente avaricia, sugirió:
-
Comisario,
tal vez podría Figueroa poner a la venta los relojes y las afeitadoras que le
traigan de Melilla. Total, si no es él, lo va a hacer otro.
Artés explotó:
-
Y,
si le pillan vendiendo objetos de contrabando, ¿qué va a decir: que cuenta con
licencia del Señor Gobernador?
Lubina dio por
finalizada la audiencia, con cara de pocos amigos. Verdaderamente -pensó-,
empezaba a dudar de que el Gobierno Civil de Cádiz mereciese tantos dolores de
cabeza.
***
Después de la misa
y del desayuno en el Círculo Mercantil, nuestra pareja bajó paseando
hasta el Parque, camino del inevitable Discóbolo. Cuando llegaron a él, María
ya había sido puesta por Ángel al corriente de sus cuitas.
-
Pues
no veo que las cosas vayan tan mal -juzgó la maestra-, dejando aparte los
exabruptos de Don Roberto, que siempre ha sido un poco gruñón y exigente.
-
Ya
te lo contaré cuando llegue pasado mañana el Virgen de África[87]-suspiró
el inspector-. Y, aunque todo salga bien, supongo que tendré que preparar otro
viaje y engañar al Pirulo, para que cargue con una buena partida de
droga fuerte. A este paso -agregó- no sé cuándo voy a volver a casa.
-
Eso
sí, reconoció María. Se te estará haciendo muy largo, tan lejos de los chicos… Pero
la Semana Santa está ahí a la vuelta[88].
Seguro que te dan un permiso.
-
Sí,
sí. Tú te crees que nuestro trabajo es como el de los maestros en las escuelas.
-
Bueno,
hombre -replicó María, algo molesta-. Espero que no te pongas a criticar las
vacaciones escolares, como hacen los padres de nuestras alumnas…
Figueroa hubo de
reconocer para sí que se estaba poniendo demasiado mustio y cargante. Se
levantó y, con dulzura, dijo a su compañera:
-
Anda,
vamos a dar un paseo por el puerto.
Con la facilidad
que daba entonces el que la zona portuaria no estuviera cerrada, pescadores,
paseantes y curiosos se instalaban o deambulaban a la orilla del mar, entre
grúas, maromas y pequeños trenes de mercancías; todo presidido en altura y
lontananza por el imponente Cable inglés[89].
María paseaba contemplando el mar, mientras Ángel lo hacía mirando de
soslayo hacia los almacenes, tan vinculados con el contrabando. Estuvo a punto
de tropezar con un noray, con el lógico sobresalto de su amiga. El policía
reconoció:
-
Hoy
no soy una buena compañía. ¿Te importa que volvamos al centro?
El Cable Inglés (Almería)
Regresaron al
Paseo. En la fachada del Casino, unos carteles anunciaban: Domingo de
Resurrección, gran baile de sociedad, con Lolita Garrido[90]
y la Orquesta Casino. ¡Mala suerte! Ninguno de los dos era socio de la
Entidad.
***
Se despidieron
hasta el cine de la tarde. Al llegar al hotel -ya casi como su casa- Figueroa
tenía aviso de un telefonazo de Artés. Devolvió la llamada a la hora de comer y
recibió la información y los gruñidos del comisario:
-
¿No
sabes que hoy es el Día del Padre[91]
y que estoy comiendo con toda la familia? En fin, lo que quería decirte es que
el Gobernador exige que El Pirulo haga otro viaje y traiga de Melilla
coca o heroína, para pillarlo de firme. Tendrás un crédito de otras veinticinco
mil pesetas para la operación… Claro, eso si el Antoñico no te toma el pelo y
te birla el dineral que le adelantaste para sus gastos.
Ángel colgó, sin
saber de dónde le venía el aire. De un lado, el Gobernador seguía confiando en
él, pero de otro, el comisario estaba cada día más inaguantable. Y, a mayores,
resultaba que era el Día del Padre y él no había hecho nada por celebrarlo. Llamó
inmediatamente a El Ferrol y, antes de pasar la comunicación a sus hijos, su
esposa le leyó la cartilla, aprovechando la ocasión:
-
…
¿El Día del Padre, dices? No esperarás que te hagan un regalito cuando hace
tres meses que no te ven el pelo.
La ausencia, hasta
ahora, era apenas de mes y medio pero, al paso que iba la burra, la exageración
de su mujer llevaba camino de quedarse corta.
***
Dos días más
tarde, regresaba de Melilla El Pirulo. Debidamente advertidos, los
policías de la aduana lo dejaron pasar con el matute, sin más que un escarceo
del equipaje. Al anochecer, el Comisario Jefe lo anunció a Figueroa:
-
Has
tenido suerte: el pájaro ha vuelto y, al parecer, cargado. Con un poco
de suerte, vas a poder justificar el parné que le sacaste al Gobernador.
Mira a ver si puedes agenciarme uno de los pelucos.
Se echó a reír y
colgó, pero se le notaba contento de haberse equivocado en sus ominosos
presagios. Ángel lo comprendió así y, a la mañana siguiente, se pasó por el Imperial,
como había quedado con Antoñico unos días antes. Nicolás le dio el recado:
-
Que
vayas hoy a las siete de la tarde a la calle de La Palma, número 34. Y que
lleves dos mil pesetas, pues lo que le encargaste salió algo más caro.
Le resultó extraño
que la cita fuese en un barrio alejado del puerto, pero no le dio mayor
importancia. Inmediatamente avisó a Artés, para que le mandara al prometido
perito, a fin de comprobar la autenticidad de relojes y afeitadoras. El
comisario se lamentó:
-
Lo
siento, chico, pero me avisas con tan poco tiempo, que me es imposible mandarte
a alguien de fuera, y los de aquí podrían ser reconocidos por El Pirulo.
-
Entonces,
¿qué hago? ¿Me quedo con la mercancía, a riesgo de pasar por un primo?
-
Dile
que no has llevado a un experto para no alarmarlo pero que, tan pronto salgas
de allí, vas a hacer las oportunas comprobaciones, y ¡pobre de él, como
pretenda estafarte!
-
Así
lo haré, convino Ángel. Por cierto, prosiguió, necesitaré el coche para recoger
todo el material. Las maquinillas abultarán lo suyo.
-
Está
bien -repuso Artés- pero, por esta vez, te dejas de disimulos y vienes acto
seguido para Comisaría a entregarlo todo. Te estaré esperando.
***
-
Fíjate
si sería yo atrevida entonces -me confesó Doña María-, que me ofrecí para
acompañar a Ángel a la calle de la Palma, por si el Pirulo le tendía
alguna trampa y la cosa acababa mal.
-
Supongo
que él no aceptaría, repliqué yo.
-
Claro.
Me dijo que iría armado y que mi presencia no haría sino ponerle nervioso e
impedirle reaccionar con la necesaria contundencia.
-
¿Y
cómo acabó la cosa?, inquirí.
-
Él
era muy escueto en sus referencias. Parece que el estraperlista le trajo casi
todo lo que le había encargado, aunque a un precio algo excesivo. Ha debido
de tragarse lo de que soy un tipo importante en la noche madrileña -me
comentó Ángel-, porque pretende sacarme más de lo debido.
-
Y
él se lo pagaría sin regatear mucho, para alimentarle la ambición y preparar la
gran jugada -deduje yo-.
-
Supongo…
El caso es que fue entonces cuando me dio la sorpresa sobre la que sigo
reflexionando de vez en cuando, aunque hayan pasado más de treinta años.
La cosa fue que,
con el razonable pretexto de que tenía que desaparecer unos días de Almería,
para que Antoñico creyese que iba a pasar la mercancía en Madrid,
Figueroa pidió permiso para ausentarse durante varias jornadas, que venían a
coincidir con la Semana Santa, la cual aquel año caía a caballo de marzo y
abril. Artés no puso ninguna objeción, en la creencia de que el solicitante
marcharía a La Coruña para estar en vacaciones con sus hijos. Otro tanto supuso
Doña María, hasta que el inspector le salió -como ella decía- por los cerros de
Úbeda:
-
Me
sugirió que podíamos encontrarnos en Málaga o en Sevilla donde, como sabes,
esas festividades se celebran con gran aparato y afluencia de forasteros. Yo me
quedé de piedra; hasta el punto de que, en vez de mandarle a paseo por aquella
salida de pata de banco, me busqué una disculpa plausible para rechazar su
petición, sin estridencias.
Le explicó que no quería
dejar sola a su madre, quien últimamente había recaído en la bronquitis. Por
otro lado, Doña María era dama acompañante de la Virgen de los Dolores[92]
desde su retorno a Almería, ya como maestra. Y, por si fuera poca esa devoción
general, aquel año tenía un motivo muy especial para no faltar a la procesión.
Ella misma me lo explicaba así:
-
A
una amiga mía muy querida acababan de descubrirle un cáncer, en la flor de la
edad y cuando, después de mucho pensárselo, había decidido casarse. Era de mi
edad y colaborábamos juntas en la Biblioteca. Así que figúrate. Por nada del
mundo iba a dejar yo de ofrecer por ella aquel acto de penitencia… Al final, no
se produjo el milagro, pues murió al año siguiente.
-
Vamos
-resumí-, que el viaje en pareja no tuvo lugar.
-
En
efecto. Aunque estuviera llena de dudas, no te ocultaré que el no hacerlo fue
el mayor sacrificio que ofrendé a la Dolorosa en los treinta años que
procesioné acompañándola. Y esas dudas me han perseguido con frecuencia durante
ese tiempo… ¡Bah!, no te entristezcas por tu vieja profesora. Todo aquello no
podía acabar bien…, a diferencia de lo policiaco, que fue todo un éxito.
-
¿Está
segura? Desde mi punto de vista de abogado, me parece que, entre el Gobernador
y Figueroa, le hicieron al Pirulo una juzgada muy sucia. Claro que, en
aquella época, los derechos de los delincuentes no se respetaban tanto como
ahora.
-
¡A
Dios gracias! -le salió del alma a Doña María-. Y no te duelas tanto, que
todavía anda por ahí ese sujeto, con bastón, pero derecho como una vela. No
creas, todavía me amilano cuando me cruzo con él.
Como ven, Doña
María y yo sabemos bastantes cosas del presente caso, que aún no les he
contado. Continuaré, pues, el relato que, poco a poco, va llegando a esa fase
de las obras narrativas y dramáticas, que llaman el desenlace.
Terraza del Círculo Mercantil y
lateral del Teatro Cervantes de Almería
8. El Pirulo cae en el garlito
No es por pedir la
intercesión de la Patrona de Almería por lo que Figueroa se ha citado con El
Pirulo en los jardines de la plaza de la Virgen del Mar, sino porque, al
concluir tan complicada entrevista, el inspector ha quedado con María en la
aledaña Escuela de Artes. Los dos hombres se han sentado en un banco, delante
de la fuente. Después de una animada discusión, ambos han quedado en silencio y
pensativos. Ángel tiene la mirada perdida en algo que lo ha fascinado desde
siempre, vaya usted a saber por qué: la nata verdosa que forman las algas sobre
el agua estancada en los bordes de la pila de cemento, azulejada a la morisca.
Antoñico permanece en tensión, con los puños cerrados y las venas de las sienes
dilatadas, como siempre que alguien lo prueba o le lleva la contraria.
Los minutos de
reflexión están bien justificados. Ángel ha encargado una nueva compra al melillero,
con las veinticinco mil pesetas que, por segunda vez, sacó al Gobernador. Pero
hay un punto que alarma hasta a un hombre experto y decidido, como lo es El
Pirulo. Diez mil pesetas han de aplicarse para la compra de una partida de
cocaína, con destino a la clientela del Pasapoga[93],
lo que constituía para Figueroa -según él- un compromiso ineludible con cierta
gente del espectáculo. Para apoyarlo, no se le ocurrió cosa mejor que decirle:
-
¡Qué
pena que ya haya actuado Lolita Garrido en el Casino! Ella podría haberte
confirmado lo que te digo, pues conoce bien a algunos compañeros suyos que me
tienen agobiado con sus exigencias.
Antoñico se había cerrado en banda a la
petición de Ángel, hasta que este volvió a las andadas con sus bravatas:
-
Mira,
Pirulo, quien quiere peces ha de mojarse el culo, como dice el refrán.
Si pretendes ser mi correo exclusivo para Melilla, tendrás que traerme de
cuando en cuando alguna partida de droga. Si no pasas por ello, tendré que
contratar a otros y volverás a tus viejos tiempos de contrabandista de
garbanzos y medias de nailon.
-
Oiga,
oiga -Antoñico seguía con el tratamiento de respeto-, que yo ya comía antes de
que viniera usted por estas tierras. No es el único cliente que tengo.
-
Tú
lo has dicho: que tienes; pero, ¿y en adelante? ¿Qué pasará si se corre
la voz de que te achicas ante el riesgo y vienen otros a comerte el terreno?
Herido en su amor
propio, El Pirulo, bisbiseó que vengan, que vengan, mientras
echaba la mano al bolso, hasta sentir el frescor de su amada faca. Pero, en el
fondo, hubo de comprender que, o se amoldaba a los nuevos tiempos, o podía
tener sus días contados, en toda la extensión de la frase.
En fin, la
meditación toca a su fin. El Pirulo cede, aunque poniendo condiciones:
-
¡Ea!,
que no se diga que el hijo de mi madre se acojona. Le traeré la coca, pero deme
tiempo, que pueda yo pasarla cuando estén de servicio algunos que yo me sé.
-
Quince
días, ni uno más. Si no la tengo para finales de este mes, llamaré a otros… al Gineso,
por ejemplo.
Ángel lo dijo sin
pensar y en seguida se dio cuenta de que había metido la pata, con tal de
chinchar a Antoñico:
-
¿Gineso el de Garrucha? -preguntó con sorna-. Si eso es lo mejor que tiene de
recambio, me río yo de la competencia.
El inspector sacó
el sobre con casi todo el dinero, que el estraperlista hizo desaparecer en un
instante. Ni siquiera lo contó, pero dijo:
-
La
coca varía bastante de precio; así que no se extrañe si tiene que apoquinar
algo más por el paquete.
-
Tú
mira que sea de buena calidad, que mis clientes no se conforman con cualquier
cosa, replicó Figueroa.
***
Cuando Ángel llegó
al portón de la Escuela de Artes[94],
María ya le aguardaba con una damajuana de ocho litros a sus pies. El hombre se
enfadó:
-
¿Cómo
se te ocurre venir con esto desde casa? Tenías que haberme avisado de que
vendrías cargada con ese mamotreto.
-
Es
para mi madre. Padece de mal de piedra y le viene estupendamente el agua de
lluvia que recogen en el aljibe de la Escuela.
En efecto, María,
como persona ya conocida, se dirigió a un ordenanza y le entregó el garrafón,
con el que este desapareció en el interior del edificio. La maestra informó a
Ángel:
-
Este
caserón, antes convento, fue hasta hace muy poco la sede del Instituto de
Enseñanza Media de Almería[95].
Aquí tenía que venir yo de niña a examinarme como alumna libre de los cursos
del bachiller. Mientras acaban de llenar el recipiente, vamos a ver el patio,
que merece la pena.
Patio de la actual Escuela de Artes (Almería)
Emprendieron el
camino de vuelta agarrando de un asa cada uno la pesada carga. María miró de
reojo a Ángel y lo encontró bastante más sonriente que nunca, desde que volvió
de La Coruña, tras rechazarlo ella como acompañante para la Semana Santa. Le
preguntó:
-
¿Y
qué? ¿Todo bien en tu trabajo?
-
Vamos
tirando, dijo él con cierto secretismo.
-
O
sea -interpretó María-, que El Pirulo acabará cayendo en el garlito.
En vez de
responder, Ángel empezó a tararear Doce cascabeles[96],
para salir del paso. Interiormente, iba dando vueltas a la afirmación del Pirulo,
sobre buscar para pasar la droga un momento de ceguera de ciertos
policías. No acababa de creérselo, pero, por si acaso, avisaría a Artés, no
siendo que, después de tanto sofoco, todo se viniera abajo. Y, a propósito de
sofoquina, la que estaba cogiendo con la famosa damajuana en aquel día
radiante de primavera.
-
¿Te
parece que vayamos el jueves por la tarde al Club Náutico? -preguntó a María-.
Va a hacer una tarde estupenda para bañarse.
Resultaba obvio
que la maestra tenía un gran tipo, pero los años le iban cayendo, y tampoco le
hacía gracia que pudieran verla en traje de baño sus alumnas o sus papás. De
modo que decidió aclarar las cosas:
-
No
tengo inconveniente en reposar en la terraza mientras tú te das un chapuzón,
pero conmigo no cuentes para la zambullida. Ya soy lo bastante mayor como para
empezar a temer el reuma.
-
Mujer…
En fin, como quieras; pero entonces iré yo solo por la mañana, después de que
vea a don Roberto, pues tengo que comentarle algunas cosas.
Siguieron con su
tarea de aguadores y, mientras subían la cuesta entre San Pedro y la calle de
María, el inspector, en la línea de los trajes de baño, emitió un profundo
suspiro; tan hondo, como la superioridad de que, desde su punto de vista,
gozaba la esquiva maestra almeriense respecto de su harpía ferrolana. Aquella
se dio cuenta del aéreo lamento y, confundida, preguntó:
-
Pesa
mucho, ¿verdad?
-
No
lo sabes tú bien, querida, respondió Ángel, con todo el dolor de su corazón.
***
Dicen que Dios castiga
sin palo ni piedra, pero nada se dice de que no pueda hacerlo con una medusa.
El caso es que aquel jueves Ángel dejó tirada a María y fue a darse un
baño en Las Almadrabillas[97].
Como buen hijo del litoral gallego, Figueroa nadaba con estilo y gran resistencia.
El mar estaba en calma y el policía se alejó de la costa, afortunadamente
dejándose llevar de la corriente que lo impulsaba hacia levante. En esto, notó
un dolor muy vivo en la pierna, así como una mezcla de escozor y quemazón. La
extremidad, en pocos momentos, le quedó paralizada y apreció que a duras
penas iba a poder avanzar en el agua. Para más inri, estaba solo pues los
almerienses eran poco dados a frecuentar la playa una tarde de abril, aunque la
temperatura fuese elevada para un chicarrón del Norte. Haciendo de tripas
corazón, se quedó chapoteando, mientras pensaba en lo que hacer. La estructura
geométrica y herrumbrosa del viejo cargadero de mineral parecía llamarlo
amistosamente. Decidió intentar llegar hasta allá.
Quizá media hora
después, Ángel conseguía alcanzar su destino y agarrarse a los pilotes del Cable,
tratando de trepar hasta la estructura inferior. Arañazos y rozaduras fueron
las primeras consecuencias. Maldijo su suerte, recordando que no creía estar
vacunado contra el tétanos. En fin, lo peor había pasado: Estaba casi en
tierra firme y, aunque inflamada, la pierna herida empezaba a recuperar la
sensibilidad. Tan es así que pensó en algo tan burgués y secundario como
recuperar ropa y calzado; entre otras cosas porque, con solo un bañador mojado,
estaba empezando a sentir frío por la brisa.
En aquel entonces,
la zona estaba lejos de poseer la urbanización actual y, por el momento, no se
veía un alma en los alrededores. La blanca estructura del Club Náutico le
parecía tan lejana como las Columnas de Hércules. El sol caminaba hacia su
ocaso. Y entonces se le apareció el espectro del Pirulo, que a saber
cómo reaccionaría si, a la mañana siguiente, el periódico traía la fotografía
de un señorito madrileño paseando medio desnudo por la Rambla o por el
puerto.
Se palpó la
pierna: dolía pero, dentro del agua salada, parecía recobrar las fuerzas. ¡Que
no se diga que un inspector de Policía se deja vencer de una medusa, o lo que
diablos fuera! Se deslizó hasta el líquido elemento, hizo unas flexiones
agarrado a los hierros y luego lentamente nadó hacia la playa, rezando para que
ningún otro cnidario se encaprichara de sus extremidades. Sus oraciones fueron
escuchadas. A la tenue luz de las farolas y de los fluorescentes del Club,
llegó hasta la arena y, cojeando visiblemente, alcanzó la zona de los
vestuarios, ya cerrada por lo tardío de la hora. No tuvo más remedio que
hacerse ver de los camareros por la cristalera. Media hora más tarde, vestido y
reconfortado por un café bien caliente y un Tres Cepas, no tuvo más
remedio que pedir un taxi para regresar al hotel. Aquí le dijeron:
-
Ahora
esto no es nada, Don Ángel: Compresas frías y Aspirina para el dolor. Lo malo pudo
ser cuando lo picó en mar abierto. No habría sido usted el primero que se haya quedado
en el agua.
***
Doña María se me
queda mirando fijamente unos momentos. Luego, me pregunta:
-
¿Te
acuerdas del Padre Sinde? Era un jesuita de la comunidad del Sagrado Corazón[98],
muy famoso entonces.
-
Oí
hablar de él a mi madre, pero yo no lo recuerdo personalmente.
-
Era
el confesor más conocido de toda Almería. Hasta el obispo dicen que se
confesaba con él. Con decirte que tenía cola ante el confesonario…
Los dos nos
echamos a reír. ¡Qué difícil es imaginar hoy que la Penitencia sea un
Sacramento multitudinario!
-
Te
lo he preguntado -prosigue- a cuento de la tontería que se me ocurrió, tras enterarme
de lo de Ángel y la medusa. Como es lógico, me dejó impresionada y di en pensar
si no sería un aviso del Cielo por las malas mañas con que se estaba
comportando desde que llegó a Almería: Ya sabes, lo de provocar al Pirulo para
que trajera droga y lo de andar tras de mí, estando casado. Claro que yo tenía
bastante culpa en todo ello, no voy a negarlo, pero…
-
…
Pero, como usted no iba a la playa, no podía picarla otra medusa.
Mi chiste apenas
le hizo sonreír. En seguida, prosiguió:
-
Yo
no soy supersticiosa, ni se me habría ocurrido ir al Padre Sinde con la
historia de la medusa; de suerte que resolví consultarle en confesión y pedirle
consejo sobre mi relación con Ángel y, de paso, acerca de lo que este preparaba
hacerle al Antoñico. En verdad, eso no era cosa mía pero, como él no iba a
acudir al sacerdote para consultarlo…
-
Si
el Padre Sinde era como yo me lo imagino, creo que tengo sus respuestas, sin
necesidad de que descienda a revelarme la confesión.
-
Muy
perspicaz te consideras -dijo mi profesora, sorprendida-, pero veamos si
aciertas y hasta qué punto.
Bebí un par de
sorbos de café, para hacer tiempo de pensar, y especulé:
-
De
lo de Ángel y usted, poco tenía que corregir el Padre. Si acaso, insistirle en
que se mantuviera a cierta distancia y dentro de los estrictos términos
de la relación de trabajo pergeñada por el Comisario Jefe.
-
Más
o menos -confirmó ella-. El Padre Sinde era muy liberal para aquel entonces.
Otro me habría prohibido terminantemente que volviese a verlo.
-
Y,
en cuanto a la inducción al delito -proseguí con mi adivinación-, dado el deber
de obediencia al Gobernador, la finalidad perseguida y la catadura del Pirulo,
dudo que el Padre se mostrase muy riguroso en su rechazo de aquel artificio.
-
En
eso te equivocas, aseveró Doña María. Como es natural, yo no le di detalles
sobre las personas involucradas, ni tampoco sobre la añagaza que se emplearía
pero, con todo, el Padre Sinde fue tajante: el fin no puede justificar los
medios. Me dijo -y lo recuerdo como el primer día- que, si pedimos en el
Padrenuestro que no nos dejes caer en la tentación, mal puede un
cristiano provocar que otro caiga en el pecado, en lugar de ayudarlo a lo
contrario.
-
¿Y
fue al inspector Figueroa con el consejo de su confesor?, pregunté alarmado.
-
No
soy tan tonta, me replicó. Como cosa mía y a riesgo de parecerle milagrera, le
comenté que, si me hubiese pasado a mí aquel accidente, me habría planteado que
era un aviso por algo que estuviese haciendo mal.
-
¿Qué
le contestó?
-
Si
te has sentido capaz de adivinar las exhortaciones del Padre Sinde, más fácil
te resultará hacerlo con el parecer de mi amigo coruñés.
Y no hubo manera de sacarla de ahí.
***
El día en que El
Pirulo tenía que desembarcar en Almería con tan comprometedor alijo,
Figueroa era un manojo de nervios, que había acabado por contagiar al
Gobernador, a Artés, a María y al sursum corda. Aunque la hora del
atraque era la de mediodía, el Poncio, Lubina, estaba en su despacho a
las nueve, es decir, una hora antes de lo habitual, pendiente del teléfono. Por
su parte, el Comisario se había cuidado de que los policías de servicio en el
puerto fuesen de total confianza y, para excitar aún más su celo, había
advertido de que lo llamasen tan pronto el barco melillero entrase en la
dársena. Y la gentil María, pese a los recelos del Padre Sinde acerca de la
moralidad de la operación, había ofrecido por su éxito la misa de ocho en
Santiago y, una vez en la escuela, miraba a cada poco su reloj, que aquella
mañana avanzaba de manera insoportablemente lenta.
Figueroa apenas
había pegado ojo desde que despertó del primer sueño, con la imagen vívida del Pirulo
tirando por la borda del Ciudad de Alicante paquetes y paquetes de
cocaína, al percatarse de que los policías lo esperaban en puerto para
detenerlo. El inspector del sueño trataba desesperada e infructuosamente de que
los envoltorios no fueran tragados por un mar atiborrado de medusas. Se levantó
de madrugada; hizo tiempo para que le sirvieran un buen desayuno en el Colón;
compró el Yugo, que hojeó hasta comprobar que no había temporal marítimo,
ni se había hundido ningún barco en el Mar de Alborán; paseó varias veces,
arriba y abajo, la calle Reina Regente y el Parque Nuevo, y, a eso de las diez
y media, compró el consabido cucurucho de almendras y fue a sentarse junto al
Discóbolo, que fue testigo mudo de la primera vez que Ángel leía el periódico
de cabo a rabo, incluidos los anuncios por palabras.
En fin, ya que
nuestros sufridos personajes hubieron de padecer en su día el tormento de
aquella espera, no quiero yo hacer sufrir del mismo modo a mis lectores. En
consecuencia, afirmo, sin duda ni dilación, que se ajustaba a la verdad la
noticia que, en la primera página de Yugo del día siguiente -sábado, 25
de abril de 1953-, figuraba como de ciencia de los periodistas pero que, en
realidad, había sido filtrada por el Gobierno Civil. Literalmente,
rezaba así:
Detenido el famoso estraperlista
Antoñico el Pirulo
A mediodía de
ayer, cuando acababa de bajar del barco Ciudad de Alicante, procedente de
Melilla, fue detenido por funcionarios del Cuerpo General de Policía el
conocido estraperlista almeriense, A.F.M., conocido en la ciudad por “Antoñico el
Pirulo”. Dicho individuo trataba de introducir el Almería diverso género de
contrabando, así como una importante cantidad de droga, destinada
posteriormente a su distribución y venta.
Tras las oportunas
diligencias, el detenido será puesto a disposición de las Autoridades
judiciales, por delitos de contrabando y contra la salud pública.
No cabe sino
felicitar a la Policía almeriense por tan brillante servicio y esperar que, en
su momento, este peligroso delincuente -que cuenta ya con diversos antecedentes
penales y policiales- reciba el severo castigo que merece por su incalificable
conducta.
9. Y la vida sigue
Aunque las cosas
de la Justicia, ya entonces, iban despacio, el Gobernador Lubina metió la
suficiente prisa a la Audiencia, como para que se señalase el juicio del Pirulo
en noviembre de 1953. Como había prometido, intervino en él como acusador
el Fiscal Jefe quien, con arreglo al Código Penal vigente, solicitó la máxima
pena por el delito de tráfico de cocaína, doce años de prisión mayor. Los
señores magistrados rebajaron la condena a nueve años de cárcel, sentencia que
no fue objeto de recurso, dado lo aplastante de la prueba de cargo. Conforme a
lo que entonces regía, el Antoñico no cumplió más que cinco años, al
beneficiarse de la redención de penas por el trabajo y alguno que otro
beneficio penitenciario. No tuvo que pagar pena privativa de libertad por el
delito de contrabando, al haber entrado en vigor la Ley de 1953[99],
que solo preveía penas de multa, que El Pirulo pagó al contado con lo
poco -y escondido- que la Policía y su abogado defensor le habían dejado.
Cuando salió del
penal del Puerto de Santa María, empezó para Antoñico la segunda parte de su
condena. La situación económica había cambiado tanto, que el contrabando -si lo
había- estaba en manos de redes bien compactas y organizadas de comerciantes,
encabezados por los hindúes[100],
contra cuya competencia bien poco podía hacer un individuo solo y, además,
marcado. Ni hablar de colocarse en alguna labor decente, con sus malos
antecedentes y poca afición al trabajo a horario y jornal. Así que, según me
contó un amigo:
-
Se
metió a limpiabotas, y no le fue mal, pues era rápido y tenía mucha labia. Hay
quien dice que también echó una mano en el Casino, cuando este dejó de ser un
sitio distinguido, para convertirse en un lugar de juego por dinero…, por mucho
dinero.
Para entonces, el
Señor Lubina ya había dado el salto anhelado al lado izquierdo del Estrecho. Fue
nombrado Gobernador Civil de Cádiz en julio de 1954, dejando Almería sin pena
ni gloria, al decir de las fuerzas vivas de la provincia. No duró mucho
en su nuevo puesto: Apenas tres años, hasta que lo apearan definitivamente, no
los contrabandistas de Algeciras y La Línea, sino los señoritos de Jerez, por
no sé qué pelotera entre ellos. Gorda debió de ser pues, a partir de 1957, el
nombre de Don Manuel Lubina desaparece de las combinaciones de
Gobernadores de modo definitivo: apenas una Delegación en su provincia natal
del recién creado Ministerio de la Vivienda, y abajo el telón. Es posible que
el comisario Artés -y algunos otros más, que yo intuyo- pensaría aquello de
que, para ese viaje…
***
Un día de finales
de mayo de 1953, el inspector de Policía, Ángel Figueroa, se alejó de Almería,
para nunca más volver. En fin, eso es lo que me aseguró Doña María cuando
empleé toda mi persuasión -y mi insistencia- para saber en qué había parado la
difícil relación entre el inspector y la maestra.
-
Lo
acompañé a la estación, con encontrados sentimientos de pena y de alivio, me
contó ella. Pero, más allá de sensaciones pasajeras, comprendía que estaba
diciendo adiós a mi última oportunidad de abandonar la soltería de una forma,
digamos, poética; vamos, por amor. Él no soltaba prenda sobre sus propósitos;
ya sabes, qué iba a pasar con su matrimonio, si pensaba volver por aquí, y todo
eso. Quizás el pobre tenía la cabeza tan confusa y el corazón tan revuelto,
como yo. Se empeñó en que me marchase antes de que subiera al tren; de modo que
mi último recuerdo de su persona fue estrechándonos firmemente las manos en la
cantina de la estación, no fuera a ser que su amado Gobernador nos multara, si
nos dábamos un beso. Y, lo creas o no, la radio estaba tocando Ay pena,
penita, pena[101].
Se quedó con la mirada perdida y un rictus
de tristeza en su rostro. ¡Qué mejor momento, para darle la sorpresa que le
reservaba en aquella tarde mágica de recuerdos!
-
¡Ea,
Madame Marín!, vamos para el Teatro Cervantes, que he sacado dos entradas para el
espectáculo de Milagros Menjíbar[102].
Y las penas, ¡que se las lleve el viento de levante!
Se me quedó
mirando como quien hubiese visto una aparición. Tal vez, hasta entonces había
imaginado que seguía conversando con aquel pipiolo de siete años, que entró en
su vida al año siguiente de todo aquel maremágnum de ambición, mentiras y
nobles sentimientos. Pero, en el fondo, aquel hombre, ya mayor, que la invitaba
al teatro, no había dejado de ser, junto a ella y en el Paseo, el crío que
formulaba un deseo, sin cumplirse el cual el viaje a la Ciudad de su infancia
quedaría incompleto. Aquel niño dijo:
-
Ojalá
que bailen para nosotros esta tarde El fandango de Almería.
Teatro Cervantes (Almería)
[1]
Con todo, para facilitar las pesquisas de los lectores más interesados, he
procurado dar a los personajes inspirados en la realidad nombres y apellidos
iguales o parecidos a los que, en efecto, tuvieron. Sobre lugares y edificios,
a mayores de mis notas a pie de página, me remito a una notable obra resumen,
accesible en Internet: Carlos María Fernández Martínez, Luis Fernández
Martínez, Antonio Martínez Rodríguez, Luis Pastor Rodríguez y Víctor Rodríguez
Escolano, Almería. Guía de arquitectura, edit. Junta de Andalucía,
Almería y Sevilla, 2006, 274 pp. Tiene un excelente aporte gráfico.
[2]
Apelativo coloquial de la época para referirse a los Gobernadores Civiles, por
aquello de que Poncio Pilato había sido famoso Gobernador (más
exactamente, Procurator) de Judea en tiempos de Cristo.
[3]
Alusión jocosa al Decreto de 19 de abril de 1937, por el que Franco unificó
definitivamente en un único partido político, encabezado por él, a todos
los grupos que apoyaban el Movimiento Nacional, en especial, Falange Española de
las JONS y la Comunión Tradicionalista.
[4]
Sardanápalo, o Asurbanipal, fue un rey asirio al que la leyenda atribuye una
vida y una muerte rodeadas de cultura y toda clase de lujos y relajos. Por su
parte, sardiña es la voz gallega por sardina, lo que hace alusión
a la tierra natal del Gobernador Civil imaginario del relato.
[5]
En efecto, el racionamiento estuvo en vigor, desde la época de nuestra
Guerra Civil, hasta junio de 1952 (con régimen transitorio de un año más). No
pretendo hacer Historia aquí. Me remito a un buen resumen del tema: Miguel
Ángel del Arco Blanco, El estraperlo: pieza clave en la estabilización del
régimen franquista, Historia del Presente, nº 15 (2010), pp. 65-78
(accesible en Internet).
[6]
Las Fiscalías de Tasas (Superior y Provinciales) fueron una pieza esencial en
la persecución y castigo del estraperlo, entre 1940 y 1963. Véase en el
BOE nº 277 de 1940, pp. 6851-6854, la Ley de 30 de septiembre de 1940 por la
que se crea la Fiscalía Superior de Tasas, encargada de hacer cumplir, con todo
rigor, el régimen sobre las mismas. La supresión de dichas Fiscalías se
produjo por el Decreto 3598/1963, de 26 de diciembre (BOE del 30-XII), pasando
sus funciones y capacidad sancionadora al Ministerio de Comercio.
[7] Alusión al hecho de que los cambios de
Gobernadores solían hacerse por bloques y con abundantes permutas entre
provincias.
[8]
Uno de los perfumes más acreditados de la casa parisina Guerlain,
aparecido en 1912.
[9]
Buque mixto (pasajeros y carga) de la compañía Transmediterránea, que
hacía semanalmente (o con periodicidad menor) el trayecto triangular
Melilla-Málaga-Almería, y retorno. Fue nido y vehículo de estraperlo y
contrabando, al ser la plaza de Melilla territorio y puerto franco,
desde el punto de vista fiscal.
[10] Plaza almeriense que, a la sazón, se
consideraba el centro físico y neurálgico de la ciudad de Almería. Allí estuvo,
entre finales del siglo XIX y 1998, el acreditado bar-restaurante Imperial,
aludido en el relato.
[11] En la zona de Melilla radicaba el Tercio Gran
Capitán, uno de los cuatro que, desde 1950, formaron la Legión,
inicialmente llamada Tercio de Extranjeros, fundada en 1920.
[12] Famosa
marca de jabón estadounidense, que empezó a comercializarse en 1898.
[13]
Alusión a la revista mensual, traducida al español, Selecciones del Reader’s
Digest, fundada en 1922. La edición en lengua española data de 1940, aunque
una versión local para España no apareció hasta 1952.
[14]
Marca de coñac, o brandy, de las bodegas de Pedro Domecq, famoso por ser su calidad superior
a lo que indicaba el precio.
[15]
Debe de referirse a la rambla, ya entonces abovedada, sobre la que se trazó la
calle Obispo Orberá. La rambla principal de Almería, llamada de Belén, no fue
soterrada hasta 1996, trazándose sobre ella la espléndida avenida de Federico
García Lorca. El tramo final, o avenida de la Reina Regente, fue urbanizado con
anterioridad.
[16]
Uno de los principales productos de la tierra almeriense, básico en su
agricultura, junto con las uvas y las naranjas, hasta que surgió la así llamada
agricultura del plástico, o de invernaderos.
[17] Su
nombre técnico era el de Teniente Fiscal de la Audiencia Provincial de Almería.
[18]
La principal diferencia entre uno y otro es que el estraperlo se hacía
con productos nacionales sujetos a tasa o racionamiento, en tanto el
contrabando se llevaba a cabo con géneros extranjeros ilegalmente importados.
El estraperlo dejaría de ser perseguido -como hemos visto en la nota 5– hacia
1952, pero el contrabando siguió siendo delito o infracción administrativa.
[19]
Curiosamente, los contrabandistas y defraudadores de los barcos melilleros actuaban
con frecuencia por encargo, habiendo pactado previamente objetos, precio y
destino del alijo. Por eso, era corriente llamarlos correos.
[20]
Era lo previsto en el Real Decreto-Ley de 14 de enero de 1929, que regía a la
sazón. Véase, por extenso, Eugenio Alcalá del Olmo, Contrabando y
Defraudación (Ley Penal y Procesal de 14 de enero de 1929). Comentada,
concordada y adicionada con las disposiciones legales que la complementan o
modifican, etc., Gráficas Uguina, Madrid, s.f. (c. 1942).
[21]
Alusión a la Ley de Contrabando y Defraudación (Texto Refundido, aprobado por
Decreto de 11 de septiembre de 1953).
[22]
Antuña acertaba al dar ese carácter a los inadecuadamente llamados Tribunales de Contrabando y Defraudación (Provinciales y Superior), que no eran verdaderas
instancias judiciales, pese a su nombre.
[23] El
vigente era el Código Penal de 19 de julio de 1944. Véanse sus arts. 341 y
siguientes.
[24] De seis
años y un día a doce años de privación de libertad.
[25]
En la época que este cuento historia, ya tenía cierta importancia el consumo de
cocaína en España, entre la gente de nivel social elevado o medio-alto. De
todas formas, las drogas más comunes -hasta el punto de ser denominadas en el
extranjero españolas- eran las anfetaminas y determinados hipnóticos,
que se despachaban sin receta, y el luego famoso hachís -entonces
conocido por grifa o kif-, común entre los soldados y legionarios del África
del Norte española y entre el lumpen y gente desclasada de Madrid y
otras grandes ciudades. Dicho sea todo esto, a nivel general y como
divulgación.
[26]
Llámanse así las personas -generalmente policías- que animan a los traficantes
a que les faciliten drogas, para de ese modo pillarlos con las manos en la masa.
Se considera una forma de prueba lícita, siempre que la persona a la que se
incite sea de antemano un verdadero traficante. Es de suponer que, en pleno
franquismo, los Tribunales no exigieran con mucho rigor este requisito, para condenar al sujeto engañado
por el agente.
[27]
Es decir, del Cuerpo Nacional de Policía no uniformada, entonces llamada
Policía Armada. La Secreta estaba formado por subinspectores,
inspectores y comisarios de diverso rango.
[28]
Uno de los mármoles monumentales y constructivos más importantes de España, al
menos, desde la época romana. Destaca con mucho la variedad alba, de una
blancura deslumbrante. Por su proximidad (unos 15 km) y por su abundante
población (más de 6.000 habitantes en 1920), Cantoria ha sido tradicionalmente
uno de los puntos de labrado y talla del mármol macaelense.
[29] Los graves incidentes, surgidos del intento
de privatizar las canteras de mármol macaelero, hicieron crisis en junio de
1922, produciéndose un muerto y varios heridos, interviniendo seguidamente la
Guardia Civil con su acostumbrada severidad. Véase María Dolores Jiménez
Martínez, Clientelismo político y comportamiento electoral en Almería
durante la Restauración (1902-1923), tesis doctoral de la Universidad de
Almería, 2002, espec. pp. 253-265 (puede consultarse libremente en Internet).
[30]
Estas canteras estaban enclavadas en el municipio del mismo nombre, distrito de
Avallon, departamento del Yonne, región de Borgoña. La localidad tenía en 1920
unos 1.200 habitantes (1.600, en 1910), empleados principalmente en la
extracción y laboreo de una excelente piedra blanca, dedicada en especial a la
construcción, a la que se daba salida por el Canal de Borgoña. Actualmente
(2020), las canteras están casi agotadas, manteniéndose en explotación solo una
de ellas, llamada de Rocamat.
[31]
Traducible libremente por una niña como las de casa.
[32] Es
decir, le cinquième, en la sucesión ordinal inversa empleada al efecto
en Francia.
[33]
En épocas pretéritas, la escuela se desarrollaba de lunes a sábado, en sesiones
de mañana y tarde, librando únicamente la tarde de los jueves y, por supuesto,
los domingos.
[34]
Como es sabido, la enfermedad profesional de la silicosis afecta
particularmente al parénquima pulmonar, endureciéndolo e impidiendo el
fisiológico intercambio de gases.
[35] Federación Nacional de Trabajadores de la
Tierra de la UGT, fundada en 1930.
[36]
Un Decreto-Ley de 12 de noviembre de 1936 dejó sin valor el dinero republicano
emitido con posterioridad al 18 de julio de 1936, fecha del inicio de la Guerra
Civil. El dinero emitido con anterioridad fue objeto de estampillado e
incautación al terminar la Guerra, recibiendo los afectados una cantidad de
dinero franquista muy disminuida por el mecanismo de cambio y la
inflación. Quizá esta breve alusión explique en parte la opinión de Doña María.
[37] Véase, por ejemplo, Manuel Santander Díaz, La
reforma en la formación de los Maestros de Educación Primaria: El plan
profesional de 1931, www.edudactica.es,
19 pp.
[38] De los 60.000 maestros funcionarios
existentes en 1936, fueron sancionados con expulsión del Cuerpo unos 15.000,
siendo otros 6.000 castigados con otras sanciones menores, que implicaban
suspensión de empleo y sueldo, todo lo cual alcanzó a casi un tercio del
escalafón.
[39] El
sistema más fácil de acceso se estableció para los excombatientes del bando nacional,
que hubieran combatido un mínimo de tres meses, si tenían título de maestros, o
de seis meses, si eran bachilleres: A unos y otros se les ingresó en el
Magisterio Nacional, sin otro requisito que solicitarlo.
[40]
Durante bastantes años, se convocaron para maestros nacionales oposiciones
restringidas a escuelas en localidades de más de diez mil habitantes. Los
maestros diezmilistas constituyeron así una especie de élite del
Magisterio, al margen de lo justo o injusto que supusiera privar de ellos a los
niños de los pueblos.
[41] Supone
unos 95 kilómetros, distancia respetable dada la orografía y carreteras de
entonces.
[42] Conforme al plan de estudios para el
magisterio de 1945, el único idioma extranjero que se estudiaba era el francés,
a razón de dos clases semanales en el tercer curso.
[43]
La Biblioteca Provincial de Almería lleva el nombre del escritor Francisco
Villaespesa Martín (1877-1936). Entre los años 1947 y 1973, estuvo instalada en
el número 26 de la entonces Avenida del Generalísimo, hoy Paseo de Almería.
[44]
Construida bajo diseño francés a finales del siglo XIX, entró en funcionamiento
en 1893, siendo una de las más hermosas estaciones de ferrocarril de España del
tipo de hierro-ladrillo-cristal. En el año 2000, tras las pertinentes reformas,
se ha integrado en un intercambiador para unificar el tráfico de trenes y el de
autobuses.
[45]
En efecto, lo fue durante la mayor parte de su dilatada existencia (1909-1965).
Ignoro el porqué de su nombre, pues el fundador y primer empresario fue un
austriaco, Rodolfo Lussnigg, continuando el negocio su hija Resi. Se
asegura que el Señor Lussnigg fue autor de un lema turístico que hizo fortuna: El
sol pasa el invierno en Almería.
[46] Pueblo
de la Alpujarra almeriense, de los de esta provincia que tienen bodegas con
tradición.
[47]
Concluido en lo fundamental en 1867, fue objeto de constantes reformas y
retoques de importancia, al menos, hasta 1911. En las fechas del relato, su
nombre oficial era Avenida del Generalísimo. Desde 1979, se denomina, sin más,
Paseo de Almería.
[48] Luego se aclarará que se trataba del hotel
Victoria, ubicado a la sazón -según fuentes- en Emilio Castelar 1-3, o en
el número 5 de dicha calle, muy céntrica, que enlaza el Paseo con la plaza de
San Pedro.
[49]
La Plaza lleva el nombre del escritor y académico granadino, Francisco Javier
de León Bendicho y Quilty, que se afincó en Almería al casar con María Dolores
Puche y Segura, rica terrateniente. El Señor Bendicho tuvo también una
importante carrera política y fue un notable mecenas para Almería. Esquemáticamente,
véase su nota biográfica en la página web de la Real Academia de la Historia,
escrita por Francisco Miguel Espino Jiménez.
[50]
Pedro (Perico) Chicote Serrano (1899-1977), famosísimo barman y
creador de cocktails, cuyo establecimiento en el número 12 de la Gran
Vía madrileña fue abierto en 1931 y, con muy diversos avatares, continúa activo
en la actualidad (2020).
[51] El
cocktail Chicote se compone de vermut dulce, ginebra, curaçao de naranja
y Grand Marnier.
[52]
O Centro Náutico, club de actividades náuticas, de la obra sindical Educación
y Descanso, en la playa urbana de Las Almadrabillas, ya desaparecido.
[53]
Bar, cafetería y heladería existente a la sazón en el Paseo de Almería, en los
bajos de la antigua sede de la Biblioteca Villaespesa (véase supra, nota
43), al lado del edificio de Correos de la época. El establecimiento era lugar
habitual de reunión de los artistas y escritores conocidos por Los
Indalianos, entre los que descollaron el pintor y escultor Jesús Pérez de Perceval del Moral (1915-1985) y la
profesora y literata Celia Viñas Olivella (1915-1954).
[54] Expresión que, por más apócrifa que parezca,
fue utilizada respecto de José María Gil Robles, cuando dirigía la CEDA. Véase La
Gaceta Regional, diario de Salamanca, número del 4 de octubre de 1934.
[55]
Canción de 1952, original de Zulema de Mirkin (letra) y Demetrio Ortiz
(música). Entre sus numerosísimas versiones, las más famosas inicialmente
fueron las de Luis Alberto del Paraná y el trío Los Panchos. La canción
tiene también letra en guaraní.
[56] Emisora fundada en 1934 y que, tras pasar por
diversas manos empresariales, continúa activa. Véase Antonio Torres Flores, Una
historia de la radio: Almería, 1917-1996, edit. Instituto de Estudios
Almerienses, Almería, 1996 (totalmente accesible por Internet). Cito
explícitamente este libro porque, sobrepasando lo prometido por su título,
ofrece abundante información general -escrita y gráfica- sobre la Almería y los
almerienses de la época.
[57] También llamado fandanguillo de Almería.
Es un hermoso aire popular aflamencado, creado en 1910 por el músico
almeriense, Gaspar Vivas Gómez (1872-1936). Inicialmente no tenía letra, la
cual le pusieron sucesivamente -con escasa fortuna, en mi opinión- Manuel
del Águila y Antonio Zapata.
[58] El estudio fotográfico Guerry fue
fundado en 1933, en Puerta de Purchena, al inicio del Paseo. Regentado por el
notable profesional Luis Guerrero (Guerry) Zapatero (1909-1991), era
obligado acudir -sobre todo, los domingos, en que cambiaban las fotos- a sus
escaparates de exposición, para contemplar los espléndidos retratos, en
particular, de bellezas femeninas.
[59] Famosa casa de perfumes y cosméticos almeriense,
fundada en 1932 por Antonio López Jiménez (1906-1997). En 1948, instaló su
establecimiento en el Paseo de Almería. Actualmente, tiene fábrica en Benahadux
(Almería). Por cierto, el fundador llegó a usar como primer apellido el Briséis
de la marca comercial, que obviamente hacía alusión a la bellísima esclava
Briseida, detonante de la enemistad entre Aquiles y Agamenón, así como de la
cólera de aquel, narrada en La Iliada.
[60] Conforme a la Ley de Educación Primaria de
1945, vigente entonces, bastaba con que una escuela tuviese -como la de la
calle de Las Cruces- tres grados, para considerarla una Graduada.
[61]
Hermosa escultura en bronce, reproducción de la famosa de Mirón, elaborada en
los talleres almerienses de la Fundición o Talleres de Oliveros, que la regaló
a la Ciudad en 1925. La fundición aludida existió entre 1880 y 1973, llegando a
contar, hacia las fechas de mi relato, con unos mil obreros, siendo entonces,
con mucho, la principal industria de Almería.
[62]
Se trata de la crisis del contencioso secular con la Gran Bretaña, ya fuerte en
las fechas del relato y que llegaría a su punto álgido al año siguiente, 1954,
cuando la Reina Isabel II visitó oficialmente el Peñón.
[63]
Aunque Figueroa no fue muy explícito, se sabe que llegaron a turnarse tres
policías en ese servicio. Echaron mano de él por su juventud y buena presencia,
y por hallarse en Madrid, nada más acabar los exámenes de ingreso en el Cuerpo.
Consta que los policías de vigilancia no llegaron a descubrir nada inculpatorio
para el bar Chicote, ni para su respetable dueño.
[64] El Colegio de Huérfanos de la Policía fue
fundado en 1912. Actualmente, se integra en la Fundación de Huérfanos del
Cuerpo Nacional de Policía, que tiene carácter privado.
[65] Posiblemente se trate de la joyería León,
abierta en dicha calle en el año 1950 y trasladada al Paseo de Almería en 1975.
[66]
La más histórica de las confiterías de Almería, fundada en 1888, y subsistente
todavía, aunque no en el mismo lugar que entonces, que era en Paseo de Almería, junto a la Puerta de Purchena.
[67]
María del Socorro (Corín) Tellado López (1927-2009), autora de más de
dos mil novelas románticas entre 1946 y 2009, de las que se calcula había
vendido unos 400 millones de ejemplares hasta 1994, año en que entró en el Libro
Guinness de los Récords, como la autora más vendida en idioma español.
[68]
El Círculo Mercantil y el Teatro Cervantes integran un mismo
edificio, que ocupa toda una manzana, con fachada principal al Paseo de
Almería, donde se instala la terraza. El edificio se diseñó en estilo
modernista, allá por 1898, pero no se concluyó hasta 1921.
[69]
Entre los años 1951 y 1954, se realizó una campaña de excavación, centrada en
el área palaciega del conjunto, y fue la primera intervención arqueológica
realizada sistemáticamente. El responsable de estos trabajos fue Fernando
Ochotorena, conservador del monumento a la sazón.
[70]
Seguramente alude a la parada de los jardines de la calle Conde Ofalia, una de
las varias fijas que hubo en Almería, para un total aproximado de cien coches de
caballos en los momentos de mayor esplendor del servicio, coincidentes con la
época a que se refiere este relato.
[71]
Diario almeriense de la llamada prensa del Movimiento que, con la citada
mancheta, circuló entre 1939 y 1962, para luego cambiar tan expresivo nombre
por el tradicional La Voz de Almería, el cual sigue existiendo a día de
hoy (2020), aunque, por supuesto, en manos privadas y con muy otra ideología.
[72]
Histórica taberna almeriense, fundada en 1870, aunque su actual decoración es
de hacia 1900. Su dirección actual es calle Jovellanos, número 7.
[73] En sentido estricto, el barco que hacía el
servicio regular entre Melilla y la Península. Figueroa usa aquí el vocablo
como sinónimo de estraperlista que empleara dicho barco para su ilícito
comercio.
[74] Por lo
que yo recuerdo, se trataba más bien de un piso, aparentemente, una vivienda.
[75]
Lógico es que Figueroa estuviese más o menos enterado de la negociación de los
acuerdos con los Estados Unidos, que fueron firmados meses más tarde, el 22 de
septiembre de 1953. Cuestión distinta es la incidencia de los mismos en los
negocios relacionados con el contrabando, que la presencia de bases y tropas
americanas, sin duda, facilitó.
[76]
Situada en esquina de las calles de Hernán Cortés y de las Tiendas, fue fundada
por los Reyes Católicos en 1494, pero el edificio actual data de mediados del
siglo XVI.
[77]
Totalmente cierto, y así, durante décadas. Véase Carmen Párraga Pavón, Educación
durante el Franquismo, en “Temas para la Educación”, nº 11 (noviembre de
2010), p. 7 (trabajo accesible en abierto por Internet).
[78]
Recordamos que, hasta la normativa del Concilio Vaticano II (1962-1965), era
preceptivo para comulgar el permanecer en ayunas desde la medianoche anterior.
[79]
El cine Hesperia, sito en la calle General Segura, se inauguró en 1923
y, tras desaparecer en los años de 1970, aproximadamente, ha sido reabierto a
comienzos de los 2000. En la fecha del relato era seguramente la pantalla más acreditada
de Almería, incluso por delante de la del Teatro Cervantes. La película Nápoles
millonaria (Eduardo de Filippo, 1950) fue una notable producción italiana
de Dino de Laurentiis, estrenada con cierto retraso en España; mezclaba con
bastante acierto el neorrealismo y el humor de tinte satírico, precisamente con
un trasfondo de estraperlo.
[80]
Dada la fecha del relato, el autor se refiere al café tradicional, con
amplia terraza, emplazado originalmente en el número 34 del actual Paseo de
Almería, que llegó a dar su nombre a un premio literario de novela, el cual
tuvo varias ediciones en los años de 1970. Posteriormente, el nombre ha pasado
a otro establecimiento, fundado en 1988, situado en la plaza Marqués de
Heredia, lugar muy próximo al citado anteriormente.
[81]
Bolero de gran éxito, creado en 1952 por el compositor Carmelo Larrea
(1908-1980), y cantado por numerosas primeras figuras de la canción melódica,
correspondiendo la prioridad en el tiempo a Jorge Gallarzo.
[82]
En aquellos años de poco intercambio de población, la buena gente almeriense
-con respeto o con sorna, según circunstancias- calificaba como del Norte a
cualquier español que viniera de más arriba de Madrid. Por tanto,
Figueroa estaba perfectamente calificado como tal.
[83] Los primeros modelos de esta serie salieron
en 1952 y, con las lógicas reformas y progresos, continúan fabricándose.
[84]
Los cabezales rotatorios fueron una novedad de las maquinillas Philishave
en 1951, diseñados por el famoso ingeniero belga, Alexandre Horowitz
(1904-1982).
[85]
El Casino Cultural de Almería fue erigido en 1888 en el tramo final del
Paseo, como palacete particular, pasando a la utilización como Casino en 1905,
si bien es cierto que no se jugó profesionalmente en el mismo hasta mucho
después (c. 1954-1983). Muy deteriorado el edificio y arruinada su propiedad,
se salvó del derribo al ser declarado Bien de Interés Cultural. Debidamente
restaurado, en la actualidad pertenece a la Junta de Andalucía, que ha
instalado en el mismo su Delegación Territorial en Almería.
[86]
Fórmula empleada por el artículo 344 del Código Penal entonces vigente, de 19
de julio de 1944. Sobre la tolerancia inicial con el Cannabis indica en
España (más o menos, hasta los años de 1950), véase Fidel Moreno, Breve
historia cannábica de España, en eldiario.es, 9 de julio de 2019.
[87]
Los barcos de Melilla de aquella época llevaban, entre otros, los
nombres de Ciudad de Ceuta, Ciudad de Alicante, Virgen de África,
Fuerteventura y Plus Ultra. Véase: Manuel León, Las mil travesías
del Melillero, en La Voz de Almería, 12 de febrero de 2017.
[88] En
aquel año de 1953, la Semana Santa se prolongó entre el 30 de marzo y el 5 de
abril.
[89]
Gran estructura de hierro, que soportaba las vías por las que los minerales
eran transportados, desde la estación de ferrocarril de Almería, hasta el
cargadero ad hoc del puerto. Construida por ingenieros ingleses e
inaugurada en 1904, su inutilización posterior estuvo a punto de determinar la
desaparición de esta gigantesca y original muestra de arqueología industrial,
que por fortuna pervive hasta hoy (2020).
[90]
Dolores Garrido Guardiola (1928-2018), la gran vocalista de Manises (Valencia),
actuó efectivamente en el Casino almeriense en varias ocasiones, acompañada por
la orquesta local del mismo nombre.
[91]
No es extraño que Figueroa lo ignorase, pues era el primer año en que se
celebraba a bombo y platillos, gracias a una campaña publicitaria de Galerías
Preciados, que se hizo eco de la iniciativa de una maestra de Madrid, quien
había tenido la ocurrencia en 1948.
[92]
Alusión casi segura a una de las tallas de la Real y Muy Ilustre Hermandad del
Santo Sepulcro y Nuestra Señora de los Dolores, fundada en 1923, que procesiona
en la noche del Viernes al Sábado Santo, desde la iglesia parroquial de San
Pedro.
[93]
Probablemente, la sala de fiestas más famosa y elegante de Madrid durante el
franquismo. Fundada en 1942 y clausurada en 2003, radicaba en Gran Vía, número
37. Sobre el consumo de drogas en general, y de la cocaína en particular, en la
época del relato, véase Juan Carlos Usó Arnal, Drogas y cultura de masas
(España 1855-1995), edit. Taurus, Barcelona, 1996, 4ª Parte (Las drogas
durante el franquismo (1939-1975).
[94]
La Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Almería radica, a
partir de 1951, en el antiguo Convento de Santo Domingo, construido entre los
siglos XVI y XVIII, y cuya joya arquitectónica es el gran claustro de mediados
del siglo XVI. Los dominicos fueron expulsados de este convento cuando la
Desamortización, quedando el edificio para usos estatales docentes (ver también
la nota siguiente).
[95]
El Instituto de Enseñanza Media de Almería radicó en ese edificio entre los
cursos 1845-46 y 1950-51. A partir del curso 1951-52 pasó a un notable edificio
de la Rambla, precisamente construido hacia 1923 para Escuela de Artes y
Oficios. En el curso 1962-63 dejó de ser Instituto único, para diversificarse
por razón de sexos, volviendo a ser mixto en el curso 1976-77. A partir de ese
curso, pasó a tener la denominación de su ilustre catedrática de Lengua y
Literatura, Celia Viñas Olivella (véase nota 53).
[96]
Canción famosísima, récord de ventas en 1953. Popularizada por Tomás de
Antequera, se le conocen unas dos mil versiones diferentes. Su autor fue el
músico Ricardo Freire (1928-2001).
[97] Playa urbana de Almería, inmediatamente al
este del puerto, del que la separa la desembocadura de la Rambla y el llamado Cable
Inglés (sobre este, véase la nota 89).
[98]
La iglesia almeriense del Sagrado Corazón es la sucesora in situ de la
de San Pedro el Viejo, edificada en el siglo XVI. Hoy está completamente
transformada, aunque conserva ciertos elementos arquitectónicos anteriores. En
la época del relato, estaba integrada en el Convento de los Jesuitas. Actualmente
(2020), pertenece a la comunidad de Esclavas del Santísimo Sacramento.
[99] Véase
nota 21 y texto del relato (capítulo 2) al que la misma se refiere.
[100]
Véase Guillermo Jiménez Smerdou, Del estraperlo, a los chinos, “La
Opinión de Málaga”, 4 de enero de 2015 (accesible por Internet).
[101]
Farruca original de Quintero, León y Quiroga, compuesta en 1951 para el
espectáculo músico-teatral, La nueva copla, donde fue cantada y bailada
por Manolo Caracol y Luisa Ortega. Alcanzaría definitiva fama en 1953, cuando
fue interpretada por Lola Flores en la película hispano-mejicana, Ay pena,
penita, pena, dirigida por Miguel Morayta. En certamen organizado por TVE
en 2019, esta pieza fue considerada “la mejor canción jamás cantada de los años
cincuenta”.
[102]
Milagros Menjíbar de la Cruz, gran bailaora sevillana, nacida en 1952.