Un rebelde en Hollywood, o Franco en
Beverly Hills
Por Federico Bello Landrove
Si por la mayoría
de las estrellas de Hollywood hubiera sido, la República española habría
recibido del Gobierno americano un apoyo tal, que seguramente le habría
permitido ganar la Guerra Civil. Y era tan poderoso el influjo del cine en la
sociedad estadounidense, que los rebeldes españoles tenían que procurar el contrarresto del
movimiento progubernamental[1].
Este relato nos aclarará -con verosimilitud y algo de fantasía- cómo trataron
de lograrlo.
Cartel en pro de la ayuda al Madrid republicano
1. Un preámbulo, tal vez largo en exceso
Ha dicho mi casi conterráneo
Delibes en alguna ocasión que las cosas podían haber sucedido de cualquier
otra manera y, sin embargo, sucedieron así[2].
En mi caso, todo podría haber sido distinto, de no haberse sublevado los
militares de Mola en pleno mes de julio[3],
o si no hubiese yo decidido tomarme unas merecidas vacaciones familiares en
Palencia, ciudad que, como es sabido, cayó en la zona rebelde. Hasta
pocos días antes, yo me encontraba a salvo de sobresaltos en Nueva York, como
uno de los corresponsales de la agencia Fabra y de algunos diarios españoles
de cierta nota, entre los que citaré el ABC de Madrid, por el juego que
este dato ha de dar en la narración[4].
Pero el 15 de junio embarqué en el trasatlántico Normandie, con destino
al Havre y, tres semanas después, me hallaba en el café del Casino palentino,
entre los tertulianos de mi padre, contando -tan exageradamente como era
posible, sin desbarrar- mis éxitos y aventuras ultramarinas. Pocos días más
tarde, algunos de aquellos pacíficos burgueses -para quien los ultramarinos era
simple sinónimo de géneros coloniales- yacían en una fosa común o andaban
escondidos por quien sabe dónde, tratando de evitar el eterno descanso junto a tantos
otros. Mi padre, aunque más dado a levantar el brazo que el puño, llegó a temer
por mi juventud y cosmopolitismo, y me dio el sabio consejo de que abandonase
aquel conejar y, como primera providencia, tomase el portante y me
dejase caer en Valladolid, ciudad tres veces mayor que la nuestra y donde yo
era ya un pálido recuerdo, ocho años después de haber cursado en ella la
carrera de Derecho.
-
Por
lo pronto -me aconsejó- alójate en casa de tu tía Mercedes y sal de ella lo
menos posible. Luego, según puedas, brujulea para encontrar un lugar
menos… implacable que esta Castilla la Vieja de nuestros pecados; eso, y
un porqué para mantenerte que, lo que es nosotros, entre las incautaciones y el
alistamiento de tus hermanos pequeños, andamos muy alcanzados.
***
Uno de sus hijos
-condiscípulo mío en la Facultad[5]-,
me facilitó, ya en Valladolid, entrevista con su padre, Don Francisco de Cossío,
director del El Norte de Castilla desde hacía años y ahora, según se
comentaba en la ciudad, en la cresta de la ola del Movimiento[6].
Cossío me recibió con agrado, aunque con ciertas reticencias:
-
Así
que te han largado de la agencia Fabra -afirmó, sin fundamento-;
pero lo que yo querría saber, Bernárdez, es si ha sido por no poder regresar a
los Estados Unidos, o por tu adhesión a los nacionales.
-
Para
empezar -le respondí con cierta acritud-, a mí no me han largado
de la agencia, pero ya comprenderá usted que, en las presentes circunstancias y
estando Fabra con los republicanos[7],
no me sería posible, ni aun queriendo, volver a mi trabajo en Nueva York. Y,
por lo que hace a mis opiniones personales, soy lo suficientemente apolítico,
como para acomodarme allí donde me ha tocado pasar este trago.
Don Francisco
quedó cortado de mi contestación, fruto en realidad, más de mis pocos años y de
mi jactancia profesional, que no de una sinceridad a prueba de riesgos. Luego,
decidió tomarlo por el lado bueno -después de todo, yo era conocido de su hijo-
y me ofreció una fruslería, que inmediatamente acepté:
-
Te
puedo emplear como colaborador de nuestra menguada redacción de internacional:
trescientas pesetas, y dos duros por cada artículo cuya publicación se te
acepte. Conocerás bien el mundo americano, del que mis redactores están in
albis. En fin, de ti depende…
En efecto, si mi tía Merche seguía dándome comida y cama gratis, todo
dependería de mi saber y laboriosidad, amén de las tragaderas que un
corresponsal liberal en Nueva York tenía que poseer para volverse meritorio o
poco más, en un diario vallisoletano de aquel tiempo de sangre y servilismo.
A la despedida, como si fuera cosa sabida y rutinaria, Cossío me
encargó:
-
Por
cierto, antes de empezar a trabajar, tienes que hacerte con el carné de Falange…,
y no estaría de más que te suscribieses a Libertad[8].
En este mundo cruel -añadió enfáticamente-, no está nunca de más buscarse una
retirada.
No acepté el
consejo de abonarme al casi fascista periodicucho de la competencia,
pero sí hube de pasar por el trámite de afiliarme a la Falange[9].
Cossío me facilitó la recepción en dicho partido, del que recibí la
identificación número 3.527 de las de la provincia vallisoletana. Teniendo en
cuenta que estábamos a 20 de agosto de 1936, es indudable que dicho carné se
estaba convirtiendo en manoseado paraguas para paliar el inclemente chubasco
que estaba cayendo[10].
Y así, el lunes, 23 de agosto de 1936, entraba por la puerta de El Norte,
que daba a la calle Duque de la Victoria[11],
con la mente confusa y una delgada carpeta con varios recortes y originales para
posibles artículos de temática internacional. La verdad es que me urgía cobrar
los dos duros que habían de darme por cada uno de los que aceptasen. ¿Razón de
tanta prisa? La presentación de mis trabajos hablaba por sí sola: Estaban
cuidadosamente mecanografiados con una veterana Underwood[12],
que había adquirido de segunda mano y al fiado -mi adscripción periodística
me hacía de fiar, por lo menos, hasta primeros del mes siguiente-.
La verdad es que
no me dio tiempo de hacer frente a todos los plazos y hube de hacer cuentas con
el vendedor, a base de devolverle su antigualla. La razón de tan breve
vinculación a El Norte la explicaré sucintamente en el siguiente
epígrafe.
***
Breve, sí,
pero en absoluto exenta de interés personal. Con el expreso beneplácito del
director, publiqué una serie inconexa de artículos y reportajes sobre los
Estados Unidos, dirigidos a orientar sobre las dificultades que ambos bandos de
nuestra guerra habrían de tener para torcer su vigorosa neutralidad. Apenas
retocados por la censura, encuentro hoy, al repasarlos, párrafos que todavía
podrían suscribir los historiadores de aquel periodo de los primeros meses de
la guerra civil. Aquí, una cortísima selección:
La República,
con justa razón, nunca fue popular en los medios americanos, por su
irrefrenable tendencia a incautarse de los bienes ajenos e intervenir
asfixiantemente en el mundo de la economía, el más relevante con diferencia
para el Gobierno de Washington. Y, por las noticias que nos llegan del lado
rojo, el ansia devoradora e intervencionista de sus dirigentes y de las turbas
que los siguen no han hecho sino aumentar. Se da por cierto que han sido
expropiadas sin indemnización o, cuando menos, intervenidas por los sindicatos
marxistas, las oficinas y fábricas de empresas tan destacadas, como la International
Telephone and Telegraph, Ford y General Motors, por un valor
no menor de ochenta millones de dólares (al cambio, unos mil millones de
pesetas[13])…
Los miles de
mártires sacrificados en la España de la República por la vesania anticristiana[14] no pueden dejar de conmover a los
norteamericanos de bien, sean del credo que sean, pero bueno será hacer constar
que los católicos constituyen en los Estados Unidos un alto porcentaje de su
población -en especial, la de ascendencia hispana, italiana e irlandesa-, con notable
presencia social e influencia política… Poner ante sus ojos el doloroso holocausto
a que antes nos referíamos ha de ser un objetivo necesario de nuestras autoridades
civiles y religiosas del que, a no dudar, habrán tomado buena cuenta… Como
corresponsal en los Estados Unidos durante varios años, me consta que el
presidente Roosevelt, aunque no católico, tiene en alto aprecio y consideración
la opinión y el voto de nuestros correligionarios americanos…
Los Estados Unidos
recuerdan con mucha prevención la Gran Guerra Europea, en la que, pese a los
compromisos iniciales de su Presidente de la época[15], se vieron involucrados, con alto
coste en vidas y bienes. Muchos de los americanos que vivían entonces, opinan
que acabaron poniendo en juego lo mejor que tenían para engordar las bolsas de
los plutócratas y servir a los intereses de ciertos países europeos de corte
imperialista, como Francia e Inglaterra. Lógico es que no quieran que se repita
ahora la jugada y, a tal
fin, eluden todo tipo de compromisos en Europa, incluso los que sería de
justicia asumir, en bien de la civilización cristiana y de los valores de la libertad.
Como razonable conocedor de la mentalidad americana, me atrevo a afirmar que sus
dirigentes acabarán por comprender que la Unión Soviética y su intervencionismo
en España no pueden ser dejados al albur de la decisión y valentía de los
patriotas que se les enfrentan, solos y medianamente armados, sin recibir el
apoyo moral y material de las naciones civilizadas. Todo esto es algo sabido de
sobra por la Sociedad de Naciones y los demás organismos internacionales, pero
bien hacen los Jefes de nuestro Movimiento Nacional en denunciarlo sin descanso,
con la justa esperanza de que todos los Estados se unan para parar los pies a
Stalin y sus lacayos, hoy en Madrid, pero ¿y mañana, si no se les pone coto?
Mis colaboraciones
sorprendentemente atrajeron la atención y el interés del director del
importante diario ABC, Don Juan Ignacio Luca de Tena, que había logrado convertir
la sucursal de su periódico en Sevilla en el más acreditado diario de la
España nacional[16].
Tanto es así, que me convocó a su despacho el Señor Cossío a finales de
octubre del 36 y se desarrolló entre nosotros la siguiente conversación, o muy
parecida:
-
No
sé si sabes, Bernárdez, que, además de director de El Norte, he venido
siendo desde antes de la guerra subdirector de ABC, cargo que vuelve a
tener efectividad, una vez que Luca de Tena, con la sabiduría que lo
caracteriza, ha logrado rehacer el periódico a la vera del Guadalquivir.
-
Algo
había oído sobre ello, sí, señor; y me congratulo, pues fui uno de los
corresponsales de ABC en Nueva York, hasta que estalló la guerra y me
pilló de vacaciones en España.
-
¡Je,
menudas vacaciones! Pero a lo que voy: Don Juan Ignacio se ha enterado, por tus
artículos en El Norte, de que estás con nosotros. Le han gustado mucho
tus colaboraciones y, por mi conducto, te ofrece plaza de vicerredactor de
internacional en ABC, si te decides a trasladarte a Sevilla… No estoy en
condiciones de detallarte las condiciones laborales que te ofrece, pero -vamos-
cuenta con un sueldo mensual de unas mil quinientas pesetas para empezar… Yo
que tú, no dudaría en aceptar. Ya ves cómo están las cosas por aquí…
-
Me
deja usted de un aire, Don Francisco. Por una parte, me tienta la oferta, no lo
voy a negar; pero, de otra parte, tendría que alejarme de la familia y no sé
hasta qué punto estén las cosas militarmente seguras en Andalucía.
-
Por
eso no sientas preocupación. Sevilla no puede caer, ni tambalearse siquiera: Es
una pieza clave para enlazar toda la zona nacional con Marruecos, y ya sabes lo
crucial que es eso. En fin, piénsatelo unos días, pero pocos. Entre tanto, si
quieres, puedo escribir a mi amigo Queipo[17],
encomiando tu fidelidad a la causa y buenas cualidades
profesionales. Ya sabes que el General tiene verdadera vocación de periodista
radiofónico…
Esbozó una amplia
sonrisa, pero yo no le seguí la broma:
-
Mejor
me fío -aclaré- de sus relaciones con el mundo del Derecho. Ya sabe usted que
está casado con una hija del que fue presidente de esta Audiencia Territorial y
que su padre era juez municipal de Tordesillas. Y, como mi padre es secretario
de la Provincial de Palencia…
-
No
lo recordaba -confesó-. Se lo puedo hacer saber, aunque aquí, entre nosotros,
el mundo de las leyes creo que le resulta un tanto ajeno.
Me extrañó una
confidencia tan atrevida. Y es que había oído yo por la redacción que Don
Francisco había quedado muy afectado tras la canallesca muerte de su redactor literario,
el joven abogado Santelices[18],
producida apenas mes y medio antes. Me lo había comentado el único medio
amigo que llegué a hacer en el periódico durante lo poco que anduve por
allí. Se trataba del bueno de Pepe Alegrías; bueno, se trata,
porque, según me han asegurado, aún sigue dando guerra por El Norte, a
pesar de haberse jubilado hace unos cuantos años[19].
***
Si me acuerdo
ahora de Pepe Alegrías, o, por mejor decir, de Emilio Cerrillo, no es tanto
por razones sentimentales, cuanto por la importancia que tiene para el objeto
de este relato su aparentemente anodina sugerencia, hecha a los pocos días de
estar yo vinculado al periódico, en el que él llevaba ya una década como
redactor. Estábamos tomándonos una caña bien fría en un bar del Campillo,
cuando me trajo a colación los oropeles cinematográficos americanos y la
cantidad de actrices guapas que habrás tenido ocasión de tratar.
-
Claro
que en Nueva York lo que más abunda son las millonarias -afirmó,
rectificándose-. Las estrellas están en Hollywood…
-
¡Alto
ahí!, le contradije. Nueva York tuvo tanta vida fílmica o más que Los Ángeles.
Lo que pasa es que los rodajes necesitan sol y buen tiempo, y de eso en el sur
de California hay para dar y tomar. Pero no creas, que la Gran Manzana también
tiene lo suyo: Broadway, el Village, la calle 42…
Comprendí que me
estaba dando pote sin concreción ninguna y que lo iba a agobiar con una
lección de cinefilia; de modo que cambié de enfoque:
-
¿Eres
tú quien se ocupa en el periódico de la crónica de cine?, inquirí.
-
Solo
cuando estrenan una película importante. En otro caso, mandan a un gacetillero
que esté libre, o se acepta la colaboración espontánea de algún espectador que
entienda algo de cine. Lo mío es lo serio: teatro y toros.
-
Pues,
mientras dure la guerra, no vas a tener mucho trabajo. Me parece que, hoy por
hoy, el cine será la distracción favorita, en la retaguardia y, seguramente, también
en el frente.
Apuramos las
cervezas, pagamos a escote y, de camino a la redacción, recuerdo que le dije lo
primero que se me ocurrió, una tontería o poco menos:
-
La
charla me ha dado una idea, Cerrillo. ¿No te importará que presente al director
un artículo sobre cine, a ver si le animo a que me encargue de la crítica cinematográfica?
-
Por
mí, encantado -respondió, entre generoso e irónico-. Así podréis entrar gratis
en las salas tú y la moza a quien tengas a bien invitar.
La verdad es que,
como acabé aceptando la oferta de ABC, no tuve apenas tiempo de
disfrutar del cine de balde. Pero sí me publicaron una colaboración, que casi
reproducía otra que el año anterior había vendido a través de la agencia Fabra
a algunos de los mejores diarios del momento, como Las Provincias de
Valencia[20], por
poner un ejemplo muy pertinente para el relato. El artículo tenía por título En
defensa del honor nacional y, espigando en su contenido, creo que los
siguientes párrafos y frases pueden dar idea cabal y suficiente de su
integridad:
Como se recordará,
en el año 1934, una película americana de los estudios Fox, llamada en nuestro idioma Gran
Canaria[21],
difundió el disparate de que en aquellas Islas había actualmente epidemias
de fiebre amarilla, que ponían en peligro la vida de los canarios y de los
turistas que tan frecuentemente las visitan. Como es natural, el Gobierno
español puso el grito en el cielo; se prohibió la exhibición de la película en
nuestro país y se hicieron denodados intentos de retirarla de las pantallas de
todo el mundo, por implicar un daño injusto e irreparable al honor nacional y a
la economía canaria. Se estuvo a punto de promover oficialmente una acción por
libelo y difamación ante los tribunales estadounidenses contra la productora
del film[22].
Afortunadamente,
hubo un español en Norteamérica con la suficiente sensatez y cultura, como para
no disparar la pólvora en salvas y preservar, a la vez, el honor español y las
buenas relaciones con el influyente mundo del cine americano. Ese prócer era
nuestro embajador en Washington, Don Luis Calderón, hoy dimisionario de la
diplomacia de la República y separado por esta del servicio[23], para honra del así represaliado,
que se ha acogido a las banderas y valores del Movimiento Nacional…
¿Cómo obró tal milagro el Señor Calderón? Sencillamente,
acudiendo a la autoridad correspondiente que en los Estados Unidos vela
celosamente por la legalidad y los valores del cine americano. ¡Sí, señores! En
aquel gran país también existe un Código, que han de respetar todas las
películas que en él se ruedan. A tenor del mismo, los muy libres productores
americanos no pueden permitirse ofender -y, menos aún, con mentiras- a los
pueblos y gobiernos de otros países[24].
Gracias a tan buen sentido y práctica, el asunto de Gran Canaria acabó
felizmente y con prontitud. El Señor William Hays, presidente de la Asociación
de Productores y Distribuidores de Cine de América[25],
me lo explicaba así en una entrevista que me concedió en su despacho
neoyorquino, en noviembre del pasado año:
“Aconsejé a las
partes en conflicto que se reunieran y resolviesen amistosamente sus
diferencias, siempre bajo las normas y valores del Código por el que nos
regimos los cineastas americanos. Así, su embajador y el presidente de los
estudios Fox llegaron fácilmente a un acuerdo: La película conflictiva fue
retirada de las salas de cine de todo el mundo y se destruyeron cuantas copias
de la misma pudieron recogerse, así como la cinta original… Verá que la verdad
y los buenos modos tienen en el mundo de nuestro cine buenos resultados: Arte,
moral y legalidad pueden ir de la mano, sin detrimento de ninguno de ellos”.
Ni que decir tiene
que mi conocimiento del Señor Hays, por superficial que hubiese sido, me dio en
Valladolid el marchamo de experto en materia de cine. A orillas del
Pisuerga, tal cosa no me produjo dividendos, pero sí iba a devengármelos a las
del Guadalquivir, como expondré a continuación.
Fernando de los Ríos, embajador
republicano en Washington (1936-1939)
2.
Entre Queipo, Cifesa y la Delegación de Prensa y Propaganda
No me duró mucho
la mina de mis conocimientos del mundo americano, pues lo que empezó a llevarse
abrumadoramente entonces fue la alianza con alemanes e italianos, poco
compatible con hacer guiños a Roosevelt y Cordell Hull[26].
En consecuencia, el director efectivo del ABC sevillano, Juan Carretero[27],
no sabía a ciencia cierta qué hacer conmigo, dado que mis conocimientos de las
relaciones internacionales eran mínimos, fuera del mundo norteamericano. La salida
de ese callejón vino de donde menos me lo esperaba: del virrey de
Andalucía, Don Gonzalo Queipo[28],
que sabía de mi existencia y estancia en Sevilla por conducto de Cossío, así
como de mi intentada audiencia de presentación, que acabó en una afectuosa
invitación a tomar el té, por parte de su esposa, Doña Genoveva:
-
Mi
marido es cada vez más difícil de encontrar -explicó, sonriendo- y hasta yo
misma no sé a veces por donde anda, pero le haré saber tu visita. Y, ahora, cuéntame
cosas de Valladolid que, con todo este fregado, no he estado allí desde
Navidad.
Me explayé,
procurando darle una visión optimista de la funesta situación reinante. De
sobra sabría por su marido cómo marchaba la denominada gran historia;
así que me centré en la vida corriente de alguien que no tuviese nada que temer
de la violencia imperante. Incluso -manías de aficionado-, me referí a las dos
o tres películas que había visto en Pucela[29]
antes de abandonar la ciudad. Fue tan amable la señora que, cuando en el
periódico recibimos un telefonazo de Capitanía General para que se presente
mañana a las nueve, ante Su Excelencia, el reportero Rufino Bernárdez, me
imaginé que se trataba de conocerme personalmente. Pero la cosa tenía bastante
más enjundia, como me indicó el general, tras los cumplidos y salutaciones de
rigor:
-
He
pensado en encargarte de una chorrada, que se les ha ocurrido a los del
Cuartel General del Generalísimo. Creo que eres la persona indicada, por lo que
me han informado Cossío y Luca de Tena, además de ser casi paisano y un tipo
muy agradable, según mi mujer.
-
Gracias,
mi general. Usted dirá en qué puedo servirle.
-
Pura
envidia y gilipollez -prosiguió-. Como si no se me escuchara por la
radio y no supiesen todos lo digo y cómo lo digo… En fin, Bernárdez, ¿querrás creer
que me quieren censurar mis charlas radiofónicas, al pasarlas a los periódicos?...
Patético, ¿verdad?... Pues ahí es donde entras tú, y ¡pobre de ti como no
llegues y, sobre todo, como te pases!
Debí de poner cara
de susto, porque Queipo soltó una carcajada e intentó tranquilizarme:
-
No
pases cuidado, que yo revisaré tu trabajo antes de publicarse… Actuaremos así:
En la emisora te facilitarán el texto de mi charla, una vez emitida.
Seguidamente, sin salir de allí, harás un amplio resumen a máquina de cuanto
merezca y pueda publicarse. Ese resumen me lo hará llegar un ayudante y yo lo
retocaré en lo que proceda antes de enviarlo a los diarios… Y así, todos los
días en que les cruja a los rojos por las ondas… Tendrás que trasnochar
un poco, pero ya le he dicho a tu director que no te haga trabajar mucho por
las mañanas… ¿Estamos?
-
Le
he entendido perfectamente, mi general. Y espero que, en pocos días, conoceré
su criterio al dedillo y no tendrá que hacerme mayores correcciones.
-
Nadie
nace enseñado -sentenció-. Aquí me tienes a mí, a los sesenta años, aprendiendo
a refrenar la lengua.
Decidí darle algo
de coba, con aparente sinceridad:
-
Los
envidiosos suelen confundir la libertad de expresión con la indisciplina.
-
¡Ahí
le duele, amigo! Pero yo ya soy perro viejo y, aunque sea de Caballería, no voy
a dejarme embridar[30].
Así empecé a
cuidar -en vano- de que los exabruptos y disparates más notorios del General quedaran
ocultos a los lectores de la prensa, que no los hubiesen captado la noche
anterior por las emisiones radiofónicas. Afortunadamente para mí, nuevas
labores requirieron pronto de mi dedicación muy lejos de Sevilla. Mi trabajo de
censor pasó, al parecer, al teniente coronel Fontán[31].
Fuera quien fuese, seguro que lo hizo tan bien o mejor que yo.
***
Pasó el año 36,
sin importantes novedades por mi parte, ni del resto de la familia directa,
incluidos mis dos hermanos, que combatían por los alzados. Tras el parón ante
Madrid y la llegada de las Brigadas Internacionales, todo hacía presagiar que
la guerra sería larga, aunque el triunfo de Franco parecía asegurado, en
opinión del muy informado compañero, Luis Bolín[32],
que se pasó por Sevilla para ver a Luca de Tena y nos hizo un resumen
apabullante:
-
Inglaterra
está por Franco; Francia, sola y desunida, no dará un solo paso serio en favor
de la República. En cuanto a los Estados Unidos, su rigurosa neutralidad nos
favorece, siempre que siga quedando aparte de ella la Texas Company[33].
-
¿Cómo
es eso, Bolín?, pregunté extrañado, ante tan notable excepción.
-
Cuanto
menos se sepa mejor, pero tenemos poderosos amigos que nos están surtiendo de
petróleo, todo el que queremos, y al fiado.
-
¿Y
el transporte?
-
Por
su cuenta y desembarcando el crudo el puerto seguro, me contestó; y no preguntes
más, que no voy a darte mayores detalles[34].
-
Sin
embargo -insistí-, parece que el gobierno yanqui no está siendo muy eficaz en
impedir que sus nacionales vengan a luchar en las Brigadas Internacionales. Si
eso sigue así, podría forzar el cambio de postura de los demócratas en el
poder.
Bolín me
rectificó, de una manera que pareció harto propagandista:
-
Deja
que vengan unos cientos de comunistas americanos a diñarlas en España.
Es mejor que esos ilusos viertan su sangre aquí, que no su bilis propagandista
en los Estados Unidos[35].
Luca de Tena
decidió cortar el diálogo exclusivo entre Bolín y yo, con una broma que resultó
para mí muy ilustrativa:
-
Anda,
Luis, ¿por qué no te llevas a este pesado contigo a Salamanca? No hace más que
darnos la matraca con Roosevelt, el código Hays y la General Motors.
Bolín salió del
paso sin comprometerse:
-
No
nos vendría mal en la Oficina alguno más, que supiese lo que se trae entre
manos. Con decirte que acaban de nombrar Delegado de Prensa y Propaganda a un
economista, profesor de Universidad… Un tal Gay.
-
¡¿Vicente
Gay?! -salté yo-. Fue profesor mío en Valladolid, hace ya unos años. Era bueno,
pero un tanto… extremista[36].
Bolín asintió y
dijo:
-
Ideológicamente,
un segundo Goebbels[37].
Lástima que le falte una miaja de sentido común y de contención…, como a uno de
Sevilla, que yo me sé.
Luca de Tena,
Carretero y yo sonreímos al unísono. Los tres imaginamos a Queipo como la persona
cuyo nombre se elidía.
***
Aunque estuviese al otro lado del
charco, me habían llegado puntuales noticias de la creación de una importante
productora española de cine, que pretendía hacer películas con un sistema e
infraestructura similares a los de los estudios americanos: Se trataba de Cifesa[38],
empeño de ciertos capitalistas emprendedores, que habían asumido la empresa
fílmica, de una parte, como inversión y, de otra, con la ilusión de incorporar
el modesto cine español a dimensiones y perspectivas europeas. Yo
suponía que, al estallar nuestra guerra, los estudios Cifesa habrían
quedado en manos de los trabajadores izquierdistas de Madrid y Valencia, pero
lo que ignoraba era que sus legítimos dueños, los Casanova[39],
habían escapado de Valencia y se hallaban refugiados en Sevilla, desde donde
-con más voluntad que medios- pretendían conservar Cifesa en sus manos,
ya que no como productora de películas, al menos como distribuidora de las
mismas. Fue esa presencia hispalense el detonante de mi actuación en Hollywood,
que es lo que pretendo contar en esta narración, con todo el detalle y la
complacencia que se ponen en los viejos recuerdos amables, de cuando uno tuvo
en la vida un papel relativamente importante.
Todo empezó con
una nueva llamada de Don Juan Ignacio Luca de Tena. Esta vez, según me dijo, se
trataba de que hiciese un favor muy especial a un buen amigo.
-
Ni
que decir tiene -anticipó- que, si te decides a ayudarme, tendrás todo mi apoyo,
para lo que el camarada Bolín será un peón importantísimo.
-
Pues
usted dirá, Don Juan Ignacio -contesté-. Bien sabe usted que no puedo negarle
nada, después de lo bien que ABC se está portando conmigo.
-
Muchas
gracias, Bernárdez. Voy a resumirle de qué se trata, pues los detalles se los comunicará
el amigo al que he aludido.
En esquema, se
trataba de que, con gran esfuerzo y perspicacia, Cifesa había logrado,
antes de la guerra, un contrato de difusión en exclusiva para España de las
películas de los importantes estudios Columbia[40].
El inicio de nuestra guerra civil no había afectado al cumplimiento del
compromiso, pero sí acababa de perjudicarle decisivamente lo que Luca de Tena
calificó de error de cálculo de nuestras autoridades de Burgos:
-
Ya
veo que no estás enterado, dado que acaba de producirse: la Secretaría General
del Jefe del Estado acaba de prohibir la propaganda y difusión en la zona nacional
de todas las películas en que intervengan veintitantos cineastas favorables
a los rojos, entre actores, guionistas y directores. Vamos, según mi
amigo, su ruina y, de paso, un palo para los cines españoles y para el
buen nombre de Franco en los Estados Unidos[41].
-
Ya
entiendo -asumí- y no puedo estar más de acuerdo con usted. Según me informan
mis amigos americanos -dentro del correo que la censura permite que me llegue-,
el punto negro de nuestra diplomacia en Norteamérica es lo poco
favorable que nos es la intelectualidad estadounidense en general; y, dentro de
ella, ¿quién más influyente entre el público que las estrellas de cine? En mi
modesta opinión, no hay que dar en los nudillos a Hollywood, sino exponerles
nuestros valores y, si a mano viene, invitarlos a que vengan a nuestra zona y
vean que no somos la banda de fascistas que se cree ahí fuera.
Mi interlocutor
torció el gesto, muestra inequívoca de que no compartía del todo mi opinión,
como reflejó inmediatamente:
-
Verás,
Bernárdez, no creo que nos convenga una política de puertas abiertas, pero,
desde luego, participo de tu criterio de que hay que repartir noticias y buenos
modos, no prohibiciones ni estacazos. En fin, tú habla con el amigo a que me
refiero y, de paso, para intentar ganarnos a los gerifaltes de Burgos y
Salamanca[42], no
estaría de más que escribas un artículo-programa en ABC, que yo apoyaría
de lleno, con toda la autoridad que nos hemos ganado en los últimos años.
***
Mi artículo en el ABC,
podado por la censura de modo inmisericorde, no se alejaba mucho del que ya
resumí páginas atrás, publicado en El Norte de Castilla, es decir, mucha
insistencia con los grandes fallos de los republicanos españoles ante la gran nación
americana, que eran la persecución religiosa, la incautación de bienes y
fábricas extranjeros y la penetración más y más intensa del comunismo y de la
propia URSS. Ahora, con base en lo que acababa de saber y pretendía, me hacía
eco de la conveniencia de acoger más amistosamente a periodistas e
intelectuales americanos en nuestra zona, para que no tuviesen de ella la
información malévola de nuestros contrarios; así como la oportunidad de
ganarnos la opinión de los artistas americanos, en vez de privarles de voz en
nuestra patria. Es obvio que fue todo este añadido el que pulverizó la censura,
aunque hizo mella y recogió buenas críticas entre los enterados. En
concreto, Bolín osó telefonearme desde Salamanca: ¡Bravo por ti, Bernárdez!
Y no soy el único en opinar así: Dora Lennard y el embajador Cárdenas me han
preguntado quién era ese periodista tan informado y atrevido… ¡Vente para acá
de una puñetera vez y manda tus colaboraciones a ABC telefónicamente, o por
teletipo, que ya tenemos, tanto aquí como ahí!
Por el momento,
desconocía quiénes eran el diplomático Cárdenas[43]
y la Señora Lennard[44],
pero me abstuve de demostrar mi ignorancia ante Bolín. Otros me sacarían
enseguida de dudas: El uno -¡sevillano de pura cepa!- era encargado oficioso de
negocios de Franco en los Estados Unidos, a modo de embajador fantasma.
La otra, una escritora y periodista radiofónica, que se había ganado la
confianza del Caudillo como traductora de inglés y francés para él. De hecho,
no tardaría en conocerlos personalmente. Pero no anticipemos acontecimientos y pasemos
a mi entrevista con el amigo secreto de Luca de Tena, que resultó ser el
factótum de la Cifesa, el valenciano Vicente Casanova[45].
En nuestra
entrevista, Casanova me puso al corriente con todo detalle de su interesante
acuerdo con la Columbia y de cómo podía venirse inminentemente abajo, si
el Gobierno de Burgos persistía en boicotear en bloque las películas en que
interviniesen cineastas favorables a la República[46]:
-
Luca
de Tena nos ha dicho -agregó- que usted conoce bien el mundo americano y los
entresijos de su mundillo cinematográfico. Haga cuanto pueda por nosotros y,
aunque no necesite usted de mayores estímulos, cuente con que financiaremos generosamente
su viaje.
-
No
fíen mucho a mi sapiencia, ni a las posibilidades de que pueda viajar a los
Estados Unidos. No obstante, haré todo lo que esté en mi mano… Por cierto, ¿con
qué magnate de la Columbia se entendieron ustedes para su contrato?
-
Con
el Señor Seidelmann[47],
me contestó. Es el gerente de la compañía, brazo derecho del presidente Cohn.
Con estas
limitaciones y objetivos, emprendí mi viaje a Castilla, con las bendiciones de Luca
de Tena y del propio general Queipo, de quien me despedí por teléfono. Su respuesta
fue para enmarcar:
-
A
esos cantamañanas de la Delegación de Prensa podría habérseles ocurrido ordenar
que no nos mandasen más brigadistas, en vez de prohibir las películas que pueden
entretener a nuestros soldaditos.
***
Mi primer destino
fue Salamanca, adonde llegué en una mañana gélida y neblinosa de principios de
febrero. En la Plaza Mayor me esperaba el irremplazable Bolín, que ya tenía preparado
alojamiento para mí en el aledaño Gran Hotel.
-
Lo
juzgarás un tanto pretencioso y alborotado -me confesó-, pero te he encontrado
una habitación muy tranquila en el último piso…
Era una forma eufemística
de referirse a un tabuco abuhardillado en una cuarta planta, hasta la que no llegaba
el ascensor. Su mejor vista la tomaba del airoso tejado del mercado central. De
modo que, mientras yo acomodaba a toda prisa mi equipaje en un ajado armario de
luna de un solo cuerpo, justificó su elección de tan angosto acomodo:
-
No
sabes la de gente que pulula últimamente por Salamanca. Y, al menos, aquí
estarás en pleno centro del movimiento -en sentido físico, quiero decir-,
alemanes e italianos incluidos. Yo tengo mi habitación dos pisos más abajo; de
modo que, si precisas cualquier cosa, no tienes más que avisarme.
Desde luego, Bolín
-llámame Luis, te lo ruego- era muy eficiente. Ya me tenía concertada
entrevista para aquella misma tarde con el profesor Gay, a la sazón Delegado de
Prensa y Propaganda del bando nacional. Y, para abrir boca, comeríamos
con la plana mayor de los falangistas más dedicados a las tareas informativas,
vulgo, propagandísticas, que andaban en aquellas fechas por la ciudad:
-
No
te creas que son cualquier cosa, que hay intelectuales de postín, con los que
podrás hablar de la manera clara y sincera que te gastas, me aseguró.
El almuerzo fue
muy grato desde el principio, pues teníamos el punto de partida de nuestro casi
común conocimiento de Valladolid. Allí estaba Ridruejo[48],
coyuntural jefe de la Falange provincial pinciana, quien acababa de sufrir un
arresto carcelario por el tremendo delito de difundir sin autorización
un antiguo discurso anti Gil-Robles de José Antonio[49].
A mi izquierda, Antonio Tovar[50],
entonces encargado de prensa y propaganda en la Falange vallisoletana. Y,
deseando acabar pronto de comer para ir a sus urgentes ocupaciones, el único ajeno
a Valladolid, Jacinto Miquelarena, que llevaba la dirección de la flamante
emisora de Radio Nacional en Salamanca[51].
Cuando Ridruejo me preguntó directamente por la misión que me había traído
hasta las orillas del Tormes, pese a mis proverbiales claridad y sinceridad,
le contesté ambiguamente:
-
Vengo
a ofrecer mis conocimientos de los Estados Unidos y del mundillo del cine, por
si pudieren resultar útiles al mando.
Mi respuesta no
suscitó mayor curiosidad de los comensales, lo que me ahorró entrar en
detalles, manteniéndome al pairo de lo que los demás trataran, además de
encarecer la calidad de las viandas, realmente excelente para lo que yo estaba
acostumbrado.
Mientras
callejeábamos camino del Colegio de Anaya, donde nos aguardaba Gay, Bolín me
comentó:
-
Esos
falangistas son cultos y buenos chicos, pero andan soñando con la revolución
joseantoniana y pretendiendo crearse un mundo paralelo, en que su partido tenga
autonomía, entre otras cosas, para montar su propio servicio de propaganda,
incluso en el extranjero. ¡Ja, ja! Ya han tenido la primera muestra de lo que
les espera si persisten: una temporadita en chirona, para empezar.
Juan Francisco de Cárdenas, por
Salvador Dalí (c. 1934)
***
El profesor Gay
-Don Vicente para todos sus alumnos- me recibió como si me recordase de la
Universidad con toda nitidez, amable y perfectamente enterado de mi currículum:
-
No
me diga nada, amigo Bernárdez. Me acuerdo perfectamente. Usted venía de
Palencia, donde su padre era juez -único error: solo era secretario-, y fue un
alumno excelente, nada dado a algaradas ni compromisos políticos, tan nocivos
ya entonces: De aquellos polvos… Le di sobresaliente.
-
En
efecto, profesor. Y ahora espero aprobar también con buena nota el proyecto que
vengo a presentarle.
Agradeció que
fuese tan directamente al grano, lo que me animó a ser también muy escueto en
la exposición de los objetivos de los Casanova. Para mi sorpresa, al concluir
yo, me hizo saber:
-
Nací
en Almusafes y estudié y me curtí políticamente en Valencia; de modo que
conozco de vista y por referencias a las personas de que me habla, y yo también
encuentro muy digno de elogio el funcionamiento de Cifesa y su
proyección internacional[52].
Pero no creo que debamos situar el negocio, por atractivo que resulte, por
encima del honor y los intereses españoles. Por lo que yo sé, esas rutilantes estrellas
de Hollywood, no solo están poniendo de vuelta y media a nuestro
Movimiento, sino recaudando dinero y comprando ambulancias para subvenir a las
necesidades… de los rojos, naturalmente.
Me quedé cortado y
poco propenso a seguir exponiéndole mi plan de apertura a los medios y los
corresponsales americanos. Con todo, acerté a replicar:
-
Mientras
los americanos no hagan más que cenas benéficas y compra de ambulancias, ahí
pueden dárnoslas todas. Lo grave -y bien lo sabe usted, Don Vicente- es que
Roosevelt levante el embargo y ponga todo su enorme potencial industrial al
alcance de la República.
-
No
veo que haya peligro próximo de ello -me refutó, a su vez-, mientras Inglaterra
nos vea con buenos ojos y Alemania e Italia nos apoyen.
-
Tiene
usted razón -reconocí-, pero me parece que, lejos de provocar las iras de los
cineastas americanos, deberíamos ir a exponerles nuestros puntos de vista y
logros, así como animarlos a que conozcan la realidad española, no solo del
lado de los rojos.
-
Y
ahí es donde, por lo que Bolín me ha adelantado, entraría usted, con su amplia
experiencia de corresponsal en Nueva York… Puede ser una buena idea, mas a mí
me supera. Los temas de viajes y contactos con el extranjero son cosa de Burgos,
y los lleva directamente el hermano del Generalísimo.
-
Con
todo, profesor, bien podría usted hacerme las presentaciones de un modo
favorable. Con su categoría profesional y política, estoy seguro de que me
sería de gran utilidad.
Gay, complacido,
se esponjó y aceptó mi petición:
-
Aunque
me gustaría más que viajase usted a Alemania para estrechar lazos[53],
no dejaré de escribir a Don Nicolás Franco recomendándole a usted. Y, a
mayores, voy a abrirle las páginas de los periódicos salmantinos para que
exponga de manera cauta y patriótica el empeño que lo mueve: el de que conozcan
en América, no solo nuestros éxitos militares, sino los progresos sociales,
mucho mayores y reales que los de la República… En fin, me ha dado mucho gusto
volver a verlo… Mis respetos a su padre.
Dos días más
tarde, en los diarios de Salamanca aparecía un suelto alusivo a mi presencia en
la ciudad y llamando la atención de los lectores sobre la aparición de una
crónica mía en las páginas interiores. Y digo crónica porque, escaldado de la
censura, me centré en reflejar la idílica situación de la Sevilla del
momento y la superioridad que revelaba sobre otras grandes ciudades en manos
del desgobierno republicano. Mi trabajo gustó y los censores solo tacharon
un elogio a Queipo de Llano, que debieron de juzgar desmedido. Y, al día
siguiente, recogí en la Delegación de Prensa la carta de recomendación de Gay,
dirigida al hermano mayor de Franco. Como venía en sobre cerrado, solo puede imaginar
su contenido. Bolín se desternillaba:
-
¡Ábrela
en el camino, no seas panoli! Recuerda el caso de Hamlet[54].
También Luis me
había franqueado el acceso a la famosa Dora Lennard -que vale más que
diez propagandistas varones juntos-. Incluso, tuvo la gentileza de
acompañarme a la estación, para coger el tren de Valladolid. Allí tendría que
trasbordar hacia Burgos, y hasta Valladolid bajaron desde Palencia mis padres,
para pasar unas horas conmigo, que me sirvieron de relajación entre tanto
azacaneo cinematográfico.
***
Decían quienes
conocían a ambos que Nicolás y Francisco Franco solo se parecían en los rasgos
de la cara y que, por lo que hace a quienes los visitaban ocasionalmente, era
mucho más agradable el trato del primero que el del segundo…, a condición de soportar
una impuntualidad muy enojosa. Mi espera fue de más de veinticuatro horas, es
decir, me recibió al día siguiente del inicialmente acordado. Las malas lenguas
afirmaban que no era cosa de sus múltiples ocupaciones -que también-, sino de
las juergas nocturnas que solía correrse. Vamos, que le gustaba vivir.
Intentando ganar
tiempo, se me ocurrió preguntar -en la misma Casa del Cordón- por la situación
del despacho de Dora Lennard, la intérprete del Generalísimo -aclaré-.
Me llevé la grata sorpresa de que radicaba en una de las torres del vetusto
edificio y que, al anunciar mi presencia a un ujier, me recibiera
inmediatamente. Se ve que, amabilidad suya aparte, Luis Bolín había cumplido su
compromiso introductorio.
Dora era aún una
mujer joven[55], que
había contactado con el Caudillo cuando este ejercía de Gobernador Militar de
Canarias, contratada como profesora de inglés del general, tres mañanas a la
semana. Ya en aquella época republicana, Dora había sido una de las locutoras
pioneras de Radio Club de Tenerife. Posteriormente, al trasladarse
Franco a la Península, Dora y su marido lo siguieron, en calidad de intérpretes
de francés e inglés, asumiendo ella -que tenía buena pluma y había sido
cautivada políticamente por la personalidad del Generalísimo[56]-
un importante papel de propaganda en su favor, principalmente en los medios
británicos. De hecho, y sin titubear, me saludó en el correctísimo inglés
propio de una scholar y, viendo que yo la seguía sin problemas en una
más que aceptable jerga de Manhattan, ya no dejamos de comunicarnos en su
lengua. Quizá quería comprobar mi dominio del inglés o, más probablemente,
evitar que nos entendiesen los circunstantes.
-
No
hace falta que te explayes mucho sobre tu valoración y objetivos -me indicó-.
No tengo empacho alguno en confesarte que mi marido y yo colaboramos con la Associated
Press, cosa bastante extraña pues ya sabes que esa agencia de noticias
trabaja casi siempre con corresponsales prorrepublicanos. Por ello, te
comprendo perfectamente y creo que hay que hacer una gran labor de difusión en
los Estados Unidos de los valores de los nacionales.
-
No
pretendo yo tanto, Dora, ni podría, aunque quisiera. El objetivo que me he
fijado, con el pleno apoyo de Luca de Tena y de Bolín, y la tolerancia de
Gay, es el de hacer campaña en Hollywood a favor de los nuestros, de forma
moderada e inteligente, no al modo infundado y extremoso de los camaradas entusiastas
de los métodos de Goebbels.
Dora sofocó una
carcajada y aceptó mi punto de vista:
-
No
me digas nada, que también aquí le han comido la sesera a Don Nicolás Franco,
que no sé cómo, siendo tan listo como es, no ha comprendido que no se puede boicotear
a las mayores estrellas del firmamento cinematográfico, por el mero hecho de
que no nos gusten sus opiniones, o manden ambulancias a la otra zona. Hay que
luchar con tácticas de mayor finura, si queremos contrarrestar la excelente
labor que, entre los profesores y otros intelectuales, está desarrollando Fernando
de los Ríos[57],
bastante más eficaz en ese sentido que nuestro enviado especial, Cárdenas[58].
-
Veo
que coincidimos en casi todo -deduje-. Siendo así, tengo que pedirte que, por
el procedimiento que estimes más adecuado, me apoyes con Nicolás Franco, quien
me recibirá mañana…, si no le surge algún otro contratiempo.
-
Descuida
-dijo, sonriendo por lo del contratiempo-. Me parece que ya le hemos
calentado bien las orejas tras la metedura de pata del boicot estelar. ¿En
qué otras cosas podemos trabajar?
-
Por
descontado, que no me pongan ninguna dificultad para salir de España y
embarcarme en Portugal o en Francia, rumbo a los Estados Unidos. Y, ya que
estás en buena relación con la Associated
Press, que se me mantenga el
visado americano como periodista acreditado en Nueva York, que podrían haber
dado por cancelado, después de estar más de medio año fuera de los Estados
Unidos.
-
Haremos lo que podamos. ¿Tienes algún valedor que
te acoja allí?
-
Hay una bibliotecaria de la Universidad de Nueva
York[59], con
la que estaba en muy buenas relaciones el año
pasado. No pondrá ninguna objeción a salirme fiadora…, siempre que no se haya
casado en estos últimos meses.
-
¡Ahora veo claro a qué vas, realmente, a Nueva
York!, exclamó Dora entre risas. A lo mejor, si se lo presentas así a Don
Nicolás, te hace más caso.
***
Don Nicolás me recibió, con tres cuartos de
hora de retraso, y no parecía dispuesto a reconocer errores, ni siquiera a que se
adoptara una postura más tolerante en el futuro con los cineastas favorables a
la República. Intentó abrumarme con agravios de Hollywood para con el
bando nacional:
-
Se
dice que los actores y trabajadores de los estudios de Hollywood han recaudado
para los rojos la friolera de millón y medio de dólares, que va a traer
en mano a Largo Caballero el mismísimo Errol Flynn[60].
-
No
lo crea, Don Nicolás. Tiene toda la pinta de un bulo o, cuando menos, de una
gran exageración.
-
Hace
unos días, se ha creado un comité de importantes figurones del cine
americano, para coordinar la ayuda a la República. No sé cómo demonios lo
llaman, agregó dubitativo el hermano mayor de Franco.
-
¡Ah,
sí, el NACASD[61]!
Es una especie de sucursal del que se fundó en Nueva York en enero. No digo que
sea plato de gusto, pero, mientras se dediquen a enviar a nuestros enemigos
ambulancias y leche en polvo, podemos considerarlo un entretenimiento o válvula
de escape que en poco puede afectar a nuestra futura victoria.
-
Y,
hablando de promover la neutralidad y el juego limpio, ¿qué le parece que no se
haya podido rodar una película sobre la gesta del Alcázar de Toledo, como
pretendía el productor Zanuck[62]?
-
Me
parece que puede confiarse tan poco en la imparcialidad de los activistas
americanos, como en la de los de cualquier otro país. Solo si logramos
equilibrar a los profesionales a favor y en contra nuestra, podremos obtener un
trato justo. Y eso es, precisamente, lo que yo le sugiero con todo respeto.
Don Nicolás
pareció vacilar. Se quedó pensando unos momentos y arguyó:
-
Tiene
usted importantes valedores y no le faltan argumentos, pero hay algo por lo que
no paso: El boicot a esas estrellas de pacotilla está aprobado y publicado, y
no hay motivos para derogarlo. No sería ni medio presentable.
-
Ni
yo lo pretendo, Excelencia. Tiempo habrá de retocarlo o revisarlo. De lo único
que ahora se trata es exponer nuestra realidad y valores a quienes, cegados por
prejuicios y por recibir solo las noticias de España que da el enemigo, están
promoviendo una corriente de opinión que podría llegar a impresionar al
presidente Roosevelt y al Congreso. Mire si será importante, que la República
ha nombrado embajador a De los Ríos, quien no tiene otro mérito que hablar como
los ángeles y conocer bien a los intelectuales de allá[63].
-
Sí,
Cárdenas ya nos ha puesto al corriente y tratará de contrarrestar al otro
andaluz[64].
-
Pues
déjeme ayudarlo en el mundo del cine, en el que me muevo con bastante agilidad.
Ya ve que es un sector en ebullición y que, radicando especialmente en
California, no le será fácil a nuestro representante controlarlo desde Nueva
York.
-
¿Y
qué quiere que haga por usted? ¿Alguna ayuda económica; un nombramiento
simbólico?
Creo que le di la
sorpresa de la mañana:
-
El
dinero me lo facilitan mis amigos y mentores del mundo del periodismo y de la empresa
Cifesa, que está a punto de venirse abajo por reaccionar ustedes tan
severamente contra el cine americano. En cuanto a cargos, señor, prefiero
credenciales. Bastará con una carta suya, o de quien corresponda, para el Señor
Cárdenas. En suma, solo necesito que me remuevan los obstáculos que puedan
impedirme viajar a Norteamérica y hacer allí mi trabajo. ¿Podrá ser?
Don Nicolás
contestó algo que hizo que me enorgulleciera y le perdonase su informalidad
para recibirme:
-
Podrá
ser usted un iluso, o estar equivocado, pero nadie dirá que le mueven el
interés o el egoísmo. Y esté seguro de que no pasan muchos altruistas por este despacho
al cabo del día.
***
No dudo de que todos estuvieran actuando con
diligencia, pero los días pasaban y las noticias que llegaban de los Estados
Unidos aconsejaban una rápida intervención. El embajador De los Ríos, no sólo empezaba
a moverse con el Gobierno y el Congreso, sino que actuaba incansablemente
entre la intelectualidad yanqui, que era lo que a mí me preocupaba, pues
nuestro representante Cárdenas no parecía aún preparado para contrarrestar el
ímpetu de su antagonista[65].
Tenía puntual información de ello, gracias a los diarios de la zona roja y
de nuestro vecino Portugal, dado que Luca de Tena y Bolín tenían acceso
autorizado a ellos. Por eso, decidí volver a la carga y meter prisa en la
Oficina de Prensa y Propaganda. Me dio la impresión de que el profesor Gay
empezaba a pintar poco allí, pese a seguir siendo su delegado, cosa
lógica, pues era un puesto que no cuadraba con su personalidad. En su lugar,
parecía estar abriéndose camino como sucesor suyo un comandante de Ingenieros,
que creo tenía mucho más de ingeniero que de comandante, aunque fuese esto
último lo que más se cotizaba en aquellos momentos. Se trataba de Manuel
Arias-Paz que, andando el tiempo, se convertiría en un nombre mítico en una
materia tal alejada de la propaganda política, como la mecánica y
funcionamiento del automóvil[66].
Fue él quien aguantó mi interminable chorreo de quejas y alarmas por el
retraso en recibir el adelante para mi operación:
-
Escúcheme,
por favor, comandante -me quejaba-; y conste que se trata solo de las últimas
noticias: El embajador Ríos en la Universidad de Columbia. De los
Ríos pronuncia una conferencia en Yale. Ríos se reúne con seiscientos
periodistas. Ríos se entrevista con Cordell Hull…
-
He
de convenir -me replicó con sorna- que el embajador republicano se está ganando
el sueldo.
-
¡Y
mire esta!, exclamé exhibiendo una noticia recortada: Errol Flynn camino de
España, para llevar a la República el producto de la cuestación de Hollywood.
Arias-Paz se echó
a reír y bromeó:
-
¿Vendrá
ataviado de Robin Hood o de Capitán Blood?
-
Más
bien de Rothschild, gruñí. La recaudación ascendió a millón y medio de dólares.
El comandante
emitió un silbido admirativo:
-
Vaya
que es dinero, sí. Vamos a tener que embarcarle a usted, aunque sea en un
esquife, antes de que los yanquis conviertan en millonarios a los comunistas y
anarquistas del otro lado, que buenas ganas tienen.
En fin, aquel gallego socarrón
pareció que me tomaba el pelo a modo, pero cumplió con su deber. A la semana
tenía en mi poder una cartera de cuero con un buen mazo de documentos, entre
los cuales, el pasaporte, con todos los visados de reglamento; el pasaje para el
trasatlántico Olympic, y la carta de presentación de Nicolás Franco para
el representante oficioso Cárdenas. Bolín completó el equipaje con
trescientos dólares en billetes y un talón nominativo contra la Banca Morgan
por valor de otros dos mil. Y, si necesitas más, lo pides, agregó
Luis, como si yo precisara aquel consejo.
¡Por fin en
marcha! Acodado en la barandilla de la amura, me dio por pensar en el nombre
del barco que me llevaba a Nueva York de nuevo. Me entró la risa, al recordar
que era el mismo que había transportado a De los Ríos y a García Lorca a la Gran
Manzana, en 1929. Pero pronto se me cortó la hilaridad: Aquel ya veterano navío
era gemelo de un tal Titanic, que había tenido un final poco brillante,
allá por 1912.
Estudios Selznick en Culver
City (Los Angeles)
3.
En Nueva York, con unos y con otros
Los aburridos días
de la travesía me permitieron poner las ideas en orden, hablando conmigo mismo
en voz alta -y hasta discutiendo-; de modo que, para no llamar la atención, me
era inevitable hacerlo en el minúsculo camarote, o paseando por cubierta a
horas o por zonas en que no me cruzara con nadie. En todo caso, pasadas a
limpio y todo, mis conclusiones respondían al conocido axioma de que el
hombre propone y Dios dispone.
Llegué al puerto
neoyorquino el 7 de abril de 1937, miércoles; quizás el día en que el valiente
y concienciado Errol Flynn abandonaba España, después de dedicar unos diez días
a recorrer la zona republicana, pues en la nacional, absurdamente, no lo
dejaron entrar[67]. Aunque
era día de trabajo, mi buena amiga July -que, afortunadamente, seguía soltera-,
me estaba esperando en el muelle. Sin la menor vacilación, me llevó hasta un
taxi y le indicó la dirección de su apartamento de la calle Mercer, que yo bien
conocía. Por urbanidad, le sugerí que tomaría una habitación en algún hotel
céntrico, para así moverme con mayor libertad. Ella sonrió:
-
Veo
que ya se te están pegando las costumbres de los espías.
-
Mujer,
no es eso, pero ya sabes cómo es la gente con la que voy a tener que
entrevistarme, que lo mismo les da las siete de la mañana que las once de la noche.
-
No
será para tanto -discutió July-. Con todo, si prefieres un hotel, allá tú. Tenía
pensado prepararte unos raviolis a la sorrentina de ricota, jamón y espinacas
y, para postre, además del consabido tiramisú, una ración de últimas noticias,
que te ibas a chupar los dedos. Con todo, si lo desprecias…
-
De
ninguna manera, querida amiga. ¿Cómo voy a desairarte después de haber hecho
tan minuciosos preparativos en mi honor? Lo único es que debería avisar
inmediatamente al embajador Cárdenas de mi llegada y concertar con él
una primera entrevista.
-
¿Y
en dónde para ese señor?, inquirió July.
-
En
el Hotel Ritz Carlton[68].
Aquí tengo las señas.
-
Lo
conozco de pasar por delante. No es mala choza, no. En fin, para lo que
es esta ciudad, no está lejos de mi casa: cosa de tres millas. Llama por
teléfono y, por lo menos, que te dejen tranquilo hasta mañana.
***
Como es natural,
no voy a entrar aquí en detalles acerca de mi cena y sobrecena con July Padani,
pero sí puede ser conveniente hacer un resumen de la ración de últimas
noticias que me ofreció de sobremesa, apoyada en el análisis de la prensa
y, al parecer, con la ayuda de un profesor de ciencia política de la
Universidad, muy agradable -si esa presentación era para darme celos, es
cosa que llegué a sospechar-[69].
En fin, la información la resumí así, en carta que envié a Bolín, con la
esperanza de que le llegase pronto y sin tachaduras censoras:
… Va a ser muy
difícil que la República consiga un nuevo Robert Cuse[70],
por más que la moral de los traficantes de armas siga dejando mucho que desear.
Dando de lado el simple acuerdo patriótico o entre caballeros, el Presidente acaba
de obtener de ambas Cámaras del Congreso poderes especiales para decomisar
cargamentos y sancionar legalmente a las empresas que trafiquen con cualquiera
de los bandos de la guerra en España, aunque todavía no haya entrado
formalmente en vigor la Ley de Neutralidad. Es de esperar que se siga haciendo
la vista gorda con el petróleo que nos viene suministrando la Texas
Petroleum, entre otras cosas, porque el crudo es más fácil de disimular que
los tanques o los aviones. También nos viene muy bien que, contra lo que se
había hablado en un principio, la Ley de Neutralidad y sus correspondientes
embargos no se apliquen a las partidas de material militar americano vendidas a
Italia y Alemania, con el álibi de que son muy pequeñas las cantidades de armas
que compran dichos países en los Estados Unidos…
… La intensa labor
de captación de intelectuales que llevan a cabo el embajador Ríos y los suyos
no se ve acompañada de una actividad similar en el campo político. Se dice que
el Secretario de Estado, Cordell Hull, no lo tiene en mucho y demora atender
sus peticiones de audiencia. Alguna atención más recibe Don Fernando por parte
de ciertos congresistas del propio partido demócrata, aunque me permito poner en
duda la eficacia, habida cuenta de que las rigurosas sanciones a las empresas
que burlasen el embargo de armas fueron aprobadas por mayorías aplastantes: 372
a 12 en la Cámara de Representantes y 63 a 6 en el Senado. Quiere decirse que
también los republicanos están en esta cuestión al lado del Presidente. Me
dicen que los mayores apoyos con que cuenta De los Ríos son el embajador
francés, Bonnet, y el ayudante del británico, Walter Runciman. Convendría -me
dicen- tener cuidado con las veleidades diplomáticas de Inglaterra, país clave
para el Señor Roosevelt a la hora de diseñar una estrategia para Europa y,
desde luego, a la de convocar una conferencia internacional seria, que potenciara lo que hasta
ahora es un paripé: El Comité de No Intervención…
En lo atinente a
la labor del Señor Cárdenas -amigo de Luca de Tena-, me indican las fuentes que
he podido consultar tan pronto he llegado a Nueva York, que está llevando a
cabo una buen trabajo a la hora de potenciar y coordinar los medios católicos, favorables
desde un principio al Movimiento, pero que aún tendrá que realizar un mayor
esfuerzo para tener acceso a empresarios y políticos menos propicios a nuestro
bando, a la vez que procura evitar toda tacha comprobada de espionaje o
infracción de las leyes de neutralidad. En tal sentido, añado de mi cosecha que
los excesos de entusiasmo
de los falangistas que lo rodean pueden resultar contraproducentes para el
trabajo de fondo y a largo plazo… Me permito sugerir que el Señor Luca de Tena haga
llegar a Don Francisco Cárdenas su indicación o consejo a estos efectos…
***
Don Juan Francisco
de Cárdenas, además de aristócrata de prosapia, era un diplomático de la vieja
escuela, cuyo conocimiento de la política americana era de suponérsele, a tenor
de los dos años que había pasado como embajador en Washington antes de pasar al
mismo destino en Paris. Pero su situación actual era muy diferente y mucho más
delicada: Simple representante oficioso de los rebeldes; vigilado de
cerca por el FBI para evitar actividades contrarias a la neutralidad americana;
con su residencia en Nueva York, en vez de en la capital de la República
americana; finalmente, polarizado en actividades de propaganda y adquisición de
medios bélicos al precio que fuera. En resumen, una posición peliaguda, muy
lejos de su experiencia previa y de la apariencia de grandeza y lujo que quería
transmitir el alojamiento en un hotel magnífico, como sucedáneo de la embajada
de Washington[71]. Es
posible que se sintiese un poco avergonzado de recibirme en aquella choza,
cuyo alquiler podría haber pertrechado a toda una división de caballería, pues
el hecho es que, tras unas palabras de cortesía y la entrega de mi carta de
presentación, me aclaró:
-
Estamos
ultimando los preparativos de una Casa de España, amplia y adecuada,
pero mucho más modesta que este hotel. Allí trasladaremos al personal y el
material de oficina, de modo que aquí solo quedará mi residencia y la de los
cónsules que me asisten, así como un lugar apropiado para recibir.
Calló repentinamente
y se enfrascó en la lectura de la credencial que me había facilitado Nicolás
Franco. Al terminar la lectura, una sonrisa iluminaba su rostro:
-
Vamos,
que viene usted a los Estados para alternar con las estrellas de
cine…
Le seguí la broma,
aunque con tono muy respetuoso:
-
Mis
pretensiones, Excelencia, son menos ambiciosas: Me conformaría con obtener unos
cuantos autógrafos.
Se echó a reír,
aunque cortó al punto la carcajada, también ahora bruscamente.
-
Ya
había sabido de usted y de su múltiple misión, por mi amigo Luca de Tena,
afirmó. Además, estoy casi seguro de haber coincidido con usted en mis años de
embajador en Washington: Muchas veces me reuní con los periodistas españoles acreditados
acá.
-
Creo
que nos hemos visto en una rueda de prensa y en un cóctel, pero no estaba
seguro de que Su Excelencia se acordase. Hace ya varios años…
-
Los
diplomáticos hemos de tener buena memoria…, y apee el tratamiento. "Don Juan Francisco" es suficiente. Pero dígame en concreto cómo puedo serle útil.
-
Digamos
que, por ahora, casi sería preferible que me moviese libremente, pues puede no
favorecerme el que me identifiquen como una hechura del general Franco,
sino como un reportero que ha regresado a los Estados unidos a seguir haciendo
su trabajo, interrumpido por la guerra de España. Si acaso, le agradecería que
me informase de cuantas novedades le lleguen en materia de prensa y propaganda,
sobre todo, si afectan al mundo del cine.
Cárdenas bajó los
ojos y reconoció:
-
Estamos
aún en mantillas, como quien dice. Empieza a llegarme personal para trabajar con
eficacia pero, hoy por hoy, dependo de patriotas que llevan años trabajando privadamente
en Nueva York. No le descubro nada, si me refiero, por ejemplo, a los
propietarios de la naviera García &
Díaz, o a un joven profesor de Columbia[72],
el Doctor Castroviejo[73].
Hablando y
hablando -al final, incluso, de su Sevilla natal-, nos llegó la hora del
almuerzo. Cárdenas me invitó inexcusablemente a comer en uno de los
restaurantes del hotel, llamando para que se uniera al ágape, a su segundo -mi
brazo derecho, ponderó-, al que todos llamaban Gregorio, aunque resultó ser
su apellido[74]. A él
le correspondía, entre otras muchas tareas, la de pechar con la de prensa y
propaganda, hasta que llegasen sujetos más especializados -falangistas,
dijo, encogiéndose de hombros-. Durante la comida, de manera un tanto informal,
Cárdenas y Gregorio me enumeraron los cinco males que habrían de vencer
en los Estados Unidos, el peor país del mundo para la causa nacional de
España, convinieron. Tales males eran estos:
-
El
presidente Roosevelt, un demócrata con inclinaciones socialistas y hasta
dictatoriales; un demagogo del tipo de Azaña[75],
afirmaron mis interlocutores.
-
Los
judíos: No nos tome por antisemitas, ni por nazis -se disculparon-. Es que,
objetivamente, los judíos americanos no desaprovechan cualquier oportunidad de
hacer campaña en contra nuestra.
-
Los
comunistas, que no son muchos en Norteamérica, pero que, además de nutrir las
Brigadas Internacionales, hacen creer a los inocentes americanos que, en
realidad, lo que acontece en España es que el gobierno republicano está defendiendo
la democracia contra un fascismo tiránico.
-
Los
grupos conservadores, cuya indecisión está revestida de neutralidad y pacifismo,
pero, en el fondo, no quieren arriesgar sus negocios y pretenden que les saquen
las castañas del fuego europeo los franceses y los británicos.
-
Y
los anticatólicos, que son todos los protestantes, a quienes se diría que les
importa un bledo que los clérigos papistas mueran a millares, y siguen
sosteniendo que la razón está de parte del gobierno de Valencia.
Aquellas tesis no
dejaban de tener su punto de razón, pero me parecieron muy exageradas en su
mayor parte. A fin de evitar discusiones con quienes, a la vez, eran mis
anfitriones y superiores en consideración, me ofrecí -como mero periodista, dije,
que tiene una perspectiva diferente de los problemas- a presentarles al día
siguiente unas modestas sugerencias, por si podían ayudarles a superar una
situación tan negativa. Se miraron uno a otro y, finalmente, Cárdenas aceptó:
-
Sarán
bien recibidas, pero mañana estaremos fuera de Nueva York. Por favor, déjeselas
a mi secretaria.
Con la ayuda de un
termo de café y el apoyo mecanográfico de July, pergeñé en unas pocas
cuartillas un esquema bifronte, que ya tenía bien pensado de mis artículos de
prensa en España, así como de lo poco que había deducido de mi conversación con
Cárdenas y Gregorio. Un resumen, a su vez, de tales ideas se lo envié a Dora
Lennard -con la secreta esperanza de que llegase a manos del Generalísimo-. En
mi misiva decía, entre otras cosas:
… Formalmente,
creo que hay que desechar todo esfuerzo por contradecir o entrar en discusiones
bizantinas sobre la propaganda del otro lado, y hasta aceptar la ventaja que en
esa materia nos lleva de mano la embajada de la República, con la ayuda
económica y moral del marxismo y del judaísmo internacional -como
aventura el representante Cárdenas-. Nuestro método se ha de centrar en ofrecer
con la mayor celeridad nuestras noticias y puntos de vista al conocimiento
público; establecer una coordinación sólida entre nuestros organismos de prensa,
sin autonomías de partido o facción, y en facilitar la tarea de los
corresponsales extranjeros, animándolos a visitar nuestra zona y a informar
directamente desde ella…
Como principios de
fondo, me atrevo a diseñar los siguientes: 1º. Reflejar que los nacionales
cumplimos nuestros compromisos, mientras que los republicanos se incautan de
los bienes de las empresas y personas pudientes norteamericanas. 2º. Que la
zona republicana vive en unas condiciones pésimas, así de desorden como de
falta de medios materiales. 3º. Que, por el contrario, en la zona nacional
reinan el orden y la suficiencia de víveres. 4º. Que, en materia de bombardeos
y de intervencionismo extranjero, ningún bando puede arrogarse la virginidad, siendo muy
probable que la situación mejorase si los países democráticos (EE.UU.,
Inglaterra, Francia) no dejasen la iniciativa en exclusiva a los Estados
fascistas y comunistas. 5º. Que los republicanos llevan a cabo una sistemática poda
sangrienta de la religión, que prácticamente ha acabado ya con sacerdotes y
activistas católicos, pero que tampoco las congregaciones protestantes pueden
sentirse libres y seguras.
Creo que mis
sugerencias llegaron a buen puerto y tuvieron cierto seguimiento, aunque el
mérito -y ello no me importa en absoluto- se lo llevase un corresponsal en la
España nacional, llamado Russell Palmer[76],
que vino a sugerir lo mismo que yo, con la ventaja de ser extranjero y hacerlo
en inglés: Los españoles llevamos siglos siendo un poco papanatas, imbuidos de
complejo de inferioridad… O eso creo yo.
***
Ya conocía de
antes a William H. Hays, con aquel rostro anguloso, asimétrico y algo
avinagrado, que parecía cuadrar con su misión de máximo censor del cine
americano, pero muy poco con su valoración como el primer “zar” de las
películas, con que se le presentó en la portada de sus Memorias,
aparecidas años después[77].
Sin embargo, a la altura de sus 57 años, al engordar, sus rasgos se habían dulcificado,
y el cabello casi completamente blanco suavizaba aún más la impresión de
acogida benévola. La verdad es que me había tocado esperar varios días para ser
recibido en su despacho neoyorquino, así como dar toda clase de explicaciones a
sus secretarias sobre el objeto de mi visita. Tengo para mí que no quería
meterse en un nuevo avispero, como aquel de la película Grand Canary[78],
máxime ahora, con una guerra civil de por medio. No obstante, al hallarme ante
él, lo primero que hice fue intentar tranquilizarlo:
-
No
tome cuidado, Mister Hays, que no vengo como portavoz de unos ni de otros,
para protestar de lo que los estudios quieran rodar sobre la guerra de España[79].
En mi opinión, están en su derecho, siempre que cumplan la normativa del Código
que lleva el nombre de usted[80].
Mi gestión pretende evitar los daños mutuos que se han producido, o puedan
producirse, al impedir que se distribuyan y exhiban los films americanos
en la zona controlada por los rebeldes.
-
¡Hombre!,
exclamó Hays, jubiloso. Eso coincide plenamente con mi objetivo de evitar
represalias y daños a los estudios, pero no parece muy acomodado con el boicot
que el general Franco ha decretado contra las películas en que intervienen
algunos de los actores, guionistas y directores de más éxito en nuestro cine.
-
Tiene
toda la razón y puedo asegurarle que he criticado en altas instancias de mi
país esa política, recomendándoles que levanten la prohibición, aunque sea de
manera parcial y paulatina. No obstante, habrá de reconocer que las
declaraciones y la actitud de esas estrellas incumple todas las normas
de la neutralidad y la imparcialidad: siempre a favor de la República.
-
Lo
sé, pero lo que hagan los cineastas en su vida privada queda fuera de mi
jurisdicción y amparado por la libertad de opinión. Tal vez, si ustedes
hiciesen contrapropaganda, lograrían paliar esa corriente ideológica, o animar
a los muchos que no la comparten para que también se hagan ellos oír.
-
Perfecto,
Señor Hays. Creo que hemos tocado los tres puntos que he venido a tratar en
América, y para los que me agradaría contar con su máxima cooperación.
-
Usted
dirá, Mister Bernárdez.
-
En
primer lugar, que la Columbia mantenga, como hasta ahora, la
distribución en España de sus películas a cargo de la compañía Cifesa,
que es la mayor empresa del cine en mi país.
-
Como
comprenderá -replicó Hays-, eso es algo a decidir por Mister Cohn pero, si se
decide a visitarlo, le entregaré una carta de presentación favorable.
-
Gracias,
Señor. La segunda cuestión -que comprendo es vidriosa- es enviar alguna
circular a los estudios, invitando a su personal a ser más prudente a la hora
de censurar la ideología y la política del bando del general Franco, así como
indicarles que, si quieren ir a España para ver las cosas por sí mismos, no
volverán a tener las mismas dificultades con las que creo se ha tropezado Errol
Flynn.
-
No
sé qué decirle -dudó Hays-. Me pondré en contacto con Mister Breen[81],
que conoce mejor el ambiente y la situación en Hollywood, y le haré llegar sus
sugerencias.
-
Pues
precisamente mi tercera petición va por ahí -afirmé-. Es mi intención viajar
inmediatamente a California y hacer labor de propaganda y divulgación entre los
activistas republicanos más importantes del mundo del cine. Le ruego le anuncie
mi visita al Señor Breen, con el ruego de que me oriente y facilite todo lo que
pueda.
-
Así
lo haré, téngalo por seguro -afirmó Hays-. Y conste que me ha gustado hablar
con usted. Ya veo que no todos los rebeldes son unos violentos
fascistas.
-
Ni
todos los leales unos comecuras de la hoz y el martillo. Lástima que no
hayamos podido resolver nuestras diferencias sin recurrir a lar armas, como lo sufrieron ustedes en 1861[82].
-
El
tiempo pasa, pero las malas costumbres humanas se resisten a desaparecer,
concluyó Hays. ¡Ah!, puede usted recoger mañana mi carta de presentación para
Harry Cohn. Mi secretaria se la entregará.
***
No contaba con
hacer más entrevistas en Nueva York y, de hecho, estaba ya deseando viajar
hasta Hollywood -pese a los agasajos de July, mi anfitriona-, cuando leí en el New York Times que el embajador De los
Ríos impartiría una conferencia en la Universidad de Columbia, con el título de
Los objetivos culturales de la República[83].
No queriendo significarme ni, menos aún, levantar la liebre de que iba a
intentar desarbolar el monopolio del favor republicano en Hollywood, opté por
no darme a conocer al embajador-profesor, ni abordarle en concepto de
periodista. Me limité, acompañado por el profesor Castroviejo, a estar presente
en la charla y tomar abundantes notas de la misma desde una discreta fila. Al
acabar, el citado oftalmólogo se empeñó en que nos acercásemos a felicitar
al conferenciante. Me pudo más la curiosidad que la prudencia, y le pregunté:
-
Don
Fernando, ha citado usted el cine en su disertación y todos conocemos el favor
del que goza la República en dicho ambiente. ¿Le dedican ustedes una atención
especial?
-
No
tal, me contestó, salvo a aquellos escritores e intelectuales de talla que trabajan
en Hollywood, que los hay. En cuanto a las estrellas, ya se sabe que
tienen más belleza que inquietud cultural; más fama que ideas propias.
Me molestó la suficiencia
del granadino y le repliqué:
-
Fama
y dólares, que buenos son los 60.000 que recaudaron para ambulancias y le
entregaron a usted hace unos días[84].
De los Ríos quedó
cortado y Castroviejo me tiró de la manga, con vistas a emprender una ágil
retirada. Acaté la indicación de mi acompañante, sin apenas esbozar unas
palabras de despedida al embajador. No lo volvería a ver, aunque sé que,
acabada nuestra guerra, permanecería en Nueva York hasta 1949, en que falleció.
No es mi intención
ofrecer una síntesis de aquella conferencia, que tuvo mucho de peliculera, a
juzgar por las imágenes que ofreció de las realizaciones republicanas, en un
momento tan violento y tardío como para creérselas; pero sí destacaré la breve
parte de su discurso que De los Ríos dedicó al cine propiamente dicho. Me
refería a ella en carta a Luis Bolín, en los siguientes términos:
… El embajador
apenas dedicó unas frases -bastante superficiales, por cierto- al mundo
cinematográfico, dentro de la gran labor cultural de la República en los
años pasados. Fue cuando, aludiendo a las Misiones Pedagógicas, destacó el
trato cercano de estas con ciudadanos que antes no habían tenido la posibilidad
de ver, por ejemplo, una película. Aquí llegado, el conferenciante hizo un guiño
a los presentes en la sala -americanos, en su inmensa mayoría-, al decir que se
proyectaban películas de Chaplin…
Entre semejantes
paparruchas y el desprecio con que trató a la mayoría de los cineastas en las
palabras que me dirigió, creo que puedo sentirme satisfecho. Conseguiré algo con
mis gestiones, o no, pero no será el excelso Don Fernando quien me ponga la
zancadilla en el camino de Hollywood.
***
Así concluyó mi parada
y fonda en Nueva York, en mi opinión, bien aprovechada. El domingo, 25 de
abril de 1937, tomé el tren que, en algo más de tres días y de cuatro mil
kilómetros, me llevaría hasta Los Angeles. July no quiso acompañarme a la
estación, enfurruñada por no poder ir conmigo a California, aunque la culpa,
más que mía, era de la biblioteca en que trabajaba ella, donde no había
conseguido el adelanto vacacional que pretendía.
Tres días antes,
habíamos ido a ver el estreno de la película Ha nacido una estrella[85],
en el Radio City Music Hall. Nos encantó la actuación del
protagonista, Fredric March[86],
a quien poco después habría de conocer personalmente. Estuvo nominado por este
papel al Oscar, pero no lo conseguiría. Lástima.
Errol Flynn en España (1937)
4.
El rutilante firmamento de las estrellas
Tres días y pico
metido en un tren, y sin compañía conocida, dan para mucho. Me hinché a leer
revistas de cine, que me había preparado July, y reflexioné hasta el
aburrimiento acerca de las personas a quienes me convenía conocer y tratar. El
problema era que contaba con un tiempo muy limitado, si quería cumplir eficazmente
con los objetivos asignados. Para establecerse en Los Angeles y cultivar la
relación con el mundo del cine estaban otras personas e instituciones. Don
Francisco de Cárdenas me lo había dejado claro durante la comida que
compartimos:
-
La
solución ideal sería abrir un consulado general de España en la ciudad angelina,
a fin de que se mantuviera en contacto con el ambiente de Hollywood, pero
supongo que no es este el momento, ni podríamos exponer al gobierno americano
una razón convincente.
-
¿No
tenemos representación en algún otro lugar próximo?, inquirí.
-
El
consulado más próximo es el de San Francisco, pero ha seguido fiel a la
República[87].
-
¿Y
si sugiriésemos a Burgos que nombraran a una especie de cónsul honorario?
-terció De Gregorio-. A lo mejor se ofrece el amigo Bernárdez para el puesto,
agregó sonriendo.
-
Gracias,
pero yo soy más de la Costa Este y prefiero ver a las estrellas solo en la
pantalla, repliqué, cortando toda iniciativa de hacerme diplomático, por muy honoris
causa que fuese. (Tal vez hice mal declinando la oferta)
En fin,
complicándose más las cosas, bajé un momento del tren en Chicago, compré un Tribune
y allí venía una extensa referencia a los bombardeos sufridos por la localidad
de Guernica, a cargo de los aviones de la Legión Cóndor alemana,
recogiendo una cifra probable de 300 muertos civiles[88].
¡Era lo que me faltaba para tener una sonora acogida entre los cineastas
a quienes iba a convencer de que, en materia de maldad, nacionales y
republicanos eran tales para cuales!
Tratando de que se
alejase un poco en el tiempo el luctuoso suceso y, a la vez, de aconsejarme de
persona de toda confianza, decidí que mi primera visita -como ya me había
sugerido Hays- fuese para el presidente del emporio cinematográfico Metro-Goldwin-Mayer
(MGM), Louis B. Mayer[89],
conocido por todo Hollywood como L.B. Los motivos eran apabullantes:
-
En
mi opinión -señaló Hays- es el magnate más poderoso de Hollywood, pero además
tiene para usted la ventaja de que, aun siendo judío, es un ferviente
republicano y totalmente contrario a cuanto huela a socialismo. Si yo le
contara… -agregó-, para concluir: Mejor lea por su cuenta acerca del asunto
Sinclair de hace un par de años.
Así lo había hecho
durante aquel interminable viaje en tren y, en afecto, había quedado
estupefacto, y convencido de que, si había alguien predestinado para ello, el
Señor Mayer era mi hombre.
La verdad es que,
salvo por su fama, la dificultad para acceder a él y las dimensiones de su
despacho, habríase creído que uno se hallaba en presencia de un hombrecillo:
bajo, rechoncho, de cara redonda y apacible, con una miopía flagrante que sus
lentes patentizaban, solo su nariz aquilina -algunos habrían dicho que de
judío- y el brillo y penetración de sus ojos, incluso tras las gafas,
denotaban un cierto grado de penetración y de malicia, que presagiaba cuanto de
ominoso o perverso se decía de él[90].
Era precisamente ese halo prejuicioso lo que debilitaba el carácter y posición
de quienes a él acudían, por muy influyentes que se sintiesen en Hollywood. Y
precisamente para superar el miedo escénico, además de a la recomendación de
Will Hays, acudí a un subterfugio que, aunque falso, me pareció plausible:
-
No
es la primera vez que nos vemos, Señor Mayer. Seguramente no se acuerde, pero yo
seguí hace un par de años la campaña para Gobernador de California y tuve
ocasión de abordarle en alguna ocasión, aunque usted no me hiciese mucho caso, al
ser un simple corresponsal de una agencia de prensa española.
L.B. me miró fijamente, con un rictus de
guasa, pronto explicado:
-
Mister
Bernárdez -dijo-, perdone que no lo recuerde, pero no por desinterés hacia los
periodistas extranjeros, sino porque nuestro contacto seguro que sería muy
breve. Por lo demás, ignoro por qué se interesaría usted por entrevistarme,
dado que nada tenía yo que ver con la campaña electoral a que se refiere.
¡Hacía falta ser
cínico! Seguro que el pobre Upton Sinclair hubiese discrepado absolutamente de
Mayer[91].
No obstante, decidí no replicar a modo e ir al grano:
-
Tenía
entendido que era usted presidente del Comité del partido republicano en
California pero, en fin, lo que aquí me trae tiene relación con su enorme
conocimiento y autoridad en el mundo del cine. Dicho de manera directa y
sincera: Señor Mayer, quiero hacer todo lo posible por relacionarme y, a ser
posible, convencer a los mayores valedores de los leales españoles de
que los llamados rebeldes son tan buenos, si no mejores, que sus
antagonistas.
Mayer pareció
quedar atónito, dejando pasar unos segundos antes de preguntar:
- ¿Y a ton de qué cree que he de meterme yo en el fregado que le ha traído a usted hasta aquí?
-
Me
he debido de expresar mal -repuse-. No se trata de que me apoye en la tarea,
sino que tenga la bondad de indicarme unas cuantas figuras de Hollywood, que
resulten muy relevantes para lo que pretendo, y que, si usted las conoce o
están bajo contrato de la MGM, me las presente o, cuando menos, me
autorice a usar su nombre como carta de presentación.
-
Eso
es otra cosa -se tranquilizó L.B.-. No obstante, ni Will Hays ni usted
me han ofrecido una explicación suficiente para una posible implicación mía en
estos temas de política internacional…
-
Tiene
razón y se lo explicaré brevemente. Como consecuencia de la desatentada predilección
que muchas estrellas y gentes de por acá manifiestan hacia la República
española, el bando del general Franco -que, dicho entre paréntesis, lleva
camino de ganar la guerra- ha decidido boicotear la exhibición en su zona de
las películas en que intervienen los que ayudan a la República. Como
consecuencia, algunos estudios se están viendo ya perjudicados, y más lo pueden
ser en el futuro, si los rebeldes ganan la guerra. Y no es que España
sea un mercado importantísimo para ustedes, pero tenemos allí más de dos mil
salas de cine y nuestro doblaje puede facilitar el que sus películas se
distribuyan en la América de habla hispana.
Mayer sonrió
levemente y dijo:
-
Ahora
lo entiendo. Este Will Hays, siempre procurando evitar problemas, al precio que
sea, incluso el de privarnos de parte de nuestra iniciativa y libertad… Claro
que los dólares cuentan y la neutralidad americana en Europa también. No
obstante, supongo que no seré yo el único que deba echarle una mano para que los
chicos dejen de jugar a la política y de divertirse organizando fiestas
para sufragar ambulancias…
-
Mucho
me temo que, en lo que a mí respecta, solo eche mano de usted, no solo por ser
el más importante, sino porque me consta que sus ideas no son nada favorables
al socialismo ni -menos aún- a la expansión de la URSS.
-
¡Por
descontado que no!, exclamó incorporándose en su sillón.
-
Pues
todo eso que usted detesta es lo que domina en nuestra República y lo que, de
triunfar en España, a saber qué fuerza expansiva tendrá en la América latina.
Llevábamos lo
menos un cuarto de hora de charla y era más de lo que Mayer habría pensado
dedicarme. Así pues, concluyó:
-
Le
apuntaré una serie de personas, indicando si pertenecen, o no, a mis estudios,
y si puede dar mi nombre para que lo atiendan lo mejor posible.
-
Tomo
nota.
-
No,
espere. No es cosa de la que yo esté muy enterado en este momento. Prefiero informarme
de manera más precisa. Le haré llegar mi mensaje. Deje su dirección y teléfono
a la salida.
-
Gracias,
Mister Mayer y, por favor, recuerde que necesito la lista con urgencia, pues,
sin ella, no puedo empezar a actuar.
-
¡Es
usted el primer periodista que viene a Hollywood y está deseando empezar a
trabajar inmediatamente!, replicó risueño, mientras me despedía.
***
El paso siguiente
era el de remediar las disensiones entre Columbia y Cifesa que, a
fin de cuentas, era lo que me había pedido directamente Luca de Tena, y para lo
que me habían financiado el viaje a los Estados Unidos. Todo el mundo sabía que
el magnate de Columbia -un poco al modo de Mayer en la MGM- era
Harry Cohn[92], al que
me habría gustado conocer pues, a diferencia de L.B., era un personaje muy
heteróclito, que lo mismo ensalzaba a Mussolini, que apoyaba las tesis más
avanzadas de Roosevelt. Pero, por unas u otras razones -a mí me alegaron un
fuerte enfriamiento-, quien me recibió fue Abe Schneider[93],
tesorero de la compañía, que llegaría a ser director y presidente de la misma.
No estaba muy al tanto de las relaciones internacionales de la Columbia en
España; de modo que preferí hacerle un breve y encomiástico resumen del papel
de Cifesa en el asunto:
-
No
sé si están al corriente del gran esfuerzo que ha hecho nuestra empresa
desde que, va para tres años, contrató con ustedes la exclusiva de la
distribución de sus películas para España. Ha abierto sucursales en diversos
países americanos de habla española y, superando los problemas e incautaciones de
la guerra, ha vuelto a operar con plena eficacia, aunque solo en la zona conquistada
por el general Franco, que cada vez es más extensa. Por tanto, entiendo que no
tienen nada por qué preocuparse: Cifesa seguirá cumpliendo sus
compromisos y yo estoy aquí para exponérselo personalmente, en nombre del
empresario, Vicente Casanova.
-
Me
alegro de que Mister Casanova haya podido reanudar su negocio en territorio rebelde,
pues me han dicho los de la sección de internacional que los partidarios del
gobierno se han incautado de nuestras oficinas en Madrid y Barcelona, con todo
el material que allí teníamos. No creo que esa sea forma de cumplir con la
legalidad, como pretenden.
-
En
efecto, Mister Schneider. En cambio, en la zona nacional la tranquilidad
y el respeto de la propiedad privada son absolutos, incluso para los
extranjeros. Sin embargo, hay un problema, que no quiero ocultarle, y que puede
complicar las relaciones contractuales entre nosotros.
-
¿Cuál
es ese inconveniente?
-
Que
numerosos actores y técnicos, incumpliendo moralmente la neutralidad acordada
por su Presidente y por el Congreso, están llevando a cabo actividades contrarias
a los que llaman rebeldes, tales como declaraciones ofensivas,
recaudaciones para adquirir alimentos y vehículos para los republicanos y
campañas en solicitud de que los Estados Unidos abandonen su imparcialidad y
autoricen la venta de armas a la República. La consecuencia de todo ello ha
sido la lógica de un bando cuando está en guerra: prohibir la difusión de las películas
en las que participen los mayores enemigos del gobierno de Franco.
Saqué de la
cartera una lista con los veintitantos nombres de actores, guionistas y
directores vetados por los nacionales y se la pasé. Schneider leyó
atentamente y me la devolvió:
-
Afortunadamente
-dijo-, apenas hay alguno con contrato estable con nuestros estudios. Veremos
de hablar con ellos para que se moderen, en bien de nuestras buenas relaciones.
De cualquier modo, nosotros no solemos interferir en las opiniones y conducta
privada de quienes trabajan para la Columbia. Somos unos estudios -¿cómo
diría?- más abiertos que otros: ni republicanos, ni demócratas; ni de
derechas, ni de izquierdas.
-
De
cualquier forma, le ruego que hable con el Señor Cohn y le exponga nuestra
solicitud. Por nuestra parte, estamos trabajando para que el boicot se suavice
y, cuando menos, no afecte a las películas ya comercializadas al empezar la
guerra. Por lo demás, me entrevisté en Nueva York con Mister Will Hays y
entiendo que comparte la preocupación por la situación, así como la
conveniencia de respetar de forma estricta la neutralidad.
Fredric March, hacia 1935
Schneider parecía
inclinado a solicitar datos concretos:
-
He
examinado las cuentas y he apreciado una notable bajada de beneficios en España,
desde que estalló la guerra. Lo veo lógico, pero no sabía eso del boicot de
ciertas estrellas, que podría perjudicarnos aún más.
-
No,
si todos actuamos de acuerdo para suavizar tensiones y mantener los compromisos
de exhibición ya contraídos. Cifesa hará todo lo mejor por conseguirlo. Y
la minoración de negocio podría evitarse, si nos concedieran una autorización
de distribución -aunque no fuese exclusiva- para otros países que hablan
español y en que tenemos delegaciones, como Cuba, Méjico, Chile, Argentina…
-
No
puedo contestarle a esta última sugerencia -replicó Schneider-, pues no es
materia de mi competencia. Supongo que Méjico y Cuba tienen ya un régimen
inmodificable. Tal vez podría hacerse algo en naciones que estén más alejadas
de los Estado Unidos… En fin, no sé. Ya les contestaremos, si lo ofertan
ustedes por escrito y en detalle.
Quise recapitular
y pregunté para acabar:
-
Entonces,
nuestras relaciones ¿continúan en pie y en los mismos términos?
-
Habrá
que ver el volumen de negocios en los próximos meses, pero cuenten, hasta
cierto punto, con nuestra comprensión y paciencia. Es cuanto puedo asegurarle,
al tiempo que le agradezco su amable visita y su sinceridad.
Salí de la
entrevista bastante mosca, acerca del interés de Columbia por
mantener la relación privilegiada con Cifesa. Así se lo hice saber a
Luca de Tena y a Don Vicente Casanova. Tal vez mi pesimismo -más bien,
realismo- influyó en la deriva de los estudios hispanos hacia la ayuda y el
mercado germano-italiano, como más adelante sucedió. Aunque seguro que tuvo
mucha mayor influencia en ello la amistad de los nacionales con nazis y
fascistas, inconmovible e íntima, al menos, hasta el final de nuestra contienda
civil.
***
Aunque el nombre
de Will Hays me abría todas las puertas, no quise faltar al respeto a su segundo,
al frente de la magna oficina de la Asociación de Productores y
Distribuidores de Cine en Hollywood. Pero, además de la consideración
debida, me llevaba hasta él -Mister Joseph P. Breen[94]-
una idea preconcebida, que podría resultar muy acertada. Mister Breen era un
ferviente católico -se decía-, en constante contacto y consejo con las más
relevantes figuras del catolicismo militante americano, y ese era un
lazo sustancial con la ideología y el comportamiento de los nacionales;
mientras que la persecución religiosa de la zona republicana le haría repelente
el apoyo a la República de muchos cineastas. Por eso, ante el Señor Breen, me
olvidé de los intereses particulares de Cifesa y decidí presentarme como
alguien que procuraba exponer ante tantísimos corifeos prorrepublicanos los
puntos de vista de quienes, mejor o peor, más o menos sinceramente, defendían
el catolicismo o, cuando menos, no habían masacrado a sus sacerdotes.
Puede decirse que
nuestra conversación fue casi una charla de amigos. Breen echaba pestes de aquellas
estrellas metidas a políticos que, sin abandonar sus exagerados dispendios
y malos hábitos, se dedicaban a ratos perdidos a hacer cuestaciones y
dejarse embaucar por socialistas y comunistas.
-
En
cualquier caso -agregó-, poco puede hacer la Asociación para impedir
cenas y conferencias. Tratándose de algo más, como el viaje de Errol Flynn, ya
le llamé la atención a Jack Warner[95],
por darle un dilatado permiso para semejante patochada… Puede estar seguro de
que miramos con lupa las películas que pretenden abordar vuestra guerra y que
no dejamos de advertir a los estudios del riesgo que corren enemistándose con
una nación y unas fuerzas que, a no dudar, acabarán por imponerse en la
contienda.
-
Le
agradezco estas palabras -contesté-, como también la impresión que
transcienden, en el sentido de que, aunque pueda parecer lo contrario, hay
gente aquí que no contempla nuestra guerra en términos de buenos y malos, de
rebeldes y de hombres respetuosos de la Ley. En tal sentido, creo que puede
ayudar mucho que se sepa lo que las personas religiosas están sufriendo en la
zona republicana.
Había acertado de
pleno. Breen me confió datos y me asaeteó a preguntas, siempre en la línea de
evidenciar que el poderoso grupo de presión católico en Hollywood estaba a
favor de Franco y de la cruzada que en España se estaba librando[96].
Estaba muy bien informado, a juzgar por algunas preguntas y observaciones que me
hizo durante la entrevista. En particular, se le notaba interesado por el
luctuoso destino de aquellos sacerdotes partidarios del separatismo vasco -o,
cuando menos, del Partido Nacionalista Vasco-, que habían sido ejecutados por
los nacionales[97].
También disputamos amistosamente sobre la postura del Papa, Pío XI, que él
juzgaba reticente hacia el episcopado español y su pleno apoyo a la cruzada franquista;
en cambio, yo le hacía ver que la circunspección pontificia era fruto, no de la
actuación de los nacionales, sino de su alianza con los nazis, quienes
eran los verdaderamente peligrosos para el catolicismo y la religión en general,
como se deducía de una reciente encíclica[98].
Pero hubo un dato más, que me pareció muy relevante y que, en seguida,
transmití a Luca de Tena y a Dora Lennard. Lo hice constar así:
… El citado Mister
Breen se hizo eco de una cuestión que está enturbiando los contactos de nuestro
representante Cárdenas con las organizaciones católicas americanas, por más que
pueda parecer de un ridículo formalismo. Me refiero a que el indicado Señor
Cárdenas carece de credenciales que lo constituyan en portavoz o emisario de la
Iglesia española, vale decir, de su episcopado. Breen tiene oído que el
cardenal Gomá[99] ha enviado algún mensaje de apoyo,
pero también aquí han llegado rumores de ciertas discrepancias de dicho Primado
con el Vaticano, respecto de la consideración de la guerra de España como cruzada. Cuando las instituciones
católicas estadounidenses se han dirigido formalmente a las españolas para aclarar
si Cárdenas las representa, no han obtenido contestación… Sería, pues, oportuno
resolver todo este embrollo, sin perjuicio de reconocer que, por lo que
respecta a los más relevantes personajes católicos de acá, todos están a favor
del Movimiento Nacional, considerando que la República autorizó o consintió el
asesinato de muchos miles de sacerdotes y seglares de Acción Católica y otros
movimientos análogos.
En resumen: Breen me
resultó tan ilustrativo y útil como podía esperar. Incluso llegó a lo que
ningún otro hasta entonces me había dicho:
-
Estoy
enterado del boicot a ciertos actores y técnicos por parte del gobierno del
general Franco. Se me han quejado de él algunos estudios, particularmente, la Metro
y la Paramount. ¿Sabe lo que les he contestado?... Pues que cómo
habríamos actuado nosotros en 1863, si los artistas españoles hubiesen puesto a
escurrir al presidente Lincoln y hubiesen sufragado víveres y carros para
los heridos de los confederados, pero no para los de la Unión… De todas formas,
sería mejor resolver amistosamente el asunto, mediante la fórmula del
palo y la zanahoria. Hágaselo saber así a sus amigos.
***
Aunque no creo que
importe mucho para el relato, no quiero dejar de contar que, durante casi toda
mi estancia en California, me hospedé en un modesto hotelito, semiesquina de
las avenidas Franklin y Cahuenga, que me recomendó un chicano en
la recepción del enorme y lujoso hotel Wilshire, cuando constaté que, si
me empeñaba en presumir de alojamiento, el cheque de los dos mil dólares me iba
a durar menos que un carámbano en la fuente del City Hall Park un día de
verano. El cambio de lugar, no solo me acercó, y mucho, a la zona de los
estudios, sino que me dio la oportunidad de conocer a Vivian, una de tantas
chicas del Medio Oeste que habían emigrado a Los Angeles en busca de
oportunidades y lo mejor que habían encontrado -y gracias- era un modesto
empleo de 30 dólares a la semana y un modestísimo acomodo en un sotabanco del
propio hotel. Más adelante, iré reflejando la sorprendente importancia que nuestra
relación, casi profesional, tuvo en su vida. En lo que a mí respecta,
fue una grata acompañante y tapadera para mis gestiones entre el
glamuroso mundillo de Hollywood. Pues, ¡al fin!, había llegado el momento de
codearme con aquellas estrellas, que ni un astrónomo era capaz de acercarse a
ellas, como no fuese en las pantallas o en las páginas de papel satinado. En
efecto, recibí al fin la prometida nota del Señor Mayer, que decía:
Mi estimado amigo:
Contando con que tiene un tiempo bastante limitado para hacer sus gestiones, le
sugiero que limite sus pesquisas, a las siguientes personas:
Actores: Fredric
March; Franchot Tone y su esposa, Joan Crawford; Madeleine Carroll; Louise Rainer.
Guionistas: Dorothy
Parker.
Directores: William
Dieterle, Lewis Milestone.
A mis más amigos y
a los que tienen contrato con nosotros, les he anunciado su probable visita,
presentándolo como representante de unos estudios españoles, que ha venido a
Los Angeles para exponer la situación en su país y armonizar posturas.
Le deseo éxito en
su interesante misión. Afectuosamente…
Aunque en la lista
faltaban nombres tan rimbombantes como Charles Chaplin o Bette Davis, y algunos
de los incluidos no lo estaban en el boicot de Nicolás Franco, decidí seguir la
indicación al pie de la letra. Repasé textos y notas que tenía recogidos sobre
la mayoría de los seleccionados y resolví empezar por Mister Bickel -alias,
March-, no tanto por ser el primero de la enumeración, cuanto por tener
aún en la retina su última película, que -como ya he dicho- vimos July y yo en
Nueva York el día de su estreno. Esta elección, como la de hacerme acompañar
por Vivian, fueron un acierto pleno, como tendré ocasión de exponer a
continuación.
***
Sucedió que March/Bickel
se hallaba rodando una película -me dijeron- para el gran productor David
Selznick[100], en
los estudios independientes del mismo en Culver City, uno de los grandes
centros cinematográficos en las afueras de Los Angeles. En cierto modo, era de
esperar pues, si algo destacaba en March -casi cuarentón y hombre de teatro,
tanto o más que de cine- era su aversión por vincularse a los grandes estudios
con aquellos contratos de siete años, que convertían a los actores, fuesen
estrellas o no, en verdaderos siervos de la gleba. Por ello, Louis Mayer no había
contactado con él en mi favor, pero sí logré una credencial del censor
máximo, Breen, para que me dejasen entrar en los estudios Selznick e,
incluso, acceder al set en que se estaba rodando La reina de Nueva
York[101], que
era la cinta que Fredric protagonizaba a la sazón, con la grata compañía de
Carole Lombard, y bajo la dirección de William Wellman. La labor estaba tan
avanzada, que -según me informó amablemente el vigilante uniformado que dirigió
mis pasos- estaban ya rodándose algunas escenas o tomas complementarias. Por
ello, no fue extraño que Mister March no se encontrase en faena, sino departiendo
con el Señor Newcom, en la sala de montaje[102].
Le pasaron recado y no tardé en tenerlo frente a mí, tan imponente como
daba en la pantalla, entre severo y amable, y con una estatura que me
sorprendió, pues, al tener una complexión ancha, en las imágenes parecía algo
bajo[103].
Como en mí es habitual, fui inmediatamente al asunto:
-
Podría
muy sinceramente decirle, Mister Bickel, que me encanta saludarle como uno de
los actores más grandes y respetados de Hollywood, pero la verdad es que he
venido desde España, pasando por Nueva York, para cambiar impresiones con usted,
como uno de los más conspicuos miembros del Comité Americano de Ayuda a la
República Española.
March quedó tan
sorprendido de ser llamado Bickel en unos estudios, como de que un español
hubiese hecho tan enorme recorrido para charlar con él. Aproveché los segundos
de forzado silencio para afirmar:
-
Por
cierto, en Nueva York asistí a la première de Ha nacido una estrella en
el Radio City Music Hall y, tanto a mi acompañante americana, como a mí,
nos encantó la película y la actuación de usted.
Unos minutos más
tarde, estábamos departiendo amistosamente en la cafetería de los estudios de
los más variados temas. El hecho de que yo fuese un periodista con
corresponsalía en Nueva York, no un rebelde fascista enviado por el
general Franco, le animó para acogerme con cordialidad. Yo afinqué aún más la
idea de que podía ser un intérprete bastante imparcial de la situación,
exponiéndole esta con crudeza, pero fríamente:
-
Mientras
estén al frente de la censura los Señores Hays y Breen, no creo que ninguno
de los bandos en guerra tenga nada que temer del cine americano. Y dígase lo
mismo de su Gobierno, con el presidente Roosevelt a la cabeza. Pero, como persona
relacionada con los más importantes estudios españoles, llamados Cifesa,
me preocupa la visión parcial de ustedes respecto de nuestra guerra civil y la
influencia que ello ha de tener inevitablemente en el pueblo americano, tan
seguidor de sus estrellas de cine.
March sonrió con
cierto escepticismo; tomó un par de sorbos de su cóctel y me dijo:
-
Veo
que es usted un tipo muy interesante, que lo mismo se mueve en el mundo del
cine, como en el del periodismo político. ¿Querría venir un día de estos a
cenar a mi casa? Nos reunimos periódicamente los antinazis de Hollywood
y podría ser una buena ocasión para que escuchásemos lo que tenga que decirnos.
Me encontraba tan
contento del ofrecimiento, que orienté mi respuesta al terreno del humor, y le
fijé dos condiciones para aceptar:
-
La
una, que no me pasen la bandeja al final de la cena, para ayudar a la
República. Franco podría fusilarme si les entrego un solo dólar.
March se echó a
reír y siguió la humorada:
-
¡Pues
no le digo nada, si se entera de que la tarifa va a ser de mil dólares![104]
-
Entonces
no podría pagarla, aunque quisiera. Me pagan cien a la semana.
-
¿Y
su segunda condición, Mister Bernárdez, cuál es?
-
Me
gustaría ir acompañado. En mi hotel trabaja una jovencita de Kansas, que se
sentiría entre ustedes como Cenicienta en el baile del príncipe.
-
Por
supuesto. Hasta es mejor que traiga compañía, pues allí casi todos tenemos
pareja, incluso legítima -como es mi caso[105]-;
pero que procure no perder su zapatito de cristal.
Al enterarse de
que había venido en taxi, se empeñó en que me devolviese al hotel uno de los
coches del estudio. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos, hasta tres
días después, en que sería la cena para la que estaba invitado. Sus últimas
palabras fueron:
-
Por
cierto, Rufus, para que no te hagas un lío entre el Bickel y el March,
llámame Fredric.
***
Tenía -o eso creía
yo- tres días de asueto, para echar un vistazo por los alrededores y, si a mano
venía, darme un chapuzón en el Pacífico por primera vez en mi vida. Pero, al llegar
a mi hotel, me esperaba, bajo sobre, un tarjetón de Louis B. Mayer, ofreciéndome
la posibilidad de entrevistarme con un importante actor, favorable a la
causa de los rebeldes, pues no todos los que trabajan en el cine son, ni
mucho menos, de ideas socialistas. Curiosamente -como muestra de su complejo
de superioridad-, me fijaba lugar, día y hora para la cita, pero no me indicaba
con quién me vería las caras para el caso de aceptar. Naturalmente, confirmé mi
asistencia y empecé a hacer cábalas sobre la identidad de la persona que
aparecería. La verdad, tan inmerso estaba en el mundo de los prorrepublicanos,
que ni se me había ocurrido hacer una pequeña incursión en el de sus
antagonistas[106].
A la postre, la
estrella que me esperaba, casi sepultada en un enorme butacón de la antesala
privada al despacho de Mayer, era nada menos que el super galán, Robert Taylor[107],
que acababa de triunfar, junto a Greta Garbo, en la nueva versión fílmica de La
dama de las camelias, no estrenada entonces en España, por razones obvias[108].
Otro sujeto, así mismo oculto a primera vista por el respaldo de su sillón, se
levantó al punto. Hechas las presentaciones, resultó que la carabina era
un tal Señor Atkins -o algo parecido-, que hizo las presentaciones como alto
empleado de los estudios MGM, que a Taylor y a mí nos habían reunido tan
espontáneamente.
En el momento en
que escribo estas líneas -a décadas de distancia de los sucesos narrados en
ellas-, se me hace muy difícil no describir e imaginar a Robert Taylor sin los
latiguillos que se usarían contra él cuando se agigantó su fama: Que si era
simpatizante de Hitler[109];
que acabó cediendo a cooperar -muy modestamente- con la caza de brujas de
McCarthy; que si no tenía inclinaciones sexuales definidas, como a la sazón se exigía…
En fin, prefiero referirme a nuestra breve conversación de la forma en que se
la expuse casi simultáneamente a mi buena amiga neoyorquina, July Padani,
cuando le escribí la siguiente carta:
… No voy a
negarte que, por muy hombre que seas, impresiona encontrarte ante semejante adonis,
con sus ojos verdes, aventajada estatura[110]
y atlética complexión. También le acompaña la voz, sonora y grave, que hace
juego con el tesitura del violoncello, que se dice tocaba bastante bien en su
adolescencia. Pero, en cuanto empezó a entrar en materia -o a intentarlo, pues
Atkins le cortaba y glosaba a cada momento- pude darme cuenta de que no tenía ni
idea de lo que está pasando en España, ni de las ideas y valores que
presuntamente están allí en juego. Tengo para mí que Mister Mayer lo había embarcado
de mala manera, haciéndole aprender la lección de que el general Franco era
un gran tipo y la República, una panda de desharrapados que cuelgan a los burgueses
de las farolas… La cosa se pasó de rosca, cuando el pobre Robert, sin
contradicción por parte de su mentor, ensalzó a los alemanes por su ayuda a los
rebeldes -pese a todo, mantuvo esa denominación peyorativa, que sabes es
la corriente en tu país-. Yo le solté una fresca, igual o parecida a esta: Pero
los alemanes llevarían a un campo de concentración al Señor Mayer. ¿No sabe
usted cómo tratan a los judíos? Taylor empezó a balbucear y el Señor Atkins,
muy cortésmente, decidió que era la hora de que el actor regresara al set de
rodaje… La verdad, July, salí muy descorazonado de la entrevista. Si el apuesto
mocetón de Nebraska es lo mejor que la MGM ha encontrado para ilustrar la
nómina de actores franquistas, prefiero que sigan como hasta ahora, inoperantes
y calladitos…
***
No sé de dónde
sacaría Vivian el hermoso vestido largo, color fucsia, con que me sorprendió
gratamente -y, al parecer, también a nuestros compañeros de cena-. Por mi
parte, alquilé un sencillo esmoquin y demás complementos en una tienda apropiada
de North Rodeo Drive, en Beverly Hills. Así ataviados, bajamos de un
taxi ante la mansión del matrimonio March que, aunque grande y estilosa, no
creí que fuera ninguna joya de la arquitectura. Luego, me enteraría de que, en
efecto, así era considerada, lo que obviamente denota el buen gusto de sus
propietarios al encargar su construcción a un arquitecto notable[111].
Pero, naturalmente, no estábamos para admirar el edificio, ni siquiera los
detalles de su amueblamiento sino, ante todo, qué personas eran las que
compartirían con nosotros la velada. Fueron llegando poco a poco, lo que me
facilitó ir saludando y cambiando las primeras impresiones con los otros ocho
invitados. En mi amplia referencia a la reunión, enviada a Luca de Tena y a
Arias-Paz, recogía la selecta lista de comensales -la verdad es que
impresionaba la cantidad de fama y de talento que se había reunido en la
casa, aquella tarde-:
… Además de los
anfitriones, Fredric y Florence March, y de Vivian y yo, fueron llegando y
tomando bebida y asiento el matrimonio Franchot Tone – Joan Crawford; el
formado por Melvyn Douglas y Helen Gahagan Douglas; Madeleine Carroll y Louise
Rainer; la escritora y guionista, Dorothy Parker, y el director, Lewis
Milestone. Como verá, cuatro de ellos -March, Tone, Rainer y Milestone- figuran
en la lista negra publicada a comienzos de año, como asistentes al acto
de adhesión a la República organizado por Adolf Zukor[112];
pero, en realidad, todos ellos son conocidos como desafectos a la causa nacional,
y supongo que, de proseguir el método de boicot, acabarán siendo incluidos en
las represalias…
Casa del matrimonio March, hacia 1934
Como no estaba
seguro del papel que se me reservaba en la velada, pregunté a Fredric si -como
es habitual en ciertas comidas concurridas y organizadas en América- habría de
mantener el tema de conversación mientras los demás daban buena cuenta de los
manjares, o si mi participación tendría un carácter informal. March me indicó
que sería un término medio: cenaríamos sin mantener una charla sobre tema determinado,
pero, al acabar, nos retiraríamos al salón o, si la temperatura era demasiado
cálida, al jardín, donde tendría ocasión de exponer mis puntos de vista durante
un cuarto de hora, aproximadamente, antes de que se abriera el diálogo, en el
que, a no dudar, sería yo víctima de las objeciones y preguntas de los
demás asistentes.
Como invitado
especial, me correspondió sentarme a la derecha de Mistress Florence Eldridge
March, teniendo a mi diestra a la pequeñita y angelical Louise Rainer quien,
como ya me figuraba, era dulcísima de rostro pero incisiva y muy directa en su postura
política. A Vivian, además de March, le correspondió recibir las atenciones y
conversación de Milestone, seguramente aleccionado por el anfitrión de que la
muchacha era una invitada de circunstancias, que se encontraría bastante
desplazada en aquel ambiente de campanillas. El hecho es que, desde la
distancia, yo la notaba relajada y muy conversadora, mientras yo concentraba mi
atención en ultimar y resumir lo que sería el discurso introductorio de la
parte dialéctica de la noche. Así le contaba por carta a Luis Bolín el
hilo conductor de aquel ovillo que tendría que desmadejar:
… Dirás que soy
un poco racista, pero, mientras daba cuenta del magret de ganso, recorrí
con la vista toda la mesa y, como en un fogonazo, me vino la clave: De una manera
u otra, la mayoría de los comensales eran judíos, en mayor o menor grado y, por
tanto, enemigos radicales de todo lo que oliese a nazi, incluidos sus aliados. Milestone
y Rainer eran judíos e inmigrantes en América. Dorothy Parker, judía izquierdista,
buena escritora que solo estaba coyunturalmente en Hollywood por estar casada
con un actor. Melvyn Douglas era hijo de judío emigrado; había hecho con su
mujer un viaje a Alemania para conocer la situación y habían vuelto horripilados
de lo que habían visto. Su esposa estaba iniciando una prometedora carrera
política en el partido demócrata, a cuya ala más progresista pertenecía. March
era de una familia tradicionalmente demócrata. En suma, un auditorio dispuesto
a todo, menos a tragar con los ideales de nuestro Movimiento. Habría que
conformarse con menos…, con mucho menos.
… Así pues,
querido Luis, al llegarme el turno de abrir el debate, me acogí a las amistosas
palabras de presentación de March: Yo era un corresponsal y un defensor de la libre difusión
cinematográfica, más que un propagandista político a favor de los rebeldes
y en contra de la República. Miré ostensiblemente el reloj; dije de forma audible
para todos, quince minutos, ni uno más, y empecé…
¿Cómo te resumiría
mi discurso, si puede llamarse así? Procuraré recoger el guion en unos pocos
puntos hilvanados: 1º. La guerra de España no es de militares contra civiles,
sino de medio país contra el otro medio: el resultado de las elecciones de
febrero del pasado año lo indica[113]. 2º. Tampoco es de nazis contra
comunistas: La alianza militar es inevitable para poder vencer, pero, por lo
que a los rebeldes respecta,
de sus cuatro grandes grupos (militares; monárquicos y tradicionalistas;
derechistas de la CEDA y afines; falangistas), solo el último de
ellos tiene veleidades y similitudes fascistas, más que nazis. 3º. El
alzamiento no fue sencillamente una rebelión militar contra un régimen legítimo,
sino contra una República que se deslizaba inexorablemente hacia la ilegalidad
y la revolución, habiendo visto con total indiferencia el asesinato de Calvo
Sotelo por fuerzas policiales. 4º. La brutalidad y los asesinatos son,
desgraciadamente, patrimonio de ambos bandos, como también la inexistencia de
libertades. 5º. En esta situación, no es lógico que, ni el Gobierno, ni las
personas responsables en Hollywood, se decanten por apoyar a unos ni a otros,
sino por ayudar a evitar masacres y miseria de la población civil de ambos
bandos, no de uno solo de ellos. 6º. Por lo mismo, no ayudan gestos, como
el de los brigadistas internacionales americanos, que, a espaldas de su
Gobierno, van a combatir por los republicanos, siendo en su mayoría del partido
comunista, como bien se sabe en los Estados Unidos. 7º. Esa noche, yo simbolizaba
ante ellos a las gentes razonables del bando franquista, que están dispuestas a
hacer lo posible por ahorrar boicots y abrir las puertas de nuestra zona para
que se sepa de primera mano lo que está pasando en ella; pero, para lograrlo,
necesitamos de la prudencia y la imparcialidad de los cineastas americanos, que
hasta ahora han brillado por su ausencia… Como verás, muchas cosas para un
lapso que, dado el silencio e interés mostrados por mi pequeño auditorio,
alcanzó los dieciocho minutos -por lo que me disculpé-.
El coloquio que
siguió fue de lo más animado y, gracias al anfitrión y a mi tendencia al
equilibrio en estos temas -conocía demasiado bien la situación española, como
para decantarme con firmeza por ninguna de las dos opciones en liza-, se
desarrolló de forma viva, pero correcta y en los términos que yo ya
esperaba: De una parte, la alianza de Franco con Hitler y Mussolini, todo lo
justificada que se quisiera en términos bélicos, pero intolerable para quienes
-como la mayoría de ellos- eran judíos y de izquierdas; sin que se considerase
más que un mero paliativo el que la República se aliase con la URSS, juzgado un
antagonista más tolerable y menos peligroso para las democracias occidentales.
De otro lado, la forma brutal de llevar la guerra en Madrid, Guernica y otros
lugares, famosos por los bombardeos y el sufrimiento de mujeres, niños y
ancianos -yo les recordé la persecución religiosa; las masivas sacas de
presos de las cárceles madrileñas para asesinarlos; o la batalla campal en
Barcelona de los regionalistas y comunistas contra los anarquistas y el POUM,
con centenares de víctimas. Pero, por menos conocidos o más circunscritos,
estos episodios les hicieron menos mella-. Finalmente, el deseo de ayudar, de
ser eficaces y honestos, lejos de la imagen popular de las estrellas de cine,
como gentes sin conciencia y preocupados solo de su apariencia y su caché. Yo
los animé para que ayudasen a los necesitados de ambos bandos, aunque, a decir
verdad, había más carencias en el bando republicano, por culpa del desgobierno
al que se había llegado en su zona. Solo dio una nota discrepante, a mi favor, Madeleine
Carroll quien, como rica británica, se había comprado una villa o masía en la
Costa Brava, la cual, según afirmó, le había sido decomisada sin previo aviso,
para uso y disfrute de alguno de los grupos políticos o sindicales republicanos[114].
Terminaba mi carta
a Bolín, con estas frases:
… Eran casi las
dos de la madrugada, cuando levantamos el campo, excitados por la discusión y,
tal vez, también por el exceso de libaciones -aquí se bebe que no veas-. Yo me
ofrecí para tener alguna reunión con auditorios más amplios, durante los pocos
días que tengo pensado permanecer todavía aquí. Para mi sorpresa, Fredric indicó
que contaba conmigo para una velada en su casa, en la cual se proyectará en
rigurosa première un gran documental, financiado por los amigos
antifascistas, rodado en las proximidades de Madrid por un tal Joris Ivens[115].
No le prometí mi presencia y aproveché para darles a todos la referencia y
señas de nuestro representante Cárdenas en Nueva York, si bien -entre nosotros-
no sé si eso será matar o espantar… En conjunto, Luis, opino que esta gente es irreductible
y que lo que estoy haciendo es poco más que pasearme por California y aprender
algo más del mundo del cine. El tiempo dirá si me muestro pesimista en demasía.
Por cierto, si alguien salió de
aquella reunión con buen humor y esperanzas fue Vivian, con quien había quedado
en firme Joan Crawford, para que le hiciesen una prueba en los estudios MGM,
o en la Columbia, donde tenía excelentes relaciones, a través de la
mujer de su magnate, Harry Cohn. Agradecida, la joven se ofreció a continuar la
velada en el hotel a solas conmigo, pero cómo estaría de fatigado, que le di un
beso de buenas noches y la despaché, con su vestido fucsia ya un tanto
arrugado, camino de su habitación.
5.
Entre California y Nueva York. Al correr del tiempo
A la mañana
siguiente, recibí una breve nota en el hotel, firmada al alimón por los March,
aunque supongo que redactada solo por el marido. Era de lo más grato, aunque a
la postre se evidenciara nada profética:
… Le
felicitamos por su sincera y clara exposición de la situación en España y del
comportamiento de los bandos en lucha. Estamos seguros de que, como ha pasado
con nosotros, sus palabras harán honda mella en el pensar y sentir de los demás
amigos que nos acompañaron… Estamos deseando colaborar con usted para que sus
ideas lleguen al mayor número posible de gentes del cine… Esperando volver a
verlo pronto, así como a su encantadora amiga Vivian, lo saludamos con toda
deferencia y cordialidad.
Estábamos
empezando junio y, como era de rigor, el calor y la humedad me azotaban y
cubrían de sudor, cada vez que me llegaba a Los Angeles en plan turístico o de
compras. En consecuencia, opté por no moverme del hotel y de sus alrededores,
salvo para las excursiones de fin de semana, con o sin Vivian, que estaba en un
sinvivir, hasta que le hicieron, y con éxito, las pruebas de imagen y
actuación. Era el principio de una interesante carrera cinematográfica, de la
que no puedo hablar, a petición de ella, toda vez que, en los Estados Unidos de
la guerra fría, no está muy bien visto el deber la carrera a recomendación de
una estrella que confraternizó con la República española.
No debía de estar
descontento de mi viaje el Señor Luca de Tena ya que, a mi sugerencia de alargar
la estancia californiana y asistir a la proyección del documental anunciado por
March, puso a mi disposición en la Banca Morgan un cheque de mil dólares,
con la sugerencia de que volviese a la carga con los censores americanos, pues
no le parecía de recibo que se preparase el acceso a las pantallas de
documentales rodados solo en la zona republicana, o de películas con títulos
tan expresivos y de color local, como el de El último tren de Madrid[116].
Así pues, no tuve más remedio que volver a entrevistarme con Mister Breen quien
esta vez demoró bastante el recibirme. Me dio las explicaciones oportunas respecto
del último tren, aunque creo que yo le repliqué de manera irrefutable:
-
No
puedo referirme al contenido de la película -dije-, dado que no ha sido
estrenada, pero sí he de protestar de que se cite expresamente a Madrid,
incluso en el título, dado que el Código por el que se rigen ustedes no
permite hacer alusiones o dar detalles que permitan deducir indudablemente a
qué guerra en que son neutrales se están refiriendo.
Breen decidió
cambiar de conversación y, en lo tocante al documental que iba a proyectarse en
casa de Fredric March, me indicó que los documentales quedaban, en principio,
fuera de la obligación de contar con certificado o pase oficial:
-
Dado
que se va a proyectar en un pase privado y que usted está invitado -arguyó-, nada
podemos hacer. Véala y, si rebasa los términos de una película documento, está
a tiempo de denunciarlo y yo les obligaré a que me la presenten.
-
¿Y
si, aunque sea un documental, resulta claramente sesgado y propagandístico?,
inquirí.
-
Nada
podría hacerse, ya que la clave para nuestra competencia es que el film sea de
ficción y, mejor aún, cuando intervienen actores profesionales[117].
No sé muy bien por
qué pero, en esta segunda ocasión, el Señor Breen me pareció menos predispuesto
a nuestro favor que en la primera. Tal vez, su catolicismo se había vuelto
menos militante, al haber cesado casi del todo las masacres de sacerdotes -la
verdad es que pocos quedaban para perseguir-, o porque Pío XI parecía cada vez
más decidido en contra del nazismo. El caso es que la siguiente película sobre
nuestra guerra fue de un favoritismo republicano que echaba para atrás[118].
A mí ya me pilló el estreno lejos de Los Angeles, pero tuve ocasión de escuchar
a Hays algo como esto:
-
En
efecto, me da la impresión de que Zanuck le ha colado un tanto al bueno de Joe
Breen. Quizás el hecho de que la película tenga un tono sentimental y paródico
le hiciese abrir finalmente la mano. De todos modos, ¡no sabe cómo recortó el
guion que le habían presentado al inicio!
***
La presentación de
The Spanish Earth[119]
ha pasado a la leyenda del Hollywood prorrepublicano como la cena de los mil
dólares. En efecto, no menos de mil dólares por cabeza se pagaron por
asistir a la première en casa del matrimonio March, el 11 o 12 de julio
de 1937 -no lo recuerdo bien-, después de un par de retrasos. En mi caso, Fredric,
con esa carga sarcástica que tan bien recogía su rostro, me concedió acceso gratuito,
con el compromiso de contestar al final de la proyección a cuantas preguntas me
formulasen los paganos asistentes. Me acuerdo de la identidad de todos
ellos, menos uno[120].
Como también recuerdo que el notable documental que tuve ocasión de seguir
tenía un esquema literario de Hemingway y Dos Passos y estaba narrado por Orson
Welles[121].
He de lamentar que
no se me dejase ver previamente el material, ni siquiera se me explicase de
antemano de qué trataba en concreto. Por lo demás, me mantuve impertérrito, aunque
impresionado por la calidad del auditorio (en especial, de los directores de
cine y, en lo literario, de Dashiell Hammett y Lillian Hellman, verdaderos tiburones
de la izquierda intelectual del país). Con todo, tuve una acogida amistosa
de quienes ya habían estado conmigo en la cena anterior, como Louise Rainer, Milestone
o Dorothy Parker, así como, por supuesto, del matrimonio anfitrión. Esta vez no
hubo colocación protocolaria; de modo que hice lo posible para emparejarme con la
menuda Louise[122],
charlando por los codos a propósito de las similitudes y flagrantes diferencias
entre el prometido documental que íbamos a ver y la película La buena tierra,
que habría de depararle su segundo Oscar, al año siguiente del primero[123].
Acabada la cena,
pasamos al salón de la casa, preparado ya como improvisada sala de proyección, con
la cooperación de personal de los estudios. De lo que sucedió después, daba
cuenta a Luca de Tena y a Arias-Paz, de la siguiente forma:
Fredric March y yo
convinimos en ver sin interrupciones la proyección, dado que no duraba ni una
hora y que podía parecer ofensivo cortar la narración de personas tan
relevantes como Hemingway y el joven Orson Welles que, a sus veintidós años, es
ya destacada figura en los escenarios de Broadway. De todos modos, como la
oscuridad era relativa, pude tomar algunas notas sobre frases o escenas
interesantes, con el tiempo de metraje en que se sucedían… Al concluir, hubo
calurosos aplausos, fruto, no solo de un público previamente entregado, sino de
la evidente calidad del trabajo fílmico, desarrollado por el Señor Ivens con
bien pocos medios, aunque con el pleno apoyo de las autoridades civiles y
militares de la República: eso es seguro[124].
Tras unos minutos de desahogo, March pidió silencio y me rogó que ocupase una
especie de sitial, en el lugar del que acababan de retirar la pantalla. En
medio de susurros, me senté en el sitio indicado y el anfitrión me hizo la
presentación, de forma bien afectuosa, por cierto. Yo le di las gracias;
manifesté mi emoción, tanto por tener ante mí a personas tan famosas y
relevantes, como por el documental que acababa de ver, hermoso en la forma y
tan doloroso para mí en el fondo. Creo que esas palabras los convencieron de
que iba a responderles con la mayor sinceridad posible.
… Naturalmente, no
entré en las cuestiones que se suscitaron de carácter técnico y formal acerca
de la película, para las que los presentes eran maestros y yo un profano de
escasa experiencia. Baste decir que la opinión general fue la siguiente: acierto
en el planteamiento general y en la estética formal; penuria de medios que se
aprecia, sobre todo, en las escenas bélicas; poca fuerza de convicción, trufada
de demasiada propaganda personalista de algunos líderes de masas, como La Pasionaria.
En la parte del
coloquio que me concernía, entiendo que satisfice buena parte de su curiosidad,
de la siguiente forma: 1º. La propiedad de la tierra está garantizada en la
mayor parte de España, en favor de los propios cultivadores; cuando menos, una
razonable ley de arrendamientos rústicos les permite estabilidad y cierto
margen de beneficio. 2º. En el sur latifundista de nuestra tierra -en cierto
modo parecido al Sur americano-, la explotación suele depender de jornaleros y
no estar suficientemente atendida ni mecanizada; la República trató de
solucionar el problema de manera tan brusca y carente de medios, que atentó
contra la propiedad de los terratenientes y se enajenó su apoyo, sin beneficiar
por ello a los trabajadores. 3º. Es cierto que, tras medio año de violencia y
desorganización, la República ha reconstituido sus bases militares, jurídicas y
de orden público, pero sin romper las veleidades revolucionarias de los
anarquistas, ni conseguir un equilibrio militar, que permita vislumbrar, bien
su triunfo, bien un armisticio o paz negociada de manera equilibrada. 4º. La
unidad simultánea de la vida militar y la defensa de la propia tierra es una
quimera, que solo puede darse en lugares, como el pueblo madrileño del
documental, en que el frente está a pocas millas del lugar de procedencia de
los soldados. 5º. Los republicanos no luchan contra una invasión de alemanes e
italianos, como tampoco los franquistas combaten contra rusos invasores: Se
trata de tropas aliadas por afinidad ideológica, que lamentablemente están
interviniendo en favor de cada bando, pero que no se mantendrán en el país,
cuando la guerra acabe, como no lo harán los brigadistas internacionales, entre
los que los americanos son numerosos. 6º. ¡Claro que hay bombardeos y una
situación terrible de mucha de la población civil!, pero en ambas zonas: cada
una sufre según el poder artillero y aéreo de los contrarios; Madrid sufre
mucho, porque es un millón de personas que la República ha permitido que
permanezcan al lado de un frente decisivo para el desenlace de la guerra.
… Creo haberles
dado, Don Manuel y Don Juan Ignacio, cuenta cabal y relativamente pormenorizada
de mi intervención en el acontecimiento reseñado. A juzgar por los comentarios
que me llegaron, hice un buen papel como acercador de la realidad española a
aquellos distinguidos hombres de Hollywood, aunque -como les insistí- es
esencial que periodistas, hombres del cine e intelectuales viajen también a la
España nacional,
para conocer las dos mitades de la verdad, pues esta solo puede ser una.
… No creo
necesario prolongar mi estancia en California más allá de este momento; de modo
que, si no se me indica otra cosa, haré las maletas y regresaré a Nueva York,
desde donde les rendiré un informe completo y alarde de gastos, dando por
terminada mi gestión especial.
***
Tenía ya el
billete de regreso a Nueva York, cuando me llegó la invitación de Mister Tone
para realizar en la proyección en su casa el mismo papel que había desempeñado
en la del matrimonio March. Aún no tenían fecha señalada, pero era de suponer
-me dijo por teléfono- que sería inmediata. Decliné sin vacilar el
ofrecimiento, alegando que entonces ya me hallaría en la ciudad neoyorquina, o
quién sabe si en España. Se mostró bastante contrariado, por lo que se me
ocurrió cambiar de tema y le comenté:
-
¿Sabe,
Señor Tone, que la película predilecta del líder de la Falange Española era una,
en que fue usted coprotagonista?
-
¿Cuál?
-
Tres lanceros bengalíes[125], repuse.
-
Pues
la próxima vez que vea a ese señor -replicó con adustez-, pregúntele por el
motivo de tal predilección, que yo lamento en lo que me toca.
-
Lo
siento -concluí-, pero no será posible. El Señor Primo de Rivera, hijo, fue
ejecutado por los republicanos hace unos meses[126].
Me colgó el
teléfono, con un escueto: Que tenga un buen viaje.
Llegado a la Ciudad
de los rascacielos, me esperaban, como era natural, algunas novedades, que July
Padani -de nuevo, mi anfitriona- me comunicó con estilo telegráfico:
-
Ya
inauguraron la Casa de España. A toro pasado -como dices tú-, te
llegó una invitación para la inauguración. Ahora creo que está en pleno
funcionamiento, dentro de lo que permite la canícula en Nueva york.
-
Hace
dos semanas, fui a ver, en el Criterion, The last train from Madrid. Vale poco
pero, si quieres verla, creo que no la habrán retirado aún de la cartelera[127].
-
De
la representación española te han telefoneado varias veces. Espero que el FBI
no me busque las vueltas por hospedar a un amigo de los nazis.
En fin, la vida
seguía. Cumplí con el compromiso de informe detallado y rendición de cuentas,
siendo mejores sus efectos de lo que merecían mis resultados prácticos. Luca de
Tena me mantuvo durante toda nuestra guerra en Nueva York, como corresponsal todoterreno
y, acabada la contienda, hizo lo necesario para que me fichara la nueva agencia
estatal EFE, que pagaba bastante bien a sus periodistas en el
extranjero. Con eso, no tenía ya disculpa para no convertir mi contrato de
hospedaje en matrimonial. No nos fue mal la cosa a July y a mí, pero no es este
un tema que deba airear y, menos aún, en un relato cinematográfico, como
el que ya voy a ir acabando.
Louise Rainer con su Oscar por La
buena tierra
En mi informe a
Luca de Tena, me sinceraba así:
… Estoy
convencido, Don Juan Ignacio, de que, ni yo, ni nadie, podrá superar la enorme
ventaja que nos llevan los republicanos en Hollywood; no por méritos propios,
en realidad, sino por el predominio izquierdista de los intelectuales y de los
cineastas concienciados en toda California. Antes, por el contrario, la acción nacional
en Hollywood estará cada vez más limitada por el temor americano creciente a
los nazis, que incluso parece que se evidencia en el control y posible
espionaje por el FBI de nuestra representación en Nueva York. La verdad, creo
que Franco puede darse con un canto en los dientes, si Roosevelt sigue
manteniendo la neutralidad benévola, que permite la llegada del petróleo tejano
a nuestra zona… Entre tanto, que se olviden de tender lazos con el cine
americano y que sigan prohibiendo las películas que lo merezcan, que no serán
muchas, pues -también casi sin comerlo ni beberlo- tenemos a nuestro favor a
los Señores Hays, Breen y compañía, gracias al apoyo católico y a una tradición
de respeto hacia los países extranjeros, que no tiene por qué cambiar a medio
plazo…
Por lo demás,
siguieron los estrenos de algunas películas que hicieron poner frenéticos a los
esbirros falangistas de nuestra legación, a quienes el propio Cárdenas
trataba de refrenar con escaso éxito. Así, el 20 de agosto de aquel mismo año
1937, tuve ocasión de asistir al estreno público de mi ya conocida, The
Spanish Earth, en una modesta sala de la calle 55[128]
y con una más modesta aún asistencia de espectadores. Y, apenas una semana
después, se proyectó en estreno mundial riguroso aquella película que, según
Hays, era un tanto que Zanuck le había marcado a Breen[129].
En lo que a mí respecta, el tanto me lo marcó la actriz Loretta Young, que
estaba verdaderamente preciosa. Y, para acabar con los estrenos polémicos,
aludiré al de Blockade[130],
en junio de 1938, que yo recuerdo con nostalgia, debido a que July y yo lo
vimos recién casados.
***
De mis días de
estancia en Hollywood, allá por 1937, he conservado, además del recuerdo, algunas
amistades. Sin duda, la palma se la lleva el matrimonio March, verdadero
ejemplo, ambos, de moral y profesionalidad. En varias ocasiones, tuvimos July y
yo la oportunidad de acudir en Broadway a representaciones en que actuaban,
cenando luego con ellos. Más llamativo fue mi encuentro con Fredric poco
después la guerra de Corea, con ocasión de andar yo por Japón[131]
a la busca de algún reportaje, y él, rodando algunas secuencias de la exitosa
cinta de tema bélico casi coetáneo, titulada Los puentes de Toko-Ri[132].
Recuerdo que, después de algunas copas, me atreví a insinuarle algo sobre la
decadencia física -la verdad es que lo noté envejecido y cansado, aunque aún le
quedaban muchas películas y dramas por delante-. Le dije:
-
Me
parece, Fredric, que ya no estamos para estos trotes.
Él entendió en toda
su extensión mi queja, pero respondió en caballero, como siempre:
-
Estamos
mustios porque estamos muy lejos de nuestras esposas.
Y para esposas, la
del conocido político republicano, Juan Simeón Vidarte, llamada -a la catalana-
Francesca, joven, culta y muy bella, hasta el punto de concitar la admiración en
cualquier lugar al que acudiera[133].
Había acompañado a su esposo, en el otoño e invierno de 1937-1938, a un largo
viaje, en que visitarían Méjico, Cuba y Estados Unidos. Cárdenas me lo advirtió,
con prevención:
-
Tengo
entendido -me dijo- que va a visitar Hollywood y que, desde Méjico, le han
preparado muy bien el programa.
-
Lo
siento, Don Juan Francisco, pero no puedo dejar mis ocupaciones aquí para
viajar hasta Hollywood. Por otra parte, las cosas están muy controladas y no
pasará de una mera turné de espectáculo y propaganda.
Así creo que fue,
en efecto. Pero mes y pico después, tras pasearse por Cuba, el matrimonio
Vidarte acabó recalando en Nueva York, con vistas a embarcar en el Queen
Mary, rumbo a Europa. Cárdenas volvió a insistir en que marcara de cerca
al prócer republicano y yo decidí ir por derecho, como suelo hacer. Y, por
esta vez, acerté de lleno, pues resultó que también a él le habían hablado en
California de mi presentación de Tierra de España en casa de March.
Congeniamos por la sencilla razón de que, cada uno con sus ideas e intereses,
los dos éramos equilibrados, sensatos y nada violentos. Me presentó a su esposa
y tuve la ocurrencia de invitarlos a tomar el té en nuestro pisito de la calle
Mercer. Aún me acuerdo con asombro del núcleo de nuestra conversación:
-
Bernárdez,
voy a hablarte como buen periodista, aunque voy a ser yo quien haga las
preguntas.
-
Dispara,
Vidarte.
-
¿Conoces
a Norman Thomas, el político socialista[134]?
-
Superficialmente.
Me parece un buen tipo, aunque sea socialista.
Vidarte me rio la
gracia y prosiguió con el interrogatorio:
-
Me
dijo el otro día que, tanto nos daría a rebeldes y leales que
gobernasen aquí los republicanos o los demócratas, porque en cosas como la
política exterior son todos unos.
-
Te
contestaré que le doy la razón al 75%. Yo creo que os iría peor con los
republicanos, pero no nos caerá esa breva: Tenemos Roosevelt para rato. ¿A que
sí, July?
-
Por
supuesto, y encantada de que así sea -replicó risueña mi esposa-
-
Y
también me dijo -prosiguió Vidarte- que, en este país, es mucho más fácil y
eficaz entenderse con los industriales que no los políticos, si hay dólares de
por medio.
-
No
lo dudes. El industrial, a cambio de tu dinero, te dará mercancías, aunque a
precio elevado. El político te dará buenas palabras y se guardará el dinero en
los bolsillos… ¿No pasa así también en España?
-
Ahora
no, al menos, en nuestra zona, bromeó Vidarte. Y voy con la última.
-
Venga,
que se me está enfriando la infusión.
-
Agregó
Thomas que alguien puro y honesto, como Fernando de los Ríos, fracasará en la
campaña contra el embargo porque tiene demasiados escrúpulos para entenderse con
los fabricantes de armas y ofrecerles -aunque sea bajo cuerda- un contrato
fabuloso. ¿Qué opinas?
-
Opino,
amigo Vidarte, que ya tenéis la guerra prácticamente perdida y a Stalin debajo
de la cama. Y también opino que cada momento histórico requiere un tipo de
hombre para tener éxito… A buen entendedor…
Esta vez fue
Francesca la que metió baza, de forma algo excesiva:
-
Me
parece estar oyendo a Álvarez del Vayo[135].
Y pasamos, sin más
demora, a ocuparnos de la merienda.
***
Solo unas pocas
pinceladas más sobre cine, para dejar completo, a mi juicio, el cuadro pintado
en este relato. Siguiendo un cierto orden cronológico, ha de ser la primera una
que, si yo me ufanase de mi trabajo, podría apuntar en mi haber. Me refiero a
que, tras una etapa de boicot más o menos severo al cine en que participaban claros
partidarios de la República, Franco y sus colaboradores fueron suavizando las
normas, sin perjuicio de mantener en todo caso la prohibición de aquellas
películas que la censura juzgaba inadecuadas políticamente. En cualquier caso, el
reflujo fue tan lento y al compás de la situación nacional e internacional, que
no lo creo fruto de reflexiones ni de consejos, sino de que las normas -aunque
sea tarde y mal- han de irse ajustando a las circunstancias[136].
El segundo trazo
alude a los estudios Cifesa. Con la ayuda de unos y de otros, así como
el talento y buen hacer de sus responsables, dicha empresa remontó la crisis de
los primeros tiempos de nuestra guerra, alcanzando un notable éxito en el
periodo comprendido, aproximadamente, entre 1945 y 1955[137].
Don Vicente Casanova siempre me ha recordado con afecto, hasta el punto de
hacerme una oferta irresistible:
-
Si
vienes por España, tendrás dos entradas gratis para cualquier sala en que se
proyecten nuestras películas.
Así que me parecía
estar volviendo a los tiempos de El Norte de Castilla, solo que sin
tener que hacer la crónica o crítica de lo que viera.
El tercero es un chafarrinón,
pues me resulta imposible, tanto desarrollar el tema, como no citarlo. Me
refiero a la grave importancia que tuvo el haber apoyado a la República
Española en la caza de brujas[138]
que se desató en los Estados Unidos durante la guerra fría, sobre todo,
bajo el presidente Truman[139].
¡Cuántos de los ilustres cineastas que yo conocí en el año 1937 se vieron
implicados en aquel proceso, hasta el paro forzoso, el destierro obligado o el
deshonor! Afortunadamente, Fredric March no resultó alcanzado por aquella cruel
ola de pánico y tiranía, que, una vez superada, todos decimos lo mismo: No
debe volver a repetirse.
O, como suele ser
proverbial en el cine americano, que lleguemos todos a un happy end, a
un final feliz…, como el que les deseo a todos ustedes.
Programa de mano de Love under fire (1937)
[1]
Tal vez en recuerdo de su propia guerra civil (1861-1865), los medios
informativos norteamericanos solieron dar a los bandos españoles en liza (1936-1939),
los epítetos de rebeldes (rebels) y leales (loyalists). Con esta
base, empleo en el relato dichos adjetivos, alternando con sus equivalentes
históricos españoles, sobradamente conocidos para los lectores de esta
nacionalidad (nacionales, franquistas, sublevados…, en un caso; republicanos o
rojos, en el otro).
[2]
Alusión al famoso escritor, Miguel Delibes Setién (1920-2010), natural de
Valladolid, y a la primera frase de su novela El camino, aparecida en
1950.
[3]
Emilio Mola Vidal (1887-1937), general de Infantería, fue el Director, o
máximo organizador, del golpe de Estado militar contra la República, que cuajó
en el estallido del 18 de julio de 1936. Palencia está a unos 50 kilómetros de
Valladolid, lo que explica el calificativo de casi conterráneo,
empleado unas líneas atrás.
[4]
La agencia de noticias Fabra fue fundada en Barcelona en 1919,
desapareciendo al final de nuestra guerra civil (1939), y está considerada como
la más importante de España en su tiempo. El diario ABC se fundó en 1903
y continúa publicándose a día de hoy (2022), llegando a ser durante la
República (1931-1936) el más difundido medio periodístico de derechas.
[5]
Por coincidencia de edad y estudios, pienso que el narrador se referirá al hijo
primogénito del entonces director de El Norte de Castilla, Alfonso de
Cossío Corral (1911-1978), aunque es dudoso que se hallara en Valladolid por
aquellas fechas -a no ser por vacaciones-, pues ya era entonces catedrático de
Derecho Civil en la Universidad de La Laguna (Santa Cruz de Tenerife).
[6] Francisco de Cossío Martínez-Fortún
(1887-1975), director de El Norte de Castilla entre 1931 y 1943. El
Norte de Castilla es el periódico emblemático de Valladolid, fundado en
1854 y felizmente en activo en la actualidad. Movimiento (Nacional):
denominación dada a su sublevación por los alzados contra la Segunda República
española.
[7]
Sin perjuicio de afinidades ideológicas,
la agencia Fabra, como otras españolas de la época, se inclinaron del
lado republicano, debido a que este mantuvo en sus manos Madrid y Cataluña. El
franquismo se tomó la revancha tras su victoria, al incautarse de tales
agencias y refundirlas en una nueva y oficial del régimen vencedor: la agencia EFE
(1939).
[8]
Periódico falangista de Valladolid, fundado por Onésimo Redondo en 1931 y
desaparecido en 1979. Iniciado como semanario, paso a publicarse diariamente en
agosto de 1938.
[9]
Falange Española (principal partido político del bando sublevado) había sido
fundada en 1933. Habida cuenta de que aún no se había oficializado en la zona
rebelde el carné de periodista, la pertenencia a dicho partido venía a
equivaler a un marchamo para desempeñar con seguridad la citada profesión.
[10]
Enrique Berzal de la Rosa, El Valladolid republicano, Anidia editores, Salamanca,
2008, pp. 49-50, apunta la cifra de unos 500 falangistas de Valladolid y
provincia, antes de la guerra. De hecho, en las elecciones generales de febrero
de 1936 en la provincia vallisoletana, la candidatura falangista apenas obtuvo
el 2% de los sufragios.
[11]
El edificio hacía esquina, también, a la calle Montero Calvo, cuya entrada era
la más usada por los trabajadores del diario. Así que Bernárdez entró por la
puerta grande.
[12]
Underwood Typewriter Co., con sede en Nueva York, empezó a fabricar máquinas
de escribir en 1895, y así continúa hoy (2022), tras fusionarse con Olivetti en 1959.
[13]
El cálculo de Bernárdez era aproximado, pues la cotización peseta/dólar -en
vísperas de nuestra guerra civil- era en la Bolsa de Madrid de Madrid de 7,35
pesetas por dólar, siendo de suponer que se hubiese disparado en contra de la
peseta, al estallar y prolongarse la contienda. Véase P. Martínez Méndez, Nuevos
datos sobre la evolución de la peseta entre 1900 y 1936. Información
complementaria, Banco de España, Madrid, 1990, p. 15 (puede consultarse por
Internet).
[14]
Las cifras de muertos -en su inmensa mayoría, sacerdotes y frailes- fueron
calculadas a bulto, y frecuentemente hinchadas, por las fuentes de la
época. Actualmente, el número de obispos, sacerdotes, frailes, monjas y
seminaristas puede ofrecerse casi con exactitud, entre 6.500 y 7.000, pero
sigue siendo oscuro el de laicos asesinados por el mero o principal hecho de
significarse como católicos (¿unos 3.000?). Según eso, la cifra total de víctimas
mortales de la persecución religiosa en la zona republicana española durante la
guerra (sustancialmente, en su primer año) podría ser de unas diez mil.
[15]
Bernárdez alude a Woodrow Wilson (1856-1924), presidente entre 1913 y 1921
quien, en la campaña de 1916 por su reelección, hizo al electorado la promesa
formal de no entrar en la guerra europea.
[16]
Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres (1897-1975), escritor y
periodista, director y propietario de ABC desde la muerte de su padre,
en 1929. Desde esa misma fecha venía funcionando en Sevilla una redacción
complementaria del medio, a fin de publicar una edición especial para Andalucía.
Dicha sucursal sería el germen del ABC de la zona sublevada, en
tanto que la versión madrileña era incautada por elementos sindicales
frente-populistas, que le dieron el tono informativo e ideológico contrario al
sevillano, como era de suponer. En el capítulo siguiente, el narrador tendrá
ocasión de hacer algunas puntualizaciones adicionales respecto del ABC sevillano.
[17]
Gonzalo Queipo de Llano y Sierra (1875-1951), el famoso general del que se
hablará en el capítulo 2, era hijo del juez municipal de Tordesillas al momento
de su nacimiento (Gonzalo Queipo de Llano Sánchez), y se casó con Genoveva
Martí Tovar en 1901, cuando el padre de la novia era presidente de la Audiencia
Territorial de Valladolid.
[18]
José Antonio González-Santelices Cayón (1907-1936), abogado del Estado y distinguido
redactor sobre temas literarios de El Norte de Castilla. Fue condenado
por rebelión militar a treinta años de reclusión mayor. So pretexto de su traslado desde prisiones de
Valladolid a las de Salamanca, fue asesinado en el camino por los falangistas
que llevaban a cabo ese simulacro de conducción. Dejó viuda y un hijo de
corta edad. Véase, Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, Valladolid,
1936. Todos los nombres, tomo I, Valladolid, 2014, pp. 475-476.
[19]
Seudónimo taurino de Emilio Cerrillo de la Fuente (1899- c.1983) quien, entre
1927 y 1980, fue redactor -efectivo o emérito- de El Norte de Castilla,
para temas teatrales, taurinos y de espectáculos.
[20] Diario
valenciano fundado en 1866 y felizmente existente en la actualidad.
[21]
Grand Canary, película dirigida por Irving Cummings en 1934, producida
por Fox Films Corporation, y basada en la novela homónima del conocido
autor, Archibald Joseph Cronin (1933).
[22]
Sobre la polémica provocada por este film, véanse: Gonzalo M. Pavés, “Grand
Canary”: el viaje imaginado de la Fox, www.cervantesvirtual.com; Gonzalo
M. Pavés, En defensa del honor patrio. Un caso de censura en la II República
Española, XX Coloquio de Historia Canario-Americana, Casa de Colón, Las
Palmas de Gran Canaria, 2004, pp. 956-966 (accesible por Internet).
[23]
Luis Calderón Martín, embajador de España ante los Estados Unidos entre el 8 de
marzo de 1934 y el 10 de septiembre de 1936. Por afinidad con el bando
sublevado, el Señor Calderón solicitó la excedencia voluntaria de su puesto,
respondiendo el Gobierno de la República con su separación del servicio
diplomático (Decreto de 9 de septiembre de 1936). El 19 de septiembre de 1936
sería designado por el Presidente de la República para dicho cargo diplomático
el profesor y diputado, Fernando de los Ríos Urruti.
[24]
El llamado Código Hays (estrictamente, Motion Picture Production Code)
fue publicado en 1930 y rigió la autocensura de la cinematografía
americana entre 1934 y 1967.
[25]
William Harrison Hays, Jr. (1879-1954), político y abogado estadounidense,
presidente de la Motion Picture Producers and Distributors of America
entre 1922 y 1945.
[26]
Cordell Hull (1871-1955), Secretario de Estado de los Estados Unidos entre 1933
y 1944, premio Nobel de la Paz de 1945, como padre de la Organización de
las Naciones Unidas. Franklin Delano Roosevelt (1882-1945), Presidente de los
Estados Unidos entre 1933 y 1945 (por fallecimiento).
[27]
Juan Carretero Luca de Tena (1890-1952), director del ABC sevillano
entre 1929 y febrero de 1937.
[28]
A lo ya dicho en la nota 17, añadiré ahora que como general de división jefe de
las fuerzas sublevadas del Sur, y por su propio carácter independiente y
díscolo, ejerció durante los primeros tiempos de la guerra civil un poder
omnímodo, civil y militar, que acabó granjeándole la envidia de sus compañeros
y el enfado del Generalísimo Franco, que fue marginándolo, a partir de
principios de 1938.
[29] Nombre
vulgar de Valladolid, que se remonta a la Baja Edad Media.
[30]
La autocensura periodística de las charlas de Queipo se da por cierta, a
petición de Franco, una vez fue este designado Generalísimo y Jefe del Estado.
Tal control resultaba casi obligado, habida cuenta de que las soflamas de
Queipo de Llano por Unión Radio de Sevilla eran obligatoriamente
recogidas por la prensa nacionalista, hasta su finalización en febrero
de 1938, así mismo, a instancia del Gobierno franquista. Algunas referencias
interesantes: Ian Gibson, Queipo de Llano: Sevilla, verano de 1936, Grijalbo,
Barcelona, 1986; Jorge Fernández-Cappel, Queipo de Llano. Memorias de la
guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2008; Paul Preston, The
psychopathology of an assassin: General Queipo de Llano, en Varios Autores,
Mass killings and violence in Spain, 1936-1952. Grappling with the past, Routledge,
Nueva York y Londres, 2015 (accesible parcialmente por Internet).
[31]
El aludido, Antonio Fontán, era un oficial de Ingenieros, muy vinculado con los
inicios de la radiodifusión española. Fue padre del muy conocido político y
lingüista, Antonio Fontán Pérez (1923-2010).
[32]
Luis Antonio Bolín Bidwell (1894-1969), abogado y periodista de gran relevancia
franquista (recuérdese su papel en el asunto del Dragon Rapide, avión
que transportó a Franco de Las Palmas a Tetuán, el 18 de julio de 1936).
Corresponsal de ABC en Londres en julio de 1936, ocupó luego el cargo de
adjunto en la Oficina de Prensa y Propaganda nacional, encargándose de
los contactos con los corresponsales extranjeros, de forma tan despótica e irrespetuosa
de la legalidad, que, a raíz del caso Koestler, fue cesado en mayo de
1937. Véase, Paul Preston, Idealistas bajo las balas. Corresponsales
extranjeros en la guerra de España, 1ª edición, Debate, Madrid, 2007, primera
parte, capítulo 4º.
[33]
La más importante empresa norteamericana
productora de petróleo, fundada en 1902. Desde 1959, es conocida como Texaco.
Bajo cuerda, se cree que llegó a vender al bando franquista unos tres millones
y medio de toneladas de crudo, por valor de 20 millones de dólares. La
personalidad que se hallaba detrás de la política filonazi de la
compañía hasta la entrada de los Estados Unidos en la II Guerra Mundial era el
noruego, nacionalizado americano, Torkild Rieber (1882-1968), a quien Franco
compensaría muchos años después (Decreto de 1 de abril de 1954) con la Gran
Cruz de la Orden de Isabel la Católica.
[34]
Generalmente, la fórmula era la de certificar el embarque para un puerto
europeo no español, desviando su ruta, a fin de descargar en la España nacional
o en su aliado Portugal. Véase, Dominic Tierney, Franklin Delano
Roosevelt and the Spanish Civil War: Neutrality and Commitment in the struggle
that divided America, Duke University Press, Durham (N.C.), 2007; Adam
Hochschild, Spain in our hearts: Americans in the Spanish Civil War,
1936-1939, Mariner (Harper & Collins), Boston, 2017.
[35]
Véase el libro de Adam Hochschild citado en la nota anterior. Se calcula que,
de los dos mil ochocientos estadounidenses que vinieron a luchar en las
Brigadas Internacionales (con visado de salida para otros países distintos del
español), un 62% tenían carnet del Partido Comunista norteamericano.
[36]
Vicente Gay Forner (1876-1949), catedrático de Economía y Hacienda Pública de
Valladolid durante casi toda su vida profesional (1905-1945). Sin perjuicio de
sus indudables méritos académicos, fue político y publicista de ideas y
veleidades nazis, antisemitas y, desde luego, golpistas contra la República. En
1908, publicó la primera edición de su famoso manual, Hacienda Pública
(Gráficas Santarén, Valladolid), totalmente renovado en 1942. Véase su
referencia biográfica en el Boletín de la Real Academia de la Historia, a cargo
de Elena San Román López.
[37]
Joseph Goebbels (1897-1945), político alemán, Ministro para la Ilustración
Pública y la Propaganda del Tercer Reich entre 1933 y 1945.
[38]
Acróstico de Compañía Industrial de Film Español, Sociedad Anónima, creada
en 1932 y con sede en Valencia. Tras una etapa de notable esplendor
(coincidente con la década de 1940), cerró sus puertas en 1961. La fundación
fue iniciativa de la familia Trénor pero, en apenas un año, pasó a los
Casanova, como luego se dirá.
[39]
El patriarca, Manuel Casanova Llopis (1874-1949), dejó pronto la empresa
fílmica en manos de sus hijos, Vicente y Luis Casanova Giner. El primero de
ellos (1909-1995) fue la gran figura de la compañía durante nuestra guerra
civil y en los ulteriores años de su esplendor.
[40]
Empresa fundada en 1918, actualmente subsistente en el seno de la multinacional
japonesa Sony. Entre 1918 y 1958, fue su presidente Harry Cohn (1891-1958).
[41]
Tal medida prohibitiva, acordada a comienzos de 1937, es sobradamente conocida:
Véanse, por ejemplo, Domènec Pastor Petit, Hollywood responde a la Guerra
Civil (1936-1939), Ediciones de la Tempestad, Barcelona, 1997, para un
enfoque general; y, más brevemente, Emeterio Díez Puertas, El montaje del
franquismo. La política cinematográfica de las fuerzas sublevadas, Laertes,
Barcelona, 2002, pp. 223-228. La Secretaría General de la Jefatura del Estado
se hallaba a la sazón (octubre 1936-enero 1938) dirigida por el hermano del
Generalísimo, Nicolás Franco Bahamonde (1891-1977).
[42]
Eran las dos ciudades (junto con Valladolid) en las que se repartían entonces
las sedes de las instituciones y órganos de gobierno de los nacionales.
[43]
Juan Francisco de Cárdenas y Rodríguez de Rivas (1881-1966), diplomático, que
desempeñó funciones de representante oficioso de Franco en los Estados Unidos
(1936-1939) y, seguidamente, de embajador de España en Washington (1939-1947).
Previamente, ya había sido embajador en los EE.UU. (1932-1934) y en París
(1934-1936).
[44]
Dora Lennard Crosby, al parecer, irlandesa de origen, se casó con un profesor
canario, Antonio Alonso Fernández, adquiriendo la nacionalidad española. Se
dice que dominaba nueve idiomas, siendo traductora jurada del Ministerio de
Asuntos Exteriores, así como para el Generalísimo (en inglés y francés) desde
la época de la guerra civil. Fue autora, entre otras muchas publicaciones, de
un extenso artículo encomiástico, Franco, de cerca, que adquirió gran
notoriedad en medios anglosajones, habiendo aparecido originariamente en The
Morning Post (20 de julio de 1937). La Señora Lennard falleció en 1966.
[45] Véase
antes, la nota 39.
[46]
El narrador, Bernárdez, ahorra razonablemente los detalles. Los interesados en
ellos son remitidos a la siguiente fuente: Juan Antonio Ríos Carratalá, CIFESA,
Generalitat Valenciana, diccionarioaudiovisualvalenciano.com.
[47]
Acepto la versión recogida en la fuente indicada en la nota 46, si bien tengo
entendido que J.H. Seidelmann estuvo sucesivamente al servicio de los
departamentos para el extranjero de Paramount y Universal. Cuando menos, es
seguro que, un año más tarde (1938) de lo narrado, el Manager, Foreign
Department, de la Columbia era J.A. McConville.
[48] Dionisio
Ridruejo Jiménez (1912-1975), entonces jefe provincial de Falange en
Valladolid.
[49]
Es de suponer que el enfado de la superioridad respondiera al deseo de
evitar polémicas con los grupos de la CEDA (Confederación Española de Derechas
Autónomas) que también se habían sumado al Movimiento Nacional.
[50]
Antonio Tovar Llorente (1911-1985), vallisoletano y, a la sazón, jefe de prensa
y propaganda de Falange Española en Valladolid.
[51]
La primera emisora de Radio Nacional de España funcionó en Salamanca,
siendo su primer día de emisión el 19 de enero de 1937.
[52]
Cifesa fue abriendo sucursales en diversas capitales de la
América latina, como Santiago de Chile, La Habana, Buenos Aires y Méjico, para
ampliar el mercado de sus películas.
[53]
También en ese punto, daría la nota Cifesa a partir de 1937, entrando en
contacto con distribuidores italianos y, sobre todo, llegando a convenios de coproducción
con los grandes estudios alemanes UFA.
[54]
Conocida alusión al episodio del intento de asesinato de Hamlet (actos III y IV
de la obra) que, en cambio y por su perspicacia de abrir y leer la carta de su
padrastro, culminará con la ejecución de los cómplices de este, Rosencrantz y
Guildenstern, salvando el príncipe de Dinamarca su vida.
[55] En
ninguna parte he encontrado su fecha de nacimiento, pero sí la de defunción, en
enero de 1966.
[56]
Véase antes, nota 44. Para lo de ahora, Peter Day, Franco’s friends. How
British Intelligence helped bring Franco to power in Spain, Biteback
Publishing, Londres, 2011, capítulo 3.
[57]
Fernando de los Ríos Urruti (1879-1949), profesor y político republicano español,
que ejerció el cargo de embajador de nuestra II República en los Estados Unidos
entre octubre de 1936 y abril de 1939. Véase, Soledad Fox, Misión imposible:
La embajada en Washington de Fernando de los Ríos, en Ángel Viñas (editor),
Al servicio de la República: Diplomáticos y Guerra Civil, Marcial Pons y
Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación, Madrid, 2010, pp. 155-177.
[58] Véase antes, nota 43. Un enfoque muy comprometido
de la moralidad y perspicacia del aludido Sr. Cárdenas es la proporcionada por
el espía americano, Donald Downes, que resume el profesor y periodista, Rafael
Moreno Izquierdo, Espías en el sitio más extraño, en el diario El
País (Madrid, 8 de noviembre de 2013).
[59]
Se trata de una alusión estricta, a la New York University, fundada en
1831.
[60]
Francisco Largo Caballero (1869-1946), Jefe del Gobierno y Ministro de la Guerra
de la República Española entre septiembre de 1936 y mayo de 1937. Errol (Leslie
Thompson) Flynn (1909-1959), famosísimo actor de origen australiano,
nacionalizado estadounidense. Sobre su viaje a España, se apuntará algo más
adelante.
[61]
Siglas de North American Committee to Aid Spanish Democracy. El Comité
general neoyorquino se creó en enero de 1937 y su filial hollywoodense, al
siguiente mes. Algunas de las principales figuras que los formaban están
citadas en Domènec Pastor, Hollywood responde a la Guerra Civil, citado,
pp. 75-76.
[62]
Darryl F. Zanuck (1902-1979), factótum de los estudios 20th Century
Fox. El boicot de grupos pro republicanos le obligó en enero de 1937 a
cancelar el proyecto de la indicada película. Véase, Carmen Guiralt Tomás, Hollywood
y la Guerra Civil española: análisis de sus tres únicas cintas de ficción
coetáneas (1937-1938), Universidad de Valencia, Estudios Humanísticos,
“Filología” 39 (2017), pp. 75-94 (apartado 3 del artículo, de libre acceso por
Internet).
[63]
Aparte de relaciones personales y visitas esporádicas, Fernando de los Ríos fue
durante un año (1929-1930) profesor visitante de la neoyorquina
Universidad de Columbia, habiéndole acompañado durante un tiempo el poeta,
Federico García Lorca.
[64] De los
Ríos era granadino; Cárdenas, sevillano.
[65]
Buen resumen de estas cuestiones, accesible por Internet, en Juan Carlos Merino
Morales, La Guerra Civil Española en los Estados Unidos, Estud. Int.,
vol. 45, nº 176, Santiago de Compostela, 2013. Muy amplio y más general,
Antonio César Moreno Cantano, Los servicios de prensa extranjera en el
primer franquismo, Tesis Doctoral de la Facultad de Filosofía y Letras,
Universidad de Alcalá de Henares, 2008, espec. pp. 16-32 y 590 y ss.
(consultable por Internet). En el relato se hace uso de estas fuentes, sin
necesidad de ulteriores citas a pie de página.
[66]
Manuel Arias-Paz Guitián (1899-1965) fue Delegado de Prensa y Propaganda
franquista entre abril y noviembre de 1937. Procedía políticamente de la CEDA.
En 1940 publicó la primera edición de su Manual de Automóviles,
llamado a convertirse en el más usado en las siguientes décadas, no ya de
España, sino del conjunto de Europa -según se dice-.
[67] Flynn visitó, principalmente, Barcelona, Valencia,
Madrid y Albacete (centro de las Brigadas Internacionales) entre los días 29 de
marzo y 7 de abril de 1937. Manifestó su voluntad de pasar a conocer la
situación de la zona franquista, pero su presunta petición fue rechazada, lo
que motivó a posteriori el enfado y crítica de Rufino Bernárdez, entre otros.
Puede consultarse, en este mismo blog, mi relato, Robin Hood en la
Ciudad Universitaria, dentro de la etiqueta de “cuentos de misterio”.
[68]
Debe considerarse que el hotel Ritz-Carlton de la época (1911-1951)
hacía esquina a la Avenida Madison y la calle 46. El actual del mismo nombre se
halla en el límite sur de Central Park.
[69]
Sigo, además de los textos citados en la nota 65, este otro: Andreu Espasa de
la Fuente, Estados Unidos en la Guerra Civil Española, edit. Catarata,
Madrid, 2017, espec. capítulos 4 y 5, en que dedica especial interés a conectar
la política norteamericana con España y con la América Latina, así como el
papel teórico y práctico seguido en estas materias por el Méjico del presidente
Cárdenas.
[70]
Robert Cuse era un lituano-americano, que vendió a la República Española un
importante alijo de armas, incluidos aviones, que finalmente fue incautado por
las autoridades americanas, antes de que el buque de carga Mar Cantábrico
se hiciera a la mar en enero de 1937. Resume el caso, Dominic Tierney, FDR
and the Spanish Civil War, citado en la nota 34, pp. 48 y ss. El valor de
lo adquirido era aproximadamente de dos millones de dólares.
[71]
Me remito, sin reiterar en lo sucesivo la cita, al notable artículo de Marta
Rey García, Dos embajadores para la Guerra de España (1936-1939), Universidad
de Alcalá de Henares, ebuah.uah.es, 1996, pp. 129-149 (accesible por Internet).
De la misma autora, véase también, Los españoles de los Estados Unidos y la
Guerra Civil (1936-1939), Universidad de Alcalá de Henares, ebuah.uah.es,
1994, pp. 107-120 (así mismo consultable por Internet).
[72]
Gran universidad privada americana, fundada en 1754, radicada en la zona norte
de Manhattan (Upper Manhattan), en la ciudad de Nueva York.
[73]
Ramon Castroviejo Briones (1904-1987), famoso oftalmólogo español,
nacionalizado estadounidense en 1936.
[74] José González de Gregorio, en 1936 cónsul
para la zona suroeste de los EE.UU., con sede en Galveston (Texas), cesado por
la República al decantarse por el bando nacional.
[75] Manuel
Azaña Díaz (1880-1940), a la sazón presidente de la República Española.
[76]
Rusell Palmer (fallecido en 1940) es, quizá, el más famoso de los
corresponsales anglófonos favorables al general Franco durante nuestra guerra
civil. Llegó a ser el responsable teórico de los Peninsular News Services,
y se le considera el autor de Defenders of the Faith (1938), el mejor
reportaje cinematográfico (en color) sobre el punto de vista de los nacionales.
El documental puede consultarse en Internet, a través de youtube.
[77]
Véase Will H. Hays, The memoirs of Will H. Hays, Doubleday, Nueva York,
1955. Que yo sepa, el libro no ha sido reeditado hasta ahora (enero de 2022),
aunque sí puede adquirirse en el mercado de segunda mano.
[78]
Véanse antes, notas 21 y 22.
[79]
Según Carmen Guiralt y Javier Coma, solo se rodaron por los estudios americanos
tres películas de ficción sobre la guerra civil española (El último tren de
Madrid, Amor bajo el fuego y Bloqueo), si bien ascienden a unos 59
aquellos otros en que se hace una referencia secundaria a nuestra contienda. Me
remito al trabajo de Carmen Guiralt, Hollywood y la Guerra Civil Española:
Análisis de sus tres únicas cintas de ficción coetáneas (1937-1938),
Universidad de Valencia, Estudios Humanísticos. Filología 39 (2017), pp. 75-94.
[80]
Véanse antes, notas 24 y 25. Las constricciones de dicho código a las
películas sobre nuestra guerra civil fueron verdaderamente tan rígidas, que
mueven al asombro. Véase sobre ello el artículo citado en la nota 79.
[81]
Joseph Ignatius Breen (1888-1965), periodista y abogado, que dirigía la oficina
clave para la aplicación del Código Hays en Hollywood (dado que Hays residía
en Nueva York). Su carácter y acendrado catolicismo hizo de él un cumplidor de
su misión censora aún más celoso que el propio Hays.
[82] Alusión
a la guerra civil o de Secesión americana, que se produjo entre 1861 y 1865.
[83]
En inglés, The cultural aims of the Republic. Hay quien dice que dicha
conferencia se impartió en febrero de 1937 (no en abril, como sostiene
Bernárdez), con el especioso argumento de que en el texto se aludía
directamente a la batalla del Jarama, que tuvo lugar en el segundo mes de 1937.
En cualquier caso, pudo suceder que, ante el éxito de la primera ocasión, se
repitiera una segunda.
[84]
El hecho, publicitado y verídico, fue constatado por el servicio informativo
militar franquista el 22 de abril de 1937.
[85] A Star
is born (1937), producida por David O. Selznick y dirigida por William A.
Wellman.
[86]
Nacido Ernest Frederick McIntyre Bickel (1897-1975), famoso actor de cine,
ganador de dos Oscar y, como se verá más adelante, una de las más significadas
estrellas prorrepublicanas y, en consecuencia, boicoteadas por el bando nacional.
[87]
Incluso, poco antes de llegar Bernárdez a California, funcionaba en San
Francisco una organización, Acción Demócrata Española, que recaudó más
de once mil dólares para la causa republicana. Véase, Marta Rey García, Los
españoles de los Estados Unidos y la Guerra Civil (1936-1939), citado en la
nota 71, p. 120.
[88]
Dicho bombardeo tuvo lugar el 27 de abril de 1937 y, junto al de Durango del 31
de marzo anterior (a cargo de la aviación expedicionaria italiana), despertaron
un amplio e indignado eco entre la población americana y favorecieron, como
consecuencia, la posición moral de los republicanos españoles.
[89]
Louis Burt Mayer (1884-1957) había nacido como judío ruso, con el nombre de
Eliezer Meir. En 1917 había fundado sus propios estudios, que se fusionaron con
otros dos en 1924, para dar lugar a la mayor empresa cinematográfica de
Hollywood, la citada MGM, de la que el Señor Mayer sería copropietario y
presidente, con poderes casi omnímodos hasta 1950.
[90]
Breve y malicioso resumen: Phillip Hamilton, Sinister facts about Louis B.
Mayer, the Monster of MGM, Factinate, www.factinate.com.
[91]
Louis B. Mayer dirigió la perversa y mendaz campaña que hundió las expectativas
de Upton Sinclair, demócrata de ideas socialistas, de llegar a Gobernador de
California, en 1934. Véase resumen: Zelda Roland, The socialist who won a
democratic primary and the dirty Hollywood politics that sunk his campaign, KCET,
28 de abril de 2016, www.kcet.com. De forma
general, Larry Ceplair & Steven Englund, The inquisition in Hollywood:
Politics in the film community, 1930-1960, Anchor Press and Doubleday, New
York, 1980.
[92]
Harry Cohn (1891-1958), presidente de Columbia, desde los orígenes de la
compañía (1919), hasta la muerte de Cohn (1958).
[93]
Abe Schneider (1905-1993). Véase su
ilustrativa necrológica en la revista Variety: Suzan Ayscough, ExCol
titan Schneider dies, 23 de abril de 1993, www.variety.com.
[94]
Véase antes, nota 81. Ahora añadiré que su relevante papel de censor cinematográfico
lo ejerció en los periodos 1934-1941 y 1945-1954.
[95]
Jack L. Warner (1892-1978), presidente y
factótum de los estudios Warner Bros. entre 1918 y 1973. En la
época a que se contrae este relato, dichos estudios tenían contrato con el
actor, Errol Flynn.
[96]
La literatura sobre el tema es inabarcable. Por citar una obra general y de
autor americano: William J. Callahan, La Iglesia Católica en España (1875-2002),
Crítica, Barcelona, 2003, pp. 273-297. La conexión de la jerarquía y
propagandistas católicos norteamericanos con el representante franquista
Cárdenas está resumida en: Marta Rey García, Fernando de los Ríos y Juan F.
de Cárdenas…, citado en nota 71, pp. 140-147.
[97]
Esta, y otras cuestiones, sobre la matanza del clero en la guerra civil
española, están muy resumidas en: Stanley G. Payne, 40 preguntas
fundamentales sobre la guerra civil, La Esfera de los Libros, Madrid, 2006,
pp. 141-150. La cifra de sacerdotes nacionalstas vascos pasados por las armas parece
que fue de catorce.
[98]
La famosa encíclica en alemán de Pío XI, es la titulada Mit brennender sorge
(10 de marzo de 1937).
[99]
Isidro Gomá y Tomás (1869-1940), arzobispo de Toledo y Cardenal Primado de
España entre 1933 y 1940.
[100]
David Selznick (su famosa O. intermedia fue una impostura, nunca inscrita en el
registro civil) vivió entre 1902 y 1965, y, como encarnación de Selznick
International Pictures, produjo películas entre 1935 y 1957. Su famosa sede,
casi palaciega, en estilo colonial, radicaba en el número 9336 del West
Washington Boulevard, en Culver City.
[101]
El título original -un tanto filosófico- era Nothing sacred. El flim se
estrenó en noviembre de 1937, con éxito de crítica, pero fracaso en taquilla
(perdió 350.000 dólares de los de entonces).
[102]
Alusión a James E. Newcom (1905-1990), famoso editor o montador, que
consiguió un Oscar por Lo que el viento se llevó (1940), siendo nominado
en otras tres ocasiones (1945, 1951 y 1971).
[103]
Quienes la midieron aseguran que la estatura de Fredric March era de 178
centímetros.
[104]
Así era, en efecto. Por ejemplo, en la
cena celebrada en casa del matrimonio March, la noche del 12 de julio de
1937 para ver The Spanish Earth, se recaudaron 17.000 dólares, a razón
de mil por cabeza.
[105]
Fredric March estuvo casado con Florence
Eldridge entre 1927 y 1975, en que él falleció. No tuvieron hijos; de modo que
los que se tienen por tales, Anthony y Penelope, fueron adoptados.
[106] Efectivamente, son pocas las estrellas consideradas
profranquistas. Se cita como tales a Mary Pickford, Harold Lloyd, Margaret Sullavan
y el conocido actor Robert Taylor, con quien, acto seguido, se entrevistará Rufino Bernárdez.
[107]
Spangler A. Brugh, para el cine, Robert Taylor (1911-1969), nacido en Filley
(Nebraska), y bajo contrato de la MGM desde 1934.
[108]
Si título en inglés, Camille (en español, según países, La dama de
las camelias o Margarita Gautier), dirigida por George Cukor y
estrenada en el Plaza Theatre de Palm Springs, el 12 de diciembre
de 1936.
[109]
Comidilla de la que se hace eco Juan Simeón Vidarte, en sus notables memorias
de la guerra civil, Todos fuimos culpables, volumen 2, edit. Grijalbo, Barcelona,
1977, p. 808.
[110]
Bernárdez debía de ser más bien bajito, por el valor que parece dar a las
estaturas ajenas. La de Robert Taylor era de 182 centímetros.
[111]
La dirección era, y sigue siendo, 1026 Ridgedale Road, en Bel Air (Los
Angeles). El arquitecto fue Wallace Neff y la fecha de conclusión de las obras,
la de 1933. El edificio sigue en pie con no muchas variaciones exteriores, pero
con el interior y las construcciones auxiliares considerablemente ampliadas.
Véase, Architectural Digest, enero de 1934.
[112]
Adolf Zukor (1873-1976), judío y húngaro de origen, fue fundador y uno de los
más destacados productores de la Paramount. Se le concedió un Oscar
honorífico en 1949. En el aludido acto de adhesión se recaudaron para la
República Española 60.000 dólares, que fueron entregados a su embajador, D.
Fernando de los Ríos.
[113]
Así es, en lo referente al número de votos personales: Izquierdas, 47,1% del
voto popular; Derechas, el 45,6%; partidos de Centro, 5,3% (según el
historiador, Javier Tusell).
[114]
La propiedad se hallaba en término municipal de Calonge (Gerona). Da una
versión completamente distinta de los hechos, Juan Simeón Vidarte, Todos
fuimos culpables, vol. 2, citado en la nota 109, p. 812.
[115]
Joris Ivens (1898-1989), documentalista neerlandés, director del famoso
documental The Spanish Earth (1937), al que se aludirá con detalle más
adelante.
[116]
Véase nota 79. La película obtuvo el pase de la censura mediante certificado de
25 de mayo de 1937 y se estrenó con escaso éxito el 18 de junio del mismo año
en el Criterion Theatre de Nueva York.
[117]
No era exacto lo manifestado por Mister Breen, en lo referente a documentales
que pudieran considerarse de propaganda, como lo es The Spanish earth.
De hecho, otros análogos, como Spain in arms (productora Amkino,
1937), fueron objeto de censura y de prohibición de proyección en algunos
Estados -como Massachusetts, Maryland y Ohio-.
[118]
Se trata de Love under fire (George Marshall, 1937), que fue certificada
el 16 de julio de 1937 y se estrenó en el Roxy Theatre de Nueva York el
27 de agosto siguiente.
[119]
Afortunadamente, dicho documental (en inglés y con una duración de alrededor de
50 minutos) es de libre acceso por Internet (youtube). El núcleo
argumental gira en torno a la defensa del corredor Madrid-Valencia, para evitar
el cerco total de la capital (hechos bélicos producidos en la primavera de
1937, tras la batalla del Jarama), y la implicación de los campesinos en los
mismos y en la explotación de la tierra en el municipio de Fuentidueña de Tajo
(Madrid), como modelo o símbolo del agro republicano.
[120]
Además de los anfitriones, Fredric March y Florence Eldridge, se da por segura
la presencia de Louise Rainer, Lillian Hellman, Dorothy Parker, Paul Muni, Dashiell
Hammett, Dudley Nichols, Fritz Lang, King Vidor, Anatole Litvak, John Cromwell,
Ernst Lubitsch, Robert Montgomery, Myriam Hopkins, Joan Bennett, Mark Connally
y Lewis Milestone. Días más tarde se repetiría el suceso en el domicilio de
Franchot Tone y Joan Crawford, con otros asistentes, y ya sin la presencia de
Rufino Bernárdez. El importe de la recaudación ha de ponerse en relación con el
modesto coste final del documental: unos 14.000 dólares.
[121]
Ernest Hemingway (1899-1961) y John Dos Passos (1896-1970), grandes escritores
norteamericanos. Orson Welles (1915-1985), muy destacado actor y director de la
misma nacionalidad.
[122]
Su peso era de unos 52 kilos y su estatura de 160 centímetros.
[123]
La similitud puede ser de título (The Spanish earth y The good earth),
así como de la situación en que a la sazón se encontraban España y China, con
guerra civil e intervención militar extranjera. The good earth fue
dirigida por Sidney Franklin (con contribuciones de Victor Fleming y algún otro
director) y, aunque se rodó íntegramente entre febrero y julio de 1936, no se
estrenó hasta el 29 de enero de 1937, por lo que entró en el certamen de los
Oscar de ese año (con ceremonia de entrega en 1938). El año anterior (1936, con
entrega en marzo de 1937), Louise Rainer había conseguido su primer Oscar por El
gran Ziegfeld (The great Ziegfeld), película dirigida por Robert Z.
Leonard.
[124]
Como complemento y contraste de lo que dirá Rufino Bernárdez, véase, por
ejemplo, José Cabeza San Deogracias & Salvador Gómez García, La
recepción crítica y distribución del documental Spanish Earth/Tierra española
(Joris Ivens, 1937) durante la Guerra Civil, International Journal of
Iberian Studies, volumen 23, nº 3, 2010, pp. 159-178 (de libre acceso por
Internet).
[125]
En inglés, The lives of a Bengal lancer (Henry Hathaway, 1935). En
realidad, el protagonismo de la película correspondía, sin duda, a Gary Cooper.
[126]
Ignoro cómo había llegado a esa certera convicción en Señor Bernárdez pues, por
aquellas fechas, todavía se ocultaba la muerte de José Antonio Primo de Rivera
en Alicante, el 20 de noviembre de 1936. Respecto de lo que Bernárdez decía
ignorar (la razón de la predilección joseantoniana por dicha película), véase:
Julio Fuertes, Recuerdo de una película vista por José Antonio, Primer
Plano, Madrid, 21 de febrero de 1942: “… Quedaban exaltadas las mejores
virtudes que él quería para sus falangistas: alegría en el cumplimiento de los
más arduos servicios, espíritu de sacrificio, heroísmo y hermandad”.
[127]
La película había sido estrenada en el Criterion Theatre, el 18 de junio
de 1937.
[128]
Llamada 55th Street Playhouse.
[129]
Se trataba de Love under fire (George Marshall, 1937), con protagonismo
de Don Ameche y Loretta Young. Nunca ha sido estrenada comercialmente en
España. El estreno tuvo lugar en el Roxy Theatre neoyorquino.
[130] Tuvo lugar, como ya ha se ha dicho, en el
modesto Village Theatre de la localidad californiana de Westwood, el 3
de junio de 1938, punto de partida de otras proyecciones polémicas, en efecto,
por los intentos de boicotear la película por grupos católicos, con la
secuela de prohibiciones en diversos países y rápida retirada de las pantallas,
por lo que resultó un completo fracaso comercial. Tampoco ha sido estrenada
formalmente en los cines españoles.
[131]
La guerra de Corea se desarrolló entre 1950 y 1953. Por proximidad e
infraestructuras, fue Japón lugar de preparación y de descanso para los occidentales
implicados, o corresponsales, de la contienda.
[132]
En inglés, The bridges at Toko-Ri (Mark Robson, 1954). El guion estaba
basado en la novela homónima del escritor estadounidense, James A. Michener
(1907-1997), por cierto, buen amigo y conocedor de España.
[133]
Juan Simeón Vidarte Franco-Romero (1902-1976), político socialista,
merecidamente famoso por sus memorias tituladas Todos fuimos culpables
(véanse nota 109 y otras). Francesca de Linares y de Palomares (1914-post
1988). Contrajeron matrimonio el 31 de agosto de 1936.
[134]
Una vez más, véase: Juan Simeón Vidarte, Todos fuimos culpables, vol. 2,
citado en la nota 109, pp. 817-818. El propio Vidarte valoró con perplejidad
las palabras de Norman Thomas.
[135]
He dejado ya dicho que Julio Álvarez del Vayo, Ministro de Estado, no compartía
la diplomacia de Fernando de los Ríos y estuvo en un tris de cesarlo como
embajador de la República Española en los Estados Unidos.
[136]
Los principales pasos sucesivos en el
levantamiento del boicot intuitu personae, están resumidos en: Emeterio
Díez Puertas, El montaje del franquismo, citado en la nota 41, pp. 224-228.
[137]
Buen resumen de esa pequeña historia de Cifesa en el artículo de Ríos
Carratalá para el diccionario citado en la nota 46. Véanse también las notas 38
y 39.
[138]
Su vertiente cinematográfica está aceptablemente tratada en: Domènec Pastor
Petit, Hollywood responde a la Guerra Civil, citado en la nota 41, pp. 233-258.
[139]
Harry S. Truman, Presidente de los Estados Unidos entre abril de 1945 y enero
de 1953. La caza de brujas suele aceptarse que concluyó hacia este
último año.