El policía y el general. Luces y
sombras de Martínez Anido
Por Federico Bello Landrove
Según mi
costumbre, pegado a la realidad y con abundantes notas al texto que lo prueban,
repaso la historia y la memoria del conocido militar y político, Severiano
Martínez Anido (1862-1938), tomando como narrador e hilo conductor a un policía
imaginario, que conoció bien a dicho general y fue en su vida muy influido por
él, para bien y para mal -o para menos bien-.
Severiano Martínez Anido
Proemio
Habría asistido de
haber tenido conocimiento de ello. Me refiero a la inauguración en Valladolid
de un suntuoso mausoleo, al que fueron trasladados los restos de mi General a
primeros de junio de 1949[1].
Pero la noticia me llegó, como quien dice, a toro pasado. Con todo, decidí
aplicarme el dicho de más vale tarde que nunca y, tan pronto tomé las
vacaciones anuales, saqué billete para la capital castellana, a la que no había
vuelto desde que, en el año 42, solicité la excedencia en la Policía y obtuve
una sinecura en el recién creado Sindicato Nacional del Espectáculo[2],
gracias a una modesta e interesada aportación histórica al llamado mito de
la revolución comunista, que alentaba como progenitor el entonces famoso
Tomás Borrás[3]. Me
destinaron como secretario provincial de dicho sindicato a Castellón de la
Plana -donde ya ejercía como comisario-, y allí seguía cuando me llegó la
susodicha noticia, de que a Martínez Anido[4]
se le había tributado un homenaje muy póstumo, a los diez años largos de
su fallecimiento.
En el interminable
trayecto por ferrocarril desde La Plana a las orillas del Pisuerga, me dio por
aprovechar el tiempo, imaginando que tenía que contarles a mis inexistentes
hijos las múltiples razones por las que yo me refería siempre a Anido como mi
General. Claro que, de paso, tendría que narrar acontecimientos y opiniones
personales, que no siempre me iban a dejar en buen lugar. Con todo, entre la
disimulada expectación de los otros ocupantes del departamento, saqué agenda y
estilográfica y me dediqué a garabatear una serie de notas y de citas que, poco
a poco, se fueron haciendo más extensas y precisas, hasta agotar mi paciencia y
el papel en blanco de que disponía. En consecuencia, poco más allá de Cuenca,
aborté mi indagación histórica introspectiva y resolví que la
continuaría en tiempo y forma -que es lo que suele decirse cuando uno pospone su
tarea ad calendas graecas, como oí decir a Borrás, parafraseando a lo
refinado el sempiterno vuelva usted mañana celtibérico[5]-.
¡Pues bien! Por esta vez, el día ha llegado: Alcanzada la jubilación y, por
ende, la vejez, me he puesto a la máquina y me decido a divulgar lo que hasta
ahora había mantenido reservado. Lo hago, lisa y llanamente, porque me apetece.
Y, si de la lectura de estas páginas se extrae alguna enseñanza histórica, o un
juicio más matizado del general Anido, pues mejor que mejor. En todo caso, ya
saben que, si alguien quiere conocer la Historia, no será este el mejor camino
para conseguirlo. Advertidos quedan.
1. Barcelona, hacia 1917
Tuve la suerte de ingresar en el
entonces llamado Cuerpo de Vigilancia en el año 1914, cuando razones de
modernidad y de política, habían convertido a este en algo parecido a las
Policías de otros países europeos más avanzados en la materia. En efecto: En el
año 1908 había empezado a funcionar un centro de formación bastante eficaz para
quienes hubiesen aprobado los exámenes de ingreso en Vigilancia. Se
trataba de la llamada Academia Teórico-Práctica para la Formación de
Policías, inicialmente radicada en Madrid[6],
aunque pronto se creó otra academia análoga en Barcelona. Por otra parte, el
asesinato del presidente Canalejas en 1912[7]
propició la definitiva aparición de dos grandes especialidades dentro de
nuestra Policía: la Investigación Criminal y las brigadas de Informaciones
y de Socialismo y Anarquismo. Ni que decir tiene que yo opté por
ingresar en la Brigada de Investigación Criminal, para lo cual conté con una
excelente carta de presentación: La de haber seguido las enseñanzas que, desde
el Instituto de Criminología de la Universidad de Madrid, impartían figuras tan
señeras entonces, como Salillas, Simarro, Saldaña o Asúa[8],
y donde me diplomé con un trabajo sobre los puntos característicos de las
huellas dactilares, que dediqué a la memoria del recién desaparecido Doctor
Olóriz, y apareció resumido en la Revista de la Facultad de Derecho madrileña[9].
Valga la
precedente presentación de mi modesto currículo para explicar que, aunque me
tocó debutar como inspector de policía en la conflictiva Barcelona de 1916,
pude librarme del desagradable cometido de combatir directamente el pistolerismo,
que ya entonces empezaba a enseñorearse de la Ciudad Condal, no tanto aún por
razones laborales y políticas internas, cuanto por los enfrentamientos, con
frecuencia sangrientos, entre partidarios de los dos bandos de la Guerra Europea
en la que, como sin duda sabrán, España se mantuvo neutral, pero los espías y traficantes de armas pululaban por el país y, muy especialmente, en
Cataluña, debido a su posición geoestratégica, a la importancia del puerto
barcelonés y a su destacada industria. El hecho es que, en lo que a mí
respecta, se me adjudicó un cometido técnico, relacionado con la
instrucción criminal, por más que, según fueron pasando los años -bien pocos,
por cierto- acabaría, de un modo u otro, por resultar afectado, y hasta
alcanzado, por el irrespirable ambiente que se vivía en la ciudad, como
recogeré de pasada seguidamente.
***
Siempre recordaré
con afecto al comisario Benavides, que dirigió mis primeros pasos por el
distrito de Les Corts. El bueno de Don León -nombre pintiparado para un policía
enérgico- esperó cosa de seis meses, hasta ver cómo respiraba yo, así en
lo profesional, como personalmente. La verdad es que su interés por mí se me
reveló de una manera un tanto vergonzosa:
-
Cifuentes,
perdone mi curiosidad, pero no será usted marica…
Tragué quina -para
eso era mi jefe inmediato- y repuse con toda la seriedad y flema del mundo:
-
Hasta
ahora, no, señor, pero en esta Barcelona tan degenerada uno nunca sabe lo que
será de él mañana.
Estuvo conteniendo
unos momentos la carcajada, hasta conseguirlo finalmente. Luego, me explicó:
-
Disculpe
la indelicadeza, Cifuentes, pero entre compañeros -y más, siendo policías- todo
se sabe. Es usted soltero; no se le conocen visitas al Raval ni al Paralelo[10].
Su conducta y su apariencia son un modelo de pulcritud y de fineza. Y, para
colmo, se hospeda usted en esa pensión de dudosa nota de la calle Manila.
Mi descripción resultaba
bastante exacta, aunque un tanto superficial; pero la alusión a la pensión de
las hermanas Folchs me pareció de todo punto inexacta:
-
Perdone,
comisario -repliqué-, pero dentro de los hospedajes próximos a nuestra
comisaría y de precio conveniente, no he encontrado nada mejor. Y, en lo
tocante a la nota del establecimiento, éste me fue recomendado por un
par de compañeros veteranos y, la verdad, no he notado nada que se salga de lo
normal.
Benavides se
explicó:
-
¿No
se ha percatado usted de que se hospedan fijos allí un par de sarasas, cuya
afectación se les nota a la legua?
-
¡Ah,
aludía usted a eso! -caí en la cuenta-. Pues, en efecto, supongo que se
referirá a un funcionario de Hacienda de Teruel y a un profesor de música de
Valls, quien, por cierto, es primo de las propietarias. Por lo demás, su
conducta dentro de la fonda es muy correcta y jamás se me han insinuado.
-
¡Hasta
ahí podríamos llegar -rugió Don León-: que fueran a hacer ojitos a un inspector
de Policía!… En fin -suavizó el rictus y las formas-, de lo que hagan fuera no
tiene usted por qué saber… Vamos que, aclarado lo precedente, voy a plantearle
el ofrecimiento por el que lo he llamado a mi despacho.
¡Así que no se
trataba de una grosería, ni de una curiosidad morbosa, sino de estar seguro de
que podía contar conmigo; vamos, de que yo era trigo limpio! Encendió
un cigarrillo y, sucintamente, me expuso lo que debía de considerar como una
oferta irresistible, tanto por sus ventajas, cuanto por su elevada procedencia.
Esto es, más o menos, cuanto me dijo:
-
Verá:
Se ha recibido en el Gobierno Civil una petición muy atenta del Gobernador
Militar de Guipúzcoa[11],
que usted podrá cumplimentar con la mayor facilidad, dado que es huésped de la
pensión Folchs. Al parecer, las dueñas son unas primas muy queridas de la
esposa del general[12],
y este teme por su seguridad, habida cuenta del parentesco y de cómo se está poniendo
la cosa por acá[13].
Nada de particular… Se trata de que vigile que ningún sospechoso merodee por la
zona; de controlar un poco a visitantes y huéspedes; que ellas le comuniquen
llamadas telefónicas extrañas, y cosas por el estilo. A fin de cuentas, también
a usted le conviene estar al tanto, aunque no pertenezca a la Brigada de
Información.
-
Descuide,
Señor Comisario. Estaré más en guardia que hasta ahora y le daré inmediata
cuenta de lo que de peligroso o extraño me percate.
-
Agradecido,
Cifuentes… Por supuesto que este encargo lo prestaremos gratis, pero le tengo
reservado un servicio que puede ayudarle a mejorar un poco su economía, que me
consta lo cara que está la vida en Barcelona para un inspector de entrada[14].
Aquello no me
gustó. Bien sabía yo que muchos de mis colegas completaban sus ingresos
prestando labores de protección retribuida a industriales y rentistas de la
ciudad, cosa que solía acabar en descuidar el trabajo policial y en adoptar la
mentalidad y las formas de los pistoleros a sueldo. Procuré excusarme sin poner
en evidencia la repugnancia que sentía hacia aquellos trabajitos
complementarios:
-
No
ganamos mucho -concedí-, pero mi caso es especial, al no tener una familia que
mantener. Además, prefiero contar con tiempo libre para estudiar y seguir mis
prácticas de dactiloscopia. Mi aspiración -agregué, intentando dorarle la
píldora- es llegar a comisario siendo todavía joven.
Don León, que ya
rebasaba la cincuentena, debió de sentirse molesto con aquella alusión mía a la
juventud. Gruñó, como de costumbre:
-
Pues,
si quiere subir rápido, Barcelona es el lugar más indicado, siempre que
no se deje usted cazar y atienda las sugerencias de sus jefes.
Entendí
perfectamente la indirecta y rectifiqué sobre la marcha:
-
Bueno,
a nadie le vienen mal unas pesetillas bien ganadas; así que usted dirá.
Lo que me dijo
parecía muy sencillo, aunque comprometido. Un empresario del textil, apellidado
Estruch, había recibido amenazas de la llamada Banda Negra[15],
por no prestarse a pagarles el servicio de protección. Tanto él, como su
casa, estaban debidamente vigilados por empleados suyos armados, pero sentía un
temor especial por su único hijo, un chiquillo de diez años que estudiaba en la
Bonanova[16]. El
servicio especial que solicitaba de la Policía -más exactamente, del comisario
Benavides, amigo de la familia- era el de llevar y traer al niño, desde el
colegio a su domicilio, una villa del barrio de Gracia, a primera hora de la
mañana y a la caída de la tarde. Don León lo tenía ya todo pensado:
-
Para
desplazarse desde la pensión a la casa de Estruch -que hay una buena tirada-,
coja un taxi, cuya carrera corre de cuenta de ellos. Lleve a Guillem al colegio
en el coche de la familia, que lo traerá de vuelta hasta la comisaría. No se
preocupe si llega un poco tarde, que yo respondo. La recogida del chico la hace
igual, con la ventaja de que, a esa hora, ya habrá acabado normalmente el
servicio. Procuraré librarle de guardias y vigilancias, pero, si no hay otro
remedio, las hará en los días que no haya clase … Del dinero, hable con el
padre: mínimo, quinientas al mes. Si se da a valer, puede sacar hasta mil, pero
espere a que le conozcan y vean sus cualidades…, entre las cuales, por cierto,
está la de que le gusten las mujeres, no los mariposones de la pensión.
Esta vez, el
comisario no hizo por contener la carcajada y se estuvo riendo hasta que salí
de su despacho. Por fin había entendido sus descocadas alusiones: Se trataba de
que el pequeño Estruch no fuese a caer en manos de un pederasta homosexual, tan
nocivas, por lo menos, como las de un feroz anarquista.
***
Y así
transcurrieron dos años, en los cuales, entre otras cosas, concluyó la Gran
Guerra[17],
los anarquistas de la CNT se volvieron cada vez más poderosos y violentos, y
apareció ante ellos un antagonista de cuidado, los llamados sindicatos
libres, cuyos miembros más decididos formaron, en unión de camorristas
profesionales, el bando anti CNT, propiciado por los patronos y tolerado por
las autoridades, si es que no era apoyado por ellas. Había comenzado la época
del pistolerismo, que empezó a sembrar de cadáveres las calles de
Barcelona[18]. En
medio de este pandemonio, las autoridades se mostraban poco eficaces y sin
criterios sólidos ni unitarios, y las fuerzas de orden público (ya fuesen la
Guardia Civil, la Policía o el somatén[19]),
entre la impotencia, la legítima defensa y el contagio violento, pasamos a
desempeñar un detestable papel de comparsas, puesto que casi todos pensaban
que, si alguien podía poner orden en aquel escenario sangriento, habría de ser
el Ejército.
En lo que a mí
respecta, la relación con los Estruch me vino de maravilla, no solo para
mejorar mi economía de manera casi decente, sino para abrirme un mundo
de cultura y confort al que, de otro modo, jamás hubiera tenido acceso. La
familia acabó por considerarme un miembro más de la misma, en calidad de hombre
de confianza, al que diariamente se le confiaba la vida y la seguridad de
su jovencísimo heredero. Se hizo habitual que, al devolver a Guillem a su nido,
sus padres insistieran en que me quedase a cenar y pasar la velada con ellos. A
cambio, amenizaba aquellos momentos contándoles noticias y anécdotas de las
investigaciones criminales que conocía, o en que participaba, y hasta ayudaba a
mi protegido a repasar las lecciones de historia y de ciencias naturales, en
las que estaba yo medianamente ducho. Como es natural, el francés corría a
cargo de Mademoiselle Guinart, una rosellonesa venida de Perpignan, con
la que hice tan buenas migas, que la Señora Estruch me lanzó algunas indirectas
para que me animara a ser más decidido, pero yo le aclaré mi punto de
vista, de una vez por todas:
-
Comprenda,
señora, que, mientras yo siga de policía en Barcelona, sería una locura y casi
un crimen que comprometiera a una mujer a seguir mi incierto y peligroso
destino.
-
Pero
esto no puede seguir así mucho tiempo -objetó ella-. El Gobierno y el Ejército
habrán de tomar cartas en el asunto.
-
¡Largo
me lo fiais!, repliqué. Para entonces es muy probable que la Señorita Guinart
sea un pálido recuerdo a este lado de los Pirineos.
En fin, el que no
se conforma es porque no quiere. Yo seguí recalcitrante en lo de la soltería,
pero mejoré mucho mi conocimiento del francés y, no digamos, del catalán, que
los Estruch usaban constantemente, sirviéndome de buenos maestros.
Y, en cuanto a las
Señoras Folchs, no tuve ningún problema para mantenerlas incólumes. Con todo,
me estaban agradecidísimas y, ya que no en dinero, me lo mostraban
constantemente en especie. Milagro fue que, con aquel aluvión de dulces y
manjares escogidos, no contrajese la diabetes, ni tuviera que aflojar en más de
un orificio la anchura de mi cinturón.
2. Llega el ansiado salvador
Mausoleo de Martínez Anido en
Valladolid
La primera noticia
la tuve por medio de las hermanas Folchs, quienes parecían llenas de esperanza:
-
¡Qué
alegría, Cifuentes! -les había prohibido que me llamasen inspector, por
elementales motivos de reserva-. ¡Han destinado a nuestro primo a Barcelona!
-
¿Ah,
sí?, y ¿en qué puesto?
-
En
el de Gobernador Militar. Seguro que ha sido decisión del rey, que es muy amigo
suyo.
Aunque con cierta
exageración, bastante de eso había, según me confirmaron luego en comisaría. De
todos modos, no todo era felicidad entre las dueñas de la pensión:
-
Don
Severiano -nunca apeaban el Don- conoce bien Cataluña, pues aquí estuvo destinado
en varias ocasiones[20]
y se casó con prima Dolors, pero no traga a los autonomistas, ni
siquiera a Cambó[21]. De
hecho, en su casa…
La hermana mayor
hizo callar a la pequeña poniendo el índice sobre los labios. Estaba visto que
la ropa sucia -si la había- debía lavarse en privado[22].
Yo, naturalmente,
seguí a mis cosas, cada vez con mayores dificultades, pues las huelgas y los
atentados menudearon en aquel 1919, cada vez con mayor violencia y menor
control de los agentes de la autoridad. De Madrid -donde parecía descollar el
político conservador, Eduardo Dato[23]-
no se esperaba nada positivo y en ambientes como el de la familia Estruch no
había recato en manifestar que habría que dejar paso a una solución militar. MI
jefe, Benavides, no lo veía claro, pues en Barcelona eran muy fuertes las
llamadas Juntas de Defensa[24],
lo que privaba al Ejército de buena parte de su obediencia y cohesión
proverbiales. En fin, llevando ya más de tres años destinado en la Ciudad
Condal, empecé a pensar seriamente en cambiar de aires, y quién sabe si de
estado civil, en una ciudad tranquila. Dinero ahorrado no me faltaba pues mi
tutela de Guillem Estruch me procuraba setecientas cincuenta pesetas mensuales,
que iban íntegras a mi cuenta bancaria.
Una noche de
abril, al llegar a la pensión, me estaba esperando una de las hermanas, con un
recado de su primo, el gobernador militar:
-
Que
quiere conocerlo personalmente y darle las gracias por sus desvelos para con
nosotras. Que, si le viene bien, lo espera el próximo sábado a las cinco de la
tarde, a tomar café, en el Parque de Ingenieros.
-
¿Y
dónde está ese Parque?, inquirí, descolocado.
-
¡Ay,
perdone!: Es que en Barcelona se conoce por ese nombre el edificio del Gobierno
Militar. Está en el Portal de la Pau[25].
***
La verdad es que,
incluso de paisano, la estampa de Don Severiano imponía. De estatura menos que
mediana, pero ancho de espaldas, con cuello de toro y un rostro ancho y
malencarado, de tupido bigote, que solo suavizaba la expresión cuando sonreía,
lo que en público no era nada frecuente. La voz, gruesa y potente -como se
espera de un general especializado en órdenes y arengas- acababa por intimidar
al más pintado, por más que no conociera el cargo y la fama de aquel hombre que,
cerca de cumplir los sesenta años, parecía mantener la energía y la fuerza de
su juventud. Afortunadamente, sus primas me habían dado la clave de su carácter,
cuya veracidad pude constatar en todo momento, como tantos otros, que lo han
dejado reflejado por escrito:
-
No
te dejes intimidar por su presencia. En la vida corriente es amable, procura
ser simpático y es amigo de hacer favores; y no es nada vengativo.
Con esa cartilla
leída, comparecí en el Parque de Ingenieros diez minutos antes de la hora
señalada. Tras la identificación a la guardia, un cabo me condujo al interior
del vetusto edificio, en cuya primera planta, con vistas al gran patio central,
tenía el general las dependencias para domicilio familiar. A los tres minutos
de hallarme en la salita de espera, un ayudante abrió la puerta y en el umbral
apareció Don Severiano, muy sonriente y con la mano tendida, que estreché con
bastante menos fuerza que la que él empleó. Inmediatamente, me indicó:
-
Ven
-me tuteó desde un principio-. Vale más que nos sirvan el café en mi despacho
oficial. Con el traslado, aún tenemos la casa manga por hombro y, además, me da
vergüenza recibir a nadie en ella. Ya te habrás dado cuenta de que este
edificio es una ruina, que se caerá a pedazos antes de que inicien las obras
del nuevo, que nos han prometido… Tampoco el de Capitanía General está muy bien
que digamos[26]. Está
visto que en esta hermosa y rica ciudad no se quiere al Ejército.
-
Me
temo, mi general, que otro tanto suceda con la Policía, aunque lo cierto es que
yo no puedo quejarme de la vida que llevo, contesté.
-
Las
cosas van de mal en peor -matizó-. Menos mal que tú, según tengo entendido, no
tienes que lidiar con esos pistoleros que Dios confunda, pero a cualquiera le
puede tocar el regalito de algún anarquista.
Charlando,
habíamos llegado a su despacho. Sobre una mesita auxiliar, ya estaba colocado
servicio para dos personas, así como una bandeja de panellets. Tan
pronto tomamos asiento en sendos sillones, apareció un soldado con chaquetilla
blanca sobrepuesta, portando una bandeja con cafetera y tetera, así como una
botella de coñac francés y otra de anís nacional. Nos sirvió la primera taza y
seguidamente se retiró, dejando que nos proveyéramos de lo siguiente. Anido
dedicó los primeros minutos a agradecerme la protección de las primas de su
mujer y a encarecer el trabajo y buen natural de las mismas, que supieron
superar la decadencia económica de su familia en Valls, montando la pensión de
Barcelona, en que has tenido la suerte de caer, porque no hay otra mejor por
lo que cobran, ni aún por bastante más.
En esto, se nos
fue la primera taza. Anido se sirvió una copita de coñac y me animó a que le
hiciese gasto al Ejército, aunque solo fuese para brindar a su salud. Me
serví un chinchón y, tras el brindis, Don Severiano pasó, para mi
sorpresa, a plantearme lo que, en el fondo, era el motivo de su invitación:
-
Y
ahora, amigo Cifuentes, hágase la idea de que acabo de llegar a Barcelona y veo
la situación actual con enorme preocupación. Usted es ya un veterano que,
incluso, por lo que me ha dicho, lleva una vida medianamente satisfactoria.
¿Cómo ve un inspector de policía lo que está pasando, y cómo lo ven sus
compañeros?
No venía preparado
para un examen riguroso, pero ¡dejaría de haber discurrido mil veces sobre la
forma de meter en cintura a todos aquellos criminales, de cualquier laya que
fuesen! Me dio por resumir mi opinión en una sola frase, y tópica además:
-
Mire,
mi general, “en la guerra, como en la guerra”. Nos guste o no, si queremos
acabar con esta sangría, no podemos hacerlo con las leyes de la paz. Y lo que
ya tenemos aquí, y lo que se nos viene de inmediato, es una verdadera guerra
civil que, desgraciadamente, ni tiene bandos claros, ni zonas ocupadas, ni
frentes.
Me detuve, pero el
general, con su silencio y rictus de asentimiento, me animó a proseguir:
-
Claro
es que la guerra, como la paz, tienen sus reglas, pero empezando por la de
ganar el conflicto. Quiero decir que -como Vuecencia bien sabe-, los no
combatientes -por próximos que estén a nuestros enemigos- y los prisioneros
deben ser respetados. Estoy en contra de las torturas, las represalias y las
ejecuciones sin juicio. Es más, las creo fruto de la simpleza y el calor de la
venganza, que no ayudan a ganar la guerra, sino a perderla.
Me había embalado
y quería decir aún algo más, sin dejar meter baza al general quien, por otra
parte, no parecía tener mucha prisa de ello. Concluí:
-
Y
otra cosa: Esta es una guerra pequeña y perfectamente vencible por medios no
militares. Los que llaman a las puertas de los cuarteles no tienen estrategia,
no saben dirigir las operaciones, ni han sido capaces de unir y de estimular a
cuantos estamos obligados a mantener el orden público. Los asesinos a sueldo y
los voluntarios descontrolados están de más a nuestro lado.
El general, que en
el ínterin había encendido un buen puro, aspiró hondamente una bocanada y, tras
expulsar pausadamente el humo, hizo por responderme:
-
Veo
que tienes las ideas muy claras -comenzó-, aunque me gustaría saber si
coinciden con las de la mayoría de tus compañeros, o estos se van de la mano
con los que hacen la guerra por su cuenta y, de ser posible, financiados y bien
pagados por los empresarios. En lo tocante a la Guardia Civil, tengo un mejor
concepto de su honestidad y disciplina, pero es como si ellos fuesen una parte
del Ejército, con el inconveniente de que se mueven mucho más activamente en
las zonas rurales y las pequeñas poblaciones, que no en la ciudad de Barcelona.
Y, si por voluntarios te refieres a los somatenistas, te diré que, bien
encuadrados y dirigidos, podrían ser una fuerza muy útil, al menos, poniendo de
nuestra parte a gente del pueblo, catalanes de pura cepa, tanto, por lo menos,
como los separatistas.
Se detuvo unos instantes,
como si quisiera responder, una por una, a todas mis afirmaciones. Luego,
prosiguió:
-
Dices
que esto es una guerra, o se le parece mucho. Bueno, de ser así, difícil
será dejar de lado al Ejército, que es la institución llamada a combatir en las
contiendas, sean estas internacionales o interiores. Como combatiente en
Filipinas y en Marruecos, tengo una experiencia sobrada de esos conflictos, que
empiezan siendo internos y luego se transforman en multilaterales: Hay que
cortarlos, antes de que estén en juego la unidad y soberanía de la patria… Sí,
ya sé lo que vas a replicarme, que la cosa todavía no es para tanto y
que nuestro Gobierno no puede admitir que la situación se le ha ido de las
manos hasta ese punto. Pero, al menos, hay que unificar todas las fuerzas de
orden público bajo el mando de militares de autoridad y avezados, y tener al
Ejército en reserva, sin empacho de utilizarlo en caso de necesidad. Como tú
indicas, también yo tengo la opinión de que se está haciendo política de
bandazos y medias tintas, sin que por ello se logre poner coto a los violentos
de todo tipo, sino envalentonándolos.
-
Veo,
mi general -comenté con ironía respetuosa-, que, para ser un recién llegado a
Barcelona, no necesita ya que otros le informen del estado de cosas, ni de su
posible remedio…
-
Te
equivocas -me replicó, sonriendo-. Necesito conocer los hechos más a fondo y
que se me rebata o lleve la contraria cuando sea necesario. Lo malo de un
general es que se le dice demasiado a sus órdenes, aunque luego no se
cumplan. Veo que tú no tienes pelos en la lengua, ni padeces la enfermedad de
los respetos humanos. De modo que, abusando de tu benevolencia, voy a pedirte
que me hagas un informe reservado sobre el estado de la Policía en
Barcelona y lo que podría hacerse por mejorarlo. Cuando lo tengas, házmelo
saber por las Señoritas Folchs y volveremos a tomar café, copa y, si cambias de
opinión, puro. Y ya sabes donde me tienes para cualquier cosa que se te
ofrezca.
Aquí terminó
nuestra primera entrevista. En quince días tenía listo el dosier solicitado,
que curiosamente feché el primero de mayo de 1919, entre la algarabía y los
petulantes desfiles de sindicalistas, con las pistolas al cinto. Pero el
documento no lo pude entregar en mano al general, que sufría una momentánea
indisposición, sino a su hijo Francisco, por encargo suyo. Si mi trabajo sirvió
de algo o, al menos, si agradó a su ordenante, es cosa de la que tuve noticia
indirecta meses después, cuando el hasta entonces gobernador militar, fue
nombrado simultáneamente gobernador civil, a principios de noviembre de aquel
violento año diecinueve, que, pese a las esperanzas despertadas por la
conversión de Anido en gobernador general de Barcelona, lo harían bueno
los dos años que lo siguieron.
***
En efecto, la
situación en Barcelona se agravó hasta tal punto, que abocó en un nuevo y
funesto efecto: Los agentes del orden público empezaron a ser víctimas de
atentados[27], de
modo que reaccionar de manera defensiva o por venganza convirtió a bastantes de
ellos en sujetos que no eran diferentes ni mejores que los criminales a quienes
tenían que perseguir. ¿Era aquello el en la guerra, como en la guerra,
que yo había patrocinado ante Anido? No lo creo así. Torturar sistemáticamente
a los detenidos en las comisarías, o disparar por la espalda a los presos con
el falso pretexto de que huían[28],
son conductas totalmente prohibidas por las leyes de la guerra; emplear la
violencia para defenderse de la agresión de los pistoleros era muy diferente de
vengarse de un atentado, matando a mansalva a unos cuantos sindicalistas
indiscriminados. Además, aquella situación tan parecida a una pequeña guerra
civil estaba lejos de ser dirigida y controlada por las autoridades políticas,
ni por los mandos de la Policía y de la Guardia Civil. En fin, lo mejor que
puedo decir de aquellos tiempos es que mi posición permitió que me mantuviese
al margen de la crueldad y de la vindicta. Mis pecados fueron de omisión, por
tolerar y no denunciar las brutalidades de muchos de mis compañeros. Y los
pecados de omisión en un inspector de entrada no eran, desde luego, lo peor con
que uno pudiera encontrarse en esos momentos.
Creo yo que
aquella malhadada situación hizo crisis, por efecto de la reacción de los
patronos catalanes, unidos en su asociación Fomento del Trabajo Nacional,
incapaces de resistir la violencia homicida y las huelgas, así mismo violentas[29];
reacción de protesta que llevaron hasta el Gobierno de Madrid, destacando las
discrepancias y titubeos que se venían produciendo entre las propias
autoridades, singularmente, los gobernadores civiles -considerados más
tolerantes y hasta condescendientes- y las autoridades militares, encabezadas
por el capitán general, Miláns del Bosch[30],
que estaban en un tris de hacer intervenir al Ejército. En vista de todo ello,
a comienzos de noviembre de 1920, el presidente Dato nombró a Don Severiano
gobernador civil de Barcelona, manteniéndolo simultáneamente en el cargo de
gobernador militar. Más adelante, tuve ocasión de leer la apostilla
gubernamental del encargo: Se le autorizaba a obrar con entera libertad,
pues el Gobierno no le creará dificultad alguna en sus iniciativas.
Había advenido,
pues, el Salvador de Barcelona. Quedaba ahora por ver con qué iniciativas
y, sobre todo, con qué resultados.
3. Un policía de confianza
Los desmanes en
aquella Barcelona carecían aparentemente de lógica. En un momento de auge del
pistolerismo, el grupo de criminales más fuerte -la llamada Banda Negra- quedaba
descabezada por la desaparición de sus jefes: El llamado barón de Koening era
expulsado de España por orden del Gobierno, mientras que el comisario Bravo
Portillo moría en atentado, por confusas represalias de anarquistas o de espías
extranjeros[31]. El
autoritario capitán general, Miláns del Bosch, era destituido por tomar
iniciativas demasiado drásticas, y lo reemplazaba el anciano Valeriano Weyler[32],
que se las había tenido que ver con los sucesos violentos de Barcelona en 1893[33]
y durante la Semana Trágica de 1909; hombre ya de criterios templados, y
hasta aplacados, por la edad y la experiencia. Su escasa eficacia aconsejó al
Gobierno el sustituirlo, al cabo de poco menos de dos años, por Miguel Primo de
Rivera, que abriría paso, año y medio después, a la dictadura que encabezaría
como su único Presidente del Gobierno[34].
Este juego de cromos en Capitanía General iba acompañado de otro
paralelo, pero inverso, en el Gobierno Civil de Barcelona, buscando
infructuosamente a un hombre que supiese aunar el talante negociador de un
mediador en las huelgas[35],
con el de un riguroso jefe de orden público, que pusiera a anarquistas y libres
en su sitio, es decir, trabajando en los tajos, no pegando tiros en las
calles. Finalmente, con el consejo y la petición de alcaldía y patronal, el
Gobierno encontró la forma de cuadrar el círculo: unificar el mando civil y el
militar en una única persona, conocedora de la ciudad e inflexible en el trato.
Esa persona fue, por supuesto, Don Severiano Martínez Anido.
De todo eso yo
solo tenía un conocimiento superficial, pero las noticias me estallaron en las
narices, con unos pocos días de intervalo, en noviembre del año 20:
-
¡Han
nombrado a Anido gobernador civil de Barcelona! ¡Y sin dejar de ser el
gobernador militar!
-
¡Tenemos
nuevo Inspector General! Es el general de la Guardia Civil, Miguel
Arlegui[36].
Y, apenas me había
repuesto del susto, me dieron otro, por conducto de mi jefe, el
comisario Benavides:
-
Tengo
una buena noticia para usted, Cifuentes, me dijo con todo el cinismo.
-
¿No
será mi traslado a alguna de las plazas vacantes, que tengo solicitado?,
aventuré.
-
Es
poco probable, inspector, pues lo que tengo que ordenarle es que se presente a
la mayor brevedad posible al nuevo gobernador civil.
No supe qué decir,
fuera de prometer que cumpliría lo ordenado. Don León, que algo debía de imaginarse,
me despidió así, el muy guasón:
-
¡Adelante,
Cifuentes. Aproveche la ocasión y a hacer carrera!
***
Anido me hizo
pasar a su despacho, tras hora y media de espera en la antesala. La verdad es
que esta y aquel eran un hervidero de civiles y militares, entrando y saliendo,
lo que evidenciaba unos momentos de agobiante actividad por parte del flamante
gobernador civil. Aproveché el tiempo, aislándome mentalmente y madurando lo
que habría de decirle al general, en función de cuáles fuesen sus pretensiones
respecto de mi humilde persona. En realidad, todas las opciones partían de una
misma y evidente premisa: la de que Su Excelencia me iba a hacer algún
encarguito que me obligaría a permanecer por el momento en Barcelona.
El nuevo
gobernador, de manera afectuosa pero apresurada, me informó escuetamente:
-
Cifuentes,
tengo para ti un encargo muy especial. Ya he hablado con Arlegui para que no te
pongan pegas en tu comisaría.
-
¿Con
el general Arlegui, Excelencia?, pregunté con un dejo de inquietud y desagrado
que hizo sonreír a Anido.
La verdad es que
yo no conocía a Arlegui ni de vista, pero, tan pronto le nombraron jefe de la
Policía barcelonesa, mis compañeros no dejaban de comentar acerca de su
aspereza y autoritarismo: El típico generalote de la Guardia Civil, y
achacoso, para más inri[37]
-decían-.
-
No,
hombre, no -me tranquilizó Anido-. Arlegui ha autorizado el que pases a mi
servicio directo, pues quiero confiarte una misión de gran importancia para mí.
En dos palabras,
me explicó que iba a incorporarme a su servicio de protección y vigilancia, con
el cometido específico de proteger y amparar a sus dos mujeres: su
esposa, Doña Dolors, y su hija, María Teresa. No me cabe duda de que Anido no
se guiaba tanto por la buena opinión que de mí pudiesen tener mis superiores, cuanto
por las alabanzas que me dedicaban las hermanas Folchs, primas de su mujer. Por
supuesto que, ante todo, pensé en el honor que me hacía, no en la
tremenda responsabilidad que contraía para el caso de que les sucediera
cualquier cosa a sus dos amores. En consecuencia, de modo sincero, me puse a
sus órdenes, aunque sin dejar de formular un ruego:
-
Solo
le pido una cosa, mi general. Estaba a punto de conseguir un traslado fuera de
Cataluña, que ahora se verá demorado; pero haga usted para que lo consiga, en
cuanto le liberen, a Vuecencia y a su familia, de sus responsabilidades en
Barcelona.
Anido prometió:
-
Cuenta
con ello. Quizá no tengas que esperar mucho, pues en el Gobierno no todos están
a favor de la mano firme y sin medias tintas ni titubeos.
Razón tenía mi
General. Su nombramiento fue recibido con entusiasmo por la mayor parte del
empresariado barcelonés y de los políticos, incluso regionalistas, no
vinculados con las izquierdas revolucionarias. Miles de catalanes se afiliaron
al Somatén, incluso nobles y personas distinguidas: Parecía que fuese honorable
ponerse al servicio de la paz y el orden en el país, con la garantía de unidad
y disciplina que le daba la dirección suprema y el apoyo de Anido[38].
Pero, con ser importante este apoyo,
digamos, popular, más lo fue el que los sindicatos libres plantasen
cara a la poderosa CNT anarquista, liberando así a la Policía con su
autodefensa, aunque esta supusiera una verdadera guerra en las calles, solo que
ahora entre obreros, y no solo entre trabajadores y sicarios de la patronal.
Pero, en mi opinión, lo decisivo fue la ilegalización del sindicato libertario
y el encarcelamiento de muchos de sus líderes, hasta unos dos o trescientos,
según se decía. Así, aunque de forma demasiado lenta para muchos, la CNT perdió
mucha fuerza bruta, a mayores de la que se le escapaba por la vía de los
asociados que se daban de baja en ella, hartos de aquella espiral de violencia
y represión.
En los años
-muchos- que han transcurrido desde aquellos sucesos, hasta mi narración de
recuerdos, he tenido ocasión de escuchar y de leer muchas opiniones muy
negativas del General, en particular, achacando a su mandato la muerte de
cientos de anarquistas, así como la aplicación de la que luego se conocería
como ley de fugas, es decir, el asesinato de detenidos, con el falso
pretexto de que intentaban escaparse. Yo creo que todo ha de ponerse en el
contexto de la situación de entonces y, de ser posible, cuantificarlo, aunque
sea cierto que el crimen lo es desde el primer caso que se produzca. Y así,
tengo el convencimiento fundado de que los cenetistas y otros obreros de
izquierdas que murieron en atentado o en combate no fueron muchos más que
sus contrarios, a los que aquellos se encargaron de dar el pasaporte[39].
Y, en lo tocante a la ley de fugas, los supuestos fueron contados,
salvo en los momentos -enero y junio-julio de 1921- en que la venganza por
hechos anteriores desató el furor de mis compañeros más bestiales, apoyado en
el convencimiento de que sus superiores no indagarían lo sucedido, ni se les
pedirían responsabilidades[40].
¿Cumple a Martínez
Anido la plena responsabilidad por los crímenes y excesos cometidos durante su
mandato? Si -como suelen decir los abogados- se le atribuyen las culpas in
eligendo e in vigilando[41],
poca duda cabe de ello. Pero, si se afirma que todo vino de las órdenes o
provocaciones del General, me permito ponerlo en duda, cuando no rechazarlo. A
mi parecer, a la mala fama de Anido contribuyeron decisivamente dos hechos, que
tienden a olvidarse, o a ser mal interpretados. El primero, la selección de un
atrabiliario personaje, inexperto en la materia terrorista, como Arlegui, para
comandar una Policía ya de mano muy contaminada por la extorsión, la
indisciplina y la violencia ciega. El segundo, no haber contenido la lengua en
ciertos momentos a la hora de avisar de sus métodos militares de guerra, o de
excitar la reacción autodefensiva de la sociedad frente a los pistoleros
anarquistas. Más de una vez -créaseme o no- tuve ocasión de censurar
respetuosamente al General ciertas exageraciones propias y tolerancias ajenas,
valiéndome a veces de su esposa, Doña Dolors, de siempre disconforme con la
postura anti catalanista de su marido; una postura que compartía con su hijo
Roberto, con quien formaba, por así decir, la rama moderada de la
familia.
No se vaya a
creer que, en sus tiempos de gobernador de Barcelona, Anido obtuvo, más bien,
apoyos y parabienes, volviéndose luego las cañas lanzas. En Madrid, bien pronto
perdió el apoyo del presidente Dato, asesinado en marzo del 21 por anarquistas,
encontrándose cada vez menos en sintonía con otros próceres en el cargo, como
Maura y Sánchez Guerra[42],
un tanto agobiados por las ominosas noticias que les llegaban de Barcelona. En
la Ciudad Condal, Anido había perdido, ya antes de su nombramiento como
Gobernador Civil, la presencia del capitán general Milans del Bosch, con quien
congeniaba de manera excelente, si bien su sucesor, Weyler, le dejó hacer sin inmiscuirse.
El apoyo inicial de toda la clase política catalana, incluido Cambó, pronto
experimentó fallas y deserciones, al constatar, entre otras cosas, que el
desorden social y la violencia no iban a desaparecer de la noche a la mañana,
sino que ello exigiría tiempo y sacrificios. Finalmente -por no ser en exceso
prolijo-, Anido, siempre caballeroso, se sintió obligado a solidarizarse en
todo momento con su subordinado, el general Arlegui, quien no tardaría en
concitar críticas y repulsa, pues en aquella época los barceloneses sabían bien
quién era severo, pero sustancialmente eficaz y contenido, y quién se dejaba
llevar, ineficazmente, por la fuerza bruta y la lenidad con los agentes del
orden más aviesos y violentos.
Quizás el
encontronazo más decisivo de Anido es el que tuvo con los muchos patronos que,
tratando de aprovechar su cruzada contra los anarquistas, quisieron
imponer los llamados sindicatos únicos[43],
de inspiración similar a los fascistas, con los que pretendían domesticar a
las agrupaciones de trabajadores y dominarlos desde arriba. El General se negó
tajantemente a apoyarlos y, en cambio, miró con simpatía y ayudó a los libres,
es decir, a las asociaciones de obreros que defendían sus derechos y se enfrentaban
a los agresivos cenetistas desde una perspectiva menos violenta y
reivindicativa, que con el tiempo se ha juzgado inspirada en la entonces poco
desarrollada doctrina social de la Iglesia.
Para terminar con
estas reflexiones, ¿fue eficaz la acción de Anido?; ¿mejoraron sustancialmente
las cosas en los casi dos años en que se mantuvo en la gobernación? Yo diría,
con los pocos datos de que dispongo, que el General, no solo llegó a sentar las
bases para un radical y favorable cambio de ambiente, sino que el progreso se
evidenciaría ya a lo largo del año 22, volviendo negativamente a las andadas en
el año siguiente, hasta el momento en que Primo de Rivera dio su golpe de
Estado en septiembre. Estadísticas futuras dirán si mi percepción en caliente es
correcta, o no[44].
***
Los cerca de tres
años que estuve formando parte del equipo de protección a la familia Martínez
Anido cuentan entre los mejores de mi vida, por cuanto estuve constantemente
dedicado a proteger la vida de personas que me eran particularmente gratas. Era
un trabajo plenamente legal y propio de un buen policía, que me mantenía en
tensión y desarrollaba ese sexto sentido que yo entonces estaba madurando, y
sin el cual un agente del orden estará tan inerme, como si descuidase la información
o el armamento. Diariamente tenía que presentar al jefe de escoltas del General
un informe escueto de las tareas realizadas y, en su caso, de las incidencias y
riesgos que hubiese constatado. La verdad es que aquellas y estos fueron
escasos durante mi trienio de servicio, a lo que ayudaba la sensatez de Doña
Dolors, que salía muy poco de su residencia oficial y siempre avisaba con
tiempo para que estuviésemos preparados. No debió de serle grata esa semi
reclusión a una señora de buena edad y tan vinculada a la sociedad barcelonesa.
En cambio, su hija, María Teresa, apenas salida de la edad escolar, llevaba una
vida más activa, centrada en una labor que sus padres no podían negarle: la de
atender a la infinidad de soldados que a la sazón iban y venían de Marruecos,
en aquellos años de la catástrofe de Annual y las operaciones que la siguieron.
En la familia Anido, la inquietud y la solidaridad eran tanto más acuciantes,
cuanto que Rafael[45],
uno de los hijos del general, era teniente de Regulares y, por tanto,
combatiente en riesgo para su vida. Andando el tiempo, habría también de luchar
como capitán de la Legión en nuestra guerra civil y acabaría brillantemente su
vida militar como general de división. Por su parte, la jovencita María Teresa
vería reconocida su dedicación caritativa en un homenaje público y
multitudinario, que se le dedicaría en Barcelona, todavía en tiempos del
gobierno de su padre[46].
Y más de una vez eché una mano con la vigilancia del hijo menor del General,
Ramiro[47],
quien después de la guerra civil seguiría una carrera bien diferente a la militar
de su hermano Rafael.
Recepción en Capitanía General
(Barcelona), presidida por Martínez Anido
Como es sabido, en
el breve intervalo de unas semanas de octubre del año 22, el Gobierno, por
razones que él y los historiadores conocerán, forzó los ceses sucesivos de los
generales Arlegui y Martínez Anido. Con la elegancia que humanamente lo
caracterizaba, Anido rechazó cualquier homenaje aparte del banquete de despedida
que públicamente se les ofreció conjuntamente a ambos generales. Esa elegancia
no tuve su contrapartida en la del presidente Sánchez Guerra, que apenas
permitió disfrazar el cese de dimisión, ni preparó de inmediato para el General
un nuevo cargo, que le permitiera salir cuanto antes de una Barcelona hostil,
en la que tenía que desplazarse hasta entonces en coche blindado. Por el
contrario, hasta abril de 1923, Martínez Anido permaneció en la Ciudad Condal
-gallardamente, he de decir- como disponible forzoso, hasta que se le otorgase
un nuevo mando para su rango militar. Finalmente, este fue el de gobernador
militar de Cartagena. Esos seis meses consolidaron nuestra buena relación,
llevándola a términos de amistad. En efecto, concluido el banquete del Ritz[48],
al acercarme a cumplimentar a Anido, este me citó en el Gobierno Militar
para el día siguiente. Allí, se sinceró:
-
Bueno,
Cifuentes, misión cumplida y, en lo que a ti respecta, a plena satisfacción y
con mi agradecimiento y el de toda la familia.
-
¿Qué
piensa hacer, mi general?, inquirí. ¿Marcharán para Tarragona, a Madrid o a
algún otro sitio?
-
Entiendo
que mi deber -respondió- es permanecer en Barcelona, en tanto esté disponible
forzoso. Solo deseo que no me hagan esperar mucho pues ya sabes que aquí estoy
en peligro. Me han dicho que los anarquistas han puesto precio a mi cabeza…
¡Mientras dejen a mi familia en paz!
-
Entonces,
Excelencia -repliqué-, mi tarea no ha concluido. Pediré a mis superiores que
autoricen mi adscripción a los servicios de seguridad suya y de sus familiares…
No creo que, dadas las circunstancias, me pongan dificultad.
Anido pareció
conmoverse, aunque bruscamente volvió al mundo real:
-
No
confíes en ello -dijo-. De todos modos, agregó, varios oficiales también se han
ofrecido voluntarios, aunque me hayan defenestrado del Gobierno Militar.
-
Sea
como fuere, mi general -prometí-, que Doña Dolors y María Teresa cuenten
conmigo en mis horas libres y en los días que esté franco de servicio.
-
¿Y
qué va a ser de tus deseos de traslado? Lo mismo te lo birlan en el ínterin.
-
Un
buen policía no abandona su tarea para correr en busca de la comodidad, repuse.
Y así fue como me
ofrecí voluntario para un servicio que, más adelante, tendría una recompensa
inesperada. Fue a poco de que Anido fuese nombrado Subsecretario de la
Gobernación, el 22 de septiembre del año 23, tras el golpe de Estado de su
amigo, el capitán general de Cataluña, Primo de Rivera. Sin cruzar conmigo ni
una palabra, recibí la noticia por la Gaceta de Madrid: Por los méritos
contraídos, se me ascendía a comisario y me destinaban como segundo jefe a la
jefatura de Policía de Palencia. Cuando Don León se enteró, le faltó tiempo
para tomarme las bromas consiguientes:
-
Nada,
chico, me alegro mucho de perderte de vista. Ya sabía yo que harías carrera a
la vera de Don Severiano.
Luego, añadió:
-
¡Palencia!
Buen sitio para descansar… Y, si te aburres, no tienes más que buscar novia y
casarte de una vez… Espero que me invites a tu boda.
El bueno de
Benavides iba a acertar en casi todo, pero no en lo de la boda. Se ve que no
eran solo los peligros de Barcelona lo que me apartaba del matrimonio.
4. De Vicepresidente a fugitivo
Mi incorporación a
la Policía en Palencia fue lo más plácida que podía esperar. Ahí es nada:
contar con el apoyo del mandamás en la materia[49],
en una provincia muy poco conflictiva y en la que, por su carácter
eminentemente rural, el orden estaba en manos de la Guardia Civil, mucho más
que de la Policía. Y, aún mejor, el comisario jefe me asignó como cometido funcional,
además del de sustituirlo en caso de ausencia, el de dirigir a la policía
judicial, dado que -según me dijo- le resultaba particularmente incómodo el
tratar con los jueces y magistrados. Yo asumí encantado el encargo, pues
pensaba que me libraría de intervenir en los aspectos más politizados del
mantenimiento del orden público y la seguridad. Y es que, por aquellas calendas
de la Dictadura, todo el país se había convertido en un gigantesco cuartel,
gobernado al estilo ordenancista por gobernadores y delegados gubernativos
salidos, en su inmensa mayoría, de las filas de la milicia. Yo pensaba que era
la lógica, y triste, consecuencia de ser gobernados por militares, cuyas
cabezas visibles -Primo de Rivera y Martínez Anido, los primeros- se habían
curtido en el mundo separatista y violento de Cataluña. Recuerdo una
conversación que tuve con mi jefe, el comisario Vaquero, a raíz de producirse
el golpe de Estado de Primo y la designación de Anido como su segundo en
materia de orden público:
-
¿Crees
que nos militarizarán a los policías -como ya lo está desde siempre la Guardia
Civil-, o se conformarán con darnos de lado y quitarnos los cometidos más
importantes, para dárselos a los servicios de información del Ejército?
-
Lo
siento, Vaquero -le contesté-, pero no puedo darte una respuesta fundada, pues
no hablo con el General desde que se marchó de Barcelona. En todo caso, no creo
que necesite embridarnos más que con esos Gobernadores Cívico-Militares, que
han venido a reemplazar a los Civiles, sin más exigencia previa que la de ser
jefes del Ejército.
Era verdad. Aparte
de una carta de agradecimiento al General por su evidente impulso para
ascenderme y lanzarme a Palencia, no había tenido con Anido mayor
contacto. Seguramente, sus múltiples ocupaciones le habían impedido hasta
agradecerme las palabras de mi carta en que me ponía a su disposición en la
ciudad palentina para cuanto se le ofreciera; algo inusual en él, que era muy
cortés. Pero, a comienzos de 1924, recibí de su orden una carta de su
secretario, el señor Oller[50],
informándome de que el recién nombrado Delegado Gubernativo[51]
para Cervera de Pisuerga era persona inexperta en el ámbito para el que había
sido designado y el General me rogaba que le prestase mi colaboración y consejo
hasta que se hiciese con los conocimientos necesarios, pues era persona cabal y
muy amiga de su familia ferrolana[52].
Ni que decir tiene que acepté el cometido, por más que yo tuviese una noticia
muy parca de lo que se cocía en el norte de mi provincia, donde las
funciones policiacas estaban en manos de la Guardia Civil. El bisoño delegado
resultó ser un comandante de Ingenieros, quien, en efecto, me cayó bien desde
un principio, lo que resultó una razón de más para convertirme en su mentor,
dado que era persona bastante flexible y se dejaba aconsejar. Si me acuerdo de
él ahora y lo traigo a colación, es porque constituyó mi enlace con algunas
obras y actitudes de Anido, que su coterráneo me confesaba, como sabidas de
primera o segunda mano. Con ello, pude perfeccionar el retrato impresionista
que me había hecho del General en nuestros tiempos de Cataluña, hasta tener una
imagen bastante más contrastada que la de chafarrinón que suelen ofrecer tantos
historiadores de oídas, fieles a los tópicos y a sus propios intereses.
Una de las
primeras cosas que Benjamín Sueiro, mi recomendado, me aclaró fue la de que
Anido no había tenido mayor intervención en el golpe de Estado de Primo de
Rivera, si bien estuvo totalmente de acuerdo con que se diera, al considerar
que la situación del país era insostenible. Hasta los diarios había saltado el
desacuerdo franco entre mi General y el Gobierno, dado que aquel, nombrado
comandante general de Melilla a menos de dos años del desastre de Annual, se
veía impotente para contraatacar y recuperar el terreno perdido, por el poco
apoyo que -según él- recibía del poder central. Indignado, había recibido el
cese de su cargo[53], de
modo que el nacimiento de la Dictadura le había sorprendido en San Sebastián,
en expectativa de destino. La amistad con Primo y la fama de severo y eficaz
catapultaron a Anido a la subsecretaría de Gobernación -cartera ministerial que
el propio Primo se reservaba- y le faltó tiempo para proponer como director
general de Seguridad al -para mí,
funesto- general Arlegui, lo que comenté desfavorablemente con Sueiro. Este
justificó el nombramiento:
-
Anido
es hombre de honor -adujo- y no estaba dispuesto a dar de lado a quien, mejor o
peor, fue su brazo derecho en Barcelona. Además, se rumorea que Arlegui está
bastante enfermo y probablemente no tardará en tener que dimitir por motivos de
salud.
-
Allá
veremos, amigo Sueiro -repliqué-, pero no me convencen los derroteros que mi admirado
General está tomando, de cubrir con militares todas, o casi todas, las plazas
de gobernadores y de delegados, y perdona que te lo diga. España no está tan en
peligro como para reemplazar a la gente curtida en la política y en la
administración por quienes, como puede ser tu caso, estáis mucho más preparados
para las labores castrenses.
-
Y
que lo digas, Cifuentes. Nada me ha sentado peor que irme a perder con mi
familia en la montaña palentina, pendiente de la Gaceta para saber qué
se espera de nosotros, o en qué tenemos que ocuparnos. Pero esas normas vienen de
arriba y a mi conocido ferrolano no le cumple otra cosa que cumplirlas en
lo que al orden público concierne.
Andando el tiempo, tanto Anido, como
Sueiro, mejoraron sensiblemente de fortuna. A fines de 1925, el General fue
nombrado ministro y vicepresidente del Directorio, es decir, la segunda
autoridad del Gobierno. Por su parte, los delegados gubernativos fueron muy
reducidos en número y pasaron a tener su sede ordinaria en las capitales de
provincia. A Palencia le correspondieron solo dos delegados y Sueiro conservó
su cargo, pero en la capital del Carrión[54],
lo que nos permitió una más frecuente y profunda relación. Así pude seguir
algunas curiosas peculiaridades de Anido en aquellos tiempos, que en no pocas
ocasiones he visto luego olvidadas o mal interpretadas. Sea una de ellas su
frecuente contacto con autoridades policiacas de otras naciones, que le
movieron a firmar convenios de cooperación anticomunista con ellas[55]
y a hacer llegar a militares selectos boletines anticomunistas exagerados, o
directamente mendaces, que Sueiro tomaba un poco a broma, pero que parece
inficionaron decisivamente a otros más crédulos, como los generales Mola y
Franco, con las consecuencias que luego se verían.
No fue menor la
represión que la Dictadura, por manos de Anido, ejerció contra la anarquista
CNT a la que, en 1927, este sindicato respondió con la fundación en su seno de
la FAI[56];
ni con los partidos y organizaciones nacionalistas, catalanes, vascos e,
incluso, gallegos, lo que lamentaba Sueiro como exagerado y fuera de lugar. Esta
labor antinacionalista -tal vez mejor, antiseparatista- supuso la gran
potenciación del somatén, aunque acabara siendo una parodia de fuerza de orden
público, salvo en Cataluña. Al menos, en Palencia nos dio más quebraderos de
cabeza que ayuda eficaz.
Entre tanto
militarismo y extremosidad, me llegaban algunas referencias más positivas de mi
General, como su gran interés por el combate contra la tisis, promoviendo
la creación del Real Patronato de Lucha Antituberculosa[57];
o, ya al final del periodo dictatorial, de la Organización Nacional de
Ciegos[58],
desarrollada con gran magnitud al final de la guerra civil.
Con todo, lo más
interesante que de Martínez Anido supe, por conducto de Sueiro, no ha solido
considerarse por los historiadores posteriores, y evidencia una perspicacia y
un cambio de mentalidad en el General muy dignos de nota. Me refiero al hecho
de que, según avanzaba el calendario y se estancaba la Dictadura, Anido -de
quien se dice que era la única persona a quien Primo de Rivera escuchaba en las
cuestiones políticas esenciales-, lejos de hacer caso de quienes lo animaban a
reemplazar a Primo con la ayuda inestimable de su amigo, Alfonso XIII, aconsejó
en repetidas ocasiones al dictador que diese paso a una verdadera restauración
constitucional, en vez del inoperante paripé del partido político único, Unión
Patriótica[59]. Bien
es cierto que Anido nunca se enfrentó a Primo, pese a sus discordancias, pero
no es menos cierto que lo dejó caer en enero de 1930 sin un atisbo de apoyo, y
nada objetó a que fuese sustituido por el general Berenguer -favorito,
finalmente, del rey-, ni a que el nuevo presidente lo cesara a él en la cartera
de Gobernación, llevando a cabo un modélico traspaso de poderes a su sucesor,
el también general, Enrique Marzo. Al saber esto y que se decía que Anido
frecuentaba los viajes a Barcelona con objetivos ominosos, aunque inciertos, me
permití escribirle una respetuosa misiva, en la que recordaba los duros
avatares de los tiempos del pistolerismo y lo animaba, como respetuoso
admirador y amigo, a no implicarse en el juego político de la Ciudad Condal,
como algunos afirmaban[60].
El General me contestó muy amablemente, indicándome, entre otras cosas, lo
siguiente:
… Mis viajes a
esta hermosa capital de Cataluña no responden a reanudar pasadas tareas -¡Dios
no lo quiera!-, sino, por el contrario, a exhortar y animar a mis compañeros de
acá y a los buenos españoles del sindicalismo libre para que no
provoquen conflictos al Gobierno de Su Majestad, en una situación tan inestable
como la presente…
… De hecho, mi buen
Cifuentes, mis muchos años, y mi propia familia, me recuerdan la inoportunidad
de involucrarme en nuevas labores políticas ni, menos aún, en aventuras militares. De hecho, en
una semana, pasaré a la reserva al cumplir 68 años[61],
razón de más para apartarme de la vida pública y dejar que otros, más jóvenes o
más osados que yo, tomen el relevo.
Con la caída de la dictadura y su
continuación por la dictablanda[62],
el bueno de Sueiro volvió a su destino militar en Burgos y yo me
quedé sin un confidente de fiar. Quizá por ello me pilló por sorpresa el que
Anido, en septiembre del año 30, recibiera licencia del Gobierno para
ausentarse de España, a fin de -según rezaba la Gaceta- viajar por
Francia, Italia y las Repúblicas hispanoamericanas, con un, más que dudoso,
objetivo de estudio militar. Lo único que se me ocurrió fue que el general
Berenguer había tratado de quitarse de delante a un posible competidor. Lo
cierto era, al parecer, que la decisión había partido de Don Alfonso XIII y
que, desde luego, el General no tenía muchas ganas de ausentarse de España. De
hecho, no cruzó la frontera franco-española hasta tres meses y pico después: el
1 de enero de 1931. La fortuna acababa de jugarle una pasada excelente, pues
quién sabe lo que habría sido de Martínez Anido de pillarle los
republicanos en nuestro país, cuatro meses después.
***
¿Por qué acabo de
escribir sobre una pasada excelente de la fortuna al General?
Recordemos. El 14 de abril de 1931 la República triunfa en España y para su
afán justiciero -o revanchista-, Anido era el primer hombre a encausar, toda
vez que Primo de Rivera había fallecido a los pocos días de caer su dictadura.
Era algo que el General comprendía perfectamente y que trató inútilmente de
evitar redactando una declaración jurada de fidelidad a la República, que hizo
pública desde Marsella, el 27 de abril de 1931[63].
La amenazadora respuesta del Ministro de la Guerra, Don Manuel Azaña, fue la de
ordenar que Anido se presentase ante él en el plazo máximo de cinco días para
recibir órdenes[64].
Ni que decir tiene que el General desacató el mandato, con el pretexto de que
no podía cumplirlo por hallarse delicado de salud, y pasó a Niza de manera
encubierta, donde establecería su residencia hasta que llegasen para él tiempos
mejores.
Todo esto lo supe
con certeza a través de Sueiro, con el que mantenía correspondencia, en lugar
de vernos personalmente, pese a la facilidad de comunicación entre Palencia y
Burgos. Como él decía, para gente como nosotros, la dictadura no ha
hecho sino cambiar de bando. Mas, sin necesidad de corresponsal, tuve noticia
por la Gaceta de la República, de la reacción del ministro Azaña al
voluntario exilio de Anido[65]:
Se daba al General
de baja en el Ejército, perdiendo grado, sueldo, pensiones, honores y derechos
militares, por haber desobedecido la orden de regresar a España y ponerse a
disposición directa del ministro. Tal decisión era claramente ilegal, toda vez
que una resolución con tamañas consecuencias había de ser acordada por los
tribunales competentes, no por el ministro de la Guerra, y así se resolvió
judicialmente, tras recurso interpuesto en nombre de Martínez Anido.
No encajó bien el
Gobierno, ni -menos aún- el orgulloso ministro de la Guerra el sofión judicial,
pues decidió pasar, de la injusticia administrativa, a la persecución penal. Y
así, en enero de 1932, ordenó la apertura de causa criminal contra Anido por
abandono de servicio, entendiendo que ya había expirado con creces la licencia
por estudios concedida por el Gobierno Berenguer[66].
Más tarde, llevando la imputación a términos políticos, el General caería bajo
la competencia del tribunal instaurado para juzgar las responsabilidades
derivadas de la Dictadura de Primo. En su virtud, la corte lo condenó, en ausencia, a un
total de 24 años de reclusión[67],
con pérdida de los derechos inherentes a su previa condición de militar, entre
ellos, el percibo de la pensión de retiro.
Si he insistido en
estos procedimientos y sanciones, ha sido para explicar lo que me acontecería
por aquellas fechas, y que me puso de nuevo en contacto, aunque a distancia,
con el General. Sucedió que, a comienzos de 1932, en contra de su costumbre,
Sueiro me telefoneó a la comisaría, rogándome, sin más aclaración, que me
constituyese en Burgos un par de días más tarde, para saber noticias de primera
mano de un buen amigo. No dudé, viniendo la cita de quien la hacía, que el
buen amigo habría de ser el General, aunque no me explicaba la necesidad de
viajar para recibir aquellas nuevas. Con todo, siendo la primera vez que Sueiro
me lo pedía y estando Palencia a una hora por tren de Burgos, inventé una
excusa plausible -una consulta médica para mi incipiente nefritis- y marché a
la ciudad del Cid, en busca de aquella información tan reservada.
Las noticias nos
las traía un abogado que, como defensor de Anido en sus polémicas con el
ministerio de la Guerra, había tenido la gentileza de entrevistarse con su
cliente en Francia, a fin de mejor preparar su defensa[68],
y nos transmitió la penosa impresión que Anido le había dado, envejecido,
vejado y privado de un sustento económico necesario, para él y los miembros de
su familia que del mismo seguían dependiendo. Recuerdo que Sueiro, ante esta
penuria, hizo un extenso comentario, del estilo del siguiente:
-
Este hombre,
siempre igual, honrado a carta cabal y sin tocar una peseta de las muchas que
ha tenido que distribuir. Creo que su ayudante[69],
viendo su acrisolada conducta y lo mal que podían venirle las cosas en el
futuro, le había sugerido algunas componendas económicas
tranquilizadoras, a lo que Anido le contestó que, siendo todo un teniente
general, malo habría de ser que la pensión no le alcanzara para mantenerse él y
su mujer. Al caer la Dictadura, volvió el ayudante a insistir: Mire, mi
general -le dijo-, que en la caja del ministerio hay medio millón de
pesetas, sin destino concreto y con las que a saber lo que harán quienes nos
sucedan aquí. Bien, pues Don Severiano casi lo tira por un balcón. Si no
tuviera que cesar inmediatamente, te abría consejo de guerra -le dijo-. Muy bien, mi general -replicó el ayudante,
bastante incomodado-, céseme vuecencia como ayudante suyo: eso sí que puede
hacerlo en cualquier momento. Y Anido: Ganas me dan, pero te has portado
siempre como un buen compañero y no es cosa de dejarte en la calle, a los pies
de los caballos…, aunque seas de Infantería.
-
Muy
propio suyo -comenté-. Me gustaría escribirle o, si a mano viniere, visitarlo.
¿Podría usted facilitarme sus señas?, pregunté al abogado.
Primer Gobierno de la Dictadura de
Primo de Rivera
Este miró de reojo
a Sueiro, que le hizo un gesto afirmativo. El letrado sacó una agenda, apuntó
una dirección de la avenida de Verdún en Niza y me aconsejó:
-
Por
su bien, escríbale, si quiere, pero no vaya a visitarlo. Para él podría ser una
alegría, pero para usted, siendo policía, podría costarle el puesto.
Dicho y hecho.
Mientras el abogado anónimo y Sueiro apuraban un segundo café, fui a comprar a
toda prisa recado para escribir una carta, que improvisé sobre el mismo velador
del bar, garabateando unas líneas, tan improvisadas como sentidas, que el
letrado se encargaría de hacer llegar bajo cuerda al General, evitando así la
casi inevitable apertura de una misiva enviada por correo ordinario a tan
conocido destinatario. No recuerdo el tenor literal, pero sí el contenido
básico, que era este, más o menos:
Mi general:
Por un abogado de
su confianza -al que yo le entrego estas letras para que se las haga llegar-
recibo noticia, no ya de su conocido exilio por motivos obvios, sino de las
dificultades económicas que parece arrastrar, al haber sido privado sine die del derecho a cobrar la
pensión inherente a sus servicios y rango militar. Como, entre otras cosas,
percibo un buen sueldo -gracias, en parte, a su amabilidad para gestionar mi
ascenso a comisario- y sigo tan soltero como lo estaba en Barcelona, estoy en
condiciones de hacerle llegar una cantidad significativa, para que pueda cubrir
sus necesidades más urgentes. En su mano queda el tomarla como contribución a fondo
perdido, o como préstamo a devolver el día -que espero no lejano- en que se le
haga justicia por el Gobierno en lo económico, que en todo lo demás para nada
necesita Vuecencia de marchamos de legalidad por parte de quienes
sistemáticamente la incumplen.
Puede hacerme
llegar su respuesta y otros datos complementarios por el medio fiable que
considere oportuno. Mis señas las entrego a nuestro correo en papel aparte.
Reciba, mi
general, el testimonio de mi permanente y alta consideración, que hago
extensiva a su familia próxima, de cuyos integrantes guardo imborrable
recuerdo.
He de decir que no
recibí respuesta escrita de Anido a mi ofrecimiento, pero de alguna manera la
tuvo Sueiro -supongo que por el método de boca a oído-, quien me la hizo llegar
de forma muy escueta, con el laconismo de quien está acostumbrado a que lo
espíen:
-
Dice
Anido que muchas gracias por tu conmovedora devoción hacia su persona, pero que
no le es necesaria por ahora tu ayuda económica, pues va defendiéndose por
otros medios.
Era verdad, como
supe más adelante. Más útil le habría resultado mi protección como policía, de
haber sido esta posible, pues en Niza pasó el General por bastantes apuros para
eludir la ominosa vigilancia de que le hacían sujeto pasivo los servicios de
información de la República. Lo cierto es que hacían lo correcto, dado que
Anido estuvo a punto de configurarse como la cabeza del golpe de Estado militar
que se estaba gestando contra el Gobierno español.
5. El león en invierno[70]
El 21 de mayo de
1932 cumplía Martínez Anido setenta años, una edad muy considerable para la
época y poco propicia para embarcarse en peligrosas singladuras, como la que
insistentemente le sugerían los interesados en acabar con la República por
medios espurios. En efecto, el que luego sería conocido como golpe de Estado o
rebelión del general Sanjurjo[71],
la famosa Sanjurjada, pudo tener como cabeza visible a Martínez Anido,
si este hubiese aceptado los reiterados ofrecimientos para ello[72].
Nunca llegué a conocer a ciencia cierta las razones de la negativa del General,
pero supongo que un militar exiliado, de setenta años, viviendo en el
extranjero de manera en algún modo clandestina, era lo que antes he
metaforizado como un león en invierno. Si el General tenía más hondas y
reflexivas razones es algo muy probable, habida cuenta del clamoroso fracaso
del golpe que se preparaba. De cualquier modo, la pasividad del General sirvió
de tan poco ante el Gobierno, como su precedente promesa por su honor de
fidelidad a la República: Ya he dejado dicho que, a lo largo de 1932, se le
siguió causa criminal por auxilio a la dictadura de Primo de Rivera, que
concluyó con la imposición en rebeldía de dos penas de doce años de prisión,
que estaba previsto cumpliese en el penal de Mahón.
La hibernación del
General -para sorpresa de todos, incluido él mismo- no concluyó con el triunfo
de las derechas en las elecciones generales de noviembre de 1933. Es cierto que
-como no podía ser de otra manera- Martínez Anido recibió la amnistía de sus
responsabilidades por el auxilio a la dictadura de Primo[73],
pero no lo es menos que, cuando se dispuso a entrar en España[74],
el Gobierno presidido por Lerroux le negó tal acceso, sin causa legal que lo
permitiera[75].
Asombrado, Anido permaneció varios días en Behobia, esperando que las
autoridades españolas revisaran su decisión. Finalmente, optó por alejarse de
la frontera y fijó su residencia en París. Fue allí donde, en las navidades de
1934, durante un permiso por vacaciones, visité al General, después de unos
doce años sin haberlo vuelto a ver.
Para abreviar, la
impresión que me dio era la de que Anido se mantenía en perfecta forma física,
teniendo en cuenta su edad. Otra cosa era su estado mental, que no era extraño
que fuese de notable confusión, dadas las circunstancias. Imaginen a un hombre
mayor, jubilado de grandes responsabilidades, con ciertas dificultades
económicas, expatriado de la manera más ridícula por un Gobierno supuestamente
afín y con la familia dividida entre España y Francia. Añadan a esto la
tremenda impresión recién producida por la revolución de Asturias[76],
que Anido -como otros muchos, entre los que yo me encontraba- juzgaba como el
punto de no retorno en la normal convivencia y turno democrático de las fuerzas
políticas patrias. Con todo ello, el General se hallaba en una situación de
perplejidad: De una parte, continuaba decidido a no encabezar, ni tomar parte
activa, en una intentona violenta, corregida y aumentada de la de Sanjurjo en
el 32. Pero, de otra, comprendía que era inevitable una próxima confrontación
armada en el país, juzgando preferible que la mejor organización y los primeros
pasos fueran dados por las derechas, encabezadas por los militares y por
aquellos grupos políticos que no hiciesen ascos a enfrentarse a la revolución proletaria.
El General, aun sin dar detalles, pretendía explicarme su complicada
situación, sentados a una mesa del imperecedero Café de la Paix[77],
donde nos habíamos citado en un gélido y neblinoso atardecer decembrino:
-
No
sabes la matraca que me están dando, con la enésima pretensión de que me
ponga a la cabeza de la lucha contra la República, como un mero figurón
que podría atraer a mucha gente con su fama de enérgico y eficaz. Por mi casa
van pasando compañeros de la milicia, diplomáticos, políticos, empresarios…
Pero a mí no me engañan: Al mismo tiempo, están cabildeando con Sanjurjo y
Barrera, entre otros[78],
para que se pongan al frente de una conspiración, que están urdiendo otros militares,
mucho más jóvenes y aguerridos. A lo más que me he prestado es a ponerlos en
relación con los amigos que me quedan entre los que trabajamos con Primo de
Rivera, como su hijo, sin ir más lejos[79].
-
Hace
usted muy bien, mi general. Desde mi modesto otero palentino, veo que las cosas
están muy complicadas para que triunfe un golpe de derechas, al menos, mientras
resista el Gobierno de Lerroux y Gil Robles[80],
que parece tener la sartén por el mango tras haberles sentado la mano a los
rebeldes de octubre pasado.
-
No
me fío mucho de ellos, Cifuentes. En fin, aquí seguiré hasta que Dios quiera
que pueda volver a España y, si se tercia, echar una mano en algo adecuado a
mis menguadas fuerzas y al escepticismo político que me invade cada vez más.
Más o menos, eso
fue todo. Por informaciones posteriores tuve constancia de que Anido se mantuvo
terne en su pasividad, incluso cuando recibió algunas presiones de parte de los
monárquicos de su respetado Alfonso XIII[81].
Pese a ello, los conspiradores siempre lo consideraron uno de los suyos y me
consta que lo tuvieron al tanto de la marcha de la sublevación en ciernes; de
modo que, cuando esta se produjo, el 17 de julio de 1936, el General -por
decirlo con prudencia- no fue de los más sorprendidos.
***
Quizá no esté de más recordar aquí que, en
vísperas del Alzamiento, la familia la Anido estaba lejos de hallarse unida y a
salvo. El General, viudo de Doña Dolors desde 1924, se había casado tiempo
después con otra señora de ilustre familia tarraconense ligada a la milicia,
los Rojí. Su segunda esposa se llamaba Doña Irene y, cuando yo tuve el gusto de
conocerla, ejercía como inspectora de Enseñanza Primaria, y no tendría hijos con Don Severiano. El
primogénito, Rafael, oficial de la Legión, se alzó con su unidad en Marruecos y
no tardaría en pasar a la Península, participando muy honrosamente en el asedio
de Madrid, para retornar seguidamente a nuestro Protectorado, lo que le libró
de ulteriores peligros. El joven Ramiro, alférez provisional, bajo la
protección de sus apellidos, cambió el fusil por el micrófono de la Radio
Nacional, en la que ha hecho carrera al concluir la guerra, en tierras gallegas[82].
Pero la mayor inquietud del General era por su rebelde hijo Francisco,
que con tanto éxito había cambiado el sable de militar por la plumilla de
dibujante[83]: Al
sorprenderle el inicio de la guerra en Madrid y ser hijo de quien era, estuvo a
punto de ser fusilado, acabando por deber la vida a su buen amigo, Juan José
Domenchina, uno de los secretarios de Don Manuel Azaña[84],
lo que le permitió seguir vivo hasta 1959, en que falleció de muerte natural;
precisamente, en el mismo año en que también murió Domenchina, exiliado en
Méjico.
Con su edad y
situación familiar, comprendo que Anido no se apresurase a regresar a España,
hasta que el alzamiento militar y su zona de dominio estuviesen consolidados relativamente.
Fue el 22 de agosto de 1936 cuando el General cruzó la frontera, aunque su
demora trató de compensarla con una frase que me permito juzgar impostada, si
no interpolada: Vengo a poner mi espada al servicio de la patria. En
todo caso, la Junta de Defensa Nacional no juzgó oportuno aceptar el
ofrecimiento y el General quedó a la espera de mejores tiempos para cooperar
activamente. Nunca me confió las posibles razones, pero yo supongo que el
general Miguel Cabanellas[85],
hasta entonces republicano y masón, no congeniaría mucho con quien, además, era
superior a él en rango, aunque estuviese en la reserva.
Se ha dicho que el
general Franco, ferrolano como Anido, aunque mucho más joven[86],
sentía admiración por el viejo General. De ser así, pocos puestos libres debía
de haber en la España nacional, cuando el primero para el que lo nombró
fue el de presidente del Patronato Nacional Antituberculoso, y eso, sin
mucha prisa[87]. Es
cierto que Anido tenía experiencia en la materia de los tiempos de la
Dictadura, así como que la asignación presupuestaria no era nada desdeñable[88],
pero poco tenía que ver el encargo con el mundo castrense. No obstante, el
enlace entre Ejército y tisis surgió nítido cuando salieron a la luz miles de
casos de tuberculosis entre los jóvenes llamados a filas, con el riesgo añadido
del contagio por la masiva promiscuidad. Martínez Anido, disciplinado y eficaz,
no hizo ascos a un puesto tan alejado de la milicia, sino que redactó y puso en
práctica un ambicioso plan, con dos puntos clave: una asignación de diez
pesetas diarias a cada tuberculoso, para manutención y asistencia, y la
construcción de hospitales especializados, según modelo centroeuropeo, de los
que el primero se inauguró en Valladolid, en menos de un año[89].
Aproveché el
citado nombramiento para felicitar al General por carta y hacerle saber de mí,
con los consiguientes eufemismos y oscuridades:
… Aquí me
tiene, mi General, con menos trabajo que nunca, y no principalmente por
disminución de la delincuencia, sino porque mi manera de ser y de obrar no se
ajustaba a las actuales circunstancias, en opinión de algunas autoridades. Por
ello, y por la amplia intervención de la justicia militar y de sus
colaboradores, me veo como cabeza de la policía palentina solo en el pequeño
núcleo que forman los jueces y magistrados de la Justicia ordinaria… Dirá
Vuecencia que otras ciudades más grandes hay en la zona nacional a las que
podría aplicar mis conocimientos y experiencia, pero mis cuarenta años me hacen
algo indolente y parece que escuchase la voz de San Ignacio: En tiempos de
tribulación, no hacer mudanza[90]…
Anido me contestó con brevedad, pero
con una sinceridad que, expresada por carta y en aquella época, me sorprendió:
… Deje estar lo
que no pueda cambiar, pero no abdique de los principios que han hecho de usted
el excelente policía que conocí en Barcelona, en condiciones casi tan difíciles
como las presentes… Le diré que doy gracias al cielo de que el Caudillo me haya
reservado un puesto en tarea tan humanitaria y apolítica, como la lucha contra
el cruel bacilo. Con todo, me llueven peticiones de clemencia, que procuro
atender cuando las veo justas; siempre con tiento, pues se me haría menos caso,
si me excediese en el número.
En aquellos
momentos, yo no tenía forma de constatar la verdad de lo que el General me
relataba, pero, con el tiempo, he conocido a muchas personas que pudieron dar
fe de la frecuencia y eficacia de las recomendaciones de Anido. Para
muestra, recojo algunos casos, que ilustran aquellas, así como la iniciativa de
sus familiares más próximos.
El primero de esos
supuestos comenzó con un fracaso. En los primeros tiempos del alzamiento
militar -cuando Anido aún se hallaba en Francia o, si acaso, recién llegado a
España-, un ilustre empresario republicano, Segundo Echegaray, fue asesinado en
Vigo mediante el método del paseo. Al enterarse el General, lamentó muy
de veras el suceso y ofreció su protección al resto de la familia Echegaray. Informado
de ello el gobernador civil de Pontevedra, soltó la baladronada de que a los
integrantes de aquella familia no los salvaba Don Severiano, ni San
Severiano. El General montó en cólera y maniobró para que el prepotente
gobernador fuese cesado y la familia Echegaray quedase libre de todo peligro
político[91].
Anido se valió de
su relevancia como presidente del Patronato Nacional Antituberculoso
para salvar la vida del ilustre médico vigués, José Ramón de Castro[92],
que se hallaba encarcelado y acusado por el delito de ser masón, que
podía suponerle la pena capital. El General reclamó al ilustre tisiólogo para
trabajar en el citado Patronato, del que llegó a ser su secretario.
Parece que fue la
esposa de Anido, Doña Irene Rojí, la promotora de la salvación de un ilustre
profesor y literato republicano, Don Hipólito Rafael Romero Flores, quien, en
el verano de 1936, fue encarcelado en el siniestro penal leonés de San Marcos,
bajo la acusación, entre otras, de haber sido gobernador provisional de la provincia
de León en tiempos del Frente Popular. Su esposa era amiga de la del General y
ello propició el que este lograse la libertad del profesor Romero, sin otra
sanción que la de perder durante un tiempo su condición de catedrático de
Filosofía de Instituto[93].
Mayor relevancia
histórica tuvo el eficaz apoyo del General a los esfuerzos de su hijo Ramiro, a
fin de salvar la vida de un procurador abulense, llamado Hipólito Suárez Guerra[94],
de modesta, aunque muy peligrosa, militancia izquierdista. El Señor Suárez tenía
varios hijos, uno de los cuales, llamado Adolfo, llegaría a ser presidente del
Gobierno de España y artífice de la llamada Transición a la democracia[95].
Mucha mayor
elaboración y riesgo exigió la obra maestra de Don Severiano, en lo
tocante a salvar la vida de gentes que lo merecían. Me refiero a sus
inteligentes esfuerzos para evitar la pena capital al general Nicolás Molero
Lobo[96],
caso en que tuve el honor de poner mi granito de arena. Son razones suficientes
-creo yo- para dedicarle un apartado especial en este capítulo.
***
El general Molero
era el comandante en jefe de la VII División Orgánica, con sede en Valladolid,
en la noche del 18 al 19 de julio de 1936, en la que se decidió el
pronunciamiento de toda la guarnición vallisoletana por el alzamiento militar.
El dramático episodio del forzado traspaso de poder en el edificio de Capitanía
General, de Molero, al alzado general Saliquet Zumeta[97],
cursó con la muerte a tiros de tres personas -dos militares republicanos y un
civil alzado- y varios heridos, entre los que se contó el propio Molero, y
concluyó con la toma del poder castrense por los sublevados[98].
Una vez curado de sus heridas, el general Molero fue sometido a consejo de
guerra contra oficiales generales, por presunto auxilio a la rebelión,
solicitando la Fiscalía la pena de muerte. Dada la categoría del acusado, la
presidencia del tribunal que lo juzgase había de corresponder a otro general de
igual o superior rango, y ahí fue donde Franco pensó en que lo presidiera
Martínez Anido. ¿Tenía alguna razón concreta? Yo aventuro que la de tratar el
caso de Molero con todo el rigor que hacía presagiar la fama de implacable del
General, desde sus tiempos de Barcelona. ¿Y por qué tratar a Molero con la
severidad acostumbrada, sin consideración personal alguna? Ciertamente,
Molero era persona de ideas temperadas e, incluso, se había comportado con
mucha firmeza en la represión de una revuelta anarquista, años atrás[99];
pero no dejaba de ser un masón y, como Ministro de la Guerra[100],
le había parado los pies a Franco cuando este le había sugerido declarar
durante la República el estado de sitio[101].
Y no era el Caudillo persona que olvidase las muestras de tibieza, ni de
desapego hacia su persona.
Llegó por entonces
a rumorearse la muerte o ejecución sin juicio de Molero, quien, por el
contrario, estaba curándose en los hospitales militares de Valladolid y Burgos,
para acabar preso en el tristemente famoso fuerte de San Cristóbal de Pamplona.
Solo en marzo de 1937, decidió la así llamada Justicia militar de los
nacionales –ya franquistas- encausar a Don Nicolás. En junio lo
trasladaron a prisiones militares de Valladolid, en concreto, a la Academia de
Caballería, a fin de preparar el consejo de guerra, que habría de celebrarse en
la ciudad vallisoletana. En cualquier
caso, el general Molero ya había sido apartado del Ejército en diciembre 1936,
pasando a situación de retiro, cualquiera que fuera la decisión final de su
caso. Cuestión diferente era la relativa a sus haberes pasivos que, de mediar
condena por rebelión militar, le serían denegados.
A comienzos del
verano del 37, Anido tuvo noticia de que había sido designado para presidir el
consejo de guerra contra su colega Molero; un tribunal del que, además de él,
formarían parte como vocales tres generales de brigada y dos coroneles. Serían
también coroneles el fiscal del caso y el defensor que había designado Molero.
Por aquellas
mismas fechas, hallándome ya a punto de coger las vacaciones de verano, recibí
el telefonazo del ayudante Oller que, por encargo de Anido, me invitaba a visitarlo
al siguiente domingo en su residencia de Burgos. Muy sorprendido, no tanto por
la invitación, cuanto por la premura, acudí a conocer las instalaciones
del Patronato Antituberculoso, que era el pretexto a manejar, para así explicar
la visita. Naturalmente, la razón era muy otra: El General quería cambiar
impresiones conmigo, acerca de una razonable línea jurídica, que evitara a
Molero, no ya la pena de muerte, sino una condena carcelaria brutal. Yo le
planteé una pregunta previa:
-
Mi
general, ¿quiere vuecencia una salida que sea válida para cualquier acusado de
rebelión, o solo una escapatoria para el caso específico del general Molero?
Anido, por
reflexión previa o por inteligencia natural, comprendió al momento lo que le
estaba sugiriendo y, con una sonrisa que no ocultaba un rictus de tristeza,
replicó:
-
Amigo
Cifuentes, conformémonos con solucionar lo concreto con una fórmula posibilista.
Arreglemos, pues, el desaguisado del fiscal en el caso envenenado que tengo que
resolver y veamos su resultado. Si conseguimos que prospere en esto la equidad,
que otros consejos de guerra asuman el ejemplo, si a bien lo tienen.
-
Entendido,
mi general. De todas formas, se me ocurre que podríamos partir de un hecho que
se repitió muchas veces en los primeros días del Movimiento Nacional: El de que
numerosas autoridades no se enfrentaron a los alzados, ni encabezaron
resistencia armada, sino que, meramente, resolvieron no sumarse a la
sublevación, ni tampoco obstaculizarla. Vamos, que se mantuvieron entre la duda
y la pasividad. Yo no conozco a fondo el caso Molero, pero Vuecencia sabrá si
el general mantuvo, en efecto, esa posición dubitativa y si hizo lo posible
para que también la siguiesen los militares a sus órdenes inmediatas aquella
noche.
El General me
apremió con la siguiente pregunta:
-
Según
eso, ¿cree usted posible condenar esos casos de perplejidad e indolencia de
manera distinta y más leve que como adhesión o auxilio a la rebelión?
-
No
conozco a fondo el Derecho Penal Militar, pero, si mantiene alguna analogía con
el común, le diría que hay delitos para castigar las sublevaciones y otros,
menos graves, para sancionar a quienes, debiendo impedirlas, no hacen lo
bastante para ello.
-
Un
poco alambicado, ¿no le parece?, me reprochó.
-
¿Qué
quiere, general?, repuse con cierto enfado. Más alambicado es considerar
rebeldes a los que no se alzaron, sino a los que se mantuvieron fieles al
Gobierno; o aplicar un bando declarativo del estado de guerra antes de que
fuera hecho público y estando firmado por un general sin mando en plaza.
Anido tuvo la
gentileza de tragarse mi reprimenda, ignoro hasta qué punto por afecto hacia mí
o por compartir el argumento. Concluyó:
-
Reflexionaré
sobre lo que hemos hablado y seguro que le saco partido… Y ahora, vamos a tomar
algo y luego le enseñaré esas dependencias que tenía usted tanto interés en
conocer.
Nos echamos a
reír, y yo seguí la broma, medio en serio:
-
No
le quepa duda, mi general. Seguro que la lucha contra los bacilos resulta más
digna y moral que la que mantenemos contra nuestros hermanos humanos.
En fin, el 31 de
agosto de 1937, en el elegante salón de plenos del Ayuntamiento de Valladolid,
se celebró el consejo de guerra contra el general Molero. Para universal
sorpresa, los jueces fallaron que el acusado no había cometido rebelión, sino
simplemente negligencia en el ejercicio del mando, por lo que se le imponía una
pena de tres años y un día de prisión menor[102].
Como era de esperar, hubo recurso contra la sentencia, ante el Alto Tribunal
de Justicia Militar, que retornó a la calificación de rebelión y elevó la
pena a treinta años de reclusión mayor, librándose el reo de la pena de muerte
por la concurrencia de las atenuantes de menor malicia y menor peligrosidad.
Finalmente, en febrero de 1938, el Generalísimo indultó parcialmente a Molero,
rebajando la pena carcelaria a doce años y un día de reclusión menor, siendo
excarcelado el general en el año 1940.
Quiere decirse que
Anido se valió de mis sugerencias para tomar una iniciativa de justicia, de la
que convenció a sus compañeros del consejo de guerra, pero que fue
desautorizada por el citado Alto Tribunal, cegando así la vía para
formación de una posible línea jurisprudencial nueva. En resumen, el General no
tuvo éxito en su empeño -si es que con él no evitó la pena de muerte para
Molero[103]-, pero
mostró su actitud decidida en pro de la equidad y la independencia de criterio;
y yo no puedo menos de mostrarme satisfecho por haber cooperado en tal empeño.
Ramón Serrano Suñer, posando para un
dibujante
6. Los últimos tiempos
No debió de
parecerle muy mal a Franco la ocurrencia de Anido en el caso Molero,
pues dos meses después nombraba a mi General, Jefe de Seguridad Interior
y de Orden Público de toda la España nacional[104]. Tres meses más tarde, en el primer Gobierno
del Generalísimo[105],
Martínez Anido se convertía de nuevo en Ministro, aunque con la denominación de
Orden Público, en vez de la de Gobernación primorriverista. Por razones no bien
aclaradas y que, a la postre, resultarían disfuncionales, el General decidió
establecer la sede de su Departamento en Valladolid, no en Burgos, donde
radicaba el grueso del Gobierno, con Franco al frente. Al menos, ello me
permitió mantener una relación más fluida con Anido ya que, aunque Palencia se
encontraba a distancia parecida de ambas capitales, la tendencia de los
palentinos -entre los que ya me contaba- era la de tirar para la ciudad
vallisoletana, no para la burgalesa. Dicho contacto con Anido me vino sugerido
por su ayudante Oller -supongo que por orden del General-:
-
Cifuentes
-me telefoneó Oller-, pásate por aquí una vez por semana, que el General
precisa de toda la ayuda que podamos prestarle.
-
¿Qué
día?, repuse por toda pregunta.
-
Pues…,
ven por aquí el próximo martes, de buena mañana. Luego, ya te dirá.
Aunque sabía que
al comisario jefe no iba a gustarle mi intimidad con el gran Jefe, me
hizo mucha ilusión pasárselo por las narices, para que me tuviese un poco más
de consideración. Tal y como pintaron luego las cosas, a punto estuvo esa
presunción de costarme cara, como luego se verá.
Para presentarme
ante Anido a primera hora, decidí pernoctar la noche precedente en el céntrico
hotel Imperial de Valladolid[106],
donde en lo sucesivo reservé una habitación siempre que la precisé, a nombre de
Martínez Anido, que abría todas las puertas, como la llave maestra del
conserje. Le encantó al General verme en su antedespacho a las ocho y cinco de
la mañana, aunque se limitó a estrecharme la mano y decirme muy eufórico:
-
¡Como
antaño, Cifuentes, como en los buenos tiempos!
-
Como
siempre, mi general -repuse-, aquí me tiene…, aunque no sé si podré resistir su
ímpetu.
-
Anda,
cobista -replicó con una risotada-, pasa y que Medina te ponga al día.
Me extrañó que no
fuese Oller, pero lo cierto es que, en aquellos momentos, la puesta en marcha
del Ministerio estaba, más bien, en manos de José Medina[107],
hombre muy competente que, aunque fungiendo de Comisario General, no era
policía, sino -¡cómo no!- militar: en concreto, teniente coronel de Estado
Mayor. Precisamente, en aquellos momentos se estaba dando cima a un importante
proyecto, que a mí me sonó a conocido, como a rancio:
-
Estamos
ultimando el nombramiento de los Delegados Provinciales de Orden Público,
para que sean los representantes de nuestro ministerio y dirijan y supervisen
la labor, tanto de la Policía, como de la Guardia Civil. Eso sí, para que
merezcan más respeto y no haya piquillas entre policías y guardias civiles, Don
Severiano ha decidido que todos los delegados sean militares en activo,
preferiblemente con rango de jefes[108].
-
Bueno
-comenté, algo escéptico-, mientras dure la guerra, bien está su naturaleza
castrense, aunque, siendo ya militares casi todos los gobernadores civiles,
quizá habría sido mejor buscar una mayor especialización y conocimiento de las
formas de actuar en materia de orden público.
-
Ahí
toca usted un punto quemante -sonrió Medina, dándome la razón en parte-. El
ministro del Interior[109]
está un poco mosca con la creación de estos delegados, pues piensa que
pueden quitar competencias a los gobernadores, que -como usted sabe- quedan
dentro de Interior.
-
Pues
el General pincha en hueso como entre en polémica con el Señor Serrano Suñer,
de quien todos dicen que cuenta con gran ascendiente y predilección cerca del
Generalísimo -me atreví a opinar-.
-
Habrá
que limar asperezas -concluyó mi interlocutor-, pero no se crea que el general
Martínez Anido es un comparsa. También él es muy respetado por el
Caudillo y, pese a sus setenta y cinco años, no sabe usted la vitalidad que
tiene.
Antes de marchar
de Valladolid aquel día, Anido me concedió unos momentos de audiencia, que
empleó con su amabilidad acostumbrada:
-
¿Qué
tal te va por Palencia? Si tienes algún problema, dímelo y te reclamo para
trabajar en el ministerio.
-
Todo
bien, mi General, y encantado de verlo tan firme y afectuoso.
-
Ya
sabes -agregó Anido- que enseguida irá para Palencia un delegado de Orden
Público, militar, como todos. Voy a sugerirle que te proponga como comisario
jefe, que ya va siendo hora de que se te reconozcan los méritos.
-
Por
lo que más quiera, Don Severiano -salté, alarmado-, no se le ocurra cargarme
con esa responsabilidad mientras dure la guerra. Tiempo habrá luego, que tengo
muchos años de carrera por delante.
-
Está
bien, hombre -aceptó, con una sonrisa-. No creas, que a veces yo, con todo lo
alto que estoy, también siento miedo de ver tanta sangre en la retaguardia y de
la persecución inicua de personas muy respetables… Haz cuanto puedas porque se
cumpla la ley, pero, al propio tiempo, cuídate. Ya sabes, nadar y guardar la
ropa.
***
La citada
advertencia del General bien podría haber sido respondida por mí con el
conocido refrán, consejos vendo y para mí no tengo. El conflicto de
competencias entre Anido y Serrano Suñer -casi inevitable, por la confusión de
origen entre las carteras de Interior y de Orden Público-, degeneró en un
enfrentamiento abierto, al añadirse una cuestión de principios: El General
parecía entender que, mientras durase la guerra y, con ella, los omnímodos
poderes de Franco, eran los militares, con sus peculiares disciplina y
legalidad, quienes habrían de dirigir en absoluto la política de la España nacional.
Luego, ganada la guerra, Anido tenía la ilusión de que el Generalísimo iría
abdicando de sus funciones, en favor de la monarquía alfonsina y de una
progresiva liberalización. No era nada diferente de lo que había sostenido
desde el poder, cuando la Dictadura de Primo de Rivera, aunque este había hecho
caso omiso de los consejos de su vicepresidente. Ahora, en la conflictiva
España de 1938, Anido veía prosperar en el Gobierno, de la mano maestra de
Serrano, a un partido político único, nuevo y complejo -la Falange-, que
parecía llevar al país, caso de victoria de Franco, a un remedo fascista. Y,
aún peor, hasta que llegara el momento de la victoria, los falangistas,
entusiastas pero indisciplinados, iban minando el terreno a los militares y,
muy en particular, a él, que veía constantemente invadidas sus competencias
policiacas con prácticas sangrientas y autónomas, tras de las que siempre creía
ver la sombra del cuñadísimo Serrano.
Naturalmente, todo
esto, y más, eran las impresiones que me transmitían el General y su ayudante
Oller, cada vez más preocupado con la franqueza de su jefe y con la evidente
marginación de que sus puntos de vista eran objeto. Un día, el ya coronel me
confió:
-
Tengo
verdadero pánico a las salidas de tono del General, incluso en el Consejo de
Ministros, ante el mismísimo Caudillo, que por ahora calla y no se compromete
en público, entre otras cosas, porque le tiene un gran respeto a Anido, por su
historial y su edad, además de que le sirve de espantajo, para asustar a
la población desafecta…, si es que no lo está ya hasta el extremo. Pienso que
Franco, en el fondo, da de lado a Anido y eleva cada vez más a su cuñado, pero
lo cierto es que el General tiene la impresión de que los ministros han formado
dos bandos: El de los del yugo y las flechas[110],
en el que sitúa a Serrano, con Rodezno, Fernández Cuesta y González Bueno[111],
y el de los que lo respetan a él, como Jordana, Dávila y Amado[112].
De manera franca,
también Anido me transmitió directamente su indignación con algunos aspectos de
la situación política, que lo afectaban de manera especial, aunque yo pienso
que tanto por desconsideración hacia su persona, cuanto por el fondo de los
problemas. Reuniendo en un solo fragmento retazos de varias conversaciones, lo
podría reflejar, poniendo en boca del General las siguientes palabras:
-
No
he llegado a teniente general, a ministro y a viejo, para que me ofendan unos pisaverdes,
que no respetan la historia, la edad ni el empleo. Y tú, que eres un policía
vocacional -de los pocos que conozco-, lo entenderás mejor que nadie. No es ya
que a mí me tomen por el pito del sereno, sino que se ríen de la legalidad, de
la dignidad de la función policial y de los derechos de dignísimos ciudadanos.
En la zona nacional campan por sus respetos, aunque nadie rechiste, pero
es mucho peor en las provincias que vamos conquistando, de donde me llegan
noticias de burradas, que ni la venganza por las de los otros
puede justificar, ni las autoridades militares deberían consentir. Y, tras de
cornudo, apaleado: ¿Querrás creer que el embajador de Alemania[113]
me abordó el otro día, para pedirme mesura y menos sangre? ¡Como si yo lo
decidiese o tuviera el poder de pararlo! No, lo que es, como el Generalísimo
sigue actuando a la gallega, estoy dispuesto a dimitir y volver al
Patronato Antituberculoso, si es que me aceptan.
Así, en mis
frecuentes visitas al Valladolid de Anido, iba conformando la impresión de que
el General estaba cada vez más molesto y cansado, y de que mi presencia allí
solo servía -quizá no era poco- para que se desahogara verbalmente con un amigo
leal; alguien ante el que pudiese afirmar que Franco no tiene condiciones y
es un desastre[114];
o calificar a Serrano Suñer -creo que bastante acertadamente, entonces-
como un sujeto malicioso, soberbio, absorbente, desatento hasta con sus
compañeros de Gobierno.
Al llegar el
verano, Anido parecía agotado, aunque relativamente contento:
-
¡Hala!,
me dijo, ya me he despachado con Franco. Le he mandado una carta, sugiriéndole
que me cese, si es que no está dispuesto a ordenar que se me respete y cesen
las intromisiones ilegales en mis competencias[115].
Ahora, me voy a tomar unos días de reposo en Colmenar, en la provincia de
Málaga, a ver si vengo como nuevo, que mi mujer y mis hijos me encuentran
desmejorado. Así que -recalcó, bromeando-, tú también puedes coger unos días de
permiso, lo más lejos posible de mí, del frente… y de tu comisario jefe, del
que me cuenta el Delegado de Orden Público de Palencia que es un auténtico mentecato.
***
Cuando regresé de
mis cortas vacaciones veraniegas del 38, encontré sobre mi mesa de trabajo un
alarmante mensaje de Oller, en papel del Ministerio:
Cuando se
incorpore de su licencia, sírvase pasar por esta Dependencia, por un asunto
grave.
¡Y tan grave!, por más que la mejoría
ya era notoria. El hecho era que, estando en Colmenar reposando, el General
había sufrido un abrupto proceso de ahogos y escalofríos por todo el cuerpo,
que los médicos habían calificado, de forma harto dubitativa, como un proceso
agudo de insuficiencia cardio respiratoria. El coronel ayudante me exhortó a
pasarme por el domicilio de Anido, dado que este, aún convaleciente, no se
había incorporado a las tareas de despacho.
Nada más llegar a
la casa, mi antiguo protegido Ramiro, el hijo del general, pasó conmigo a una
salita y se me sinceró:
-
Papá,
aunque tenga buena salud, ya es un hombre viejo y gastado, que no es extraño
sufra algún trastorno repentino; más aún, con la tensión a que está sometido
desde hace medio año. Pero esto…
Dejó en el aire la
frase, dando a entender que algo raro había en la enfermedad del General.
Ramiro dudó en proseguir su relato pero, finalmente, se decidió:
-
Como
sabes que el general Miguel Cabanellas murió hace poco en Málaga, de manera
bastante repentina[116].
Pues bien, cuando los médicos malagueños trataron a mi padre, yo les oí decir
que tenía los mismos síntomas que su compañero, fallecido dos meses antes… Y ya
conoces que Cabanellas no era muy partidario de Franco, que digamos[117].
-
Quizá
se trate de alguna enfermedad contagiosa rara, que pulule por allá abajo,
insinué con poca convicción.
-
Sí
-aseveró Ramiro, con sarcasmo-, una enfermedad que solo afecta a los generales
que no le hacen la rosca al Caudillo.
-
¿Podría
pasar a ver a tu padre?, inquirí, desviando la conversación.
-
Sí,
pasa, pero por poco tiempo, que todavía está bastante débil.
En efecto, aunque
con la cordialidad de siempre, el General recibió mi visita bastante apagado, y
eso que su hijo cometió el error de calentar el ambiente, diciendo:
-
Le
estaba contando a Cifuentes que entre la enfermedad de Cabanellas y la de papá
hay una sospechosa coincidencia.
-
¡Qué
bobada!, censuró la esposa de Anido. No hay más que ver que tu padre se está
reponiendo a ojos vistas, aunque menos aprisa de lo que él se cree.
-
Ramiro
es muy teatrero -aseveró su padre-: hasta relaciona lo de ahora con los
accidentes de aviación de Sanjurjo y de Mola[118]…
Anda, que como llegue a enterarse el Generalísimo, te saca de Radio Nacional y
te manda al frente del Ebro.
-
Bueno
-concluí, despidiéndome-, Vuecencia restablézcase del todo y no se apure por
volver al Ministerio, que allí marcha todo como la seda.
-
Será
para Serrano, que se me ha quitado de en medio por una temporada -gruñó Anido-.
Doña Irene Rojí me
acompañó a la salida. En el camino, insistió en su convicción de que nada raro
había en la repentina enfermedad de su marido:
-
Es
que Severiano no estaba acostumbrado a los calores del verano malagueño
-explicó-…, aunque no diré yo que no haya contribuido la tensión por las
rencillas con Serrano Suñer.
Pese a la mejoría
en su salud, el General no volvió a ser el mismo. Gracias a su fuerza de
voluntad y al acicate de no dejarse comer el terreno por otros ministros,
todavía se incorporó a su despacho, pero de manera intermitente y cada vez más
esporádica. Yo, como otros, llegué a pensar si no se trataría de una manera de
disimular su cese, hasta el momento en que el Generalísimo juzgase pertinente
hacerlo oficial. Y no era una suspicacia sin fundamento, pues yo sabía algo que
Oller no había sido capaz de ocultarme y que, de no venir de él, jamás me
hubiese creído. Por lo que hasta ahora sé, los matices son muy confusos o ignorados,
pero el grueso del incidente fue, más o menos, el que sigue:
Un informe
confidencial de Anido, cuyo contenido era un resumen de las desavenencias
entre él y otros miembros del Gobierno -Serrano, el primero-, añadía una
coletilla -peligrosa por demás-, en la que el General juzgaba que la
responsabilidad última era del Jefe del Estado, que no parecía capacitado para
poner orden entre los diversos ministerios. Tal informe, por una gravísima
indiscreción de uno de los colaboradores de Anido en el ministerio -Oller tenía
sospechas sobre su identidad, pero no certezas-, cayó en manos del cónsul de
Italia en Valladolid, quien -como es natural- lo envió a su Gobierno, sin que,
por el momento, se tuviese constancia de que Franco lo hubiese sabido[119].
Sinceramente, a
partir de ese instante, decidí no volver por Valladolid a mantener contactos
con el General o sus próximos. Bastantes problemas tenía yo en Palencia, como
para relacionarme con personas que, la verdad, no me he explicado hasta ahora
cómo no las pasaron canutas en aquella época tan violenta e
inescrupulosa.
***
En la Navidad de 1938, se inauguró en la
España nacional la costumbre legal de percibir una paga extraordinaria,
que podríamos calificar de aguinaldo, la cual había partido de una
iniciativa de mi General, secundada por el Gobierno. Curiosamente, el promotor de
tan plausible subsidio agonizaba por aquellas mismas fechas en su casa de
Valladolid, víctima probable de la enfermedad[120]
que había contraído en la provincia de Málaga cinco meses antes[121].
Como es natural, nada más enterarme del óbito, acudí a la ciudad del Pisuerga
para firmar en el libro de condolencias y dar el pésame a sus familiares y al
coronel Oller, que es como si lo fuera. Ya en ese momento, acababa de llegar el
hijo mayor del General, capitán Rafael Martínez Baldrich, pero no me hizo
entonces ninguna indicación concreta. Fue al concluir el solemne funeral -que
tuvo tanto de castrense como de falangista[122]-
cuando el capitán me citó en su domicilio, en la tarde del siguiente día, para
hacerte un encargo, que es tan mío como de mi padre.
La encomienda era
sencilla, pero peligrosa. Rafael, en presencia de Oller, me la resumió así:
-
Mi
padre conservaba un archivo de sus actividades oficiales, con documentos de
toda su vida política y militar, incluidos estos últimos tiempos al frente de
Orden Público. Por razones que no hará falta que te explique, Oller ha separado
algunos de los más importantes y conflictivos, por si se le ocurriere a alguien
dejarse caer por casa y hacer un expurgo. Es de justicia conservarlos y mi
padre estaba totalmente de acuerdo con ello: Aquí estoy yo, no en las
patrañas e infundios que contra mí se han levantado, llegó a decir.
Sacó de una
vitrina-librería una carpeta de cartón, tamaño folio, simplemente cerrada con
gomas, sin título ninguno, cuyo bulto evidenciaba que eran contados los
documentos que contenía. La puso sobre el velador junto al que estábamos
sentados y prosiguió:
-
Mucho
me temo que, si alguien echa en falta estos documentos, lo primero que pensará
es que los tiene Oller, o yo mismo. En cambio, si tú…
No dejé que
continuara la frase y dije:
-
Aquí
estoy yo para custodiarlos, hasta que me los pidas.
Rafael me los
entregó con una sonrisa, no sin advertirme:
-
Mete
la carpeta debajo del abrigo. Uno nunca sabe…
***
En la medida en
que estas líneas, que redacto sustancialmente en 1949, me encargaré de que no
sean leídas hasta que Rafael Martínez Baldrich no haya pasado a mejor vida[123],
me siento con el derecho de recoger algunos significativos pasajes del
documento más importante de cuantos se me entregaron por aquel. Se trata de la
copia, en tres folios mecanografiados[124],
del escrito de dimisión como Ministro de Orden Público, que Anido remitió al
Generalísimo y que este, por lo que luego se vio, no aceptó[125].
La copia que el General conservaba del referido escrito, fechado a 28 de junio
de 1938[126],
comenzaba con unas palabras de respetuoso encomio hacia el Jefe del Estado y
del Gobierno:
Mi querido y
respetado general: Constituye para mí un verdadero dolor tener que interrumpir
con una preocupación más su cotidiana y gloriosa labor guerrera al frente de
nuestras tropas…
Pasaba, a
continuación, a resaltar un argumento que no podía menos de ser compartido, con
carácter general, por un militar de alto rango, como lo era Franco: El de que
se ofenda ante la falta de respeto por la edad y el empleo. El hecho es
que ve sus facultades mediatizadas y sin disponer de la libertad de
acción que tanto se necesita. Y pone en el centro de las causas en la
prácticamente nula división y separación de tareas entre los ministerios de
Orden Público y de Interior, dos órganos con funciones solapadas y carentes de
un margen material que limita las acciones policiacas y administrativas.
Pero lo que quiero destacar viene
acto seguido, al resaltar la ilegalidad y la crueldad con que vienen
comportándose otras autoridades o fuerzas, que el General Anido se ve impotente para
controlar e impedir:
… Los
tentáculos del Servicio de Información Militar se extienden hasta el más
pequeño rincón de la retaguardia, desacreditando y anulando cada vez que puede
la acción de la policía, llegando en su actuación al extremo de detener a
personas respetabilísimas, castigar de una manera cruenta a detenidos para
lograr declaraciones y otros excesos que dejan en muy mal lugar a la policía,
por ser una de sus funciones el evitarlo y garantizar el amparo y respeto de
las personas… Y, como quiera que no existe en mi espíritu interior la
satisfacción que señalan nuestras Ordenanzas, ni veo manera de arreglo de las
normas establecidas para que pueda modificarse esta situación anómala, le ruego
que me releve de mis cometidos.
***
Si solo contásemos
con esa carta para perfilar el comportamiento del General durante el periodo de
guerra civil que le tocó vivir, ya sería notable, aunque no definitoria. Pero,
si la agregamos al comportamiento del que he dejado constancia en el capítulo
anterior, bien puede decirse que el león Anido no era, ni mucho menos,
tan fiero como se le ha pintado o, cuando menos, que con el paso de los años
mejoró sus cualidades, como los buenos vinos. No me acogeré yo al ditirambo,
como los periódicos de la época, alguno de los cuales lo calificó de excelente
militar, político enérgico y austero, ensalzando su lealtad, su honradez y su valía[127],
pero sí daría buena parte de razón a quienes opinan que se ha querido ver en el
General, desde sus tiempos de gobernador en Barcelona, el ejemplo y modelo de
todo lo malo y cruel que trajeron aquellos años de España para uno de los
bandos que rivalizaron en destruir su unidad y convivencia. A su modo, lo
reflejaba el mismo diario: Sus imponderables virtudes cívicas estaban
avaladas por la inquina desesperada, por el odio obsesionante, por los
violentos ataques que mereció de todos los enemigos de España.
No fue un
periodista belicoso, sino un político respetable, Don Niceto Alcalá Zamora,
quien ha llegado a decir que los desmanes en la Guerra Civil llegaron a ser
tales que hasta un hombre tan duro como Anido ha sido freno de excesos y
garantía de muchas vidas durante la guerra civil[128].
Nada diferente del autorizado juicio del historiador británico, Hugh Thomas[129],
ni del de Guillermo Cabanellas, que mostró su extrañeza por la circunstancia de
que Martínez Anido, con su leyenda de implacable, fuera en la hora trágica
de las guerra, el hombre más humano y sensible de cuantos integraron aquel primer
Gobierno de Franco[130].
***
No sé si se habría
enfriado del todo el cuerpo del General, cuando su antagonista íntimo,
Serrano Suñer, logró lo que había estado persiguiendo durante tanto tiempo:
hacerse con todas las competencias del Ministerio de Orden Público, ahora, de
manera abierta y legal. En efecto, el día 29 de aquel mismo mes de diciembre de
1938, se fusionaba aquel ministerio con el de Interior, para formar el
nuevamente llamado Ministerio de la Gobernación[131],
del que pasaba ser su titular el cuñadísimo, Serrano. He ahí a
uno que se benefició de los despojos del vencido por la muerte.
En cambio, yo no
las pasé del todo mal, pero casi. Anido ya no contaba y sus amigos podían ser
objeto de mezquinas vindictas. Resultó que alguien fue al comisario jefe de
Palencia con el cuento de que el General había estado dispuesto a reemplazarle
en el cargo por mi humilde persona y, por más que yo hubiese declinado la
oferta, debía de ser algo que lo ofendía y no estaba dispuesto a olvidar.
Ciertos desplantes por su parte, así como indirectas y comentarios hacia la insólita
falta de entusiasmo de algunos policías de la vieja escuela, me hicieron
comprender que no era bienquisto a orillas del Carrión. Castellón había sido
conquistado bastantes meses antes[132]
y, aunque no lejos del frente, parecía caminar hacia la que podríamos llamar normalidad
franquista. Solicité una plaza de comisario, de las numerosas vacantes que allí
había; me la concedieron, y allá que me fui, con el propósito de aguantar hasta
que el final de la guerra desactivara probables denuncias contra mí del jefe
palentino. Pero -lo que es la vida- la ciudad me gustó y cierta castellonense
aún más. El caso es que en La Plana llevo diez años y no será extraño que aquí
termine mi existencia. Y es que, como una vez me escribió con sorna Doña
Irene Rojí, Castellón no es Tarragona, pero no está muy lejos.
Epílogo
Vuelvo al
principio de este relato. Imagino que aún me halló en el cementerio del Carmen
de Valladolid, ante la solemne tumba que, desde hace muy poco tiempo, acoge los
restos de Don Severiano Martínez Anido. El mausoleo supongo que implica, con
más o menos apariencia, respeto y reconocimiento a su memoria por parte de los
vencedores en nuestra guerra civil. Pero ¿qué opinan los vencidos? Y, sobre
todo, ¿Qué contará sobre el General la Historia, dentro de un siglo o dos? Yo
no estaré aquí para conocerlo, pero sí lo estoy en esta rememorada mañana
de 1949 para dejar constancia, con una oración y unas flores, de mi gratitud y
aprecio hacia quien, por encima y más allá de todo juicio crítico, fue mi
amigo. Y por eso dedico estas páginas a su memoria.
¿A quién le toca hoy” (El pistolerismo en La Esquella de
la Torratxa)
[1]
Allí siguen, al redactar este relato (2022). El mausoleo -del que recojo una
fotografía- fue obra del arquitecto Miguel Baz García. Véase, Javier Carbayo
Baz (nieto del citado arquitecto), La obra del arquitecto Miguel Baz en
Valladolid, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima
Concepción, número 50 (2015), Valladolid, pp. 73-88.
[2] Dicho
Sindicato se creó en 1942, siendo su primer presidente, Tomás Borrás (sobre él,
véase nota 3).
[3]
Tomás Borrás Bermejo (1891-1976), político y escritor, de quien historiadores,
como Julio Aróstegui y Josep Fontana, afirman que fue el creador del mito de
que la sublevación militar de julio de 1936 frenó una inminente revolución
violenta de carácter y dirección comunistas.
[4]
Severiano Martínez Anido (1862-1938), militar y político, sobre el que se irán
desgranando referencias y notas a todo lo largo de este relato. Este ilustre
personaje histórico carece de la biografía amplia e imparcial que, sin
duda, merece. Fácilmente asequibles por Internet, y relativamente asumibles:
Roberto Martínez Bolaños, Severiano Martínez Anido (1862-1937 -sic-).
Militar y represor, Anatomía de la Historia, 2013, 17 páginas; Soledad
Bengoechea, Cuando Martínez Anido controlaba Barcelona con la venia de la
patronal. El centenario, Conversaciones sobre la Historia, 24 de noviembre
de 2020. Su archivo personal -y el de su hijo, Rafael- obra actualmente en
poder del Estado Español, por compra a sus herederos: Véase, Peio H. Riaño, El
legado de una familia franquista. Cultura compra los archivos personales de
Severiano y Rafael Martínez Anido, en Público.es.- “Memoria viva”, 5 de
junio de 2010 (el precio de la compraventa fue, al parecer, de 15.000 euros).
[5]
Ad calendas graecas es una expresión latina para referirse a un momento
inexistente (en el calendario griego no existían las calendas) o, al menos,
indeterminado y muy improbable. Algo así expresaba Mariano José de Larra con su
Vuelva usted mañana (1833), al que se alude con lo del celtiberismo.
[6]
La citada Academia se fundó por Real Orden de 12 de marzo de 1903, pero no
inició las enseñanzas hasta 1906.
[7]
José Canalejas Méndez (1854-1912), presidente del Consejo de Ministros
(1910-1912), asesinado en la Puerta del Sol de Madrid el 12 de noviembre de
1912 por el anarquista, Manuel Pardiñas.
[8]
Rafael Salillas y Panzano (1854-1923), Luis Simarro Lacabra (1851-1921),
Quintiliano Saldaña y García-Rubio (1878-1938), Luis Jiménez de Asúa
(1889-1970),fueron distinguidos juristas
y/o médicos de su tiempo, que fueron profesores o impartieron docencia en el
citado Instituto de Criminología madrileño.
[9]
Federico Olóriz Aguilera (1855-1912), gran pionero español de la dactiloscopia.
La aludida Revista, cuyo título exacto fue Revista de Ciencias Jurídicas y
Sociales de la Facultad de Derecho y del Museo Laboratorio Jurídico de Madrid, inició
su publicación en 1906 y desapareció en 1936, por efecto de nuestra Guerra
Civil.
[10]
La zona del Raval, o Barrio Chino de Barcelona, era un centro de la
prostitución en la ciudad, en tanto que el Paralelo lo era de los espectáculos
cabareteros, más o menos subidos de tono.
[11]
Martínez Anido (recuérdese la nota 4) fue gobernador militar de Guipúzcoa entre
febrero de 1917 y noviembre de 1918. Su petición dataría de fecha próxima a su
toma de posesión.
[12]
La primera esposa del general Martínez Anido fue Doña María Dolores Baldrich
Folchs, de ilustre familia tarraconense.
[13]
Se considera el año 1917 como el primero
de alta violencia político-social en Barcelona, en cuyos atentados se
produjeron durante dicho año 6 muertos y 25 heridos, según la obra de Albert
Balcells, El pistolerisme à Barcelona (1917-1923), edit. Pòrtic,
Barcelona, 2009.
[14]
Un comisario de policía de la época cobraba unas 5.000 pesetas anuales.
Supongo que un inspector de entrada tendría un sueldo por debajo de las 4.000.
En las labores de protección privada, algunos de los policías más eficaces
cobraban entre mil y tres mil pesetas mensuales.
[15]
Denominación coloquial del principal grupo de pistoleros al servicio de la
patronal barcelonesa, que acabó por incluir la extorsión a burgueses, so
pretexto de servicio de protección. Se dice que llegó a contar (1919) con unos
setenta matones. Estuvo dirigida sucesivamente por el llamado Barón
de Koening (Friedrich Rudolph Stallmann) y por el comisario, Vicente Bravo
Portillo.
[16]La
Salle Bonanova, colegio barcelonés de los Hermanos de la Doctrina
Cristiana, fundado en 1889 y actualmente (2022) en funcionamiento.
[17] Aunque
en diversas fechas, las hostilidades pudieron darse por concluidas en noviembre
de 1918.
[18]
Albert Balcells, en la obra citada en la nota 13, ofrece para el bienio
1918-1919 las siguientes cifras de muertos y heridos en atentados
político-sociales: 35 muertos y 110 heridos. Entre las víctimas, recoge un
total de 10 patronos y encargados de fábrica, así como 7 agentes de la
autoridad.
[19]
Se trataba de un cuerpo armado, auxiliar de los de Orden Público, que
funcionaba a la sazón de manera tibia y escasamente eficaz en la Cataluña
rural, según la opinión más generalizada, aunque su fuerza y control
prosperaron al amparo de la necesidad del momento, hasta alcanzar gran
importancia durante la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Véase, Eduardo
González Calleja, La España de Primo de Rivera. La modernización autoritaria
1923-1930, Alianza Editorial, Madrid, 2005, espec. pp. 164-175.
[20]
Puede decirse que los destinos de guarnición de Martínez Anido fueron
casi todos en Cataluña, donde estuvo destinado entre 1888 y 1893, de 1894 a
1896, de 1899 a 1909 y entre 1919 y 1922. Su matrimonio con Doña Dolores
Baldrich se celebró en Tarragona, el 1 de mayo de 1894. Otros destinos fueron
en las campañas de Filipinas y Marruecos, así como de ayudante militar de
Alfonso XIII.
[21]
Francisco Cambó y Batlle (1876-1947), político catalán que puede ser
conceptuado como catalanista moderado y cooperador con el Gobierno central, del
que fue Ministro de Hacienda y de Fomento. Fundó y dirigió el partido Lliga
Regionalista.
[22]
Es probable que el inspector Cifuentes aluda al hecho de que, tanto la esposa
del general Martínez Anido, como uno de sus hijos, el famoso dibujante y
cartelista, Roberto Baldrich, no compartieran las ideas tan tajantes y las
acciones tan enérgicas de su ilustre pariente.
[23]
Eduardo Dato Iradier (1856-1921), político conservador, tres veces presidente
del Consejo de Ministros (1913-1915, 1917 y 1920-1921). Falleció víctima de
atentado anarquista, en Madrid, el día 8 de marzo de 1921.
[24]
Movimiento asociativo de jefes y oficiales militares, enfrentados con el
Gobierno y con otros compañeros suyos, por el motivo principal de oponerse a
los ascensos demasiado numerosos y poco justificados, por méritos de guerra (en
concreto, en las campañas de Marruecos).
[25]
El lugar es el mismo, pero no así el
edificio, pues el Gobierno Militar actual de Barcelona se construyó entre 1927
y 1932. El anterior (Parque de Ingenieros) tenía muy poca prestancia y
era insuficiente, como dentro de poco criticará en el relato el general
Martínez Anido.
[26]
El edificio que fue de la Capitanía General de Cataluña hoy existente, se
construyó a tiempo de servir de ornato a la ciudad durante la Exposición Universal
de 1929. El anterior resultó de sucesivas reformas de un convento mercedario
desamortizado, al que se trasladó la Capitanía General en 1846.
[27]
Juan Cristóbal Marinello Bonnefoy, en su tesis doctoral, Sindicalismo y violencia
política en Cataluña, 1902-1919, Universidad Autónoma de Barcelona, 2014
(accesible por Internet), ofrece en el Anexo 1 de su trabajo (pp. 599-602) las
siguientes cifras de agentes de la autoridad víctimas de atentados en Cataluña,
entre 1902 y 1921: 9 muertos, 24 heridos y 79 ilesos. De ellos, en el trienio
1919-1921, se contabilizaron 8 muertos, 16 heridos y 79 ilesos.
[28]
Se alude aquí a la práctica delictiva, pero generalmente consentida por la
autoridad, de la ley de fugas. Véase sobre ella el buen resumen de Juan
Cristóbal Marinello Bonnefoy, A cien años de la Ley de Fugas: el terrorismo
de Estado en la Barcelona del pistolerismo, Ser Histórico, 29/04/2021,
accesible por Internet.
[29]
El autor citado en la nota 27 ofrece, íbidem, las siguientes cifras de
patronos y gerentes de fábricas, objeto de atentados violentos entre 1919 y
1921: muertos, 32; heridos, 33; ilesos, 14.
[30]
Joaquín Miláns del Bosch y Carrió (1854-1936), capitán general de Cataluña
entre 1918 y 1920 y gobernador civil de Barcelona entre 1924 y 1929. El 31 de
agosto de 1936, cuando contaba 82 años de edad, fue asesinado en Madrid por
milicianos de fidelidad republicana.
[31]
Sobre estos personajes y la Banda Negra, véase la nota 15.
[32]
Valeriano Weyler y Nicolau (1838-1930), capitán general del Ejército, en la
reserva a la sazón. En el momento de su susodicho nombramiento contaba 81 años
de edad.
[33]
El más famoso de ellos fue el llamado de la bomba del Liceo, atentado
anarquista que produjo en dicho teatro lírico la muerte de veinte personas y
más de treinta heridos. El suceso tuvo lugar el 7 de noviembre de 1893, durante
una representación de la ópera Guillermo Tell, de Gioacchino Rossini.
[34]
Miguel Primo de Rivera y Orbaneja (1879-1930), teniente general, Dictador de
España entre 1923 y 1930.
[35] De hecho, el gobernador civil, Federico
Carlos Bas Vassallo (1871-1938), fue nombrado con el encargo gubernamental de
dirigir una política de conciliación social, convirtiéndose así
en la bestia negra de la patronal y de las autoridades intransigentes de
Barcelona, que provocaron su cese o dimisión al cabo de cinco meses en el cargo
(junio-noviembre de 1920).
[36]
Miguel Arlegui Bayonés (1858-1924), general de la Guardia Civil, ocupó entre 1920
y 1922 el cargo de Inspector General de Seguridad de Barcelona, equivalente al
de jefe superior de Policía. Posteriormente (1923-1924) sería director general
de Orden Público, a las órdenes de Martínez Anido como subsecretario de Gobernación
(1923-1925).
[37]
Algunos han achacado a la precaria salud de Arlegui parte de sus malas
cualidades para el mando general en Barcelona. De hecho, fallecería de un
ataque al corazón en enero de 1924, a los 65 años de edad.
[38]
Esta evolución, cualitativa y cuantitativa, del Somatén bajo Martínez Anido
está bien tratada por la especialista, Soledad Bengoechea, en su artículo, La
contrarrevolución en las calles de Barcelona durante la huelga de “La
Canadiense”, en www.catxipanda.tothistoria.cat
(13 de enero de 2021). Es difícil de calcular el número máximo de somatenistas
que llegó a haber en tiempos de Martínez Anido, manejándose cifras entre los
15.000 y los 40.000, para toda Cataluña.
[39]
Albert Balcells, citado en su tesis doctoral por Marinello (véase nota 27), recoge
para Barcelona (periodo 1917-1923) las siguientes cifras de víctimas de
atentados (no necesariamente mortales): Obreros y pistoleros antisindicalistas
y de los sindicatos libres: 112; obreros y pistoleros sindicalistas y
anarquistas: 211, más 4 abogados de cenetistas; obreros de afiliación
desconocida: 248. Parece evidente, pues, que la opinión del narrador,
Cifuentes, no está muy desacertada, en la medida en que no llegue en el futuro a
precisarse el significado político-social de esas 248 víctimas “de afiliación
desconocida”.
[40]
El mejor trabajo hasta ahora (2022) sobre las víctimas comprobadas de la
ley de fugas es el de Juan Cristóbal Marinello Bonnefoy, A cien años
de la Ley de Fugas: el terrorismo de Estado en la Barcelona del pistolerismo,
Ser Histórico, 29/04/2021. Según él, dentro del periodo de gobierno de Martínez
Anido, el número de muertos por esa execrable práctica policial fue de unos 20,
entre el 19 de enero de 1921 y el 22 de octubre de 1922. En el citado trabajo
se dan identidades y toda clase de otros detalles.
[41]
Son modalidades de responsabilidad por los hechos de otros, en la medida en que
no se haya elegido a las personas adecuadas para un cargo o puesto, o no se
haya controlado su recto comportamiento ni, en su caso, detenido las malas
prácticas y actuado contra las mismas.
[42]
Antonio Maura estuvo en el cargo en esta ocasión, de agosto de 1921, a marzo de
1922; José Sánchez Guerra, entre marzo y diciembre de 1922.
[43]
Debemos perfilar algunas diferencias entre los sindicatos únicos y los libres.
Los primeros imponían un único sindicato para cada sector laboral, tanto a
los obreros, como a los patronos: Privaban de la libertad de sindicación y sus
analogías con el sindicalismo fascista italiano y el franquista español
posterior son evidentes. Los sindicatos libres eran asociaciones de
trabajadores como pudieran serlo las socialistas y las anarquistas, pero sin
vinculación a partidos políticos y de presunta inspiración cristiana, más o
menos clerical y reivindicativa, según los casos (los catalanes estuvieron
entre los más activos).
[44]
Indudablemente era correcta. Los datos recogidos en la obra citada en la nota
39 ofrecen las siguientes cifras para la zona metropolitana de Barcelona en el
trienio 1921-1923: A) Víctimas de atentados político-sociales en 1921, 311, con
95 muertos y 170 heridos. B) Lo mismo en 1922: 61, con 19 muertos y 30 heridos.
C) Lo propio en 1923: 117, con 59 muertos y 53 heridos. Recuérdese que Martínez
Anido se hizo cargo del gobierno civil de Barcelona en noviembre de 1920,
cesando en octubre de 1922.
[45] Rafael
Martínez-Anido Baldrich (1903-1978), general de división (1974).
[46] En el
otoño de 1921; homenaje dedicado por el Centro de Defensa Social de Gràcia.
[47]
Alférez durante dicha guerra, Ramiro Martínez Baldrich se incorporaría a los
servicios de la nueva Radio Nacional de España durante la contienda, siguiendo
luego la carrera de la radiodifusión en la emisora de La Coruña como jefe de
programación, habiendo alcanzado un premio Ondas. Curiosamente, en
ocasiones fue criticado durante el franquismo de los años 50 y 60 del siglo XX
por su atención a las corrientes y personajes galleguistas; algo que, de
ser así, no le habría agradado nada a su padre.
[48]
El banquete de despedida se celebró en el hotel Ritz de Barcelona, el 31
de octubre de 1922.
[49]
Debe recordarse que, aunque Martínez Anido era a la sazón Subsecretario del
Ministerio de la Gobernación, en la práctica era la máxima autoridad en la
materia, dado que la cartera ministerial se la había reservado el propio Miguel
Primo de Rivera, situación que se mantuvo durante más de dos años, cuando Anido
fue finalmente promovido a ministro del ramo.
[50]
Juan Oller Piñol, militar y político, que hizo su carrera pública a la sombra
de Martínez Anido, de quien dejó una biografía en exceso favorable: Martínez
Anido: su vida y su obra, Victoriano Suárez, Madrid, 1943. Alcanzó el
puesto de Subsecretario de Orden Público bajo el ministerio de Martínez Anido
(Decreto de 2 de febrero de 1938).
[51]
Los Delegados Gubernativos -que algunos apostillan de Militares- fueron
creados por Real Decreto de 20 de octubre de 1923, en número de más de
quinientos, con el objetivo de constituir la máxima autoridad de la Dictadura
en los partidos judiciales. Tanto sus funciones, como su número, experimentaron
una notable evolución en los años de Primo de Rivera: Por ejemplo, en Real
Decreto de 20-3-1926, su número se limitó a 132 para toda España, ya con
competencia provincial, a distribuir por norma o por voluntad de cada Gobernador.
Con carácter general, véase: Eduardo González Calleja, La España de Primo de Rivera. La modernidad autoritaria (1923-1930), Alianza Editorial, Madrid, 2005; y, como
breve esquema, Juan Francisco Pérez Ortiz, Los delegados gubernativos militares (de la provincia de Alicante)
durante la dictadura de Primo de Rivera, Espacio, Tiempo y Forma, tomo 3, 1990, pp. 395-400. La susodicha
apostilla de militares responde a la preferencia que tenían para
ocupar el cargo los jefes militares (en particular, tenientes coroneles y
comandantes), e incluso los meros oficiales (capitanes).
[52] Severiano
Martínez Anido había nacido en El Ferrol (La Coruña), de familia allí
avecindada.
[53]
Martínez Anido fue comandante general de Melilla entre el 6 de junio y el 21 de
agosto de 1923. El enfrentamiento más notorio fue con el ministro de Estado,
Don Santiago Alba.
[54] Es
decir, la ciudad de Palencia que a la sazón contaba con poco más de 20.000
habitantes.
[55]
Fue el caso de Francia, Italia y Alemania. Este último Estado no se hallaba aún
bajo la férula nazi, pero ya brillaba en su Abwehr la figura de Wilhelm
Canaris (1887-1945), entonces capitán de navío. En aquellos contactos
internacionales contra los partidos comunistas y la III Internacional ya
pululaba el militar José Ungría Jiménez (1890-1968), que se haría famoso al
frente de los servicios secretos del bando franquista durante nuestra guerra
civil.
[56]
Siglas de Federación Anarquista Ibérica, que venía a ser la rama
especializada en la acción directa de la CNT, incluyendo actos de
terrorismo e insurrecciones, aunque durante la Dictadura de Primo carecía aún
de fuerza e infraestructura para desarrollarlos con profusión.
[57] A
partir de 1936, su nombre sería el de Patronato Nacional Antituberculoso,
siendo entonces Martínez Anido su primer presidente.
[58] Creada
por Orden de 15 de enero de 1930, apenas quince días antes de fenecer la
Dictadura.
[59]
Aunque este partido se fundó en abril de
1924, permaneció en hibernación hasta julio de 1926. Anido nunca quiso
jugar un papel significativo en dicha organización. Véase el resumen de Rosa
Martínez Segarra, La Unión Patriótica, Cuadernos de la Cátedra Fadrique
Furió Ceriol, nº 1, Valencia, 1999, pp. 67-75 (accesible en abierto por
Internet).
[60]
Así, Salvador de Madariaga, en The Observer (9 de marzo de 1930). Algo
de cierto habría, sin duda, aunque no llegase a los términos de una
conspiración, como reconocería el general Mola, a la sazón Director General de
Seguridad.
[61] Lo que
sucedió el 22 de mayo de 1930.
[62]
Apelativo jocoso al periodo político español intermedio entre el gobierno
autocrático de Primo de Rivera y la instauración de la Segunda República (por
tanto, de enero de 1930 a abril de 1931).
[63]
Su contenido era: Don Severiano Martínez Anido, teniente general del
Ejército en Primera Reserva y en uso de un año de licencia en el extranjero.
Prometo por mi honor servir bien y fielmente a la República, obedecer sus leyes
y defenderla con las armas. Véanse, de Miguel Alonso Baquer, D. Manuel
Azaña y los militares, Actas, Madrid, 1997, y Franco y sus generales, Taurus,
Madrid, 2005.
[64] Diario
Oficial del Ministerio de la Guerra de 5 de junio de 1931, Orden nº 123.
[65] Gaceta
de la República de 4 de septiembre de 1931.
[66]
Conforme a generalizada práctica republicana, se nombró a tal efecto a un juez
instructor especial, recayendo el nombramiento en el general de brigada,
Ángel García Benítez quien, sin perjuicio de su respetabilidad e ideas propias,
era primo por afinidad del ministro Azaña: Véase, José María Marco, El fondo
de la nada. Biografía de Manuel Azaña, BibliotecaOnline, 2013, pág. 131.
[67]
Sentencia de 8 de diciembre de 1932. La condena fue por dos delitos de auxilio
a la Dictadura: uno, como ejecutor del golpe de Estado, y otro, por haber
ejercido como ministro de la Gobernación. Si este último delito era palmario,
el primero se basó en meras conjeturas y, si se quiere, en la conformidad moral
de Anido con el levantamiento de Primo de Rivera.
[68] Es probable que el anónimo letrado fuese D.
Vicente Caballer Blasco, abogado valenciano colegiado en Madrid desde 1925,
quien defendió con éxito a Martínez Anido en el expediente sancionador incoado
por Azaña. Poco después defendería en lo criminal -así mismo con éxito- al
político de extrema derecha, Doctor Albiñana (José María Albiñana Sanz,
1883-1936), en un caso de cierta notoriedad periodística. Por cierto que el
Doctor Albiñana sería diputado por Burgos en las elecciones de 1933 y 1936, y
moriría asesinado en un asalto a la Cárcel Modelo de Madrid, en agosto de 1936.
[69] Debe de
referirse a Juan Oller Piñol, ya aludido en la nota 50.
[70]
Tomo prestado -entiendo que con buenas razones analógicas- el inspirado título
de la obra teatral de James Goldman (1927-1998), estrenada en 1967 y base para
el guion de la película homónima de 1968, dirigida por Anthony Harvey.
[71]
José Sanjurjo Sacanell (1872-1936), militar español que se puso al frente del
golpe militar de 10 de agosto de 1932, fácilmente vencido por las fuerzas
adictas a la República.
[72]
Entre otros intermediarios con Anido, se contaron Valentín Galarza, Juan
Antonio Ansaldo y Eugenio Vegas Latapié, según sus propias memorias escritas.
Véase, por ejemplo, Juan Antonio Ansaldo, ¿Para qué…? De Alfonso XIII a Juan
III, edit. Ekin, Buenos Aires, 1951.
[73] La Ley
de Amnistía fue promulgada el 24 de abril de 1934.
[74] Lo que
sucedió el 6 de julio de 1934.
[75]
No es aventurado buscar la explicación en el hecho de que, como Gobernador
general de Barcelona, Anido ordenó por dos veces el ingreso en prisión den
entonces díscolo Lerroux. Lo cierto es que el luego presidente del
Gobierno no se dignó siquiera contestar las cartas de queja que Anido le
dirigió en 1934 por su pintoresco extrañamiento.
[76]
Nombre con el que se designa el intento de golpe de estado violento que
pretendieron la mayoría de los partidos y sindicatos de izquierdas
contra el Gobierno republicano de signo opuesto, en el que acababan de entrar
ministros de la CEDA (grupo mayoritario en el Congreso de los Diputados). El
levantamiento, producido en octubre de 1934, solo tuvo gran fuerza en Asturias:
de ahí la precisión geográfica con la que es conocido.
[77]
Café abierto en la Plaza de la Ópera de Paris en 1862 y felizmente subsistente
en la actualidad (2022). En 1975 fue declarado monumento histórico por
el Gobierno francés.
[78]
Alusión a los generales José Sanjurjo Sacanell (véase antes, nota 71), a la
sazón exiliado en Portugal, y Emilio Barrera Luyando (1869-1943), entonces sin
destino y en espera de juicio por rebelión. Sobre estos temas, véanse los
libros de Enrique Sacanell Ruiz de Apodaca, El general Sanjurjo, héroe y
víctima: El militar que pudo evitar la dictadura franquista, La Esfera de
Los Libros, Madrid, 2004, y 1936.La conspiración, edit. Síntesis,
Madrid, 2008.
[79]
Alusión a José Antonio Primo de Rivera (1903-1936) quien, en declaración
durante su proceso criminal, el 16 de noviembre de 1936, reconoció esos
contactos y calificó a Martínez Anido de perfecto amigo y colaborador de mi
padre. Véase en este mismo blog mi ensayo, El Derecho y la Guerra de
España (VIII): Tribunales “a la carta”, entrada del 23 de septiembre de
2017.
[80]
Alusión a los importantes políticos, Alejandro Lerroux García (1864-1949) y
José María Gil-Robles Quiñones (1898-1980).
[81]
Me refiero al encuentro de monárquicos alfonsinos con Martínez Anido,
celebrado en diciembre de 1935, en que aquellos intentaron que este se pusiese
al frente de la organización conspirativa de ellos, recibiendo del General una
respuesta negativa. Con todo, la comunicación se mantuvo, por ejemplo, a través
del diplomático golpista, José Quiñones de León.
[82]
Obsérvese que el relato de Cifuentes tiene ya muchas décadas encima, lo que
explica que sitúe a Ramiro Martínez-Anido Baldrich todavía vivo y en el trabajo
activo. Véase, además, la nota 47.
[83]
La brillante carrera de Baldrich está resumida, con abundantes
ilustraciones, en la entrada, Baldrich y las chicas Baldrich. Un glamour
imaginario, en profesorbigotini.blogspot.com, 7 de agosto de 2021.
[84] Juan José Domenchina Moreau (1898-1959),
poeta de la generación de 1927.
[85]
Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), general de división (Martínez Anido era
teniente general), que, por su antigüedad en cargo, comandó la Junta de
Defensa Nacional hasta el 1 de octubre de 1936, en que se hizo cargo del
poder absoluto el general de división, Francisco Franco Bahamonde.
[86]
Martínez Anido era, casi exactamente, treinta años mayor que Franco.
[87] El
nombramiento lleva fecha de 20 de diciembre de 1936.
[88] Doce
millones de pesetas, de las de entonces.
[89] Fue el
del Prado de la Magdalena, en Valladolid, inaugurado el 1 de diciembre de 1937.
[90]
“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en
los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal
desolación” (Ejercicios Espirituales, 318).
[91]
Véase, Gerardo González Martín, Diccionario de vigueses (1875-1954), dos
tomos, Diputación de Pontevedra, 2017, transcrito en lo aquí atinente por El
Faro de Vigo en 1998, y citado en La Opinión de A Coruña del 6 de
abril de 2014.
[92]
José Ramón de Castro Rodríguez (1900-1944). El caso está citado en La
Opinión de A Coruña, 6 de abril de 2014, en artículo titulado, La muerte
de Suárez desvela documentación que arroja nueva luz sobre el franquismo
(accesible por internet).
[93]
Hipólito Rafael Romero Flores (1895-1956). Sobre este caso, creo que lo mejor
son mis referencias y notas al texto en los siguientes relatos históricos, que
pueden encontrar en este mismo blog: Atenea y Afrodita (entrada
del 9 de diciembre de 2017) y Relatos de violencia, con León al fondo (I)
-entrada del 23 de abril de 2021-.
[94] Hipólito
Suárez Guerra (1907-1980). Detalles del caso en la citada La Opinión de
A Coruña, número de 6 de abril de 2014. Véase nota 92.
[95]
Adolfo Suárez González (1932-2014), presidente del Gobierno español entre 1976
y 1981, periodo en que capitaneó, junto al rey, Don Juan Carlos I, la citada Transición.
[96]
Nicolás Molero Lobo (1870-1947). Una versión levemente novelada del caso
-puntualizada por las notas al texto- pueden hallarla en este mismo blog
y de mi propia mano, con el título El león en verano, entrada de 7 de
septiembre de 2012.
[97]
Andrés Saliquet Zumeta (1877-1959), militar español. Ennoblecido por el
franquismo con el título de marqués de Saliquet, este ha sido suprimido en el
artº 41 de la Ley 20/2022, de Memoria Histórica, de 19 de octubre de 2022.
[98]
Aunque con comentarios obviamente tendenciosos, la versión canónica del
incidente es la ofrecida por Joaquín Arrarás, en su Historia de la Cruzada
española, tomo XII, volumen 3º, Ediciones Españolas, Madrid, 1940, pp.
314-318.
[99]
El episodio de violencia revolucionaria se produjo entre los días 17 y 27 de
enero de 1932, en la comarca de las cuencas altas de los ríos Cardener y
Llobregat (Barcelona).
[100]
Lo fue entre diciembre de 1935 y febrero de 1936.
[101]
Con el fin de evitar que accediese al gobierno de España la coalición del
Frente Popular, que acababa de ganar las elecciones generales de 16 de febrero
de 1936.
[102]
Este dato y los demás sobre el proceso pueden consultarse en la causa criminal
37/1937 del Juzgado Militar de Valladolid y los resume de primera mano, Jesús
María Palomares Ibáñez, La guerra civil en la ciudad de Valladolid,
Ayuntamiento de Valladolid, Valladolid, 2001, pp. 150-151 y notas a pie de
página.
[103]
Además, quién sabe si la decisión de Franco de indultar parcialmente la pena de
cárcel no estaría también mediatizada por la sentencia de primera
instancia. De hecho, tengo por seguro que Anido recomendaría benevolencia al
Caudillo, teniendo éxito en su ruego.
[104]
Decreto de 31 de octubre de 1937. Las competencias del cargo incluían también
la Inspección de Fronteras.
[105]
Decreto de 31 de enero de 1938.
[106]
Hotel abierto en 1914 en la calle del Peso de Valladolid y que, después de numerosos
avatares, luce en estos momentos (2022) en todo su esplendor.
[107]
José Medina Santamaría. Fue autor, entre otras, de las obras impresas, Manual
para campaña y maniobras, Colegio de Santiago, Valladolid, 1922, y El
servicio de información en campaña, Rodríguez y Compañía, Toledo, 1933.
[108]
Los Delegados de Orden Público fueron,
en principio, cuarenta y uno, a razón de uno por cada provincia de la zona nacional
(dos, en las de significación izquierdista, como Málaga) y tres para plazas
fronterizas (Irún, Ciudad Rodrigo y Campo de Gibraltar). Los designados fueron
13 tenientes coroneles, 19 comandantes y 9 capitanes.
[109]
A la sazón, Ramón Serrano Suñer (1901-2003), cuñado de Franco. Su gran personalidad
política y literaria está resumida en la nota biográfica de la Real Academia de
la Historia, a cargo de Juan Carlos Pereira Castañares. Más ampliamente, entre
otros, véanse: Ramón Serrano Suñer, Entre el silencio y la propaganda, la
Historia como fue, Memorias, Planeta, Barcelona, 1977; Adriano Gómez Molina
y Joan María Thomas, Ramón Serrano Suñer (1901-2003), Ediciones B,
Barcelona, 2003.
[110]
Conocido emblema de los Reyes Católicos, asumido por los falangistas.
[111]
Eran, respectivamente, los ministros de Interior, Justicia, Agricultura y
Organización y Acción Sindical.
[112]
Eran, respectivamente, los ministros de Asuntos Exteriores, Defensa Nacional y
Hacienda.
[113]
Era Eberhard von Stohrer (1883-1953), que ejerció el cargo entre 1937 y 1942.
En efecto, en sus informes y cartas al Gobierno alemán transmitió repetidamente
la impresión a la que Martínez Anido alude en el relato. Lo recoge, entre otros
muchos, Brian Crozier, Franco, historia y biografía, volumen primero,
Edit. Magisterio Español, Madrid, 1969, pp. 406-407 y notas al pie de dichas
páginas.
[114]
Alguien más que el comisario Cifuentes debió de escucharlo, cuando Anido
discrepaba de la opción franquista de apoyarse -y apoyar- un partido político (FET
y de las JONS), que podría desplazar al Ejército de su función de puntal
del nuevo Régimen. La Historia no le daría la razón al viejo General.
[115]
Al hacerse público el archivo del General (véase antes, la nota 4), se ha
podido constatar que tal documento lleva la fecha de 28 de junio de 1938, no la
de agosto del mismo año, como indica Martínez Bolaños, en su obra citada en la
nota 4, p. 15.
[116]
Miguel Cabanellas Ferrer (1872-1938), a la sazón Inspector General del
Ejército, murió en Málaga, el 14 de mayo de 1938, de lo que se calificó como congestión
cerebral. Véase la obra del hijo del general, Guillermo Cabanellas de
Torres, Cuatro generales, 2 vols., Edit. Planeta, Barcelona, 1977.
[117]
Como presidente de la Junta de Defensa Nacional (25 de julio-30 de septiembre
de 1936), presidió las reuniones de generales, de las que salió elegido Jefe
del Gobierno del Estado Español y Generalísimo de los Ejércitos, Francisco
Franco Bahamonde, en contra de la opinión de Cabanellas, que acabó
absteniéndose en la votación final y reprochó a los favorables, con estas proféticas
palabras: Ustedes no saben lo que han hecho porque no le conocen como yo,
que lo tuve a mis órdenes en el ejército de África, como jefe de una de las
unidades de la columna a mi mando... Si ustedes le dan España, va a creerse que
es suya y no dejará que nadie lo sustituya en la guerra o después de ella,
hasta su muerte.
[118]
Aunque no pasen de meros accidentes coincidentes, no deja de ser llamativo que
dos de los generales que más sombra pudieron hacer a Franco falleciesen
al estrellarse los aviones en que viajaban: Sanjurjo, en Cascais (Portugal), el
20 de julio de 1936; Mola, en Alcocero (Burgos), el 3 de junio de 1937.
[119]
Otros endurecen el contenido del aludido informe, afirmando que en el
mismo el General animaba al Gobierno italiano para que retirase su apoyo a
Franco. Ello implicaría, a su vez, que no se hubiera tratado de la indiscreción
de un funcionario, sino de la voluntad del Anido. La verdad es que esta versión
del incidente me parece completamente increíble, salvo prueba concluyente en
contrario que, por lo que yo sé, no se ha hallado hasta ahora.
[120]
Como detalle complementario para los aficionados a la Medicina que se hagan
preguntas sobre cuál fuera esa enfermedad, diré que, en la tarde anterior al
fallecimiento del General (murió a las 09:20 horas del día siguiente), su
temperatura corporal alcanzó los 40 grados.
[121]
Detalles de los últimos momentos del General y de sus exequias fúnebres en la Hoja
del Lunes de Valladolid, año II, nº 96, de 26 de diciembre de 1938. Por
cierto, esta fuente señala como últimas palabras del General, esto se acaba
porque ya veo a Dios. Su viuda rectificó decisivamente el final, de la
siguiente forma: Ya no veo. Adiós.
[122] Hubo constantes referencias a Martínez Anido
como camarada, que molestaron a su familia, la cual ha sostenido
posteriormente que Anido, no solo detestaba a la Falange como tal, sino que
nunca fue un genuino franquista (declaraciones del nieto del General,
Roberto Martínez-Anido, a La Opinión de A Coruña, de fecha 6 de abril de
2014).
[123]
Lo que sucedió en 1978. El comisario Cifuentes lo hizo poco después, aunque los
herederos de sus pertenencias no hayan publicado hasta ahora, por mi mano, este
fragmento de sus memorias.
[124]
Consta que los folios del documento estuvieron doblados repetidas veces, lo que
permite suponer que los familiares de Don Severiano Martínez Anido
pretendieron, más pronto o más tarde, esconderlo o disimularlo entre otros
papeles.
[125]
Al no haber constancia de que la carta se enviara efectivamente, algunos opinan
que no se trata de una copia, sino de un mero borrador no remitido a su
previsto destinatario. El comisario Cifuentes no lo entiende así, apuntando la
no aparición del original a que hubiese sido destruido, por buenos motivos. Yo
me inclino por dudar muy fundadamente de que Franco llegase a recibir nunca
semejante carta pues, de otro modo, no creo que hubiese permanecido impasible.
En cualquier caso, se trata de un documento muy importante para conocer el
punto de vista del General, aunque no se atreviese a remitirlo.
[126]
Dicha copia forma parte del acervo documental de Severiano Martínez Anido y
Rafael Martínez-Anido Baldrich que, en 2010, fue comprado a sus descendientes
por el Ministerio de Cultura del Gobierno de España, para integrarse en los
fondos del Centro Documental de la Memoria Histórica, donde puede
consultarse. Véase antes, nota 4.
[127]
Este fragmento en cursiva y el que sigue inmediatamente, en ABC, edición de
Sevilla, número del 27 de diciembre de 1938, p. 9.
[128]
Niceto Alcalá-Zamora y Torres (1877-1949), presidente de la II República
española entre 1931 y 1936. Buena parte de sus Memorias se publicó por
Editorial Planeta en Barcelona, 1977.
[129]
A lo que se ve, el comisario Cifuentes tuvo ocasión de leer, el libro de Hugh
Thomas, La guerra civil española, cuya primera edición española (1961)
fue realizada en París por Ruedo Ibérico.
[130]
Véase obra citada en la nota 119. Guillermo Cabanellas de Torres (1911-1983)
emitió públicamente esta opinión, por vez primera, desde Argentina, en 1973.
[131]
Fusión llevada a cabo por Ley de dicha fecha. En general, véase, Anónimo, Ministerio
del Interior. Dos siglos de historia, Ministerio del Interior, Madrid, 2015
(accesible por Internet), espec. pp. 143-147.
[132]
La toma de Castellón de la Plana por las tropas nacionales, al mando del
general Aranda, se consumó el 14 de junio de 1938.
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