En Irlanda, con Mick
Collins (Primera parte): Dólares para matar
Por Federico Bello
Landrove
Un periodista estadounidense es testigo de
diversos acontecimientos en la Irlanda de las sucesivas guerras de
independencia y civil, entre 1920 y 1922. En esta primera parte del relato, el
motivo del viaje será investigar el efectivo destino del dinero recaudado por
el Gobierno rebelde en los Estados Unidos, lo que le llevará a entrar en
contacto con algunas de las más destacadas figuras políticas irlandesas,
incluido el famosísimo Michael Collins.
1. Razón y comienzo del viaje
Fue en vísperas de
la Navidad de 1919. Para entonces yo llevaba trabajando cinco años en el Boston Sentinel y había adquirido un considerable
prestigio por mis crónicas sobre las negociaciones del Tratado de Versalles.
Cuando menos, el ilustre propietario del periódico, así como de la agencia de
noticias O’Clock, Jeremy Doogan, me
había ascendido a mi vuelta al honroso puesto de subdirector de la citada
Agencia. No era una mala colocación para un periodista de treinta y un años,
aunque se hubiera graduado cum laude en
Humanidades por Amherst.
Pues bien, andaba
yo pensando ya más en el árbol y los regalos de Navidad que en el trabajo diario,
cuando recibí la visita en el despacho de mi director, Silvester Lippincott.
Según él, venía a prevenirme sobre
algo que acababa de escuchar a Doogan. En seguida comprendí que, más bien, se
trataba de una artimaña del Gran Jefe para que me fuera haciendo a la idea.
-
No
sabes lo nervioso que está el Jefe -empezó diciéndome-, aunque yo pienso que
bien merecido se tiene lo que le pase. ¡A quién se le ocurre, poner cien mil
dólares a disposición de esa jirafa de
De Valera!
-
¡Qué
me dices! ¿Cien mil dólares para que los fenianos (1) hagan
la guerra a los ingleses?
-
No
sería eso lo malo para él -me replicó con sarcasmo-. Lo que teme es que lo
vayan a timar. Por lo menos, eso es lo que Devoy le ha metido en la cabeza.
Y, con cierto lujo
de detalles, me explicó. Como era de dominio público, desde hacía seis meses De
Valera, presentándose como Presidente de
la República de Irlanda, andaba recorriendo los Estados Unidos dando
discursos y vendiendo bonos para financiar hipotéticas necesidades de dicha nonata
República. Por convicción personal y por emulación de su rival periodístico,
Charles Taylor, Doogan había comprado en un primer momento bonos por valor de
50.000 dólares. De Valera lo había visitado en su casa para agradecerle el
gesto y, asegurándole la solidez de la inversión bajo el paraguas de O’Mara, importante capitalista irlandés, le había
arrancado la promesa de suscribir otros cincuenta mil. Hasta ahí, todo normal,
dentro de lo discutible del dispendio. Los problemas habían empezado cuando en
una reunión del Clan na nGael[2],
John Devoy había manifestado sus sospechas respecto de la honradez y buena fe
de De Valera, así como sobre que el dinero fuese a parar efectivamente a los
luchadores por la independencia.
-
El
Jefe ha quedado tan mosqueado -me dijo Lippincott-, que tiene decidido
informarse a fondo sobre el verdadero papel y credenciales de los promotores de
la emisión de bonos, antes de aflojar los segundos cincuenta mil pavos. Y ahí es donde entras tú… O, al
menos, eso me ha dicho.
-
Pero
yo no desciendo de irlandeses -repliqué-, ni estoy al tanto del avispero en que
la Isla se ha convertido, por obra y gracia de los valientes y catolicísimos
destinatarios del préstamo. A decir verdad, no he tenido más contacto con bonos
que los nuestros de guerra, que compré para compensar el no jugarme la vida en
ella.
-
Pues
vete haciendo a la idea. Ya sabes cómo es Doogan cuando se le mete algo en la
cabeza. Y, yo que tú, no le diría francamente lo que piensas de los bravos
luchadores republicanos: podría incomodarse y recordar que en el Sentinel hay algunos puestos libres de
gacetilleros.
***
El Gran Jefe tuvo
la gentileza de dejar pasar las Navidades antes de convocarme a su palacete en
Charles Street. Entre tanto, me había dedicado a hojear en la hemeroteca los
números del Sentinel que recogían las
principales noticias sobre Irlanda, desde el levantamiento de Pascua de 1916,
hasta la fecha. Algo tenía adelantado, al conocer los intentos de los patriotas
por hacer pasar en Versalles sus demandas de independencia bajo la cobertura de
los malhadados Catorce Puntos de
nuestro Presidente[3]. En fin,
haciendo de la necesidad virtud, me hallaba en condiciones, si no de objetar el
mandato de Doogan, por lo menos de saber a qué atenerme y cumplirlo de la forma
más rápida e informada posible. Mi preparación en el tema agradó sobremanera al
Jefe, tal vez demasiado, a juzgar por lo que más tarde resolvería.
-
Verás,
Harvey, puede que se trate solo de un choque de protagonismos o de caracteres
entre John Devoy y ese De Valera. John estaba muy acostumbrado a dirigir y
controlar las actividades de los irlandeses
en América y ahora, con la venida de ese tipo tan alto, se siente
marginado.
-
Algo
más tendrá contra él que su estatura -bromeé-.
-
Por
supuesto. Habla y no acaba: Que si el padre del tal era un sujeto desconocido y
probablemente judío; que si no es lo que aparenta, pues no existe la República
de Irlanda, ni él es Jefe de Estado; que no ha sabido tocar los palillos
adecuados para que nuestro Presidente, al menos, lo recibiera de modo semi
oficial y le concediera una cierta legitimidad; en fin, que ha dejado colgados
a los patriotas y se ha venido a los Estados Unidos, donde ya lleva medio año
vendiendo bonos y dando conferencias, mientras en la Isla se baten el cobre al
mando de un tipo muy bragado, llamado Collins, con el que Devoy ya ha tenido
ocasión de colaborar económicamente.
-
Ya
veo, Jefe, que Devoy y los del Clan na nGael
parecen no tragar a De Valera pero, ¿qué quiere que yo le haga?
-
Muy
sencillo. Con el pretexto de entrevistarle para el Sentinel y la cadena de diarios suscritos a nuestra Agencia,
apriétalo a fondo sobre el tema de los bonos: garantías reales que tienen;
destinos previstos para los fondos; personas que van a controlar la inversión
del dinero de su venta; posibilidades y momento previsto para su reembolso…
Vamos, todo lo que se te ocurra para desenmascarar al Presidente de Irlanda, si es que ha venido a estafarnos. Y no te
dejes torear, aunque el tipo sea hijo de un español: déjale claro que puede
quedarse sin mis cincuenta mil y sin lo que pensaran invertir nuestros
lectores.
***
Me tocó viajar a
Nueva York para encontrarme con El hombre
alto, como con toda razón llamaban a De Valera sus próximos cuando hablaban
entre ellos. En cambio, al dirigirse a él abreviaban al máximo y lo nombraban Dev, con mucha mayor frecuencia que
Éamon. También yo me acogí al conocido apócope, aunque nunca llegué con él a
una mínima familiaridad. Yo no soy muy sociable pero es que además aquel sujeto
respondía muy bien al prototipo de figura enigmática que protagonizaba las
tiras detectivescas del Sentinel on
Sunday: El hombre escurridizo.
Verdad es que,
cuando nuestra primera entrevista, Dev debía de estar indignado por las
andanadas que le había disparado Devoy desde su periódico semanal, The Gaelic American. Con todo, se
mostraba impasible y hablaba con su habitual reflexión y parsimonia. De
aquellas conversaciones, de aquellos juegos de preguntas y respuestas, fui
tomando algunas notas, que luego se amalgamaron en el informe que redacté para
Doogan, conforme a mi estilo y a su predilección por la forma escrita. Resumo a
continuación aquel documento:
El señor De Valera ha preparado y está
vendiendo una emisión de bonos de la así llamada República de Irlanda, contando
con la aprobación del Gobierno irlandés en la sombra, del que él es su
Presidente. Los fiduciarios de dichos bonos son tres: un importante hombre de
negocios irlandés, llamado James O’Mara; un obispo católico, apellidado
Fogarty, que se ha encargado de preparar el envío y recogida de los fondos en
Irlanda, utilizando la infraestructura de la Iglesia papista; y el tercero es
el propio De Valera, en nombre del Gobierno rebelde. En realidad, todo lo
referente a la impresión, venta y depósito de la recaudación obtenida con los
bonos corre a cargo del señor Dev, quien ha abierto a su nombre con tal efecto
tres cuentas, por lo menos, en bancos de Nueva York.
En principio, la emisión no tiene un
volumen máximo, sino que venderán todos los bonos que puedan, mientras De
Valera permanezca en los Estados Unidos. Luego parece que encargará de ello a
persona o personas de su confianza, para lo cual piensa constituir una Asociación Americana para el Reconocimiento de
la República Irlandesa, totalmente entregada a su persona. Aquí parece estar el
motivo principal de la inquina del señor Devoy, cuyo Clan na nGael ha quedado en entredicho.
A fecha de hoy, el señor Dev reconoce
haber vendido más de un millón y medio de dólares en bonos -generalmente, en
pequeños paquetes de entre diez y cincuenta-[4].
En principio, la emisión no está sujeta a abono de intereses ni a reembolso en
fecha prefijada, pero insiste en que no es a fondo perdido pues la República de
Irlanda hará frente a sus compromisos, tan pronto se independice del Imperio Británico
y alcance una mínima solvencia económica.
De Valera no está dispuesto a hacer
público el destino de los fondos que vaya recaudando, que en cualquier caso
será del máximo interés para la República. Es obvio que uno de los objetivos
será la compra de armas, tan necesaria para defenderse de las terribles
violencias del Ejército inglés y de los Voluntarios que lo
apoyan. De todas formas, mi impresión es que el señor Dev no admite control
externo ni interno sobre sus actos de disposición y que, con el plausible
pretexto de que el envío de fondos a Irlanda es complicado, va a retener parte
de ellos en los Estados, donde podrían servir para fortalecer su posición
política y ejercer una labor de propaganda por medio de la creación de medios
de prensa o revistas.
Conforme a lo interesado por usted,
insistí al señor De Valera para que me diera su versión acerca de la auténtica
guerra que se ha desatado en la Isla después de su marcha de ella, así como de
su apoyo y relación con el señor Collins y demás jefes combatientes
republicanos. Pareció sentirse molesto y, ante mi insistencia, reconoció que
estaba un tanto desconectado de tales temas y me remitió a un importante
miembro de su equipo, que lo ha acompañado en el viaje desde el primer momento.
Se trata del señor Harry Boland, con el que me ha prometido facilitar una
entrevista a la mayor brevedad posible, ya que por el momento se encuentra en
Filadelfia.
En resumen, señor Doogan, me permito
sugerirle que retenga por ahora la compra del segundo paquete de bonos por
valor de 50.000 dólares, con la disculpa de que, no pudiendo por ahora enviarse
tanto numerario a Irlanda, sería preferible para su declaración de la renta el
demorarlo a un nuevo año fiscal. En cambio, no me parece sensato juzgar al
señor Dev estafador o aprovechado, ni desaconsejar a nuestros lectores que
inviertan pequeñas cantidades en favor de su antigua Patria irlandesa, si su
corazón se lo demanda.
***
Al cabo de una
semana, me encontré con Boland en un café del Bronx. Aunque poco más joven que
Dev, aún parecía un muchacho, abierto, jovial y petulante. Sin embargo, en
cuanto apreció mi conocimiento de la materia y la importancia de la gestión que
me ocupaba, moderó su humor y se explicó con seriedad y lucidez. Comprendí
entonces que me hallaba ante un buen político y un notable hombre de acción,
con mucha más simpatía por Collins y sus guerreros, que no por las sinuosidades
de Dev, por más que respetase su jefatura de modo incondicional.
-
A
estas alturas -empezó diciéndome- yo tendría que estar pegando tiros en Dublín,
al lado de mi gran amigo, Mick Collins. Ya ves, soy un hombre de acción, pero
Dev se empeñó en que lo acompañase a los Estados Unidos, con variados
pretextos. En el fondo, tengo el mismo pálpito que mi amigo: que nos separaba
por temor de que llegáramos a tener más influencia que él en el Aireacht[5].
-
Pero,
al alejarse del escenario principal, el señor De Valera corre el riesgo de que los
jefes combatientes adquieran mayor poder, sobre todo, ese Collins, al que todo
el mundo empieza a citar aquí como el gran director y estratega de la
contienda.
Boland se encogió
de hombros y no quiso profundizar más en sus confidencias:
-
Mick
conoce sus limitaciones políticas y admira a Dev. Tal vez la situación actual
sea buena para que cada uno desarrolle sus mejores cualidades, sin envidias ni
entorpecimientos. Claro que no conviene que dure mucho. De hecho, para mí es un
verdadero suplicio tener que saber de Irlanda solo por las cartas de mi novia y
por los periódicos.
Centrado el tema,
me dediqué a sonsacar a Boland acerca de los bonos y de su uso para ayudar a
los irlandeses en su guerra de independencia. En particular, traté de hallar
desmentidos o discrepancias con la versión de Dev sobre los mismos hechos. Harry
respondió con franqueza, sin que pareciera estar aleccionado previamente por su
Jefe. He aquí el resumen de nuestra conversación, tal como se lo hice llegar a
Doogan:
El señor Boland se muestra crítico acerca de
la larga duración que está teniendo la estancia de De Valera en los Estados
Unidos, que todavía no tiene fecha fijada para finalizar. Como antiguo amigo y
colaborador de Collins y hombre de acción, lamenta su alejamiento del combate y
su adscripción a tareas de propaganda y representación. No parece muy al tanto
de la guerra abierta que se ha iniciado en la Isla, aunque puede que me oculte
los datos que posea, tratándose de una información con ribetes de secreto.
En cuanto al destino del dinero recaudado
con los bonos, deduzco de sus manifestaciones -un tanto imprecisas- que la
parte que ha logrado enviarse hasta ahora a Irlanda no ha ayudado mucho a la
adquisición de armas, ni a la compensación por bajas o daños. El señor Boland
asegura que son grandes las dificultades financieras para lograr un flujo ágil
de divisas. Con todo, el dinero conseguido es tan importante, que se está
invirtiendo generosamente en financiar los viajes y actos de la delegación
irlandesa, así como ciertas campañas electorales de candidatos americanos
favorables a la causa de la independencia de Irlanda. Como dato curioso, me ha
confesado que una pequeña parte de la recaudación ha ido a parar en préstamo a
los soviéticos, con la prenda de algunas joyas confiscadas por estos a los aristócratas
rusos.
***
Nunca debió
ocurrírseme citar esa veleidad soviética de
los fenianos. Unida a la convicción que yo transmití a mi Jefe, en el sentido
de que la parte principal del armamento irlandés seguía siendo el arrebatado a
la policía, motivó que Doogan tomase la decisión que ustedes podrán conocer a
continuación.
-
Harvey,
me dijo, esto ya está adquiriendo tonos de desvergüenza. Esos tipos se están forrando a costa nuestra y pasando el
dinero a los comunistas. Y, entre tanto, los pobres irlandeses están luchando con
pistolas de desecho de la Gran Guerra y fusiles que consiguen asaltando a pecho
descubierto los cuarteles de los constables[6].
-
Cuidado,
señor Doogan. No saque usted conclusiones aventuradas. Bien pudiera ser que la
situación cambiase pronto. Ni el dinero circula con facilidad en determinados
ambientes, ni las buenas armas de guerra penden de los árboles.
-
Lo
sé. Y además no querría desacreditar a estos dudosos representantes de
verdaderos héroes, haciendo el caldo gordo a los ingleses. Se me está ocurriendo
algo, para lo que será imprescindible que me eches una mano.
-
No
sé qué más pueda yo hacer pero, en fin, aquí me tiene.
-
Gracias,
muchacho. Es mucho lo que voy a pedirte, pero cuento con que no tienes familia
y con que te aguarda un gran futuro en Doogan
Press… Llégate a Londres y, desde allí, ponte en contacto con ese Collins.
No te será difícil con tu talento y discreción. A lo mejor, ni siquiera tienes
que cruzar a Irlanda.
Me quedé
petrificado, lo que aprovechó mi interlocutor para concluir su irresistible oferta:
-
Entérate
por él de si les está llegando el dinero de los bonos y en qué relaciones está
con el Tipo Alto ese. No te conformes
con menos que entrevistarte con Collins y aclarar todo este galimatías. Como
credencial y carta de presentación, llevarás los cincuenta mil dólares que le
ofrecí a De Valera. Supongo que, si los llevas tú en mano a los combatientes,
no tendrá objeción ninguna que hacer.
-
Pero
entonces -repliqué-, dudo que le vaya a entregar bonos por ese montante.
-
Pues,
siendo así, presentarás mis respetos al señor O’Mara, y hasta al ilustrísimo
señor obispo de Killaloe, si es preciso[7].
Uno u otro te entregarán el pertinente recibo.
Si hubiese sido
ahora, me habría levantado en el acto y despedido del Gran Jefe y de mi
trabajo. En aquel entonces, yo aún era joven, estaba soltero y me picaba la
curiosidad por el mundo gaélico[8],
que casi del todo desconocía. Pregunté, aunque ya sabía la respuesta que
recibiría:
-
¿Para
cuándo el viaje?
-
Inmediatamente.
De tener que desenmascarar a los vendedores de bonos, cuanto antes, mejor.
Así que, el 3 de
febrero de 1920, embarcaba en el Carmania,
con destino Portsmouth. En una faltriquera sabiamente prendida al revés del
pantalón, cien billetes de quinientos dólares me quemaban la barriga. En el equipaje llevaba las Memorias de Parnell[9],
para entretener el viaje. Tres días de mareo aplazaron el comienzo de tan
ilustrativa lectura.
2. Entre el Castillo y el Trinity
Como era
inevitable, tuve que pasar a Irlanda.
Al menos, mi estancia de una semana en Londres me permitió pulsar la opinión
inglesa acerca de la situación en la isla vecina y obtener un visado oficial de
mi carnet de prensa, con autorización para cubrir in situ la rebelión -no podía esperar que el conflicto irlandés
fuese calificado como guerra por las
autoridades británicas-.
Una vez en Dublín,
tenía dos opciones para acercarme a los ambientes rebeldes: contactar con el
señor O’Mara o con Gerry Boland, hermano de Harry, para quien este me había
redactado una carta de presentación muy elogiosa. A la postre, decidí llamar a
ambas puertas, empezando por la de la familia Boland, dado que en aquellos momentos
James O’Mara se encontraba atendiendo su gran negocio de productos cárnicos de
cerdo en su sede comercial de Limerick.
Siendo Gerry
Boland todo un comandante de batallón del ya entonces llamado IRA[10],
no podía acceder directamente a él sino que, conforme a lo aconsejado por su
hermano Harry, me presenté en el domicilio de Nellie Boland, hermana mayor de
ambos, y le expliqué mi objetivo, con la carta por recomendación. Ella se
mostró encantada de tener noticias directas de Harry, que llevaba ya nueve
meses por los Estados Unidos, y me prometió avisar lo antes posible a Gerry de
mis deseos. Aconsejado por Nellie, desistí de alojarme con fijeza en un hotel y
alquilé una confortable habitación en una pensión de Capel Street, regentada
por una buena amiga suya, pero completamente al margen de las querellas
políticas, según me aseguró.
Mi primer
encuentro con Gerry Boland fue en el reservado de un pub de Temple Bar a primera hora de la noche. Tras leer la carta de
presentación de Harry, tuvo un comienzo nada prometedor:
-
No
entiendo por qué desconfiáis de Dev en América, ni qué pueda aclararte Collins
que mi hermano no te haya expuesto. Por otra parte, comprenderás que, tanto
Mick como tú, corréis un serio riesgo entrevistándoos. Estoy seguro de que la
policía ya te estará controlando desde que pusiste los pies en casa de mi
hermana.
-
Por
el momento -repliqué- solo soy un empleado del señor Doogan de Boston, que no
se conforma con menos que estar cierto de que su dinero está seguro y es bien
empleado por los patriotas irlandeses. Es lo menos que puede pedir, habiendo
invertido cincuenta mil dólares y estando dispuesto a aportar otros tantos.
Los dos
subordinados de Bolland que lo guardaban a la sazón cruzaron con él una mirada,
entre admirativa y perpleja. Gerry se encogió de hombros y aclaró:
-
Cien
mil dólares… Más o menos, treinta mil libras.
Yo proseguí:
-
Tengo
en mi mano el poder entregar a vuestro Gobierno republicano esos cincuenta mil
dólares, pero con la condición ineludible de entrevistarme con el señor O’Mara
y con Collins. En vosotros está hacerles llegar la especie y, en su momento,
adoptar las medidas para que los encuentros se hagan con la debida discreción.
Acompañé mis
palabras de cierta displicencia, como recalcando que eran los irlandeses
rebeldes, no yo, los beneficiarios de la gestión. Incluso, hice un leve ademán
de levantarme de la mesa. Gerry se percató y reaccionó en consecuencia:
-
Está
bien. Lo intentaremos, aunque puede llevar su tiempo. Entre tanto, no te muevas
de Dublín y hazte notar lo menos posible. Te haré llegar noticias por Nellie.
***
Siempre he pecado
de ser sincero y directo. Lejos de esconderme de la policía, decidí hacerles
una visita en el Castillo, para informarles formalmente de mi presencia en
Dublín y mostrarles mis credenciales de prensa, debidamente visadas por el Foreign Office[11].
La casualidad hizo que me atendiera el inspector Neligan, que ya entonces
colaboraba con los independentistas. Ignorante de ello, le signifiqué mi
derecho y deseo de poder moverme libremente por la ciudad, sin tener que correr
el peligro de ser acosado por los policías. Por buenas razones, el inspector me
preguntó acerca de los motivos que podía tener para husmear en territorio rebelde. Le contesté a
medias:
-
Como
americano enviado por una agencia de noticias de Boston, me interesa mucho el
uso que se esté haciendo del dinero que De Valera está recaudando a manos
llenas en mi país.
-
Puede
estar seguro de que es muy bien invertido -ironizó-. Armas y güisqui no les
faltan a esos rebeldes.
-
Muchas
armas y muchos barriles tendrían que comprar si invirtiesen el fruto íntegro de
tanta largueza. Quizá yo podría ayudar con mis crónicas para que se fuera menos
generoso con los violentos y más caritativo con quienes todo lo han perdido en
medio de tanto dolor.
-
Creí
que el deber de un buen periodista era el de ser imparcial, objetó de forma
ambigua.
-
Yo
entiendo la imparcialidad de otro modo -repliqué-: juzgando los hechos en
función de sus resultados, no de las personas que los realicen.
***
Recuerdo bien la fecha, el 15 de abril de
1920, porque fue al día siguiente del asesinato del constable Harry Kells. Me hallaba en la recepción del Hotel Gresham,
leyendo los periódicos en un ambiente relajado y lujoso, cuando se me acercó
por detrás un individuo embutido en una holgadísima gabardina, me tocó en un
hombro y tan solo dijo en su susurro: Sígame.
Bajamos a buen
paso por O’Connell Street, cruzamos el río y llegamos hasta los jardines del
Trinity, sin cambiar una palabra, siempre yo un par de pasos por detrás de mi
guía. Finalmente, tras escudriñar el entorno, nos sentamos en uno de los bancos
del parque y pude, al fin, percatarme de su fisonomía y aspecto. Era un joven
como de 25 años; pelo castaño bastante alborotado; rasgos finos algo
infantiles, que trataba de endurecer con un bigote casi rubio; ojos caídos y
voz tenue, que parecían presagiar a un individuo insignificante o tímido;
estatura mediana y una notable delgadez. Mirando al suelo, sin apenas volverse
a mí, comenzó diciendo:
-
Entiendo
que es usted mister Rosson, el periodista americano que quiere ver al Big Fella[12].
-
En
efecto. Pero antes de nada, ¿puede indicarme quien le ha puesto en antecedentes
de mi propósito?
No respondió a mi
pregunta, sino que prosiguió con su argumento.
-
Comprenderá
que adoptemos ciertas precauciones. El señor Collins ocupa cargos muy
importantes en la estructura del Gobierno y del ejército. No sé si sabe que
-según se comenta- los ingleses han
elevado recientemente la recompensa por su captura a la bonita cifra de diez
mil libras.
-
Desde
luego -repuse con cierto desdén-, comprendo que no se deje ver en público a
plena luz del día, pero podría decirle que tengo para él una cantidad bastante
mayor que la que ofrecen por su cabeza.
-
Todo
se andará, replicó con una sonrisa. ¿Sabe usted que yo nací en Massachusetts?
Así que tenemos una cosa importante en común.
-
¿Ah,
sí? ¿Y cuál es su nombre, si puedo saberlo? Más que nada, para estar en
igualdad de condiciones. También yo he de tomar algunas prevenciones.
-
Me
llamo Dalton, Emmet Dalton, pero le aseguro que no tengo nada que ver con mi famoso
homónimo, terminado en dos tes[13].
Trabajo a las órdenes del señor Collins y he recibido de él el encargo de
contactar con usted e informarle de que, a la mayor brevedad posible,
procuraremos que se conozcan.
-
Verá,
señor Dalton, llevo más de un mes en Dublín y apenas he avanzado en la gestión
que me ha traído hasta aquí. La vida en Irlanda no es precisamente barata ni
segura. Así que estoy por rendirme y tomar el barco de vuelta a su tierra
natal; eso sí, con los cincuenta mil del señor Doogan en mi compañía.
Dalton hizo un
imperceptible gesto de asentimiento y me hizo esta sugerencia:
-
Si
de lo que se trata es de convencerse de que su
dinero está bien respaldado, ¿por qué no empieza por ver al señor O’Mara?
Limerick no está lejos y hay buena comunicación por tren.
-
Había
pensado dejarlo para el final, pero en fin…
-
Pues
empiece por él. Parece que Kells no saldrá con vida del atentado y la policía
está en estado de máxima alerta. No son buenos momentos para que Collins ande
concediendo audiencias. Además, O’Mara ya está informado de su propósito de
hacerle una visita. Bastará con que se presente usted en la fábrica y diga que
es el hombre del montón de dólares.
En sus ojos brilló
un relámpago de picardía. Me acogí a ello y bromeé:
-
Bien
mirado, Dalton, estoy bastante por encima del valor del Big Fella.
***
Estábamos a punto
de iniciar el regreso, de la misma forma levemente escalonada que a la ida,
cuando nos cruzamos con una joven, que se dirigió a Dalton de forma jovial y
confiada. Este no tuvo más remedio que hacer las oportunas presentaciones. Se
trataba de Lucy Wood, prima de Emmet por parte de madre. Al enterarse de que yo
era un bostoniano que había venido a
Dublín por temas comerciales, Lucy se ofreció, con gentileza:
-
Pues
si le sobra algo de tiempo para hacer turismo, puede localizarme en la
biblioteca del Colegio. La verdad es que la visita merece mucho la pena. No
tenemos nada que envidiar a Oxford.
-
Tomo
en consideración su amable ofrecimiento, respondí ambiguamente.
Nos despedimos acto seguido. Dalton
comentó:
-
No
tenga reparos en aceptar la invitación. Lucy no congenia con las ideas
nacionalistas, ni mucho menos con la violencia. No podía ser de otro modo,
trabajando en el Trinity. De todas formas, nos llevamos bien, en parte gracias
a que sabe muy poco de mis actividades,
ni tampoco quiere saberlo.
-
Buscaré
tiempo para la visita y, de paso, conoceré a alguien en Dublín que no tenga
como prioridad en su vida la independencia, caiga quien caiga.
Emmet no
respondió. Sacó del bolso un trocito de papel, en el que estaba escrita una
dirección.
-
Tome
-me dijo-. Son las señas de la fábrica de O’Mara en Limerick. Así no tendrá que
andar preguntando.
3. Dos nacionalistas y una bibliotecaria
Dos días más
tarde, tomé el tren que me conduciría hasta Limerick, para entrevistarme con
James O’Mara. Para mayor confidencialidad, resolví no anunciarme ni pedir
audiencia, pues ciertas líneas telefónicas se decía que estaban intervenidas.
Me serví de un taxi para desplazarme desde la estación hasta la calle Roches,
donde se erigían las amplias instalaciones de O’Mara Limited. Estuve de suerte, porque:
-
Me
pillas aquí de milagro -comentó llanamente mister O’Mara- pues tengo gente
invitada a comer en casa. ¿Por qué no te sumas al grupo?
-
Muchas
gracias, señor, pero, si me lo permite, preferiría dar una vuelta por su
ciudad, ya que he pasado un montón de tiempo sentado en el tren y, por otra
parte, no será fácil que vuelva por aquí.
-
Como
quieras. Hay buenos sitios para comer por el Milk Market. Vuelve a la fábrica a eso de las dos y media y
charlaremos cuanto quieras, a tiempo de que cojas el último tren a Dublín. Ya
ves, ha sido una lástima que tuvieras tanta prisa por verme pues, dentro de
unos días, habré terminado mis gestiones con bacon and ham[14]
y regresaré a la capital: Te habrías ahorrado el viaje.
Estuve callejeando
por la parte antigua de la ciudad y las amenas orillas del Shannon. Tomé un
bocado en un pub junto a los muelles
y a la hora acordada llegué a la fábrica. El señor O’Mara se hizo esperar cosa
de un cuarto de hora, por lo que se disculpó largamente.
-
Dicen
los brits[15] que los irlandeses cantamos mucho pero
no hablamos casi nada. Está claro que eso no reza con mis invitados de hoy.
-
Tengo
entendido que esa ocurrencia se refiere a lo duros que son ustedes cuando se
les tortura en las comisarías.
-
Tienes
razón. Se ve que estás muy enterado, para el poco tiempo que llevas entre
nosotros.
Sentados frente a
frente, con una amplia mesa de despacho de por medio, observé al sujeto que
tenía ante mí, con ese hábito que da, entre otras, la profesión periodística.
El gran charcutero -si se me permite llamarlo así- hacía honor a lo que uno esperaba
encontrar entre los curadores de productos cárnicos: corpulento, rubicundo, de
cara ancha dotada de cierta apariencia bonachona. El cabello, aún abundante y
peinado a raya lateral, era entrecano, como cumplía a una persona de unos
cincuenta años. El gran mostacho apenas dejaba asomar el corto cabo de puro que
pendía de sus labios. Se me hacía difícil recordar que me hallaba ante el
parlamentario más joven de Westminster en la legislatura del debú de Churchill,
un MP [16]
todavía en activo veinte años después, aunque su devoción por la causa
irlandesa y fidelidad al Sinn Fein[17]
le había alejado de Londres, para servir en el Dáil Eireann[18]
y como Director de Elecciones y de Finanzas de su Partido. Este cargo y su
cuantiosa fortuna eran, entre otras, las razones por las que mister O’Mara era
uno de los tres fiduciarios de la famosa emisión de bonos de la República de Irlanda, que mi Jefe,
Doogan, tenía entre ceja y ceja.
-
Vamos
al grano, estimado Rosson. Parece que en América no acaban de fiarse de
nosotros… Bueno, algunos personajes importantes porque, lo que es el pueblo,
nos está quitando la emisión de las manos.
-
Por
ahí podemos empezar -dije-. ¿Emisión, … de cuánto? El papel parece no tener
fin. ¿Acaso han omitido fijar una cantidad tope?
-
Podría
decirte alguna cifra inalcanzable, como por ejemplo diez millones, pero no te
voy a engañar. La situación es tan grave y decisiva, que emitiremos bonos mientras
nos lo pidan. Ningún amigo de Irlanda se va a quedar sin contribuir a nuestra
causa, si así lo desea.
-
Pero,
entonces, las pocas o muchas garantías de reembolso que ofrecen ustedes
quedarán en agua de borrajas.
-
Observa
que, por ahora, no jugamos con la solvencia económica. Si los ingleses nos
derrotan, todo se habrá perdido. Pero, si alcanzamos la independencia, podremos
devolver todo lo prestado, con la seguridad que da un país que, aunque pequeño
y empobrecido, es muy trabajador y sabrá cumplir con sus compromisos de
gratitud y con la palabra dada.
-
Entiendo,
pero el hecho de que el obispo de Killaloe y usted mismo sean trustees[19],
¿no significa que algunos capitalistas irlandeses y la Iglesia católica estén
dispuestos a evitar un eventual impago con su patrimonio propio?
-
De
ningún modo. Nosotros ponemos solo nuestros conocimientos y nuestra seriedad administrativa.
Como depositarios, respondemos de invertir honradamente el capital recibido y
promover su destino para fines necesarios a la República, conforme a lo que
acuerden el Dáil y el Aireacht.
-
Todo
eso está muy bien pero, por ahora, la mayor parte del dinero está en los
Estados Unidos y resulta difícil y lento trasladarlo a Irlanda. Gente bien
informada en América empieza a pensar que la emisión vaya a dedicarse a
beneficiar a ciertas personas o a aplicarse a labores accesorias de propaganda
o en medios de comunicación demasiado personalistas.
-
Sé
a lo que te refieres: También aquí leemos vuestras revistas y nos llegan las
críticas del venerable Clan na nGael. En
un primer momento, yo acompañé a De Valera en su misión internacional a los Estados
Unidos. Luego, una vez puesta en marcha la emisión, hube de regresar. Aun en la
distancia, tengo plena confianza en nuestro Presidente. En lo posible, el
dinero va llegando y se van consiguiendo resultados, solo que enfrente tenemos
a un enemigo del enorme nivel del Imperio británico.
-
¿Me
podría dar unas cifras aproximadas de los bonos vendidos y el dinero que hasta
ahora han logrado invertir en armas y auxilios en Irlanda?
-
Mis
últimas noticias es que se llevan ingresados unos tres millones de dólares. En
cuanto a lo que hemos podido traer aquí, en metálico o en mercancías, no creo que sea ni una tercera parte. No obstante, tú
vas a entrevistarte con Collins, figura clave en estos temas, ya que es
Ministro de Finanzas y, hoy por hoy, el más influyente y destacado comandante
militar que tenemos. Él te podrá informar mucho mejor que yo. Y… estoy
pensando… En materia de traer dinero a la Isla, creo que el más enterado puede
ser monseñor Fogarty. Killaloe está a un paso de Limerick. Podría telefonearle
y que te recibiera…; hoy ya no, pero sí mañana mismo. Así no se podrá decir en
el Boston Sentinel que dejas ningún
cabo suelto.
-
De
acuerdo.
-
Pues
no se hable más. Lo llamamos ahora y no tienes que ocuparte de nada. Cenarás y
tendrás cama en dependencias de la fábrica y mañana te llevará a Killaloe uno
de nuestros furgones. Como repartimos por toda la zona, nadie notará nada
extraño.
La cita quedó
fijada en la Catedral sede de Fogarty, al acabar la misa de diez. Seguidamente,
O’Mara se empeñó en enseñarme lo más espectacular de su gran fábrica. Al mismo
tiempo, me fue haciendo muy interesantes reflexiones cárnico-políticas, que yo hice llegar a Doogan en forma del
siguiente resumen:
La familia O’Mara viene dedicándose al
negocio del curado y venta de bacon and jam desde hace unos setenta años, habiendo alcanzado una posición muy
destacada en el sector. Su fábrica principal de Limerick ocupa a unos
doscientos trabajadores y tiene una amplia red de importación, producción y
distribución, en Inglaterra y en el extranjero, si bien ha quedado muy dañada
por las Guerras balcánicas y el reciente conflicto mundial.
Casi todos los miembros de la familia
trabajan en el negocio, pero es el señor James O’Mara el más destacado gestor.
Siguiendo la tradición familiar, no ha hecho ascos a la política, habiendo sido
parlamentario en la Cámara de los Comunes desde el año 1900. Su adscripción al
Partido nacionalista Sinn
Fein le ha llevado a apartarse del
Parlamento de Londres y ejercer su cargo representativo en el Dáil o Parlamento
irlandés tolerado por los británicos.
También ha tenido responsabilidades electorales y financieras en el Sinn
Fein y en el Gobierno irlandés…
Aunque la empresa O’Mara Limited está dirigida en forma completamente profesional, su política
económica está condicionada por el ideario feniano. Esta mezcla de capitalismo
y nacionalismo tuvo un claro exponente durante la Gran Guerra, cuando los
charcuteros ingleses pretendieron privar a los de Irlanda de buena parte de sus
beneficios, con el pretexto de que el principal cliente era el Ejército
británico. A tal fin, empezaron a comprar masivamente cerdos irlandeses vivos,
trasladándolos a Inglaterra para allí matarlos y curarlos y envasarlos. Los
O’Mara y otros muchos industriales de Irlanda se opusieron a esa exportación en
vivo y, con la ayuda de los sindicatos portuarios y navieros del Sinn Fein,
rebajaron muy significativamente la salida de dichos animales. Comprenderá,
señor, que con ello se beneficiaban simultáneamente los trabajadores irlandeses
del sector cárnico, pero también los capitalistas de sus empresas…
***
Para mi sorpresa,
la sede del obispo de Killaloe no estaba en esa pequeña e histórica ciudad,
sino en la aledaña y mayor de Ennis. El chófer del furgón que me transportó se
echó a reír, cuando le manifesté la extrañeza:
-
¡Buena
la habría hecho, de haber venido solo! En la catedral de Killaloe se habría encontrado
con el obispo de la Iglesia Reformada.
Aclarado el
equívoco, penetré en el templo neogótico, bastante modesto para fungir de
catedral. La misa estaba siendo oficiada por un consagrado joven, obviamente no
monseñor Fogarty, quien había rebasado ya entonces los sesenta años de edad. Me
dirigí para localizarlo a un sacristán, advirtiéndole de que estábamos citados
más o menos para esa hora. El interpelado me indicó esperase en la nave y
desapareció en la penumbra de la sacristía. Al cabo de un par de minutos,
volvió hasta mí y me hizo ademán de seguirlo. Salimos de la iglesia y
recorrimos un largo camino que nos llevó, ya en las afueras del pueblo, hasta
una hermosa casa de campo, a modo de palacete, rodeada de una cerca de piedra,
que cerraba un amplio terreno de arbolado y césped. En un salón del piso bajo
de la casona, sentado en un sillón, con una manta de viaje sobre las piernas,
hallé por fin al señor Fogarty quien, lo primero de todo, se disculpó:
-
Perdone
que lo citara para después de la misa de diez, cuando habrá visto usted que la
estaba diciendo otro oficiante. He amanecido febril y con fuertes dolores
articulares, que desaconsejaban mi desplazamiento hasta la Catedral. Por ello,
he dicho ya misa en mi capilla privada y alerté al buen Brandon de su visita.
-
¡Cuánto
lamento su indisposición! -contesté-. Lo entretendré lo menos posible.
-
Son
cosas de la edad, prosiguió. He tenido muy buena salud, pero los años no pasan
en balde: sesenta y uno caerán en octubre.
-
…
-
Bien,
pues usted dirá lo que le trae hasta mí. Exponga cualquier cosa que le inquiete
y yo procuraré aclararle cuanto esté en mi mano.
El tal Brandon sirvió dos tazas de té de
una especie de samovar, se retiró y cerró la puerta de la estancia. Tras tomar
ambos un sorbo, decidí comenzar mi indagación.
-
Mister
O’Mara me informó ayer de que usted era la persona indicada para ponerme al día
sobre la importación a la Isla del dinero de los bonos vendidos en América por
la República de Irlanda. Algunos
inversores importantes de mi país han entrado en sospechas de que tal entrada
esté resultando -¿cómo diría?-…, impracticable y, por tanto, que la recaudación
sea poco útil para sus finalidades más directas y necesarias.
-
No
voy a ocultar que, como uno de los tres fiadores de la emisión de bonos, estoy
al tanto de la misma, pero no en la línea que las palabras de James O’Mara
pudieran dar a entender. Aun siendo corresponsables los tres, es claro que,
conforme a nuestras respectivas cualidades, De Valera se encarga de la
propaganda y destino de la emisión, O’Mara de sus aspectos económicos y soporte
financiero y yo, como hombre de iglesia, de procurar que no se olvide a las
víctimas de este terrible conflicto, subviniendo a sus necesidades.
Las palabras de
Fogarty me parecieron de un cinismo santurrón. Apenas pude contenerme:
-
En
Irlanda hay un buen número de arzobispos y obispos, seguramente de más
relevancia y número de fieles que usted. Algo tendrá, cuando el Sin Fein lo ha escogido entre todos
ellos.
Aunque sin perder
un ápice de su compostura, Monseñor pareció acusar el embate:
-
No
todos mis hermanos obispos tienen la misma sensibilidad al entender la confusa
y dura época que nos toca vivir en nuestra tierra. No he tenido pelos en la
lengua, a la hora de escribir y predicar contra los excesos e imposiciones de
los ingleses en Irlanda. Seguramente por eso los patriotas tengan por mí un
respeto y una confianza especiales. Pero yo sigo siendo un humilde servidor de
Dios y de mis diocesanos, no un traficante de bonos.
-
No
es eso lo que quería decir yo, ni apuntar el señor O’Mara. Lo que se trasluce
de las palabras de este y de lo que yo he oído en América es que buena parte
del dinero de los bonos circula entre los Estados Unidos e Irlanda, gracias a
personas eclesiásticas y a las donaciones e intercambios económicos entre
algunas diócesis americanas y otras irlandesas, como esta de Killaloe.
-
Eso
son meros infundios. ¿Qué pruebas o datos tiene de lo que afirma?
-
Señor,
insisto en que son rumores e indicios. Yo soy periodista, no policía. Con todo,
procuro contrastar mis informaciones y he seguido el hilo de las mismas hasta
el ovillo de la archidiócesis de Nueva York y de uno de sus gestores
económicos, sacerdote por más señas, cuyo nombre supongo que le constará a
usted tanto como a mí.
Era demasiado para
mi interlocutor, aunque reaccionó con una correcta disculpa:
-
Esta
conversación va tomando unos derroteros que pueden hacerla larga y fastidiosa.
Repare en mi estado febril. Creo que debemos ir poniendo fin a nuestra
entrevista.
-
Estoy
de acuerdo. No obstante, permítame aún una pregunta sobre materia más fáctica y
cierta. ¿Cuántos dólares de los bonos americanos -o las libras en que se han
convertido- han llegado hasta Irlanda, que a usted le conste? Note que el señor
O’Mara no puso obstáculo a que se me revelara, habida cuenta de que estoy en
disposición de poner muchas dificultades a que sus simpatizantes americanos
sigan comprando bonos con la mayor credulidad.
-
No
tengo a mano el dato, ni creo que del mismo se pudieran sacar consecuencias
acerca de nuestra honradez y buena fe. Bástele saber que, como el señor O’Mara
sin duda le habrá dicho, los británicos no nos ponen fácil el empeño, pero
hacemos lo que podemos y hasta el último dólar que nos llega lo invertimos en
lo mejor para Irlanda y sus hijos.
-
No
pongo en duda sus palabras, aunque no creo sirvan de mucho para tranquilizar a
quienes esperan mis informes. En fin, quizá con Mick Collins tenga mejor
suerte.
Había sido un
golpe de efecto calculado. Monseñor elevó por una vez su voz, fruto de la
sorpresa:
-
¡¿Que
va a entrevistarse con Collins?!
- Consienta que sea tan ambiguo como usted, solo que, en mi caso, con mejores razones.
***
Todavía me hallaba
bajo la desagradable impresión que me había producido el Monseñor de Killaloe
que, en mi opinión, no hacía sino confirmar las palabras de mi profesor de
Historia en Amherst, a propósito de la Guerra de los Treinta Años:
-
Desengáñense
ustedes. La religión es una de las fuerzas más poderosas para desunir y
enfrentar a las personas y a los pueblos; y, cuando no lo es por sí misma,
sirve al menos para disfrazar de santos los más oscuros intereses.
Si ello era así
por todas partes, ¡qué no decir de Irlanda!, esa nación que había cimentado su
personalidad sobre los pilares de la religión, la tierra y la familia. Por eso,
sentía curiosidad, así como una afinidad afectuosa, hacia los irlandeses que
vivieran el catolicismo como una opción espiritual, no una seña de identidad
obligada y excluyente. Ese parecía ser el caso de la bibliotecaria Lucy Wood,
según lo que de ella me había informado su primo Emmet.
Resolví darle una
pequeña sorpresa y la fui a buscar al trabajo a la hora en que lo interrumpía
para almorzar. Para que la irrupción fuese
más grata, solicité a la dueña de mi pensión que me preparase un sabroso lonche frío para dos personas. Luego, minutos
antes de mediodía, pasé nota a Lucy por conducto de un ordenanza, con la
invitación a comer en el campus, la cual firmé Bostoniano.
Como yo esperaba,
Lucy actuó conmigo como el guía, vocacional y bien informado, que se encuentra
ante un turista interesado y al que quiere agradar. Su explicación se contrajo
en un principio al propio Colegio en
el que nos encontrábamos. Un sexto sentido llevó el grueso de sus comentarios a
la vinculación de aquel con una determinada Irlanda, que ahora parecía
pertenecer al pasado:
-
Esta
es la joya de la Corona en la educación y la cultura de nuestra Isla, si bien,
hasta finales del siglo XVIII, solo los anglicanos podían ser profesores o
alumnos aquí. Posteriormente, el veto religioso solo afectó a las autoridades
académicas y principales cargos docentes, el cual se mantuvo hasta 1873. Pero
la promoción de otras instituciones docentes superiores genuinamente católicas
o autóctonas llevó a la Iglesia católica irlandesa a volver las tornas: desde
1871, queda prohibido a los católicos profesar o estudiar en el Trinity sin
permiso episcopal, ni siquiera con el cual se puede cursar Teología.
-
Lo
cual -apostillé- implicará que muy pocos irlandeses católicos aporten por aquí.
¿Cómo es que tú puedes estar empleada?
-
Si
fuese una bibliotecaria jefe o con titulación superior, me alcanzaría el veto.
Pero yo soy una simple assistant o
ayudante. Así que puedes estar tranquilo por mi alma -bromeó-: hasta lo he
consultado con el arzobispo Walsh y no me puso objeción alguna.
La conversación
tomó seguidamente otros derroteros, como el relativo a la ideología dominante
entre los universitarios del Trinity. Lucy me recordó que, desde trescientos
años atrás, el Colegio tenía -como sus modelos de Oxford y Cambridge-
representación corporativa en la Cámara de los Comunes, ahora con cuatro
diputados:
-
No
hará falta que te diga -señaló- que siempre han sido unionistas. Pero no lo son
solo los profesores, sino también la mayoría de los alumnos. Cuando el
levantamiento de Pascua del año 16, un grupo de muchachos, armados y muy
decididos, se enfrentaron a los sublevados que pretendían hacerse fuertes en el
Colegio y los rechazaron sin contemplaciones. Me pareció ver entre ellos a
alguna alumna. En el Trinity pueden estudiar las mujeres desde 1904, o sea,
tres años antes que en Oxford.
-
¿Y
no te sientes extraña o despreciada en este mundo protestante?
-
Desde
luego que no; al menos, mientras no pretenda ascender de categoría. Tampoco mi
familia ni mis amigos me censuran porque trabaje aquí. El distanciamiento y la
tristeza surgen cuando, fuera de este recinto, tengo que convivir con el dolor
y la violencia, o silenciar el enfado o la indignación que me producen los
crímenes y los excesos de quienes se supone que son los míos. Me niego a admitir que el buen fin justifique los peores
medios, o que las acciones sean buenas o malas, según las personas que las
realicen.
-
Comparto
plenamente tu opinión; claro que para mí es mucho más fácil, dado que aquí soy
un turista de paso.
-
No
dudo de que, también en tu país, habrá graves tensiones y te habrás planteado
tomar partido por uno de los bandos.
-
Claro,
pero siempre teniendo presente nuestra Declaración de Independencia: la vida, la libertad y la búsqueda de la
felicidad. Solo que yo antepongo la tercera a la segunda. Ya sabes aquello
de libertad, ¡cuántos crímenes se cometen
en tu nombre!
Lucy miró
fugazmente mi reloj de pulsera y se levantó inmediatamente:
-
¡Jesús,
es la hora de volver al trabajo! Acabo a las cuatro. Si me esperas a la entrada
de la biblioteca, te la enseñaré. Aunque solo sea de pasada, bien merece una
visita.
***
Pese a contar con
el refrendo de Lucy y con la exhibición de mi pasaporte americano, observé que
los ordenanzas de la biblioteca no me quitaban ojo, tal vez porque juzgasen
impertinente que se hiciera turismo en aquel sacrosanto templo del saber.
Mientras
avanzábamos casi de puntillas por el pasillo central de aquella enorme sala,
Lucy me iba susurrando algunos datos básicos sobre ella. Se había edificado a comienzos
del siglo XVIII, recibiendo en sus centenares de anaqueles cuantos libros y
manuscritos se habían recogido o incautado en la Isla. A partir de 1801, como
biblioteca real de Irlanda, gozaba con Londres del privilegio de recibir, al
menos, un ejemplar de todos los volúmenes que se editaran en el Reino. Gracias
a ello, había alcanzado la cifra de tres millones de obras, de las que unas
doscientas mil -consideradas de mayor interés- eran acogidas por las
estanterías de aquella enorme nave de sesenta y cinco metros de largo, forrada de
madera antigua y salpicada de bustos marmóreos.
-
No
sé si me dejarán enseñarte el Evangeliario de Kells, dijo Lucy compungida.
-
Con
lo que llevamos visto -repuse-, creo que la visita ha quedado más que
justificada. Además, no querría que se hiciese muy tarde, pues querría
invitarte a cenar en el Kidd’s Back, aquí al lado.
Lucy sonrió:
-
No
está bien visto que las chicas frecuentemos los pubs. Si te da lo mismo, podríamos tomar el té en el Hotel Wicklow,
que también queda aquí cerca.
Salimos a los
jardines cuando atardecía. Apenas se escuchaba otro sonido que el de los
pájaros recogiéndose con garrulidad en los árboles. Por un momento, los
declinantes rayos del sol nimbaron el cabello cobrizo de mi guía, recogido por
detrás de la cabeza. Su rostro, sencillo y sereno, me llevó a comentar:
-
¡Qué
otra sería esta tierra, si sus fanáticos guerreros vivieran rodeados de libros,
no de armas!
-
No
creas -me replicó Lucy-. Unos y otras son perfectamente compatibles. Quizá no
tardes en percatarte de ello por ti mismo.
4. El Hombre Grande
Cuando al fin estuve ante Michael Collins, el Hombre Grande no me lo pareció tanto. O
quizás es que, como De Valera más tarde sospecharía con fundamento, la grandeza
era en términos de autoridad y eficacia, no de corpulencia. Recuerdo que lo que
más me impresionó de su físico fue la fisonomía afable y los rasgos tan
regulares de su rostro, aún alejados de la angulosidad y el rictus envarado y
seco que más tarde le conocí. Tan pronto entré en la habitación, se levantó
para estrecharme la mano con fuerza, mientras exclamaba:
-
¡Vaya
por Dios, señor Rosson, ya tenía ganas de conocerlo! Me han gustado mucho sus
artículos en el Boston Sentinel, por
no hablar de lo bien que lo pone mi amigo, Harry Boland.
Me quedé un poco
cortado, pues nunca habría creído que mis Bits
of Sorrow[20],
escritos para matar el tiempo y aprovechar mi estancia en Irlanda, fuesen
leídos por alguien más que bostonianos de ascendencia gaélica; tanto más,
cuanto que quien los ponderaba era un sujeto perseguido y agobiado. Collins, al
tiempo que nos sentábamos frente por frente, explicó en parte su interés y
dedicación:
-
Probablemente
no sepas que en mi adolescencia trabajé en un periodiquillo de Clonakilty,
propiedad de mi cuñado, haciendo de todo. Entonces cogí el virus de la prensa y
no lo he soltado hasta ahora. Nada importante puede hacerse en política sin
darle publicidad y estar con los periodistas en las mejores relaciones
posibles.
Dos individuos tomaron también asiento, en
un diván al fondo de la habitación, un amplio despacho cuyas paredes estaban
forradas de vitrinas llenas de libros. Uno de ellos era mi conocido Emmet Dalton.
El otro era un hombre menudo de mediana edad, con mirada penetrante, que no
apartaba de mí, como haciendo por recordar dónde podría haberme visto. Collins
hizo la presentación:
-
El
señor Thomas Gay, nuestro amable anfitrión. Regenta una librería en la misma
calle en que te hospedas.
Por ello inferí el
sentido que podría haber tenido la observación de Lucy sobre la compatibilidad
de las armas y los libros.
Antes de que
Michael pudiera seguir con el tema de la prensa o de sus recuerdos de antaño,
me decidí a entrar en materia de modo inmediato:
-
Señor
Collins…
-
Llámame
Mick.
-
De
acuerdo, Mick. Ya sabes que no he venido a Irlanda en calidad de periodista,
sino por encargo de mi influyente jefe, el señor Doogan, para aclarar el real
destino de los bonos que en América está vendiendo a manos llenas mister De Valera. Y la razón de
entrevistarte no es otra que, como Ministro de Hacienda del Aireacht y verdadero líder del IRA, eres
quien mejor puedes despejar las dudas que están surgiendo al respecto, al otro
lado del océano.
Mick, sin dejar de
sonreír, tomó un aire bastante más serio:
-
Como
ya has hablado largo y tendido con O’Mara y con Monseñor Fogarty, poco es lo
que voy a poder ampliar. Desde luego, antes de ir a llamar a las puertas de los
irlandeses de América, aquí nos hemos organizado bastante bien, gracias a
donativos, venta de bonos y suscripciones de prensa: Yo mismo dirigí el año
pasado una exitosa suscripción por valor de un millón de libras. Así que, si
solo se tratara de comprar armas, te aseguro que no necesitaríamos de los
americanos, o de los australianos, por poner dos ejemplos. El problema no es
tanto de dinero, como de encontrar en el mercado buen material e introducirlo
en la Isla. Eso es lo peliagudo y lo que nos obliga -como es sabido- a andar
asaltando cuarteles y escatimando municiones. Por supuesto, no tenemos
artillería, ni explosivos de calidad. Pero no por falta de dinero, sino de mercados
y de transporte seguro.
-
…
Por no hablar de esa especie de impuesto que el IRA recauda directamente, para
el mantenimiento de sus voluntarios -dije-.
Supongo que la obligatoriedad relativa de su colecta tendrá el refrendo del
Gobierno y la directa tuya, como Ministro de Hacienda.
-
Por
supuesto, respondió Mick. El montante de la recaudación y el reparto de las
tasas en función de la posición económica son supervisadas por el Tesoro Nacional, sin perjuicio de la
iniciativa de los funcionarios locales.
-
Según
eso -deduje-, entiendo que lo que se está recaudando en América es para otras
necesidades, que no la de hacer la guerra.
-
Primordialmente,
sí. Hay que mantener una amplia estructura administrativa; atender a las
víctimas directas o indirectas del conflicto; reconstruir casas y granjas
destruidas por los británicos; pagar multas; ayudar a los presos y a sus
familias… En fin, todo eso precisa de mucho dinero. Irlanda es ahora un país
empobrecido; los irlandeses no llegamos a tres millones, descontando a los
unionistas del Norte. Sin vuestra ayuda, todo lo que te he dicho resultaría
imposible de cumplimentar.
-
Resumiendo:
De Valera ha ido a los Estados Unidos, entre otras cosas, a recabar
financiación, pero no para comprar armas, municiones y explosivos, sino para
reparar los daños y atender a las víctimas de la guerra. Ahora bien, para eso
ya hay otros canales más seguros y eficaces, como la Cruz Roja o el Fondo del Cardenal Mannix…
-
Todo
es compatible y todo resulta necesario. Además, está el prestigio de nuestra
República en marcha. La soberanía implica emitir deuda externa y administrarla
directamente.
-
A
eso vamos, Mick. Gente bien informada de mi país cree que De Valera está
actuando demasiado soberanamente,
quitando de delante a quienes considera competidores y dejando en los Estados
Unidos buena parte de lo que recauda, vaya usted a saber con qué objetivos
personales. Tú, como Ministro de Finanzas, ¿qué puedes decirme al respecto?
Collins se tomó un
tiempo para contestar. Se le notaba incómodo:
-
Dev
no es hombre de compartir responsabilidades, ni de dar muchas explicaciones.
Por otra parte, en su deseo de actuar como Presidente de una República y de ser
reconocido como tal, puede haber realizado algunos dispendios de utilidad
dudosa y haberse granjeado la malquerencia de personas hasta entonces amigas.
Pero lo mismo que te digo esto, afirmo que es un hombre de honradez a toda
prueba, incapaz de promover intereses personales que no sean los de Irlanda.
-
Mucho
de lo que me dices, Mick, coincide con mi impresión del personaje, al que conocí
en Nueva York, como sin duda sabes. Pero Doogan, Devoy y los demás necesitan
algo más concreto. ¿Cuánto dinero os ha llegado de allá? ¿Qué cuentas rinde De
Valera de sus gastos? ¿En qué ha invertido el Dáil o el Aireacht el
dinero que se haya logrado introducir en la Isla, por todos los medios a
vuestro alcance?
Fue entonces,
cuando tuve la desagradable oportunidad de conocer la otra cara del hasta
entonces amable y magnético Michael Collins:
-
Me
parece, Harvey, que olvidas nuestras respectivas posiciones. Tú eres el
emisario de un particular de Boston, todo lo importante que quieras, quien te
ha enviado a Irlanda para una gestión que implica desconfianza hacia nuestra
causa nacional y las peores sospechas de nuestro Jefe. Me estás pidiendo que
revele detalles políticos y personales que solo puedo exponer y discutir en el
Parlamento, o dentro del Gobierno del que formo parte. Puedes decir a quienes
ponen en duda nuestra decencia que hagan lo que les dé la gana. Que compren
bonos, si les place, pero que dejen de tutelarnos como si fuéramos críos. Y, en
cuanto a los cincuenta mil dólares que me ha dicho Emmet que traes, puedes
metértelos por el culo.
La intemperancia,
aunque relativamente frecuente en Collins, hizo intervenir al señor Gay, para
limar asperezas. Mick, rezongando, se puso de pie, dando por terminado nuestro
encuentro. No sé de dónde saqué valor para decirle:
-
Señor
Collins, la gente lo tiene por un as de la violencia y usted dice sentirse
infectado por el virus de la prensa. Me parece que la gente lo juzga
acertadamente pero que usted se equivoca al auto valorarse. No puede tratarse
así a un periodista.
Sin esperar la
réplica de Mick, Dalton me tomó del brazo y dijo:
-
¿Quieres
que llame a un taxi o prefieres esperar el tranvía de Dublín?
-
Ni
lo uno ni lo otro, repliqué todavía airado. Quiero disfrutar por un buen rato
de las bellezas de Clontarf.
***
Aquella misma
noche redacté un memorando para Doogan, en el que resumía comedidamente la
entrevista matinal y le anunciaba mi inminente regreso a casa. La conclusión,
que sopesé con cuidado y corregí varias veces, era la siguiente:
Por todo lo expuesto, he decidido regresar
a Boston sin hacer entrega a los rebeldes de los cincuenta mil dólares de su
propiedad. Por lo demás, visto lo visto, juzgo más seguro y razonable que, si
desea que beneficien a la gente de este desdichado país, los done a través de
la Cruz Roja Americana. Dicho sea ello sin juzgar acerca de la honradez del
señor De Valera, ni del respeto que pueda merecer su posición y comportamiento
como Presidente de la naciente República de Irlanda.
En el fondo, aun
sin citarlo, era Michael Collins quien se me aparecía al leer el colofón de la
misiva. Aquél hombre grande, todo
entrega, inteligencia y rapidez de acción, echado a perder por su entrega a una
causa, todo lo justa que se quisiera, pero corrompida por la violencia y la
demasía; una pretensión tradicional y quimérica, que mataba la vida y las
esperanzas de los hombres y hacía pechar a las mujeres con las consecuencias,
como gráficamente reconocía mi patrona.
A la mañana
siguiente, fui a la agencia Cook para sacar billete en el Mauretania. Tuve la feliz noticia de que había pasaje en segunda
clase para dos días más tarde. No había tiempo que perder, si no quería perder
el embarque en Southampton. Me dirigí a toda prisa a la librería de la calle
Capel, elegí un ejemplar de En los siete
bosques y pedí que me lo envolviesen con mimo.
-
¿No
está mister Gay?, pregunté al
dependiente.
-
Sí,
señor, en la trastienda. ¿Quiere que lo avise?
-
Desde
luego. Dígale que lo reclama el bostoniano y que solo será un momento.
Levantó la cortina
y apareció, entre acogedor y sorprendido.
-
He
de partir inmediatamente para América, le dije. Hágame el favor de entregarlo a
Emmet Dalton, con el ruego de que lo haga llegar a su prima Lucy, ya que me es
imposible despedirme de ella.
-
¿Algún
mensaje para la destinataria?, inquirió con ironía.
-
Yeats[21]
no necesita apostillas, respondí con cierta displicencia.
Mentía. A toda
prisa había improvisado antes una dedicatoria o, por mejor decir, un deseo, que
había escrito en la guarda inicial del libro:
[1] Nombre con que se conocía a los irlandeses
partidarios de su independencia del Reino Unido.
[2]
Organización creada en los Estados
Unidos hacia 1870, para aglutinar y promover los esfuerzos en pro de la
prosperidad e independencia de Irlanda. Tuvo su origen en la Fenian Brotherhood, o Hermandad Feniana
(irlandesa). Clan na nGael significa
Familia de los Gaélicos, o irlandeses por antonomasia.
[3]
Los catorce puntos del Presidente
norteamericano Woodrow Wilson (1856-1924) incluían la independencia de
numerosos países, sobre la base de “Una Nación, un Estado”, pero -eso sí- sin
afectar a los territorios irredentos de los países vencedores en la 1ª Guerra
Mundial, como era el caso del Reino Unido. Por eso, no quedó afectado el problema de Irlanda, pese a los
esfuerzos de sus patriotas por conseguirlo.
[4]
El total de bonos que finalmente se vendieron ascendió a casi cinco millones y
medio de dólares, que efectivamente fueron reembolsados con intereses en los
años treinta, cuando De Valera fue Jefe del Gobierno de Estado Libre irlandés.
[5]
Denominación en idioma gaélico del
Gobierno o Consejo de Ministros irlandés de la época, entonces puramente de facto.
[6]
La Policía de Irlanda recibía la
histórica denominación de Constabulary,
por lo que sus miembros eran constables.
[7]
El señor O’Mara y el obispo de Killaloe (monseñor Fogarty)
eran, como ha quedado dicho, dos de los tres trustees, especie de promotores y fiadores de la emisión de bonos a
que vengo refiriéndome.
[8] Gaélico
viene a ser sinónimo de celta, para aludir a pueblos como el bretón, el galés y
el irlandés.
[9]
La referencia es: John Stewart Parnell, Charles Stewart Parnell: A Memoir (Holt.
New York, 1914). C.S. Parnell (1846-1891) fue un importante político irlandés,
que batalló incesante y eficazmente por el autogobierno de Irlanda,
acaudillando en la Cámara de los Comunes el Partido Parlamentario Irlandés.
[10]
Siglas del Irish Republican Army (Ejército Republicano Irlandés), formado por
los voluntarios que combatían a los
ingleses.
[11]
Conocida denominación en inglés del Ministerio de Asuntos Exteriores del Reino
Unido.
[12]
Big Fella o Big Fellow eran habituales apodos encomiásticos para Michael
Collins, con base, tanto en su corpulencia, como en sus cualidades morales.
[13]
Emmett Dalton (1871-1937) fue un famoso atracador de bancos estadounidense,
como otros varios miembros de su familia.
[14]
Productos cárnicos del cerdo (tocino o
panceta y jamón o lacón), que resumían la actividad chacinera de O’Mara Limited.
[15]
Apócope de british, dado por antonomasia a los ingleses.
[16] Acrónimo
para los miembros de la Cámara de los Comunes del Reino Unido.
[17]
Partido político fundamental en la historia política de Irlanda desde su
fundación, en 1905. Tuvo un dominio aplastante durante el periodo crucial de
1918 a 1923. Sinn Fein significa
Nosotros Solos.
[18]
Denominación en la época del Parlamento irlandés de facto, integrado por los diputados electos que desistieron de
incorporarse a la británica Cámara de los Comunes, permaneciendo en la Isla
donde habían sido elegidos.
[19] Concepto jurídico muy británico, traducible
con reservas por fiadores o responsables, en beneficio de otra
persona, física o jurídica.
[20]
Traducible por algo así, como fragmentos de tristeza.
[21]
William Butler Yeats (1865-1939), gran poeta y dramaturgo irlandés, Premio
Nobel de Literatura de 1923. En los siete
bosques (1903) es uno de sus libros más apreciados.
[22]
En el extenso poema de Yeats, la pareja de
enamorados muere por designio de un dios, para que así su amor pueda durar
eternamente.
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