París, 1962. Atentando
contra De Gaulle
Por Federico Bello
Landrove
Un joven profesor alicantino se ve
arrastrado a la lucha final de la OAS contra el general De Gaulle. En su
implicación no hallará los valores políticos en que confiaba, pero sí el amor de
una mestiza franco-malgache muy particular. Y ya se sabe que política y amor no
son buenos compañeros de viaje.
1. Entre los pieds-noirs
Acababa de terminar mis estudios de Lengua y Literatura
Española en la Universidad de Valencia y, de regreso a Alicante, eché varias
solicitudes de trabajo para Institutos y colegios de la ciudad, con vistas a
simultanear el trabajo docente y la preparación de oposiciones a cátedras de
Enseñanza Media. La cosa no resultaba fácil si pretendía quedarme en la
capital, pero yo en principio rechazaba trasladarme a centros de la provincia,
tanto por las ventajas que ofrecía seguir en la casa familiar, a la vera de mis
padres, como para preparar los exámenes con la catedrática, Teodora Cifuentes,
amiga de mi madre. A mayores, andaba yo por aquel entonces tras una agradable
moza, empleada en una joyería de la calle San Vicente, y no era cosa de levantar
el cerco cuando todavía había esperanzas de rendir la plaza.
Se ve que, aunque pollo con ínfulas de independencia,
todavía estaba muy verde para levantar el vuelo. Si de mi madre había dependido
la acogida casi filial de la profesora Cifuentes, habría de ser mi señor padre
el que me abriera la vía de la colocación. Como director de una sucursal
bancaria, mi progenitor había concedido -o, cuando menos, firmado- un
importante crédito a un colegio que había abierto por entonces sus puertas,
para escolarizar a los hijos francófonos de los pieds-noirs[1],
es decir, de los europeos que iban saliendo en progresión creciente de la
Argelia atormentada, en vísperas de su independencia. El préstamo no ofrecía
ningún riesgo, ya que había sido avalado por el Director no académico del
colegio, notable agente de seguros, y por el señor P.[2],
a la sazón gran promotor inmobiliario en la zona. Unos quince años más tarde,
este gran hombre de negocios daría una espantada con claro tufo a estafa y
alzamiento de bienes, descubriéndose entonces que, lejos de ser la persona que
aparentaba, era un ciudadano suizo con múltiples antecedentes penales.
Es el hecho que mi
progenitor, cruzó los datos de la concesión del préstamo y de mi necesidad de
empleo, logrando que me otorgaran el cometido de profesor de Español en aquel Collège o École, teniendo además en cuenta que hablaba correctamente francés,
gracias a los desvelos de mis padres y al desfile de francesitos por mi casa en
régimen de intercambio. De tal modo que papá pudo ofrecerme en un día
bochornoso de julio, a la hora de comer, el pastel del trabajo en Alicante con un
lazo amarillo y azul, los colores de su banco. Como cumple a un joven que se
precie, no podía menos de ponerle peros a la golosina, por aquello de que no había
sido yo quien la había logrado:
-
Papá
-objeté-, es un colegio que van a abrir ahora y tiene todavía muy poco
alumnado.
-
Pero
-replicó él- le espera un porvenir espléndido, con la cantidad de emigrantes de
Argelia que están llegando a Alicante casi a diario.
-
Y
seguro que me pagan bastante menos que en un Instituto o colegio religioso.
-
Pero
vives con nosotros y no te exigimos pensión.
-
Y
me va a costar Dios y ayuda enseñarles gramática y literatura española, siendo
casi todos francófonos.
Mi padre no solía
perder la paciencia. Bajó la vista a su plato y comentó:
-
¡Qué
pequeños vienen ahora los berberechos!
***
Dar clase en un
colegio pequeño tiene su encanto. Uno se siente parte importante de la
institución y conoce a todos y cada uno de sus componentes. Y no cabe duda de
que algunos -algunas- eran notablemente interesantes. Aunque reclutados en
España, en especial, entre la emigración argelina, todos los profesores, menos
yo, eran franceses, chicas y mujeres jóvenes en su mayor parte. Era algo muy de
agradecer a partir del momento en que la empleada de joyería acabó por darme
calabazas, a pesar de mi título y de mi empleo. Claro que también había algunos
inconvenientes: L’Ecole -como la
llamábamos- había invertido el préstamo bancario en el alquiler de un reducido
edificio de dos plantas y en la compra de material escolar de toda laya, de
modo que se las veía y se las deseaba para pagar a tiempo a los profesores su
modesto sueldo. Pocos se quejaban, contando con el espíritu de misión y de entrega
propio de aquellos tiempos difíciles. Y, donde no llegaba la paciencia de los
trabajadores, alcanzaba la labia y el carácter del Director, hombre
intemperante y terco, empeñado en que los hijos de los pieds-noirs tuviesen su propio colegio francés, aunque se hundiera
el mundo.
El otro
inconveniente al que quiero referirme es el de la ideología radical y militante
de que se nutría el ideario de la escuela, por más que se respetara la
neutralidad en apariencia; y eso, en un Centro donde nos conocíamos todos,
resultaba embarazoso para quienes, como yo, no habían sufrido el dolor del
desarraigo y el destierro ni, menos
aún, tenía la menor idea de que aquel general francés larguirucho y viejo[3]
fuese un farsante y un traidor, como tantas veces escuché. Poco a poco, leyendo
y oyendo aquí y allá, fui haciendo mi propia opinión al respecto que, en
resumen, no difería mucho de la general en los ambientes de aquellos emigrados
forzosos. Lo único que no me cuadraba es que nuestro general, bajito, gordo y también viejo[4],
en vez de estar a favor del uniforme y el autoritarismo de su colega, apoyase
decididamente a los que, de poder, lo hubieran hecho pedacitos y arrojado al
Sena para alimento de los peces. En confianza, sigo sin explicármelo
claramente, muchos años después.
A lo que voy: Pasados
un par de cursos entre aquellos que ya podía llamar amigos, era partícipe de
sentimientos y palabras comunes, hasta el punto de ser considerado como uno de
los suyos. Y, aunque me encontrase muy a gusto con ellos, ya estaba maduro para sacar las oposiciones -según
mi preparadora-, las cuales firmé… y suspendí. Eso sucedía en el mes de junio
de 1962. En mi descargo -además del tener que compatibilizar el estudio con el
trabajo-, diré que no era el mejor ambiente posible de tranquilidad y
recogimiento el que se vivió en aquellos días, con acciones constantes y
decididas de la OAS[5],
verdadera guerra abierta en Argelia y, por último, el lanzamiento de la toalla
por el Gobierno francés, con los Acuerdos de Évian, el referéndum consiguiente
y la proclamación de la independencia argelina[6].
Imaginen la vorágine en la propia ciudad de Alicante, donde los buques
desembarcaban miles y miles de personas que venían de Argelia prácticamente con
lo puesto, forzados por aquella famosa amenaza del FLN[7]:
o maleta, o ataúd.
Mis padres
encajaron el suspenso mucho mejor que yo y, tal vez para compensar mi desánimo,
me impulsaron a disfrutar de unas vacaciones más movidas que tomar el sol en
San Juan o La Albufereta. En el colmo de la generosidad me financiaron al
cincuenta por ciento la compra de un moderno Simca-1000[8],
que reemplazara al viejo Renault 4 CV[9],
que había heredado de mi padre. Y qué
mejor que hacer el rodaje viajando hasta París, donde había magníficos cursos
estivales de literatura en la Sorbona, de los que luego presumir en el ambiente
provinciano pero tan francófilo de mi colegio. Así que, a toda prisa, preparé
un modesto equipaje y saqué del banco buena parte de mis ahorros. Esta vez no
era cosa de sablear a mi padre. Sin embargo, la ayuda me vino de una
procedencia inesperada. Claro que yo también habría de poner algo de mi parte; algo que supondría un giro decisivo en
aquellos momentos de mi juventud.
***
Quizás debería
haber dicho antes que en aquellos tiempos el Colegio abrió sus puertas a un
destacado dirigente de la OAS en España, el señor Lagaillarde[10],
así como también a su esposa, que pasó a ocupar plaza de profesora de Física.
En honor de la verdad, tengo que reconocer que uno y otra se abstuvieron de
hacer cualquier tipo de propaganda política en L’École, pero no tengo ninguna duda de que su presencia allí estuvo
detrás del encargo que yo recibiría y que paso a relatar a continuación.
Es el caso que me
dirigí muy ufano al Colegio para despedirme del Director y, de paso, dejar caer
que era mi intención seguir en la Sorbona un curso de verano sobre La Pléiade[11].
El señor Feral quedó suspenso unos segundos y luego me indicó:
-
El
día antes de partir, ven a verme. Quizás tenga un encargo que hacerte.
No me hizo gracia
la idea, pero el mandante no era persona a quien pudiera darse esquinazo
impunemente. En consecuencia, fui a verlo -como me había indicado- a su oficina
en la inmobiliaria que dirigía. Allí me entregó una cartera de cuero con cierre
de seguridad, cuyo interior parecía medio lleno -presuntamente de papeles, a
juzgar por su poco peso y volumen regular-, y me conminó a entregarla en un
determinado domicilio y persona en la localidad de Cordes, cercana a Toulouse.
Primero, me hizo las advertencias, que yo entendí como sintomáticas de que iba
a ser correo de la OAS:
-
Procura
esconder la cartera debajo de los asientos y cruzar la frontera por La Cervera
en hora de mucha afluencia de vehículos. De allí, dirígete sin pérdida de
tiempo a tu destino, pero procura llegar a la caída de la tarde y aparcar junto
a la casa. Ya te he indicado lo que tienes que decir cuando te abran. En cuanto
a la cartera, no la entregues si no te responden on a triché avec l`honneur[12].
Luego, vino la
compensación, si me portaba como un buen chico:
-
Los
de Cordes te pondrán en contacto con amigos de París, que te harán los honores.
Te proporcionarán alojamiento gratis y verás qué bien lo pasas.
Salí de allí con
la cartera disimulada en una bolsa de deportes y la conminación -innecesaria-
de guardar secreto, incluso con mis padres. El corazón me palpitaba con una
inusitada frecuencia. Estaba convencido de que iba a ser portador de algún
mensaje de la OAS de España para sus colegas de la Métro[13],
que yo no podía rehusar para no verme despedido del trabajo. Por otra parte,
mis ideas me inclinaban a ayudar a aquella gente en lo que pudiese, aunque su
guerra estuviera perdida.
Una vez en casa,
contra las indicaciones de Feral, plasmé en una octavilla todas sus
indicaciones y contraseñas, y guardé el pequeño documento en la billetera.
Sabía que iba a correr un riesgo importante si la Policía francesa descubría el
matute, no obstante lo cual me
sorprendía la tranquilidad y firmeza que habían tomado posesión de mi ánimo,
una vez asumí la situación. Ahora, tan solo era de desear que esas sensaciones
persistieran cuando llegase a la frontera y, luego, hasta París. Recuerdo que,
parafraseando a Stanton, asumí como consigna para el viaje: Lagaillarde, me voilà[14]. Así pues, un joven, una misión, una
consigna: nada más se necesita para alcanzar la gloria.
2. La misión… y su recompensa
Para quienes
conozcan Cordes -ahora, un tanto exageradamente, Cordes-sur-Ciel-, no les digo
nada original, si lo califico como uno de los pueblos más pintorescos de
Francia, aunque no tan cerca de Toulouse como Feral me dio a entender: hora y
media invertí en el recorrido, cuidando siempre de no rebasar las velocidades
aconsejadas para rodar mi recién estrenado Simca. Con todo, daba por bien
empleado el cansancio de aquellos dos días de viaje desde Alicante, pues el
paso de la frontera lo había hecho sin incidentes negativos, por lo que la
cartera y su contenido estaban a punto de llegar a su destino.
Luego me han dicho
que el dirigente de la OAS que estaba esperando el envío podía haber sido
Jacques Chadeyron[15],
pero no creo que estuviera entre quienes me recibieron, a juzgar por las
fotografías de él que después repasé. De todos modos, mi presencia en la casa
de Cordes duró apenas unos minutos: los suficientes para entregar la cartera,
tomar un café con mis anfitriones y mantener la siguiente conversación, escueta
por demás:
-
¿Dónde
te alojas en Toulouse?
-
En
el hotel Beaux-Arts, habitación 213.
-
Mañana
a las once de la mañana siéntate en la recepción del hotel, vestido tal cual lo
estás ahora. Un amigo te devolverá la cartera y te entregará una tarjeta con
una dirección y un teléfono de París. Ten todo dispuesto para dejar Toulouse
acto seguido y llegar a tu destino mañana mismo, al anochecer.
-
No
estoy seguro de lograrlo -objeté-. El coche está en rodaje y no conozco el
recorrido, ni me ambiento bien en muchas zonas de la Capital.
-
Si
no puedes estar en el lugar indicado antes de las diez de la noche, busca
alojamiento en las cercanías y llama por teléfono, como si fueras un fontanero
que no ha podido ir a hacer un arreglo. Ellos te indicarán cómo encontraros.
Así fue sucediendo
todo, una vez regresé a Toulouse. La cartera estaba ahora mucho más delgada que
al principio; habría parecido vacía, a no ser porque permanecía cerrada a cal y
canto, como antes. El viaje hasta París se desarrolló con inusitada rapidez,
gracias a que conté con la presencia y ayuda del emisario de los de Cordes, que
no me dejó hasta entrar en el distrito 14. La
calle des Plantes queda ahí mismo, a mano derecha, me dijo. Seguramente encontrarás donde aparcar en la
calle Giordano Bruno, donde hay unos jardines.
Como en los
cuentos, todo se fue produciendo conforme me habían anticipado. Por si me
indicaban otro alojamiento, me limité a coger la cartera, prudentemente
disimulada entre las hojas de un número de Información[16].
A eso de las nueve menos cuarto, llamaba al timbre de la calle. La fachada de
la casa tenía cierto empaque, aunque parecía algo descuidada. Cuando me
abrieron, el portal, la escalera y el ascensor me produjeron mejor impresión.
Subí hasta el apartamento indicado en el segundo piso donde -seguramente
avisados por mi compañero de viaje- una joven rubia y muy atractiva me franqueó
la entrada, sin más preámbulos. Me condujo por un largo pasillo de tarima
crujiente hasta la puerta encristalada del salón de la vivienda; abrió y me
anunció de la siguiente curiosa manera:
-
Papá.
El español de la cartera.
La presentación no
era muy prometedora, pero la belleza de quien la hacía me hizo recordar la
promesa de Feral cuando me confió aquella misión, que tan sencilla estaba
resultando: Verás qué bien lo pasas.
***
Aunque suponga una
digresión, creo que es el momento oportuno para trasladarles cuanto he ido
sabiendo, y hasta imaginando con fundamento, sobre el contenido de la famosa
cartera de cierre con combinación. Naturalmente, hubo un antes y un después; el
límite entre uno y otro se produjo en Cordes.
Cuando salí de
Alicante, llevaba dentro de la cartera una o varias cartas de la OAS de España,
dirigidas a sus colegas de la Metrópoli. Estoy seguro de que una procedía de
Pierre Lagaillarde. En caso de haber habido más, otra iría firmada por el
coronel Argoud[17]. El
contenido sustancial me es conocido por referencias fiables, así como por el
desarrollo ulterior de los acontecimientos: Apoyar el atentado contra el
general De Gaulle, que preparaba el teniente coronel Bastien-Thiry[18]
y que, por no ser iniciativa de la OAS y tener esta poca confianza en su aliado
circunstancial, no contaba aún con el visto bueno y apoyo de los metropolitanos. Para lograr la adhesión
a ese punto de vista cooperativo, los de la Tendencia
España acompañaban una buena cantidad de dinero[19],
que ayudaría a sufragar los gastos, por si las arcas de los franceses
precisaban de numerario[20].
Vaciada la cartera
en Cordes, el jefe de los refugiados allí -tal vez, Chadeyron, como he dicho-
se haría eco del envío y apoyaría su aceptación. Estoy casi seguro de que el
destinatario de la misiva era el capitán Curutchet[21],
a quien saludé dos días más tarde en la casa de la calle de las Plantas, si
bien tendría que consultar la delicada operación de magnicidio con el capitán Sergent[22],
jefe ejecutivo de la OAS Metropolitana.
Tal vez me
permitan ustedes redondear este excurso con una curiosa decisión, simultánea de
mi llegada a París, que algunos han comparado con una fatwa de los clérigos fundamentalistas islámicos. El día 3 de julio
de 1962, el Consejo Nacional de la Resistencia, constituido en tribunal,
condenaba a muerte al general De Gaulle por alta traición, a causa de su
conducta abandonista de Argelia y de los argelinos franceses y pro franceses[23].
Vino, pues, como anillo al dedo que se estuviera preparando un atentado contra
el Presidente de la República Francesa, así como la decidida intervención de la
OAS a partir de entonces.
Dicho lo cual,
volvamos a la rue des Plantes y a las
personas allí residentes, a quienes me cupo la oportunidad -en ocasiones, el
placer- de conocer.
***
Sobre la puerta de
entrada de aquel segundo piso, centro, en una placa dorada, podía leerse
simplemente De Lavenne. El amo de
casa, Antoine, divorciado desde hacía tiempo, era un caballero como de
cincuenta años, funcionario de cierta categoría en el Quai d’Orsay[24],
Departamento de Asuntos Consulares. Tenía un hijo estudiando posgrado en
Georgetown[25], y una
hija, Corinne, la espléndida rubia veinteañera que me había recibido al llegar.
Además, formaba parte de la familia y de los habitantes de la casa otra chica, más
joven, que yo supuse hermana de la anterior, pero que resultó ser su prima, de
la que ahora solo aludiré al nombre, Françoise o France, pues apenas dejaré de
hablar de ella en todo lo que sigue. Completaban el elenco una especie de
criado distinguido -valet de chambre, creo
que se llaman-, una cocinera y un chófer para el vehículo oficial, por no citar
a las limpiadoras que se turnaban por horas para asear y hacer brillar aquel
caserón de doscientos metros cuadrados y su aristocrático ajuar.
He empleado el
epíteto aristocrático en su más estricto
sentido, pues el señor de la casa parecía arrogarse el título de Conde de
Choulot, por más que -según dicen- los títulos nobiliarios no estén vigentes en
Francia. El hecho es que en una pared del salón había un hermoso repostero de
raso carmesí sobre el que estaban bordadas las armas de su casa, con la fecha
de 1824 al pie[26], que
supuse con acierto que era el año en que se había concedido tal Condado. Así
que se me otorgó no poco honor cuando, tras las oportunas presentaciones y la
entrega de la cartera, Antoine me explicó:
-
Tenemos
buscado alojamiento para ti en casa de una conocida nuestra aquí cerquita, en
el bulevar Brune. Esta noche dormirás en casa, pues se ha hecho demasiado tarde
para andarte mudando ahora.
Así que fui al
Simca para coger lo más indispensable y, a eso de las once, tomé una cena fría
ligera en la cocina y me retiré a la amplia habitación de invitados, donde
dormí el tranquilo sueño de quienes han culminado con éxito una empresa arriesgada.
***
La casa de una conocida nuestra resultó ser
una pensión de buen tono, en un quinto piso del número 137 del susodicho
bulevar. La habitación tenía una vista magnífica sobre la Puerta de Châtillon y
la regente del hospedaje, Madame de la Tocnaye, se ofreció solícita:
-
Basta
con que venga usted de parte de Monsieur Lavenne para que pueda disponer de mí
para cuanto necesite. Podrá hacer aquí el desayuno y, si lo desea, las demás
comidas. Siento que no tenga baño en la habitación pero, en esta época
veraniega, apenas hay otras personas en la casa; de modo que no tendrá que
hacer cola.
En aquel momento,
su apellido no me significaba nada. Tiempo después, atando cabos con él y con
su edad, me figuré -aunque sin fundamento sólido- que sería pariente, tal vez
tía, del famoso Alain[27],
que tuvo notable participación en el atentado a De Gaulle, que Bastien-Thiry
había ideado.
Mis primeros días
en París fueron de no parar, entre hacer los trámites para formalizar la
matrícula en la Sorbona, buscar un garaje cercano y económico para mi flamante
Simca y atender la invitación del señor De Lavenne, quien al parecer quería
tener atenciones conmigo, antes de tomar sus vacaciones en Bretaña. Menos mal
que se ofreció a acompañarme y servirme de guía la buena de Françoise, de quien
tenía la sospecha optimista de haberle caído bien. También ella cogería
vacaciones pronto, pero no en la costa armoricana, sino en la cercana localidad
de Rueil-Malmaison, a unos doce quilómetros de París:
-
Acabo
de terminar los estudios de maestra -me comentó-. En espera de decidir lo que
haré con el título, he buscado ocupación para este verano en el castillo de
Bois-Préaux, junto a la Malmaison.
-
Esta
me suena, respondí, pero el de Bois-Préaux no tengo ni idea de lo que alberga.
-
Es
un complemento del otro, a mayor honra y gloria de Napoleón. Gracias a la
influencia de mi tío me dejarán pernoctar en un pabellón anejo.
-
Mi
modesto Simca está a tu disposición, si deseas pasar los ratos libres en París.
Me agradaría mucho contar con tu compañía -me atreví a desear-.
-
También
puedes dejarte caer tú por Malmaison. Hay unos jardines preciosos -replicó
Françoise-.
***
Dos días más tarde me correspondió ser invitado a la cena de despedida,
que organizó De Lavenne antes de partir para Bretaña con un grupo reducido de
amigos. Entonces fue cuando me fue presentado Curutchet, como antes dije, y
estoy seguro de que alguno más de los asistentes era miembro distinguido de la
OAS. Lo cierto es que parecían estar perfectamente al corriente de mi identidad
y relación indirecta con su gente de España.
Me pidieron detalles sobre el coronel Lagaillarde y su esposa, así como acerca
de la situación general de los pieds-noirs
en Alicante, cuestiones sobre las que me despaché sin dificultades, pese a mi
conocimiento superficial del tema. Menos contentos los dejé cuando, en una
especie de pregunta con respuesta incluida, les dije:
-
¿Qué
piensan hacer ustedes ahora que Argelia ha quedado definitivamente perdida,
tras su independencia?
Se miraron unos a
otros como no sabiendo si contestar o no a un desconocido; pero uno de ellos,
más fogoso, inició una soflama, que Lavenne cortó en seco a poco de empezar:
-
¿Cree
usted -me interpeló- que podemos consentir un Gobierno de traidores y desagradecidos,
dirigidos por un falsario que ha logrado el poder prometiendo todo lo contrario
de lo que luego ha hecho?
Escuchando a aquel
vociferador, temí que Francia tuviese terrorismo y enfrentamiento civil para
rato. Afortunadamente no ha sido así y, cuando escribo estas líneas, una amplia
amnistía promete ser el punto final de tantos sufrimientos[28].
***
Mucho he hablado
ya sobre Françoise, sin decir nada de sus orígenes. Estos explicaban bien el
intenso moreno de su tez, el brillo rutilante de sus ojos negros rasgados y
hasta sus formas, perfectamente cinceladas, pero algo generosas para su edad y corta estatura. La joven, según saben, era
sobrina de Antoine de Lavenne, como hija de su difunto hermano pequeño
Matthieu, marino de guerra -o nacional-, fallecido en Argel en 1957 en un
atentado, cuando iba a entrar en un café del barrio de Bab-el-Oued[29].
Parte de sus orígenes nunca me quedaron claros, quizá porque ella tampoco tenía
una información segura. Ciertamente, el alférez de navío Matthieu de Lavenne,
comandante de un patrullero con sede en el puerto malgache de Tamatave[30],
tuvo a la pequeña France de una joven
indígena de la isla, que murió cuando la niña tenía dos años. Esta -que apenas
tenía recuerdos de su madre- sabía que su progenitora formaba parte de la nobleza, o buena sociedad malgache, pero
ignoraba si se había casado con su padre o si este se había limitado a
reconocerla por hija suya. A los seis años de edad, se había trasladado con su
padre a Orán, por efecto de su ascenso al segundo galón[31],
y en esa ciudad la niña reconocía haber pasado la mejor temporada de su vida,
que alcanzó hasta tener ella trece años cumplidos. Françoise lo recordaba con
nostalgia:
-
Por
mi color, tenía un gran éxito entre los chiquillos franceses, pero también los
árabes me suponían una de los suyos. No sabes la de corazones que rompí,
comentaba entre risas. Claro que pronto se vino todo abajo -suspiraba-, al
empezar sus fechorías el FLN y replicarle con extrema dureza las Autoridades
coloniales. Coincidió con un nuevo ascenso de mi padre, esta vez a loufiat[32], con destino en la base naval de
Bizerta. Apenas instalados, Túnez alcanzó la independencia[33]
y trasladaron a mi padre a Argel, poco antes del inicio de la famosa batalla[34].
Temiendo lo peor, me envió a París con mi tío Antoine y aquí me llegó la
noticia de su asesinato en junio del 57.
-
¿Cómo
era él?, me atrevía a preguntarle. ¿Era tan… extremoso como tu tío Antoine?
-
¡Oh,
no! Era un profesional de la milicia y un patriota, pero no tenía intereses en las
colonias ni estaba empeñado en defender lo insostenible. Tampoco mi tío era así
por aquel entonces. Fue la muerte de mi padre lo que lo radicalizó; aunque, no
vayas a creer, él sabe nadar y guardar la ropa. En el fondo, sabe que la OAS
tiene muy pocas posibilidades de acabar con De Gaulle, como no sea matándolo.
-
Me
parece que de eso se trata, mi querida amiga. Y, siendo el General tan
orgulloso y terco, acabará por ponérseles a tiro.
-
No
les va a resultar fácil a partir de ahora, replicó de forma ambigua, que
seguidamente me explicó con cierto detalle.
Según me confió,
los anteriores atentados contra De Gaulle, aunque fallidos, habían contado con
la presencia en el Elíseo[35]
de un alto cargo policial allí destinado, aunque bastante adicto a la ideología
de la Argelia francesa. Por el motivo
que fuese, dicho topo había dimitido
de su puesto, dejando a los de la OAS ayunos de buena información sobre los
movimientos del General[36].
Eso había sucedido tres o cuatro meses antes, durante los cuales habían tenido
que tender nuevas redes para espiar de las salidas presidenciales del Elíseo, y
algunas formas de enredar no eran
santas, ni mucho menos:
-
Andan
camelando a ciertos funcionarios
clave con jovencitas de buen ver y mejor holgar. Entre confidencias
irresponsables y chantajes, esas chicas consiguen la información. Como te
figurarás -proseguía Françoise-, el mejor objetivo son los tipos casados y de
mediana edad. Y -no te lo vas a creer- uno de esos cebos creo que es mi prima.
-
¡¿Corinne?!
-
En
efecto. No estoy del todo segura, pero algunas de sus últimas compañías son de
una evidencia apabullante.
-
¡Qué
cosa es la política! ¡Llegar hasta ese extremo!
France se encogió de hombros y me
aclaró:
-
Naturalmente,
hay mucha distancia desde ser modelo de Givenchy y azafata de Air France, hasta ofrecerse a oficiales
maduros a cambio de información. Pero se empieza tonteando, con la hermosura y
la ligereza por banderas, y se acaba poniéndolas al servicio de cualquier causa
de moda o de relumbrón.
-
¿Y
su padre?, inquirí. ¿Qué dice de todo esto?
-
Tengo
la impresión de que tío Antoine le deja vivir su vida, aunque solo sea por
juzgar totalmente ineficaz el oponérsele. A mayor abundamiento, el fin justifica
los medios y en eso los conspiradores políticos son de lo más tolerantes.
Quedó unos
instantes en suspenso. Luego, me confesó:
-
El
dejar el terreno libre a Corinne para que lleve a casa a quien le dé la gana es
una de las razones por las que he pedido quedarme a dormir en el castillo de
Bois-Préaux, aunque ello me obligue a solicitar tus servicios como chófer.
-
No
tienes ni que pedírmelo…, salvo que quieras que yo también pernocte en Rueil
-no sé cómo me atreví a sugerir semejante posibilidad en aquellos momentos de
incipiente amistad-.
-
No
quiero meterte en semejante dispendió -replicó Françoise, haciendo como si no
me hubiera entendido la indirecta-. Las pensiones son carísimas allí en verano.
3. El atentado
Como mis clases de la Sorbona eran matinales, dedicaba un par
de horas diarias para repasar su contenido y preparar los ejercicios, lo que me
llevaba parte de la tarde o las primeras horas de la noche. El resto del tiempo
lo pasaba yendo y viniendo en el Metro, o visitando algún museo o monumento que
desconociese. Pero el centro de mi vida parisina -lo habrán adivinado- eran los
ratos que pasaba con Françoise. Indefectiblemente, a las seis de la tarde
aparcaba mi Simca a la entrada de su castillo o de la mansión josefina de la
Malmaison[37];
recogía a France y nos íbamos hacia
el Barrio Latino, a pasear y tomar una cena ligera en cualquiera de los
pintorescos restaurantes y tabernas, libres en verano del agobio estudiantil. A
las nueve y media o las diez, volvía a coger el coche, para depositar sana y
salva a la doncella a las puertas de su castillo.
Martes y viernes,
en que yo acababa antes mis clases, comprábamos en cualquier parte un almuerzo
frío e íbamos a tomarlo al pie del cedro de Marengo[38].
Luego, paseábamos al amparo de los árboles del parque. Mientras Françoise
retornaba a su trabajo, yo me quedaba estudiando o leyendo poesía de la Pléiade, hasta la hora de reencontrarnos
y escapar a París. Y así, día tras día, salvo el programa intensivo de los
domingos, con misa temprana en Saint
Pierre de Montrouge, baño en la playa de Trouville y caravana o atasco de
regreso hasta la Capital. Como ven, poco o nada que tuviera aroma de política.
Con tal dedicación
a Francine -como yo había dado en
llamarla, pues Françoise no me agradaba y France me parecía en exceso
patriótico-, no es nada extraño que fuera calando en su mente y en sus
vivencias, hasta el punto de creer conocerla a la perfección. Ella era muy
expansiva y, por supuesto, dominaba el idioma mejor que yo, mucho más proclive
a escuchar que a manifestarme. Cuando se percataba de ello, paraba bruscamente
de hablar y me echaba en cara irónicamente mi silencio:
-
Eres
mayor que yo y español, además. Tenías que ser tú quien me diera palique y
llevara el grueso de la conversación.
Yo me disculpaba
con lo primero que se me ocurriera. Por ejemplo:
-
Ya
me toca hablar lo más y lo menos durante todo el curso. Deja que descanse la
laringe en vacaciones.
Ella me respondió:
-
También
yo estoy pensando en ponerme a ejercer de maestra, pero cada vez me asalta más
la idea de hacerlo en Madagascar, volviendo a mis orígenes y actuando donde
seguro que sería más necesaria que aquí.
-
Pero,
Francine -alegué, entremetiéndome en exceso-, ¿qué se te ha perdido en aquella
gran isla? ¿Has conservado, al menos, la relación con tu familia materna?
-
Mientras
vivió mi padre -respondió a mi segunda pregunta-, solo me hablaba de mi madre y
no hizo nada porque me comunicara con sus familiares. Entonces yo era una niña
y no se me ocurrió tomar iniciativas al respecto. Luego, ya en Francia, tío
Antoine me aseguró que no tenía idea del paradero de mis parientes malgaches,
cosa que me resulta difícil de creer, dado su cargo en el Servicio Consular. Yo
creo, más bien, que no quiere facilitarme encuentros, para que no se me ocurra
volver. Ten en cuenta que el año que viene seré mayor de edad[39].
-
¿Y
cómo está la situación por allá?
-
Madagascar
es un país complicado. La isla es muy grande[40],
bastante accidentada y con una historia de particularismos y enfrentamientos
entre etnias. No obstante, el Presidente[41]
es un socialista moderado, relativamente democrático, que parece no estar
teniendo muchas dificultades para gobernar el País, con cierta tutela de
Francia.
-
De
todas formas -concluí-, mi consejo es que empieces ejerciendo el magisterio en
Francia y, entre tanto, busques a tu familia malgache y hagas algunas visitas a
la isla, para conocerlos a ellos y la situación. Luego, escoge el lugar donde
vivir, sin romper los lazos con los De Lavenne.
-
¡Yo
también llevo su sangre!, exclamó, aunque ande mucho más escasa de patrimonio.
***
Solo una cosa más
diré de las ideas de Françoise, en la medida en que puede tener interés para lo
que sigue. Bien por su línea materna, bien por convicciones propias, la joven
no era en absoluto contraria al General de Gaulle. No dejaba de reconocer que
podría pasar por mentiroso u oportunista, al haber llegado al poder en 1958 gracias
a su compromiso de acabar con los problemas coloniales de Francia, en
particular, los de Argelia. Tampoco desconocía la indiferencia, por no decir
mal corazón, que mostraba hacia los franceses pieds-noirs y hacia los argelinos colaboracionistas, dejando a los
primeros que se las arreglasen como pudieran en la metrópoli y que los segundos
fuesen masacrados por las nuevas Autoridades de Argelia, en contra de los
compromisos adquiridos. Pero todo eso -entendía mi amiga- no era sinónimo de
alta traición, ni justificaba que sus antagonistas violentos lo hubiesen
condenado a muerte[42],
como si estuvieran investidos del poder de la Corte Suprema.
-
De
Gaulle es como es -decía Francine-,
autoritario y radical. Ya sabes, la
France c’est moi[43]. No puede aceptar que le lleven la
contraria en nombre de Francia, ni que sometan al País a la tiranía de un
millón de europeos, que quieren la utopía de seguir dominando sobre nueve
millones de argelinos, africanos de origen y musulmanes. En ese sentido, tiene
razón cuando, volviendo la oración del revés, dice que hay que independizar a
Francia del Imperio. Pudo haber en su día una solución, de la que recuerdo
haber oído hablar a mi padre y, luego, al General: la partición de Argelia. El
Oranesado occidental podría haber cumplido la función de patria para los
franceses argelinos. Eso habría supuesto un gran trasvase de población, quizá
posible en 1954, pero imposible en 1961.
-
Ahora
el trasvase ha sido hacia Francia, agregué. Y a los que se ha negado tal
oportunidad se les ha puesto en inminente peligro de muerte. Como casi siempre
en política, si se hubiese actuado antes y con mayor decisión, se habrían
logrado mucho mejores resultados.
-
En
efecto, convino mi interlocutora. De Gaulle heredó una situación irremediable,
aunque tengo que reconocer que la empeoró bastante. Pero no se lo pusieron nada
fácil. Mira lo que sucedió en el resto de las colonias. En un solo año[44],
se les otorgó la independencia y casi todas pasaron a integrarse en una Unión
con Francia. Madagascar fue una de ellas. Por eso -¿cómo te diría?-, me siento agradecida a De Gaulle. Siempre que le fue
posible ha cumplido bien con su deber.
La cosa estaba
clara, y con tanto detalle, que llegué a pensar en que France trataba de
animarme a rechazar cualquier veleidad de apoyo a los violentos. Todavía
añadió:
-
Como
tú apuntaste la otra noche, no tiene ningún sentido seguir robando y matando por
la Argelia francesa, cuando ya ha logrado la independencia. Lo que procede es
acoger y financiar a los pieds-noir y
ayudar a los harkis[45]
cuanto se pueda. ¿Matar al General? El 1959 ganó aplastantemente las elecciones[46].
Después de lo de Argelia, veo justo que se someta al veredicto popular, pero no
a las balas de sus enemigos. Que estos entren a participar en la vida política
y que nos dejen a todos los franceses decidir quién queremos que sea nuestro
Presidente.
***
Pasó julio y el
sábado, 4 de agosto, recibí en la pensión durante el desayuno la inesperada
visita de un hombretón, como de unos treinta y cinco años, con claro acento
extranjero, que se me presentó como persona
del círculo de Lagaillarde y de Curutchet, como podría acreditar mi patrona,
la señora Tocnaye. Como no había nadie más en el comedor, lo invité a sentarse
y tomar un café, mientras yo concluía mi refrigerio. Al servirle, Madame me
hizo un gesto afirmativo, corroborando que mi asaltante era quien decía ser.
-
Vengo
a solicitar su ayuda para una operación que mis
jefes están dispuestos a emprender, para detener y juzgar al general De
Gaulle.
-
¡Cáscaras!,
respondí, no pretenden ustedes poca cosa. Además, ¿cómo se les ha ocurrido
contar con una persona como yo, extranjero y sin experiencia ninguna en estas
lides?
-
Extranjero
soy yo[47]
-replicó muy serio- y lo que vengo a pedirle es muy fácil: apenas un gesto que
nos permita considerarlo amigo nuestro.
-
Creo
que ya he dado sobradas muestras de cooperación, como correo, repuse. Ahora estoy
muy tranquilo, pasando unas semanas en Francia, y no es cosa de jugarme el
pellejo por una cuestión política que no me concierne.
El visitante -que
en ningún momento me había dado su nombre- respiró profundamente y resolvió
explicarse con más detalle.
-
Le
diré lo que esperamos de usted, para que vea lo sencillo que es. Luego
decidirá.
Resultó que mi
cooperación era, en verdad, bastante nimia. Se trataba de acechar desde la
acera del bulevar junto a mi alojamiento el paso del convoy presidencial para,
seguidamente, dar la voz de alerta a quienes estuvieran apostados en el
siguiente puesto de observación -gracias a un emisor tipo walkie-talkie que me facilitarían-, usando de una fórmula muy breve
y convenida. Seguramente que no sería yo el único observador en aquella zona de
la Puerta de Châtillon, y hasta no me habría extrañado que uno de ellos fuera
Madame de la Tocnaye, pese a su notoria miopía. En cualquier caso, podría verme
envuelto en un proceso penal, si algún conspirador se iba de la lengua o era
detenido. Además, no me gustaba el objetivo de aquella acción:
-
Supongo
-objeté- que, si tenemos éxito, ello
le costará la vida al General.
-
¡De
ningún modo!, enfatizó mi interlocutor. Las órdenes de nuestros jefes[48]
son las de secuestrarlo y ponerlo a disposición de quienes juzgarán sus delitos.
Ellos decidirán lo que hay que hacer y procurarán sacar el mayor partido de la
detención, sin llegar al derramamiento de sangre.
-
Si
me permite llevarle la contraria -argüí-, no trago tanta bondad. En el mismo momento
del atentado, o poco después, se cargarán al viejo[49].
-
No
estoy autorizado para revelar el nombre de quien está efectivamente al frente
de la operación -me replicó-, pero puedo asegurarle que, por sus profundas
convicciones, no transige con el atentado mortal, y los demás hemos acatado su
punto de vista.
Decidí tener la
osadía de lucir mis informaciones, que resultaron en parte exactas:
-
Por
lo que me dice, huelo el tufo católico del coronel Bastien-Thiry. Tal vez sean
creíbles sus reticencias hacia el crimen[50],
pero dudo mucho que las compartan los demás implicados. Una vez que empiece el
jaleo, ¿cómo van a poner límite al número y dirección de las balas, o a la potencia
de la bomba?
O no sabía qué
responder, o ya estaba cansado de charla. Bebió de un sorbo lo que le quedaba
del café, se levantó y dijo, mirándome con fijeza:
-
Bueno,
¿en qué quedamos? ¿Sí o no?
Lo pensé unos
segundos. Luego respondí simplemente -vaya usted a saber por qué-:
-
Sí.
Me tendió la mano
y estrechó la mía con fuerza.
-
Tendrá
noticias nuestras en el momento oportuno, dijo.
Y salió, dejándome
ya con las primeras vacilaciones, que pronto se convertirían en remordimientos.
***
Estuve unos días dudando sobre decir a
Francine que había sido captado por quienes iban a atentar contra De Gaulle. Mi
seguridad personal y la esperada reprimenda de la chica me animaban a no
hacerlo, pero las dudas y la preocupación acabaron por delatarme. Fue el mismo
día en que Madame de la Tocnaye me entregó una bolsita con el transmisor
portátil y, a mayores, unos binoculares bastante potentes, pero del pequeño
tamaño de unos gemelos de teatro. La señora añadió:
-
A
su debido tiempo, le darán los últimos detalles. Desde luego, será pronto.
La cabeza me daba
vueltas y a duras penas prestaba atención a la charla de Françoise, que
paulatinamente se iba percatando de que mi mente estaba en otra parte. Un poco
mohína, dejó de hablar y el silencio se adueñó de nosotros. No tuve más remedio
que sincerarme, con voz susurrante y sin mucho detalle, aunque ella acabó por
sonsacarme todo cuanto había sucedido.
-
Tú
sabrás lo que haces -me dijo sin acritud, al acabar mi exposición-. Ya conoces
mi punto de vista y lo poco que confío en que perdonen la vida al General, como
se les ponga a tiro.
Seguidamente,
agregó:
-
Ya
suponía yo que algo gordo se estaba preparando, porque tío Antoine apareció
anoche por casa sin avisar. Eso debe de ser porque el golpe está ya casi a
punto y cuentan con él para alguna gestión de última hora.
También ella
parecía inquieta y con pocas ganas de insistir en el tema. Me tomó de la mano
y, en vez de hablar, tarareó una canción, entonces popular, que había ganado Eurovisión de aquel año[51].
Era una hermosa forma de revelar sus sentimientos, o cuando menos yo así lo
creí.
El miércoles, día
15 de agosto, mientras paseábamos por la Isla de San Luis, Francine volvió al
tema gaullista por primera vez, desde la tarde que se lo confesé:
-
¿Sigues
en la idea de ayudar a los de la OAS?
-
Así
es, pero no han vuelto a ponerse en contacto conmigo, una vez me hicieron
llegar el transmisor y los gemelos.
-
Creo
que la cosa va a ser inminente. Mi tío ha marchado hoy de madrugada con Corinne
para Bretaña, lo que me hace suponer que ya no lo necesitan y ha escurrido el
bulto para luego poder eludir responsabilidades, si la Policía entra en
sospechas.
-
Tal
vez. Desde luego, para mantener la reserva, no creo que me avisen hasta el día
anterior, como mucho.
France me advirtió:
-
Harás
bien en tenerlo todo preparado para salir pitando
de Francia, lo mismo si das el paso que si, a última hora, te echas atrás.
En cuanto se produzca el atentado, seguro que pondrán controles de carreteras y
cerrarán las fronteras, o poco menos. De hecho -prosiguió-, yo ya tengo hechos
todos los preparativos, equipaje incluido.
La miré extrañado.
No entendía bien sus temores:
-
Mujer,
le dije, puede que vayan a por tu tío o, incluso, por tu prima, ¿pero tú? Harías
mejor en no salir huyendo.
-
No
me has entendido, Arturo. Me refiero a que quiero salir de Francia para marchar
a Madagascar. Lo he decidido y el atentado me da la oportunidad de marchar sin
que tío Antoine esté aquí para oponerse. Y tú me vas a ayudar.
La decisión de
Francine me produjo una mezcla de sorpresa y de alegría, pues entre Francia y
aquella Isla lejana, había un largo trecho de espacio y de tiempo, en el que
bien podría hacerle cambiar su decisión. Nos encaminamos a los jardines de Las
Tullerías y nos dispusimos a cenar en una terraza. Allí, se explicó con toda
claridad:
-
Como
no seré mayor de edad hasta el año que viene, tío Antoine puede impedirme
viajar fuera de Francia y -no digamos- a Madagascar, de donde podría temer que
no regresase. Con el tema del General, no solo no va a volver a París, sino que
no prestará de momento ninguna atención a que yo desaparezca. Con todo, cruzar
la frontera, sola y menor, lo veo casi imposible. Pero si lo hago contigo, un respetable profesor del Liceo, me será
mucho más fácil: Por ejemplo, podríamos decir que soy una maestra que va hasta
Alicante para hacer una prueba de trabajo en el Colegio Francés, acompañada por
ti, como enseñante del mismo. Una vez en España, daríamos a mi escapada la
apariencia de una fuga de la Policía francesa. Es probable que la OAS me
ayudase a viajar a Madagascar, aunque la verdad es que, salvo desde Francia, no
es nada sencillo volar a Tananarive[52].
-
Veo
que lo tienes todo pensado, contesté. Por supuesto, intentaremos la aventura
hasta Alicante juntos, pero no veo por qué no hacer realidad lo de sentar plaza
en el Colegio Francés de allá. Estarías bien protegida, te iniciarías en la
docencia y quién sabe si, en vez de una hipotética familia en Madagascar,
formarías la tuya propia en España.
Françoise entendió
perfectamente mis palabras, pero -como es lógico- quiso una declaración formal:
-
Quiero
decir, querida, que te quiero y, ya que el destino nos ha dado la oportunidad
inmediata, podemos casarnos en Alicante lo antes posible, o tan pronto cumplas
los veintiuno. Luego, si te empeñas, podemos pasar la luna de miel en Tamatave.
Aquella cena casi
campestre la recuerdo más callada o reflexiva que las precedentes. Yo lo
achacaba a los problemas que se nos venían encima y a la necesidad de definirse
acerca de varios de ellos. Tal vez equivocaba la causa y la meditación era
acerca de otra cuestión mucho más íntima pues, al coger el coche, me indicó:
-
No
tomes el camino de Rueil, sino el de mi casa.
Así hice y
aparcamos junto a la Petite Ceinture.
Al salir, me tomó del brazo y dijo:
-
No
hay nadie en casa. Incluso han dado vacaciones al servicio.
Y agregó:
-
Tú
me quieres por esposa y yo no sé si podré corresponderte. Pero esta noche será
nuestra y ni De Gaulle ni De Lavenne podrán arrebatárnosla.
***
Aunque muy
felices, los días pasaban y las vacaciones inexorablemente tocaban a su fin. El
curso de la Sorbona había finalizado el viernes, 17 de agosto, y el martes
siguiente había recogido las calificaciones, felizmente satisfactorias.
Empezábamos a pensar que podríamos escapar
a España sin necesidad de tomar parte en el intento de magnicidio. No
habría sido la primera vez que De Gaulle había frustrado, con un comportamiento
aleatorio, los planes de quienes habían querido atentar contra él. En esto, me
dieron el toque de llamada.
Fue casi de
madrugada, el día 22. Mi patrona llamó quedo a la puerta de mi habitación. Al
franquearle la entrada, se limitó a decir:
-
Han
venido nuestros amigos. Esto es lo
que me han comunicado.
El texto de la
cuartilla era el siguiente -lo recuerdo literalmente-: Hoy, a partir de las 18 horas, dos DS-19 negros como particulares[53], acompañados por motoristas, Puerta de
Châtillon, dirección salida. De resultar positivo, transmitir de inmediato: Papá
acaba de salir. Si negativo, abandonar
posición 21 horas. Luego, regrese a la pensión y espere indicaciones.
Llamé
inmediatamente por teléfono a Françoise al trabajo y quedamos en que,
fingiéndose indispuesta, pediría permiso, cogería un taxi e iría a su casa para
recoger el equipaje y el pasaporte, reuniéndose finalmente conmigo en casa de
Madame de la Tocnaye. Entre tanto, yo llenaría el depósito del Simca y haría
las comprobaciones usuales del vehículo antes de emprender un largo viaje. Luego,
lo dejaría aparcado en las inmediaciones de la Puerta de Orléans, lugar cercano
y muy recomendable para acceder rápidamente a la ruta de España. El equipaje de
Francine -me había asegurado que solo una maleta mediana y un bolso de viaje-
permanecería en el capó de mi coche, junto al mío.
Por una vez, comimos
en la pensión, bajo la condescendiente mirada de la Señora Tocnaye, quien
rechazó la idea de cobrar alguna cantidad por sus servicios. Ya está todo pagado, dijo por toda
explicación, y volvió a sus ocupaciones. Nosotros nos retiramos a mi
habitación, a descansar y relajarnos, hasta eso de las cinco. A dicha hora,
Francine se aseó y maquilló con lo que llevaba en el bolso de mano y nos
despedimos. Me dijo:
-
Me
entretendré comprando algo de comer y beber para el viaje y paseando por las proximidades
del coche. Si me canso, me sentaré dentro. Y, si no has llegado a las diez, me
marcharé para casa de mi tío.
-
Toma
el segundo juego de llaves del Simca -añadí a lo dicho por ella-. Si tienes que
abandonar, abre el cofre y coge tu maleta.
Un rato más tarde,
salí yo, provisto de una pequeña mochila con los pertrechos básicos y el
consabido equipo de complicidad,
formado por el transmisor portátil y los pequeños prismáticos. Subí por el
bulevar Brune hasta el final de la avenida de Châtillon[54],
junto a la Puerta del mismo nombre. De días atrás, tenía localizado un lugar
que me pareció discreto y con buena vista de toda la zona. Allí me aposté, sin
dejar de pasear y, para mejor disimular, de hojear Le Figaro y -a falta de mejor literatura- la Guía Michelin de Paris. Todo parecía muy tranquilo, aunque
concurrido, y sin presencia policial. En consecuencia, me dio por pensar en qué
sucedería si la comitiva presidencial -tan menguada, por cierto- pasaba sin que
yo me percatara de ello, o si decidía olvidar mi promesa y tomar las de
Villadiego. Al final, siempre daba con la misma convicción:
-
¡A
buenas horas voy a ser yo el único ojeador en esta cacería! Seguro que, en cada
punto del recorrido hay lo menos diez miembros o simpatizantes de la OAS,
dedicados a la misma tarea que yo, pero con mayor experiencia e interés.
Aunque, si es así, ¿para que demonios me necesitan y me han fichado? El tipo
grandón dijo que como un gesto de amistad. ¡Y un cuerno! De ningún modo voy a
convertirme en amigo de estos asesinos. No, si la cosa es saber por qué les
dije que sí. Verdaderamente, con veintiséis años, profesor y con deseos de
convertirme en marido, o soy un panoli o un irresponsable. ¡Cuidado que había
tratado de disuadirme Francine! Ella sí que es prudente y equilibrada, aunque
sea una chiquilla.
Abandonaba tan
turbios pensamientos y me ponía a mirar a todos los vientos, tratando de
localizar a otros sujetos que estuvieran haciendo lo mismo que yo. Hasta me
decidí a sacar los binoculares y otear con ellos, procurando no ser visto.
¡Nada! Y vuelta otra vez a las reflexiones de terrorista aficionado:
-
La
verdad es que no parecen muy espabilados los que dirigen la operación. Han aclarado
lo que tengo que decir y que hacer, pero no han previsto ningún aviso previo de
los del puesto anterior, para ponerme en guardia. Así que, como pestañee o
tenga que entrar en un bar a orinar, puedo perderme a De Gaulle y su séquito.
¡Y anda que son precisos los tíos!: entre las seis y las nueve. Bueno, digamos
que se curan en salud. La media serían las 19:30. No, lo que es, como lleguen
las ocho u ocho y cuarto y no haya aportado nadie por aquí, me largo y santas
pascuas. No voy a arriesgar la huida por hacer caso de una previsión tan
generosa… para ellos.
Así me fue pasando
el tiempo. El sol se puso y nos quedamos entre dos luces.
Estaba a punto de
abandonar el puesto de guardia cuando, a punto de dar las ocho, el petardeo de
las motos de escolta llamó mi atención. Sin darme tiempo de enfocarlos con los
prismáticos, dos vehículos negros e iguales pasaron a gran velocidad. Por si
acaso, cogí el transmisor y pronuncié las palabras convenidas. Me dio toda la
impresión que más voces me hacían eco: seguramente, otras emisoras por la misma
frecuencia. Guardé el aparato y, sin cuidarme de no llamar la atención, salí a
paso ligero hacia la Puerta de Orléans, adonde había dejado aparcado el coche.
Francine ya estaba sentada en el asiento delantero derecho. Le entregué la
mochila y puse inmediatamente en marcha el vehículo. A su mirada interrogativa,
contesté con solo dos palabras: Ya pasó. Iniciamos
la marcha y, para mi sorpresa, me sentí dueño de mis nervios y de mis
pensamientos. La suerte -debí de pensar- está echada y ahora he de velar por la
dueña de mi corazón.
Y es que lo
valiente no quita lo cortés, o viceversa.
***
Mientras
iniciábamos la salida de la gran ciudad, a eso de las 20:20 horas, la comitiva
de De Gaulle y su esposa llegaba a la rotonda de Petit-Clamart. Allí fueron disparados
a mansalva por una docena de hombres armados. No menos de catorce impactos
fueron detectados en la carrocería del Citroën presidencial, pero este pudo
continuar su marcha y ninguno de los ocupantes resultó herido. Las
circunstancias del atentado y las posibles causas de su total fracaso son datos
de la gran Historia, que no es mi objetivo recoger aquí, por innecesario. Baste
ahora con conocer la frustración del magnicidio, en el que yo había participado
de manera tan secundaria e irracional. Dicho lo cual, sigamos camino de España,
hasta concluir mi pequeña historia, lo que sin duda lograré en el capítulo
siguiente.
4. Francine
Escudo de armas de la familia Lavenne de Choulot
Creo que la
noticia de que el atentado contra De Gaulle no había logrado su objetivo
-cualquiera que fuese- nos alegró a ambos. La oímos en la radio del Simca
cuando, cansados de conducir, paramos de madrugada en las cercanías de
Montpellier para descabezar un sueñecito en un área de servicio, pues no nos
atrevíamos a alojarnos en ningún hotel de carretera, por miedo al registro de
identidades y al hecho de que pudieran mirar con malos ojos la minoridad de
Françoise. El descanso duró más de lo previsto, por lo que llegamos a Port Bou
pasadas las dos de la tarde. Curiosamente, en el lado francés de la frontera apenas
nos pararon, tras observarnos unos momentos. Por el contrario, en la parte
española se fijó la Policía en los veinte años de Francine[55]
y empezaron las objeciones, tal vez agudizadas por el hecho de que viajase en pareja. Fue inútil que ella mostrara
el título de maestra y yo insistiera en mi condición de profesor del Colegio
Francés de Alicante. Tampoco pareció convencerles la explicación de que ella
fuese a pasar una prueba, para ver de ser contratada en l’École. Como es natural, los policías volvían una y otra vez al
hecho de que la joven viajara sin una autorización escrita de sus padres.
Francine, desconocedora del español, no respondía, hasta que yo le expliqué en
francés el problema. Su reacción fue echarse a llorar y, entre sollozos
fingidos, susurrarme la respuesta que habría de dar al requerimiento policial:
-
Me
dice -les trasladé en castellano- que eso es imposible. Su madre murió hace
muchos años y su padre fue asesinado hace unos meses en Orán por el FLN. A
duras penas logró escapar a Francia, y ahora trata de reconstruir su vida entre
nosotros. Ya saben -añadí de mi cosecha- cómo están las cosas para los pobres pieds-noirs. Respondo por ella: Si no le
dan trabajo y regulariza su situación, yo mismo la traeré de vuelta a Francia.
Los policías se
apartaron varios pasos y cambiaron impresiones durante unos momentos. Luego, el
de galón de cabo de primera se nos acercó con una sonrisa y dijo:
-
Si
la pobre muchacha hubiese venido por barco, no se le habría puesto ninguna
dificultad. No vamos a cerrarle las puertas porque lo haya hecho en coche.
Total, si los franchutes no han dicho
nada, no vamos a ser nosotros más exigentes que ellos.
Nos devolvió la
documentación y dirigiéndose a Francine, agregó:
-
Pueden
seguir y buena suerte con el examen.
***
Tampoco las tenía
todas conmigo, acerca de la forma de afrontar la presentación de Françoise a mi
familia, para evitar escandalizarlos sin hacerla de menos. Tuvimos, ella y yo,
mucho tiempo para pensarlo, pues pernoctamos en un hotel de Benicásim,
naturalmente en habitaciones nominalmente separadas. Su naturalidad contrastaba
con mis embrollos:
-
No
veo la complejidad -me dijo-. Me alojaré en alguna pensión alicantina -para lo
que traigo suficiente dinero- y empezaré desde el primer momento a buscar la
forma de viajar con cierta comodidad a Madagascar. Solo precisaré de tu ayuda
con el idioma y para que me presentes al señor Lagaillarde.
Lo dijo tan
fríamente, que me sentí triste y molesto a la vez. Era como si nuestra relación
fuese un vestido ajado, que se tira y no queda de él ningún recuerdo. Debió de
percibir mis sentimientos, porque me cogió la mano y se explicó con más
detalle:
-
Sabes
que te quiero, pero sigo en mi propósito de volver a mi tierra natal y darles
allí una parte de lo que he ido aprendiendo en Francia, gracias a la ayuda de los
Lavenne. Es algo que me debo a mí misma; por lo menos, intentarlo. Y para conseguirlo,
pienso que los jefes de la OAS pueden facilitarme mucho las cosas. Solo te pido
que no las pongas tú más difíciles.
Rebusqué en mi
cerebro alguna razón más, todavía no usada, para disuadirla de emprender la
marcha de modo tan fulminante:
-
¿Cómo
vas a arreglártelas con el idioma? Es casi seguro que a las maestras les
pedirán conocer también el malgache.
-
No
olvides que viví en Tamatave hasta los seis años, y que he procurado mantener
contacto con la lengua malgache, gracias a hacer amigas entre las inmigrantes
de allá, así como comprar periódicos y revistas de la isla. Será suficiente
para empezar.
Más adelante, transitando por el Paseo
marítimo antes de recogernos en el hotel[56],
Francine redondeó la causa de su decisión inquebrantable:
-
Comprenderás
que, después de lo sucedido, no pretenda regresar a Francia. España, pese a ti,
me es desconocida y no la puedo sentir como propia. No tengo otra forma de
intentar ser yo misma que retroceder a mis orígenes. Por favor, no quieras
oponerte, ni discutir más mis propósitos. Deja que conserve de ti el mejor de
los recuerdos, que no se borrará jamás.
-
¿Y
si te quedaras unos meses conmigo, antes de partir?, insistí con cierto temor
de desagradarla.
-
Supongo
que eso será inevitable. Habré de cumplimentar diversos trámites en la Embajada
malgache y preparar el viaje en las debidas condiciones. Tendremos tiempo de
prolongar nuestra felicidad, aunque me preocupe que te sea aún más dolorosa la
separación.
-
¿Y
para ti no?, repliqué un poco enfadado.
-
Yo
soy más vitalista, contestó. Tú lamentas lo que pierdes; yo soy feliz por
haberlo tenido.
***
Nuestra entrada en
Alicante fue, más bien, mustia. En el camino, se me ocurrió que -aunque de
forma completamente casta- Francine podría quedarse unos días en nuestra casa
familiar, en compensación por la gentileza de los De Lavenne conmigo en París. A
fin de cuentas, mis padres tenían bastante experiencia de intercambios con
extranjeros, tanto en mis tiempos de estudiante, como en los de mi hermana
Luisa. Pero Françoise lo rechazó tajantemente:
-
Aunque
apenas he tenido contacto hasta ahora con tu país -objetó-, ya sé que los
españoles de desviven por los forasteros cuando los tienen en su casa. No
quiero dar trabajo a tu madre, ni convivir contigo, entre el disimulo y el
deseo. Además, quiero moverme con total libertad y reserva, en lo relativo a
las gestiones para viajar cuanto antes a Madagascar.
En definitiva, la
dejé alojada en la casa de una conocida nuestra, que alquilaba habitaciones bajo cuerda a los hispanos que
frecuentaban en el verano alicantino las playas de la zona. Estábamos ya a finales
de agosto y los veraneantes hacían las maletas hacia la Meseta. L’École estaba en pleno periodo de
finalización de obras de mejora y matriculación de alumnos. En cuanto me vio
Feral, le faltó tiempo para solicitar mi concurso en la secretaría del Centro.
Un poco incómodo por el atrevimiento, lo corté:
-
Espera
un poco, Fernand. Antes, permíteme que te presente a esta amiga francesa y que
te cuente cómo me ha ido con tu encargo.
Feral sonrió con
suficiencia:
-
De
lo tuyo, no hace falta que me
ilustres, pues lo sé todo. En cuanto a esta hermosa joven, le ruego disculpe mi
descortesía y procedamos comme il faut[57].
Era mi momento de
sorprenderle. En cuanto oyó el apellido Lavenne, dio un respingo. En seguida,
se repuso y le hizo toda clase de ofrecimientos de su persona y medios en
Alicante, interpretando correctamente que la joven habría salido
precipitadamente de Francia para eludir la acción de la Policía. Ella lo
agradeció pero era de otro de quien pretendía ayuda:
-
¿Está
en Alicante el señor Lagaillarde?, preguntó.
En esos momentos,
aún permanecía en su chalecito de El Campello, pero Feral prometió avisarlo y
quedamos para el día siguiente en su correduría de seguros. Antes de
despedirnos, le enseñó el colegio y muy decidido, pidió a Francine su
pasaporte.
-
Lo
mejor es informar de su presencia en Alicante a la Policía, dijo. Yo me ocupo,
que conozco a mucha gente, como
Arturo bien sabe.
Dedicamos la tarde
a pasear por la ciudad y, casi a la rastra, la llevé a casa a merendar, para
que conociese a mi familia. Mi padre, experto empleado de banca, se ofreció a
cambiarle los francos por pesetas, como si fuera yo quien los había traído a
España. Al volver de dejarla en su casa, Francine fue el tema de conversación
durante la cena. Algo debieron de notar en mis explicaciones de nuestra
relación en París pues, pese a mi simulada indiferencia y drástica restricción
mental, mi hermana me picó, como de costumbre:
-
¡Vaya
una morena garbosa y simpática! Me da que te dedicaste en Francia a ella, mucho
más que a la poesía renacentista.
***
Finalmente, nos
vimos con Pierre Lagaillarde tres días después. El coronel disculpó su retraso,
por haber estado muy ocupado en informarse del vendaval que había armado en el
país vecino el atentado a De Gaulle. Por lo que él sabía, estaban a punto de
ser detenidos la mayoría de los ejecutores materiales, por no hablar de la
prisión de los más significados cómplices y simpatizantes de la OAS, entre
ellos, Antoine de Lavenne.
-
¿Y
su hija Corinne?, preguntó Françoise.
-
No
tengo referencias, contestó Lagaillarde, pero desde luego has hecho muy bien
viniéndote para España. Arturo ha hecho un buen trabajo, agregó sonriéndome.
-
El
problema viene ahora, tercié. Françoise no quiere quedarse aquí, sino marchar
cuanto antes a Madagascar, donde debe de encontrarse la familia de su difunta
madre.
Pierre se mostró
muy extrañado por la opción de la muchacha. Como si nos hubiéramos puesto de
acuerdo, señaló lo ventajoso de permanecer en España por un tiempo, hasta que
las cosas se calmaran. El Collège de
Alicante sería un buen lugar de trabajo. Como Francine insistiese en su
propósito, le precisó:
-
La
OAS es muy fuerte en España, y también en Portugal. Actuamos con bastante
libertad y tenemos medios económicos y contactos. Podemos proporcionarte, y
hasta financiarte, lugares de estancia y pasajes de avión. Pero no operamos en
Madagascar, ni tengo idea de enlaces o simpatizantes nuestros allí. Tendrás que
darme un tiempo para buscarte una salida. Entre tanto, juzgo que sería buena cosa
que visitaras la Embajada malgache en Madrid, para tramitar una doble
nacionalidad o, al menos, un permiso de trabajo como maestra.
La sugerencia de
Lagaillarde resultó un fiasco total. Entre España y Madagascar no se habían
establecido aún relaciones diplomáticas, de modo que la Embajada malgache más
próxima estaba ¡en París![58]
Era tanto como que hubiese radicado en Pekín, mientras los De Lavenne
estuviesen detenidos o buscados por la Policía francesa. Aún así, Francine se
arriesgó y envió una carta a los diplomáticos malgaches en París. La respuesta
fue cortés pero ineficaz: los trámites administrativos que Mademoiselle interesaba debían efectuarse de modo presencial.
Aunque, la verdad,
yo me frotaba las manos interiormente, no aparentaba ninguna alegría ante
Françoise, en el convencimiento de que, cuanto más insistiese en que se
quedara, más hostilidad iba a ganarme de ella. Así que me limitaba a hacerle de
paño de lágrimas y, de paso, a aparentar que su casera había bajado el precio del
hospedaje a la mitad, por haber pasado a temporada baja. Lo que France no pagaba, lo abonaba España, por
así decir.
Iniciado el curso,
me vi inmerso en las tareas rutinarias de la docencia y la preparación de las
oposiciones. Muchas veces animaba a mi querida amiga para que asistiera a mis
clases, con el pretexto de que tal o cual explicación era muy interesante y le
serviría para progresar en español, además de aprender habilidades para su
futura labor de maestra. La esposa de Lagaillarde y algunas otras señoras de la
colonia francesa la invitaban a conocer sus casas e integrarse en actividades
lúdicas o asistenciales, pero Francine se sentía ajena a aquel ambiente y
tendencias políticas, por lo que fue declinando de modo creciente tales ofrecimientos.
A fin, el coronel nos convocó en el economato del Collège y nos dio cuenta precisa de lo mucho que había indagado y
previsto para satisfacer sus deseos de viaje africano.
-
Salvo
que decidas quedarte aquí un tiempo ilimitado, hasta que pudiera salirte un viaje
directo en barco carguero, lo mejor que puedo conseguirte es esto: Viajar por
carretera hasta Lisboa. Desde allí, un vuelo regular hasta Lourenço Marques[59].
Una vez allí, me aseguran que lo mejor es atravesar de sur a norte Mozambique,
hasta el pequeño puerto de Lumbo, desde el que salen con frecuencia barcos que
hacen el servicio hasta Mahajanga, ya en Madagascar. El viaje por Mozambique es
muy largo, pero cuentas con ferrocarril para la mayor parte de él[60].
Como hablaba sin tener un mapa a mano, me
levanté y fui al Colegio a buscar un atlas. Cuando regresé, ya habían terminado
de conversar. Abrí por el mapa del sur de África y estuvimos señalando los
puntos más relevantes de su futuro recorrido. Lagaillarde, seguidamente, nos
despidió muy efusivo.
Al salir a la
calle, pedí a Francine que me hiciera un resumen del segmento de conversación
que me había perdido. Ella lo resumió así:
-
Sus
amigos de la OAS se encargarán del billete de Lisboa a Lourenço Marques, que no
me cobrarán, en pago de nuestros desvelos
por la causa. También van a facilitarme al máximo el paso de la frontera con
España y la partida hacia Mozambique. Me ha prometido que hablarán con amigos
de las tropas coloniales portuguesas, para que me ayuden y, si es posible, me
escolten hasta que tome el barco hacia Madagascar. Así que, ya ves -dijo con
cierta amargura-, todo son facilidades para favorecerme a mí y fastidiarte a
ti, mi querido Arturo.
-
¡Nada
de eso!, repliqué con ironía. Antes bien, voy a cooperar con mis hermanos de la OAS para ayudarte en cuanto precises. Para empezar, el viaje de
Alicante a Lisboa lo haremos los dos juntos, en nuestro querido Simca-1000. A
partir de ahí, será solo mi espíritu el que te acompañe.
***
Los preparativos
estuvieron listos para mediados de octubre. Feral no me puso ninguna dificultad
cuando le pedí un permiso semanal a fin de acompañar a Francine hasta Lisboa.
Solo me dijo, medio en broma:
-
Espero
que no te convenza para que la sigas hasta Madagascar. No creo que allí
necesiten por ahora profesores de Español.
Era una idea que
yo ya había tenido y desechado varias veces. La experiencia francesa había
robustecido mi voluntad, pero no hasta el extremo de echar a perder mi futuro
por seguir al fin del mundo a una
jovencita voluntariosa, incapaz de renunciar a sus sueños por unirse a los
míos, bastante menos fantásticos que los suyos.
En fin, no es cosa
de detallar lo baladí. Por consejo de Lagaillarde, cruzamos la frontera por
Ayamonte, nada menos, empleando el transbordador para conservar el coche con
nosotros. Sumamente cansados, subimos despacito hasta Lisboa, donde llegamos el
día antes del vuelo.
Una vez instalados
en el hotel y colocada en los armarios la mínima parte del equipaje que
necesitábamos para la corta estancia lisboeta, Francine me hizo una
sorprendente petición:
-
Anda,
baja y date una vuelta por los alrededores, o lee los periódicos en recepción,
pero no vuelvas hasta dentro de una hora, por lo menos.
Comprendí que
cualquier aclaración iba a ser denegada, de modo que cumplí la orden sin
rechistar. De todas formas, el hotelito, en pleno barrio de Alfama, se prestaba
a perderse en las callejuelas circundantes. Para evitar tal extravío, decidí
seguir los rieles del tranvía, calle arriba, hasta desembocar en la explanada
del castillo de San Jorge y deleitarme con las espléndidas vistas al atardecer,
no sin dejar de mirar el reloj cada cinco o diez minutos.
Por amor propio,
dejé pasar quince minutos, a más de los indicados sesenta. Llamé a la puerta,
no recibiendo la pertinente autorización para entrar hasta cumplidos otros
treinta segundos. Finalmente, pasé y me encontré ante un cuadro que podría
calificar de deslumbrante:
Sentada en un
sillón, de cara a mí, se encontraba una bella joven con un vestido talar rojo
de muaré, orlado armoniosamente en todos los colores del arco iris. Un chal a
juego la cruzaba el cuerpo desde el hombro izquierdo, anudado en la cintura. Un
sombrero pajizo de ala ancha en color crema, adornado con cinta verde y roja,
cubría su cabeza. Calzaba sandalias de una sola tira, de color blanco. De ese
mismo color eran los trazos de arcilla que adornaban su atezado rostro,
imitando ramas y flores.
Me acerqué
ceremoniosamente a ella y, en un impulso repentino, tomé su mano y se la besé.
Luego, de pie ante ella, la joven me habló:
-
Querido
Arturo: Creo que aún no eres consciente de lo hondo de mis raíces y de lo
profundo de los motivos que me llevan a mi Isla. Has conocido y amado en mí a
la muchacha afrancesada que pugnaba por vivir su vida entre personas que, por
su clase social y sus ideas, le eran extrañas. Pero yo soy otra, o mejor, soy
mucho más que eso. Espero que estos símbolos, que mi padre rescató del
naufragio de mi orfandad de madre, te lo muestren de forma tan vívida, que
nunca más puedas decir que parto porque no te quiero, o pensar que soy una
ridícula soñadora.
No supe qué
contestarle. Tal vez, habría sido necio romper aquel hechizo, que se complacía
solo con la mutua contemplación, dejando que los ojos fuesen los únicos que
quebraran el silencio. Permanecimos así no sé cuánto tiempo, hasta que Francine
sonrió y dijo:
-
Y
ahora, mi caballero andante, haz el favor de darte otro paseo por Lisboa, que
tengo que cambiarme para que vayamos a cenar.
Estaba tan
embobado por su transfiguración, que la contradije con decisión:
-
No
lo hagas. Salgamos así. Será para mí un honor acompañarte.
No replicó.
Levantóse, se asió de mi brazo y dulcemente consintió:
-
Sea,
pero cenemos en el hotel. La temperatura de Lisboa no es la de Tamatave.
***
Afortunadamente,
aquella noche fue muy feliz, porque al día siguiente apenas tuvimos tiempo para
nosotros. El avión salía a la una de la tarde y, de consuno, decidimos marchar
para el aeropuerto en cuanto hubiéramos desayunado y cerrado el equipaje. Así
pues, a eso de las diez y media llegábamos a Portela[61].
Apenas nos acercamos al mostrador de TAP[62],
dos caballeros que hablaban en correcto francés se nos acercaron y, tras las
oportunas presentaciones, tomaron sobre sí todos los trámites de facturación y
de embarque. Un poco cohibidos, nos mantuvimos a la expectativa, sin atrevernos
a hacer un aparte de manera decidida. A continuación, siempre dirigiéndose a
Françoise, los amigos de la OAS, la
invitaron a acompañarles hasta las oficinas de la Policía portuguesa, donde
hablaron con los agentes, que comprobaron y sellaron el pasaporte de ella y le
pidieron que se quedara en una salita aneja, bajo su tutela, hasta el momento
de embarcar. Francine y yo nos miramos, entre extrañados y tristes. Uno de los
franceses comprendió y nos dijo:
-
Es
mejor que la señorita De Lavenne se quede aquí; así que despídanse ya.
En tales
circunstancias y compañía, no nos salía
ninguna clase de efusión. Nos dimos los cuatro castos besos que se estilan en
París, y apenas pude desearle buen viaje y pedirle que me escribiera cuanto
antes. Pero me esperaba la sorpresa final:
-
No
voy a escribirte. Recordémonos como hemos sido hasta hoy y, a partir de mañana,
vivamos cada uno nuestras vidas sin mirar atrás.
-
Pero,
Francine -acerté a replicarle-, ¿es que no me das ninguna esperanza de volver?
Estoy dispuesto a esperarte.
-
Eso
es precisamente lo que no quiero, Arturo. Para mí será suficiente sentir para
siempre el estremecimiento de tu recuerdo, y para ti deberá ser lo mismo.
El roce de su mano
en la mía es lo último que recibí de ella. Luego, desapareció.
***
Cuando regresé a
Alicante y deshice completamente mi equipaje, encontré en el fondo un pequeño
disco, con la canción de Isabelle Aubret que había ganado aquel año el Festival
de Eurovisión[63]. En el
reverso de la cubierta, Francine había escrito dos de los versos de dicha
canción, que explicaban sus últimas palabras:
Mais l'enfant qu'on
est, l'enfant qu'on est resté,
Frémira toujours au
souvenir de cet amour.[64]
[1]
Denominación usual de los emigrantes europeos, salidos de Argelia en vísperas
de su independencia, proclamada el 5 de julio de 1962. Las hipótesis sobre tal
denominación son variadas y todas discutibles.
[2] La razón por la que no hago constar el
apellido completo es la que se expresa a continuación. No me parece correcto,
en un texto de ficción, reflejar su identidad.
[3] Obvia referencia al general Charles de Gaulle
(1890-1970), Presidente de la República Francesa (1958-1969).
[4] Igualmente obvia referencia al general
Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), Jefe del Estado Español (para toda
España, 1939-1975).
[5]
Siglas de Organisation Armée Secrète,
el más importante grupo terrorista en pro de la Argelia francesa y contrario al
general de Gaulle. Activo principalmente en 1961 y 1962, tuvo una importante
implantación en España. Sobre la OAS se volverá más adelante en este relato.
[6] Estos
tres últimos sucesos se produjeron entre marzo y julio de 1962.
[7]
Principal fuerza y partido político en pro de la independencia argelina,
fundado hacia 1954 y en el poder tras la independencia (1962).
[8] Este
modelo, de gran éxito, se comercializó entre 1961 y 1978. Se fabricó también en
España.
[9] Otro
modelo señero, que se fabricó entre 1947 y 1961. En España lo fue a partir de
1953.
[10]
Pierre Lagaillarde (1931-2014). En la realidad, su vinculación al Colegio
alicantino se produjo pocos años después, como también la de su esposa. No
olviden que lo que están leyendo es un relato de ficción histórica, no un
ensayo.
[11]
Famosísimo grupo poético francés de mediados del siglo XVI, del que entre otros
formaron parte Du Bellay y Ronsard.
[12]
Más o menos: Nos han engañado con el
honor, famosa frase pronunciada por el citado Lagaillarde en su alegato
ante la Justicia francesa en noviembre de 1960, que sirvió luego de título al
libro de él mismo, publicado por La Table
Ronde el 1 de enero de 1961.
[13]
La OAS tuvo tres grandes ramas
territoriales, relativamente autónomas: la argelina, la española y la métro, es decir, la de la Francia
metropolitana. Sus relaciones no siempre fueron cordiales ni fluidas. Por
supuesto, la radicada en España no realizó acciones violentas en nuestro país.
[14]
Coronel Charles E. Stanton (1858-1933), quien fue el que verdaderamente
pronunció la famosa frase Lafayette, nous
voilà!, el 4 de julio de 1917, ante la tumba del héroe francés de la
independencia americana. Con todo, erróneamente, ha venido siendo atribuida al
general John J. Pershing, de quien Stanton era Ayudante a la sazón.
[15]
Nacido en 1932, militar profesional, era teniente del Ejército francés cuando
desertó (noviembre de 1961) y pasó a ser uno de los jefes de la OAS Métropole,
en concreto, de la sección APP (Action
Politique et Propagande).
[16] Diario
alicantino, fundado en 1941 y que se sigue publicando actualmente (2018).
[17]
Antoine Argoud (1914-2004), uno de los fundadores de la OAS y su máxima
autoridad en España en las fechas a que se contrae el presente relato.
[18]
Jean-Marie Bastien-Thiry (1927-1963), militar favorable a la Argelia francesa y
contrario a De Gaulle. Por razones ideológicas, no formó parte directa de la
OAS, pero sí del CNR (Conseil National de
la Résistence) afín a aquella. Moriría el 11 de marzo de 1963, condenado a
muerte por el fallido atentado contra De Gaulle del 22 de agosto anterior.
[19]
A juzgar por el volumen de la cartera, no creo que se tratara de billetes
españoles, dado el poco valor de la peseta, pero ignoro si serían francos fuertes franceses (cuyo cambio era de
uno por doce pesetas), o de dólares (uno por sesenta pesetas).
[20]
Cuestión muy oscilante pues la
principal fuente de financiación de la OAS era entonces el atraco de entidades
bancarias.
[21]
Jean-Marie Curutchet (1930-2013), oficial paracaidista, que dirigía la ORO (Organisation des Renseignements et
Opérations) de la OAS Metropolitana.
[22]
Pierre Sergent (1926-1992) quien, pese a su bajo grado militar, mandaba a la
sazón sobre toda la estructura de la OAS en Francia.
[23] Puede ser útil recordar que la independencia
argelina fue reconocida el 3 de julio de 1962 y seguida de un baño de sangre,
en especial, de los harkis, indígenas
que habían colaborado con el ejército y la policía coloniales de Francia.
[24]
Topónimo parisino con el que se conoce al Ministerio de Asuntos Extranjeros
francés.
[25]
Universidad de Washington, D.C., especializada en relaciones internacionales.
[26]
El título de Conde de Choulot fue creado en dicho año por el rey de Francia,
Luis XVIII y concedido a Paul de Lavenne (1794-1864) y a sus sucesores.
[27] Alain Bougrenet de la Tocnaye (1926-2009),
militar y político francés, miembro en su día de la OAS.
[28]
El narrador debe de referirse a la amnistía de 31 de julio de 1968, que declaró
extinguidas las penas de los miembros de la OAS y movimientos afines, que
hubiesen dejado para entonces la lucha armada. Otras amnistías posteriores
dejaron sin efecto los antecedentes penales y rehabilitaron a los militares
implicados, los cuales pudieron recuperar sus derechos de forma casi completa.
En lo que respecta a la actividad de la OAS, cesó casi totalmente a finales de
1962.
[29]
En realidad, constituye municipio independiente pero, ya en aquella fecha, se
consideraba prácticamente un barrio de la Capital argelina, mayoritariamente
poblado por europeos.
[30] Nombre de esta importante ciudad y puerto de
Madagascar durante la colonización francesa. Tras la independencia, ha pasado a
llamarse Toamasina.
[33] Hecho
acaecido el 20 de marzo de 1956.
[34] A saber,
en enero de 1957.
[35] Palacio
residencia del Presidente de la República Francesa.
[36]
Actualmente, se da por seguro que el topo
era el comisario Jacques Cantelaube, Contrôleur
Général de la Policía, fallecido en 1993, responsable máximo hasta la
primavera de 1962 de la seguridad del Presidente De Gaulle.
[37]
Sabido es que dicha mansión fue acondicionada y regalada por Napoleón, Primer
Cónsul, a su primera esposa, Josefina, antes viuda de Beauharnais.
[38]
Gran árbol, en frondosa madurez (2018), que se dice plantó Josefina en el
jardín de la Malmaison en el año 1800, en conmemoración de la gran victoria del
ejército francés, mandado por Napoleón.
[39]
Hasta 1974, la mayoría de edad en Francia se alcanzaba al cumplir 21 años. Por
tanto, Françoise tenía en el momento del relato veinte años. Yo andaba por los
veintiséis.
[40] Unos 587.000
kilómetros cuadrados.
[41] A la
sazón, Philibert Tsiranana (1912-1978), que lo sería entre 1960 y 1972.
[42]
En reunión celebrada a primeros de julio de 1962, el Consejo Nacional de la
Resistencia antigaullista había condenado a muerte al General, por el delito de
alta traición. Dicho consejo era poco más que un conciliábulo de mandos de la
OAS y otras personas afines a ellos.
[43]
Ignoro si De Gaulle dijo eso de Francia
soy yo, pero está claro que este era su pensamiento desde 1940, cuando, en
buena medida, salvó la cara y el honor de Francia ante su rendición a los
alemanes y la implantación del gobierno títere de Vichy, presidido por el
mariscal Pétain.
[44] El de
1960. La afirmación de Françoise no es exacta, pero sí muy aproximada.
[45] Véase
nota 23.
[46] Con el
78% de los sufragios válidamente emitidos.
[47]
Creo que no era del todo exacto, pues había adquirido la nacionalidad francesa,
como refugiado político. Sin duda se trataba de uno de los tres nacidos
húngaros que participaron directamente en el atentado al que luego me referiré.
Habían tomado parte en el levantamiento húngaro de 1956 contra los soviéticos,
tras cuyo fracaso huyeron de su país y se refugiaron en Francia.
[49]
De Gaulle tenía a la sazón 72 años, una edad avanzada para su generación.
Fallecería ocho años después.
[50]
El teniente coronel Bastien-Thiry no tenía, en realidad, objeciones religiosas
insalvables respecto de matar a De Gaulle, pues aplicaba la doctrina tomista
sobre el tiranicidio.
[51]
Francia ganó el Festival de la Canción de Eurovisión de 1962, con la cantante
Isabelle Aubret y la canción Le premier
amour (El primer amor).
[52] Nombre
francés de la capital malgache, actual Antananarivo.
[53]
Se trataba del famosísimo modelo de Citroën conocido vulgarmente como tiburón. Para dificultar el
reconocimiento, los dos vehículos estaban matriculados como coches privados y
no llevaban distintivo alguno de su función oficial. Tampoco estaban blindados
o reforzados. Véase ilustración al texto.
[54] Desde
1965, lleva el nombre del héroe de la Resistencia, Jean Moulin.
[55] También
en España la mayoría de edad se alcanzaba a los 21 años, hasta 1978.
[56]
En los primeros años 60, solo los grandes
hoteles de lujo instalaban en España sistemas de refrigeración centralizados. El
resto se conformaban con ventiladores y con la brisa nocturna.
[57]
Locución adverbial francesa muy conocida, traducible por correctamente o como es
debido.
[58]
España y Madagascar no establecieron relaciones diplomáticas hasta 1966. Aún
hoy (2018), Madagascar no tiene su embajada instalada en nuestro territorio, ni
España en el de la República de Madagascar.
[59]
Nombre de la capital de la entonces colonia portuguesa de Mozambique. Su nombre
actual es Maputo.
[60]
Lagaillarde aludía a las condiciones de 1962. En 1964 comenzó la guerra de
guerrillas de los independentistas mozambiqueños (el Frelimo), con lo que las posibilidades de viajar con seguridad y
por tren cesaron de forma prácticamente total.
[61] Nombre
tradicional del aeropuerto lisboeta, ahora oficialmente llamado de Humberto Delgado.
[62]
Siglas de la compañía Transportes Aéreos
Portugueses, fundada en 1945 y que abrió línea regular entre Lisboa y
Lourenço Marques el 31 de diciembre de 1946.
[63] Véase
nota 51. El disco citado se editó bajo el sello Philips.
[64]
Traducibles al español: Pero la niña que
soy, la niña que permanece en mí, / se estremecerá siempre al recordar este
amor.
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