Los Visitantes
Por Federico Bello
Landrove
Físicos y químicos suelen afirmar, con más
esperanza que seguridad, que unas mismas leyes rigen materia y energía en todo
el Universo (o Universos). Los biólogos opinan que lo mismo tiene que suceder
con la vida, allí donde la haya. Según eso, ¿por qué no pensar que benevolencia
y cariño puedan brotar entre terráqueos y extraterrestres? Ese es el punto de
partida del presente relato que, más que de ciencia-ficción, me atrevo a
valorar como de fantaciencia.
1. Encuentros en Fase G
No era habitual,
ni mucho menos, ver al profesor Herrada en el parque Bertrand, a las once de la
mañana de un día laborable. No obstante, hemos de perdonarle los novillos por un triple motivo, que
expondremos con la precisión de sus elaboraciones teóricas: A) Porque, dos semanas
antes, se había despedido de su plaza de investigador del CERN[1],
presentando una carta de dimisión considerada inusual y elegante por la Directora General, la señora Gianotti[2].
B) Porque, a punto de coger un tren de vuelta a España, resulta lógico que quiera
despedirse de sus amadas hayas purpúreas, con las que ha convivido muchos fines
de semana, durante los tres años que ha vivido en Ginebra. C) Por último,
porque, burlando las prohibiciones habituales, se ha acercado al estanque del
jardín japonés, donde solapadamente está dando de comer a las carpas, costumbre
casi compulsiva que arrastra desde su tierna infancia.
Como es natural,
las razones B y C no precisan de explicación adicional. En cuanto al motivo A,
espero que el profesor no se ofenda ni abochorne por su divulgación. De todos
modos, seré bastante ambiguo: Digamos que a punto cazar un par de gravitones en el Gran Colisionador de Hadrones[3],
las escurridizas partículas se le habían escapado, tal vez rumbo al agujero
negro más próximo. Sus colegas lo habían mirado con ceño acusador y su jefe
inmediato -evitaré dar el nombre- le había dicho algo así como dos años de trabajo perdido, Monsieur Herrada. ¡Y ahora que los de LIGO están como
tontos con sus ondas! [4]
No fue necesario más. Herrada sentía en lo más hondo de sus
átomos una culpabilidad objetiva por lo sucedido y, donde no llegara la
contrición, alcanzaría su acusado sentido del ridículo. Así pues, pasó una
noche de claro en claro, redactando y puliendo las diez líneas de su carta de
renuncia a la Directora Gianotti y el medio folio dirigido al catedrático
Galindo, anunciándole el propósito de reincorporarse a su plaza de adjunto de
Química-Física en su Universidad de Valdovino, dando por concluido el periodo
de excedencia especial en Suiza. Al día siguiente estaba tan nervioso, que a
punto estuvo de mandar a Valdovino la carta antes de presentar su dimisión,
cosa formalmente imperdonable, y más, sabiendo como se las gastaba con las
normas de cortesía el profesor Galindo, llamado por eso -y por otras cosas- Lindo, simplemente Lindo.
Sus compañeros del
CERN, si es que podía llamarlos así, hablaron de prepararle una despedida, con
comida en el Bistrot Dumas y obsequio
de un reloj Rado con el anagrama del
Consejo en la esfera[5];
pero él se excusó con sorna:
-
Lo
siento, pero tengo que salir para mi pueblo a velocidad c [6], dijo.
No fue, ni mucho
menos, tan rápido. Le llevó un par de semanas preparar el equipaje y despedirse
de las pocas personas y de los muchos lugares que habían sido amigos en aquel
trienio. Por las tardes, escribía cartas al antiguo modo para sus próximos de
Valdovino: No le iba el teléfono y prefería la caricia de la pluma al seco
golpeteo de un teclado. Mandó bastantes misivas, anunciando su regreso, a modo
de aterrizaje con red hecha de palabras. Hasta se acordó de Alicia, su medio
novia de antes de partir para Suiza, ahora convertida en una simple colega de
cátedra, con la que convenía estar a bien para evitar cualquier tensión entre
compañeros. Finalmente -y aquí estamos- ha tocado despedirse de este parque de
grandes árboles -el jardín de las
secuoyas, al decir de nuestro físico- y, por supuesto, de las carpas
variegadas, buenas conocedoras de su pan cotidiano,
que agradecen con sus gráciles giros.
-
Por
favor, señor…, susurra alguien a su espalda.
Por un momento, el
interpelado enrojece, temiendo la llamada de atención de una dama, celosa de
las normas nutricias de los ciprínidos del parque. Se vuelve, justo para
afrontar a una joven, espigada y morena, que completa la frase con una sonrisa:
-
¿Es
usted el profesor Ernesto Herrada, del CERN?
Atónito, responde
al correcto inglés de su interlocutora con un farfullo en la misma lengua:
-
Soy
el profesor Herrada, pero ya no pertenezco al CERN.
La chica pareció
muy sorprendida, pero siguió la trayectoria sin desviaciones:
-
Soy
Lucy Platt, investigadora del SLAC[7].
Estoy pasando unas vacaciones en Europa y quería aprovechar la oportunidad para
saludarle.
Ante esa
presentación, Ernesto podría haberse hecho varias preguntas, relativas a pasar
unas largas vacaciones en pleno curso, al acierto de tal encuentro en pleno
parque o a la razón por la que era él el destinatario del saludo. Pero, más
allá del científico escrutador de la realidad, el cambio de rumbo había dejado
en nuestro profesor el gusto por la vida, de la que aquella bella moza era una
espléndida encarnación. Así que sonrió, echó de una vez a los peces el pan que le
quedaba y dijo a Lucy:
-
Vamos
a sentarnos en un banco y me cuentas.
-
¡Estupendo!
-exclamó ella-; al pie de esas secuoyas, que me recuerdan a California.
Aunque Ernesto no
preguntaba, la señorita Platt comprendió que tenía que explicarse, aunque con
brevedad:
-
Colaboro
como posgraduada con Jo Hewett[8]
y mi trabajo, en concreto, es el estudio de la energía negativa, en particular,
la gravitatoria. Por eso me aconsejó Jo que, si venía por Ginebra, hiciera por
conocerte, ya que eres uno de los mayores especialistas del CERN en gravitones.
Herrada torció el
gesto y replicó con vaguedad:
-
No
debo ser tan bueno porque…; en fin, que me vuelvo a mi pequeña alma mater[9].
Me has pillado aquí de milagro. Tengo cerrado el billete para pasado mañana.
Pero hablemos de ti: ¿qué tal te va en la Fábrica
B[10]?
-
¡Uf!,
no me hagas entrar en materia, que estoy de vacaciones. Mejor te cuento sobre mi
viaje y, si tienes tiempo, me guías en una visita rápida por Ginebra. Tengo
entendido que es una ciudad fascinante.
-
Está
muy bien -convino el profesor-, pero son casi las doce y aquí se come temprano.
Demos un paseo por el parque y tomemos algo en un bistrot[11]
que hay muy cerca. Luego pasearemos por la Ciudad Vieja. Mañana, si quieres,
puedo acompañarte al CERN.
-
¿No
acabo de decirte que estoy de vacaciones?, protestó Lucy. Además, creo que la
visita no te traería muy buenas sensaciones, en el último día de tu estancia
suiza.
-
En
eso tienes razón. Mejor hacer una travesía en barco hasta Évian. Te encantará.
***
No es cosa de
importunar a la pareja, siguiéndolos como carabinas.
Si acaso, sorprendamos este fragmento de conversación a las 17:50 horas cuando,
cansados de pasear, están tomando un refrigerio en el salón de té de la Isla
Rousseau. Lucy, en clara descubierta sentimental, está diciendo a Ernesto:
-
Eres
un magnífico guía y un conversador estupendo. Y, en lo que a mí respecta, como
buena californiana, me interesa más la herencia española que la centroeuropea.
¿Te importaría que te acompañase hasta esa ciudad tuya de nombre tan etílico?
Desde allí, podría conocer toda Castilla y dirigirme luego a Sevilla, Granada y
todo eso.
-
Mujer,
por mí encantado, pero yo voy a ir lo más directo posible y, aún así, serán dos
trasbordos y casi once horas hasta Madrid. Sería una pena que te perdieras
París.
-
¡Pero
si ya he estado allí! De Nueva York viajé a Londres y, luego, a Bruselas y
París. ¿Qué creías, que iba a venir a saludarte sin hacerlo antes con la Mona
Lisa?
Ernesto sonrió,
aliviado.
-
Siendo
así -dijo-, podemos intentar adquirir un billete. Cogeremos un taxi hasta la
estación de ferrocarril.
-
¿No
crees que sería más rápido por Internet? Yo tengo aquí mi móvil y dinero
suficiente en la cuenta. Permíteme.
Apenas dos minutos
más tarde -a las 17:53, exactamente-, todo estaba solucionado. Lucy viajaría en
el mismo tren, aunque en vagón distinto. Ya metida en gestiones, la joven se
animó:
-
¿Qué
hotel me recomiendas en Valdovino? Voy a hacer la reserva.
-
Chica,
¿qué prisa hay? Mejor llegamos allá y escoges el que más te agrade, dentro de
tus posibles.
-
Alguno
que quede cerca de tu casa sería lo mejor.
-
Por
eso no te preocupes. Valdovino es una ciudad mediana y, si hubiese algún
problema, puedes quedarte en mi domicilio. Tengo un dormitorio de más.
Lucy hizo un vago gesto de aceptación y
guardó el móvil. Hubo unos momentos de silencio y ella bostezó ostensiblemente:
-
Empiezo
a estar cansada. ¿Te importaría que me retirara al hotel? Mañana el día promete
ser también muy… apasionante.
-
En
efecto. Te acompaño. ¿En qué hotel te alojas?
-
En
el Cornavin, al lado de la estación.
¡También ha sido casualidad!, ¿no crees?
-
Y
tanto -convino Ernesto, aunque con otro sentido-. Allí se alojaba el profesor
más popular del mundo en los años cincuenta. Fue el primero en llegar a la
Luna. Seguro que has oído hablar de él. Se llamaba Silvestre Tornasol[12].
La perplejidad de
Lucy y la carcajada de Herrada fueron casi simultáneas. Dicen que los chistes
pierden la gracia, si hay que explicarlos. Con todo, Ernesto se sintió obligado
a hacerlo y, como era de esperar, su amiga no se rio. Antes bien, pronunció
unas palabras un tanto sibilinas:
-
Tendré
que ponerme al tanto de muchas cosas. Espero que me ayudes.
De donde coligió
el profesor que los diez o quince años que -a ojo de buen cubero- la llevaba
eran un salto generacional que, en efecto, iba a precisar de mucha energía por
su parte para pasar cuando menos, del estado fundamental, a un primer estado de
excitación[13].
2. La misión
Si les cuento lo
poco que sé, no les va a extrañar nada que Lucy tuviera que ponerse al día de
muchas cosas. Lo raro es que pareciera tan bien ambientada a orillas del lago
Leman. Les informaré, según las escuetas referencias escritas que me legó Ernesto,
tal y como mi corto y poco preparado magín pudo entenderlas.
PARA SER ABIERTO
DESPUÉS DE MI MUERTE
La que sigue es un escueto y superficial
informe de cuanto me expuso Lucy Platt acerca de los motivos y circunstancias
que determinaron su viaje a la Tierra, así como de que buscara expresamente
encontrarse conmigo, Ernesto Herrada Bariego, y hacerme entrega de una parte de
los documentos relativos a la historia y civilización de su Mundo.
En un lugar del Universo -ignoro si del
nuestro o de otro paralelo-, formado por antimateria, se ha desarrollado una
vida similar a la de la Tierra, si bien la especie equivalente a la humana ha
desarrollado tales características evolutivas, que han desembocado en
cualidades de sociabilidad y progreso científico muy superiores a las nuestras.
Con todo, la menor estabilidad de la antimateria ha dado lugar a una alarmante e
irremediable disminución de las expectativas y duración de las formas de vida,
que ocasionará su total colapso en un futuro inmediato.
Antes de que se produzca su desaparición, esta
civilización solidaria y avanzada ha tomado la resolución de transmitir sus
conocimientos y su misma historia a los seres vivos más cercanos a ellos,
formados por materia, a fin de evitar que se pierda su memoria. Esos seres
vivos matéricos hemos resultado ser los del planeta Tierra, que ya venimos
siendo observados por dicha civilización relativamente cercana, consciente de
nuestras graves limitaciones y dificultades, para las que su experiencia y
sabiduría pueden servir de remedio o paliativo.
Con arreglo a este objetivo, las
Autoridades generales de aquel planeta acordaron el programa siguiente, de tres
normas:
1ª. Mandar a la Tierra a varios
representantes de su Mundo, cada uno de ellos con una parte del expediente
histórico-científico. Para evitar consecuencias indeseables, se borrará de la
memoria de cada uno de los enviados cualquier conocimiento de las partes de los
demás, así como de los detalles de su viaje hasta la Tierra.
2ª. Contactar con sendas personas
determinadas de la Tierra, juzgadas por las Autoridades dignas de crédito y de
apoyo, a tenor de los conocimientos poseídos en su Mundo, para entregarles cada
una de las partes del expediente, con el compromiso de que luego se unirán para
compartir globalmente todo el conocimiento.
3ª. Comoquiera que el conocimiento de sus
contactos en la Tierra está hecho desde la distancia y puede contener errores,
cada visitante les pondrá una prueba definitiva para constatar si son plenamente
de fiar. Dicha prueba será fijada libremente por el emisario, quien decidirá el
plan a seguir, si la comprobación resultase negativa. …
Dejemos aquí, por
ahora, el documento, pues espero que lo leído, no solo les haya dejado
asombrados, sino principalmente les haya convencido de que Lucy tenía sobradas
razones para desconocer la existencia del Profesor Tornasol, y hasta de las
aventuras de Tintín[14].
E imaginemos a Ernesto llegando, cansado e intranquilo, a la estación de
Valdovino, con sus tres maletas y una encantadora acompañante. La verdad, de
haberlo sabido, habría salido a recibirlos, pero el profesor dimisionario del
CERN a nadie avisó de su llegada, hasta que estuvo instalado en su antigua
vivienda de la Costana de San Blas. Como sin duda habrán vaticinado, Lucy pasó
a ocupar el dormitorio principal, con vistas a la calle -otrora usado por doña
Carmen, la madre de Ernesto-, con su suntuoso mobiliario de nogal y el juego de
tocador de plata sobre la cómoda, presidido todo por el solemne retrato de don
Ernesto padre y doña Carmen en el día de su boda. Ernesto pasó a ocupar la alcoba de mozo, como irónicamente decía
su madre, echándole tácitamente en cara su prolongada soltería.
He oído que,
cuando el ahora amo de la casa avanzaba por el pasillo dando tropezones con las
maletas, iba haciendo oídos sordos a las protestas de Lucy, que le reclamaba
buscar un hotel o, cuando menos, cambiar su suntuosa cámara por la lóbrega
habitación que Ernesto se había destinado.
-
Pero,
profesor -protestaba Lucy-, yo solo soy una humilde becaria.
-
Ya
te lo tomaré en cuenta, replicaba el Profesor, que nunca había hallado la casa
tan luminosa a la hora del anochecer. Te encargarás de barrer y preparar el
desayuno, agregó entre risas.
-
No
puede ser, rezongaba la joven. Estoy segurísima de que lo mejor es que me vaya
a un hotel. Creo que he visto una pensión ahí al lado.
Pero Ernesto no
solía ceder cuando estaba seguro de acertar. Todo lo más, transigía. Una de las
primeras cosas que hizo al día siguiente fue llegarse al hotel más cercano y
pedir una tarjeta impresa con sus
datos.
-
Toma
-dijo con displicencia, al entregársela a Lucy-. Si estás a disgusto con la
habitación o conmigo, ya sabes adonde ir.
La muchacha la
cogió y bajó la cabeza, sin saber qué contestar. Eso sí: se prometió que,
cualesquiera que fueren las circunstancias, nunca más volvería a herir a su paladín.
***
Aunque tenía a
gala ser uno de los mejores amigos del Profesor, este no estuvo muy presto para
presentarme a Lucy. Finalmente quedamos en la cafetería del hotel Solipark, ya saben, el que está junto al
Campo de Marte, nuestro espectacular parque de Valdovino. Para entonces, los
resquemores por la poco airosa despedida del CERN habían sido olvidados. Erny -como ya solo lo llamábamos su
hermana y yo- había logrado de Don Lindo
que le nombrase profesor ayudante, hasta tanto le restituyeran a su puesto
anterior de Adjunto, a comienzos del siguiente curso. Como decía Ernesto, lo
justo para no aburrirse y tener para café.
-
Ya
sabes, Erny, que mis ahorros están a
tu disposición. Cuando vengan las vacas gordas, me lo devuelves y en paz.
-
¿Las
vacas gordas?, inquirió la dulce Lucy, haciéndonos reír a coro.
Una vez le
aclaramos la cita bíblica, la Señorita Platt, muy en sus puntos, me dijo:
-
El
profesor Herrada sabe que también cuenta con mis ingresos de técnica de
laboratorio. Lindo, digo, el
catedrático Galindo ha tenido a bien contratarme temporalmente para echar una
mano con los aparatos.
Ernesto apostilló,
con desagrado:
-
Siempre
le han gustado mucho las faldas; sobre todo, ahora, que Alicia parece haber
caído en desgracia con él.
-
¡Hombre!,
ahora que la mientas, ¿qué es de Alicia?, pregunté con tanto interés como mala
intención.
-
Ya
sabes cómo las gasta -me contestó Erny-.
Tan pronto me vio por el Departamento, me espetó que el tiempo de excedencia no
contaba para la prioridad entre los Adjuntos.
Yo no quitaba la
vista, de reojo, de la cara de Lucy, pero no mostró emoción ninguna mientras su
anfitrión hablaba de su antigua novia.
-
Si
quieres que eche un vistazo a la normativa sobre la materia…, ofrecí a mi
amigo, por aquello de las preferencias entre profesores.
-
¡Oh,
no!, gracias -repuso-. Después del batacazo en Ginebra, lo que menos me
conviene es enfrentarme con los compañeros.
La conversación no
dio mucho más de sí. Para mí que todavía en aquellos momentos, Ernesto no era
consciente de estar al lado de una alienígena. Ella, por su parte, al
despedirnos, tras dar un paseo, en la Plaza del Poeta, contestó a mi pregunta:
-
Claro
que nos veremos más. Espero quedarme en Valdovino hasta que acabe el curso.
Como ahora tengo una ocupación…
Cierto: una
ocupación. La pregunta podría haber sido cuál.
Algo que Ernesto empezó a desentrañar, poquito a poco, de la manera que sabrán
ustedes, si prosiguen la lectura de mi relato.
3. Una caja mágica y una mujer enigmática
El buen presagio
de Lucy no se cumplió. Aparte de algún hola
y adiós, no volvimos a coincidir. ¿Saben lo que más lamento, ahora que sé
bastante sobre ella? No tener una foto juntos. De hecho, alguna dificultad
debía de poner la chica a ser retratada pues, cuando acompañé a la hermana de Erny a recoger y ordenar sus cosas, no
encontramos más que la divertida foto de Lucy con disfraz de Graviton Girl, tan apropiado para ella.
Como quería conservar un recuerdo, pasé la foto a mi buen amigo Guillermo, delineante
de profesión y pintor vocacional. El resultado -incluso lo que el dibujante puso
de su cosecha- lo tienen a la vista[15].
De lo que dejo
dicho, se infiere que, en lo sucesivo, hube de conformarme con la información
que me fue dando Ernesto, antes y después de la desaparición de su amiga. Por mi parte, me he limitado a ordenar
los datos y los recuerdos, para que la evocación resulte más comprensible.
Según eso, creo
que la primera conciencia que tuvo Erny de
lo excepcional de su huésped fue inspirada por la visión de una sorprendente
caja, de dimensiones 20x12x6 centímetros, al lado de los perfumeros de cristal
de roca y plata de su difunta madre. Yo no conocí tal recipiente pero a Ernesto
le resultó tan bello y original que, al verlo, no pudo menos de ponderarlo,
dando por supuesto que sería un estuche de maquillaje o algo por el estilo.
Lucy, al punto, lo desengañó:
-
¡Que
va! Es un decelerador magnético de antigravitones portátil. Lo he traído de mi
país por si me aburro y decido entretenerme cazando vuestras partículas
gravitacionales.
Supongo que
Ernesto se quedaría tutulato, pero el hecho es que, en solo doce segundos,
acertó a pronunciar dos palabras de forma inteligible:
-
¿De
California?
-
No
hombre, de mucho más lejos. Un día te contaré pero, entre tanto, si quieres
reingresar en el CERN, o darles en las narices a quienes te aconsejaron la marcha, no tienes más que
pedirme la clave, que es esta llavecita de antimateria superconductora. El
resto es cosa fácil: ya sabes, aceleras a tope los antigravitones y ellos se
encargarán de cazar como locos los gravitones que tenéis por aquí. ¡Menudos
chispazos multicolores se iban a organizar!
Ernesto -como su
homónimo de Óscar Wilde[16]-
era honrado a carta cabal, incluso en las cosas de su profesión. Cortó en seco
la broma juguetona de Lucy, con esta sentencia, digna de Séneca:
-
Jamás
cubriría mi desnudez tecnológica con las hermosas plumas de tu ciencia.
La pobre señorita
Platt no hacía más que mirarse el jersey, por si se le había pegado algún
plumón de las conspicuas palomas valdeovinenses. Se ve que tampoco Esopo había
llegado a su remoto planeta antimatérico[17].
Es posible que
Lucy hubiese sido escogida de las Autoridades de su Mundo por su astucia o por
la experiencia con el sexo opuesto. El hecho es que, pese a la redonda
grandilocuencia de Erny, mantuvo la
cajita a la vista -salvo el día de trabajo semanal de la asistenta- y hasta, en
varias ocasiones, descansó la llave cerca de la cerradura. Fue en vano la
tentación pues mi amigo no cayó en ella, ni se dignó hacer a su Eva particular mención alguna de su
aparente descuido. Más tarde, cuando ella ya no estaba con nosotros, Ernesto
dejó volar su aquilina inteligencia y me comentó:
-
Es
muy probable que Lucy y yo estuviéramos jugando con armas parecidas, que
acabaron por quitar todo valor a aquella prueba. Yo, con la sospecha de que la
caja no contuviese lo que ella, con tanta facilidad y gracejo, me había
confesado. Y Lucy, por dudar si mi inactividad era fruto de honestidad
intelectual o del poco deseo que tenía de volver a Ginebra, sobre todo,
mientras estuviera con ella.
-
Así
que, de alguna forma, los dos acertabais: Tú estabas en la gloria en la Costana
de San Blas y ella guardaba en el cofre algo muy diferente a un puñado de
antigravitones.
-
En
efecto, muy otra cosa, pero mucho más valiosa para la Humanidad -concluyó-.
***
No era el juego de
la cajita el único al que jugaba nuestra pareja protagonista. Si en la
Universidad no respiraban un ambiente grato, entre las impertinencias de Alicia
y los rijosos requiebros de Don Lindo,
en la vida casera y ciudadana Lucy estaba encantada. Poco a poco, la invitada
se había convertido en la reina de la casa, el ama auténtica, que disfrutaba
con las pequeñas cosas y parecía empeñada en servir a Ernesto con la mayor
dedicación. Tampoco le hacía ascos al ambiente de nuestra ciudad, que tan
pequeña y provinciana nos parecía, pero a la que Lucy sacaba todo el jugo
posible; y, cuando la monotonía corría el riesgo de instalarse, siempre tenía
la iniciativa o una sugerencia que movía a Ernesto camino del pueblo cercano
con encanto, la sala de conciertos o el pinar de tortilla y frisbee[18].
En resumen, apuraba la vida a fondo y, de paso, se la hacía vivir con igual
fruición a Erny, poco acostumbrado a
la compañía grata de una mujer, en lo que yo alcancé a saber de él. Y eso que
la joven tenía algunas cosas que a mi amigo le generaban confusión. Algunas de
ellas me las contó tomando un café en el consabido hotel Solipark, que a ambos nos hacía revivir la nostalgia por Lucy
ausente.
-
Sabes
-empezó por decirme- que no soy fan de
los Beatles, ni de esas tonterías
astronómicas que han empezado a hacerse con sus canciones, como lo de poner el
nombre de Lucy a una estrella[19].
Pues mejor habría hecho en callarme porque, para mi sorpresa, me reveló que a
ella le habían puesto su nombre por el de la canción de los melenudos de
Liverpool. Más adelante, cuando yo ya sabía su procedencia, me recordó que la
NASA, o no sé quién demonios, había lanzado al espacio las notas de esta
canción como pulsaciones de radiofrecuencia, a ver si obtenían alguna contestación
de vida inteligente a la escucha.
-
Pues
¡vaya canción que escogieron! No sé la música, pero lo que es la letra es un
galimatías ininteligible, como no estés colgado del LSD[20].
-
Y
tanto, me apoyó. Como que me vi negro para explicársela a Lucy, para quien la
melodía era algo muy familiar, toda vez que en su Mundo había sido captada y
ampliamente difundida.
Otra manía de Lucy era la de ver en cuanto
podía el vídeo de Centauros del desierto[21]. Una y otra vez -según Erny- salía de su proyección privada con
los ojos enrojecidos y una sonrisa beatífica. Tantas veces se lo preguntó mi
amigo, cuantas ella suspiraba y, como mucho, contestaba: Es tan emocionante… También en este caso hubo de esperar a que la
chica le hubiera reconocido su procedencia del
más allá. Esta fue, más o menos, su explicación:
-
Cuando
nos seleccionaron para venir a la Tierra, nos pusieron esta película para que
sacásemos la moraleja de que la amistad personal o el amor eran imposibles en
vuestro planeta con gentes, no ya de mundos lejanos, sino incluso de razas o
nacionalidades diversas. Tened cuidado
-nos dijeron-, que así es como tratan los
terrícolas a quienes sienten distintos o consideran inferiores. Pero ahora
que te he…, que os he conocido creo que la verdad no está en John Wayne arrancando
la cabellera del jefe comanche Cicatriz,
sino cuando toma en sus brazos a la chica medio india y, con todo cariño, la
introduce en la casa.
-
Pero
la deja allí y él se marcha… -replicaba Ernesto-.
-
¡Claro!
-bromeaba Lucy-. Tenía que ir a Suiza en busca de los gravitones… Pero volverá,
seguro.
Con todo, la reacción que más sorprendía, y
afligía, a Erny era la que tenía Lucy
cuando mi amigo, sin ninguna libídine, se aproximaba mucho a ella, o la tocaba
o rozaba, aunque fuese por inadvertencia. La moza, con rapidez, aunque sin
brusquedad, se apartaba, como si rehuyera cualquier contacto con él. Claro que otro
tanto sucedía -lo había percibido- con cualquier otra persona, mujeres
incluidas. De todos modos, Erny no
tenía mucha confianza en su atractivo y acabó por imaginar que tal vez Lucy,
aunque de formas muy cariñosas, quisiera mantener las distancias por algo que
la desagradase de él; y, claro, lo primero en que pensó fue en la aparente
diferencia de edad. La de mi amigo recuerdo que era de treinta y seis años.
Como quien no quiere la cosa, le preguntó:
-
Lucy,
¿cuántos años tienes?
La joven se quedó
sin respuesta. Eso del tiempo era una cuestión peliaguda para compartirla con
un terráqueo. Para no quedar mal, le contestó a la gallega:
-
¿Cuántos
piensas tú que tengo?
-
Pues,
no sé. Aunque yo diría que eres más joven, por tu condición de posgraduada de
Stanford andarás por los veintidós o veintitrés.
-
Acertaste,
darling -aprovecho el anglicismo para
recoger que Lucy se defendía ya en español estupendamente-: tengo veintitrés.
-
¡Uf!
-se lamentó Erny-, trece menos que
yo.
Miss Platt captó inmediatamente el
sentido de aquel interrogatorio:
-
No
me digas que valoras el tiempo en
términos absolutos, bromeó. Eres tan joven como pueda serlo yo.
Ernesto agradeció
lo que consideraba un cumplido. Solo más tarde, cuando estuviese al tanto de la
composición antimatérica de la chica, entendería que la comparación era exacta:
los habitantes de su planeta tenían una vida media de poco más de cincuenta
años. ¡Cosas de la menor estabilidad de la antimateria!
4. Encuentros en fase X
Absoluto o
relativo, el tiempo pasaba y el programa que había traído a los Visitantes a la
Tierra tocaba a su fin. Es muy probable que Lucy fuera de las más retrasadas
entre sus colegas y no les creo a ustedes tan torpes como para explicarles el
porqué de su demora. El caso es que le faltaba por ejecutar el punto tercero de
su mandado, a saber, probar a Ernesto, para saber si era merecedor de recibir
su parte del legado cósmico. Lo había intentado con algo demasiado facilillo -lo de la caja mágica-, pero
precisaba superar una cosa mucho más difícil, para asegurarse de que era un hombre de fiar. Por haber sido tan
remolona, ahora tendría que quemar etapas: decirle quién era y de dónde venía
y, además, probar las cualidades positivas de Ernesto. Por su vida juntos,
comprendía que la prueba tendría poco valor predictivo, si se centraba en
virtudes como la prudencia, la fidelidad o la honestidad intelectual. En
cambio, había cosas como el valor personal y la entrega afectiva en que el hombre le parecía bastante menos de fiar. Se aplicaría, pues, en estos
puntos. Y, bien mirado, la cosa era tan difícil que lo menos que podía hacer
era ayudarlo un poco; vamos, asumir ella también su parte de riesgo y de
cariño. Sería una comprobación en pareja. Después de todo, nada habían
precisado las Autoridades a este respecto.
-
Bueno
-matizaba Erny, tomando un sorbo de
su café-, eso es lo que yo colijo de la conducta de Lucy y de mis propias
virtudes y defectos. Ya sabes que hago todo lo posible por conocerme bien.
-
De
sobra lo sé -respondí con sorna-. Por el contrario, creo que te equivocas con
ella. Más que ponértelo difícil, lo que creo que pretendía es que los dos lo
pasaseis muy bien. Vamos, que sacaseis los atrasos de seis meses a verlas venir.
-
Eres
imposible, Fede… Aunque, bien mirado -suspiró- ya me gustaría creer que logré
que se enamorara de mí, como yo de ella.
-
¿Y
por qué no? ¿No sostenéis los físicos que las leyes de la naturaleza son
comunes a todo el Universo?
Me miró dubitativo.
Verdaderamente, nada hay más atrevido que la ignorancia.
***
A partir de aquí,
el relato puede perder viveza, tanto por la circunspección de mi amigo, como
por mi dificultad insuperable para entender las sutilezas científicas que lo
saltean. Lo que sí nos quedó claro a los dos es que Lucy le contó a Ernesto muchas
medias verdades, para hacerle la decisión más sencilla y comprensible. Pero
dejaré las valoraciones y pasaré a exponer los hechos.
Aquella tarde la
joven invitó a Ernesto a que se sentara con ella en el salón de la casa y allí,
en la penumbra que iba haciéndose noche, le confesó que era una extraterrestre,
aunque con unas condiciones vitales idénticas a las suyas, que lo había
escogido para consumar el propósito con el que había venido a la Tierra, es
decir, engendrar una criatura de ambos mundos; hecho lo cual, habría de
regresar inmediatamente a su planeta, por el mismo agujero de gusano gravitatorio[22].
Por supuesto, Lucy hubo de hacerle tales y tantas aclaraciones, que Ernesto se
convenció de que había bastante de verdad en su narración. De no haerlo visto
convencido, la inteligentísima y suspicaz joven no habría aceptado lo que pasó
después.
Si yo hubiese sido
Erny, no tengo duda de que habría
estado encantado de probar cómo era el amor con una supuesta extraterrestre. Pero faltaba todavía el punto peliagudo de
la cuestión, que Lucy no se recató de ponderar:
-
No
hace falta que te diga -advirtió- que no hay precedentes de esta relación; de
modo que no estamos exentos de que se produzca cualquier consecuencia
desgraciada, cuando se mezclen ambas materias.
Ernesto padecía
una mezcla de tristeza y de temor. Tristeza, por la inmediata partida de Lucy,
que ella le manifestó era impostergable. Y temor porque, aunque no se hubiera
hablado aún de antimateria, le vinieron a la cabeza las espectaculares
colisiones de partículas en el sincrotrón y, claro, aunque la velocidad ahora
fuese mínima, la cantidad de masa en contacto anunciaba unos fuegos
artificiales que podrían dejar tamaño al asteroide que acabó con los
dinosaurios. Pero, ¿qué es la vida y que significa el riesgo de una colisión
cósmica, al lado de una muchacha maravillosa en una noche de luna llena? En
fin, yo me desbordo, pero Erny, a lo
Julio César[23] solo
decía:
-
Acepté,
por deseo, con amor.
Y, desde luego, no pasó nada. Era obvio que, entre
materia y antimateria no hay posibilidades genésicas:
-
Además
-completaba Ernesto-, creo que aquellas criaturas son de ARN. Ya sabes, muy
eficaz, pero mucho menos estable[24].
-
Ya,
convine rutinariamente. ¿Y cómo evitasteis la catástrofe cósmica?
-
No
siempre que materia y antimateria coinciden, se producen colisiones y
aniquilaciones. Hace falta, ¿cómo te diría para que lo entendieses?, una
coincidencia de fase o una alta energía cinética. Además, estaba su piel, de
material aislante de calidad 1ª, para evitar el contacto con la materia.
-
¡Acabáramos!
La chica venía blindada… Pero, según eso, ¿cómo resultaría en realidad ella por
dentro?¡ A ver si era un callo!
Erny sonrió y cerró los ojos, como
queriendo recuperar la imagen de Lucy en la pantalla de sus párpados:
-
No
puedo responderte, dijo. Parece que la apariencia de esos seres antimatéricos
es levemente diferente a la nuestra. Ella me dijo que habían moldeado su
membrana externa al gusto de nuestro mundo, evitando así toda repulsión; pero,
¿quieres que te diga una cosa? Después de conocerla como llegué a lograrlo, de
cualquier forma que fuese me habría resultado hermosa.
***
La despedida de
Lucy fue muy particular. Es posible que tuviese pensado desaparecer de la vida
de Erny tan pronto se practicó la
prueba que lo consagraba como digno receptor del mensaje de otros mundos: era
lo lógico, contando con la demora que llevaban sus asuntos. No obstante,
todavía permaneció en Valdovino unos días, que debieron de resultar
maravillosos, a juzgar por lo concienzudos que eran ambos en materia probatoria
y de la eficacia acreditada de aquel protector-aislante de calidad 1ª. Lo
cierto es que mi amigo mantenía al respecto una sonrisa enigmática y un
silencio muy revelador. En cualquier caso, me consta que la prórroga de su estancia
fue muy breve y que el final resultó tan peculiar, como lo había sido su
aparición en aquel parque de Ginebra. Ernesto lo contaba así, poniéndolo en
boca de Lucy:
-
Un
día, muy pronto, no me verás. Me iré sin aviso y sin despedida. Sabes que, por
mí, me quedaría mucho más tiempo, pero me es obligado partir de la Tierra, con
los demás extraterrestres, compañeros de programa.
No te deprimas, ni se te ocurra buscarme en vano. Vive con nuestros
recuerdos y cumple mi encargo. Para facilitarte una y otra cosa, te dejaré una
carta.
-
¿Una
carta? -interrumpí la narración de mi amigo- ¿Me dejarías leerla?
-
Aunque
empleó materiales de aquí, se autodestruyó al cabo de una semana. No me había
advertido de ello, por lo que ni siquiera saqué copia. Dependo, pues, de la
memoria.
A tenor de esa
subjetiva fuente, me consta que, finalmente, Lucy le reveló a Erny toda su verdad, salvo en un punto,
si he de creer a mi amigo y sus pálpitos.
Según él, una de las características de los agujeros de gusano es la de su
corta duración y, sobre todo, la de permitir el paso de materia o de
antimateria en un solo sentido. Vamos, que solo admiten viajeros con billete de
ida. Yo alucinaba:
-
¿Pero
no dices que nadie ha detectado nunca uno de esos agujeros?
-
Así
es, respondía.
-
¿Y
que las propiedades que se les atribuye son hipotéticas?
-
Cierto.
-
¿No
sigues enamorado de Lucy, entre otras cosas, porque fue revelándose según
estabas en condiciones de asumir su verdad?
-
Sin
duda.
-
Entonces,
masoquista de amplio espectro, ¿por qué te empeñas en imaginarla perdida en
algún lugar de este mundo, en vez de creer que vive feliz en el suyo y, desde
allí, te mira con dulzura y te tira besos?
Erny era incorregible. Incorregible y
desagradable, cuando se lo proponía:
-
Estoy
convencido de que la autodestrucción de su carta fue el símbolo de su propia
destrucción, aunque no sé cómo ni dónde se produjo. Y acerca de eso de mirar desde
lo alto y echar besitos, yo creía que eras abogado, no pintor barroco.
Le habría
contestado de no buenos modos; así que bajé la cabeza. Después de todo, yo
también estaba convencido de que no era probable que Lucy hubiera sobrevivido.
Sin embargo, Erny y yo manteníamos un
hilo de esperanza: el que nos brindaba el ordenador de mi amigo, cuya última
consulta de la joven, antes de partir, había sido para la letra en inglés de Lucy in the sky with diamonds[25].
Será cosa de sintonizar la radiofrecuencia de su planeta, no sea que nos
dedique su homónima canción.
5. Aquel maldito cofre
Uno de los
encargos de Lucy en su última carta fue el de que Erny abriese la caja que dejaba sobre la cómoda, junto a la llave y
a los trebejos de tocador de su madre, hecho lo cual, debería obrar, en
beneficio de la Humanidad, de la forma que mejor le pareciera. Al proceder en
la intimidad a su apertura, mi amigo comprobó que el adelanto inicial de Lucy
había sido una broma o una añagaza. El cofre no contenía -que se sepa-
antigravitones, ni mecanismos para retenerlos, sino dos pliegos de papel: En
uno, de cuatro folios escritos por las dos caras, se recogían las ecuaciones teóricas y los planos técnicos para lograr
-según rezaba el breve texto y me confirmó Ernesto- de manera inmediata la
fusión nuclear precisa para obtener energía de forma ilimitada y limpia. El otro folleto contenía, en
diez folios asimismo aprovechados a doble página, una parte de la historia
general del planeta de Lucy.
Erny me llamó a su casa, a la semana de
haber tenido en sus manos y ante sus ojos el fantástico legado de Lucy. Me hizo
un esbozo del texto tecnológico -que con toda razón daba por sentado que me
sería ininteligible- y, acto seguido, me entregó el documento de historia, a
fin de que le diese mi valoración del mismo, in situ y de manera rápida.
-
Está
escrito en inglés, rezongué. Voy a necesitar un diccionario y un cierto nivel
de reflexión.
-
Tenemos
todo el día -replicó-. He comprado tortilla de patata y unas pizzas precocinadas.
Me puse a ello y,
para mi asombro, hallé una reproducción casi exacta de la Edad Media europea,
invasiones y feudalismo incluidos. Había, empero, una pequeña diferencia cronológica. Según la escala del tiempo, que
nuestros corresponsales se habían molestado en trasponer al nuestro, su Edad
Media había sido simultánea de nuestro Neolítico, ya que comprendía los años
7.000 a 6.700 antes de Cristo. La crónica concluía en esta última fecha cuando,
superadas desavenencias y contrariedades, los ciudadanos del Estado de Naupáctor[26]
iniciaban sus viajes marítimos para relacionarse con el resto de su planeta.
-
Amigo
mío, concluí: Este episodio concluye donde empezarán las singladuras de sus Gamas y sus Colones; solo que les llevaban más de ocho milenios a los nuestros.
-
Así
se explica su superioridad científica, apostilló Erny, si bien tengo que confesar sentirme un poco decepcionado en
lo que a mi ramo se refiere.
-
¿No
te han enseñado nada nuevo sobre Física esos galimatías energéticos?
-
Hombre,
nos dan blanco y migado lo que nos trae a vueltas en la Tierra desde hace unas
cuantas décadas, pero el avance puede ser más práctico que teórico. Yo esperaba
algo mucho más espectacular, como lograr energía por colisión de materia y
antimateria, con la consiguiente transformación de la masa en energía.
-
Anda,
anda -lo reñí-. Tú lo que quieres son fuegos artificiales a lo grande. Si dices
que lo que nos han dejado es práctico y nos soluciona el problema de la
contaminación y el cambio climático, ¿qué más quieres?
Estaba realmente enfadado. Me levanté, hice
un ademán de despedida y me perdí, pasillo adelante, rumbo a la salida. Todavía
oí el vozarrón de Erny:
-
¡Fede,
ni una palabra!
Cerré de un
portazo y, no sé por qué, me vino a la cabeza si no habría habido en todo
Valdovino alguien más digno que Ernesto de recibir la visita de una mocita de
otro planeta…, como un servidor, sin ir más lejos.
***
Llegó el verano y,
aprovechando mi buena posición económica y mi libre condición de divorciado sin
hijos, dejé las urgencias del bufete en manos de mi socio y decidí pasar un mes
y medio en la Columbia Británica y el estado de Washington, que era uno de mis
sueños desde chaval. Quiere decirse que Valdovino, Erny y hasta Lucy quedaron atrás, por más que cada contemplación
del cielo estrellado me la trajera a la cabeza durante unos instantes. Luego,
según volaba hacia Madrid, las piezas de mi rompecabezas vital iban encajando
paulatinamente. Cuando llegué al aeropuerto de Barajas -o Adolfo Suárez, si
ustedes quieren-, las cuestiones astrales ocupaban un diez por ciento de mis
preocupaciones. En la estación de Valdovino, ese porcentaje había bajado hasta
el tres, abrumado por el espanto de mi inmediato encuentro con los pleitos y
los clientes.
Y en esas estaba
cuando, pocos días después, recibí un telefonazo de Erny. Me dijo que, por mor del legado de Lucy, se iba a dar una
vuelta por la Universidad de Princeton y el MIT[27].
No aceptó preguntas. A la vuelta
hablamos, que ahora tengo mucha prisa. No menos que yo, dije para mí.
Luego, pasó un mes sin noticias suyas, hasta que por el Día de la Fiesta
Nacional[28], recibí
una nueva llamada, esta vez, para iniciar la temporada del chocolate con
picatostes, inveterada costumbre heredada de doña Carmen, su madre.
Nos instalamos,
pues, en la sala, entre porcelana de Limoges y aroma de cacao, prestos a dar
cuenta de la suculenta merienda. Se ve que tenía ganas de comunicarme las
novedades pues, apenas pasó el gaznate el primer bizcocho, se le soltó la
lengua. ¿Tema? El que ustedes, sin duda, están esperando.
No le había sido
fácil llevar a cabo las gestiones apetecidas. Llegar a las eminencias de la
fusión nuclear era difícil; más aún, dar con sabios que fueran de fiar en lo
tocante a poner las maravillas tecnológicas de los extraterrestres al servicio
de la Humanidad, no de las corporaciones mercantiles. Al fin, logró que le
concediese audiencia un profesor de Princeton, de iniciales M.W.[29]
Muy modesto, tras escuchar a Ernesto y echar un vistazo al documento, se lo
devolvió, más o menos, con estas palabras:
-
Veo,
profesor Herrada, que se trata de un proyecto muy avanzado que, más que de
estudio teórico, requiere de experiencia empresarial y de medios materiales. La
persona indicada en este momento es D.K.[30],
quien, como usted sin duda conoce, está en el MIT, al frente de un programa que
ni pintado para lo que sugiere. Yo creo que es un hombre honesto, que le
atenderá como usted merece. Le voy a dar una carta de presentación para él y prometo
telefonearlo esta misma noche para anunciarle su visita.
Así que, de los
alrededores de Nueva York, el bueno de Erny
hubo de trasladarse a los de Boston. La cosa mereció la pena. El profesor
K. se quedó boquiabierto cuando comprobó la precisión y acierto de las fórmulas
y planos que el español le mostraba. Intrigadísimo, preguntó:
-
¿En
qué Universidad o laboratorio están tan avanzados como para llegar a esto?
Amigo mío, ni nosotros aquí en el MIT hemos llegado a tanto.
Como es natural,
lo último que se le habría ocurrido a Ernesto habría sido aludir al origen
cósmico del trabajo. Así que balbuceó algo sobre el CERN ginebrino y acerca del
deseo de algunos científicos filantrópicos de mantener en secreto su identidad.
Su interlocutor comprendió y asintió. De forma muy educada, echó también el
balón fuera:
-
Si
hubiera venido por aquí el año pasado, habría llamado a la puerta correcta,
pero ahora estamos en trámites muy avanzados para crear un proyecto
internacional, llamado ITER[31],
que instalará su planta en algún lugar de Francia.
-
Así
que he venido desde España hasta aquí, cuando tenía la meta al lado de casa,
como quien dice.
-
Comprendo
su decepción, mi buen amigo; tanto más, cuanto que en este momento los trabajos
están empezando y no sé a quién remitirlo. ¿Por qué no espera unos meses? Entre
tanto, podría poner su artículo a
disposición de los promotores del proyecto. Seguro que les resulta muy interesante
y le ofrecen un buen puesto en la empresa.
Erny estaba desesperado, pero no tanto
como para entregarse en manos de a saber qué científicos o empresarios.
-
Voy
a pensármelo, profesor K. Tal vez espere a que el ITER ese se ponga en marcha.
Así dijo y recogió con gran diligencia los
cuatro folios del documento y algunas notas y apuntes adyacentes, obra de K. o
del propio Ernesto, mientras explicaban y estudiaban aquel. El profesor
americano no puso objeción ninguna. Antes bien, en un rapto de sinceridad que
le honra, despidió a Ernesto con las siguientes palabras proféticas:
-
Guarde
bien sus papeles, apreciado colega,
aunque no crea que contienen muchas novedades sobre los resultados a los que
nuestros predecesores llegaron hace décadas. El problema no son los cálculos,
ni el dinero necesario, sino lo poderosos, que son quienes vienen
obstaculizando y dando largas a todos los proyectos en la materia, que tan
necesarios son a la Humanidad[32].
-
Vamos
-dedujo Erny-, para entendernos y
hablar claro, el cártel internacional de los hidrocarburos.
K. dio un respingo
y miró en torno suyo, como si temiera ser espiado. Luego dijo en voz baja:
- Eso, profesor Herrada, lo ha dicho usted,
no yo.
Y ahí acabó el
periplo americano de mi amigo. Mientras tanto, nos habíamos puesto morados de picatostes y chocolate. Ya
saben el famoso refrán, los duelos con pan lo son menos. ¡Y no digamos con
picatostes!
***
Para los tristes
sucesos que a continuación voy a exponerles, contaré con la inestimable
cooperación como narrador del Inspector de Policía, don Doroteo Miñambres, que
intervino activamente en la investigación criminal que se siguió. Le he pedido
que me hiciera un resumen para incorporarlo al texto, sin perjuicio de añadir
yo mis recuerdos personales. He aquí el contenido literal de las cuartillas que
me envío don Doroteo:
… Lamentablemente, Don Federico, el tremendo
asesinato de su amigo, profesor Ernesto Herrada Molpeceres, fue archivado
provisionalmente con numerosos puntos oscuros y lagunas, aparte de la
fundamental: no haber podido identificar ni detener a los autores de aquel
crimen. Esperemos que pueda lograrse próximamente o, en todo caso, antes de que
el crimen prescriba.
Como usted sabe, sobre las 07:47 horas de
día 15 de diciembre de 2017, la hermana del profesor Herrada, llamada Soledad,
recibió una llamada desde el teléfono móvil de su hermano pidiendo auxilio,
comunicación que se cortó a los doce segundos, sin concluir el mensaje ni dar
detalles de la incidencia. Doña Soledad cometió el error de no ponerse en
contacto inmediato con nosotros, sino confirmar por sí misma la autenticidad de
la llamada, para lo cual, comoquiera que vivía también en Valdovino y que tenía
un juego de llaves de la vivienda de su hermano en la Costana de San Blas, se
personó en este último domicilio, pudiendo comprobar que no estaba en él su
hermano y que había huellas bastante significativas de desorden en el piso. Fue
entonces cuando -sobre las 08:30 horas del citado día- procedió a llamar a la
centralita del 091[33], para denunciar la desaparición de su hermano en circunstancias muy
sospechosas. Funcionarios de servicio de la Unidad de Policía Criminal se constituyeron
en la vivienda de Don Ernesto Herrada, donde los aguardaba su hermana y el portero
del inmueble, avisado por ella. Los expresados funcionarios constataron las
evidencias -no muy llamativas- de desorden y rotura, tomaron las pertinentes
huellas e interrogaron a los vecinos de la finca, que no dieron otro dato
significativo que el estacionamiento en doble fila de un turismo Mazda, de
color negro y matrícula CC (Cuerpo Consular) frente a la casa,
unos diez minutos antes de la llamada de auxilio del señor Herrada.
Durante los días siguientes se montó el
oportuno operativo antisecuestro, con los matices derivados de que pudiera
estar implicado algún Gobierno o agentes extranjeros, de lo que había varios
ejemplos en otros países. Dicho operativo no tuvo éxito. Antes al contrario, el
día 23 del citado mes de diciembre, se recibió una llamada en la Jefatura
Superior de Policía, procedente del dueño de una nave industrial semi
abandonada, sita en el Polígono de Las Fontecillas, cercano a Medina de la
Campiña, comunicando que, haciendo una ronda por su propiedad -que hacía meses
que no visitaba-, había hallado atado a una silla, cubierto de sangre y
degollado, el cadáver de un hombre. Este resultó ser el de Don Ernesto Herrada,
que llevaba fallecido entre tres y cuatro días. Previamente a la decapitación,
el difunto había sufrido un duro proceso de torturas, como se acreditaba por
las lesiones de todo tipo que presentaba en cabeza, torso y genitales,
principalmente.
El coche de matrícula consular y la
decapitación fueron considerados por los policías encargados del caso como
indicios racionales de intervención y causalidad islamista. Esta tesis -como
bien sabe- experimentó una importante corroboración, al poner usted en nuestro
conocimiento las gestiones del profesor Herrada en los Estados Unidos, que
podrían haber perjudicado decisivamente los intereses de los países productores
de petróleo y de los grupos fundamentalistas que se financian con su comercio.
Solicitada la cooperación del FBI norteamericano, se pudo comprobar que el
despacho del profesor D.K. en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT),
en Cambridge (cercanías de Boston), estaba intervenido por personas no determinadas, mediante la colocación de varios
micrófonos oportunamente camuflados. Tampoco se pudo determinar la autoría de
tal operación atentatoria de la intimidad, si bien la Policía americana admitió
la alta probabilidad de que correspondiese a agentes de algún país árabe
productor de petróleo.
Advertido particularmente por usted de la
importancia de encontrar dos folletos -uno sobre un tema físico y otro, sobre
cuestiones históricas-, le reitero mi frustración al respecto, ya que, ni mis
compañeros, ni yo mismo, pudimos hacernos con tales documentos.
Es cuanto, en resumen y a su solicitud,
puedo manifestarle, por ahora, sobre la defunción de su amigo, el señor
Herrada. Espero haber cumplido con su petición, respetando la discreción o
reserva que debo a mi cargo.
Valdovino, a 7 de junio de 2018.
Nada más añadiré
de mi cosecha, como no sea el dolor y las reflexiones que me produjo el saber
que Erny, no solo había sido
asesinado en lo mejor de la edad, sino que su muerte había sido precedida de
horribles torturas. Aunque hay individuos que no merecen el llamado favor de la duda[34],
siempre he creído que sus asesinos lo hicieron sufrir hasta el extremo, no por
perversidad, sino para que les revelase la procedencia de sus excelentes
documentos sobre la fusión nuclear y su aplicación práctica a la producción de
energía. Algo intuía ya el pobre Ernesto cuando, una de las últimas veces que
nos vimos, me auguró:
-
¡Anda
que como, para salir de un apuro, se me ocurra decir que mis papeles vienen de
otro mundo y me los legó una extraterrestre…!
-
Pues
tendrás que confesarlo -repliqué-. Antes es tu seguridad que la protección del
secreto de los habitantes de Naupáctor, o de dondequiera que vengan.
-
No
quiero decir eso, Fede -concluyó-. Por decirlo, yo lo diré, pero el que lo
escuche va a creer que le estoy tomando el pelo miserablemente.
De modo que,
¿saben ustedes?, no hay quien me quite de la cabeza que Erny murió entre tormentos por creer sus ejecutores que les tomaba
el pelo. Hasta puede que alguno de ellos, en su fuero interno, pensase: ¡Qué tío, qué valor tiene, cómo resiste la
tortura!
Si así fue, por lo
menos le cupo el honor de morir, ante sus asesinos, como un héroe.
6. Epílogo, adelantándose al tiempo
Creo que fue
Einstein quien sostuvo por vez primera que no puede alcanzarse mayor velocidad
en el Universo que la que alcanza la luz en el vacío. Naturalmente, tal límite
no cuenta para la imaginación. Y, a 14 de diciembre de 2018, yo he sido capaz
de plantarme ochenta años más adelante, para redactar este epílogo. Gracias a
ello, puedo darles cuenta de que, para tales calendas, el planeta de Lucy ha
desaparecido o, cuando menos, ningún vestigio de vida queda en él para tararear
aquello de the girl with kaleidoscope
eyes[35], que
siempre me ha recordado a Lucy, aunque los ojos de ella fueran pardos, casi
negros. En cuanto a la Tierra, camina hacia una inexorable autodestrucción de
la así llamada vida racional. Se ve
que de nada sirvió la ayuda generosa de Lucy y los suyos: O bien los elegidos
cayeron en las tentaciones de antaño, o bien les pasó a los pobres lo mismo que
a mi amigo Ernesto. Lo cierto es que, en la Tierra no se canta a la Lucy de los Beatles, sino La vida sigue
igual[36].
¿Verdad? ¿Mentira?
Yo lo calificaría de futurible. Erny,
si viviese, lo llamaría proposición indecidible[37].
¿Y ustedes?
(Ilustración
tomada de slicethelife.com, sin ánimo
de lucro, agradeciendo el préstamo)
[1]
Siglas por el nombre antiguo de la Organización Europea para la Investigación
Nuclear, fundada en 1952, cuyas instalaciones centrales radican en las
inmediaciones de Ginebra (Suiza). España forma parte de dicha Organización,
aportando alrededor del 8,5% de su presupuesto. En la citada Organización
trabajan unas 3.000 personas y cuenta con otros diez mil colaboradores en todo
el mundo.
[2]
Fabiola Gianotti (1960), física italiana, actualmente (2018) al frente del
CERN, puesto que ocupa desde el 1 de enero de 2016.
[3] En breve,
LHC, acelerador y colisionador de partículas, la joya de la corona del CERN.
[4]
Observatorio de detección de ondas gravitatorias, con diversas instalaciones en
los Estados Unidos. Dos de ellas (Hanford y Livingston) tuvieron el mérito y el
honor de detectar por primera vez dichas ondas, el día 14 de septiembre de
2015, procedentes del llamado “evento GW 150914”, con toda probabilidad una
colisión entre dos agujeros negros. Véase, Ligo Scientific Collaboration, Observación de ondas gravitacionales
procedentes de la fusión de un sistema binario de agujeros negros, en
ligo.org/sp/science.
[5]
Alusión al CERN y a su famoso logotipo (véase ilustración en el texto), que
remeda la silueta de un sincrotrón.
[6] Conocida abreviatura para la velocidad de la
luz en el vacío: casi 300.000 kilómetros por segundo.
[7]
SLAC
National Accelerator Laboratory, “equivalente” estadounidense del CERN,
radicado en Menlo Park (California), dirigido por la Universidad de Stanford.
[8] Jo Anne
L. Hewett (1960), destacada física nuclear estadounidense.
[9] Expresión
latina con la que se alude a la Universidad donde se ha formado un intelectual.
[10]
Expresión alusiva a la producción de mesones y antimesones B, partículas
artificiales, en cuyas colisiones se trata de determinar variaciones o rupturas
de la paridad entre unos y otros, como forma de explicar el fenómeno análogo
que se aprecia para la materia y antimateria existentes en el Universo de forma
natural.
[11]
Restaurante de comida, más bien rápida y/o barata. De todos modos, en esa zona
de Ginebra no es fácil encontrar precios módicos.
[12]
Originalmente, en francés, Silvestre Tournesol, personaje imaginario que, en
tebeo aparecido hacia 1952, viajaba exitosamente a la Luna (y regresaba a la
Tierra), gracias a una tecnología de su invención. Véase también nota 14.
[13]
Alusiones a estados de energía de las partículas, para pasar de uno a otro de
los cuales, se precisa ganar o perder cierta cantidad de energía. En general,
para pasar del estado fundamental (o de menor energía posible) al primer estado
de excitación, se precisa el salto de
mayor aportación energética de todos.
[14]
Excelente serie de tebeos del creador belga Hergé
(Georges Prosper Remi, 1907-1983), cuyas aventuras fueron apareciendo entre
1929 y 1975. En dicha serie, el Profesor Tornasol es uno de los personajes más
destacados.
[15] Graviton girl, by Charongoyle by
jhansard, on Deviant Art.
[16]
En La importancia de llamarse Ernesto (The importance of being earnest, 1895),
Wilde jugaba con la homofonía inglesa de Ernest
(Ernesto) y earnest (honesto,
honrado).
[17] Alusión a la fábula El grajo soberbio y el pavo real, más conocida por la versión
latina de Fedro.
[18] Anglicismo impuesto para referirse al disco o
plato volador, juego popularizado a partir de 1950.
[19] En concreto a la enana blanca BPM 37093, en
la constelación de Centauro. Lo de Lucy se
aclara acto seguido.
[20] Sin ánimo de pontificar, es cierto que la
letra de Lucy in the Sky
with Diamonds (1967) ha sido considerada por algunos como una
alucinación propiciada por el consumo de la droga LSD.
[21] O The
searchers, película dirigida por John Ford en 1956. A su argumento se alude
en lo que sigue.
[22] Singularidad del espacio-tiempo, que permite
pasar de un universo a otro, o de un punto a otro del mismo, de manera casi
instantánea. Aunque no se ha descubierto ninguno hasta ahora (2018), se da por
casi segura su existencia, ligada generalmente a los agujeros negros. También
se cree (cuando menos, desde Karl Schwarzschild -1873-1916-), que algunos
podrían ser practicables para los humanos, si bien la opinión más generalizada
es que solo podrían ser franqueados en una sola dirección (viaje de ida). En
cambio, los agujeros de gusano magnéticos son ya conocidos y empleados en
técnicas para Medicina: véase, por ejemplo, Jordi Prat, Carles Navau y Álvar
Sánchez, Primer agujero de gusano
magnético, en Scientific Reports, 28/08/2015.
[23] Posible alusión del narrador a su famosa
frase, tan escueta: veni, vidi, vici (llegué,
vi, vencí).
[24] Nuestra clave
genética actual es el ADN, mucho más susceptible de estabilidad para
formar largas cadenas de nucleótidos. Lo de la eficacia podría deberse a que el
ARN puede pasar libremente del núcleo celular al citoplasma, evitándose así el
complejo proceso de la transcripción.
[25] Véase
nota 20.
[26]
Vaya usted a saber el por qué de ese nombre. Lo cierto es que casi coincide con
el terrestre Naupacto, o Lepanto,
famoso, entre otras cosas, por las batallas navales allí libradas en 429 antes
de Cristo y en 1571 de nuestra Era.
[27] Massachusetts Institute of Technology, otro
Centro docente e investigador puntero de los Estados Unidos.
[29] Comprendo la reserva del profesor Herrada. De
todas formas, puedo asegurarles que dicha eminencia de la fusión responde, en
efecto, al acróstico M.W. Ítem más,
su nombre es Michael y el apellido es muy común en el mundo anglosajón.
[30] El susodicho señor D.K. tiene por nombre
David, pero su apellido no es tan corriente como el del citado en la nota
anterior. Para el MIT, véase la nota 27.
[31] Siglas de International
Thermonuclear Experimental Reactor, proyecto y nombre completamente reales.
[32]
Así opinaba Stephen Hawking (1942-2018), en su libro póstumo, Breves respuestas a las grandes preguntas, 1ª
edición española, edit. Crítica, Barcelona, 2018, p. 258.
[33] Número
telefónico especial de la Policía española.
[34]
Es decir, que las maldades o crímenes deben probarse por sí mismos, no en
función de la personalidad de los sospechosos de perpetrarlos.
[35] Fragmento de la letra de la canción Lucy in the sky with diamonds: Véase
nota 20. La traducción puede ser, aproximadamente, la chica con ojos caleidoscópicos.
[36] Aprovecho el título, aquí simbólico, de una
famosa canción del compositor y vocalista, Julio José Iglesias de la Cueva
(1943), aparecida en el año 1968.
[37] Dícese de las proposiciones que, por una u
otra razón, no se puede asegurar con total exactitud si son verdaderas o
falsas. Estudiadas primero por grandes matemáticos (Gödel, Turing), han entrado
decididamente en el campo de la Física (cuántica) de la mano de Toby Cubitt,
David Pérez-García y Michael M. Wolf, Undecidability
of the spectral gap, Nature 528: 207-211 (10 Dec 2015).
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