Rencillas
(El juego de los
espíritus)
Por Federico Bello
Landrove
¿Pueden hacer algo los muertos por los
vivos? ¿Cabe dar marcha atrás en el tiempo, para superar rencillas y avivar las
brasas agonizantes del amor perdido? ¿Se hace el destino de casualidades o de
propósitos? Quizá sean muchas preguntas, y en exceso transcendentes, para
responder con un solo relato. No obstante, lo he intentado. Helo aquí.
1. El último viaje
Si aquella mujer
hubiese tenido otra apariencia y menos edad, podría haberse pensado que
escondía algo ilegal o peligroso en su equipaje de mano, tratándose de un vuelo
internacional entre el Caribe y España. En un rincón de la desangelada sala de
embarque, parapetada tras una máquina expendedora de comestibles, la señora no apartaba
de su lado la pequeña maleta tamaño cabina, color morado, que a cada rato
entreabría, como si temiera que hubiese volado el contenido. Deslizaba por la
abertura su cuidada mano y se empeñaba en acomodar al milímetro eso que con tanta solicitud y
cuidado guardaba. Por supuesto que, llegado el momento de acudir al aseo, lo
había hecho acompañada de aquel bulto, tan celosamente custodiado, sin ni
imaginar la posibilidad de dejarlo al cuidado de algún otro de los conviajeros[1].
Como habrán supuesto,
yo era uno de ellos y, no teniendo compañía ni lectura interesante, me dedicaba
a pasear y a fijarme en los concurrentes más conspicuos, empezando por los del
sexo femenino, como es natural. Y, si ella
despertó mi interés en un principio, no había sido por su celo con la
maleta, sino por el gran topacio color miel que lucía en su anillo, refulgiendo
al sol que inundaba una parte del recinto, colándose inmisericorde por los ventanales.
Del anillo, había pasado a fijarme en sus uñas, esmaltadas de escarlata. Al
amparo de mis gafas de sol -soy bastante tímido para mi edad-, había deslizado
la mirada por su grata y algo generosa figura, envuelta en una blusa de manga
corta, estampada con motivos vegetales de tonos verdes y azules, y un pantalón
negro de perneras amplias, apropiado para un lago viaje. Por orden inverso al
habitual, fui a acabar en su rostro, apenas identificable entre la opacidad de
sus gafas oscuras de diseño, la media melena teñida entre champán y cobre, que
caía sobre su mejilla derecha, y el ejemplar de La Estrella[2],
que se empeñaba en leer por la misma página, más para sombrearse que por
alcanzar información. Con todo, esa cara…, esa cara… Soy buen fisonomista y
hasta presumo de no olvidar un rostro apenas conocido. Y aquel estaba con
certeza en el archivo de mi memoria, aunque por el momento no fuera capaz de
extraer los datos.
Llamaron a
embarque por los altoparlantes y, como por ensalmo, todos nos incorporamos y
recogimos los objetos personales del regazo o las mesitas auxiliares. Yo
recuperé la novela de Skármeta[3]
que había terminado de leer ya en el aeropuerto y, al punto, recordé mi razón
de conocimiento de la señora. Una fotografía
de periódico en blanco y negro, publicada meses atrás, ilustraba un homenaje en
la Universidad Nacional al ilustre
escritor chileno. Todavía sentado este en la mesa presidencial, una profesora
le ofrecía el agasajo, ante atril y micrófono, en una instantánea con la boca
abierta, en gesto de perorar. Creo que la noticia aludía a ella como la jefa
del Departamento de Lengua y Literatura Españolas, pero ya no soy capaz de
recordar el apellido: Es que, así como con las imágenes visuales soy muy bueno,
para los nombres propios resulto desastroso. Dejémoslo aquí, pues en nada más
puedo ayudarlos con la presentación del personaje. Aunque, a fin de cuentas, lo
que más podría interesarles es algo que yo desconozco en absoluto: ¿Para que
vuela hasta España la profesora Comosellame?
Procuro acercarme a ella en el camino de formación de la cola, pero mi
aproximación resulta frustrada por un grupo de barrigudos hombres de negocios,
así como por la circunstancia de que nuestras tarjetas de embarque nos separarán
por muchas filas de asientos.
***
Si, en vez de
entretenernos con las contemplaciones del farmacéutico Linares, hubiésemos
prestado atención a los pensamientos de la profesora Alvarado, sabríamos ya a
ton de qué viaja a Madrid. Incluso tendríamos claro lo que con tanto mimo
y preocupación transporta en su equipaje. Está tan excitada que, a cada poco y
aprovechando que no tiene a nadie al lado, convierte parte de su meditación en
soliloquio. Escuchemos:
-
En
menudo marrón me metió mamá con eso
de su último deseo: “Hija, no querría darte la lata pero, cuando decidas volver a Castellar, te ruego lleves mis cenizas y hagas que las entierren en la
sepultura familiar, junto a mis padres. Y creo que deberías hacer lo propio con
las de papá que, aunque nada dejó dicho, me figuro que no querría
quedarse solo aquí, aunque el cementerio sea tan bonito”. ¡Claro!, ella no me
urgía pero a saber cuándo habría tenido yo ganas de viajar a España por mi
voluntad. Total, que a volar ex profeso tocan,
y perder parte de las vacaciones en el empeño.
Cualquiera que la
oyese creería que es una egoísta, que lamenta perder unos días de descanso en
la playa por cumplir la voluntad materna, pero la verdad es que trata de
engañarse a sí misma, pues el motivo del desagrado es muy otro, que nada tiene
que ver con las intenciones de su madre. ¿O tal vez sí?
Le costó Dios y
ayuda encontrar unas urnas que se acomodasen a las medidas -55x40x20- que para
el bulto de mano imponía la aerolínea. Claro que podría haberlas depositado en
la maletona que facturó, pero le daba corte
que las cenizas de sus padres viajaran en una bodega de carga, por no
hablar de la indelicadeza con que los empleados solían tratar los equipajes
hasta amontonarlos en la panza del reactor. En consecuencia, a buscar modelos
especiales, que le recuerdan -no sé por qué- las latas de dulce de membrillo de
su infancia, envueltos en papel de burbujas, más por recato que como
protección. De todas formas, se había informado bien de los trámites y había
sacado sendos certificados oficiales de portes: Con esto y el membrete de Aduanas en el cierre, no tendrá que abrirlas
en el aeropuerto. No había podido por menos de sonreír, ante el recuerdo de
aquella divertida película, en que las cenizas del ser querido salían volando con el viento en sentido contrario al deseado[4].
Bien, ya ha llegado al mostrador: Comprobación rutinaria, pasarela y a buscar
su plaza. Felizmente, el cofre portaequipajes aún permite la holgada colocación
de su maleta. Es hora de emprender el último viaje -bueno, el último, para sus
padres-.
***
Si tuviésemos
percepción extrasensorial, podríamos haber captado la candorosa explicación de
la bienaventurada madre de la Profesora, aclarando la razón última de su
petición funeraria. Sonaría de un modo parecido a lo que sigue:
-
Querida
Pili: ¡Bien sabía yo, conociéndote desde tu nacimiento y más allá, que no
habrías de esperar, para cumplir mi encargo, al momento en que te hiciese
ilusión volver a tu tierra! No obstante, me atreví a importunarte con este
traslado de mi polvo, que maldito -¡oh, perdón, Señor!- lo que me importa que
permaneciera a la brisa del Pacífico o bajo la niebla de Castellar. Y, por lo
que hace a quedarme sola con tu padre, más tarde o más temprano así habrá de
ser dondequiera que estemos, porque tú no vas a ser inmortal. Lo que he
pretendido -y quiera Dios concedértelo a ti, porque yo ya no lo necesito- es
alcanzar después de la muerte lo que en vida no logré, por mucho que te lo
suplicara. Tú bien sabes lo que es, aunque te hagas la tonta y salgas ahora con
lo de la sepultura familiar y con mi deseo de descansar junto a mis padres.
¡Cómo si no estuviéramos ya juntos aquí arriba,
en amor y compañía! Pero lo que más me divierte es que, con todo lo lista que
eres, no hayas caído ya en lo que pretendo. ¿No ves que, en cuanto te eche la
vista encima tu hermano, va a preguntarte por el testamento y sobre cómo vais a
repartir la herencia? ¿No te has percatado de que te obligo a llamar a
Marcelino, aunque no sea más que para entregarle el legado que te confié,
misteriosamente cerrado? En fin, hija, una no sabe ahora -y menos,
cuando estaba a las puertas de esta vida-
si mata o si espanta; pero tengo mucha confianza en tu buen natural y espero
que se me permita inspirarte, aunque otra cosa no sea…, si bien te he de
confesar que, cuando he visto aquí a tu padre, me ha echado un rapapolvos: La vas a poner en un brete, con lo enfadada
que está con ellos y el genio que tiene. Ya ves, Pili, a la postre yo fío
más en ti que papá, para quien eras, y lo sabes, su ojito derecho. A ver si no
me dejas en evidencia.
2. Llamada al camposanto
Su único hermano,
Carlos, había gruñido cuando leyó el correo electrónico en que Pili le
anunciaba la gestión fúnebre y la fecha para llevarla a cabo, acordada con el
cementerio a través de la empresa que gestionaba la conservación y aseo de la
tumba:
-
¡Una
semana!, exclamó. Si se descuida, nos deja fuera de juego, como siempre.
-
Si
abrieses el correo todos los días, lo habríamos leído la semana pasada, replicó
Andrea, su esposa. Por otra parte, no creo que haya que pedir permiso al
Delegado del Gobierno para coger un taxi y plantarse en el cementerio de El Carmen.
Carlos no
contestó, pues ya estaba dándole vueltas a otros temas concomitantes:
- Habrá
que avisar a los primos y a los mejores amigos.
-
Supongo
que ya lo habrá hecho Pilar, respondió Andrea. En estas cosas creo que lo mejor
es no comprometer a la gente. De todas formas, si temes que nos lo echen luego en
cara, podemos telefonear a los verdaderamente interesados.
Y Carlos:
-
No
dice nada en su correo de en dónde va a alojarse.
-
En
algún hotel. Ya sabes que apenas ha pisado por nuestra casa desde hace un
montón de años.
-
Ya,
no lo digo por eso, sino porque podría dejar aquí las cenizas hasta el día de
su entierro. No creo que sea buen sitio la habitación de un hotel.
-
Pues
no sé por qué no pueden quedar metidas un día o dos en el armario. La verdad, a
mí estas cosas en casa me dan yuyu.
Nuevo silencio
momentáneo, roto esta vez por Andrea:
-
Lo
que sí tendríais que encontrar es un rato para hablar del reparto. Nos mandó
hace mes y medio la copia del testamento y del inventario de bienes de la
herencia y todavía no le has contestado ni mu.
-
Poco
hay que discutir las partijas. Los padres nos nombraron herederos a partes
iguales de lo que no se repartió en vida de ellos. No queda por adjudicar más
que el dinero y las acciones, y eso bien fácil es de distribuir.
-
Me
refiero a esa cláusula de que todo el ajuar de casa que llevaron a Panamá
cuando se fueron sea para tu hermana, y lo mismo las joyas, que tu madre tenía
muchas y buenas.
Carlos no era
desprendido, pero había quedado escaldado de herencias precedentes y no le veía
mucho sentido a destartalar el chalé panameño de Pili, donde sus padres habían
pasado los últimos años de su vida.
-
No
sé, contestó ambiguamente; tal vez las joyas…
Quizá para evitar
que su esposa volviese a la carga, se levantó torpemente y encaminose al
teléfono. Explicó:
-
Voy
a empezar las llamadas de aviso, no se nos eche el día 15 encima.
-
Supongo
que tendremos derecho a conservar algún recuerdo de tu madre, insistió con
cierto sarcasmo Andrea, según se encaminaba a la cocina.
***
También Marcelino
recibió el oportuno aviso por e-mail
de la misma fecha, aunque él sí lo leyó al momento -como era su rutina
informática- pero, en cambio, no lo comentó enseguida con su mujer. Es más,
residiendo a doscientos quilómetros de Castellar, estuvo dudando si ir o no.
Como él decía, de la forma tajante que lo caracterizaba, lo que hay que hacer con alguien, hazlo en vida. Luego -también
como era usual-, empezó a vacilar y estuvo dos días sin saber qué hacer. Fue al
cabo de estos, cuando resolvió informar a su señora para ver qué opinaba. A
ella no le agradaba que se pusiera en carretera, desde el mal trago que ambos
pasaron dos o tres años antes, por culpa de su poca pericia al volante, que
rara vez cogía:
-
Haz
lo que quieras -le respondió- pero, no siendo de la familia ni viviendo en
Castellar, yo que tú, me excusaba.
-
Pero
ya sabes que Alicia casi fue para mí una segunda madre y estuvimos muy en
contacto hasta el final.
-
Si
te vas a quedar más a gusto, ve, pero en autobús o tren. Deja el coche para los
trayectos cortos.
La verdad es que,
por formal y breve que hubiera de ser el encuentro, lo que hacía dudar a Marce no eran distancias ni parentescos,
sino tener que afrontar a Pili, recuerdo entrañable y lejano de su adolescencia,
que se había convertido en una molesta obsesión desde el momento en que Marisol,
hermana de Alicia, le había revelado el triste destino en Panamá de la que
había sido su primer amor. Así que ahora las vacilaciones no son fruto de la
inseguridad vial ni la distancia, sino de ese cara a cara con un pasado que,
como bien saben los psicólogos, nunca duerme del todo. Cubriendo las dos
opciones, contestó fría y brevemente:
Amiga Pilar: Agradezco la información que me
haces llegar sobre el entierro de las cenizas de tus padres. En este momento,
dada la proximidad del día, no sé si podré librarme de las obligaciones
profesionales para poder asistir, como sería mi deseo. En consecuencia, si finalmente
no pudiese estar presente, os ruego a Carlos y a ti que disculpéis mi ausencia.
Atentamente, Marcelino.
***
Todavía en el
Purgatorio, la tía Marisol recibe la visión del precedente mensaje, sin duda
para expiación de sus pecados, ya que la inunda de tristeza y se siente
corresponsable del desapego entre aquellos dos niños -para ella lo serán siempre-, cuyo cariño acunó con esa
mezcla de bondad y entremetimiento que la caracterizaba. Dejemos que nos
explique a su modo lo sucedido pues, estando donde ahora se encuentra, son de
presumir la verdad y la clarividencia:
-
Puedo
jurar, si es preciso, que todo comenzó por una casualidad: la de que
coincidiéramos Marcelino y yo en la boda de una amiga común. Eran los momentos
en que, ¡por fin!, mi sobrina había logrado el divorcio, manteniendo al mismo
tiempo la custodia de sus hijos. Dios y ella saben las tristezas y tormentos
que tuvo que pasar para lograrlo, sola en un país extraño, sin trabajo y con un
marido panameño y abogado. El hecho es que, en un aparte, puse al corriente de
todo a Marce y, de mi cosecha, se me ocurrió sugerirle que escribiera una carta
afectuosa a Pili para animarla y, de paso, brindarle su consejo de jurista y
hombre de buen criterio. Como tardé en volver a verlo, en una carta navideña me
hizo saber que había hecho lo que le rogué, pero mi sobrina ni le había
contestado. Tal vez se haya ofendido por
el hecho de que me ofrecí a hacerle un préstamo hasta que saliese del apuro -sugirió-.
Yo, la verdad, me enfadé mucho, cogí la pluma y eché en cara a Pili su falta de
cortesía y de gratitud. ¡Nunca lo hubiera hecho! Su respuesta fue tan dura y
displicente, que me tuvo llorando una semana -¡la verdad es que yo era de
lágrima fácil!-. Todavía me acuerdo de párrafos enteros: Ya sabía yo, antes de que me lo escribieras, que andaba por ahí tu mano
de componedora y metomentodo… Cosas como esta envenenaron antaño mi relación
con Marce y me convirtieron en una rebelde que, para mostrar su autonomía, no
hizo cosa mejor que entregarse a quien luego hizo de mí la desgraciada que
ahora soy… Nunca más vuelvas a intervenir en mi vida, ni tanto así, si no
quieres que rompa los lazos de gratitud y de respeto que todavía me ligan contigo…
¡Pues buena era la hija de mi madre, para aguantar aquel chaparrón de una mocosa, que no sabía valorar un gesto de
apoyo y pretendía echar sobre los demás los errores propios! La contesté a
modo… Tan a modo, que desde entonces
ella no existió para mí, ni yo para ella. Tan a modo, que esa es una de las culpas más gordas que me tienen aquí, va para cinco años de la Tierra.
En fin, creo que me he explicado. Si
quieren saber más, de lo de antes o de lo posterior, no tienen más que
preguntármelo…, con permiso de los ángeles guardianes, por supuesto.
***
Acomodada ya en
el tren media-distancia que cubre
despaciosamente el trayecto entre Madrid y Castellar[5],
Pilar Alvarado pierde la mirada en esos paisajes de ventanilla, que no ha
vuelto a ver en los siete años que tuvo con ella en Panamá a sus padres. Se
empeña inútilmente en no recordar que la última vez la acompañaba Antonio, el amor de inmadurez, como ella lo
llama, jugando con la aparente contradicción de haber sido tan pánfila a los
cuarenta y tantos. Claro que genio y figura…, y más en las cosas del querer,
donde tantos como ella prefieren correr riesgos, a dejarlo pasar. Insiste,
imitando a su abuela, que le inculcó el amor por los refranes: genio y figura, hasta la sepultura.
-
Bueno
-piensa-, figura no sé, porque estoy echando quilos y anchuras desde que puse
en orden los temas familiares y superé mi enfermedad; pero el genio sí que
sigue conmigo: esa terquedad para seguir mi camino y ponerme el mundo por
montera. Ya de niña, con mi apariencia de mosquita muerta y el rosario en el
bolsillo, no me dejaba comer el terreno, ni abría a cualquiera mi pequeño
mundo. Luego, la vida me ha ido haciendo más franca y más dura. ¡Anda que si no
llego a espabilar y enfrentarme al lucero del alba! La mujer fuerte de la Biblia, me llamaba Antonio, lo que no es
mucho viniendo de él, que no tenía más voluntad que la de lucirse y pasarlo
bien. ¡Qué vida esta, Señor! Los hombres valiosos que me han tocado en suerte
no han tenido coraje ni perseverancia, y para uno al que le sobraba de esos
valores, me consiguió solo para hacerme infeliz. Ahí está al bueno de Marce,
sin ir más lejos: Todo lo teníamos a nuestro favor, pero no fue capaz de sufrir
un poquito y esperar. No digo que fuera justo lo que nos hicieron entre ambas
familias, pero ¡aquella espantada, sin lucha ni equilibrio! Lo dicho,
igualitos. Bueno, no del todo. Antonio, a estas alturas, si te he visto, no me
acuerdo, mientras que Marce ahora es todo recuerdos y ofrecimientos. ¡A buenas
horas voy a darle carrete, estando casado y procurándome por piedad, o poco
menos! Es verdad que estuvo muy cariñoso con los papás, no dejando de
escribirles y animarlos mientras vivieron, pero eso entra en su temperamento,
educado y generoso. Por cierto, ¿qué será lo que mamá ha querido legarle? De
buena gana lo habría abierto y actuado de censora: No creo que se merezca un
regalo de valor. A veces, los ancianos se
pasan con quienes les prestan atención en sus últimos días…
En Murada ocupa el
asiento contiguo una chica que parece dispuesta a no parar de utilizar el
celular durante todo el viaje. Decide concederle un rato de tolerancia, antes
de recordarle la norma obsoleta de usarlo solo en las plataformas, o la
cortesía de hablar bajo. Tomará un café en el vagón indicado para ello, al que
se encamina, echando de paso un vistazo por si ve un par de asientos contiguos
libres. En la cafetería está también nuestro conocido, el farmacéutico Linares
quien, al ver sentarse a la barra cerca de él a la profesora del homenaje a
Skármeta, decide salir de dudas:
-
Un
poco pesado el viaje -inicia la conversación-.
-
En
efecto, contesta Pili. A estas tierras de Castilla tarda en llegar el progreso
ferroviario.
-
Creo
recordar -añade Linares- que hemos venido en el mismo avión desde Panamá. Me
fijé en usted porque también yo soy entusiasta de Antonio Skármeta.
Pili, gratamente
sorprendida, pregunta a aquel sujeto, bien parecido, unos años más joven que
ella:
-
¿Lo
conoce personalmente?
-
Solo
de vista -miente: ni de eso-. De cuando vino a la Nacional a dar unas conferencias. Creo que fue usted quien lo
presentó… ¡Ah!, a propósito de presentaciones, permítame: Ricardo Linares,
farmacéutico con botica abierta en Colón.
De ahí, pasan al
punto de las razones del viaje. Ricardo todavía recuerda la maleta morada y su
curiosidad por lo que en ella se guarde:
-
Me
he vuelto loco -exagera- y he recorrido casi tres mil millas para acudir a los
actos de las bodas de plata de mi promoción universitaria.
-
¿Estudió
en Castellar?
-
Creo
que no había Facultad de mi especialidad. Estudié en Santiago de Compostela,
pero mi condiscípulo más querido vive en Castellar y me ha invitado a pasar un
par de días en su casa, antes de seguir juntos viaje a Compostela. Me ha
ponderado mucho la belleza de su ciudad.
-
Qué
quiere que le diga. Salvo que se sea de allí, como yo, su interés es bastante
limitado.
-
¿Y
usted?, ¿también viene a celebrar las bodas de plata?
-
Esas
ya cayeron hace unos años -responde Pilar sonriendo-; pero entonces vivían mis
padres y no me apeteció dejarlos solos en Panamá.
-
Lamento
su muerte -dice, cogiendo la referencia al vuelo-. Siempre es doloroso, y más
cuando todavía se es joven, como es su caso.
-
Precisamente
ese es el objetivo de mi viaje -aclara, sin aludir al excesivo requiebro-.
Traigo sus cenizas, para que reposen en la sepultura familiar.
Pilar se enfada
consigo misma, por haber hecho tal confidencia a un desconocido. Reacciona
cortando la charla, con el pretexto de que no quiere dejar sin custodia el
equipaje, ahora que van a parar en una estación intermedia.
-
Que
disfrute de su estancia en Castellar -desea a Linares-.
-
Ha
sido un placer hablar con usted, contesta él.
Al quedarse solo, musita:
-
Ni
en veinte años habría sido capaz de descubrir lo que llevaba en la famosa
maleta. Y eso -sonríe- que el color era una buena pista[6].
3. El viraje
Había escogido
aquel hotel por ser de los de toda la
vida y sumamente céntrico, hasta el punto de que, como le habían dicho en
recepción al preguntar si la habitación reservada era tranquila:
-
Señora,
el único ruido que podrá perturbar su sueño serán las campanadas del reloj del
Ayuntamiento.
-
Entonces
no hay cuidado, repuso. El Ayuntamiento es como mi casa.
Seguro que, si le
piden aclaración, se la habría hecho con mucho gusto, pero la chica de las
campanadas se había limitado a entregarle la llave y decir segundo piso. En cualquier caso, su ocurrencia había destapado el
tarro de los recuerdos. Aquel Consistorio neohistoricista contiguo limitaba al
norte con el parque de bomberos que hacía las delicias de Carlos, cuando niño;
al este, con la biblioteca municipal, cuyos préstamos nutrieron su lenguaje y
alumbraron una vocación que tantos años tardaría en realizarse; al sur, con el
solemne y albo salón en que se jugó una mañana de mayo la vida de su abuelo; y,
por fin, al oeste, con la Iglesia del Nazareno y sus tétricas esculturas
procesionales, que todavía aparecen en sus sueños. Así que ¡a ella le van a
venir con el aquel de las campanadas del reloj municipal!
Se recluye en la
habitación. Coloca en lo más alto y hondo del armario esas urnas que, tras su
transformación para el viaje, le siguen recordando los envases de carne de
membrillo La Fortuna. Envía a su
hermano un mensaje telefónico: Acabo de
llegar. Mañana te llamo y hablamos. Se desnuda lentamente, mientras llena
de agua muy caliente la bañera, ese delicioso privilegio del que no pudo gozar
en la vetusta casa natal, que fue su morada hasta los quince años. Se sumerge
totalmente -costumbre inveterada- y aguanta la respiración, hasta que sus
anchos pulmones le suplican oxígeno de renuevo.
No le apetece
salir a cenar, ni siquiera en el restaurante del hotel. Pide que le suban un
bocadillo de jamón y una cerveza, que espera en pijama y bata, hojeando la
lujosa revista que sufragan los comercios más ilustres de Castellar, entre
cuyos nombres, ¡ay!, pocos quedan de sus años mozos. En esto que suena el
teléfono fijo. Supone que será Carlos, respondiendo a su mensaje. La sorpresa
es mayúscula:
-
¿Pili?
¡Bienvenida a España! Soy Marce.
-
¡Marce!
Chico, pero ¿cómo sabías que…?
-
No
hay muchos hoteles clásicos y supuse que habrías reservado en alguno de ellos…
En fin, llamaba para saludarte y saber cómo habías hecho el viaje.
-
Casi
acabo de llegar; bien, pero muy cansada, como te figurarás.
-
Claro,
estás tan lejos… Abrevio. También quiero decirte que he cuadrado mi agenda y,
con sumo gusto, iré al sepelio. ¿Me confirmas día y hora?
-
En
efecto: pasado mañana a las doce. La sepultura está en el cuadro 1: nada más
entrar, a mano izquierda.
-
Perfectamente.
Que descanses y hasta entonces.
La llamada la
había dejado tan desarmada que, tras
vacilar unos momentos, se lo reveló:
-
Por
cierto, te traigo una cosa que mamá me confió para ti… No sé qué es ni, por
descontado, la he abierto. Así que me alegro de que hayas encontrado la forma
de poder asistir, para entregártela en mano.
-
Yo
también… Tu madre siempre tan generosa conmigo. En fin, no será el único don
del día. Veros será otro regalo…, un magnífico regalo.
Colgaron. Pili se
arrellanó en el sillón y sintió una gran sensación de alivio. En unos momentos,
se había disipado la preocupación por el encuentro. No es que tuviese ganas de
verlo, no. Era que, como por encanto, su resquemor de tantos años se había
fundido, dejando el corazón abierto y la mente libre. Imaginó con tristeza
cuánto habría disfrutado su madre, de haber escuchado aquella breve e
intrascendente conversación. ¿O tal vez sí la había oído? ¿Quién sabe? El caso
es que Pilar ha desviado ya su atención hacia el otro punto conflictivo.
Murmura:
-
Seguro
que no va a ser tan fácil con Carlos… y con la artera de su mujer.
***
¡Cómo iba a faltar
el espíritu de Alicia al encuentro con su amado/detestado Ayuntamiento! No
habría podido encontrar su hija un hotel más adecuado, ni buscándolo con un
candil. Además, ¡cómo luce!: escaleras, patio columnario, restaurante a todo lujo…
Eso que la buena cocina no se hace de grandes espejos y camareros de frac. Si
lo sabrá ella que, justo aquí al lado, se tiró cuarenta años sirviendo comidas
de las de verdad, no la ridiculez de la degustación y el diseño. En fin, los
tiempos cambian y mejor que Benito no ande ahora por aquí y haya visto que su
hija se despacha con un bocadillo y una caña, que ni tanto, ni tan calvo. Pero
no es para curiosear por el hotel para lo que ella está allí. Se desliza en la
habitación y, quieras que no, echa un vistazo aterrorizado a las urnas. ¡Jesús,
mira que cambiar los hermosos tarros de cerámica en tono menta, con arabescos
dorados, por estas cajas de resina con forro de plástico!
Se vuelve hacia
Pili, acaricia su frente y sopla tenuemente sobre ella, hasta que se estremecen
los cabellos. “Es grande el paso que ha dado sin ayuda, pero todavía es largo
el camino a recorrer. Seguro que mañana habrá de vérselas con Carlos y Andrea.
La vida todo lo cambia y muchas veces para mal. ¡Quién vio a mi hijo, fuerte,
inteligente y generoso, hasta derrochador! Y ella, siempre barriendo para su
familia pero, en cualquier caso, respetuosa y entregada a él. Luego, ese
terrible accidente de trabajo, que lo convirtió a los treinta y siete años en
un guiñapo, retirado y vulnerable. ¡Claro que se podría haber sobrellevado
mejor el desastre, pero todos hicieron por salir adelante y el que esté libre
de pecado que tire la primera piedra! Mi pobre niña tuvo que habérselas sola al otro lado del Océano con aquel
desequilibrado, pero poco podíamos hacer, trabajando los dos y no pudiendo
venirse ella para España, para que no le quitaran a los niños. Nos volcamos con
Carlos, como era de ley, aguantando de paso sus sofiones y los constantes
sablazos de ella, que parecía que le había hecho la boca un obispo. ¿Qué vamos
a pedir, con la que les había caído? ¡Y con tres hijos que sacar adelante!
Demasiado bien salieron las cosas y gracias damos a Dios porque nos permitió
ayudar en todo y con todo. ¿Que cuando nos llegaron los achaques de la vejez
nos dieron un poco de lado? Ya se sabe, bastante hacían con vivir su vida, que
también por ellos pasaban los años. Los nietos…, un poco despegados, la verdad,
pero los jóvenes de ahora son así, ¡qué le vamos a hacer! Querernos, nos quieren
y, por otra parte, se fueron marchando de Castellar por colocarse donde podían,
que el trabajo no llueve del cielo. En fin, Pili amada, nos llegó tu oferta,
decidida, casi imperiosa, y nos fuimos contigo, quemando las naves, como aquel conquistador.
Estabas sola y nosotros poco atendidos. Han sido unos años maravillosos, tú lo
sabes, aunque papá tuviese la loca idea de marchar por delante a la Otra Vida.
Claro que aquí volvemos a estar
juntos, mirando por Carlos y por ti, sangre de nuestra sangre.”
Suenan, pausadas y
solemnes, las campanadas de la medianoche. Alicia roza con los labios la
mejilla de su hija y se desvanece, a la vez que la reverberación del último
tañido.
***
Pili se levanta
temprano, aún con las imágenes del sueño vivas, casi angustiosas. Pocas veces se
había representado a su madre de manera tan luminosa y apacible. Pero el hecho
es que no recuerda nada más de lo soñado. Mentalmente confecciona el programa
de este día, 14 de junio, aunque teme que, entre todos sus seres queridos, lo alteren irremediablemente. Pero ya tiene
preparada la respuesta: Como
comprenderéis, estoy cansada del viaje y tengo que hacer los preparativos de lo
de mañana. Voy a quedarme unos días en Castellar. En el cementerio nos veremos
y quedamos.
Más tranquila, escribe
todas sus previstas tareas y gestiones en las cuartillas de cortesía con
membrete del hotel. Su letra es redonda, sencilla, un poco feúcha -como yo, bromeaba, haciéndose de menos-.
Paseo matutino con la fresca, desayuno en El
Suizo, una visita al Gran Parque, llamada a la funeraria, encargo en la
floristería… ¿Y Carlos? Contra su manera de ser se auto invita a comer. Le
manda un mensaje por el celular, que todavía no sabe por qué termina así: A los postres, pasteles -que llevaré yo- y
una buena ración de testamento, a ver si terminamos de una vez los deberes para
dedicarnos a lo que de verdad importa.
Alguien le sopla
al oído un consejo, como cuando hacía los deberes
de pequeña bajo la atenta mirada de su madre: ¿Por qué primero una cosa y
luego otra? ¿Es que no pueden ir juntos el patrimonio y los sentimientos?
Sorprendida, deja
por unos momentos de cepillarse el pelo y se mira fijamente en el espejo.
Sonríe de oreja a oreja, mostrando sus dientes, tan blancos como otrora:
-
¡Anda,
que no es cándida la hija de mi madre: las dos cosas juntas!... Aunque, bien
mirado, ¿por qué no?
4. Las joyas
-
Muy
ricos estos pasteles. ¿De dónde son?
-
De
La Valenciana. Me los recomendó un
camarero del hotel.
La comida a tres
está terminando. Andrea se retira a la cocina para preparar la ceremonia del café. Carlos se levanta
penosamente de la mesa y sugiere a su hermana que se sienten en el sofá. Ella
aprovecha para pasar por el vestíbulo y recoger del bolso una carpeta
transparente colmada de documentos. Cuando la ve venir con ella, Carlos le
pregunta, con tono intemperante:
-
¿Crees
necesaria tanta prisa? Podríamos terminar de comer en paz.
-
¡Pues
claro que sí! De verdad que vengo en son de paz, con una rama de olivo en el
pico. Más que nunca, soy la Pili de la calle del Jabón, que te seguía como un
perrito dondequiera que fueses.
-
Bueno,
bueno -gruñe Carlos-; no hace falta tanto. Me basta con que podamos hacer una
buena digestión.
Toman el café. La
presencia de la carpeta en la silla contigua a Pilar parece haber cortado a
todos las ganas de conversar. Ella lo percibe y resuelve acortar la tensa
espera:
-
Me
figuro que habréis leído ya el testamento y el inventario de bienes. Como el
dinero y los valores están depositados en bancos españoles, no habrá ninguna
dificultad para que nos hagan la tramitación desde aquí. ¿Creéis necesario
nombrar algún albacea o a un letrado que se encargue del papeleo y el reparto?
-
Estando
tú en Panamá y yo… como estoy, creo que será lo mejor designar a un abogado que
se encargue, siempre que sea de confianza -responde Carlos-.
-
Yo
había pensado en el primo Enrique -dice Pilar-, el que gestionó la herencia de
la tía Marisol.
-
Es
una buena idea -tercia Andrea-. Actuó con rapidez y eficacia, y nos cobró una
cantidad casi simbólica.
-
No
se hable más -apoya Pili-. Antes de marchar, le dejaré hecho un poder. De todas
maneras, no le vamos a dar mucho trabajo, ya que es un caudal muy sencillo de
dividir.
Andrea abre la
boca para hablar, pero Carlos la mira de modo tan severo, que corta de raíz su
intervención. Pili lo nota y decide echar una mano a su cuñada, tal y como de
antemano tenía resuelto:
-
Claro
-prosigue- que está el tema de todas las cosas que los papás llevaron a Panamá
cuando ellos marcharon para allá. Aquí tengo una relación completa, con
fotografías y la valoración de un tasador diplomado.
Abre la famosa
carpeta y va colocando sobre la mesa auxiliar el legajo anunciado. Carlos no
muestra ningún interés pero su mujer deja pasar unos segundos y toma las fotos,
diciendo:
-
¡Chica, qué de recuerdos! ¡Y qué bonito te
habrá quedado el chalé con todas esas cosas!
-
En
efecto, parece un trocito de Castellar en el trópico; pero, sobre todo,
mantendrá vivo el recuerdo de nuestros padres, cosa que no sabes lo que me
ayuda a sobrellevar su ausencia y mi destierro.
-
Puedes
quedarte con todo -afirma Carlos-. Nosotros ya tenemos bastantes muebles y
cachivaches en esta casa.
-
Os agradezco que no me privéis de ello, máxime con el
gasto y el deterioro que supondría su viaje de vuelta; pero no estoy dispuesta
a incumplir la voluntad general de los papás de que heredemos a medias sus
bienes. Así que descontaremos del dinero de mi parte la mitad del valor de todo
ese ajuar que, según el técnico, asciende a 7.500 dólares, es decir, unos 6.500
euros. Así se lo haremos saber al abogado y se hará constar en el cuaderno
particional.
-
¿Quieres
una copita?, pregunta Andrea a su cuñada, como para recompensar su gesto. Pili
contesta que después y saca un nuevo
expediente, mucho más pequeño que el anterior, pero también ilustrado a todo
color. Expone:
-
Ahora
vamos con un asunto que, más que con Carlos, tiene que ver con Andrea y con
vuestras dos hijas. Me refiero a que tengáis un recuerdo personal de la abuela
Alicia, de cosas de valor que ella se ponía o fue acopiando durante toda su
vida.
Las fotos que
ahora pone sobre la mesa, del lado al que está sentada Andrea, representan
joyas, relojes y relicarios para mujer, en tamaño muy superior al natural.
Mientras su esposa las escudriña, Carlos recibe su dosis de sorpresa y regalo:
-
Naturalmente,
las pocas preciosidades que papá se permitió son para ti, como es costumbre
española. Aquí te las he traído.
Y saca del bolso
un estuche para reloj, que deja abierto ante su hermano. Dentro se encuentran
el reloj de oro, un solitario áureo con las iniciales B y A grabadas, otro con
un gran rubí de talla octogonal y la alianza de boda. Carlos trata de superar
la emoción, alargando su contemplación y manoseo. Finalmente, protesta:
-
Si
no me equivoco, estas son todas las cosas de valor de papá. No consiento que tú,
que tanto lo querías -como él a ti-, te quedes sin un recuerdo suyo.
Pili sonríe con
cierta amargura: Tenía que salir lo de la preferencia paterna, que Carlos
siempre acusó. Decide aprovechar la oferta:
-
Si
te parece, me quedo con la alianza. Me haré un dije con esta y la de mamá.
Mientras tanto, Andrea
ha terminado su escrutinio. Ha apartado media docena de fotografías, que
muestra a Pilar, como temerosa de haber elegido lo de mayor valor:
-
¿Qué
te parece, Pili? No será mucho…
-
Por
supuesto que no -responde casi sin mirar la selección-. Sois tres a ponéroslas,
que las niñas ya están en edad de merecer.
Como suele
decirse, pasa un ángel, cuyo vuelo
interrumpe Pilar:
-
Ahora
sí que me tomaría esa copita. Si tienes, me gustaría un Cointreau, como a mamá.
-
***
Servidas las
copas, Andrea se retira sin decir nada, para reaparecer a los pocos minutos con
un cofrecillo de madera, con refuerzos y cerradura metálicos. Su marido la mira
atónito, pero ella, sin encomendarse a su opinión, se explica:
-
Bondad
por bondad, Pili. Quería haber hecho esto desde que murió tu tía y vimos que
nos dejaba a Carlos y a mí todo lo que tenía, descontadas sus muchas deudas,
que no sabes cómo están aquí las residencias de ancianos… A lo que iba, no me
he quedado tranquila con heredarla yo, por el hecho de haberla atendido en su
enfermedad y muerte, y verte a ti sin nada, habiendo sido tan íntimas durante casi toda la vida…
-
Eres
muy amable, Andrea -la interrumpe Pilar-, pero nunca tuve el amor de mi tía, en
comparación con Carlos. Luego, entre mi marcha a Panamá y ciertas…
desavenencias por diversos motivos, nos fuimos distanciando. No te ocultaré que
me dolió muchísimo que no tuviera un recuerdo para mí en su última voluntad,
pero está claro que era cosa suya y nada tienes que explicarme.
-
¡Claro!,
yo para nada influí en el testamento pero, con todo, me supo mal su desapego,
no solo hacia ti, sino también para con tu madre, a quien nunca perdonó que se
fuese a vivir contigo, dejando en la
estacada -según decía- a Carlos y a ella. En fin, no hay que tomárselo en
cuenta. Siempre fue muy tajante en sus afectos y opiniones, y en sus últimos
tiempos había perdido bastante la cabeza.
-
¡Si
acabarás con todas esas historias para no dormir…!, protesta Carlos, que ya no
encuentra la postura en el sofá y se cambia a un sillón más alto.
-
A
lo que voy -obedece Andrea-. Lo que voy a hacer hoy habría querido cumplirlo mucho
antes, pero como no volvisteis por España… Quiero hacer contigo lo que ya no
puedo con tu madre. Coge de aquí lo que quieras, aquello que te traiga mejores
recuerdos de tía Marisol, y que Dios haya tenido piedad de su alma.
Se vierten sobre
la mesa los tesoros del cofre, no pocos ni de corto valor, por cierto. Entre
ellos -como ya Alicia se había quejado a Pilar-, diversas piezas que eran de aquella,
pero que Marisol se había apropiado, al estar en una caja común en el banco. En
consecuencia, aún sin explicar el motivo, se centra en esas joyas, cinco o
seis. Su hermano insiste:
-
Coge
más. ¿No ves que están pasadas de moda y Andrea no se las pone nunca?
Toma otro par de
ellas y trata de hacer causa común con la amostazada esposa:
-
Estos
hombres, siempre tan materialistas. Es seguro que, ni a ti, ni a mí nos importa
otra cosa que la emoción del recuerdo.
Andrea, con cierta
rapidez, cierra el cofre y lo retira de la mesa, para dejar sitio. Pilar, por su parte, guarda el emocionante botín en un apartado de su bolso,
asegurado por cremallera. Carlos empieza a hablar sobre el acto fúnebre de
mañana, los asistentes probables y quienes han excusado su asistencia. Su
hermana, viendo que la cosa puede ir para largo, se dirige a Andrea:
-
¿Me
sirves otro café? Está riquísimo.
***
En el camino de
vuelta al hotel, aunque ya anochece y su bolso parece la cueva de Alí Babá, se
atreve a pasar por el Parque, deprisita y sin dejar de mirar la alforja.
-
¡Adiós,
profesora Alvarado!, saluda un caballero al que no ha visto, concentrada en
otra cosa, como iba.
-
¡Huy,
perdone, voy distraída!, se justifica, deteniéndose.
-
Me
va a permitir que le presente al condiscípulo del que le hablé.
El aludido, al oír
el apellido, pregunta:
-
No
será de la familia del Rector que…
-
En
efecto -contesta sin esperar la conclusión de la pregunta-. Soy nieta suya.
-
Ha
venido a Castellar a cumplir el penoso deber de sepultar las cenizas de sus
padres, explica Linares a su amigo.
-
A
sepultar cenizas… y también rencillas
-añade-
Se despide y sigue
rumbo al hotel. Los árboles del Paseo no la recordaban tan ligera y alegre
desde aquellas Ferias en que bailó con su padre, en la verbena de la Pérgola.
***
Hay quien asegura
que al Purgatorio se va solo a sufrir para expiar los pecados. Lo cierto es, si
se pudiese salir de allí sin permiso, Marisol se habría presentado en la
reunión familiar para estrujar entre sus brazos a las dos mujeres y a su amado
sobrino. Todo ha ido a pedir de boca y ni ella, con toda su experiencia de componedora,
lo habría hecho mejor. Claro que su sufrimiento ha tenido hasta ver reconciliados
a quienes, por su ímpetu y mal genio, contribuyó a desunir. Esa es la verdad, porque
la cosa venía de mucho antes de perder buena parte de su raciocinio.
Oye, ¿y si la
superación de los efectos amortiguara la sanción de su causa? ¿No será la
alegría que siente el anuncio de su próxima liberación? Quiere creerlo y hasta
se atreve a hacer planes de futuro en una vida eterna, en la que el tiempo no
sabemos cómo se cuenta. El caso es que en ese apaciguamiento familiar faltaba
Alicia, por muy justificadas razones. Y Marisol, como siempre, no quiere dejar
ningún cabo suelto:
-
En
cuanto llegue al Cielo -se promete- buscaré a mi hermana y le daré un inmenso abrazo.
No me va a negar su perdón, estando donde está…
5. Alleluia
El retorno a la habitación 210 fue bastante más grato que su
entrada del día de ayer. Con todo, estaba muy cansada, bastante soñolienta y
aún tenía que repasar algunas cosas para la ceremonia del día siguiente. Por de
pronto, cumplió el rito de sumergirse en la bañera casi humeante, dejando de
exposición en la repisa del borde las joyas recobradas y la alianza paterna. Su prodigiosa memoria le permitía recordar,
no solo el origen y fecha aproximada de cada una, sino los principales eventos
en que había visto a su madre ornada con ellas. Se entretuvo en imaginarla y,
de cereza en cereza, acabó soñando con su puesta de largo, la graduación de
Carlos, las bodas de plata de sus padres y el homenaje al abuelo en el colegio
de su mismo nombre. Cuando quiso darse cuenta, eran las nueve y el amplio lavabo
parecía un baño turco. Amparado en aquel vaho espeso y al conjuro de su anillo
de boda, otro vapor parecía querer insinuarse en la mente traspuesta de la niña, superando su natural humildad y el
respeto que la profesaba:
-
No
voy a decirte lo que debas hacer: De sobra tienes inteligencia y -¡ay!- edad
para ello. Aunque Dios nos libre de los errores y disparates que cometen las
personas más listas. Como él, sin ir
más lejos. El figura, como yo lo llamaba, con una mezcla de confianza y
admiración. ¡Y ya ves luego, el dolor que te causó y el daño que por él nos
vino! Pero puedes estar segura de que no lo hizo con mala intención; es más,
aunque haya sido un poco tarde, desea lo mejor para ti y no deja de recordarte.
Poco antes de marchar mamá y yo contigo a Panamá, Marce vino a dar una conferencia a
Castellar y llamó a tu madre para invitarnos a cenar. Ya sabes, los viejos
siempre con lo mismo: Salió el tema de los achaques y de las enfermedades… y de
lo que llega después. Él se puso muy serio y nos prometió que, en lo que
viviera, no te faltaría compañía y ayuda; siempre
que ella lo permita, agregó con cautela. Yo no estaba al corriente de
vuestras cosas, pero mamá me aclaró luego, en casa, que se había excedido con
las bromas y ofertas en una carta, o que tú lo habías malinterpretado. Total,
que estabais otra vez como antes. Tú sabes lo que te conviene, hija, pero no se
puede ser tan susceptible con los que te quieren, aunque metan la pata de vez
en cuando. En fin, vamos a seguir intercediendo porque os avengáis, a ver si
tenemos tanto éxito como con lo de tu hermano.
Pili se despierta
de golpe y tosiendo, al tragar inconscientemente agua del baño. Sale de la
bañera, se seca, echa por los hombros la chaqueta del pijama y recoge las joyas
de la exposición. Al llegar a la
alianza paterna, siente un escalofrío. Si será tonta -se dice-, que ha percibido
de alguna forma la presencia de su padre junto a ella.
***
El acto del
cementerio ha sido puntual y breve. Todo estaba ya preparado de antemano por
los sepultureros y el sol de junio caía inclemente sobre la tumba, no sombreada
a la sazón por los cipreses. Pilar fue despidiéndose de todos con la misma y
preparada cantinela: Muchas gracias por
venir… Recuerdos a tu madre… Nos vemos en estos días… Llámame y quedamos… Marce,
un poco cohibido, ha saludado a Carlos, pero remolonea en acercarse a ella. De
hecho, es el último en hacerlo, cuando está a punto de iniciar el camino de
salida. Le tiende la mano, pero Pili le pone la mejilla. Luego, los tópicos de
siempre: la salud, lo bien que se conservan, qué tal los hijos…
-
¿Has
traído coche?, pregunta Pilar.
-
No,
he venido en autocar.
-
Entonces
te bajo hasta el centro en mi taxi. Lo he dejado en espera.
-
Es
que pensaba acercarme en un momento a la tumba de mis padres.
Lo ha dicho de
forma tan sincera y como disculpándose, que ella siente la llamada del ayer:
-
Vale,
te acompaño. Ya que no pude hacerlo en su día, por estar tan lejos…
Rinden visita y
comparten un padrenuestro con las jaculatorias de los responsos. Luego,
perezosamente, toman el camino recto que lleva a la puerta principal, charlando
sobre la identidad de las personas que los han acompañado en la ceremonia. Al
llegar al taxi, ella pregunta:
-
¿A
dónde quieres ir?
-
A
comer. Déjame en la Plaza Mayor.
-
¿Te
apetece que comamos juntos?
-
¡Estupendo!
No me atrevía a invitarte, por creer que lo harías con Carlos.
-
Ya
estuve en su casa ayer… Pero nada de invitarme. Yo te he hecho venir y es justo
que corra con los gastos.
Ordenó al taxista
que los llevase a su hotel. La explicación era obvia:
-
Si
seré despistada, que había olvidado darte el legado de mi madre. Además, el
comedor es muy agradable y la cocina es de calidad, para lo que suele estilarse
en los hoteles.
-
Yo
también tengo algo para ti -dice Marce, señalando la cartera que pende de su
hombro-, pero no pensaba dártelo hasta que nos despidiéramos.
-
¡Vaya,
hombre! De misterios andamos.
Pili deja ya
instalado en el comedor a su amigo y,
literalmente, corre a la habitación en busca del encargo materno. ¡Hasta sube
con agilidad los dos pisos de escaleras, sin resentirse de aquella caída tan
tonta en Año Nuevo! Coge el paquete y, cuando baja, ya encuentra en su puesto
de la mesa un envoltorio plano y cuadrado, con la inequívoca etiqueta de una
tienda de discos. Al unísono rasgan las envueltas y, también a la par, se
ilusionan y leen las respectivas dedicatorias. Hay una diferencia: Marce solo
tiene ojos para su legado, mientras Pili reparte su curiosidad entre su regalo
y el que él tiene en sus manos.
Procedamos por orden de antigüedad:
El recuerdo para
Marcelino es un libro en octavo mayor, encuadernado en rústica. En la portada,
el retrato de una Alicia casi juvenil, con el fondo de la fachada de la
Universidad castellarense y un título de corte novelesco pero que define en
realidad la biografía de su madre, escrita por Pili: La hija del Rector. En la guarda de inicio, las siguientes palabras
manuscritas: Si este libro llega a tus
manos, será señal de que mis oraciones han sido atendidas. Ahora es el turno de
que cumplas tú, Marce querido, tu solemne promesa. Te quiere, Alicia.
Pili descubre un
viejo disco de vinilo, cuya cubierta satinada reproduce el rostro hermoso y
sonriente de una joven de melena y gafas graduadas, como las que ella
debería llevar habitualmente, si no fuese tan pizpireta. Su título, con extraña
tilde, Alléluia. La dedicación es la
siguiente: A Pili, de Marce (Cara B,
número 1)[7]. Sin
firma.
-
Así
que lo tuyo era un libro -inicia Pilar la conversación-.
-
El
que tú escribiste en su homenaje -responde Marce-. Ella sabía que estaba muy
interesado en tener un ejemplar y me prometió el suyo para cuando no le hiciera falta. Bien creí que se
habría ido sin ocuparse de semejante
nimiedad.
-
¡Huy,
hijo! No sabes bien la importancia que para ella tenía complacerte y cómo me
echaba en cara que yo actuase de modo muy distinto.
-
Eso
ya es agua pasada… ¿Qué tal andas de francés?
-
Lo
tengo muy olvidado, ¿por qué?
-
Porque
no he podido encontrar el disco por Internet más que en ese idioma.
-
¡Ah,
ya entiendo! De todos modos, recuerdo lo bastante para saber lo que significa pardonne-moi[8]. Lo suficiente, para asegurar que no
tengo el propósito de perdonarte…, dado que nada hay que perdonar: disculpar,
como mucho.
-
No
sabes lo que me alegro de que tu silencio haya quedado atrás; entre otras
cosas, porque el camarero nos está echando unas miradas asesinas ante lo mucho
que estamos tardando en pedir.
***
Ignoro si tendría algo
que ver el vino de Ribera del Duero o todo sería fruto del júbilo dionisiaco del reencuentro
largo tiempo postergado. El hecho es que la inevitable y sesuda peroración de
Marce acerca del progreso de los estudios psicológicos en materia de primer
amor, fue cortada en agraz por su interlocutora con un tajante y bastante
estentóreo: Marce, ya estás como siempre,
haciendo ciencia con los sentimientos. Claro que yo los convierto en
literatura.
El hombre, en el
salón tan concurrido, no sabía a dónde mirar. Total, solo acababa de repetir
una frase ingeniosa y no muy comprometida de un autor de moda: Hay únicamente tres amores verdaderos: el
primer amor, el amor imposible y el amor de tu vida.
Al verlo tan
abochornado, Pili le echó un cable, a su manera:
-
Fíjate
en esta: El amor imposible es el que más
dura. Prosaica, ¿verdad? Pues vamos a hacerla poesía: El amor imposible lleva en sí el perfume de la eternidad.
Y se echó a reír,
sofocando la carcajada con la mano.
Al lograr
contenerse, volvió a la carga:
-
Esta
va por ti, que admiras mucho a su autor[9]:
La magia del primer amor consiste en
nuestra ignorancia de que pueda tener fin. Clarividente, ¿eh?
Y torna a reír a
carcajadas, esta vez sin contener el estrépito. Marce dio gracias a Dios de que
hubieran terminado el postre, miró ostensiblemente el reloj de pared,
que marcaba apenas las tres y media, e hizo seña al camarero de que trajese la
cuenta. Pilar no pareció percatarse:
-
Ahora
te toca a ti, le dijo. ¿Es que no sabes ninguna?
-
Déjame
pensar… A ver… La tengo en la punta de la lengua…
-
Vamos,
vamos -insistió Pili-. Tú que eres tan experto en amores perpetuos…
-
A
ver si me acuerdo… Ahí va: Estamos
condenados a un primer amor[10].
Pilar mostró
ruidosamente su desilusión, al tiempo que venía el mozo con la factura:
-
¡Serás
soso!... ¡Qué pague el señor, por ser tan poco ocurrente!
Marce hizo un
ademán de resignación, abonó la cuenta y dijo a Pilar:
-
Aquí
hay demasiada gente. Vamos a tomar el café en esa sala tan coquetona de las
columnas. A ver si el estilo Renacimiento me agudiza el ingenio.
Ofreció el brazo a
la dama, que esta tomó con evidente satisfacción. Una vez en su destino, se sentaron
en una rinconera y al aroma cafetero, con su compañera más apaciguada, Marce
reanudó el torneo de frases:
-
Una
mía: Amor imposible y primer amor son una y la misma cosa.
-
¡Protesto,
señoría!, replicó Pilar, aparentando indignación. Está usted respirando por la
herida, pero ahí están -o estaban- sus padres y los míos para desmentirlo.
-
Tocado, bella señora. Me acogeré, pues, al
donaire ajeno. El verdadero amor se
presenta una vez en la vida… y luego no hay quien se lo quite de encima[11].
-
Muy
divertida -dijo Pili-, pero muy triste. Verdaderamente, Marce, ¿estás pensando
en echarme de tu corazón?
-
Claro
que no, mi perla del Caribe; ni se me ocurriría siquiera.
Parecía ahora tan
decaída, que intentó alegrarla a un atrevido precio.
-
Escucha
esta otra: No piense mal de mí, señorita.
Mi interés por usted es puramente sexual.
Ella apenas se inmutó.
-
¿Te
importaría ayudarme a llegar a mi habitación? No me encuentro muy bien aquí.
De camino al
ascensor, agregó:
-
Será
solo un ratito.
-
No
te apures, Pili. Mi autobús no sale hasta las siete.
***
A eso de las siete
menos veinte, un apresurado galán abandonaba la habitación número 210, bajaba
las escaleras con precipitación y, al llegar al vestíbulo del hotel, pedía un
taxi urgentemente. En la habitación, todavía echada y con una sonrisa de
felicidad, Pili apenas celaba sus encantos con una simple sábana. A su mente
venía el lejano recuerdo de una noche, también loca, de alcohol, amor y salitre
con Antonio, tan distinto y tan distante. Pasó una mano por su frente para
quitarse aquella ingrata remembranza, estiró al máximo su anatomía y musitó:
-
Como
diría mi tía Marisol, que en gloria esté, no hay cosa más agradable que sacar los atrasos.
Mientras se ponía
en pie, camino de la bañera, le pareció escuchar la voz de aquella alma, ya
bienaventurada, que le decía:
-
Niña
mía, lo que acaba de sucederos no es cosa de las enseñanzas de mi espíritu, sino
de vuestra libre e inmarcesible carnalidad.
[1]
Hago uso del llamado privilegio del creador, estableciendo el neologismo conviajero, como significativo de
persona compañera de viaje, por analogía con condiscípulo, conmilitón y tantas
otras.
[2]
La Estrella de Panamá, diario fundado
en 1849, que actualmente (2019) continúa publicándose.
[3] Antonio Skármeta Vranicic (1940), ilustre
escritor chileno. Por los datos que seguidamente se ofrecen, la novela aludida
debía de ser La chica del trombón
(editorial Debate, Madrid, 2001), Premio Casa de las Américas de Narrativa en
el año 2003.
[4] Podría
tratarse de la cinta, ¡Qué asco de vida!
(Mel Brooks, 1991).
[5] Para lectores curiosos, les informaré que la Alta Velocidad no llegaría a esta línea
hasta unos años más tarde (finales de 2007).
[6]
Recuérdese que el morado es, con el negro, el color de los ornamentos
litúrgicos en la Iglesia Católica para los oficios de difuntos.
[7]
Este disco long play, del sello Philips, existió en realidad, conservándose
multitud de ejemplares, algunos a la venta. Fue inicialmente editado en Francia
(de ahí, la tilde), en 1977. El rostro en la portada es el de la cantante que
lo grabó, Nana Mouskouri (1934). El corte B-1 corresponde a la canción Pardonne-moi (letra, de C. Lemesle;
música, de Alain Goraguer). Existe
versión española (Perdóname), a cargo
de la misma cantante, cuyas palabras siguen fielmente el original francés,
excluyendo, con buen gusto, algunas innecesarias connotaciones o analogías
religiosas que tenía aquel.
[8]
Este fragmento de la conversación queda en parte aclarado con la nota
precedente. En cuanto al resto, se hace muy aconsejable conocer la letra de la
canción, que dice así en los versos finales de su versión española: Perdóname por tanto amor, / por no vivir sin
tu calor. /Perdóname por serte fiel. / Perdóname, si aún te quiero yo.
Tendrán una experiencia muy grata si la escuchan, por ejemplo, en youtube.
[9] Se atribuye a Benjamín Disraeli (1804-1881),
que fue Primer Ministro del Reino Unido (1874-1880).
[10]
Francisco Umbral (1932-2007), en su columna del diario madrileño El Mundo, correspondiente al 14/12/2006.
[11] Esta frase y la siguiente se atribuyen al
conocidísimo humorista norteamericano, Groucho Marx (1890-1977).
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