Historias de
traición (V). El llamado Conde Don Julián
Por Federico Bello
Landrove
Pocos traidores tan acreditados en España como el llamado Conde Don Julián, en cuya figura se mezclan
inextricablemente una historia confusa y una fulgurante leyenda. En este
relato, he tenido la oportunidad de hablar extensamente con él y recibir su versión de los hechos, en la línea de
los más acreditados y prudentes historiadores[1], muy alejada, por supuesto, del tópico
urdido, no tanto por hermosas leyendas, cuanto por insoportable pereza ante el
estudio.
1. Un encuentro inesperado
Una noche de
insomnio da para mucho; sobre todo, si uno trata de aprovecharla para rememorar
la Historia o imaginar nuevas peripecias relatables. Volvía yo de unos cuantos
paseos por el pasillo y el salón, cuando me topé en el sofá del dormitorio con
un caballero de edad, barbado y corpulento, envuelto en la manta más abrigada
de mi armario, que apenas dejaba ver -una vez encendida la luz- unos ojos
negros muy penetrantes y una nariz cubierta por una funda dorada
resplandeciente. Debió de imaginarse mi espanto, pues tan pronto se recuperó él,
a su vez, del susto de la instantánea iluminación del dormitorio, me dirigió de
forma muy respetuosa las siguientes palabras:
-
Permita,
señor historiador, que me presente de forma tan imprevista y poco oportuna,
pero el tiempo apremia, como en seguida le aclararé. En todo caso, he de
decirle que vengo a verlo, aconsejado por Vellido Dolfos, a quien su veraz
relato[2]
ha tenido la virtud de hacer que lo trasladen, del Noveno Círculo del Infierno,
al Séptimo[3].
-
¿Y
eso ha sido algo bueno para él?, inquirí estúpidamente, tan solo por no saber
qué contestarle.
-
Pues,
a decir verdad, todo es cuestión de gustos. Él y yo nos helábamos en el seno de
un lago de agua congelada, donde estábamos sumergidos hasta el rostro. Ahora,
según se comenta, pena sumergido hasta el cuello en un río de sangre hirviendo,
lo que, en principio, le ha de suponer un contraste térmico muy grato.
-
Me
alegro de que mis sesudos trabajos sirvan para algo práctico -comenté con
ironía-. Y bien, agregué, ¿quién es usted y qué se le ofrece?
-
Perdone
mi descortesía -disculpóse-. Soy…, era compañero del señor Dolfos en el segundo
giro[4]
del Noveno Círculo infernal. En cuanto a mi caso, abreviaré la exposición si me
presentó como el Conde Don Julián[5],
el de la pérdida de España.
-
¡Caracoles!,
exclamé: otro traidor discutido y según se mire… ¿Qué puedo hacer por usted que
no haya logrado ya el difunto señor Goitysolo[6]
con su famosa Reivindicación?
-
¡Quite,
quite! ¡No me miente a ese cantamañanas,
que lo único que hizo por mí fue enarbolarme como espantajo para ajustar sus
infumables cuentas políticas! No. Lo que yo necesito, y me atrevo a pedirle, es
que cuente la verdad de mis hechos, como no hace mucho hizo con el falso
traidor de Zamora.
Mi insomnio había
dado paso a un interesante coloquio, del que lo peor que podía decirse es que
era muy parecido a una alucinación. Quizá para comprobar su nivel de realidad,
viéndolo tiritar pese a la manta polar, pregunté:
-
¿Hace
una taza de cafetito bien caliente?
-
Lo
ignoro todo de ese brebaje -replicó- pero, en estando muy caliente, lo habré de
disfrutar, aunque se tratara de cicuta.
Comoquiera que mi
huésped se bebió todo el contenido de la cafetera sin desperdiciar una sola
gota, colegí que sin duda era un cuerpo resucitado, de esos de la penúltima
verdad de fe del Credo[7].
En consecuencia, me volví a la cama, incorporado con un par de almohadas, tomé
de la mesita de noche papel y lápiz y me dispuse a escuchar cuanto Don Julián
tuviera que exponerme.
-
Soy
todo oídos -dije- pero, por favor, no hable usted muy alto, que los vecinos
duermen.
***
El visitante tenía
tantas cosas que decirme, que no sabía por dónde empezar. Reflexionaba,
balbuceaba y tornaba a pensar. Así pues, decidí ayudarlo:
- Se me ha presentado como el Conde Don Julián,
el que provocó la pérdida de España. ¿Qué hay de cierto en todo ello?
- Pues apenas el que me llamo Julián[8],
o comoquiera que se transcriba en su idioma ese ilustre nombre que hasta llevó
uno de los Emperadores de cuando el Imperio Romano estaba unificado[9].
- Según eso -colegí- estoy ante un bizantino
de pura cepa, no un visigodo, ni tampoco un bereber.
- En efecto; y conste que no me importaría
estar entroncado con la valiente y cristiana tribu de los gomeras[10],
que tanto y tan bien plantaron cara a los seguidores de Allah. Pero, ¡por la
lanza de San Demetrio!, no me confunda usted con uno de esos flojos germanos
que le tocaron en suerte a Hispania. No soy visigodo, ni conde nombrado por sus
reyes. Fui, ni más, ni menos, que Tribuno del Imperio y Jefe Militar del
Estrecho, como el gran Justiniano[11]
decidió llamar a los que fueron puestos al frente de la plaza fuerte y base
naval de dromones[12],
llamada Septem en latín y Septon en nuestra lengua.
- Entonces, ¿no fue usted el Exarca de
Cartago que, tras perderse la ciudad[13],
vino a refugiarse en Ceuta, como último reducto.
- ¿Ceuta?,
preguntó Don Julián.
- Perdone: Es como ahora llamamos a Septon.
Los moros que ahora la habitan o la ambicionan la denominan Sebta, más al modo
de ustedes.
- ¡Ah, ya! Pues no, señor. Ciertamente,
combatí con mis tropas ceutíes en aquellos duros días, que vieron ponerse el
brillante sol de Belisario[14],
pero no era yo el exarca. Por cierto, que no se portaron mal entonces los
visigodos, quienes enviaron un contingente de soldados para que lucharan a
nuestro lado y, más tarde, al perderse Cartago, recibieron en Hispania a los
civiles que quisieron acogerse a su seguro, en vez de seguir la más larga e
incierta vía de Bizancio. Yo, por supuesto, regresé a Septon con mis hombres y
mis barcos, y me preparé lo mejor que puede a resistir el inevitable embate y
asedio de los diablos de Arabia.
- Supongo que procuraría conseguir algunas
alianzas, en vista del peligro que se le avecinaba…
- Sin duda. Poca ayuda podía esperar del Imperio,
máxime cuando las tropas que llegaron a Bizancio, tras haber perdido Cartago,
llenas de indignación, depusieron al Emperador y provocaron los consiguientes
desórdenes[15]. No
podía esperar otro auxilio que el que pudiera conseguir por mis propios medios.
Y así, invocando lazos de proximidad y de religión, me encomendé a los
bereberes de la zona, y a fe que me respondieron con prontitud y eficacia.
- ¿Y no se dirigió también a los visigodos?
- No fueron esas las instrucciones que recibí
de la Cancillería imperial. Aunque poco podían hacer por mí, con el mar
dominado por la flota islámica, al menos tuvieron a bien formar un thema[16]
con las pocas tierras y ciudades que en África nos quedaban, estableciendo la
capital en Septon y nombrándome Estratega de dicha provincia y del ejército
que, sobre el papel, nos quedaba. No recibí ninguna autorización para entrar en
contacto con los visigodos quienes, por aquellas fechas, habían cambiado de
monarca, del cual parece que no se fiaban nuestras Autoridades, que todavía
soñaban con recuperar parte del terreno perdido, y no en arriesgarse a meter a
los visigodos en Septon, Tingis[17]
y otras ciudades nuestras.
- No me venga con excusas, Don Julián. No estaban
las cosas como para hacerle ascos a la ayuda visigoda.
El Estratega se
sintió ofendido porque su palabra fuese puesta en solfa. Arrancó de un manotazo
la manta que lo cubría, mostrando una armadura hasta medio muslo, que dejaba ver el atuendo rojo que debajo de ella
llevaba. Echó mano a la espada y, por un momento, sentí
miedo. Luego, recordando que me las había con un ser de ultratumba que
precisaba de mi ayuda, permanecí sentado en la cama y le dije:
-
Creí
que el señor había venido a suplicar mi ayuda para ascender de nivel en el
Infierno; pero, si lo que quiere es camorra, puede volverse por donde ha
venido, que yo no combato con la espada, sino con la pluma.
También él se
calmó al instante, al escuchar mis palabras. Volvió a su relato y, ante todo,
dio cumplida réplica a mi refutación:
- Lo que usted indica sucedió efectivamente,
pero en un momento posterior. Antes Septon hubo de pasar por su hora más
gloriosa: el asedio del año II del Emperador Justiniano[18],
que en la Gloria está -al menos, yo no lo he visto por los Infiernos-.
- ¡Hombre, cómo no va a estar en la Gloria el
gran Justiniano, si la Iglesia de ustedes lo ha proclamado santo!
- No me refiero al Emperador que acabó con el
Reino de los Vándalos -replicó Julián-, sino al segundo de su nombre, por apodo
Rinotmetos[19],
quien tuvo a bien distinguirme con la valiosa condecoración de la Nariz de Oro,
que aún sigo portando en la otra vida.
Monedas con las efigies de
Constantino IV Pogonatos y Justiniano
II Rinotmetos
Y me señaló la
funda brillante que cubría su apéndice nasal. ¡Curioso galardón! Luego,
prosiguió su relato:
- Como le decía, en el año indicado, el nuevo Gobernador musulmán de África sitió Septon, con una numerosa hueste y algún tren de asedio, entre el cual se contaban las larguísimas escaleras para asaltar las murallas, que tanto ruido habían hecho en Cartago. Pero mis hombres supieron resistir con tal brío, que los enemigos abandonaron el cerco, asombrados del valor de los defensores de la ciudad y agobiados por el hostigamiento de los gomeras del exterior. Dicen que las crónicas árabes han recogido el hecho y elogiado nuestro valor.
- Sin duda -aseveré, recordando alguna cita
al respecto-. Pero poco duró la alegría y los árabes volvieron a la carga.
- En efecto -confirmó-, a los tres años.
Entre tanto el jefe árabe, el competente Musa[20],
aprovechó el tiempo para ganarse a muchos de los bereberes, tomar las tierras y
aldeas que alimentaban y eran soporte de las ciudades y, finalmente, conquistar
Tingis, la otra llave del Estrecho. Recuerde usted -y lo digo por lo que usted
bien sabe- que la primera expedición importante de los infieles hacia Hispania,
acaudillada por un bereber llamado Tárif[21],
salió de Tingis -no de Septon-y fue a desembarcar justo en la punta del
Estrecho, que llaman de Hércules.
- Ahora se la conoce por Tarifa -actualicé-,
precisamente por el nombre de quien ha citado. Pero eso fue hacia el 710 que,
para que usted lo entienda, fue el año siguiente a aquel en que usted rindió la
ciudad de Ceuta.
- Bueno, eso de rendir… Habría mucho que
aclarar; pero antes, estoy muy interesado en precisar mis negociaciones con los
visigodos, a las que aludió antes. Preste atención: Cuando cayó Tingis y los
bereberes empezaron a colaborar con Musa, comprendí que la única oportunidad de
salvar Septon era tratando con nuestros vecinos del norte, aunque su ayuda
supusiera un alto coste. Gracias a nuestras naves mercantes, protegidas por los
cuatro dromon que aún teníamos,
podíamos avituallarnos en Calpe[22]
y sus alrededores, pero la obtención de ayuda militar precisaba de entrar en
contacto con los Autoridades visigodas -preferiblemente con su rey- y ahí fue
donde se produjo el problema insoluble.
- Tengo una idea -interrumpí-. El reino
estaba afectado por las hambrunas y la peste. Mal momento para que Witiza se
engolfara en una expedición militar o, incluso, una guerra con los árabes.
- Así fue, en efecto. De modo que no tuve más
remedio, cuando Musa volvió a presentarse ante las murallas de Septon, que
negociar con él un acuerdo de sumisión, no la rendición que usted decía antes. El
convenio, que hube de suscribir en nombre propio, como soberano en Septon, me
reconoció de por vida la salvaguarda de mis propiedades y el gobierno de la
ciudad y de su tierra; pero, sobre todo, procuraba a la población ceutí el
respeto de sus vidas, familias y propiedades, así como del culto religioso,
impidiendo la entrada en la ciudad de gentes árabes o bereberes musulmanes, que
no fueran estrictamente necesarios para necesidades militares. A cambio, hube
de obligarme, en nombre de mis gobernados, al pago de un impuesto personal en
dinero y de otro territorial en especie, así como a no colaborar con los
enemigos de los seguidores de Allah[23].
- Entonces, según lo veo yo -comenté-, a
partir de entonces le estaba prohibido negociar con los visigodos. ¿Cómo es
que, según se dice con fundamento, tomó usted partido por los llamados witizanos, es decir quienes, después de
la muerte del rey Witiza, se opusieron a que el Duque de la Bética, Don
Rodrigo, se hiciera efectivamente con el trono en toda Hispania?
- Esa es una pregunta que, para responderla
cumplidamente, preciso de tiempo, como también la cuestión de haber facilitados
naves para la invasión por Tárik[24]
y sus soldados. ¿Le parece bien que hagamos un alto y comamos algo? Con un poco
de pan, regado con un vaso de vino, sería el hombre menos infeliz de los que
pueblan el Infierno.
Me hizo gracia la
solicitud de tomar un refrigerio a las tres de la madrugada, aunque en seguida
me acordé de que para los condenados no existe la noción de tiempo. Así que me
levanté del lecho y preparé en la cocina lo que me pedía, además de un par de
rebanadas de buen queso de oveja. El rostro de Julián, cuando contempló los
manjares, fue de aquellos que presagian el comienzo de una buena amistad.
2. Un bizantino leal
Mientras Don
Julián daba cuenta de aquel desayuno en mitad de la noche, decidí interrumpir
su relato e iniciar una conversación más personal y desenfadada. La emprendí
con el tema del Infierno, que me tenía asombrado:
-
Así
que tiene esperanzas usted de subir de círculo en ese Infierno dantesco que me
ha insinuado.
-
¡Mucho
mejor!, repuso muy animado. El bueno de Dolfos solo pudo mejorar de destino
porque había asesinado alevosamente a todo un rey[25],
pero yo no tengo en mis manos otra sangre que la vertida en nobles lides. De
modo que si usted se aplica a su tarea, como espero, tengo la esperanza de que
San Miguel me saque de aquel lugar de tormentos y, aplicando como penitencia
por mis pecados todo lo penado injustamente, pueda presentarme a las puertas de
la Gloria y esperar ser allí bien recibido.
-
Mucho
me asombra -repliqué- que se atreva a hablar de injusticias. ¿Cómo es posible
que se cometan en un Juicio con garantía divina?
Don Julián se
encogió de hombros y aventuró una hipótesis plausible:
-
Con
Dolfos se disculparon, por el hecho de que su condena era provisional, ya que
se trataba del juicio personal, no del gran Juicio del final de los tiempos[26].
A fin de cuentas, en su caso solo se trató de subir de nivel; pero, como le he
dicho, yo pretendo más, mucho más.
-
Haré
lo que pueda, señor Estratega… ¿Le
sirvo alguna otra cosa?
-
Gracias.
Estaba exquisito. Espero que San Pedro me disculpe la extralimitación, pues mi
permiso de salida fue tan solo para explicarle a usted la situación y pedirle su ayuda.
-
Pues
no perdamos más tiempo y prosiga su narración.
Pasamos de la
cocina al salón, en cuyo espejo se contempló por un momento con orgullo, aunque
se lamentó:
-
¡Pena
que no me haya traído la celada, ni arreglado la barba! En vida solía llevarla
muy larga en señal de recuerdo y respeto al Emperador Pogonatos[27],
que la puso de moda por unos años. Él fue quien me nombró Tribuno del Estrecho.
Se arrellanó en el
sofá, mientras yo tomaba asiento en un sillón, lápiz en ristre. Se quedó
absorto por unos momentos y preguntó:
-
¿Por
dónde andaba?
-
Iba
a explicarme cómo es que, habiendo pactado con Musa ibn Nusayr, entró luego en
tratos con los llamados witizanos.
-
¡Ah,
sí! La verdad es que, aunque nada debí a Witiza, sentía más afecto por sus
deudos, que no por el pretencioso Rodrigo quien, cuando era Duque de la Bética,
más de una vez abusó de nosotros, o nos echó con cajas destempladas, cuando
cruzábamos a Hispania para comerciar. Decía que, como buenos bizantinos, nos volveríamos a instalar de su lado del mar, a
poco que nos tolerara. ¡Pobre idiota, no sabía de parte de quién iba a llegarle
la invasión!
-
A
propósito, Don Julián. Se ha dicho que usted tenía posesiones en la Bética y,
tal vez por eso, no se llevase bien con Don Rodrigo. Dicen que una población
llamada La Verde[28] podría
haber sido suya.
-
¿La
Verde? Como no se refiera a una ciudad entre Tingis y Septon… En cualquier
caso, ni era mía, ni estaba en Hispania, sino en la Mauritania. En cualquier
caso, si acogí en mi thema a algunos
partidarios del Rey muerto, fue por su buen recuerdo y como persona compasiva.
-
¿Recuerda
usted si entre ellos había dos hijos o parientes de los anteriores reyes
visigodos, llamados Oppas[29]
y Agila[30]?
-
No
recuerdo bien esos nombres y, en todo caso, niego haber acogido a personajes de
tanta alcurnia.
-
Bien, tomo nota. Ahora, si no tiene inconveniente, pasaremos
a una cuestión peliaguda: haber facilitado barcos para que el poderoso ejército
de Tárik cruzara el Estrecho hasta Calpe, ahora llamada Gébel-Tárik[31]
en honor del conquistador.
Don Julián acogió
el tema con una risa forzada:
-
¡Qué
ridiculez! -exclamó-; como si los árabes y los moros no tuviesen medios propios
para cruzar un brazo de mar sin oposición. ¿No sabe que eran dueños de todo el
Mediterráneo; que habían cruzado a Cerdeña y Sicilia; que habían sitiado
Bizancio, que solo se libró gracias al fuego
marino[32]; que,
el año anterior, Tárif había desembarcado en el lugar que ahora lleva su
nombre, por sus propios medios?
-
Entonces,
¿niega usted haber prestado esa ayuda? Fíjese que parece muy importante, pues
se habla del paso de más de diez mil hombres de armas, muchos de ellos con sus
monturas.
-
¡Hala,
hala; exageremos, exageremos! Si llegó a la cuarta parte de los soldados que
dice, ya habremos dicho suficientes[33].
-
Bueno,
fueran los que fuesen, resultaron bastantes para derrotar a Don Rodrigo e
iniciar con éxito la invasión de Hispania, que concluyó con su casi total
dominio por los sarracenos. Y, veinte años después, si no los paran los francos[34],
sabe Dios si no se hubieran hecho con media Europa.
-
¿Y
quién intuía eso, mi docto historiador? Le voy a contar, a grandes rasgos, lo
que sabíamos e imaginábamos entonces los que intervinimos en aquel fregado. Los witizanos y yo suponíamos que los hijos de Allah se limitarían a
ayudar a aquellos para que Oppas, Agila, o quien demonios se impusiera, eliminase
a Rodrigo del trono de Toledo, para ponerse ellos. De hecho, se cuenta que,
cuando se trabó batalla, los visigodos discrepantes con Rodrigo lo dejaron en
la estacada y por eso Tárik obtuvo tan resonante victoria y aquel Rey a medias acabó muerto en el fondo de un
río. Y que nadie diga que aquellos desertores traicionaron a su rey, porque no
lo era para ellos, ya que había participado en la muerte de Witiza y todavía no
lo era efectivamente en todo el país.
-
Pero,
al menos, no me negará que se portaron mal y engañosamente -repliqué-. No es
propio de caballeros incorporarse a un ejército, para abandonarlo cuando se
inicia la batalla decisiva.
-
No
seré yo quien le contradiga, repuso Julián. A fin de cuentas, yo no crucé el
Estrecho ni combatí por ninguno de los pretendientes a la corona.
-
Ya
-apostillé con malicia-: usted se limitó a poner sus barcos a disposición de
los moros invasores.
-
Con
eso, amigo, seguimos en el mundo de las intenciones. Tárik era un bereber
ambicioso, que actuó a espaldas de Musa y antes de que el Califa de Damasco[35]
diese órdenes concluyentes sobre qué hacer con Hispania. Cuando se me presentó
en Septon, ni él mismo sabía lo que habría de suceder ni cómo comportarse. Para
mí, que iba de expedición a ver qué pasaba, aprovechando las desavenencias de
los visigodos. Por suerte para él, tuvo tanto éxito -y los witizanos tanta desunión y torpeza-, que se hizo de golpe con una
fuerte posición en la Bética; tanto que su jefe, Musa, cruzó el Estrecho meses
después, dispuesto a abroncarlo y cortarle las alas. Pero sucedió que, entre
tanto, el Califa había dado ya orden de invasión y conquista de Hispania,
obligando a Musa y sus árabes a entenderse con Tárik y sus bereberes… Pero
estoy hablando de algo que usted, sin duda, conoce bien y que a mí, ni me va,
ni me viene. Yo me quedé en la playa, viendo la Historia, no participando en
ella.
-
¿Y
las naves para Tárik? ¿No se las facilitó usted?
-
Hasta
cierto punto, y por las razones de apoyo a los witizanos antes aludidas. Y le digo que hasta cierto punto, porque
no se trató de las naves de guerra, que yo controlaba directamente como
Tribuno, sino de naves mercantes, con las que los comerciantes de Septon hacían
sus negocios. Claro que, si yo hubiese ordenado que no se las cedieran para
aquella misión, sus dueños y armadores les habrían puesto dificultades…,
inútilmente, por supuesto, costándoles a ellos y a mí la vida. Hice lo que
pude para mantener una cierta neutralidad: solo naves mercantes y en número
tan corto[36], que
tuvieron que hacer muchos viajes de ida y vuelta a Calpe. Ahora dicen -según
creo- que se les facilitaron naves comerciales, a fin de engañar a los
visigodos sobre el objeto de sus vaivenes. ¡Pamplinas! Ni un barco visigodo
aportó por aquellas aguas durante todo el tiempo.
Una tenue claridad
empezó a insinuarse en la habitación, anunciando el amanecer. Los párpados me
pesaban y tuvo que disimular varios bostezos, pese a lo interesante e insólito
de la aparición. Don Julián también parecía algo nervioso, bien por la emoción
del relato, bien porque intuyese que se le acababa el tiempo concedido por San
Miguel, o San Pedro, o quienquiera que controlase el Averno. En consecuencia,
como si se tratara de una clase magistral, decidí establecer las conclusiones
de todo lo tratado, a reserva de que él me contradijese.
-
Así
pues, Don Julián, puedo recoger en mi futuro relato que usted fue un alto
funcionario de la Corte bizantina que, antes de rendirse inevitablemente a los
muslimes, gestionó la recepción de ayuda visigoda, sin que ello significase otorgar
fidelidad o pleitesía a Witiza; que esa ayuda no le llegó, por lo que se vio
obligado a establecer un pacto de sumisión con Musa, al sitiar este Septon por
segunda vez; que, en virtud de ese pacto y de la simpatía hacia los witizanos, consintió que Tárik usara
varias naves comerciales ceutíes para pasar tropas a Hispania; y que, en
definitiva, usted no entró en son de guerra en tierras de los visigodos, ni
imaginó que estuviera en puertas la conquista de Hispania por Musa y los suyos.
Don Julián pareció
complacido por el resumen, aunque quiso agregar algunos matices:
-
Puede
añadir que, en mi opinión, todavía podría haberse salvado Hispania para los
cristianos, si los dos bandos de la guerra civil hubiesen armonizado sus
posturas, antes de que los musulmanes hubieran llegado a Toledo y masacrado
allí a los partidarios de Don Rodrigo que habían rechazado todo acuerdo con Don
Oppas[37]…
¡Ah!, y diga también que, aunque yo hubiese pactado algún tipo de fidelidad con
el rey Witiza, dicho contrato habría quedado roto, no solo porque él no cumplió
su parte, sino porque Don Rodrigo llegó al trono eliminando al Rey anterior,
con lo cual mi deber habría sido, en todo caso, no el de ayudarlo, sino el de
apoyar a sus contrarios.
Ambos hicimos
ademán de levantarnos. Ya casi de pie, Julián dio el golpe de gracia a la
posibilidad de llegar a una transacción
con sus seculares detractores:
-
¿Sabe
una cosa? Si de alguno de entonces conservo un buen recuerdo es de Musa.
Siempre cumplió su palabra, como también su segundo hijo, Abd-al-Málik[38],
que quedó a su partida como señor de Tingis y de la tierra africana que linda
con Septon. Yo pude seguir gobernando la ciudad hasta mi muerte, sin que los
árabes y los moros infieles entrasen en Septon, ni molestasen a sus habitantes,
fuesen estos bizantinos, visigodos, romanos[39] o bereberes cristianos. Y es que, como
he podido constatar en el Infierno -y espero poder contemplar en la Gloria-, la
verdad y el bien fluyen del corazón de los hombres, con independencia de la
religión que profesen.
***
Desperté aquel día
muy tarde, hacia las once de la mañana. No es infrecuente en mí el insomnio,
seguido de un sueño tardío, sembrado de vívidas pesadillas y de una soporosa
confusión; pero nunca, hasta entonces, había dejado la huella de unas extensas notas
en un bloc. En consecuencia, por si acaso,
decido transcribir aquellas, tal y como las redacté y las recuerdo. Que esto
sirva para que un alma maltratada por la Historia pueda salir del Infierno, es
algo que, si algún día lo llego a saber, prometo ponerlo en conocimiento de mis lectores.
Entre tanto, bueno
será que, aunque no salga Don Julián del giro de Anténor[40],
salgan ustedes del tópico y del error a propósito del personaje.
[1]
Además de las entradas pertinentes de la enciclopedia Wikipedia, he consultado: robertozapata.com “Desde las
Blanquernas”, El enigmático conde Don
Julián; Guillermo Gozalbes Busto, Ceuta
en el siglo IX, Miscelánea de Estudios Árabes y Hebraicos, Universidad de
Granada, 1994, pp. 113-126; Margarita Vallejo Girvés, Hispania y Bizancio: Una relación desconocida, edit. Akal, Madrid,
2012, los dos últimos capítulos; Roger Collins, La España Visigoda (409-711), traducción castellana de Mercedes
García Garmilla, edit. Crítica, Barcelona, 2005, pp. 130-158 (accesible por
Internet); National Geographic España, número monográfico sobre la batalla del
Guadalete, 07/10/2016; Rica Amrán Cohen, Puntos
de encuentro entre la leyenda del Conde Don Julián y la de la Judía de Toledo,
Anales de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo,
febrero de 2014, pp. 75-77; M.A. Makki, Egipto
y los orígenes de la historiografía arábigo-española, Revista del Instituto
Egipcio de Estudios Islámicos de Madrid, 5 (1957), pp. 157-248; Javier Presedo
Velo, La España Bizantina, edit.
Universidad de Sevilla, 2003, pp. 87-90.
[2] Véase en
este mismo blog el cuento histórico,
“Historias de traición (IV). El caso de Vellido Dolfos”.
[3]
Esta y las demás alusiones al Infierno en este relato se inspiran en La Divina Comedia, de Dante Alighieri,
cantos XXXIII y XII de la Primera Parte, dedicada al Infierno.
[4]
Así como la traducción Círculo es
general, la de giro (para referirse a
cada una de las partes del Círculo) es discutida. La traducción de La Divina Comedia, edit. Espasa-Calpe,
colección Austral, emplea la más genérica voz recinto.
[5]
Personaje entre histórico y legendario, que vivió aproximadamente entre el año
650 y el 720, gobernador de Ceuta y relacionado de manera más o menos directa y
relevante con la invasión sarracena de Hispania del 711 y la consiguiente pérdida de España para los Visigodos,
que entonces la gobernaban.
[6]
Juan Goytisolo (1931-2017), Reivindicación
del Conde Don Julián, edit. Joaquín Mortiz, México, 1970, luego revisada
como Don Julián, edit. Galaxia
Gutenberg y Círculo de Lectores, Barcelona, 2001. Sobre esa recreación, más
literaria y política que histórica, del personaje, véase Mariam Mahmoud Aly
Meky, El Conde Don Julián: evolución del
mito, tesis doctoral de la Universidad Complutense de Madrid (Facultad de
Filología), Madrid, 2005 (accesible íntegramente por Internet).
[7]
Se trata de la creencia en la resurrección
de la carne, o de los muertos. Estos, a más de alma, tendrán un cuerpo
inmortal, con una mezcla de cualidades de los terrenales y los de la Vida
Eterna (todo, según la teología católica). Por ello, doy a entender en el
relato que mi Don Julián podía comer
y beber, señas inequívocas de que no era una alucinación, ni un espíritu puro.
[8]
En las Crónicas medievales, Don Julián
recibió los nombres de Julián, Olyan, Olbán y Urbano, por lo menos.
[9]
Alusión al Emperador romano Juliano (c. 331-363), por sobrenombre El Apóstata, que reinó entre 361 y 363.
[10] Los
gomeras o gomaras son una tribu o confederación de tribus bereberes del norte
de Marruecos, ya existente en la época a que se contrae el relato, cuando
todavía profesaban la religión cristiana.
[11]
Justiniano I (483-565), Emperador bizantino (527-565), el más conocido y
glorioso de ellos. Es Santo para la Iglesia Ortodoxa.
[12] Nombre de las más famosas naves de guerra
bizantinas, movidas a remo y a vela.
(13) La ciudad de Cartago, tradicional capital del África
bizantina, fue definitivamente conquistada por los árabes en el año 705, pero
ya lo había sido en el 698, con una momentánea recuperación por los bizantinos.
[14]
Gran general bizantino (505-565) que,
en el norte de África, conquistó el extenso Reino de los Vándalos (533-534).
[15]
Algunas fuentes dan esa versión de la deposición y corte de la nariz del
Emperador Justiniano II, que permanecería apartado del trono entre 695 y 705,
pero las fechas no coinciden y los motivos del eclipse del segundo de los
Justinianos parecen haber sido otros. Así pues, creo que mi Don Julián estaba en esto mal informado.
[16]
Provincia del Imperio bizantino, al mando de una Autoridad civil y militar, que
podía llevar los títulos de Tribuno y de Estratega.
[17] Nombre
latino de la ciudad actual de Tánger.
[18]
Año que coincide con el 706 de la Era cristiana. El segundo periodo de gobierno
de Justiniano II se extendió entre 705 y 711.
[19]
Quienes destronaron a Justiniano II en 695, entre otras maldades, le cortaron
la nariz, defecto que el afligido suplió con una prótesis de oro. Rinotmetos significa en griego
Nariz-cortada. La siguiente alusión a una condecoración en forma de funda nasal
áurea es una broma que me he permitido.
[20] Musa ibn-Nusayr
(640-716), notable militar y político árabe al servicio de la dinastía Omeya.
[21]
Tárif fue uno de los comandantes de las tropas de Tárik. De origen bereber, se
le atribuye haber mandado la primera expedición importante que, en 710, cruzó
el estrecho desde Tánger y vino a desembarcar en la zona de la actual ciudad de
Tarifa, así llamada en honor del citado militar.
[22] Denominación
tradicional del promontorio hoy conocido como Gibraltar.
[23] Los
términos del acuerdo entre Julián y Musa nos son desconocidos. Aplico aquí los
establecidos entre Teodomiro y Abd al-Aziz ibn Musa en el año 713.
[24]
Tárik ibn-Ziyad, general bereber, lugarteniente de Musa, que dirigió a las
tropas musulmanas en las batallas clave del Guadalete y de Écija (año 711).
[25] En concreto
a Sancho II de Castilla, durante el cerco de Zamora del año 1072.
[26]
Según la doctrina católica, cada hombre tendrá tras su muerte un juicio
particular de su vida, al que se añadirá el Juicio Final de toda la Humanidad,
tras el fin del mundo. El relato se aparta, por razones literarias, del hecho
de que uno y otro juicios han de concluir con idéntico resultado.
[27]
Apodo (El Barbudo) alusivo a la
luenga y tupida barba que lucía este Emperador, que se puede comprobar en la
moneda de su reinado que ilustra el presente relato.
[28]
En árabe, al-Hadra, topónimo que en aquel tiempo llevaban una ciudad del norte
de África y una población del Campo de Algeciras.
[29]
Hijo del rey Égica, al que suele
atribuirse condición archiepiscopal, si bien parece más de recibo la tesis de
que fue un seglar aspirante al trono a la muerte de Witiza, en contra de Don Rodrigo.
[30]
Otro hijo de Égica, conocido como Agila
II pues, efectivamente, reinó en el nordeste del territorio visigodo hasta el
año 713 en que, bien fue dominado por los musulmanes, bien sustituido por un
tal Ardo. En cualquier caso, fue también rival de Don Rodrigo en la sucesión de
Witiza.
[31]
Montaña de Tárik, cuya fonética dio
en español Gibraltar.
[32] Una de
las varias formas de denominar al que posteriormente sería conocido como fuego griego.
[33]
Los historiadores actuales se inclinan por creer que los guerreros de Tárik
(infantes y jinetes) no rebasaban la cifra de 2.500. A ellos, habría que
agregar los no muchos que habían cruzado el Estrecho con anterioridad, sobre
todo, al mando de Tárif.
[34]
Alude a la batalla de Poitiers, o de
Tours, habida en octubre de 732, entre los francos, mandados por Carlos Martel,
y los musulmanes, dirigidos por al-Gafiki. El triunfo franco resultó decisivo,
más que por sí mismo, por el hecho de haber muerto en combate el notable
político y militar árabe, valí de
Al-Ándalus.
[35] A la
sazón, Walid I, Califa entre 705 y 715.
[36]
Es tradición histórica que fueron cuatro los barcos que hicieron el transporte
del ejército de Tárik, naturalmente, haciendo numerosos viajes de ida y vuelta.
[37]
Se sostiene con fundamento que los
musulmanes podrían haber aceptado que Oppas se afianzase como Rey de los
Visigodos, pero la mayoría de los nobles y notables de Toledo lo expulsaron de
la capital. Ello generó, no solo la definitiva pérdida de las aspiraciones de
Oppas, sino que los islámicos saqueasen la ciudad y pasaran a cuchillo a los
principales opositores de aquel.
[38]
Segundo hijo de Musa que, a partir de 716, sucedió a su padre en el gobierno
del territorio africano antes dirigido por su padre.
[39]
Expresión con la que se alude a los hispano-romanos refugiados en Ceuta, por
desavenencias o por la discriminación con los visigodos de origen germánico.
[40]
Denominación del segundo giro del
Noveno Círculo infernal en La Divina
Comedia, por estar castigado en él Anténor, polémico troyano mitológico.
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