El sueño del
novelista
Por Federico Bello
Landrove
¿Qué tema más prometedor para una novela que
el de las relaciones amorosas de un profesor con su alumna? ¿Qué mejor forma de
inspirarse para desarrollarlo que la de vivirlo? Claro que esa técnica de
documentarse tiene ciertos riesgos. El presente relato incide en algunos de
ellos, corrientes unos, insólitos otros.
1. La novela por hacer
El profesor apenas levanta la cabeza de las cuartillas en las
que apoya la punta inmóvil de su bolígrafo. Si nos acercásemos, simulando que
miramos los paneles de horarios de los trenes, notaríamos que solo ha escrito
unas pocas palabras, subrayadas y con alineación central. Es de suponer que sean
el título de su futura obra. Un buen
título es la mitad de un relato. Un comienzo fulgurante y un final apasionado hacen
el resto. Todo lo demás es diccionario. Según esa ocurrencia, que dejaba
caer en clase todos los años, va ya por la mitad de su novela. Eso que…, veamos
el rubro. Cogiendo tiernas flores con
Elisa. Demasiado lírico, en mi opinión, pero tiempo habrá de pasar del
endecasílabo heroico a la cruda narrativa. Seguro que ayuda en eso el haber
puesto la primera piedra en un duro banco de la estación de Castellar. Es poco
más de mediodía y aprieta la canícula. Pero ha envainado el Bic y levanta la vista hacia el tablón
de salidas. Mira el reloj, guarda el recado de escribir en una cartera de mano,
se levanta, coge la maleta y sale a andenes. Justo en ese momento, se escucha
el soniquete del altavoz: Tren expreso,
procedente de La Coruña y Vigo, con destino Barcelona, próximo a llegar por vía
segunda…
En efecto, es el
famoso Shanghái[1],
el mismo que un día lo trajo desde Astorga a su ciudad natal, para profesar en
el Instituto Femenino los saberes de Lengua y Literatura. De eso hace ya la
friolera de once años. Ahora, en 1979, el convoy lo llevará en dirección
contraria, hasta la Ciudad Condal, donde tomará otro con destino Montpellier, a
los cursos estivales. Iba a decir como
casi todos los años, pero no: este no lo acompaña su esposa, Francine
Bourdon, a la que precisamente conoció en aquella ciudad. Es, pues, inevitable
que la cita con la universidad montpelerina le traiga el mal recuerdo del
divorcio recién estrenado, con su proceso de trámites, discusiones y
dispendios. Se acomoda en un compartimiento de primera clase y procura
centrarse en el tema de su disertación: Ideología
y contexto histórico en La Insignia, de León Felipe. Su participación en los
cursos estivales versará este año sobre la famosa alocución poemática del vate tabarés[2].
***
No es del pasado
del profesor de lo que quiero hablarles, pero forzoso será decir algo al
respecto pues, si alguna cosa caracteriza a nuestro Rafael Merino, son las
obsesiones crónicas: dos, para ser exactos, y ambas ligadas por un nombre de
mujer, que desde luego no es el de Elisa, la del título del relato en ciernes.
Desde su adolescencia, Rafael se ha debatido contra el recuerdo punzante de su
primer amor, malogrado -según él- por un exceso
de intelectualismo, que ahogó su espontaneidad y anonadó la sexualidad y el
sentimiento. Eso es lo que él opina, pero me parece que olvida el papel jugado
por el egoísmo juvenil, que le llevó a no enfrentarse con las dificultades de
un noviazgo que no veían con buenos ojos aquellos padres dominantes de mediados
de siglo. Yo así lo creo, con el poderoso fundamento de conocerlo bien desde la
infancia. Rafael es feliz llevando una vida paciente y anodina, cumpliendo
correctamente con su deber y eludiendo las relaciones -y situaciones-
comprometidas.
A las pruebas me
remito. Mi amigo lleva toda la vida unido -iba a decir atado- al estudio y a la
docencia, de una forma constante y libresca, que él es el primero en reconocer,
aunque no haga nada por mejorar su práctica. Ahí tienen el ejemplo del
ejercicio literario. Ha cumplido los cuarenta y dos años y todavía no se ha
decidido a empezar esa gran novela,
con la que sueña desde su juventud. Los íntimos conocemos su tema,
autobiográfico, catarsis y sublimación de su fallido amor primero. Por lo que
yo sé, aún no le ha puesto ni nombre. Si lo hubiese hecho, ya tendría la mitad
de la tarea realizada, como ustedes bien saben…
Prosigo la
referencia al pasado del profesor con la alusión a su matrimonio. Dado su
carácter, me parecía lógica la soltería de Rafael y la prudencia que mostraba
al alternar y disfrutar con las féminas, sin poner en peligro su independencia.
Por eso, a todos sus amigos y compañeros nos extrañó el repentino anuncio de
que se casaba con una chica francesa, a la que había conocido durante sus
estancias veraniegas en Montpellier. Acosado a pullas y preguntas, se acogió a
la explicación de que, cumplidos los treinta, el estado más lógico para el
hombre era el de casado. Yo creí comprender: con casi todos sus amigos esposados, profesor en un centro docente
de mocitas[3],
enemigo de críticas y habladurías, lo mejor que podía hacer era un matrimonio conveniente.
¿Lo fue el suyo
con la pimpante Francine? En un principio, así nos lo pareció. Más tarde, su
simple y exclusiva dedicación de ama de casa, así como la falta de hijos -me
inclino a pensar que por decisión de Rafael-, fue agostando una relación que podría
haber resultado tan dilatada y fructífera como era de desear. Pero no
adelantemos acontecimientos y vayamos concluyendo el tema novelesco que es objeto de este capítulo.
***
Esa conclusión tiene
que tratar de Isabel, la gran obsesión del profesor. No he tenido el gusto de
conocerla hasta el punto de opinar si la chica merecía, o no, la pena, tanta
pena. Con todo, si me piden un juicio de probabilidad, diré que a Rafael se le
habría pasado el sarampión del primer amor, de no haber vuelto a saber de ella,
como en efecto sucedió durante mucho tiempo. No en vano, tras el desengaño con
mi amigo, Isa había terminado los
estudios de enfermera y contrajo matrimonio con un joven médico peruano, recién
licenciado en nuestra Universidad. La pareja partió para Lima y poco se supo de
ellos en una temporada larga, lo que supongo favorecería la decisión
matrimonial de Rafael.
Las cosas se
torcieron cuando, por amistades comunes, el profesor supo de la ruptura
conyugal de Isabel, al parecer, muy conflictiva. Con la finalidad de no perder
la custodia de su hija, resolvió quedarse en Perú y reanudó su trabajo como
enfermera, abandonado, por voluntad del marido, cuando se casaron. Mi amigo se
consideró moralmente responsable de los sufrimientos de su antigua novia y de su
familia española. Tengo para mí que fue entonces cuando empezó a flaquear el
cariño por Francine, al ver su matrimonio como insalvable obstáculo para
intentar alguna aproximación o retorno a Isabel. Tomen ustedes esto a beneficio
de inventario, pues coincidió todavía con la estancia de Rafael en Astorga y,
por ello, no fue objeto de comentario entre nosotros.
Cosa diferente
sucedió el año pasado en primavera, cuando se enteró, por una prima de Marisa,
de que esta había contraído un cáncer de estómago, del que acababa de operarse
con pronóstico incierto. Me lo hizo saber, como si buscase mi consejo:
-
…
Y encima la primita me lo soltó con
gesto enojado, como si fuese una enfermedad rara, que no hubiera podido coger
en España. La verdad, Antonio, si no fuera por el trabajo, tomaba el tole y me
iba a cuidar de Isa.
-
Hombre,
Rafa, yo no creo que haga falta tanto. Basta con que le hagas saber de tu interés
y afecto y, si lo necesita, le mandes alguna ayuda económica. Tú tienes aquí tu
vida y ella allá la suya. Vamos, ni tanto como pretendes, ni tan calvo como
hasta ahora.
Pareció convenir
con mi parecer, si bien adujo algo relacionado con mi vida aquí, que me dejó confuso; era como si no estuviese nada
contento de la conducta de Francine para con él. El hecho es que, cuando
pasaron dos o tres meses, decidí satisfacer mi curiosidad y le pregunté:
-
¿Qué,
Rafa, sabes algo de Isabel?
-
Finalmente,
no me puse en contacto con ella. La verdad, con tantas limitaciones y reservas
como me encadenan, no sabría qué decirle, ni para qué ofrecerme.
-
Pues
no me parece nada bien, ahora que puede saber por su prima que estás al tanto
de su grave dolencia. Pero ya veo que, como consejero tuyo, soy un fracaso.
Dije esto último con
claro tono de enfado, como lo sentía por dentro. Quizá por ello, Rafael no replicó,
pero no volvimos a llamarnos hasta Navidades.
Para entonces, se
había desencadenado la tormenta perfecta
que daría al traste con su tranquilidad y prevenciones. Su crónica será objeto
del resto de mi relato.
2. Actividades extraescolares
A principios del
curso 1978-1979, el profesor de Historia del Arte del Femenino se había puesto
en contacto con Rafael, manifestándole su intención de hacer un cortometraje
sobre la vida en el Instituto. A tal efecto, le pidió que fuese él su
guionista. En un principio, mi amigo pareció desbordado:
-
Chico,
no tengo ninguna experiencia al respecto. Si se tratara de hilvanar una serie
de relatos breves, tal vez me atrevería, pero lo desconozco todo acerca del
lenguaje cinematográfico.
-
Tú
siempre tan modesto y tan evasivo. ¿Quién va a conocer mejor que nosotros el
mundo de la enseñanza media? Yo mismo lo haría, si no fuese porque el idioma no
es mi fuerte. Ya sabes que mi lengua materna es el catalán y no estoy por la
labor de cerrarme el mercado de los trescientos millones[4].
Parece ser que lo
dijo con guasa, pero lo cierto es que Damià Serra -en aquella época, todavía,
Damián- era de Vich y con ciertas dificultades para manejar con fluidez el
castellano. Con todo, Rafael -amigo suyo, además de colega- titubeaba:
-
Está
el problema del hilo conductor y el del tipo de narrador. Una cosa es contar
tus memorias y otra recoger en un cuarto de hora o poco más lo definitorio de
un ambiente y unos personajes.
-
Por
eso no te preocupes, pues tengo perfilado el núcleo de la historia. Se trataría
de reflejar el tema de las relaciones personales entre nosotros y nuestras
alumnas mayores, tomando como argumento las de un profesor joven y una chica
concreta, muy interesada por su asignatura. Claro que solo es una sugerencia.
Tienes plena libertad para desarrollar la trama.
El profesor de
Literatura empezaba a sentirse atraído por la idea. No era poco para un
novelista en grado de tentativa, el foguearse con un guion de película, por
humilde que esta fuese. Además, Damián era un buen amigo suyo y de Francine. No
era cosa de dejarlo en la estacada y, a mayores, descubrirle el lado más
cobarde y reprimido de su literaria personalidad. El señor Serra, viéndolo
receptivo, le hizo algunas aclaraciones:
-
No
quiero entrar en detalles, pero algunos conocidos de la Escuela de Barcelona[5]
financiarían el proyecto -vale decir que habría un dinerito para ti-. Además,
he comentado el propósito con gente de la Inspección y, por raro que parezca,
se han mostrado favorables…, siempre que no nos lancemos por la senda erótica.
Vamos, que no rodemos la segunda parte de Lolita[6].
Ambos
interlocutores se echaron a reír. Estoy seguro de que, al separarse, Rafael ya
estaba dando vueltas en su cabeza al guión de -llamémosla así- Relaciones personales.
***
Las obsesiones
acaban por aflorar. Apunto esta obviedad, como introducción a lo que ocurrió a
mi amigo cuando abordó el guion que había comprometido. Aquel sueño, imaginado
y reprimido, de revivir el pasado para volver a fracasar, aunaba a las mil
maravillas sus manías del amor perdido y de la mala conciencia, revestidas de
atributos académicos. Me van a entender perfectamente cuando les haga una
sinopsis argumental:
Relaciones
personales reflejará las de un profesor,
sentimentalmente anclado en su frustrada adolescencia, con una alumna que le
recuerda a su perdido primer amor. El maestro buscará en el presente la
reviviscencia de un pasado de imposible repetición, en vez de la novedad de un
amor que sea tan abierto y virgen para él, como para su jovencísima pareja. La
consecuencia será la repetición del fracaso, pero ahora con la alumna como
principal víctima. De algo habría de servirle al profesor la experiencia
vivida.
En verdad, no toda
la culpa la tenía el carácter obsesivo de Rafael. Al comienzo del año
académico, se había incorporado al C.O.U.[7]
una alumna nueva, Elisa, cuya belleza y simpatía habían llamado bien pronto la
atención de profesores y compañeras. Mas, como la muchacha -ya por táctica, ya
por carácter- no trataba de destacar ni hacer de menos a nadie, fue fácilmente asimilada por sus condiscípulas y
olvidada pronto por los profesores más alteradizos, en las charlas de café y
reuniones de claustro. La excepción era el profesor de Literatura, a quien Lisa -como la joven firmaba sus
trabajos- le iba recordando más y más a la perdida Isabel, con no poca
preocupación, al tomarlo por desvarío. Además, parecía tener por sus clases un
interés especial, tanto en lo referente a seguir absorta las explicaciones,
como a esmerarse con los comentarios de texto, para los que evidenciaba una
madurez y sensibilidad fuera de lo común.
Nada más
profesional -ni más disparatado- que lo que debió de ocurrírsele a Rafa, a
juzgar por lo que fue sucediendo después. ¿Qué mejor para recopilar material
literario, que vivir aquello de lo que ha de escribirse? No me atreveré, sin
embargo, a censurar a mi amigo con acritud, pues a nadie se oculta que lo que
él perseguía en el fondo, era vivir lo que otrora no pudo ni supo. Y, aunque yo
esté lo bastante mayor como para no poner la mano en el fuego por nadie, me
atrevo a afirmar que pretendía armonizar lo más ampliamente posible sus deberes
morales de profesor con los placeres, recatados pero picantes, de una relación blanca y secreta con una alumna
atractiva, al final de su adolescencia.
***
El caso es que
Rafael fue ilusionándose más y más con aquellos tiernos momentos secretos; y,
lo que pudiera parecer más sorprendente, Lisa lo recibió con simpatía y hasta
gratitud, aceptando sus cortesías y correspondiendo con lisura y claridad a sus
ternezas. Dicen los expertos y entendidos que no hay nada de extraño en ello,
pues son muy numerosos los romances y amoríos entre profesores de cierta edad y
alumnas quinceañeras. Pero, conociendo a Rafa y su escasa confianza en sí mismo
para las lides amorosas, supongo que su éxito le haría superar los temores
iniciales de no ser aceptado, o resultar mal comprendido. Es lógico, por tanto,
que recuperase gracias a Lisa la seguridad y el amor propio perdidos desde
antaño, pero sobre todo un afán de compromiso, que nunca antes asumió. A su
vez, todo ello y la hermosa realidad de ser correspondido por la chica, fue
haciendo la relación entre ambos más apasionada y menos secreta. No es fácil en
una ciudad pequeña esconder lo que nuestros corazones pregonan gozosos.
Tal vez, lo único
que podría haber remansado aquel torrente antes de que fuera tan impetuoso,
habría sido la urgencia de empezar el rodaje de la película y, en consecuencia,
de dar cima al guion que requería de tales experiencias. Lo cierto es que
ninguno de los dos implicados en la empresa parecía tener prisa por llevar al
celuloide las relaciones personales del profesor y la alumna. Al fin y al cabo,
ello era lógico en Rafael, dadas las circunstancias por nosotros conocidas. De
hecho, sus cuadernos de notas estaban llenos de anotaciones, pero se libraba
bien de convertirlas en un texto dialogado y coherente, no fuera a ser que a
Damián le diera por pedírselo, privándolo así de la disculpa para su romance;
tanto más, desde que el preconizado director de la empresa fílmica le había
indicado con cierta malicia:
-
¡Caramba,
Rafa, qué acertado has estado en tu elección de alumna para la película! Lisa
será la protagonista ideal, si supera la bisoñez y las inhibiciones propias de
la edad.
-
No
creo que eso sea problema -se sinceró mi amigo-. Otra cosa es que ella tenga
tiempo y ganas de rodar. Conmigo, desde luego, no cuentes.
-
Claro,
hombre. Lo tuyo es el guion. Por cierto, ¿cómo marcha?
-
Ahí
voy, progresando, pero se nota que no tengo experiencia. Me cuesta trabajo no
perderme en una verbosidad, que las imágenes hacen innecesaria.
-
Bueno,
no te apures. Las licencias de rodaje están llevando su tiempo, como ya era de
esperar, tratándose de un Centro educativo y de alumnas menores. Por otro lado,
la financiación…
¡Para qué seguir!
Las únicas relaciones personales que marchaban viento en popa eran las de
Rafael y Elisa. Vamos, que iban de
película.
3. De un amor que nace y otro que termina
Rafa podía ser un
obseso, pero no un iluso. Si aquel amor regalado por la fortuna había de
perdurar, tendría que ser a costa del que periclitaba en un matrimonio, ya sin alma.
Solo así podría salir de las catacumbas del secreto, a la luz meridiana de la
vida social. En aquel tiempo aún no se había legalizado el divorcio en España[8],
pero la unión con Francine tenía un punto flaco que merecía la pena explotar.
Se habían casado por lo civil en Francia y ella conservaba la nacionalidad
gala. Cabía, pues, obtener la ruptura en el país vecino y hacerla valer en el
nuestro. La cosa tenía sus dificultades jurídicas, pero era lo más que podía
lograrse, hasta que llegara a la legislación española el divorcio, lo que era
mera cuestión de tiempo, de poco tiempo.
Como ya he dejado dicho, Rafael y yo nos
llamamos por Navidad, como todos los años. Aunque nuestra amistad se hubiese
enfriado un tanto, pudo más la confianza que me tenía como abogado. En
consecuencia, me informó de lo que pretendía hacer ante la Justicia civil
francesa y dejó caer un qué te parece
indagador.
-
Pues
me parece bien orientado y, en todo caso, lo único que puedes hacer por ahora.
Eso sí, está un poco traído por los pelos y vas a depender en todo de que
Francine quiera cooperar. No me has dicho lo que te mueve a la ruptura, ni
hasta qué punto la deseas, pero yo que tú, le doraría la píldora y cedería a
casi todas sus exigencias.
-
Gracias,
Toño. Ya verás como, por esta vez, sí sigo al pie de la letra tus consejos.
-
Allá
tú. En cualquier caso, te deseo mucha suerte… y felices Pascuas.
A juzgar por las
consecuencias, Francine accedió a ser ella quien promoviera el pleito, con gran
júbilo de su marido, para quien la buena voluntad de su esposa resultó
completamente inesperada. La circunstancia de no tener hijos y el planteamiento
de la demanda por mutuo acuerdo, dieron lugar a una tramitación rápida y a una
sentencia de la que me considero un poco responsable, al reflejar una
generosidad por parte de mi amigo, que excedía de los términos razonables. Está
visto que, en lo tocante a hacerme caso, Rafael no tenía término medio.
***
La buena marcha
del proceso de divorcio animó a Rafa en sus relaciones con Elisa, hasta el
extremo. No había ya motivos para ocultar por largo tiempo sus amores, ni a limitarlos
a una unión pasajera, ligada a un guion cinematográfico sin principio ni fin.
Los años y la formalidad del profesor se sobreponían a la previsión y ligereza
de su alumna, más habituada a disfrutar del presente, que a hacer planes
detallados acerca del porvenir. Con o sin divorcio, Rafael barruntaba ciertas
dificultades, si precipitaba los acontecimientos. Total, por un año más… Ese
año mágico que necesitaba Lisa para acabar sus estudios en el Instituto, pasar
a la Universidad y cumplir los dieciocho años, la ansiada mayoría de edad[9].
Entonces sí que habría llegado el momento: de mostrarse en público; de casarse;
de marcharse, incluso, de Castellar, si la jovencísima esposa decidía estudiar
una carrera inexistente en su Universidad.
Lisa se sentía
superada por los planes de su amador, que construía en el aire, pero cada vez
con más insistencia y precisión. Sentía el vértigo de quien, habiendo aceptado gustosa
una situación, ve cómo esta crece y se desborda, hasta resultar incontrolable.
Rafael, más y más apasionado y desinhibido, acabó por pedirle consumar su amor,
como prueba de confianza y entrega mutua. Cualquier otro en su situación y con
un bombón como Lisa en sus brazos,
habría pedido lo mismo.
La tierna
solicitada no aceptó de primeras y remoloneó, haciéndose de rogar, como
correspondía -por otra parte- a lo que Rafael, en el fondo, esperaba.
Finalmente -como también era de esperar-, accedió a entregársele, si bien bajo
una sorprendente condición, que el profesor podría comprender mejor que nadie:
-
Habrá
de ser en plena naturaleza, en un prado florido, cuando llegue el mes de mayo.
Total, apenas faltan dos semanas.
-
Pero,
Lisa, ¿y si nos ve alguien?
-
No
te preocupes. Conozco un lugar, a la orilla del río, que es con el que siempre
he soñado estar contigo, desde aquel comentario de texto de Garcilaso.
Rafael trataba de
recordar el texto que habían comentado aquel año en clase, allá por diciembre.
Lisa se lo recordó:
-
Ya
entonces, me emocionaba hasta llorar, cuando te identificaba con el compungido
Nemoroso del poema. Al exponerlo en público, sentí que me había enamorado de
ti, y tú de mí, con mi mismo nombre.
Con la mayor
ternura y sin vacilación, la muchacha recitó:
¿Quién me dijera,
Elisa, vida mía,
cuando en aqueste valle
al fresco viento
andábamos cogiendo
tiernas flores,
que había de ver con
largo apartamiento
venir el triste y
solitario día
que diese amargo fin a
mis amores?[10]
Como es natural,
Rafael, emocionado, accedió a tales aplazamiento y condición. Y así,
acariciados por el viento, rodeados de flores y arrullados por el rumor del
cercano río, el profesor y su alumna hubieron ameno esparcimiento, sellando con
él su futuro juntos.
4. Donde la dura realidad alcanza a la etérea fantasía
Por los mismos
días en que Rafael y Lisa andaban cogiendo
tiernas flores, concluyó en Francia el pleito de divorcio. Francine dejó a
Rafael sin blanca y con el compromiso de pagarle una fuerte pensión
contributiva durante los siguientes cinco años. Estoy seguro de que mi amigo ni
se inmutó. El amor de Lisa, su vida juntos, compensaban con creces cualquier
sacrificio y, caso de apuro económico, su sueldo y algún préstamo bancario les
permitiría salir del paso. Por tanto, no es esa la dura realidad que abordo en este capítulo.
***
Apenas quince días
después del encuentro entre las flores, a punto de acabar el curso, el Director
del Instituto llamó a Rafael a su despacho. La cara del convocante reflejaba
preocupación:
-
Verás,
Rafael, ha venido a verme el abuelo de una alumna de C.O.U. En concreto, se
trata de Elisa González García.
El profesor de
Literatura palideció, aunque mantuvo la compostura. Con voz velada, preguntó:
-
¿Qué
quería?
El Director, don
Bernabé, no respondió por el momento, sino que prosiguió:
-
No
sé si sabes que son los abuelos quienes la tutelan durante su estancia en
España, pues sus padres viven en América del Sur.
-
Algo
me había contado Lisa, sobre que la familia vivía en Cartagena de Indias[11]
y que, pensando en volver próximamente a España, la habían mandado a ella por
delante, para que preparara el examen de acceso a la Universidad en nuestro
país.
-
No
conozco los detalles… El caso es que estaba muy enfadado contigo y habló de
ponerte una denuncia. Yo le he pedido unos días para aclarar las cosas aunque,
de ser esto auténtico, me temo que
muy poco vas a poder explicar.
Tomó de la mesa un
sobre y se lo entregó abierto. Rafael extrajo del interior tres fotografías y quedó
atónito. Eran tres instantáneas extraordinariamente comprometidas, de Lisa y él
in puris naturalibus[12],
como habría dicho la de Latín. Las examinó con detenimiento, comprobando que
los rostros eran perfectamente identificables. Luego, las devolvió al Director
y se quedó mirándolo en silencio, con los ojos muy abiertos.
-
En
concreto, el abuelo me manifestó su propósito de llevar las fotos a la
Inspección, para que te expulsen del
Cuerpo, así, literalmente. Yo no sé si las consecuencias serán esas, pero
es muy posible que sí, habida cuenta de que la chica es menor y alumna tuya directa.
Rafael continuaba
en silencio. Don Bernabé pasó a los reproches, tratando de hacerle reaccionar:
-
Pero,
¡cómo has podido! A tu edad, ¡y casado!
-
Te
equivocas -por fin, reaccionó-. Hace meses que me he divorciado en Francia. Mi
propósito es el de casarme con Lisa, tan pronto cumpla los dieciocho.
-
¡Hombre!,
no sabía nada de… Bueno, siendo así, tal vez puedas parar el golpe y hacerle
reconsiderar su amenaza. ¿Por qué no vas a hablar inmediatamente con ellos?
Viven en la urbanización Fuenterroble,
a ocho kilómetros de Castellar.
***
Si la primera
sorpresa de Rafael fue de órdago -como hemos visto-, la segunda fue de aúpa,
aunque bastante menos ominosa. No sabiendo cómo hacer, optó por presentarse en
el domicilio de los abuelos de Lisa sin avisar. Le abrió la puerta la señora y
el reconocimiento mutuo fue inmediato:
-
¡Doña
Aurelia!
-
¡Rafael!
¡No me digas que eres tú el profesor de Lengua de mi nieta!
-
Pues
sí, y he de decir que por desgracia, dadas las circunstancias.
-
Anda
pasa, pasa, que menudo granuja estás hecho.
La recepción por
el abuelo fue menos amistosa. Se levantó del sillón desde el que estaba viendo
la televisión y se lanzó contra el recién llegado, con las más aviesas
intenciones. Su esposa se interpuso, mientras Rafael no dejaba de repetir: deje que le explique, deje que le explique.
-
En
atención a tus padres y porque está mi mujer delante, no te echo de mi casa a
patadas… A ver, ¿qué es lo que tienes que decirnos?
-
Para
empezar, don Eliseo, no tenía ni idea de que Elisa fuera nieta suya. Es más: no
sé por qué, pero el caso es que me ocultó que era hija de Isabel.
-
¿A
qué ton? ¿No sabías sus apellidos y que venía del Perú? Supongo que, como
profesor de Lengua, no te habrá pasado inadvertido el acento.
-
La
verdad es que, apellidándose González García, no se me ocurrió que hubiese tan
insólita coincidencia. Y, en cuanto a lo de venir de Perú, ella me dijo que
había vivido en Colombia, en concreto, en Cartagena de Indias.
Eliseo y Aurelia
cruzaron una fugaz mirada de recelo. No se fiaban de Rafael, pero tampoco mucho
de su nieta. Mi amigo aprovechó el momento para soltar la andanada que llevaba
preparada para desarbolar la indignación de sus interlocutores:
-
Hace
unos meses, me he divorciado de mi mujer. Lisa y yo tan solo estamos esperando que
logre ingresar en la Universidad y cumpla los dieciocho años, para casarnos.
Ese ha sido el motivo de mi desliz que, no obstante, asumo con vergüenza y por
el que les pido perdón.
-
¿Desliz?
-gruñó don Eliseo-. ¿A eso lo llamas tú un desliz?
-
¿Matrimonio?
-replicó doña Aurelia-. ¡Pero si es todavía una niña; podrías ser su padre!
-
¡Claro
que podría haberlo sido! -exclamó Rafael, desde el fondo de su corazón-. Mucho
mejor nos habría ido a todos, a Isabel la primera.
Violencia y
resistencia se vinieron abajo, en un ámbito de dolor y arrepentimiento.
Callaron los hombres; suspiró la abuela.
-
¿Cómo
sigue Isabel?, preguntó mi amigo.
-
¿No
sabes que tiene cáncer? -respondió don Eliseo-. La operaron y ha recaído. Está
muy enferma. A decir verdad, tenemos pocas esperanzas.
Rafa se hizo de
nuevas y los escuchó con atención. Doña Aurelia concluyó:
-
Quince
años llevábamos sin verte. Te portaste muy cochinamente con Isabel y luego no
quisiste dar la cara. No volviste por nuestra casa, que tantas veces nos decías
que sentías más tuya que la de tus padres… Y ahora, esto.
Don Eliseo tomó
derroteros menos sentimentales:
-
Lisa
ha ido a estudiar a casa de una compañera. Vamos a llamarla por teléfono para
que venga y, sin tu presencia, nos aclare ciertos puntos oscuros. No me
gustaría tomar una decisión exagerada, que se volviese contra Lisa, o que su
madre desaprobara, de estar aquí.
Se levantó y llamó
a su nieta, pidiéndole que regresase inmediatamente a casa, pues tenía que
hablar urgentemente con ella. Al volver hacia el sillón, dijo a Rafael:
-
Pasa
al despacho hasta que llegue Elisa. Mi mujer y yo tenemos que hablar.
***
El despacho
-mejor, cuarto de estudio- se encontraba en el primer piso del chalé. Ello facilitó
a los abuelos la maniobra que decidieron usar con su nieta, a saber, la de
ocultarle que, no solo habían estado hablando con Rafael, sino que este se
encontraba en la casa, por si era necesario usar la técnica del interrogatorio
cruzado. Se ve que había calado hondo en don Eliseo su experiencia de
secretario judicial, ya jubilado.
Hasta Rafael,
escondido en el rellano superior de la escalera, llegaban fragmentos de la
conversación entre las tres personas, que tanto podía influir en su vida
futura. Y lo primero que oyó no fue como para tranquilizarlo:
-
No
te habrás dejado embaucar con promesas de matrimonio, o algo por el estilo.
-
¡Qué
cosas tienes, abuela! No soy tan tonta como para fiarme de esas cosas. Además,
como menor de edad, mi consentimiento no sería suficiente.
-
No
se trata de que las hayas creído o no, sino de si el profesor iba, o no, en
serio contigo -puntualizó el abuelo-.
-
Bueno,
serio sí que es. Incluso, me aseguró que se había divorciado de su mujer para
no tener de qué avergonzarse, según me dijo. Me enseñó los papeles pero, como
estaban en francés, tuvo que traducírmelos.
Lo siguiente ya
fue un poco más favorable, aunque también con reticencias:
-
Parece
ser que ese sujeto conoció a tu madre, hace muchos años. ¿Sabías algo de eso?
-
Ni
idea. Tampoco él me comentó nada. Seguramente, no me asociaría con ella.
-
¿Le
ocultaste que habías vivido en Perú, hasta tu venida a España?
-
Me
parece que no. De hecho, figura en la documentación mía del Instituto.
Finalmente, lo que
dejaba a Rafael en mejor lugar, o a Lisa en peor, según se mire con la
mentalidad de sus abuelos:
-
…
Ya os he dicho que me acosté con él libremente. Me lo pidió, yo le di largas y,
finalmente, lo hicimos. Él me quiere y a mí me gusta. No veo qué problema hay.
La abuela explotó:
-
¿Qué
no ves el problema? ¿No comprendes que te puedes quedar embarazada? Eso, por no
hablar de la pérdida de la virginidad, que aquí y ahora sigue teniendo mucha
importancia.
-
Y
el lío en que nos has metido -agregó don Eliseo-. Tu madre te mandó con
nosotros, en vista de su precaria salud. Somos responsables ante ella de todo
lo que te suceda. ¿Cómo crees que recibiría la noticia de que te has liado con
un profesor que, para colmo, fue… amigo suyo?
A juzgar por el
tiempo que invirtió en contestarlos, Lisa se despachó a gusto; pero, como tuvo
el buen criterio de hacerlo con suavidad, Rafael apenas logró enterarse de unos
pocos retazos. En todo caso, fue lo suficiente para captar la afirmación de que
la relación íntima de la orilla del río no
fue la primera de mi vida, ni mucho menos; algo en lo que él no había
parado mientes, o de lo que no se había percatado en su momento. También escuchó
la tranquilizadora afirmación que hizo la chica, alzando la voz:
-
¿Que
cómo puedo asegurar tan pronto que no he quedado embarazada? ¡Qué bobada! ¡Pues
porque ya me ha venido la regla!
-
¡Niña,
no nos alces la voz! Anda, ve a la cocina con tu abuela y ayúdala a preparar la
cena.
Las dos mujeres
abandonaron el salón, momento que aprovechó don Eliseo para subir unos peldaños
y hacer señas a Rafael de que bajara sigilosamente y se encaminara a la puerta
de la calle. Por toda despedida, el amo de la casa le susurró:
-
En
unos días tendrás noticias nuestras. Entre tanto, te prohíbo que veas a Elisa,
o te pongas en contacto con ella de ninguna forma.
***
Las noticias
llegaron a Rafael de la manera que menos le agradaba: una reunión en el
despacho del Director, con este y don Eliseo. El abuelo fue breve y tajante:
-
Para
evitar que el escándalo pueda salpicar a mi nieta y por tu antigua amistad con
su madre, hemos decidido no denunciarte, siempre que cumplas con dos
condiciones innegociables.
-
Usted
dirá, dijo el afectado, entre la preocupación y el alivio.
-
La
primera es que te vayas inmediatamente lejos de Castellar, de modo que el
próximo curso ya no aparezcas por este Instituto.
-
Es
que Elisa no se va a presentar a los exámenes y tendrá que repetir -explicó don
Bernabé, previamente informado de ello por el abuelo de la alumna-.
-
Y
la segunda condición -prosiguió don Eliseo- es que no vuelvas a ver a mi nieta,
ni trates de comunicarte con ella por ningún medio.
Se hizo el
silencio. Lo rompió Rafael, con una objeción inevitable:
-
Yo
aceptaría, pero hay un problema administrativo: el concurso de traslados para
el curso que viene se cerró hace un mes.
El Director
sonrió:
-
Siempre
hay lugar para una comisión de servicio por causa justificada. Tú la pides
inmediatamente, yo te apoyo y la Delegación Provincial la tramitará de
conformidad. Eso sí, no pretendas que te hagan hueco en una ciudad apetecible.
-
Habrá
de ser bien lejos de Castellar, agregó don Eliseo.
-
De
acuerdo, convino Rafael. Presentaré la instancia.
-
Ahí
tienes una máquina -concluyó don Bernabé-. Déjamela firmada hoy, que el tiempo
apremia.
5. En que el drama se vuelve farsa
Miércoles, 29 de agosto de 1979, doce y
treinta del mediodía. Tres personas, todas ellas conocidas mías, toman el
aperitivo en la terraza del Hotel Avenida.
De casualidad, me he fijado en ellos y, no por casualidad, conozco a los
tres. De hecho, al verlos juntos y charlando animadamente, me asalta una
vehemente sospecha. Tal vez responda al hecho de que acabo de despedir en la
estación a mi amigo, Rafael Merino del Brío, quien ha cogido un tren para
Madrid, rumbo a Valverde del Camino[13],
en cuyo Instituto ejercerá la docencia durante el curso que muy pronto
comenzará. ¿Quieren que les confíe mis recelos, aún a riesgo de caer en el
infundio? ¿Sí? Pues voy con ello.
Opino que cuanto
hasta ahora les he contado puede haber sido fruto de un montaje conspiratorio
en contra de Rafael, de un juego coincidente de enredos y venganzas, que hasta
cierto punto se tiene merecido. Su ex esposa, Francine, toma la revancha de las
imposiciones y el desabrimiento de su marido, al obtener un divorcio sumamente
ventajoso, de cuyas rentas podrá disfrutar a sus anchas, sin que la incomode su
cercanía. Damián, que siempre estuvo enamorado de Francine, tiene vía libre
para vivir con ella, y hasta casarse, si les apetece, gracias al engaño de la
película que nunca se rodó. Y Lisa, en el lugar de su madre ausente, se ha
desquitado con ese profesor, otrora frío, cobarde y poco sensible, de quien le
había oído hablar, sin sospechar siquiera que lo tendría por maestro. Imagino
la escena, al despedirse -tal vez, para siempre- madre e hija en su casa peruana:
-
Bastante
tengo con ir de médico en médico y cuidarme cuanto me sea posible, favorecida
por el hecho de ser enfermera en uno de los mejores hospitales de Lima. Tú eres
joven y no es justo que sigas a la vera de una madre gravemente enferma y con
dificultades para poder pagar tus estudios. Con los abuelos estarás
estupendamente. Ellos te darán las oportunidades que tu talento precisa. ¡Ay,
Elisa, qué felices podríamos haber sido en Castellar, si aquél estúpido de Rafael
no me hubiera echado en brazos del malvado de tu padre!
-
Mamá,
más de una vez me contaste que erais muy jóvenes y que, en el fondo, otras
personas influyeron para separaros. ¿No sería posible que…?
-
Si
entonces pudo tratarse de torpeza, ahora lo es de desprecio. La prima Ana me ha
contado que lo vio por la calle y le contó lo de mi enfermedad. ¿Querrás creer
que ni me ha puesto unas letras de ánimo?
Entonces, ¿ha
habido contubernio entre ellos tres, o no? ¿Soy malicioso, o es que ahora sé
más de lo que revelo? Demos tiempo al tiempo, que la trampa rescampla[14]
o, cuando menos, el engaño no puede ocultarse del todo y para siempre.
***
Es buen recurso terminar
una historia por donde se empezó. No es del todo posible en este caso, porque,
entre el viaje de marras en el Shanghai
y este de hoy en el tren-tranvía de Madrid, ha transcurrido algo más de un mes.
Además, el convoy ya ha arrancado y el revisor ha pasado picando los billetes.
Pero algo sí enlaza la cabeza con la cola de la serpiente: Rafael escribe y
escribe, en aquellas mismas cuartillas de Cogiendo
tiernas flores con Elisa. ¡Uf!, el mazo de papel ha engordado muchísimo. El
autor se ha soltado definitivamente con la novela (¿de verdad es una novela?) y
lleva camino de hacer bueno el augurio de un colega del Instituto San Isidro, cuando le Rafa reveló en
Montpellier el argumento:
-
Profesor
y alumna: escabroso tema. Te auguro un gran éxito. Eso sí, yo que tú, usaría
seudónimo.
[1]
Expreso que circuló entre Barcelona y La Coruña/Vigo entre 1950 y 2009, siendo
el ferrocarril español de más extenso recorrido (1.279 km). La larga duración
del viaje (36 horas, inicialmente) y las probables incomodidades del mismo,
dieron lugar a que fuese rebautizado con
el remoquete de El Shanghái,
inspirado por la película de 1932, El
expreso de Shanghái, dirigida por Joseph von Sternberg.
[2] Felipe Camino Galicia (León Felipe), poeta nacido en Tábara (Zamora) en 1884, y fallecido
en Ciudad de México en 1968. Su poema extenso La insignia (1936-1937) lleva la apostilla original de Alocución poemática, estando considerada
una de las más hermosas y duras poesías sobre nuestra Guerra Civil.
[3] Sabido es que, durante el franquismo
(1939-1975), la enseñanza primaria y media en España se desarrolló en régimen
de separación de sexos. Aunque la Ley General de Educación de 1970 preveía la
coeducación, la misma no se generalizó hasta el primer Gobierno socialista
(1982), imponiéndose con carácter obligatorio en el curso 1983-1984.
[4] Alusión a la cifra aproximada de personas
que, hacia 1980, hablaban español en todo el mundo. Esa cifra dio título a un exitoso
programa de variedades de Televisión Española, en antena desde 1977 a 1983.
[5]
Tendencia y esfuerzo cinematográfico que, a partir de 1963, aproximadamente,
tuvo Barcelona como centro de sus integrantes y empresas productoras. En
decadencia a partir de 1970, no obstante mantuvo vivo parte de su impulso hasta
1990. 1966 se considera el año cenital de este movimiento fílmico.
[6] Conocida novela de Vladímir Nabókov (1955),
que alcanzó enorme fama, tras la versión cinematográfica dirigida por Stanley
Kubrick en 1962.
[7] Curso de Orientación Universitaria, que
sustituyó al Preuniversitario, como puente para el ingreso en la Universidad,
tras la Ley General de Educación de 1970, permaneciendo en vigor hasta el año
2001. Se cursaba en los Institutos a continuación del Bachillerato, con prueba de acceso a la Universidad. La
edad promedio de los estudiantes al cursarlo era de 17 años.
[8] Lo que se produciría en 1981.
[9] En 1978, se había fijado la mayoría de edad
en España en los 18 años, rebajando en tres el tope anterior.
[10] Égloga
primera de Garcilaso de la Vega (c. 1498-1536), versos 282/287.
[11] Famosa ciudad de Colombia, a orillas del mar
Caribe. Su centro histórico fue declarado Patrimonio de la Humanidad en 1984.
[12] Es decir, totalmente desnudos.
[13] Importante villa de la provincia de Huelva,
en la comarca del Andévalo, a unos 44 Km de la capital de la provincia.
[14] Refrán asturiano en bable, traducible
literalmente por la trampa resplandece.
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