El regalo del Papa
Por Federico Bello
Landrove
In memoriam, Giuliano Vassalli (1915-2009)
La Historia está llena de inopinadas y
maravillosas causalidades, como la que volvió a la vida al gran
jurista y político italiano a cuya memoria dedico este relato en el que, por
interés y por respeto, apenas me he permitido licencias ni fantasías.
1. Audiencia papal
Un terceto de
personajes, de muy variada apariencia, avanza rápida y sigilosamente por los
pasillos de las estancias vaticanas próximos a las habitaciones pontificias.
Uno de ellos, menudo, moreno y nervioso, con inmaculado atuendo arzobispal, va
ligeramente adelantado, como encaminando a sus compañeros. Con cierta fatiga,
encorvando su magra anatomía de anciano, lo sigue una figura –casi una sombra-
de severo hábito negro, cual sotana de párroco de barrio humilde, cuyo cabello
cano y pálida tez contribuyen a dar impresión de insignificancia. A su lado, en
la plenitud de su edad, muy estirado pero con paso flexible y amplio, avanza un
sujeto rubio, de aventajada estatura, con oscuro traje civil, que parece
quedarle un poco escaso. Suben la escalera que, por fin, ha de darles acceso al
despacho papal. En lo alto, el arzobispo hace una leve reverencia y se retira,
dejando que el otro eclesiástico guíe a Sigfrido[1].
La puerta de una antecámara se abre por ensalmo, dándoles acceso. El viejo
sujeta suavemente a su vigoroso acompañante. Dice:
-
Como
sabe, la audiencia se celebrará a solas; de modo que he de decirle ahora algo
que conviene que sepa. Su Santidad está muy interesado en el caso del joven
G.V., cuya familia guardaba una gran amistad con su fallecido hermano Francesco[2], famoso abogado…
-
Conozco
el caso –responde el interpelado-. La acción del joven tuvo una notable
repercusión y dejó en ridículo a la Policía fascista. Me consta que está
actualmente recluido en nuestra prisión de Roma.
-
En
efecto. Pues bien, no es costumbre que el Papa solicite directamente de nadie
un favor, pero sí me ha encargado le exprese su preocupación por el detenido y
lo mucho que agradecería cualquier actuación por su parte, encaminada a su
liberación o, cuando menos, la seguridad de que no sea ejecutado.
-
Quedo
enterado. Expondré personalmente al Pontífice mi postura al respecto y, si
procede, haré uso de los servicios de usted, como en otros casos similares.
El diálogo ha sido breve y un poco
cortante. Seguidamente, ambos interlocutores acceden al despacho de audiencia,
donde aguarda Su Santidad, Pío XII[3]. El anciano sacerdote hace
las presentaciones, tan protocolarias como inútiles. Luego, se retira
nuevamente a la antecámara, dejando solos al Papa y su visitante. Se sienta y
espera.
Unos tres cuartos de hora más tarde, el
anciano es llamado al despacho. Entra y aguarda unos instantes cabe la puerta,
justo a tiempo de contemplar estupefacto cómo Sigfrido da un sonoro taconazo y saluda al estilo nazi. El
sacerdote lo toma del brazo y conduce hacia la salida. Apenas cruzan unas
palabras, pese a su común idioma materno. Curiosamente, hacen alusión a una
nimiedad: el citado gesto de despedida, del que el autor se siente ahora un
tanto avergonzado. El viejo lo tranquiliza:
-
No
tenga cuidado. Su Santidad lo habrá entendido, sin duda, de la manera más
justa.
Luego, cada uno por su lado, montan en los
coches sin distintivo que los conducen a sus respectivos destinos,
calladamente, por puertas de servicio. Corre la jornada del 10 de mayo de 1944.
***
A la caída de esa misma tarde, el Obergruppenführer-SS[4],
Karl Wolff[5] dará cuenta a su modo de
la audiencia y su desarrollo, al embajador del Reich ante la Santa Sede, con
quien redactará el informe escrito para enviar a su superior, Heinrich Himmler.
Tiene la completa seguridad de que, a su vez, este informará a Hitler. Nada
diremos de esa cadena de informes, de su dudoso contenido y de sus objetivos.
Son cosas de la alta política, que un día servirán para suavizar las sanciones
de los Aliados a Sigfrido, a tan solo
unos años de prisión. Mejor sigamos el vehículo del anciano párroco en su breve recorrido hasta el
colegio de los Salvatorianos en la Via
della Conciliazione.
El anciano, a juzgar por la forma en que
se dirigen a él sus hermanos en religión, ha resultado ser -nada menos- el
Superior General de la Sociedad General del Salvador, padre Pancracio Pfeiffer[6], ampliamente conocido en
Roma como intermediario entre el Vaticano y las Autoridades alemanas de
ocupación, en orden a suavizar esta y salvar vidas humanas en peligro por
motivos políticos. Tan pronto se halla en su despacho, comunica con el Vaticano
y oye por el auricular la voz conocida de monseñor Montini[7], Sustituto de la
Secretaría de Estado, muñidor de la audiencia aludida y mentor por las loggias de acceso a ella. Parece
exultante, incluso emocionado:
-
El
general ha prometido al Santo Padre
la puesta en libertad de G.V. para el día de san Eugenio, como homenaje hacia
su persona. Yo me encargo de hacer llegar la buena nueva a la familia del
preso. Por su parte, confidencialmente y con todas las salvedades, puede usted informar
a la princesa.
El padre Pfeiffer cuelga el aparato con un
suspiro de alivio. Por hoy, ya ha tenido bastante ocupación con ese cabeza loca de G.V. Mañana visitará en
su villa parrasiana a doña Virginia Agnelli[8] y le dará personalmente la
noticia, más directa e íntimamente que por la insegura vía telefónica. Todavía,
al levantarse del sillón, camino de la capilla, gruñe entre dientes:
-
¿Qué
inescrutables caminos del Señor podrán llevar a un profesor de buena familia,
casado y con dos hijos, a convertirse en socialista, partisano y delincuente?
Se encoge de hombros y responde a sí
mismo:
-
La
juventud y los atribulados tiempos que vivimos… Y, tal vez, una conciencia
estricta.
2. El prisionero de via
Tasso
En aquellos mismos momentos, el aludido
profesor tan sui generis, doctor
Giuliano Vassalli, consumía su frugal colación vespertina en la celda que
compartía con otros tres reclusos, en la zona de aislamiento de la cárcel de
las SS en la romana via Tasso. Felizmente para él, habían
pasado las terribles tres primeras semanas de detención, en las que, a base de
torturas, habían tratado de sacarle cuanto sabía de la organización clandestina
de la Resistencia, de la que formaba parte relevante, como figura destacada del
Partido Socialista. No había sido fácil empresa para el jefe de policía Kappler[9] y sus esbirros. De hecho,
les había equivocado, más que informado, ganándose el remoquete –por él
perfectamente entendido, dado su conocimiento del alemán- de ganz geheimer Hund[10].
Ahora, treinta y ocho días después de su detención, compartía hospedaje celular
con otros tres reclusos, en espera de fusilamiento o deportación a Alemania. ¿A
qué juzgarlo? El propio Kappler había excluido tal formalidad: ¿Para qué perder el tiempo con sujetos como
él?
Tal vez, para pasar el rato y olvidar la
calidad de la cena, Vassalli –que ha cumplido sus veintinueve años en la
cárcel-, imagina, entre el dolor y la desesperanza, qué será de su mujer y sus
dos hijos, de sus colegas y alumnos de Padua, de sus camaradas y
correligionarios. Se hace lentamente la noche y decide llevar su imaginación
hacia objetivos menos nostálgicos. Rememora, sin poder reprimir una amplia
sonrisa, la organización y buen éxito de la fuga de Pertini[11], Saragat[12] y otros cinco
antifascistas más, de la cárcel de Regina Coeli, gracias a documentos falsos de
excarcelación, presentados por él y por Massimo Giannini[13], en su calidad de supuestos
abogados colegiados de Roma. ¡Qué mayor burla de los carceleros fascistas y de
sus adláteres nazis! ¿Qué será ahora de los liberados? Por de pronto, escaparon
de su condena a muerte. Los Aliados, tras denodados esfuerzos, parecían estar a
las puertas de Roma, pero barruntaba que sería demasiado tarde para él. Un
capricho, o una represalia, y no volvería a gozar del bien inefable de la
libertad.
De la litera en donde está tendido, le
llegan las quejas del brigada Joppi[14], brutalmente torturado y
condenado a muerte, por sus actividades partisanas y por no dar razón del
paradero del general de carabineros, Caruso[15]. Vassalli olvida por un
momento sus propias cuitas y acude a paliar las de su compañero de celda.
También los otros dos ocupantes de mazmorra se acercan. El caritativo samaritano mira de reojo y recela: De
uno de ellos hay sospechas de que sea espía de los carceleros.
Se
va acercando el rumor de cerrojos, que anuncian el recuento nocturno. ¿Qué habrá sido de Fabrizio[16]?
A su primo lo han condenado a muerte, como a su mujer, como a tantos otros.
Esta no es una cárcel, es una capilla ardiente. Cruje el cerrojo, chirrían los
goznes. Se ponen de pie, en el pasillo entre las yacijas. Giuliano y el espía incorporan a Joppi. Uno de los
de la guardia bromea en su idioma, acerca de no poder volver a levantarse.
Vassalli saca fuerzas de flaqueza y se encara con él:
-
Mañana
volverá a levantarse; ¡como Italia!
Verdaderamente el professore no pierde brillantez, ni en las tinieblas de la agonía.
***
La sorpresa de Giuliano fue mayúscula. En
la celda de enfrente captó la fisonomía conocida del letrado Lino Eramo[17]. Quedó bastante
sorprendido, pues no le conocía actividades resistentes. Tal vez fuese el
motivo de reclusión ser pariente de Badoglio…
Hizo lo posible por trabar conversación
con él, aún de celda a celda. En efecto, logró intercambiar algunos saludos y
confidencias:
-
¿No
lo sabías? Pertenezco desde hace unas semanas al Frente Militar de la
Resistencia. ¡En mala hora! No saldré de aquí.
-
Hombre,
Lino, no seas tan pesimista. No tienen gran cosa contra ti y, prueba de ello,
apenas te han maltratado.
-
Tú
sí que puedes tener esperanzas. Me consta que tu padre está haciendo cosas extraordinarias para salvarte.
Giuliano tomó la noticia con el máximo
escepticismo. Su padre era persona influyente[18], pero no en aquel
momento, ni ante la policía alemana. Sonrió y volvió a sus preocupaciones. No
obstante, aquél abogado un poco timorato parecía tener el don de profecía. Al día siguiente, le llegó a
Vassalli una mochila con ropa, enviada por sus padres. El destinatario la
recibió como evidencia de que no sería ejecutado de modo inmediato sino, más
bien, deportado. Era un resquicio para la esperanza. Tal vez, su padre, después
de todo, estaba consiguiendo resultados.
3. San Eugenio, papa
El Santo
Padre, Pío XII, celebró su santo el día 2 de junio, festividad de San Eugenio
I, papa. Muchas eran sus preocupaciones aquella jornada, en vísperas del
abandono de Roma por los ocupantes alemanes. ¿Cumpliría el mariscal Kesselring[19] las órdenes de
destrucción, aparentemente recibidas? El propio Mussolini, con indiferencia, parecía
haber dado el visto bueno al terrible destino de la Ciudad Eterna. No obstante,
Su Santidad no olvidó un pequeño detalle y, durante la recepción a los
cardenales que acudieron a felicitarlo, hizo un breve aparte con monseñor
Caccia-Dominioni[20]:
-
¿Se
sabe algo de via Tasso?
-
Nada
hasta ahora, Santidad.
-
Confiemos
en Dios… y en la buena memoria del general.
-
Al
parecer, está ausente de Roma desde hace, al menos, quince días.
De la ausencia, parece no caber duda,
fuese interesada o casual. Pero la memoria de Wolff seguía siendo excelente y
la orden de liberación de Vassalli llegó puntualmente a manos del Obersturmbannführer[21]
Kappler. Este remoloneó más de la cuenta, hasta el punto de que era la tarde
del día tres, cuando cumplió el mandato. El verdugo se encaró con Giuliano:
-
Ha de agradecer exclusivamente al
Santo Padre el que en los próximos días no sea usted puesto junto al paredón,
como lo tiene merecido… ¿No es cierto que lo tiene merecido, señor Vassalli?
Debió callar el interpelado, ante tan
retórica pregunta, pero lo cierto es que replicó no sentirse culpable de nada
grave ante los alemanes, toda vez que su lucha había sido esencialmente
antifascista y nunca había derramado sangre tedesca. Kappler, herido en su
sapiencia policiaca, se sulfuró y comenzó a desgranar presuntas pruebas de lo
contrario. Finalmente, exclamó:
-
¡Marche y que no vuelva a verlo nunca
más!
El bueno del profesor, intimidado y algo
corrido, salió del despacho, justo a la gran antesala, donde ya se encontraba
el padre Pfeiffer, en cuyas manos salvatorianas cayó, cual manto protector. En
tan buena compañía, fue rebasando puertas, hasta encontrarse fuera de la
cárcel. La luminosidad de la calle lo deslumbraba y la recién recobrada
libertad lo paralizó, en medio de la acera, sin saber qué hacer ni a dónde
dirigirse. Según su costumbre, el padre Pancracio lo tomó dulcemente de un
brazo y dijo:
-
Vamos
a casa, hijo.
Y lo
llevó a la Casa Madre de su Orden, en la via
della Conciliazione, calle donde, justamente, años después, Su Excelencia
Giuliano Vassalli, diputado, senador, ministro de Justicia, Presidente del
Tribunal Constitucional, honroso aspirante a la Presidencia de la República
Italiana y, por encima de todo, gran jurista y hombre digno, tendría su
espléndido despacho de abogado. Pero eso fue más tarde…
Al día siguiente, 4 de junio de 1944, los
Aliados entraban en Roma y Giuliano Vassalli empezaba a gozar de su segunda vida, regalo de Dios,
ciertamente, pero también regalo
del Papa.
[1] Apodo del personaje,
alusivo a su apostura y color rubio, como suele ser representado el conocido
personaje mitológico, que Wagner popularizó universalmente.
[2] Francesco Pacelli
(1872-1935), abogado muy vinculado a los intereses vaticanos, que tuvo una
participación destacada en el Concordato y Pactos Lateranenses de 1929.
[3] Eugenio Pacelli (1876-1958), Papa entre 1939
y 1958.
[4] Alto rango de las SS, equivalente al de
General de Cuerpo de Ejército. De hecho, era el más alto mando del citado
Cuerpo, en sus dos ramas, militar (Waffen) y policiaca, en Italia.
[5] Karl Wolff (1900-1984), uno de los más
complejos y conocidos jerarcas de las SS, cuya jefatura ostentó en la Italia
ocupada.
[6] Padre Pancracio Pfeiffer
(1872-1945), alemán, Superior General de los Salvatorianos (1915-1945), una de
las más relevantes figuras de la humanización y salvación de vidas en la Roma
ocupada (septiembre de 1943-junio de 1944) y en otras partes de Italia (ciudades-lazareto).
[7] Monseñor Giovanni Battista
Montini (1897-1978), que llegaría a ser Papa, con el nombre de Pablo VI
(1963-1978).
[8] Virginia Agnelli
(1900-1945), de soltera, Princesa de Bourbon del Monte, ya entonces viuda del
magnate industrial de la FIAT, Edoardo Agnelli (1892-1935).
[9] Herbert Kappler
(1907-1978), oficial de las SS, jefe de su policía en la Roma ocupada, que fue
condenado como criminal de guerra a cadena perpetua. Se evadió de la prisión en
1977, ya gravemente enfermo de cáncer, muriendo al año siguiente.
[10] Literalmente, perro
del todo secreto. Es fácil la traslación a un español más correcto.
[11] Alessandro Pertini
(1896-1990), político socialista italiano, Presidente de la República entre
1978 y 1985.
[12] Giuseppe Saragat
(1898-1988), también socialista y Presidente de la República Italiana, de 1964
a 1971.
[13] Massimo Severo Giannini
(1915-2000), profesor, abogado y político italiano, especializado en Derecho
constitucional y administrativo.
[14] Angelo Joppi (1904-1984), Medalla de Oro al
Valor Militar. A la sazón, tenía el rango de maresciallo, que
erróneamente traducen muchos como mariscal, cuando es equivalente al de
suboficial superior del sargento (aproximadamente, brigada).
[15] Filippo Caruso
(1884-1979), jefe del Frente de la Resistencia en el Arma de Carabineros.
[16] Fabrizio Vassalli (1908-1944), capitán, primo
de Giuliano Vassalli. Fue fusilado por los alemanes el 24 de mayo de 1944. Su
mujer salvó la vida.
[17]
Lino Eramo (1895-1944), uno de los ametrallados en el confuso episodio de La
Storta.
[18] Filippo Vassalli
(1885-1955), catedrático de Derecho romano y civil en La Sapienza de
Roma, cuya Facultad de Jurisprudencia presidirá, desde 1944 hasta su muerte.
[19] Albert Kesselring
(1885-1960), Mariscal de Campo, jefe de las fuerzas alemanas en Italia que,
aunque luego sería condenado como criminal de guerra, evitó la destrucción de
Roma o el convertirla en campo de batalla.
[20] Camilo Caccia-Dominioni
(1877-1946), cardenal protodiácono en aquella época, también directamente
interesado en el caso de Giuliano Vassalli.
[21]
Rango de las SS, equivalente al de teniente coronel del Ejército.
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