Un caso de cine
Por Federico Bello Landrove
A Eduardo Torres-Dulce Lifante, amigo y compañero
El caso Montesi es el más famoso de la crónica negra italiana de mediados del siglo XX.
Escritores de la talla de García Márquez o Enzensberger le han dedicado
atención y reflexiones. Yo, que empezaba a leer periódicos en aquella época, he
querido volver la vista atrás con este relato, que se aproxima a algunos de los
muchos puntos de contacto entre el citado caso y el cine. Ello justifica la
dedicatoria a uno de los más finos y entendidos críticos del cine jurídico en
nuestro país.
1. La víctima
En la España de
1953, Wilma Montesi no habría muerto; o, por lo menos, no de la forma tan
sospechosa y solitaria en que lo hizo. Quiero decir que aquel 9 de abril de
1953 era jueves santo, día propicio a la meditación de los misterios cristianos
y de cierre a cal y canto de los espectáculos públicos. Pero Italia era una
república democrática y laica. En consecuencia, los cines permanecían abiertos
y los romanos tenían la oportunidad de pasar la tarde en alguna de las numerosas
salas en que se proyectaban películas. Y precisamente ese era el propósito de
la madre de Wilma y de Wanda, su hermana mayor. En el orden fílmico, no debían
de tener en mucho la opinión de la joven, puesto que ya habían hecho su
elección en la cartelera cuando la invitaron a acompañarlas.
-
¿Eh,
Wilma? ¿Te vienes al cine?
-
¿Qué
película vais a ver?
-
¿Y
de qué trata?
-
No
está muy claro. El periódico dice algo de ambiente teatral en el Perú del siglo
XVIII.
-
Humm,
no me parece muy interesante. Déjame ver.
Wilma hojea la
referencia periodística, incluida la imagen de una despechugada Magnani vestida
al modo de la commedia dell’arte.
Devuelve el diario con un mohín de disgusto.
-
Lo
dicho, no me apetece. Id vosotras.
-
Pero,
Wilma, ¿te vas a quedar sola en casa? Ya sabes que papá no vuelve de la
carpintería hasta la caída de la tarde.
-
No
importa, id vosotras. Tengo que planchar alguna ropa.
La madre y Wanda,
la hermana mayor, se miran, entre perplejas y extrañadas. Dudan si cambiar de
programa fílmico, para así complacer a la chica; pero esta parece tan decidida
a permanecer en casa, que resuelven mantener la elección por la película de
Renoir. Bromean, mientras se retiran para vestirse
a sus habitaciones:
-
¿A
planchar, o a escribir a Angelo[2]?
-
Ya
le escribí ayer –cortó secamente Wilma-. No voy a estar diciéndole todos los
días que lo quiero.
Mientras las dos
mujeres se preparaban para salir, sonó el teléfono. Wilma, más desembarazada,
contestó y estuvo hablando unos momentos. Al acabar, la madre le gritó desde su
alcoba:
-
¿Quién
llamaba?
-
Era
para mí, repuso su hija, sin dar más explicaciones.
Apenas se habían
ausentado madre y primogénita, Wilma dejó cuanto aparentaba estar haciendo y, a
su vez, fue a vestirse de calle a toda prisa; tanta, que olvidó, o no dio
importancia a que su ornato excluyera el inevitable collar de perlas de dos
vueltas o el anillo de compromiso. ¡Si hasta abandonó los pendientes sobre la
cómoda de su habitación! En cambio sí que anduvo presta para sacar del bolso la
fotografía de su novio, el apuesto policía de Potenza, que habitualmente
llevaba consigo. Bien es verdad que, cada día que la acercaba a la boda, se le
caía más el mundo encima, de tener que abandonar su amada Roma por aquél villorrio de la Basilicata, la capital de provincia más alta de Italia,
como blasonaban las guías turísticas. Su padre había llegado a preocuparse:
-
Esta
Wilma, cada día más decaída. Espero que no haga ninguna tontería.
Eran las cinco y
diez de la tarde, minutos arriba o abajo. La infatigable portera que vigilaba
sobre aquella amplia y cerrada urbanización de via Tagliamento, la vio salir, con el paso ligero y la amplia sonrisa
de siempre. Chaquetón a cuadros, falda oscura demasiado corta para su gusto
(¡ah, los cambios de la moda!), zapatos de tacón alto que realzaban su modesta
estatura… sí, y un bolso grande, echado al hombro.
Las dos espectadoras, un poco defraudadas por
la película, regresaron a la casa vacía, a eso de las siete de la tarde. Luego,
el padre, con el benjamín de la familia. Luego…, luego nadie.
Día y medio
después, el cadáver de Wilma Montesi fue hallado por un peón de albañil, apenas
batido por el mar, en la playa de Torvaianica; el cuerpo de una joven de
veintiún años, cuyo único pecado conocido fue no ir al cine con su madre y su
hermana, a ver una película más.
2. El acusado principal
¿Qué culpa tenía
él por ser hijo de Attilio Piccioni, secretario general de la Democracia
Cristiana, ministro, vicepresidente del Consejo y –se decía- brazo derecho del
Presidente De Gasperi? Si algo debía directamente a su padre, que a ambos gustase
reconocer, era el haberlo llevado consigo a audiciones musicales y tener a su
disposición en casa un piano, que tocaba con fluidez sin haber pisado el
conservatorio. Era tan celoso –al menos, aparentemente- de su propia
personalidad, que había descartado el Piccioni como apellido artístico: en esos
ambientes él era Piero Morgan, anagrama del Marengo de su madre y mucho más
apropiado para un ejecutante y compositor de jazz.
Su carrera de
pianista, arreglista-compositor y director de orquesta había corrido, precoz e
intermitente, durante más de diez años. Dos hitos la presidían: la formación y
dirección de la orquesta de jazz
“013” y sus viajes a los Estados Unidos, para tocar con algunos de los mejores
elencos americanos. Y todavía le había dado tiempo para estudiar la carrera de
Derecho e iniciar la de Filosofía. En verdad, no puede negarse a papá Piccioni una cierta parte en tales
éxitos pero, más que por la vía de las influencias, por la de la herencia
biológica.
Nuestro Piero,
todavía más Morgan que Piccioni, apasionado del cine y estimulado por el famoso
compositor de bandas sonoras, Alex North[3], comienza a orientarse
preferentemente a la creación de música para el cine. Es la ocasión y el
momento de relacionarse íntimamente con infinidad de gentes de la pantalla,
como la gran dama de los estudios, Alida Valli, protagonista de la primera
película de ficción a la que Piero puso música, El mundo la condena[4].
Curiosamente, la trama de esta película se nutre de falsos culpables y de
sentencias morales, como si de una premonición se tratase.
La cinta, por sus
obvios defectos, pasa bastante desapercibida para los estudiosos del autor de
la música. No así la siguiente, la escandalosa
“La Playa”[5], que penetra en un turbio
mundo de hipocresía, en el que nadie parece ser lo que aparenta, ambientado en
la Riviera ligur. ¿Anticipación del
futuro también? En todo caso, son las
dos únicas bandas sonoras firmadas por Piero Morgan antes de verse involucrado en el caso Montesi, en el otoño
de 1953, y convertirse en el principal acusado, a partir de mediados del año
siguiente. Absuelto con fórmula plena,
el a partir de ahora Piero Piccioni –sin tapujos- firmará no menos de un
centenar de bandas sonoras más, hasta su muerte, producida en 2004, a los
ochenta y dos años de edad.
¿Solo
coincidencias sin importancia con el mundo del cine? Yo no lo creo así. El
veterano político Giulio Andreotti [6] tuvo ocasión de
entrevistarse –a petición de su interlocutor- con uno de los más turbios –yo
diría impresentable- personajes del
caso Montesi: el Instructor del caso, magistrado Raffaele Sepe. Este, tras
disculparse con el político por causar daño involuntariamente a la Democracia
Cristiana, fue preguntado por su interlocutor si, al menos, estaba seguro de
que Piero Piccioni hubiese visto en alguna ocasión a la pobre Wilma Montesi. La
respuesta, que contesta a su vez a las constantes negativas en tal sentido de
Piccioni, es para enmarcar:
-
Pero,
¿no conoce usted a Piero Piccioni? Es un compositor de jazz y amante de Alida Valli.
Frase despectiva,
a la que Andreotti contestó:
-
Y,
si hubiese vendido rosarios en la plaza de la Minerva, ¿no sería sospechoso?
Y Sepe, sin
descomponerse, salió del paso por la tangente:
-
Ustedes,
los políticos, siempre tienen la respuesta a punto.
En fin, siempre
podría dudarse de la veracidad de Andreotti, a no ser porque el señor Sepe,
presidente de la Corte de Apelación de Roma, le había confesado previamente:
-
Yo
no soy un antidemocristiano, como los periódicos pretenden. ¡Pero si hasta he
votado por usted en las elecciones de 1948 y 1953!
Y, siendo así, no
creo que Andreotti lo dejase en la estacada[7].
3. La principal testigo de cargo
Su nombre era Ana María Moneta Caglio, y
ciertamente parecía hacer honor a ambos apellidos[8]. Hija de un notario
milanés, esbelta, hermosa y con cierta cultura, su presentación en los diarios
era, no obstante, más prosaica: algo cantante, aspirante a presentadora de
televisión y a artista de cine y, sobre todo, ex-amante despechada y vengativa
del supuesto marqués Hugo Montagna, el segundo en el dudoso honor de mayores
acusados en el caso Montesi. Muy pronto, Ana María fue conocida en toda Italia
por el Cisne Negro, apelativo de reminiscencias tchaikovskianas, que
aludía simplemente a la longitud de su cuello y a su habitual indumentaria
oscura.
La aparición de la
Caglio en el escenario judicial había sido decisiva para consolidar el caso
como criminal, con una teatralidad de corte romántico: una confesión en presunto
peligro de muerte violenta, entregada a un sacerdote de su confianza, mientras
ella se refugia en un convento florentino. Teatral, sí, pero ¿cinematográfica?
Indaguemos algo más o, simplemente, dejemos correr el tiempo.
La joven sentía
auténtica vocación por el mundo del espectáculo, en el más amplio sentido de la
expresión. Su acercamiento al influyente señor Montagna no resulta ajena a
ciertos compromisos de este de abrirle las puertas de Cinecittà. Luego,
¿se venga el Cisne Negro por despecho amoroso o por incumplimiento de
compromiso profesional? Y, en cuanto a Piero Piccioni, ya bien conocido e
introducido en la R.A.I.[9], ¿defraudó los anhelos de
Ana María para acceder a la naciente televisión como presentadora? Sospechas,
rumores, conclusiones de hechos llamativos que van, desde el desinterés inicial
de la Fiscalía por las revelaciones de la Caglio, al interesado apoyo
que, en cambio, les concedió el Ministro del Interior, Fanfani[10], pasando por la entrega
de la confesión escrita a jesuitas próximos al Vaticano, y aún al propio Santo
Padre, quien se afirma fue destinatario directo de una copia.
Pero dicen que la
fortuna favorece a los audaces. ¿A qué emplear los buenos oficios del Marqués
de San Bartolomé[11],
pudiendo ganar el mundo por los propios medios? La fama y el savoir faire
de Ana María van a tener su premio de cine. En 1955, es decir, en pleno boom
del caso Montesi en su fase instructoria[12], se estrena la película
dramática La ragazza di Via Veneto[13],
con el absoluto protagonismo femenino de Ana María Moneta Caglio. El debut de
la actriz en la gran pantalla va a ser también su canto del cisne pues,
por lo que yo sé, su filmografía se reduce a este título. ¿Mala calidad
interpretativa, veneno del caso judicial para la taquilla, vergüenza por ser
condenada años después por denuncia calumniosa? Poco importa, como no sea para
ilustrar la moraleja de que el crimen no paga; moralina de poco vigor en lo que
a Ana María respecta, si tenemos en cuenta que ejercer a la postre la profesión
de notario, como su padre, no parece un castigo muy severo. Pero volvamos a Via
Veneto y recojamos algunos jirones del melodramático vestido de su trama:
Anita y
Espartaco son dos jóvenes del Trastevere de modesta condición, que se aman pero
no están contentos con su actual estado: Anita es planchadora y Espartaco
trabaja en una carnicería... Anita sueña con llegar a ser actriz
cinematográfica y, entre tanto, ejercer de modelo... Alentada por las promesas
de un falso productor cinematográfico, Anita está a punto de debutar en una
película, pero Espartaco y sus amigos hacen fracasar el rodaje... Anita acaba
volviendo, arrepentida de sus veleidades fílmicas, a la casa de planchado;
trabajará, se casará con Espartaco y permanecerá en su sencillo mundo, sincero
y honesto.
Vamos que, aunque
el guión de la película figure como obra de cuatro caballeros (entre ellos, el
director)[14],
no creo que les haya supuesto un duro trabajo de imaginación.
4. La testigo de descargo más impactante
Si el título
nobiliario de Montagna podía ser puesto en tela de juicio, nadie podía dudar de
la rancia prosapia, por la rama paterna, de la señora Alida María Laura
Altenburger, baronesa de Marckenstein y Freuenberg, conocida en los ambientes
cinematográficos como Alida Valli o, simplemente, Valli, quien tenía a sus
espaldas una extensa carrera, pese a su radiante juventud[15], cuando sobrevino el
escándalo Montesi. Proclive a las corrientes antifascistas o, al menos,
antinazis, hubo de esconderse durante un tiempo en la época de la ocupación
alemana. En ese ambiente, conoció al pintor y músico de jazz, Óscar de Mejo, con quien contrajo matrimonio en 1944.
La admiración de
la Valli por los músicos no se agotó
con su primer marido, pese a que este, durante una larga estancia del
matrimonio en los Estados Unidos, decidió quedarse en el país americano,
dedicarse en exclusiva a la pintura surrealista y divorciarse de su esposa (con
la que había tenido dos hijos). Ella, confusa y despechada, retornó a Italia en
1952 y reanudó su carrera en el país transalpino.
Al parecer, su
matrimonio con Óscar di Mejo determinó que se conociesen la Gran Dama del cine italiano y el músico
Piero Piccioni. Y, comoquiera que la Valli no hubiera tenido suficiente jazz en los Estados Unidos, continuó su
cultivo en Italia, frecuentando a Piero Morgan
más allá de lo que exigía una buena relación profesional. Creo que ustedes me
entienden y con eso basta. No obstante, hay quien precisa que doña Alida era
mujer fogosa y que el tiempo pasado en compañía de Piero no lo dedicó en
exclusiva a escuchar sus ejecuciones pianísticas. No parece haber duda acerca
de las relaciones íntimas de Alida María y Piero, aunque tal vez exageren los
que califican de amantes a quienes
mantenían relaciones sexuales, sí pero, ni estables, ni exclusivas.
Tales relaciones
–y el firme carácter de la Valli- fueron un sólido pilar en la exoneración de
Piccioni en el caso Montesi. Acaeció que Piero y Alida pasaron unos días en la
villa de Carlo Ponti[16] en la costa de Amalfi,
invitados por el eximio productor italiano, amigo común de ellos. Esta estancia
de los amartelados en la villa pontiana[17] concluyó, precisamente,
el día 9 de abril de 1953, fecha de la desaparición de Wilma Montesi. Le fue,
pues, necesario a Piccioni ampliar a los dos días posteriores la coartada de su
retiro amalfitano, agregando una dolencia febril de garganta, que le obligara a
guardar cama en su casa romana, bajo tutela médica, cuidados familiares y
visitas tan numerosas de amigos, que más parecía la preconstitución de una
prueba de descargo, que no una amgdalitis de cuidado. Pero lo cierto es que la
testigo más respetada y sobresaliente en todo este aparente montaje, fue la
Valli, cuya declaración en el juicio oral de Venecia, acaecida el 7 de marzo de
1957, fue un momento álgido del proceso… y del morbo que el mismo despertaba,
aunque ya en su etapa de decaimiento y convicción generalizada de que la verdad
no se sabría nunca.
Hurgando un poco
más en este aspecto cinematográfico del caso, es de resaltar la devoción de
Piero hacia Alida, y viceversa, por más que la tensión del asunto acabara con
las posibles expectativas de convertir el amorío en matrimonio. Piero, en
principio, quiso mantener a la Valli al margen del caso y no promovió su
declaración exculpatoria, siendo ella quien tomó la iniciativa y ofreció su
testimonio en favor del músico. Tal generosidad no fue sin riesgos. Durante un
tiempo, la actriz tuvo una fuerte caída de popularidad, debida a su implicación
en el caso. De hecho, en declaraciones realizadas a algún medio informativo, la
señora Valli (o Altenburger) manifestó: el
invierno de 1954 fue el peor momento de mi vida.
5. Epílogo: un cronista de
relumbrón
Gabriel García
Márquez pasó algunos meses de 1955 en Italia, como enviado de los importantes
diarios colombianos El Espectador y El Independiente, que de
manera sucesiva contrataron sus servicios, al interesante precio, para la época,
de trescientos dólares mensuales. Gabo, seducido a la sazón por la
crónica criminal, el cine y -¡a qué ocultarlo!- la belleza de Sofía Loren, nos
ha dejado una fascinante recreación del caso Montesi, a lo largo de más de cien
páginas de su ya rica escritura de juventud (tenía veintiocho años de edad), la
cual podría constituir una espléndida base para el guión de la nonata película
seria y grande, que bien merece el caso Montesi. Pero dejemos de formular
deseos y atengámonos a la realidad de un futuro premio Nobel, entregado al affaire
Montesi de oídas –a través de las crónicas de primera mano de los diarios
italianos-, pero también a su vocación de cinéfilo.
El ilustre
cataquero llegó a matricularse en un curso de dirección ofertado por el Centro
Sperimentale di Cinematografia, al tiempo que cubría el Festival de Venecia
de aquel año. Lamentablemente, su aprendizaje quedó bien pronto cortado por su
abandono de tierras italianas, camino de París. No se sabe hasta qué punto
pudiera contribuir también a ello la frustración que narran algunos de sus
biógrafos y que puede resumirse de la siguiente manera:
Con el único
propósito de acercarse a Sofía Loren, colaboró en una de sus películas, pero
los estudios fueron tan irrespetuosos con el futuro gran literato, que no le
ofrecieron otra ocupación que la de formar parte del servicio de orden,
para mantener alejados del plató a los curiosos. Tras varias semanas de tan
poco relevante oficio, que en nada contribuía a que pudiera acercarse a la
bellísima actriz de sus sueños, Gabo abandonó la empresa.
Es de esperar que,
años después, llenos ambos de arrugas y de gloria, pudieran aproximarse al fin
el escritor y la diva. Otra cosa es que ello fuera tan placentero como pudo
serlo el roce del joven periodista y la bella molinera[18].
[1] Rodada en los estudios de Cinecittà bajo dirección de Jean Renoir,
la película se estrenó en Italia en diciembre de 1952 y en Francia, en febrero
de 1953.
[2] Angelo Giuliani, policía
de profesión, novio de Wilma, con quien se había recientemente comprometido.
[3] Isadore Soifer (conocido
como Alex North) -1910-1991-. Obtuvo un Óscar honorífico en 1985.
[4] Película dirigida por Gianni Franciolini en
1952, con Alida Valli, Amedeo Nazzari y Serge Reggiani como actores
principales.
[5] La
spiaggia, dirigida por Alberto Lattuada en 1953, con Martine Carol, Raf
Vallone y Mario Carotenuto de protagonistas.
[6] Giulio Andreotti (1919-2013),
tres veces Primer Ministro italiano, subsecretario de la Presidencia del
Consejo de Ministros en el momento -1954 o 1955- de la conversación que a
continuación se reseña.
[7] Maliciosa alusión por mi
parte a las connotaciones mafiosas del señor Andreotti, puestas de relieve, con
toda la fantasía y exageración que se quiera, en la película Il divo (Paolo Sorrentino, 2008),
subtitulada La espectacular vida de
Giulio Andreotti.
[8] Moneta
significa moneda y caglio, cuajo. A
juzgar por lo que se infiere del caso Montesi, Ana María no hacía ascos al dinero
y, desde luego, tuvo un cuajo increíble para encajar las críticas apabullantes
que recibieron sus escandalosas, increíbles y calumniosas declaraciones.
[9] Siglas con las que se alude a la empresa
pública Radiotelevisione Italiana,
fundada en 1945 como Unión radiofónica y ampliada, a partir de 1954, a las
emisiones de televisión.
[10] Amintore Fanfani (1908-1999), político clave
de la Democracia Cristiana italiana, varias veces ministro, seis veces presidente
del Consejo de Ministros, presidente del Senado, etc. En la época del caso
Montesi, pugnaba con Attilio Piccioni –entre otros- para acceder a la jefatura
de la Democracia Cristiana, al retirarse de la política, y fallecer acto
seguido, Alcide De Gasperi (1881-1954).
[11] Título nobiliario que aducía el acusado del
caso Montesi, Ugo Montagna; para unos, falso, para otros, de los llamados ciampinari, es decir, de los concedidos
por el rey Víctor Manuel III cuando se encontraba, con un pie en el exilio, en
el aeropuerto romano de Ciampino.
[12] A grandes rasgos, la cronología del caso
Montesi puede resumirse así: Muerte de Wilma Montesi e indagaciones policiales
iniciales, en abril de 1953; campaña periodística y escándalo Muto-Moneta
Caglio, otoño 1953-primavera 1954; instrucción judicial del caso por el
magistrado-presidente Sepe, primavera 1954-junio 1955; juicio oral, celebrado
en Venecia, de enero a mayo de 1957; sentencia absolutoria de los principales
acusados, 28 de mayo de 1957.
[13] Creo que la película no se ha estrenado en
España, ni se le ha dado título en español. El film fue estrenado en Italia en
1955. Su director fue Marino Girolami; el productor, Bruno Bolognesi; los
actores principales, Anna Maria Moneta Caglio, Carlo Giustini y Giulio Cali.
[14] El guión de La ragazza di via Veneto aparece acreditado a Lucio Fulci, Roberto
Gianviti, Marino Girolami y Bruno Valeri.
[15] Alida Valli había nacido el 31 de mayo de
1921. En consecuencia, tenía al morir Wilma Montesi 31 años de edad. Reputada
actriz desde 1937, obtuvo el máximo galardón interpretativo en el Festival de
Venecia de 1941. El renombre internacional lo consiguió con El proceso Paradine (Alfred Hitchcock,
1948) y El tercer hombre (Carol Reed,
1949). En pleno periodo Montesi alcanzó
la cumbre de su arte en Senso (Luchino
Visconti, 1954) y en El grito (Michelangelo
Antonioni, 1957). Tras una carrera de más de cien películas, falleció en Roma,
el 22 de abril de 2006.
[16] Carlo Ponti (1912-2007), gran productor
cinematográfico italiano, hombre de notable gusto y cultura, marido de Sofía Loren.
[17] La villa aludida puede
ser visitada, cinematográficamente hablando, en la película ¿Qué? (Roman Polanski, 1973), rodada en
buena parte en ella. La familia Ponti se desprendió de su propiedad, al
fallecer el gran Carlo, siendo su adquirente, al parecer, un empresario
napolitano.
[18] He supuesto, con cierto fundamento, que la
frustrada coincidencia histórica de Gabo y la Loren fuese durante el
rodaje de La bella mugnaia (Mario Camerini, 1955), con Sofía Loren,
Vittorio de Sica y Marcelo Mastroianni como actores principales. Las fechas
parecen coincidir de manera muy plausible. Por cierto, la película se estrenó
en España con el erróneo título traducido de La bella campesina.
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