El caso Heydrich: Cuando dudan las
conciencias
Por Federico Bello Landrove
La intrahistoria
del atentado mortal contra el general de las SS, Reinhard Heydrich (1942), y de
la ulterior delación contra sus autores, son el punto de partida para este
ensayo, en que, no solo recojo hechos reales, sino que los valoro a la luz de
una reflexión pretendidamente imparcial casi ochenta años después, tanto sobre
sus causas, como sobre sus efectos y juicio ético.
Praga (vista parcial )
1. Introducción. Algunos precedentes de interés
En la mañana del
27 de mayo de 1942, un comando no uniformado de resistentes checoslovacos,
atentaba en las calles de Praga contra la vida de Reinhard Heydrich, en el que
sería considerado como el golpe más audaz e importante dirigido durante la Segunda
Guerra Mundial contra dirigentes nazis por parte de sus enemigos bélicos[1].
Una semana más tarde, Heydrich moría en un hospital praguense, a resultas de la
infección de las heridas sufridas (septicemia). En un momento u otro, los
individuos del grupo de atacantes, empezando por los del dúo principal -Josef
Gabcik e Ian Kubis[2]- habían
sido reclutados y entrenados en la Gran Bretaña por el Gobierno checoslovaco en
el exilio y por las fuerzas especiales británicas. Por supuesto, la decisión de
acabar con la vida de Heydrich y el lanzamiento en paracaídas de los dos
militares encargados de intentar el homicidio, habían sido acordados por las
citadas autoridades. Entonces, ¿qué sucedió para que, en vez de loar el éxito
e, incluso, envanecerse del mismo, el atentado acabara por ser una especie de
victoria maldita, de la que nadie quería ser padre? Historiarlo y
explicarlo es uno de los motivos de este relato. Pero, antes de abordar ese
núcleo de interés, me parece oportuno fijar algunos precedentes necesarios para
entenderlo, comenzando por la personalidad de Reinhard Heydrich y la situación
entonces vigente, tanto en la Checoslovaquia en guerra, como entre el Gobierno
exiliado en Gran Bretaña, que dirigía como Jefe del mismo Edvard Benes,
figura clave en la Historia de Europa central -y, por supuesto, de
Checoslovaquia- a partir, como mínimo, de 1914, cuando se inició la Gran Guerra
Europea, a cuyo final nacería, de las ruinas del Imperio Austro-Húngaro, la
República de Checoslovaquia[3].
Una víctima muy
relevante: Reinhard Heydrich. Algunos han llegado a considerar que, hacia
mediados de 1941, Heydrich (1904-1942) había llegado a ser el tercer individuo
más poderoso de Alemania, tras Hitler y Himmler, y un probable sucesor de
aquel, en atención a su trayectoria y edad. En cualquier caso, era la segunda
autoridad de las poderosísimas SS y el máximo jefe del complejo policiaco del
Reich[4]
que, entre otras organizaciones, incluía la Gestapo. El 29 de septiembre de
1941, por mala salud y pérdida de confianza del Führer en Konstantin von
Neurath, fue designado Adjunto o Sustituto del Reichsprotektor de
Bohemia y Moravia, es decir, la máxima autoridad efectiva alemana sobre las
citadas dos regiones, en que se dividía la República Checa de entonces, títere
de los nazis desde la creación de dicho Protectorado, en marzo de
1939.
En el ejercicio de
sus numerosísimas funciones, Heydrich se había caracterizado por diversas y
coincidentes cualidades, que habían impresionado en Alemania y en el
extranjero, aunque su valoración fuese muy heterogénea. Todos admiraban su
versatilidad, inteligencia y capacidad de trabajo. En su país se admiraba
sobremanera su energía, rayana en la violencia más cruel e indiscriminada. En
el extranjero -no digamos entre sus enemigos en la guerra- se temían su
inhumanidad y eficacia. Algo más que temor estaban ya experimentando gentes,
como los judíos -cuya política de exterminio dirigía efectivamente[5]-,
o los checos, directamente bajo su mando y autoridad.
Un detalle más,
para perfilar este retrato, por lo demás, muy incompleto. Me refiero a que la
citada ductilidad de Heydrich explica su nombramiento para gobernar a los
checos, implementando la política que, un tanto eufemísticamente en este caso,
se ha llamado del palo y la zanahoria. El palo, obviamente, era la severidad y
dureza con que Heydrich descabezaba cualquier intento de oposición y
resistencia interior, mediante todas las fuerzas policiacas a sus órdenes. La
zanahoria, las menguadas, aunque llamativas, atenciones alimenticias,
económicas y recreativas, con que animaba a los obreros de las fábricas de
Bohemia y Moravia a trabajar con eficacia para el esfuerzo de guerra en pro de
Alemania. Esto último no había pasado desapercibido, ni mucho menos, para las
autoridades británicas y checas en Londres: Heydrich se había vuelto un peón
nazi muy dañino, no solo, y no tanto, por reducir a muy poco las actividades de
la Resistencia checa, sino por estimular y conseguir la docilidad de quienes,
en el industrioso Protectorado, fabricaban para Hitler vehículos, armas,
componentes eléctricos o maquinaria pesada.
Un checo casi
omnipotente, pero en el exilio británico. Junto a la de Tomás Masaryk, la figura
de Edvard Benes (1884-1948) aparece como crucial en la independencia y los
primeros treinta años de existencia de Checoslovaquia. Era Presidente de esta
República cuando se vio obligado a aceptar el trágala del Tratado de
Múnich de 30 de septiembre de 1938, por el que su República se vio privada en
favor de Alemania del territorio del llamado País de los Sudetes, con
toda la población que habitaba en él. De manera digna y astuta a la vez, Benes
dimitió de la Presidencia el 5 de octubre de 1938, pasando sucesivamente a los
EE.UU. y a Gran Bretaña, en cuyo solar y con la pertinente autorización,
estableció un Gobierno provisional de la República checoslovaca en el exilio,
con él como Presidente. Sucesivos avatares, no siempre rectilíneos, fueron
afianzando su posición y la de su Gobierno, hasta el final de la Segunda Guerra
Mundial, cuando pudo retornar en triunfo y como Presidente (1945), a un país
restaurado en su existencia, unidad e integridad territorial. Podría decirse
que Benes tuvo la suerte de fallecer en octubre 1948, poco después de dimitir
como Presidente, por disconformidad con el movimiento internacional y golpe de
Estado, que convirtió a la República de Checoslovaquia en un feudo comunista y
en un Estado marioneta de la Unión Soviética.
En la época del
apogeo de Heydrich, Benes estaba perfectamente asentado en su posición
presidencial en el exilio, reconocida por los aliados en la guerra, y, desde
luego, contaba con la plena adhesión de los círculos checoslovacos patrióticos,
dentro y fuera del país, pero seguía luchando infructuosamente por lograr que
el Tratado de Múnich fuera declarado nulo, o denunciado al menos, por sus
firmantes amigos, Inglaterra y Francia. Benes suponía, con bastante razón, que contribuía
a su debilidad negociadora la colaboración indudable de la industria checa al
esfuerzo militar alemán, así como la escasa eficacia de la Resistencia en
labores de sabotaje e información; cosas ambas en las que tenían mucho que ver el
rigor y la eficacia de Heydrich. Empezaban, pues, a sentarse las bases para que
Benes estuviese interesado en aprobar un atentado contra la vida del dueño y
señor del Protectorado bohemo-moravo. La verdad es que, en principio,
muy pocos en la Gran Bretaña dejarían de opinar lo mismo.
La situación en
el Protectorado de Bohemia y Moravia. Fue muy la astuta maniobra de Hitler
en la primavera de 1939, promoviendo la independencia de Eslovaquia bajo un
régimen político amigo[6],
y conformando con el territorio checo[7]
un Protectorado, acordado con las autoridades checas conniventes[8]
y, en principio, reconocido internacionalmente, el cual siguió manteniendo una precaria
autonomía para gobernar sus asuntos internos. Naturalmente, la declaración de
guerra (septiembre de 1939) borró pronto toda apariencia de soberanía y de
libertad, pasando a ser las autoridades alemanas, encabezadas por el Reichsprotektor,
las dueñas absolutas del país. Este, dotado de una economía saneada -tanto en
el sector primario, como en la industria[9]-,
pasó a jugar un papel notable en el esfuerzo bélico alemán, incluida la
emigración forzosa de decenas de miles de checos para trabajar en fábricas
alemanas, en condiciones análogas a los trabajos forzados.
La pasividad
prebélica de otras Potencias -recuérdese el Tratado de Múnich- y la agobiante
presencia y represión alemanas en el Protectorado fueron limitando la
convicción y la eficacia de la resistencia interior contra los alemanes, pese a
la solidez y patriotismo de su representación externa, encabezada desde Gran
Bretaña por el Presidente Benes. Todos los intentos de estimular el
sabotaje y el no colaboracionismo fueron teniendo cada vez menor eficacia
gracias, entre otras cosas, a la dureza y habilidad de Reinhard Heydrich. En el
periodo en que este gobernó efectivamente el Protectorado -septiembre de 1941 a
mayo de 1942-, la Resistencia checa era incluida entre las menos activas de los
países ocupados por Alemania. Entre otras cosas, las comunicaciones por radio
con el exterior habían quedado prácticamente anuladas, y la división de los
resistentes y la presión ejercida sobre ellos generaban constantes
interferencias y delaciones, de suerte que ya nadie confiaba plenamente en
otros camaradas que no fuesen íntimos.
La Resistencia
checa en el exilio británico. Un buen número de checos y eslovacos se
incorporó voluntariamente a unidades que lucharon contra los alemanes en el
frente occidental[10]
hasta la derrota francesa (junio de 1940), y los que pudieron pasaron seguidamente
a la Gran Bretaña, donde el Gobierno checoslovaco en el exilio logró que combatieran
encuadrados en unidades nacionales, bajo una especie de mando mixto, así
político, como militar. Las principales unidades checoslovacas sirvieron en la
RAF, es decir, en las fuerzas aéreas británicas. Un contingente de alrededor de
dos mil quinientos combatientes de tierra -en su mayoría, paracaidistas-
también quedó acuartelado en la Isla, preferentemente en Escocia. Sería de esa
fuerza, teóricamente entusiasta y bien entrenada, de la que fueran extrayéndose
los comandos que, a lo largo de la guerra, fueron lanzados en paracaídas sobre
territorio checo, para realizar las misiones, más o menos concretas, que se les
encomendaban. Tales operaciones eran consensuadas entre los mandos del Ejército
checoslovaco en el exilio[11]
y las respectivas autoridades operativas militares británicas, con el
conocimiento y cooperación del Servicio Secreto inglés para el exterior, el
MI6. La superior aprobación civil corría generalmente a cargo del Gobierno checoslovaco
en el exilio, siendo sabido que Benes, su Presidente, había conseguido de las
autoridades británicas una casi total autonomía decisoria, sin perjuicio del
visto bueno militar inglés y del MI6 pues, a fin de cuentas, era la aviación
británica la que tenía que poner a los paracaidistas checoslovacos en los
cielos del Protectorado o, en su caso, de Eslovaquia.
Reinhard Heydrich
De ese venero de
patriotas combatientes, y con ese planteamiento básico decisorio, fue como, en
el otoño de 1941, se decidió lanzar sobre las proximidades de Pilsen un comando
de dos militares expertos, con el objetivo de atentar contra la vida de
Reinhard Heydrich, mediante método a determinar por dicho dúo sobre el terreno.
Suele afirmarse que la sugerencia de la operación, en cuanto a la identidad de
la futura víctima, correspondió al entonces coronel Moravec y la aprobación
final al Presidente Benes, así como a las autoridades militares competentes
británicas. Más adelante profundizaré en estas cuestiones, pues forman parte
del núcleo clave de este ensayo. Baste ahora con señalar que, aprobada la operación
de comandos y seleccionados los dos hombres que habían de llevarla a cabo, estos
fueron lanzados en paracaídas el día 29 de diciembre de 1941, en las proximidades
de Praga -por error del piloto de la aeronave-. La operación para acabar con la
vida de Heydrich, denominada en clave Operación Antropoide, estaba en
marcha.
Josef Gabcik (izquierda) y Ian Kubis
(derecha)
2.
Lo cierto y lo dudoso del atentado contra Heydrich[12]
El punto de
partida. Intervención de Churchill. Suele sostenerse que, entre Benes y el
Primer Ministro británico, Winston Churchill[13],
había una mutua relación de respeto y una buena sintonía, que favoreció la
consolidación en la Gran Bretaña del Gobierno checoslovaco en el exilio, así
como la autonomía y capacidad decisoria que Benes reclamaba respecto de las
operaciones de comandos en el antiguo territorio checoslovaco[14].
En el marco de dichas relaciones, parece ser que, hacia septiembre de 1941,
Benes recibió alguna llamada de atención de Churchill, quejoso este de la
escasa operatividad de la Resistencia en Checoslovaquia. Benes encajó la
crítica con el disgusto que era de esperar, al ser consciente, no sólo de la exactitud
del dato, sino del daño que el mismo podría hacer de cara a una reconstrucción
de Checoslovaquia, tras la eventual victoria de sus aliados. Cambiar de
golpe la eficacia de la Resistencia era imposible, máxime en la situación de
incomunicación y desconexión en que se encontraba. Había pues que optar por un
golpe de mano, más espectacular y aislado, que efectivo y grupal: Nada mejor
que un atentado contra alguna autoridad de relieve en Checoslovaquia. Al
parecer, llegó a manejarse una docena de posibles víctimas, para quedar al
final dos objetivos: el más pro nazi de los ministros del Gobierno de Praga, el
de Educación, Emanuel Moravec[15],
y el Reichsprotektor en funciones, Reinhard Heydrich. Entre uno y otro,
la elección no era dudosa, salvo por un concepto: Que un atentado mortal contra
Heydrich habría de desencadenar una grande y letal represión de los checos, la
cual podría, a su vez, volver a los más tibios de estos en contra del Gobierno
en el exilio. Por lo demás, la práctica del atentado político como táctica de
guerra no se consideraba moralmente aceptable por buena parte de las
autoridades británicas[16]
-por no aludir a las de otras nacionalidades[17]-,
juzgándolo, de manera un tanto excesiva, como un verdadero asesinato político.
En cualquier caso, es indudable que la acción contra Heydrich fue expresamente
aprobada por el Presidente Benes, recibiendo seguidamente el visto bueno
y la implementación del MI6 y de las autoridades militares británicas habituales,
si bien es cierto que un documento plenamente expresivo anterior a enero de
1942 no ha sido encontrado, siendo así que el dúo ejecutor se hallaba ya sobre
el terreno checoslovaco desde la noche del 28 al 29 de diciembre de 1941.
Se hace difícil de
tragar que una operación de comandos tan relevante no llegase a
conocimiento, cuando menos -ya que no a autorización o refrendo-, de las
máximas autoridades militares inglesas y, por ende, del Gabinete de Su Majestad.
Pero lo cierto es que, ni hay datos fehacientes de ello, ni parece ser la pauta
normal para tales operaciones, cuando eran ordinarias o de rutina. Por tanto,
me atrevo a concluir que, aunque resulte poco creíble, la intervención de
Churchill en el atentado mortal contra Heydrich pudo reducirse a la inducción,
general e indirecta, a que en este epígrafe me he referido.
Por lo demás, ni
interesa especialmente para este ensayo, ni resulta particularmente dudoso,
todo el proceso práctico en virtud del cual, entre octubre y diciembre de 1941,
fue seleccionándose el personal para la Operación Antropoide, y
preparando el lanzamiento de un comando bipersonal al aire de Checoslovaquia.
Sí quiero destacar el carácter de máximo secreto que se dio a la operación, en
particular, para la Resistencia en el interior[18].
También es notable que, al no haberse preparado el golpe con la cooperación de
buenos conocedores sobre el terreno, se dejó a criterio de los ejecutores,
Gabcik y Kubis, la forma y momento de atentar contra Heydrich, admitiendo
incluso la posibilidad -un tanto ilusoria- de volar el tren en que el General
solía desplazarse entre Praga y Berlín.
Los ejecutores, en
Checoslovaquia. Seguramente
sea impresionante constatar que, entre el lanzamiento en paracaídas y el
atentado, pasaron casi cinco meses -del 29 de diciembre de 1941 al 27 de mayo
de 1942-, durante los cuales la buena suerte de los dos ejecutores superó con
creces sus desdichas. El hecho de que fueran a caer, por error de navegación, a
unos cien quilómetros del lugar previsto, así como la circunstancia de que Gabcik
se lesionara durante su aterrizaje y hubiera de ser atendido médicamente,
impidió desde el primer momento el deseable secreto de su presencia en
Checoslovaquia, así como la necesidad de contactar con elementos de la
Resistencia, lo más seguros posible. Aquí empezó la buena fortuna del dúo de
comandos, pues todos cuantos los ayudaron lo hicieron bien y con absoluta
reserva. Parte de la buena suerte fue el que, al fin, tuviesen en Gran Bretaña
noticia por radio de los ejecutores, aunque esta viniera acompañada de un dato
fundamental para el desarrollo de este ensayo. Me refiero a la circunstancia de
que, de un modo u otro, jefes de la Resistencia supiesen para qué estaban allí
Gabcik y Kubis. La opinión dominante, transmitida a Inglaterra por conducto
radioemisor seguro, el 12 de mayo de 1942 -es decir, unos quince días antes de
perpetrarse el atentado-, solicitaba de las autoridades del Gobierno en el
exilio que no se ejecutase el atentado contra Heydrich, por los terribles
efectos que acarrearía para la población civil. El coronel Moravec debía
transmitir tal solicitud a las autoridades superiores suyas[19],
pero la respuesta explícita no llegó, ni se sabe a ciencia cierta (más adelante
volveré sobre ello) si Moravec cursó la petición. En cualquier caso, la
confusión fue entendida como posibilidad de continuar con la operación, la cual
ya se encontraba muy avanzada, en los términos en que se realizaría días
después.
Como se sabe, tras
algunos avatares concretos, el atentado se realizó con bomba lanzada contra el
coche oficial de Heydrich, en la mañana del 27 de mayo de 1942. El vehículo, en
el que el General hacía su recorrido habitual por las calles de Praga entre su
residencia oficial y su despacho de Reichsprotektor, era fuerte y
potente, pero no blindado, ni aquel llevaba escolta de ninguna clase, la que él
solía desechar por soberbia o falsa seguridad[20].
Con todo, la muerte de Heydrich, producida el 4 de junio siguiente, fue fruto
de una infección generalizada de su sangre y heridas, no del carácter muy grave
o mortal por sí de las mismas.
Al final, en el
atentado contra Heydrich intervinieron de modo inmediato siete hombres y una
mujer de la Resistencia, entre los cuales se encontraban los dos encargados de
perpetrarlo[21]. Por
tanto, es probable que, de haber actuado completamente solos -como se les había
ordenado-, no hubieran conseguido su objetivo.
Vehículo Mercedes de Heydrich,
tras el atentado
Aunque Heydrich no
hubiese muerto, ni en ese momento fuera probable tal cosa, la Radio oficial de
Praga dio ya noticia del atentado en la tarde del 29 de mayo, anunciando
pertinentes y terribles represalias[22].
Esa fue la forma en que Benes, Frantisek Moravec, Churchill, Eden y tantos
otros supieron del éxito relativo del comando, que pronto sería completo. Sin
embargo, el júbilo y el orgullo no tardarían en dar paso a la falsedad y la
cobardía, a la hora de reconocer la inducción y la autoría moral del crimen, si
puede llamárselo así. Pero, antes de tratar de ese proceso de opacidad
deliberada, acabaré de dar noticia del destino que aguardaba a Gabcik, Kubis y
los demás compañeros, en la Praga de los días siguientes al atentado.
Tanto como el
atentado, ofendió a los alemanes -con Himmler dirigiendo las operaciones desde
Praga- el que sus perpetradores se escondieran tan acertadamente, que pasaban
los días sin que las pesquisas para localizarlos progresasen. La indignación
nazi creció cuando el 4 de junio se produjo el fallecimiento de Heydrich. Las
operaciones de busca y represalia eran frenéticas y anunciadas por radio, pero,
pese a su crueldad -incluso eliminación de algunas poblaciones enteras
sospechosas-, los resultados eran nulos. También se había ofrecido una
recompensa por denuncia exitosa, que llegó a alcanzar los diez millones de
coronas checas (alrededor de un millón de marcos alemanes[23]).
Finalmente, más por delación -como luego veremos- que por acción investigadora
policiaca, los ejecutores del atentado y sus cómplices inmediatos fueron
localizados en la catedral ortodoxa de Praga[24]
en la madrugada del 18 de junio de 1942. En la épica lucha que siguió, fueron
muertos o se suicidaron los siete patriotas que allí se habían
refugiado.
La delación
como detonante para el descubrimiento e identificación de los culpables del
atentado. Si bien la localización definitiva de los refugiados en la catedral
ortodoxa de Praga fue consecuencia directa de las torturas ejercidas sobre personas
que inicialmente habían acogido y escondido a Gabcik y Kubis en Praga[25],
la buena orientación de las investigaciones y la focalización de los implicados
y de sus encubridores corrió de cuenta de un camarada de los anteriores,
llamado Karel Curda[26],
también militar resistente acuartelado en Gran Bretaña y lanzado en paracaídas
sobre Checoslovaquia en un momento posterior[27].
Refugiado tras el atentado en el campo, en casa de su familia, tuvo completa
noticia de las terribles represalias que sufría la población civil, al no
aparecer los culpables. Parece que ese fue el motivo principal para que Curda
decidiese facilitar la detención de estos: primero, mediante una carta dirigida
a las autoridades alemanas, en que de forma anónima daba el nombre de Gabcik y
Kubis. Al no haber sido atendida la misma, se presentó en el cuartel de la
Gestapo en Praga y dio cuanta información le fue solicitada al respecto, si
bien hubo un momento en que intentó quitarse la vida con una pastilla de
veneno, maniobra evitada por el oficial que lo estaba interrogando. Los amplios
detalles ofrecidos por Curda, llevaron a la detención, tortura y ejecución de
buena parte de los que en Praga ocultaban a los resistentes en sus domicilios.
Bajo los efectos de tales torturas, físicas y psicológicas, alguno de los
interrogados aludió a la catedral ortodoxa de San Cirilo y San Metodio, como
lugar de segura o muy probable ocultación de los perseguidos[28].
Cuando estos fueron localizados y muertos, Curda ayudó a la identificación de
sus cuerpos. El delator cobró la recompensa ofrecida y, a partir de ese
momento, llevó una vida de cooperación con los alemanes, a la que brevemente
aludiremos en el capítulo 4 de este ensayo.
Iglesia de los Santos Cirilo y
Metodio de Praga (estado actual)
Apuntes sobre
el alcance de la represión por el atentado y muerte de Heydrich. No es
sencilla la discriminación de los actos de represalia por el atentado y la
muerte de Heydrich, de aquellos otros que se incardinan dentro de la violencia general
nazi, bien contra los judíos checos, bien contra los resistentes y disidentes
en general. Al menos, hay dos tipos de acaecimientos que son achacables sin
duda a la Operación Antropoide: 1º. La destrucción de las localidades de
Lidice, Lezaky y Bernartice, con el exterminio de su población masculina
adulta, pasando mujeres y algunos niños a los letales campos de concentración;
el total de víctimas directas estuvo por encima de las 250[29].
2º. Los juicios sumarios contra presuntos cómplices y encubridores del atentado
contra Heydrich, en que se dictaron unas quinientas sentencias de muerte[30].
De forma más amplia y menos precisa, Delarue[31]
se refiere a más de 1.350 sentencias de muerte dictadas por tribunales de Praga
y Brno por estos hechos y eleva hasta 657 personas las ejecutadas sobre el
terreno. En declaración prestada por el sucesor de Heydrich en el cargo de Reichsprotektor
adjunto, general de las SS, Kurt Daluege, durante el proceso de Praga, en
1946, en que fue juzgado y condenado a muerte por crímenes de guerra, el mismo
reconoció ante el tribunal que las represalias habían causado 1.306
ejecuciones, de las que 201 habían sido de mujeres. Por el mismo motivo, se
cree que unos tres mil judíos fueron sacados del campo de concentración suave
de Terezin (Theresienstadt), para ser ejecutados en otros campos preparados
para ello[32].
En conjunto, se
cree que no menos de 5.000 personas pudieron morir por efecto inmediato del
atentado contra Heydrich. Parecen suficientes para justificar la inquietud por
sus consecuencias en la población civil checa, aunque no alcancen las diez mil
víctimas mortales que, en principio, exigió Hitler, al tener conocimiento de la
muerte de su excelente subordinado.
3.
La Operación Antropoide[33],
a la luz de las conciencias
La ley y la
conciencia en el caso Heydrich. Para mí -que soy lego en Derecho
Internacional de la Guerra-, me resulta llamativo que las voces que se han
levantado contra el atentado de Heydrich -antes o después del mismo- no se
hayan basado en la probable ilegalidad de la acción de comandos no uniformados
y sin armas visibles en territorio enemigo, sino en el tipo de acción que les
haya sido encomendada: en este caso, matar con presunta alevosía a un alto
cargo militar y político del bando contrario. En efecto, las tropas
checoslovacas acantonadas en territorio británico fueron sistemáticamente
utilizadas para labores de comando y de espionaje -que también era ilegal, tal
y como se practicaba-, sin plantearse objeciones ni cuestiones de conciencia,
hasta llegar a la Operación Antropoide. Será necesario recordar que la
Convención de La Haya de 18 de octubre de 1907 -vigente en nuestros días y,
desde luego, en 1941 y 1942- exige que los beligerantes porten uniforme
o distintivo suficientemente claro y visible de su carácter militar y bando,
así como que lleven las armas de forma visible (artículo 1º del Reglamento
sobre leyes y costumbres de la guerra terrestre). El mismo texto considera
espionaje y, como tal, punible previo juicio, el desarrollar labores de
información para el enemigo de manera oculta o subrepticia (véase artº 29 del
mismo Reglamento). Por tanto -y salvo que yo esté equivocado en mi aproximación
al tema-, la Operación Antropoide era de una más que discutible
legalidad, no tanto por su objetivo, sino porque el comando ejecutante, a todas
luces militar, actuó como si se tratase de voluntarios civiles -es
decir, ocultando su carácter y armamento-. En consecuencia, los promotores de
la operación y quienes la autorizaron no estaban cumpliendo las leyes de la
guerra.
Edvard Benes
Si nos olvidamos
-que ya es demasiado olvidar…- del analizado aspecto jurídico del tema, parece ridículo
que se suscite el tema de conciencia del objeto de la operación. Heydrich era,
no solo un político muy relevante, sino ante todo un General de las SS con
indudable carácter militar[34].
Como tal, tenía una capacidad de armarse y de protegerse suficiente, como para
que pudiera defenderse y ningún ataque de beligerantes enemigos, incluso
comandos, pudiera resultarle alevoso, es decir, sorprendente. Que Heydrich
fuera en ocasiones tan fatuo como para prescindir de blindajes y de escoltas,
era problema suyo y de razonable aprovechamiento por sus enemigos.
En este caso, la
futilidad del cargo de conciencia se potencia por argumentos ad
hominem. Heydrich era una figura clave en el control militar y el esfuerzo
de guerra del Protectorado de Bohemia y Moravia. Las acciones contra él tenían
un indudable provecho militar -mayor o menor, eso es opinable-. Llegar hasta él
desde Gran Bretaña o, incluso, desde la propia Praga, no era nada fácil, sino
que precisaba de formación y acción, al menos, paramilitar. Librarse del
castigo ulterior y escapar era tarea punto menos que imposible: Los militares
operativos lo tenían claro y contemplaban como cierta la opción del suicidio,
que les había sido recomendada por sus superiores para el caso de ser
capturados.
Por todo ello,
¿cómo llamar el atentado contra Heydrich?: ¿asesinato, crimen, operación militar?
Que fue un crimen de guerra parece claro, a la luz de la teoría de las normas
de La Haya. Pero no puede obviarse que tal normativa había quedado totalmente
obsoleta -e incumplida sistemáticamente en la práctica- para los países
contendientes en la Segunda Guerra Mundial. Que fuese un asesinato resulta
discutible en abstracto -la imprevisión de la víctima era, ya de inicio,
bastante dudosa- y no es exacto en concreto, al menos, a la luz del Derecho
penal español, que exige imposibilidad calculada de que la víctima se defienda:
Recuérdese que, al no funcionar el fusil de asalto previsto como arma letal,
Heydrich y su chófer militar se percataron del atentado, montaron sus pistolas
y se enfrentaron a los atacantes, a quienes persiguieron infructuosamente. Solo
en esos momentos y situación, se activó y arrojó la bomba de pequeño tamaño y
radio de acción que provocó las lesiones de Heydrich[35].
Si, en lugar de hacerse los valientes sus ocupantes, el vehículo
de Heydrich hubiese reiniciado la marcha, es casi seguro que el atentado
habría resultado fallido.
Moralidad y
objetivos: ¿El fin justifica los medios? En el capítulo 1 hemos planteado a
grandes rasgos cuáles fueron los objetivos pretendidos por los que diseñaron y
aprobaron la Operación Antropoide. Este ha sido el aspecto de la
cuestión favorito para quienes discuten lo correcto de tal Operación. Y, al
hilo de ello, se plantea como punto sobresaliente cuál era la catadura moral de
Heydrich, momento en que surgen apelativos, como el de El carnicero de Praga,
o el de El hombre del corazón de hierro[36].
Procurando no incurrir en cinismo, afirmo que este es un camino tortuoso, por no
decir errado, pues los actos y las cualidades del Reichsprotektor en
funciones merecen un juicio muy diferente según la nacionalidad de quien los
valore; y no olvidemos, a estos efectos, que tratamos de una época de guerra.
Al margen, pues,
de la adhesión o simpatía que genere el personaje, resulta absurdo tomar la Operación
Antropoide como una forma de hacer justicia retributiva, con Benes y sus
adláteres como perjudicados, fiscales, jueces, jurados y ejecutores. Sí podría
aceptarse una faceta de justicia preventiva, entendiendo que Heydrich era
objetivamente más cruel y violento que cualquier otro que Hitler pusiera en su
lugar. Tal cosa supone, obviamente, una petición de principio, a saber,
que estuviésemos informados acerca de sus sucesores y de su forma de actuar.
Algo imposible pero que, de todas formas, ha sido invocado por diversos
autores: Dicen que se habla mucho de los que murieron por el atentado contra
Heydrich, pero poco o nada de los muchos más que habrían sufrido la misma
suerte, de seguir vivo. Yo creo que la Historia desmiente a quienes así
piensan, pero no voy a perder el tiempo haciendo historia ficción, a
base de futuribles del tipo, qué podría haber pasado si Heydrich no hubiera
muerto en el atentado del 27 de mayo de 1942.
De todos modos,
esos futuristas nos ponen sobre la pista de algo evidente y sustancial:
Es casi seguro que nadie se habría preocupado de la licitud legal o moral del atentado
contra Heydrich, a no ser por la gran acción de represalia que provocó, la cual
era perfectamente previsible -y, de hecho, se previó- cuando la operación fue
decidida. En los dos capítulos anteriores hemos dejado constancia de ello.
¿Deben evitarse
las acciones de guerra que puedan generar grandes represalias? ¿Han de
sopesarse estas a priori, para juzgar si los perjuicios de una operación
militar son superiores a sus ventajas? Es claro que las represalias, más allá
de niveles razonables, están prohibidas por las leyes de la guerra y, en
consecuencia, el antagonista no tiene por qué contar con ellas desde el punto
de vista jurídico. Transigir con sus excesos y dejar de realizar lo lícito para
evitar lo ilícito, sería tanto como echarse en brazos de los enemigos más
inmorales o malvados. Con todo, es lógica la postura de atender los ruegos de
la población civil inerme, para no provocar a individuos como Hitler con
acciones que no sean muy útiles o estrictamente necesarias. Por tanto, la
cuestión se desplaza y cambia de planteamiento: No hay por qué tomar en
consideración las posibles represalias ilícitas que adopte el enemigo, pero sí
evitar su eventual provocación con operaciones cuyo beneficio no sea claramente
superior al daño futuro. Según eso, ¿parecía justificada en su momento la Operación
Antropoide?
No todos opinaban
lo mismo. Por aludir a sus protagonistas y circunstantes, Benes y el coronel
Moravec la juzgaron necesaria, habida cuenta de la excitación a la acción por
Churchill y a la relevancia que Heydrich estaba teniendo en el aquietamiento y
cooperación de Checoslovaquia con el Reich alemán. En cambio, el
comandante Vartos[37],
autor del famoso radiograma del 12 de mayo de 1942 -aludido en el capítulo 2-,
opinaba que el daño para la Resistencia y para la población civil aconsejaba
dirigir el atentado contra una persona menos significada que Heydrich[38].
Claro está que Benes y Moravec conocían mucho mejor la alta política,
mientras que Vartos disponía de información de primera mano de cuanto se
cocía en el Protectorado. Unos y otro no podían saber hasta qué límite
llegarían los efectos nocivos de la operación, pero está claro que los que
alcanzó eran previsibles y entraban dentro de los cálculos generales de los
círculos del exilio checoslovaco en Gran Bretaña. Y, mirando a las autoridades
británicas, descartado el propio Churchill, quien nunca admitió haber sido
informado de la Operación Antropoide, su Ministro de Asuntos Exteriores,
Anthony Eden, juzgó muy desfavorablemente el atentado, aunque más bien por
razones morales -¿el fair play inglés, tan querido del político tory?-,
mientras que los ejecutivos del MI6 y de las fuerzas militares de enlace
y transporte con los checoslovacos no pusieron ninguna objeción, que yo sepa.
¿Éxito o
fracaso? La cobardía del Presidente Benes. En un primer momento, las
sensaciones habidas entre los checoslovacos del exilio británico y sus
compatriotas del interior fueron muy diversas. El júbilo y el orgullo
caracterizaron la postura de aquellos, comenzando por el Presidente Benes
quien, el 3 de junio de 1942 -cuando Heydrich aún estaba agonizando- mandó un
radiograma a la Resistencia, interceptado por los alemanes, en que felicitaba a
los autores del atentado por el éxito del mismo. Pocos días más tarde, una
marea de manifestantes checos -seguramente orquestada por su Gobierno en Praga-
salió para protestar del atentado, a las calles y plazas del Protectorado, en
número aceptado de un millón y medio de personas, es decir, una quinta parte de
toda la población[39].
Lo que pudiera haber de condolencia y lo que hubiese de ganas de congraciarse
con los alemanes y evitar mayores represalias, es algo que resulta imposible de
cuantificar.
Por su parte, la
Resistencia checa, ya muy limitada de antes, fue totalmente descompuesta a raíz
de las represalias y delaciones de aquellos momentos[40].
Es verdad que, con el tiempo -en especial, a partir de 1944-, se formaron
unidades poderosas[41],
que al final de la guerra -5 de mayo de 1945- consumarían la imponente conquista
de Praga al enemigo alemán, ya casi cercado por rusos y americanos, y en vías
de retirada. Pero, en su conjunto, la genuina Resistencia checa (la ÚVOD)
no se recuperó, salvo en áreas montañosas y boscosas marginales, siendo poco a
poco superada por las fuerzas armadas del Partido Comunista (KSČ), apoyadas en la ayuda y relativa proximidad del Ejército
soviético. La cuestión es debatida, pero incluso historiadores checos eluden en
esto el compromiso con lo patrióticamente correcto y prefieren la verdad de los
hechos: La ejecución de Heydrich no fue, ni mucho menos, un punto de inflexión
en la debilidad de la Resistencia checoslovaca fiel al Gobierno
presidido por Edvard Benes[42].
Frantisek Moravec
Mac Donald[43]
resume los efectos de la Operación Antropoide en estos términos: Frank y
Daluege, después de Heydrich, siguieron haciendo bien su mismo trabajo:
atemorizar y contemporizar para lograr resultados. Entre un 65% y un 80% de los
checos quedaron neutralizados, para indignación de los que en Londres esperaban
efectos positivos. Los pocos que resistían se inclinaban más bien por los rusos,
que estaban algo más cerca. Los de Londres, bien protegidos, minimizaban la
represión, que alcanzó a unos 50.000 checos, entre muertos, torturados y presos
en campos de concentración.
Mejor fortuna
pareció alcanzar el atentado contra Heydrich en lo que sin duda es el punto
álgido de la política de Benes durante la Segunda Guerra Mundial: Acabar con el
status quo de los Acuerdos de Múnich de 1938, sentando las bases de una
Checoslovaquia íntegra e independiente -incluido el País de los Sudetes-, para
el caso de un triunfo aliado en la contienda. Es posible que quienes así
piensan incurran en una falacia del tipo post hoc, erga propter hoc. Lo
cierto es que el 5 de agosto de 1942, el Gobierno británico, no solo denunció
el diktat de Múnich, sino que lo declaró directamente revocado. La
Francia Libre del General De Gaulle haría lo propio el 29 de septiembre de
1942. A lo más que llegan los convencidos de la relación causal del atentado y
la derogación del Acuerdo es a considerar esta como un fruto, también, de las
sangrientas represalias que estaba sufriendo el pueblo checo por la muerte de
Heydrich[44].
Adelantando acontecimientos, indicaré que, en aquellos momentos de 1942, Benes
tenía la intención -o así lo manifestaba a sus aliados- de mantener dentro de
la futura Checoslovaquia a toda la población sudete, salvo aquellos que
hubiesen cometido tropelías o se hubiesen significado como seguidores de la
Alemania nazi. Finalmente, con lo que yo considero un pretexto mal urdido,
Benes dijo haber sido convencido de lo contrario por la Resistencia a él
favorable, y promovió el desplazamiento de toda la población sudete de origen
alemán hacia el interior de las fronteras germanas de posguerra[45].
No tardarían,
empero, en volverse las tornas. La ferocidad de las represalias nazis acabó dirigiéndose
-como en tantas ocasiones similares ha acontecido- contra otras personas, a las
que se consideraba responsables morales o últimos de lo sucedido: en este caso,
el Gobierno checo en el exilio. Fue entonces cuando, demostrando en este caso
ser un político de bajos niveles de veracidad y de energía[46],
Benes hizo pública declaración de haber desconocido -y, menos aún, autorizado-
la Operación Antropoide. Hasta ahí, política de baja estofa. Lo que, en
mi opinión, entra ya en el campo de la cobardía es haber ordenado a su
subordinado, el coronel Moravec, que asumiera la responsabilidad última de la
operación y el bochorno de no haberla comunicado a nadie por encima de sí mismo.
Dicen que la
maldad suele llevar en sí misma un castigo. En el caso de Benes, este arrancó
de que pocos creyeron en Checoslovaquia que no hubiese sido él quien aprobase
la Operación Antropoide. Es más, tampoco admitieron -ni lo hago yo- que
el coronel Moravec no informase a Benes de que la Resistencia parecía no
participar mayoritariamente de la conveniencia de implementar el atentado, en
vista de las represalias enormes que desencadenaría. Para bien y para mal, la
población checa ha considerado siempre que Benes estaba detrás del homicidio de
Heydrich, y así se lo pagó sentimentalmente. A ello contribuyó sin duda la
labor crítica del Partido Comunista -rival y enemigo del régimen de Benes,
desde los tiempos del exilio británico, hasta el definitivo golpe de Estado
comunista de 1948-, interesado en promover todo cuanto pudiese menoscabar la
autoridad del estadista, aunque fuese de manera injusta.
Agobiado por el
disgusto popular y las críticas comunistas, Benes mantuvo en todo momento,
hasta su muerte -acaecida en octubre de 1948- la misma postura negadora y
mentirosa. El coronel Moravec, modelo de fidelidad hacia su Presidente, asumió
su exclusiva responsabilidad, aún después de morir Benes y de exiliarse él
definitivamente en los Estados Unidos[47].
Poco antes de su muerte, Moravec finalmente reveló la verdad, en 1964. Tal vez,
la única duda importante que dejó fue la de por qué no llegó una respuesta
explícita a la petición de Vartos de cancelar la operación[48].
En cambio, aunque no tuviese necesidad de ello, Moravec tuvo la gallardía de
reconocer que, aunque la decisión final había sido de Benes, él la había
compartido en todo momento, y seguía creyendo que la operación había merecido
la pena. Por supuesto, no todos pensarían lo mismo y, menos todavía, cuando el
paso del tiempo se encargó de defraudar muchas de las esperanzas de los que
murieron en, y por, aquella acción de guerra.
4.
Surge, y se discute, la delación
Uno de los
atractivos que presenta el estudio en conciencia de la Operación
Antropoide es que, como apéndice de esta, suele figurar la conducta delatora
del comando Karel Curda, que muchos califican de traición, pero son también
numerosos quienes ofrecen matices o disculpas. El examen de los términos y
circunstancias de la delación de Curda a la Gestapo parece obligado antes de preguntarnos
por otros aspectos más morales y opinables de la cuestión.
Karel Curda, con uniforme militar
Un militar de
comando, llamado Karel Curda. Albañil, bohemo del sur, nacido en octubre de 1911, Karel
Curda tenía 27 años cuando, tras huir de Checoslovaquia, se enroló voluntario
para luchar junto al ejército francés en 1939-1940. La caída del frente galo,
lo llevó, junto a otros muchos compañeros, a Gran Bretaña, donde, en calidad de
sargento, siguió formando parte de las tropas checoslovacas en lucha contra los
alemanes, a las órdenes del Gobierno en el exilio presidido por Edvard Benes.
En principio, nada lo diferenciaba aparentemente de otros jóvenes compatriotas
en su misma situación. Con el tiempo y el prejuicio, se irían acuñando ciertos
estereotipos: aficionado a tocar la trompeta, fuerte bebedor, inclinado a las
francachelas, impulsivo, amigo de la aventura, simpático y engreído, con
convicciones poco sólidas… Pero todo eso va surgiendo a posteriori. Lo cierto,
de entrada, es que Curda forma parte de la élite de voluntarios que, con
informe favorable de sus superiores y de los británicos, es seleccionado para
una de las operaciones de comando, en unión de otros dos compañeros: la llamada
Operación Out Distance, que lo lleva a lanzarse en paracaídas sobre territorio
checo el 27 de marzo de 1942. La operación fracasa casi desde un principio; se
pierde el material; uno de los miembros se suicida, al ser descubierto por los
alemanes; los otros dos -Opalka y Curda- logran insertarse en ambientes de la
Resistencia de Praga. Allí tomarán contacto con Gabcik y Kubis, a quienes
Opalka ayudará de modo efectivo, refugiándose finalmente junto a ellos en la
catedral ortodoxa de Praga, donde encontrarán la muerte. No así Curda que, tras
el atentado contra Heydrich y hallándose al parecer no bien de salud, logrará
escapar hasta su aldea natal de Nova Hlina, refugiándose en la casa de su madre
y su hermana. Esta huida se cree que contó con el beneplácito de Opalka, su
superior en la Operación Out Distance.
El camino hasta la
delación y de esta, en adelante. La publicidad de las represalias, que Radio Praga divulga
deliberadamente, y las noticias y rumores que le llegan por conducto de su
madre y hermana, permiten a Curda conocer suficientemente las consecuencias que
está teniendo en el Protectorado el atentado y posterior muerte de Heydrich. Es
de suponer que también conocería la sustanciosa recompensa ofrecida para quien
formulara denuncia eficaz contra los ejecutores. Por unas u otras razones, se
rumorea que, a semejanza de lo acaecido en Lidice, es probable que Nova Hlina
pueda seguir la misma suerte: masacre y destrucción[49].
En beneficio de los muchos que están a punto de sufrir graves represalias,
incluso la muerte -como puede ser el caso de sus familiares-, Curda resuelve
informar a los alemanes sobre la identidad del comando ejecutor, es decir, da
los nombres de Josef Gabcik y de Ian Kubis, lo que hace por carta anónima,
echada al correo el 13 de junio de 1942[50].
Comoquiera que su carta no parece dar el resultado apetecido, con el apoyo de
su madre y hermana, decide actuar en persona. El 16 de junio de 1942, se
presenta en el cuartel praguense de la Gestapo y relata cuanto sabe del
desarrollo del atentado[51].
En un momento dado, ya sea por desconfiar de su seguridad, ya por no revelar
más detalles, saca del bolsillo un pañuelo en que envuelve una pastilla de
veneno, entregada por los ingleses para el caso de caer en manos de los nazis,
pero el interrogador se da cuenta a tiempo y, dándole un manotazo, tira el
comprimido al suelo, impidiéndole ingerirlo. Aunque desconoce el lugar donde están
escondidos sus autores, debidamente interrogado, da los nombres y detalles de
unas cincuenta personas de la Resistencia y colaboradores de la misma. Como ya
he indicado en capítulos anteriores, algunos de ellos, previa tortura,
dirigirán los pasos de los alemanes hacia la Catedral de los Santos Cirilo y
Metodio. Durante el asalto, en la madrugada del 18 de junio de 1942, serán
muertos o se suicidarán siete resistentes, entre ellos, Gabcik, Kubis y Opalka.
Curda será uno de los que, sobre el terreno, identificará los cadáveres. Las
autoridades alemanas cumplirán las promesas hechas a Curda durante su
declaración, en el sentido de respetarle la vida a él, a su familia y a los
habitantes de su pueblo natal. En cambio, parece que fueron menos escrupulosos
a la hora de entregarle la recompensa dineraria ofrecida (hasta diez millones
de coronas checas), sosteniéndose al respecto varias versiones[52].
Cualquiera que sea la que se acepte, parece obvio que: 1º. No fue la recompensa
económica lo que movió a Curda para delatar a otros resistentes. 2º. Recibió la
suficiente cantidad de dinero como para vivir bien el resto de la guerra, y aún
sobrarle bastante, que se le ocupó al ser detenido en mayo de 1945.
No es fácil para
un delator limitar o poner fin a su cometido. Lo cierto es que Curda, a cambio
de numerosas prebendas, siguió colaborando con la Gestapo, tanto con delaciones
ordinarias, como haciendo de agente provocador. Se le achaca el fracaso de
algunas operaciones de comando, como la llamada Antimonio, iniciada el
23 de octubre de 1942, y el arresto del comando, Frantisek Pospisil, de la Operación Bivouac,
iniciada el 28 de abril de ese mismo año. Andando el tiempo, la información de
Curda quedó agotada y los nazis lo dieron de lado ya que, al convertirse en un
borracho, opinaron que su trabajo resultaba poco eficaz y creíble.
Entre las prebendas
concedidas por los alemanes a Curda estuvieron el cambio de nombre, por el
de Karl Jerhot, y el contraer matrimonio con una ciudadana del Reich,
con la que tuvo un hijo. Después de la guerra, madre e hijo fueron deportados a
Austria. En cuanto a Curda, fue detenido en las inmediaciones de Pilsen, el 19
de mayo de 1945, cuando, al parecer, pretendía escapar hacia territorio alemán.
Aclaradas su identidad y participación en anteriores delaciones, o traiciones,
incluida la relacionada con la Operación Antropoide, permaneció detenido
en espera de juicio, hasta fecha tan tardía como el 29 de abril de 1947, día en
que compareció ante el tribunal y, horas después, ante el verdugo, que lo
ahorcó.
Karel Curda, posando en la sala de su
juicio
Algunos
detalles sobre el juicio contra Curda y su ambiente. La suerte de los más
famosos presuntos criminales de guerra en Checoslovaquia fue muy diversa. Como
ya sabemos, Heydrich recibió la muerte en atentado. Kurt Daluege, su sucesor
hasta agosto de 1943, fue juzgado en Praga y ejecutado, el 24 de octubre de 1946.
Hans Frank, el líder sudete y segundo en el gobierno nazi del Protectorado de
Bohemia y Moravia, fue juzgado en el juicio principal de Núremberg contra
criminales de guerra y ejecutado, el 16 de octubre de 1946. Emil Hacha, el
Presidente de Checoslovaquia y, luego, del Gobierno checo del Protectorado, falleció
el 27 de junio de 1945, en lo que parece una ejecución extrajudicial, si bien
no se han aclarado las causas ni las circunstancias. Y Emanuel Moravec, el
Ministro checo de Educación, fiel corifeo de los nazis, optó por suicidarse días
antes del final de la guerra, el 5 de mayo de 1945. En todo caso, a fines del
año 1946, los criminales de guerra en Checoslovaquia de cierta importancia, o
bien permanecían a buen recaudo, o habían sido ya juzgados y, en buena parte,
ejecutados. Diríase que, al menos en Checoslovaquia y a principios de 1947, se
vivía esta situación, en opinión de Frommer: La nación y los medios se
inclinaban por el escapismo: La nación había sido aparentemente restaurada y ya
estaba bien de guerra y de sufrimiento. En consecuencia, el interés por
los juicios se vino abajo, a partir de enero de 1947. El público no acudía (a
las audiencias públicas), con lo cual, los intentos por aunar y relacionar
a los nazis con los colaboracionistas checos quedaron en el aire…[53]
Consecuencia de
ese desinterés era la decepción de los jueces y fiscales -por no hablar de los
políticos interesados- por los juicios ante el Tribunal del Pueblo. Se sabe
que el día en que se juzgó a Curda y a su coacusado Gerik, la sala estaba
vacía. Tal vez no fuese solo culpa de la indiferencia popular: La intromisión
de los comunistas era cada vez mayor; los fallos de las sentencias parecían acordados
antes del juicio, y había un evidente interés en alejar a los testigos más
cualificados que habían tenido relación con el Gobierno checoslovaco en el
exilio. Nada menos que al, ahora, General Moravec no se le permitió visitar
anticipadamente en la cárcel de Praga a Curda y Gerik, con el razonable objeto
de recibir la información o explicaciones que tuvieran por conveniente. ¿Razones?
En el fondo, el deseo de los comunistas de no convertir en héroes a los
comandos que habían actuado a las órdenes de Benes y los suyos, así como de
evitar todo contacto de las antiguas autoridades con quienes podían aclararles
ciertas cosas no gratas para los comunistas. Desde luego, esa era la percepción
de Curda, que tuvo en su juicio una conocida y acertada respuesta al presidente
del Tribunal del Pueblo:
-
¿Por
qué lo hiciste? -preguntó el presidente-: ¿Por sus podridos marcos?
-
Por
un millón de ellos -replicó Curda-. ¿Cuánto le pagan a usted los rusos?
Así pues, en una
sala prácticamente vacía, se desarrolló el día 29 de abril de 1947 en Praga el
juicio por traición contra los ex militares de la fuerza checoslovaca en la
Gran Bretaña, Karel Curda y Viliam Gerik[54];
una simultaneidad que no tenía mucho sentido, ya que no se los acusaba por los
mismos hechos, ni habían formado parte de un mismo comando. Hay quien piensa
que se trataba de acelerar la labor del Tribunal y, al propio tiempo, de
destacar las delaciones o traiciones cometidas por hombres a las órdenes de
Benes, en quienes, por lo visto, se había depositado indebidamente la
confianza.
Existe la
constancia de que el comportamiento de Curda, tanto en el juicio, como durante
sus últimas horas o momentos fue de una displicencia mayúscula[55].
En parte se ha achacado a su estado de quiebra psicológica por efecto del
alcoholismo. La verdad es que sus últimas fotografías evidenciaban una notable
decadencia física: No se olvide que era un hombre de 35 años, aunque había
pasado en prisión los dos últimos. Bromeó con una limpiadora y con quienes
llevaron a cabo su ejecución en la horca. Fue ejecutado apenas horas después de
que se hubiera pronunciado la sentencia, ante la cual había manifestado el reo
que no tenía intención de pedir gracia ninguna.
Entre la
historia y la psicología. Corresponde a Milos Dolezal el haber manifestado
un interés especial por el personaje y la conducta de Karel Curda, más allá de
su fría reputación de traidor a sus compañeros y a su país[56]:
Un Curda de barro, por seguir el título de su libro, que pudo tener un
comportamiento detestable -no tanto el 16 de junio de 1942, como posteriormente-,
pero cuyos objetivos y situación psicológica explican y, en parte, pueden
justificar su delación, tan nociva para los héroes, Gabcik y Kubis. Los
aspectos estrictamente psicológicos del caso -personalidad de Curda; estrés que
padecía- quedan al margen de este ensayo, que pretende enfatizar ciertos datos
objetivos, aunque no siempre bien conocidos.
El primero tiene
forzosamente que ser la intención o finalidad perseguida por la delación, que
no fue otra que la de detener o paliar las represalias -ejecuciones incluidas-
que estaban llevando a cabo los nazis y que, de alguna forma, estaban condicionadas
a que aparecieran o se entregaran los culpables del atentado contra Heydrich: en
principio, solo dos individuos jóvenes (los dos comandos de la Antropoide),
a quienes el chófer del Reichsprotektor en funciones y otros testigos
habían visto huir a la carrera del lugar de los hechos. Es ese límite
cognoscitivo el que impulsa a Curda a escribir su carta del 13 de junio,
limitando -al parecer- la delación anónima a dar la identidad o nombre de
Gabcik y Kubis. Si dicha carta hubiera llegado a la Policía y se hubiera tomado
en serio, Curda seguramente nunca habría sido ligado con la delación, ni esta
habría tenido la valoración y la continuidad que finalmente alcanzó.
Más dudas ofrece -aunque
resulta muy probable- el que Curda no pretendiera detener en abstracto las
represalias, sino, de modo concreto, contra su familia y vecinos de Nova Hlina.
De hecho, cuando llega a encontrarse frente a frente con la Gestapo, les
propone una exigencia clave, para verificar la delación: Su pueblo será librado
de toda ejecución. Ciertamente, ese altruismo es relativo pues quienes
serán dispensados en primer lugar serán él mismo, su madre y su hermana. De
hecho, se sostiene -creo que incluso por declaraciones del propio Kurda- que
fue la súplica en tal sentido de dichas dos familiares la que acabó por
decidirle a tomar la resolución de ir hasta Praga -un viaje nada breve, de 180
quilómetros- y revelar a las autoridades lo que sabía del atentado.
Karel Curda (derecha) y Viliam Gerik
(izquierda) en el banquillo
Tal vez, la mayor
sorpresa que ofrece el episodio delator del 16 de junio de 1942 es la de que
Curda, una vez realizado lo esencial de la denuncia, mientras está esperando en
el cuartel de la Gestapo que confirmen los primeros datos ofrecidos, come lo
que le traen de un restaurante próximo y, seguidamente, saca de un bolsillo su
pañuelo, en el que envuelve un comprimido venenoso, seguramente obtenido en
Gran Bretaña, con el fin de que se suicidase antes que aceptar la detención por
los alemanes. Pretende maniobrar con rapidez para llevárselo a la boca, pero se
lo impide la acción muy rápida de un investigador nazi, que se levanta
inmediatamente de la silla y le golpea la mano en que tiene Curda el
comprimido. Este cae al suelo y se evita así el suicidio -no he leído en parte
alguna la composición de la pastilla, si es que medió análisis de la misma-. Todo
este relato, que parecería poco creíble, salvo quizá para un psicólogo, procede
de un testigo de total confianza, que depuso sobre todo el proceso de la
presentación ante la Gestapo y la declaración de Curda: el Hauptsturmführer (capitán)
de las SS, Heinz Jantur, comisario de lo criminal de la Gestapo en Praga a la
sazón. El testimonio de Jantur fue prestado después de la guerra, en 1946[57].
Creo que puede
bastar lo expuesto en este apartado para rechazar -o, al menos, para poner en
duda- que Curda actuase por el interés económico de cobrar una importante
recompensa dineraria. Cosa distinta es que, no siendo irresponsable ni tonto,
aceptase su percepción y disfrutase gastando buena parte de ella durante la
guerra. Así es como habría de entenderse el diálogo con el presidente del
tribunal que lo juzgó en 1947, que hemos reflejado más arriba. De cualquier
manera, el Curda que compareció ante el Tribunal del Pueblo era una persona
calificada por Dolezal como un alcohólico que quería morir. Alguien mucho
más próximo al proceso, el juez Karel Vas, resumió así su docta impresión del
acusado Curda:
-
No
estaba en absoluto arrepentido, y la justicia parecía corta para él.
Unas palabras que
explican, no solo cómo parecía sentirse Curda, sino cuán cruel fue quien emitió
tal valoración[58].
Monumento a los niños de la aldea
masacrada de Lidice
[1] Esta circunstancia excluye el atentado contra
Adolf Hitler del 20 de julio de 1944, en su reducto de Berchtesgaden
(Alemania), porque fue obra de militares alemanes disidentes. Como se sabe, el Führer
solo resultó levemente herido.
[2] Eludo el empleo de letras especiales y de
acentos del idioma checo, manteniendo la grafía habitual en las fuentes españolas
del caso, aunque pueda no coincidir con la pronunciación en su idioma original.
[3] Tratado de Saint Germain, firmado el 10 de
septiembre de 1919.
[4] Conocido con el nombre administrativo de Oficina
Central de Protección (Sicherheitsdienst).
[5] Recuérdese, por ejemplo, la dirección por
Heydrich de la Conferencia de Wannsee, el 20 de enero de 1942.
[6]
El tema rebasa los límites de este
ensayo. Fue Presidente de Eslovaquia durante todo este periodo (1939-1945),
Jozef Tiso (1887-1947). El país entró prácticamente en la guerra al lado de
Alemania desde el comienzo de la contienda, aunque, formalmente, algunas
declaraciones de beligerancia se retrasaron hasta 1941.
[7] Salvo el llamado País de los Sudetes
que, a todos los efectos, se integró en el Reich alemán. El Protectorado
así delimitado tenía una superficie de unos 50.000 km2 y una
población de casi 7,4 millones de habitantes.
[8]
El Presidente del Protectorado fue,
entre 1939 y 1945, Emil Hacha (1872-1945), que en 1938 había sucedido a Edvard
Benes en la Presidencia de la República de Checoslovaquia.
[9] La industria checa y sudete fue la más relevante
del Imperio Austro-Húngaro y jugó un papel decisivo, a la hora de lograr e
implementar la independencia del país y la absorción y superioridad sobre otras
nacionalidades incluidas en Checoslovaquia, singularmente la eslovaca.
[10]
Un reducido número de eslovacos ayudaron a Polonia, pero la rendición de esta
en menos de dos meses (septiembre-octubre de 1939) acabó pronto con ese
movimiento antinazi y antigubernamental.
[11]
Frantisek Moravec (1895-1966), jefe de la Inteligencia militar checoslovaca
entre 1939 y 1948. En su libro, Master of spies: The memoirs of General
Frantisek Moravec, Londres y Nueva York, 1975, Moravec asigna la selección
de la víctima al Presidente Benes, como protagonista: véanse pp.198 y
siguientes de la primera edición del citado libro en los EE.UU. (editorial
Doubleday).
[12]
La Historia nunca es una Ciencia exacta, ni siquiera en cuanto a los hechos.
¡No digamos sobre las opiniones! Con todo, para completar y contrastar datos
con los recogidos en este ensayo, me referiré a una fuente checa semioficial,
accesible por Internet: Michal Burian, Ales Knizek, Jiri Rajlich y Eduard
Stehlik, Assassination. Operation Anthropoid, 1941-1942, edición del
Ministerio de Defensa de la República Checa, Praga, 2002, 96 pp., localizable
en la www.army.cz, 7 de junio de 2006.
[13]
Winston Churchill (1874-1965), Primer Ministro británico entre 1940 y 1945 y,
luego, entre 1951 y 1955.
[14]
Con todo, las fuentes más cercanas a Churchill arrojan muy poca o ninguna luz
sobre estas relaciones. La biografía canónica, por Roy Jenkins, Churchill,
edición española, edit. Península, Barcelona, 2002, no contiene nada de
utilidad al respecto. Más expresiva, aunque muy poco, es la gran obra de Sir
Winston Churchill, La Segunda Guerra Mundial, edición española, doce
volúmenes, edit. Orbis, Barcelona, 1985 (es la que he manejado), volumen I, pp.
233, 234 y 244, así como p. 264 (sobre Emil Hacha, al que califica de nulidad).
[15] Emanuel
Moravec (1893-1945), quien nada tenía que ver con su homónimo, Frantisek
Moravec (véase nota 11).
[16]
Quizá la figura más destacada que, a
posteriori, se mostró contraria al atentado contra Heydrich fuese el entonces
Ministro de Asuntos Exteriores, Anthony Eden (1897-1977), sobrino político de
Churchill y su sucesor como Primer Ministro en 1955, hasta su dimisión en 1957.
[17]
La dureza y duración de la II Guerra
Mundial fueron cambiando la mentalidad. Quizá sea el mejor ejemplo de ello el atentado
mortal contra el Comandante en Jefe de la Flota Combinada nipona, Almirante
Isoroku Yamamoto (1884-1943), llevado a cabo derribando su avión el 18 de abril
de 1943; hecho que había sido expresamente aprobado por el Presidente de los
EE.UU., Franklin D. Roosevelt, y por el Comandante en Jefe de la Armada
estadounidense, Almirante Ernest J. King, con el dramático nombre de Operación
Venganza.
[18] Antes he indicado que había para ello una
doble causa cumulativa: la inexistencia de comunicaciones por radio con
Checoslovaquia en aquel momento y el temor de que la Resistencia estuviera
minada por topos informadores de los alemanes.
[19] Solo había dos: el general Jan S. Ingr,
Ministro de Defensa, y el Presidente Benes.
[20] Al enterarse de los términos del atentado,
Hitler calificó de estupidez el valor despectivo y temerario del que
Heydrich había hecho gala.
[21]
Eran sus nombres: Josef Gabcik y Ian Kubis (los dos comandos de la Operación
Antropoide), Adolf Opalka (el de mayor graduación militar), Josef Valcik, Jaroslav
Svarc, Josef Bubik, Ian Hruby y Rena Falec; todo, según la narración de R.C.
Jaggers, The assassination of Reinhard Heydrich, www.CIA.gov, 22-09-1993.
[22] Hitler ordenó la ejecución aleatoria de diez
mil checos, una vez supo del resultado mortal del atentado. Tal resolución no
fue llevada a cabo en sus propios términos, como más adelante se indicará.
[23]
El valor en euros actuales (2021) podría ascender a unos 400.000. Véase, Gonzalo
Araluce, 75 aniversario de la Operación Antropoide, www.elespanol.com, 28 de mayo de 2017. No
obstante lo dicho aquí, véase más adelante la nota 51.
[24]
En origen, había sido una iglesia católica dedicada a San Carlos Borromeo.
Hacia 1920, fue convertida en iglesia catedral ortodoxa de los Santos Cirilo y
Metodio, así como sede del obispo ortodoxo de Praga, un checo llamado Vladimir
Petrek, que había adoptado el nombre episcopal de Gorazd. Aunque hasta
ese momento no se había percatado de ello la Policía alemana, dicho templo, que
disponía de una amplia cripta, se había convertido en lugar de frecuente
ocultación de partisanos, con la plena autorización y complicidad de su personal
religioso y laico.
[25]
Véase, Milos Dolezal, Gracias a este colaboracionista checo, al menos 250
personas han caído entre las manos de la Gestapo (en checo), www.ciekawostkihistoryczne.pl,
16-03-2021. El autor se refiere, en último término, a Vlastidil Moravca y, de
manera mediata, a Hanna Krupkova.
[26]
Como la pronunciación del apellido es
aproximadamente Churda, como corresponde al checo Čurda, algunas
fuentes escriben así dicha palabra en nuestro idioma.
[27]
Se trataba de la Operación Out
Distance, en que intervenían Curda y otros dos compañeros, uno de los
cuales, Adolf Opalka, llegó a participar en el atentado contra Heydrich. El
lanzamiento de Curda y los otros dos sobre Checoslovaquia se produjo el 28 de
marzo de 1942.
[28]
Sobre el papel de refugio de la catedral ortodoxa de Praga y el ataque alemán a
la misma, en el que cayeron Gabcik, Kubis y sus compañeros, véanse: Eva
Manethová, 800 nazis armados sitiaban a 7 paracaidistas checoslovacos, www.espanol.radio.cz, 16-06-2007; Paul
Kmuch, “Get assessins of Heydrich!”. The fight for the church in Resslova
Street, 18.06.1942, www.academia.edu,
35052287, 24 pp.
[29] Véase, Michal Burian y otros, Assassination,
citado en nota 12, pp. 70-75 y 82-89.
[30] Exactamente
508, según R.C. Jaggers, The assassination of Reinhard Heydrich, en CIA.gov,
22-IX-1993.
[31]
Jacques Delarue, Histoire de la Gestapo, Fayard, Paris, 1962, libro muy
reeditado y traducido a varios idiomas, entre ellos, el español.
[32]
Véase The assassination of Reinhard Heydrich, www.jewishvirtualllibrary.org,
22-09-1993.
[33]
He de reconocer que ignoro los motivos precisos de tal denominación aunque, sabiendo
la opinión que de Heydrich tenían sus enemigos, la alusión a los antropoides
puede estar bien traída, con el perdón y el debido respeto a nuestros antecesores.
[34]
Sería aquí preciso analizar el doble, o triple, papel que cumplían las SS
durante la II Guerra Mundial: defensa del Partido nazi, fuerza policiaca
y fuerza militar. La equiparación de los grados de las SS a los rangos
militares es una buena prueba de lo que digo, sin necesidad de recordar que las
Waffen-SS eran una rama indiscutiblemente militar, que formaba parte del
Ejército (Wehrmacht) con cierta autonomía.
[35]
La única lesión importante sufrida en el momento por Heydrich fue la rotura del
bazo, que luego motivaría su extirpación quirúrgica. Las lesiones iniciales sí
implicaron fuerte pérdida de sangre que provocó, tras un primer momento de
agresividad y persecución, el que Heydrich cayera al suelo, probablemente en shock.
De no haberle atendido algunos transeúntes, que gestionaron su traslado a un
centro sanitario en vehículo ordinario civil, es probable que el herido hubiese
muerto desangrado, antes de recibir eventual ayuda de -y por aviso de- su
chófer, sargento de las SS.
[36] Este
último, al parecer, inventado por el propio Hitler, buen conoisseur para
estas cuestiones.
[37]
Alfred Vartos (1916-1942), militar y resistente checoslovaco, que se suicidó el
21 de junio de 1942 para no ser capturado por los alemanes. Véase, Michal
Burian y otros, Assassination, cit. en nota 12, p. 50. Del citado
radiograma hay constancia, no solo por el coronel Moravec, que lo recibió, sino
por la interceptación que sufrió el mensaje por parte de la Inteligencia
alemana.
[38]
El contexto y el texto completo del radiograma de Vartos pueden hallarse en Michal
Burian y otros, Assassination, citado en nota 12, p. 58.
[39]
Particularmente impactante es la multitud congregada en la Plaza Wenceslas de
Praga, el 3 de julio de 1942.
[40]
Tan solo la delación de los primeros momentos realizada por Karel Curda ya
supuso directamente la detención en unas pocas horas de cincuenta resistentes
de Praga.
[41]
Se calcula que los resistentes alcanzaron los 7.500 efectivos. La brigada más
eficiente y numerosa (1.500 hombres) fue la mandada por Jan Zizka. Los
sabotajes menudearon -sobre todo, en las difícilmente controlables líneas
férreas-.
[42]
Detallada exposición del historiador, profesor Jan Richlik, en www.english.radio.cz (Radio Prague
International), 70th anniversary special – The Czech resistance
during World War II, 05-08-2015, entrevista a cargo de Dominik Jun.
[43] Callum Mac Donald, The killing of Reinhard
Heydrich, the SS “Butcher of Prague”, Da Capo Press, New York, 1998,
versión no paginada accesible por Internet.
[44]
Véase Michal Burian y otros, Assassination, cit., p. 94. La referencia
tiene el interés añadido de tratarse de una publicación propiciada por el
Ministerio de Defensa de la República Checa.
[45]
El País de los Sudetes político (Sudetenland) tuvo una extensión de
30.000 km2 y una población de unos tres millones de habitantes, de
los que dos millones eran de progenie alemana. La expulsión de estos, al acabar
la II Guerra Mundial, alcanzó la cifra de 2,2 millones de personas. La
repoblación y reasentamiento fueron bastante conflictivos, al intentarse en un
primer momento, no solo con checos y eslovacos, sino con húngaros y gitanos
apátridas.
[46]
No sería la primera vez, ni la última, en que el valor y la energía de Benes se
echasen en falta. Por ejemplo, Churchill lo consideraba en buena parte culpable
de los Acuerdos de Múnich, al no haber movilizado efectivamente al potente
ejército checoslovaco en el verano de 1938, colocándolo en posición de resistir
y defenderse en la más completa línea de fortificaciones de la Europa central:
véase, W. Churchill, La Segunda Guerra Mundial, citada en nota 14, vol.
I, p. 244. Muy posteriormente, en enero de 1948, sus vacilaciones favorecieron
grandemente el éxito del golpe de Estado comunista, tan nefasto para las
posterior Historia checoslovaca.
[47]
Dicho exilio, motivado por la implantación del régimen comunista en
Checoslovaquia, duró de 1948 a 1966, año de su muerte. Durante el mismo,
colaboró con la Inteligencia de los EE.UU.
[48]
Es de gran interés que, no obstante no haberse cancelado ni ratificado la Operación
Antropoide de manera expresa, el coronel Moravec, el 14 de mayo de 1942, envió
un radiograma -parcialmente recibido por el profesor Vladimir Krajina, de la
Resistencia-, en que, se decía que, …dada la situación, no se tomará en
consideración (por las autoridades checas en el exilio británico) ninguna
acción contra funcionarios del Reich alemán…” En mi opinión, si tal
mensaje llegó a conocimiento de Gabcik y Kubis, pudo ser perfectamente
interpretado en el sentido de que la vieja Operación Antropoide (databa
de unos siete meses atrás) podía -¿debía?- dejar de ejecutarse. La pregunta es:
¿Qué hizo Krajina con el radiograma parcialmente recibido -se cortó luego la
retransmisión-, en orden a que llegase a los comandos encargados de la
Operación? Porque, desde luego, parece que Gabcik y Kubis no fueron informados.
Véase el contenido del muy interesante radiograma en: Michal Burian y otros, Assassination,
citado en nota 12, p. 58).
[49]
Véase, Ludek Navara, Si el
paracaidista no nos hubiera traicionado, los nazis nos habrían matado, dicen en
Nova Hlína (original en checo), www.iDNES.cz,
24-05-2014.
[50] En realidad, al no haber aparecido dicha
carta, su fecha y contenido proceden de fuentes dudosas, como el propio Curda,
probablemente interesado en no precisar mucho el contenido de la delación.
[51]
Véanse: Jan Gaznik, Karel Curda estaba
a milímetros del heroísmo. Envió a centenares de personas a la muerte (original
en checo), www.zpravy.aktualne.cz,
18-06-2019; “Headsman”, 1947: Karel Curda y Viliam Gerik, traidores de la
resistencia checoslovaca (original en checo), www.executedtoday.com, 29-04-2019; Milos
Dolezal, Karel Curda. Gracias a este colaboracionista checo, al menos 250
personas cayeron en manos de la Gestapo (original en checo), www.ciekawostkihistoryzne.pl,
16-03-2021. Este último artículo me parece importante como relato de la
delación del 16 de junio de 1942, al contar con la aportación de varios
testigos intervinientes alemanes.
[52]
Se da por seguro que la recompensa -cualquiera que fuese su cuantía- se pagó a
plazos. Curda, durante su juicio en 1947, admitió haber percibido un millón de
marcos alemanes. Otras fuentes sostienen que Curda y el también delator, Viliam Gerik, percibieron, cada uno, medio millón de marcos, correspondiendo otro
millón a un total de sesenta informadores checos de menor importancia que los
dos citados.
[53]
Véase, Benjamin Frommer, National cleansing. Retribution against nazi
collaborators in post war Czechoslovakia, Cambridge University Press, 2005,
pp. 207 s.
[54] Sobre Viliam Gerik (1920-1947) puede
consultarse la ficha-resumen que obra en Michal Burian y otros, Assassination,
citada en la nota 12, p. 55.
[55] La fotografía del banquillo, con Gerik, un
guardián y Curda es muy expresiva de ello. Véase la foto en el cuerpo principal
de este ensayo.
[56]
Milos Dolezal, Curda de barro. Tres
nuevos documentales del Protectorado (original en checo), edit. Host, 2019.
[57]
Para este testimonio, el del comisario checo aspirante, Vaclav Kokourec, y
otros, véase: Milos Dolezal, El sastre, el gendarme y el paracaidista. Tres
historias sobre los colaboracionistas checos (original en checo), Edición
de la Universidad Jagelloniana, 2021.
[58]
Karel Vas (1916-2012) fue uno de los más famosos fiscales en la Checoslovaquia
comunista de los años cincuenta del siglo XX, con lo cual, por mi parte, está
dicho todo. Véase: Falleció el ex fiscal comunista Karel Vas, responsable de
la muerte de decenas de patriotas, www.espanol.radio.cz,
11-12-2012.
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