Dillinger, o la fama de un atracador
de bancos
Por Federico Bello Landrove
Este ensayo
pretende responder a la siguiente pregunta: ¿Por qué, cuando nos vamos
acercando al primer centenario de su muerte (acaecida en 1934), John H.
Dillinger todavía es bien conocido del público americano y, a través del cine,
de otros muchos países? ¿Qué circunstancias concurrieron en su vida, para que
se le considere sin discusión como el más grande y famoso de los atracadores de
bancos? Aquí daré algunos motivos, bien fundados en sus datos biográficos.
John Dillinger (sin bigote)
1.
No todas las épocas son iguales
Por diversos
delitos, que todavía no tenían que ver con los bancos, Dillinger[1]
estuvo en la cárcel entre 1925 y 1933. Fueron apenas ocho años, pero tan
trepidantes en la vida económica americana, que se pasó, de la mayor bonanza
aparente, a la peor crisis en la historia reciente de los Estados Unidos
(el crack de 1929), seguida de un paro forzoso tremendo y, a partir de
la toma de posesión de Franklin D. Roosevelt (enero de 1933), del gran esfuerzo
de recuperación, conocido con la denominación de New Deal. En todo caso,
cuando nuestro personaje entra en acción contra los bancos, entre mediados de
1933 y mitad de 1934, la situación socioeconómica norteamericana va a
favorecerle sobremanera en lo que respecta a convertirle en una figura popular y
positivamente contemplada. ¿Por qué es así?
La contestación
puede llevar, cuando menos, dos caminos confluyentes: El de la mala opinión que
los ciudadanos tenían de los bancos y el de la consideración general de que la
sociedad no daba oportunidades de trabajo digno a los jóvenes con iniciativa y
suficientes agallas. Detallaré ambos argumentos, desde el punto de vista
del ambiente en que se movió Dillinger.
En el primer orden
de cosas, debemos señalar que la zona de los Estados Unidos en que se
produjeron los atracos de Dillinger y su banda fue la llamada del Medio
Oeste -véase mapa de los lugares, en las ilustraciones de este ensayo-,
donde la agricultura de modestas granjas de secano era el modo de vida y fuente
de riqueza dominante, a no ser en las grandes ciudades (Indianápolis, Dos Ciudades[2], Chicago), que el famoso gángster y/o sus hombres también frecuentaron. Era una zona en que abundaban las
empresas bancarias comarcales, de pequeño tamaño, bastantes de las cuales
habían quebrado, llevándose por delante los ahorros de los depositantes. Y,
bien por necesidad, bien por aprovechar la ocasión, los bancos que sobrevivían
prestaban a alto interés y ejecutaban las hipotecas sobre las granjas de manera
inmisericorde. Eran motivos, o pretextos, suficientes para que la gente modesta
los mirase como a enemigos y usureros, aplaudiendo o juzgando con indiferencia los
atracos que sufrieran. De hecho, aunque no hay muchas pruebas de ello, consta
que la banda de Dillinger tuvo cierto apoyo popular, al menos, cuando huían
tras sus golpes; como también, cuando se escondían en moteles, casas
abandonadas o entre sus próximos[3].
En paralelo, el paisanaje, dadas las
circunstancias de miseria y paro forzoso, consideraba con condescendencia a
aquellos hombres, aún jóvenes, nacidos en familias como las suyas, pero que
tenían suficientes valor y energía, como para sublevarse frente a la situación
y plantar cara a sus cómplices (bancos; policía ineficaz o corrupta). Es más, veían
lógico que empleasen parte del botín en objetos suntuosos (hoteles caros, ropas
costosas…), que era lo que el común de los mortales habría hecho, dada la edad
y peligros que arrostraban. En algunas ocasiones, los hombres de Dillinger favorecían
el llamado síndrome de Robin Hood (robar a
los ricos para compartirlo con los pobres), aunque solo fueran las migajas de
lo conseguido: Por ejemplo, dar cuantiosas propinas por prestarles algunos
servicios, o no llevarse de la oficina bancaria el dinero de los clientes que
aún estaba sobre el mostrador. Unas pocas anécdotas, en boca de fantasiosos, acababan
simulando una forma general y generosa de actuar, en absoluto practicada.
Junto a la situación socioeconómica,
fomentó el mito de Dillinger el coincidir casi exactamente con el periodo de
fortalecimiento y efervescencia de la lucha federal contra el crimen, que
culminó, en 1935, con la creación del famosísimo FBI[4]. La Ley Seca (o Ley Volstead, de 1919) y el asentamiento de la
delincuencia organizada (mafias) dio lugar a un periodo de la historia americana,
entre 1921 y 1933, que suele considerarse como sin ley, es
decir, de corrupción e ineficacia muy notables de las autoridades policiacas y
de justicia; periodo al que vino a poner fin la colocación al frente de la
policía federal del joven letrado, John Edgar Hoover[5]. En
consecuencia, Dillinger tuvo ocasión de verse favorecido por ciertas ineptitud
y lenidad de la Policía en su etapa anterior a la de atracador de bancos, pero
cayó bajo la férula del FBI inicial en el año 1933-1934 de su acción como tal.
Es muy probable que, de no ser por el FBI, su vida criminal activa hubiese sido
aún mucho más dilatada y exitosa. Curiosamente, la intervención de los federales o G-Men en contra
de Dillinger y su banda fue debida a algo tan nimio y coyuntural, como el haber
cruzado de un Estado de la Unión a otro, en posesión de dinero robado, ya que
ni los atracos, ni los homicidios -incluso de policías- entraban dentro de los
delitos federales.
Una de las innovaciones ideadas por
Hoover, a ejemplo de las Policías de ciertos Estados federados, fue la de señalar
una lista de delincuentes que merecían la consideración de enemigos públicos, dándoles un número de orden, en función de
su peligrosidad y de la prioridad de detención o eliminación. Ni que decir
tiene que el primer Enemigo público número 1 de la
historia fue John Dillinger, siendo sucedido por otros individuos supérstites
de su banda. En la lista de enemigos públicos, llegó a
haber simultáneamente hasta seis miembros del grupo de Dillinger, dos de ellos,
mujeres. Pues bien, el ser oficialmente el Número Uno del país
fue un timbre de honor y
popularidad para los medios informativos y el público, que pronto aprovecharían
el cine y otros espectáculos[6]. Había
nacido, aunque por poco tiempo, el Fenómeno Dillinger, que su
temprana muerte solo apagaría en su actualidad, pero no así en el recuerdo.
Los más inteligentes o descarados de entre
la banda de Dillinger aprovecharon ese tirón mediático para
presumir, conceder entrevistas o manifestarse -incluso ante los tribunales- de
forma chistosa, engreída o pintoresca. En esta faceta, Dillinger, como su
colega, Pierpont[7],
fueron verdaderos maestros, vendiendo la imagen que el público esperaba de
ellos.
2. Profesionales conscientes de su
responsabilidad
Puede parecer cínico y exagerado el rótulo
de este capítulo, pero a lo largo del mismo quedará claro -es mi deseo- su
significado y su realidad.
Creo que la primera razón del éxito de
Dillinger como atracador de bancos tuvo que ver con su indudable pulcritud a la
hora de abordar las exigencias de tal ocupación, en comparación con lo que era
habitual en sus colegas de actividad delictiva. Voy a descomponer esta
valoración de conjunto mía en una serie de aseveraciones que, en alguna
ocasión, ilustraré con ejemplos pertinentes.
Podemos empezar por aludir a la
configuración de la banda -en inglés,
gang- como unidad delincuente; y doy mucha
importancia al término “unidad”, pues no se trata de que se reúnan unos cuantos
individuos a fin de cometer un delito, sino de que el grupo tenga una unidad de
criterio y dirección, una distribución racional de competencias y una persistencia
en el tiempo, en la medida que lo permitan los avatares de fuerza mayor
-detenciones, fallecimientos, expulsiones justificadas-.
Dillinger
(con bigote)
Como es habitual para una tarea tan difícil
y especializada como el atracar bancos de forma conjunta, la cárcel fue la
mejor escuela para Dillinger. En su caso, fue la penitenciaría de Michigan
City, en el Estado de Indiana, donde, sucesivamente, adquiriría la formación
básica como atracador, conectaría con los que resultarían miembros de su
primera banda y, finalmente, hallaría en estos su aceptación como jefe del
grupo criminal. Por ello, cuando salió de la cárcel con libertad bajo palabra,
tenía ya las ideas muy claras, con solo una
dificultad: Los previstos como miembros de su banda seguían en prisión. Así pues,
tenía un compromiso con ellos y, a un tiempo, una tarea que hacer: Conseguir su
excarcelación mediante el soborno, si era posible; por medio de la violencia,
en otro caso. Pues bien, en apenas cuatro meses, Dillinger, demostrando
fidelidad y acierto a toda prueba, consiguió robar unos 25.000 dólares[8] para
lograr lo primero, y hacer llegar a sus compinches de la prisión varias armas
de fuego, cortas y largas, para lo segundo[9],
haciendo pasar el envío como un paquete postal con destino a los talleres de la
prisión. Ni que decir tiene que los delincuentes así liberados pasaron a
integrarse con todo entusiasmo en el grupo de atracos liderado por Dillinger.
No eran gratitud y fidelidad las únicas
razones por las que seguir a Dillinger sin vacilar. El individuo tenía un buen
carácter, templado, nada soberbio y muy dado a escuchar la opinión de los
suyos. Podría decirse que, dentro de su ambiente y condiciones, tenía
autoridad, más que fuerza, aunque carácter y medios para utilizar esta no le
faltaran. Hay algunos ejemplos que pueden aportarse de todo ello. Así, aunque tenía
una fuerte autoestima, nunca presentó su banda como un grupo jerarquizado, con
él como jefe, ni puso el menor obstáculo para que Pete Pierpont,
su mentor en la cárcel, compartiese fama en los medios, mientras no cayó en
manos de la Policía. Otro ejemplo, es el de que no se conocen otras expulsiones
de miembros de la banda, que la de dos hampones que, por su afición a la bebida
y a las riñas, habían puesto en serio peligro a todo el grupo. Podría, pues,
decirse que Dillinger era un sujeto listo, templado y serio, con un carácter pintiparado
para dirigir una banda y aprovechar al máximo las cualidades y la fuerza del
grupo.
Haciendo un inciso en las cualidades
psicológicas de Dillinger, hemos de referirnos de pasada a las físicas, a las
que suele darse considerable importancia para impresionar favorablemente a los
lectores -en especial, las lectoras- de revistas y diarios con fotografías. No
es que el gángster fuese un adonis, pero tenía un aspecto agradable, a menudo
sonriente, bien trajeado y con un porte atlético y de buena estatura. Como es
lógico, las fotografías de periódico y las policiacas no le hacen justicia; no
obstante, incluyo entre las ilustraciones de este relato dos de las más
favorecedoras para el fotografiado.
Como la mayoría de los atracadores
conscientes de lo que les convenía, Dillinger hacía un uso muy moderado de las
armas de fuego, consejo que daba a sus colaboradores; pero, también como en la
mayoría de los casos, la realidad acabó por imponerse y la banda de Dillinger
fue dejando un rosario de cadáveres y de heridos a su paso, la mayoría de
ellos, agentes de la ley. Se calcula que una decena de personas fueron matadas
por la banda de Dillinger, y otros tantos heridos de importancia, durante los
atracos o en las huidas. A Dillinger personalmente solo se le atribuye la
muerte de un policía, aunque él siempre lo negó y
no llegó a celebrarse juicio por tal hecho, debido al previo fallecimiento del
sospechoso[10].
Otros muertos y heridos fueron causados por el FBI y demás fuerzas del orden
durante los tiroteos, o confundiéndolos con los hombres de Dillinger. En
conjunto -como detallaré algo más, al final del ensayo-, no puede decirse que
el paso de esta banda por la historia no fuese sangriento, aunque no incluyamos
la forma violenta de morir de la mayor parte de sus miembros.
La profesionalidad de Dillinger queda
demostrada por la minuciosidad con que preparaba sus atracos, aunque casi
siempre procuró que las oficinas bancarias asaltadas no estuvieran bien
protegidas. La presencia previa de sus hombres en el lugar del futuro atraco,
para calcular horarios, métodos y fugas, era una constante o sello distintivo
de la banda, algo no muy corriente en aquel tipo de delincuencia en el mundo
rural de las pequeñas comunidades pueblerinas. En particular, Dillinger y sus
hombres se hicieron famosos con su preocupación por huir tras sus golpes,
aunque ello pudiese suponer no llevarlos a completo término. Es conocida su
tesis de que el atraco no podía durar más de cinco minutos, tiempo que
Dillinger había calculado como el mínimo para que la Policía pudiese reaccionar
eficazmente. También se hizo famoso el buen conocimiento que la banda tenía de
las carreteras y caminos de las zonas en que operaban, y la existencia de casas de acogida después de los atracos, incluso muy alejadas
del lugar del delito.
Como es lógico, para implementar con éxito
sus operaciones, no bastaba con planes informados y reflexivos, sino que se
requerían medios adecuados, tan buenos o mejores que los de sus oponentes
policiales. La fama de Dillinger se cimentó, en parte, en el hecho de que sus
robos incluían los de armas y medios de protección propiedad de la Policía. En
más de una ocasión, comisarías y arsenales policiacos fueron asaltados por los
hombres del gángster, para hacerse con los medios mejores de ataque y defensa
de los que disponían sus antagonistas. Particularmente espectacular fue, al
comienzo de su carrera criminal, el asalto por miembros de la banda de un gran
arsenal de la Policía en la localidad de Peru (Indiana), el 20 de octubre de
1933. Gracias a ello, los hombres de Dillinger contaron entre los primeros
delincuentes en usar chalecos antibalas, como los que eran de empleo frecuente
por los hombres del FBI y otros grupos policiales especialmente preparados.
Para sus espectaculares huidas, muchas
veces rocambolescas, eran un elemento esencial los mejores coches de la época,
potentes y sólidos, con los motores trucados para
alcanzar mayores velocidades. Los miembros de la banda eran en general
excelentes conductores y tenían los conocimientos básicos de mecánica para
realizar reparaciones de urgencia.
***
La capacidad de convocatoria y de rápida
decisión de Dillinger quedó de manifiesto cuando hubo de reconstituir su banda,
tras la detención de esta -y de él mismo- en Tucson (Arizona), el 25 de enero
de 1934. Y eso que las condiciones eran muy poco favorables: Trasladado a Crown
Point (Indiana) y encarcelado, el gángster logró huir a punta de pistola -de
pura imitación[11]
y fabricada por él- el 3 de marzo de 1934. En ese mismo mes, la nueva banda
estaba operativa y lista para desarrollar con éxito dos atracos bancarios.
Naturalmente, los nuevos miembros del grupo eran gente muy experimentada,
algunos tan famosos como Cara de Niño Nelson y Metralleta Kelly[12],
dispuestos de antemano a encontrarse con Dillinger y asociarse a él sin mayores
dificultades. Con todo, el ego y la
violencia excesivos de alguno de ellos, planteó problemas que la primera banda
no había generado, y que Dillinger se vio obligado a resolver entre tensiones,
con detrimento de la eficacia operativa del conjunto.
Última
versión del pasquín de recompensa por Dillinger
Mucho más que en otras bandas de su época,
la de Dillinger se caracterizó por emplear a sus mujeres
-es decir, amantes o esposas de sus miembros- en trabajos auxiliares y de
encubrimiento. Ello era favorecido por los esfuerzos del jefe del grupo por
mantenerlo unido y lo más próximo posible. Él mismo dio ejemplo de convivir con
alguna mujer estable -todo lo que ello era posible-, y a partir de la edad
adulta, se mostró en general afectuoso con las mujeres y, ante todo, educado,
generoso y no violento. La bebida en exceso, las palabras malsonantes o las
agresiones estaban prohibidas entre el grupo, mujeres incluidas. Algunas de
estas se hicieron famosas y varias pagaron cárcel por ello. Se recuerda
especialmente a la amante de Dillinger, Evelyn Billie Frechette,
a Marie Conforti o a Opal Mack Truck Long. Aunque
llegaron a ser muy conocidas y reconocidas de la Policía, en principio, su sexo
facilitó el que no se desconfiara de ellas cuando llevaban a cabo misiones de
interés para la banda.
Es menos demostrable, por obvias razones
de ocultamiento de los implicados, el empleo por la banda de Dillinger, o por
este a título personal, de policías sobornados, abogados cómplices o
encubridores, o médicos que los asistían bajo cuerda y en domicilios privados.
También algunos acabaron siendo conocidos y hasta famosos, y fueron condenados
por su colaboracionismo. Es el caso del abogado Piquett[13] o
del médico, Wilhelm Loeser, que realizó una mediocre operación de cirugía
plástica a Dillinger en sus últimas semanas de vida, para tratar de enmascarar
algunos de sus rasgos más distintivos y borrarle las huellas dactilares[14].
Todas estas gentes pululaban en torno de los gangsters, haciéndose pagar muy
bien sus servicios con parte del botín obtenido con los atracos.
3. Aliados para la fama: Dillinger y los
fiascos policiales y del FBI[15]
Según es generalmente conocido, la gloria de Dillinger tuvo tres momentos punteros, a los que
podemos dar los nombres -luego explicados- de Crown City, Little Bohemia y el teatro Biograph de Chicago.
Y, en más o en menos, la acción de las fuerzas de seguridad fue, en los tres
casos, un ingrediente esencial para el triunfo o, cuando menos, la fama del
gángster. Expondré brevemente el desarrollo de cada uno de ellos, teniendo como
centro y objetivo el determinar por qué sirvieron para mayor gloria de John H.
Dillinger.
Crown City (3 de
marzo de 1934).
Tras la caída de la
banda de Dillinger en Tucson (Arizona) el 25 de enero de 1934, se aprobó la
extradición del jefe de aquella al Estado de Indiana, mientras el resto eran
extraditados al Estado de Ohio. Dillinger hizo el viaje por avión hasta
Chicago, siendo trasladado acto seguido por carretera hasta la ciudad indianesa
de Crown City, ingresando en calidad de preso preventivo en su cárcel. Fue tal
el despliegue mediático y policiaco (incluidas fuerzas de la Guardia Nacional),
que la noticia llegó con alardes a toda la nación, juzgando casi todo el mundo
que la huida resultaría imposible. No obstante, la estancia de Dillinger en la
cárcel, iniciada el 9 de febrero de 1934, duraría muy poco. Estando previsto el
comienzo del juicio para el 9 de marzo, el acusado, sin aparente ayuda de
terceros, se evadió de la cárcel el día 3, gracias a la intimidación a los
guardianes con una pistola de pega, confeccionada por él mismo. Un compañero de
reclusión -no de fechorías-, el ayudante del sheriff y el
mecánico del garaje de la prisión fueron sus acompañantes, forzados o
voluntarios, a la hora de subir en el vehículo oficial del sheriff y escapar. Tras un plácido trayecto de huida, los
acompañantes fueron libres de bajarse del coche, lo que hicieron todos,
prosiguiendo Dillinger su exitosa escapada, que sería el origen de la segunda y
última parte de su corta vida de atracador de bancos.
Es obvio -y así se investigó penalmente-
que en la fuga de Crown City hubo mucha imprudencia de los guardianes y el
apoyo directo de ciertas personas, singularmente, el mecánico; pero, de cara al
público y a los delincuentes, lo que quedó fue la habilidad increíble de un
malhechor solitario, capaz de burlar escandalosamente a quienes deberían
haberlo custodiado de manera más efectiva y mucho menos espectacular.
Ubicación
de los atracos bancarios de la banda de Dillinger
Little Bohemia (20 de
abril de 1934).
Se trata de un albergue, aún hoy existente,
a orillas del lago Manitowish, en el Estado de Wisconsin, una zona endiablada para controlarla, debido a la gran cantidad de
espacios lacustres existentes, así como de corrientes de agua empantanadas o
llenas de meandros. El albergue tenía un piso bajo, al que tenían acceso
clientes, simplemente para comer algo o beber, y un piso alto, dedicado a
alojamientos. Aquí se había refugiado la banda de Dillinger, con sus mujeres y
amantes, el día 20 de abril de 1934, para tomarse un respiro, en un lugar
solitario y paradisiaco, muy poco frecuentado, al ser el tiempo todavía frío y
húmedo en aquella época del año. Con todo, el seguimiento cercano y férreo al
que sometía el FBI a la banda -y quizá algún soplo de gente
del albergue o de la zona- permitió a los G-Men de la
Oficina llegar en buen número y cercar, mejor o peor, el edificio, así como
cerrar el camino que podía permitir la huida. El mando supremo de la operación correspondía
al Director adjunto del FBI, Hugh Clegg, teniendo como segundo al famoso
agente, jefe de la Oficina en Chicago, Melvin Purvis, sobre el que volveré más
adelante[16].
Movidos por el anhelo de capturar inmediatamente a la banda, montaron la
operación de cerco sin hacer un reconocimiento preciso de la zona, pese a su
complicación orográfica y, sobre todo, a haber llegado ya de noche al lugar. Ni
siquiera imaginaron que dentro del albergue hubiese otras personas que los bandidos
y el personal -muy reducido- del hotel. Esta suposición les resultó fatal. En
efecto, había otros clientes en la zona del bar, seguramente bebidos y no muy
conscientes de lo que les esperaba al salir. Ello era un aluvión de disparos,
que acabaron con la vida de uno de los clientes, refugiándose otros de nuevo en
el interior.
En lo que podríamos llamar, con toda
propiedad, la ensalada de tiros que
siguió, al percatarse los gángsters de la presencia policial, cayó muerto un
agente y tres más fueron heridos, mientras que, gracias a su habilidad y
conocimiento del terreno, los miembros de la banda escaparon en su totalidad,
al amparo de la noche, los bosques, terraplenes y orillas del lago. Aquel
fracaso de quienes se consideraban, con justicia, una fuerza de élite, provocó
nuevamente la admiración de los ciudadanos hacia Dillinger y sus hombres,
aunque no fuese más que por su pericia y buena suerte. Entre las fuerzas del
orden causó, lógicamente, enfado y vergüenza, lo que tal vez pueda explicar el
rigor con el que en lo sucesivo actuaron contra sujetos tan escurridizos y
peligrosos cuando los tuvieron a su alcance. En efecto, en algunos casos da la
impresión de que su muerte tuvo mucho de ejecución por decisión policiaca. Esa
es, en parte, la opinión que se forma de la muerte de Dillinger, que paso a
resumir a continuación.
Dillinger,
nada más llegar a Crown City (Indiana) en febrero de 1934
El teatro Biograph (22 de julio de 1934).
La muerte de Dillinger a manos de los federales o G-Men del FBI,
acaecida sobre las 22:40 horas de un caluroso 22 de julio de 1934, en la
Avenida Lincoln de Chicago, tuvo poco de glorioso y
bastante de confuso. No obstante, al menos dos datos permitieron presentarlo
como un hecho con un tono romántico o sentimental.
En primer lugar, parece fuera de toda duda
que el gángster fue delatado por una de sus acompañantes del momento, una
antigua prostituta y actual empresaria de burdel, de nacionalidad rumana, conocida
por el nombre de Anna Sage. Habiendo obtenido cierto compromiso por parte del
agente Purvis -antes citado-, en el sentido de que le correspondería la
recompensa ofrecida por la entrega de Dillinger[17] y se
trataría de evitar su deportación a Rumanía, acordada por su conducta
deshonesta, la Señora Sage avisó a dicho agente de que esa misma tarde acudiría
a un cine de Chicago, en compañía de una prostituta de quien Dillinger estaba
encaprichado -Polly Hamilton- y de ella misma. Un rato después, quedó claro que
el local sería el Teatro Biograph. Para ser
bien identificada, Anna advirtió que iría vestida con blusa blanca y falda
naranja. A la luz de las farolas y del neón, el color naranja daba como rojo, y
de aquí sacaron los periodistas el reclamo para la rumana de la mujer de rojo. ¡Ahí es nada!, a punto de morir, acompañado
por una mujer de cada brazo y una de ellas, con ese distintivo cromático tan
espectacular.
En segundo lugar, y todavía más romántico
y llamativo, Dillinger salía de ver una película de gangsters, protagonizada
por Clark Gable, llamada Manhattan Melodrama[18]. Era sabido que el atracador se sentía identificado y, en cierto modo,
orgulloso de que el público de la época sintiese tanto interés y proximidad con
personajes de ficción, pero parecidos a él y hasta con algunos puntos en común.
Aquella unión casual de realidad y fantasía, con la muerte como final en ambos
casos[19], era
de un melodramatismo de alto nivel y, a partir de entonces, enlazaría para
siempre una notable película con la muerte de un no menos notable delincuente.
Desde luego, la muerte de Dillinger tuvo
otros aspectos destacables y discutidos, entre los cuales: A) Si hizo intención
de disparar contra la Policía la pistola que, en efecto, llevaba en un bolsillo
del pantalón[20],
o simplemente trató de huir por una bocacalle o callejón lateral. B) Si la
encerrona contaba solo con agentes del FBI, dirigidos por Purvis, o también con
policías del Departamento de la ciudad de Chicago. C) La distancia y dirección
de los disparos[21],
de los cuales cuatro alcanzaron a Dillinger y hubo otras dos personas heridas
por el fuego de la Policía. D) Si el cadáver expuesto en la morgue, a la
curiosidad del público fue efectivamente el de Dillinger, o se dio algún
cambiazo, por motivos ignorados. En fin, hasta hay quien duda de que Dillinger
hubiese muerto en aquellas circunstancias, y no hace mucho que algunos miembros
de su familia pidieron su exhumación, para hacer la prueba de ADN[22].
Dos observaciones más, acerca del fin de
Dillinger. En las horas que estuvo su cadáver en el depósito, recibió la visita
de unas quince mil personas. Y, por otra parte, el padre del gángster y otros
familiares y amigos directos participaron, en el año siguiente, en espectáculos
relacionados con su vida y acciones. Así, en el famoso Lyric Theatre de Indianápolis, en los entreactos de ciertas
funciones de las llamadas de vaudeville,
aparecían para recordar anécdotas y momentos de su vida. El éxito de tal idea, dio
lugar a que la empresa llamada Metropolitan Vaudeville Agency los
contratase para hacer una tournée por los
Estados Unidos, representando un espectáculo, cuyo título nos puede dar una
idea de su contenido y moralina: The crime doesn’t pay; o,
traducido libremente al español, El criminal nunca gana[23].
Pistola del
modelo que llevaba Dillinger cuando murió
4. Los errores y el antagonista
Es obvio que Dillinger no era un mago, ni
siquiera un hombre tan extraordinario, que todo en su actividad criminal lo
hubiera hecho bien -para su éxito y supervivencia, se entiende-. Pero, así como
en la valoración de los mayores aciertos hay casi unanimidad, las opiniones
divergen a la hora de resaltar sus errores más graves. No dejaba de ser una
persona sometida a tensión constante, cuyo destino final tomaba con evidente
fatalismo. Como él mismo llegó a admitir, tenía dos caminos que podía recorrer:
Uno, el de entregarse, lo llevaba indefectiblemente a la silla eléctrica[24]. El
otro, el de seguir delinquiendo y huyendo, también lo llevaría a la muerte, más
tarde o más temprano. Esa actitud de conformismo podía tener un efecto
ambivalente: mayor claridad de juicio pero, también, cierta indiferencia sobre
riesgos y precauciones.
Puesto a escoger tres momentos en que la
decisión o el juicio de Dillinger resultaran más incorrectos -en sí, o por sus
efectos-, me referiré a estos tres: 1º. Su presencia en Tucson (Arizona) en
enero de 1934. 2º. Su último atraco, realizado a la sucursal del Merchant’s National Bank de South Bend (Indiana), el 30 de
junio de 1934. 3º. Su prolongada y casi continua estancia en Chicago, entre
finales de abril de 1934 y el momento de su muerte, el 22 de julio del mismo
año. Veamos brevemente por qué considero un error cada una de esas tres cosas.
Presencia en Tucson (Arizona), en los
días 24 y 25 de enero de 1934.
No se ha demostrado que la
aparición por Tucson -ciudad y zona desconocida para ellos- de buena parte de
la banda de Dillinger tuviera otro objeto que el de proseguir un periodo de
tranquilidad y vacaciones, iniciado en Palm Beach (Florida), en aquella zona de
excelente clima invernal, que es el sur de Arizona. A la decisión de tomar un
periodo vacacional en amor y compañía sin duda
contribuyó la creencia de que las pesquisas policiales no llegasen tan lejos de
su campo habitual de operaciones. Era mucho suponer, contando con que se les
buscaba con tanto interés y lujo de medios[25] y
que los diarios habían publicado repetidamente sus fotografías, por no hablar
de los pasquines ofreciendo recompensa por su captura. Y, sobre todo, Dillinger
conocía bien a la gente de su banda y podía sospechar fundadamente que algunos
de los presentes en Tucson presumirían de dinero y se irían de la lengua,
aunque solo fuera bajo los efectos de las bebidas alcohólicas. Todo eso fue lo
que, en efecto, aconteció; eso, y un excelente hacer de la Policía de Tucson,
que supo esperar la llegada de Dillinger y que detuvo a todos sin disparar un
solo tiro.
Dos de los miembros de la banda de
Dillinger y la compañera sentimental de uno de ellos[26]
llegaron a Tucson el 21 de enero de 1934, alojándose inicialmente en el Hotel Congress, que sufrió dos días después un incendio en su
tercera planta, obligando a los hampones a desalojar precipitadamente, con todo
su arsenal de armas y botín de dinero y objetos preciosos adquiridos con el
producto de los atracos. En consecuencia, según su proyecto inicial, pasaron a
alquilar una casa en la ciudad. Su presencia en esta obtuvo la curiosidad
policial, en especial, cuando uno de los bomberos les comentó que se parecían a
quienes habían aparecido en fotos de los diarios como miembros de la banda. Como
antes dije, los agentes tuvieron el acierto de no detenerlos en seguida, con la
esperanza de que los llevaran de algún modo hasta su buscadísimo jefe.
En efecto, el día 24 por la tarde,
llegaron por carretera a Tucson, en dos vehículos distintos, John Dillinger y Harry
Pierpont, con sus respectivas amantes, Evelyn Frechette y Mary Kinder, aunque
decidieron alojarse en otra casa alquilada diferente de la de los compinches
que habían llegado antes[27].
Esta insuficiente precaución no les sirvió de nada. Al día siguiente, 25 de
enero, la Policía -pacíficamente o con mera violencia corporal- detuvo a los cuatro
hombres y las tres mujeres, además de a una cuarta, una chica de alterne
contratada por el único varón que no había traído pareja. Se dice fundadamente
que, en su detención, Dillinger manifestó, algo así como bien, ya estoy condenado. Poco después sabría que la Policía
había sido alertada, en parte, por los excesos de confianza y de presunción de dos
de los llegados el día 21.
Yo creo que tampoco anduvieron muy finos Dillinger y Pierpont, apareciendo por la misma
ciudad donde sus colegas llevaban ya tres días, en los que podían haber pasado muchas cosas, de las que ellos no habían tenido tiempo ni
oportunidad de recabar información precisa.
El atraco bancario en South Bend
(Indiana), del día 30 de junio de 1934.
Este atraco había sido pensado como el
último de la banda, con la esperanza de conseguir un botín por encima de los
100.000 dólares, que les permitiera financiarse durante un largo tiempo,
marchándose así al extranjero o, incluso, retirándose de un negocio que empezaba a resultarles en exceso peligroso. Ello
puede explicar ciertas características del golpe, pensado contra una importante
sucursal del Merchant’s National Bank en la
céntrica calle Michigan de la ciudad indianesa de tamaño medio, South Bend[28]. La
necesidad de asegurar un importante botín, les llevó a ejecutar el golpe un
sábado por la mañana, a fines de mes, con un tiempo espléndido; vamos, que
podría decirse que toda la ciudad estaría en la calle, y que el banco estaría
seguramente bien vigilado, desde fuera y en el interior. Dillinger pretendió compensar
las dificultades con la concurrencia de cinco o seis atracadores[29] experimentados
pero, a la hora de la verdad, varios de sus hombres rechazaron participar, por
los riesgos, viéndose el jefe obligado a aceptar a entre uno y tres individuos
no conocidos de él, sino de su compinche, Baby Face Nelson. Se
ha sostenido -a mi parecer, sin bastante fundamento- que se apuntó a última
hora el muy conocido jefe de otra banda, Pretty Boy Floyd[30], más
acostumbrado a mandar que a ser dirigido, de quien se dice tuvo la feliz ocurrencia de llamar la atención y el miedo de los
clientes, nada más entrar, mediante una ráfaga de metralleta que, por supuesto,
alarmó a mucha más gente que a sus destinatarios.
A partir de esos momentos, el golpe se
convirtió -sobre todo en la calle- en un pandemonio de disparos e intentos de
detención de los atracadores por los transeúntes, mientras a duras penas
conseguían los de dentro del banco alcanzar un botín de unos 28.000 dólares. Además
de algunos circunstantes heridos, hubo un policía muerto y un atracador herido
de importancia, aunque salvaría la vida por el momento[31].
Pese a todo, la totalidad de la banda logró escapar, haciéndolo Dillinger con
destino final a Chicago, como veremos en el apartado siguiente. Como dato
curioso, se dice que el reparto igualitario del dinero obtenido arrojó una
cantidad de 4.800 dólares por cabeza.
Exteriores
del Teatro Biograph de Chicago, minutos después de
morir Dillinger
La estancia en Chicago, entre abril y
julio de 1934.
No cabe duda de que Dillinger había
llegado a encontrarse a gusto en su escondite de Chicago, sito finalmente en la
calle North Halsted, en una especie de pensión, en la
que tenía el apoyo y compañía de diversos conocidos (algún policía corrupto, su
abogado de confianza, ciertos médicos que, incluso, le practicaron cirugía
plástica) pero, sobre todo, de la dueña de un burdel, para el que trabajaba una
joven, Polly Hamilton, con la que Dillinger había intimado, al verse separado
de Evelyn Frechette desde su detención en Tucson, ya aludida antes.
Es obvio que Dillinger no debía fiarse de
sujetos tan volubles, máxime cuando una delación certera sobre su presencia
valía ya 25.000 dólares. De otro lado, Chicago era la sede de la Oficina del
FBI dirigida por su némesis, el agente Melvin Purvis, tan eficaz e implacable. También
está claro que, si es que se le llegó a practicar cirugía plástica, la misma no
había cumplido con acierto su objetivo. En resumen, permanecer en la gran
ciudad del lago Michigan durante varios meses era una temeridad, desde
cualquier punto de vista. Tiempo y oportunidad había tenido de escapar, para lo
que disponía de suficiente dinero. Se me ocurre que Canadá era un destino
apetecible y relativamente sencillo de alcanzar.
Tanta confianza me impresiona, no como
descuido, sino por ese conformismo, o fatalismo, al que aludí al comienzo de
este capítulo. Dicho claramente, Dillinger estaba cansado y no creía poder
eludir su triste destino por mucho más tiempo. Apenas mantenía algunos automatismos:
Uno de ellos, salir armado a la calle; algo que le resultó muy negativo en la
tarde-noche de su muerte…, si es que los policías le dispararon por pretender
usar la pistola y no como venganza, a modo de anticipo de su inevitable juicio
y ejecución.
El antagonista de Dillinger: Agente del
FBI, Melvin Purvis.
Toda popularidad o éxito biográfico adquiere
un mayor nivel si, frente al protagonista luchador, se encuentra un antagonista
de talla, tan bueno o mejor que él. En el caso de Dillinger, este oponente fue el
agente de la Oficina de Información del Departamento de Justicia, Melvin Purvis[32],
entonces jefe de la zona de Chicago. La exageración o la leyenda han fabricado encuentros espectaculares y respeto mutuo, que creo están
lejos de la realidad comprobada[33]. Sí
parece obvio que Dillinger y Purvis coincidirían en alguna ocasión, antes del
22 de julio de 1934, y, por descontado, que Purvis estudió la psicología y modus operandi del gángster, no como obsesión, sino para
anticiparse a sus movimientos. Y también es evidente que, a partir del chasco
de Little Bohemia, resumido en el capítulo 3,
Purvis tenía clavada la espina de
Dillinger; tanto más, cuanto que su objetivo había
optado por refugiarse en la misma ciudad en que él habitaba.
A partir de esas reflexiones, es lógico
admirar la relativa frialdad con que Purvis organizó y dio el golpe final a
Dillinger, por más que este mismo se lo facilitase, según hemos visto, como
también lo propició la delación final de la madame del
burdel, Anna Sage, de la que ya hemos también tratado. La escena previa al
tiroteo final, con Purvis oculto a la sombra de un portal, viendo pasar ante él
a Dillinger con las dos mujeres, y encendiendo un cigarro para dar a sus
hombres la voz de alerta, es verdaderamente el mejor colofón de esa película,
tantas veces rodada, en que se convirtió la vida y la muerte de Dillinger[34].
Esa escena final de la historia de
Dillinger fue, en cierto modo, la primera de lo que a Purvis le quedaba por
vivir de la suya. Un éxito inenarrable, que prosiguió con la liquidación del
siguiente Enemigo público número 1, Pretty Boy Floyd, tres meses después, llevada también a cabo
bajo su dirección. El jefe de Chicago estaba en lo más alto del aprecio social,
una admiración solo comparable a la obtenida por Eliot Ness, el jefe de los Insobornables de Chicago entre 1930 y 1933[35]. Que
ello le trajese, por turbias razones, la enemiga del todopoderoso Director del
FBI, John Edgar Hoover[36],
obligándole a abandonar la Oficina en 1935, y
llevando en lo sucesivo una vida mucho más oculta y anodina, es algo que nos
hace recordar la conocida frase latina, utilizada en muy otro contexto: Sic transit gloria mundi: Así pasa la gloria del mundo.
De todas formas, encumbrado o
defenestrado, Purvis es el perfecto contrapunto de la fama de Dillinger, como
Ness lo fue de la de Al Capone[37]. La
fama de los unos se nutre de la de los otros, respondiendo a esa actitud
ambivalente de muchos ciudadanos ante los delincuentes, sobre todo cuando estos
se juegan la vida sobre el terreno, no, como los políticos, traficando en los
despachos.
5. Algunos datos, y fuentes informativas en Internet
Aunque el objetivo de este ensayo no es
otro que el de destacar las razones de la fama alcanzada por John Dillinger, me
parece útil completarlo con algunos datos concretos, que también pudieron haber
servido indirectamente a cimentar aquella, tales como la cifra de atracos
perpetrados por su banda, el dinero que en total obtuvieron de ellos, o el
número de muertos y heridos que, por todos los conceptos, les pueden ser
atribuidos. Concluiré el capítulo con una alusión a ciertas páginas de Internet que pueden ser consultadas fructíferamente para
conocer la peripecia delictiva de Dillinger, en el bien entendido de que
existen numerosos libros que, de una u otra forma, han abordado su biografía.
Como es natural, las cifras que ofreceré
están sujetas a discusión, por lo que he elegido aquellas que resultan probadas
y, por tanto, constituyen un mínimo acreditado. La mayor oscilación corresponde
al total del dinero sustraído, discrepancia que puede ser interesada, al
pretender algunos bancos, bien minimizar la importancia del golpe sufrido, o bien hinchar el perjuicio para así
obtener mayor compensación del seguro.
Muertos y heridos como consecuencia,
directa o colateral, de la banda de Dillinger.
-
Agentes del orden de todas clases (incluidos
funcionarios de prisiones y miembros de la Guardia Nacional): Once fallecidos y
siete heridos.
-
Otras personas, voluntariamente o por accidente: Cuatro
muertos y once heridos.
-
Individuos de la banda de Dillinger: Un total de
once fallecidos, de los que uno lo fue por ejecución en la silla eléctrica y
otro, durante un intento de evasión carcelaria.
Total de miembros de la banda de
Dillinger.
A veces, es discutible la decisión de
incluir o excluir a algunas personas, debido a la falta de pruebas, o a lo
coyuntural de la conexión con la banda, o el tipo de servicio prestado. Por
ejemplo, no está plenamente probada la vinculación del famoso Pretty Face Floyd y es discutible la del, así mismo muy
conocido, Machine Gun Kelly. Suele excluirse a las
mujeres ligadas a varones de la banda, por matrimonio u otro parentesco
próximo, como Billie Frechette
u Opal Mack Truck Long. Desde luego, no todos los
miembros lo fueron simultáneamente: Recordemos que las detenciones de Tucson en
enero de 1934 dieron lugar a tener que reconstituir parcialmente el grupo
criminal. Con estas y otras observaciones, puede decirse que hay, al menos,
catorce individuos que formaron parte de la banda de Dillinger, incluido este.
De ellos, cuatro merecen una consideración especial: Dos, por haber
sido detenidos por la Policía en julio de 1933, cuando apenas habían empezado a
actuar; y otros dos, por haber sido expulsados de la
banda en noviembre de 1933, por mal comportamiento en su trabajo.
Número de atracos bancarios y dinero
obtenido con ellos.
Son atribuibles a la banda de
Dillinger un total de once atracos a bancos en algo menos de un año: entre el
17 de julio de 1933 y el 30 de junio de 1934.
El total del dinero sustraído, si
atendemos a las manifestaciones de los perjudicados y a las declaraciones de
personas implicadas, alcanzó un total de 301.290 dólares. Pero es opinión
general que la cifra real estuvo alrededor del medio millón de dólares.
Como ya he indicado antes, para hacerse
una idea del poder adquisitivo que el dólar de aquella época tendría en
nuestros días, es preciso multiplicar por veinte: es decir, un dólar de hacia
1935 equivaldría a veinte en el año 2020. Aplicando ese dudoso módulo, el
dinero robado a los bancos por Dillinger y su banda habría ascendido, ochenta y
cinco años después, a unos seis millones de dólares.
Considerando que el botín hubo de
repartirse, en números redondos, entre diez individuos, descontando los gastos
irrogados, y teniendo en cuenta los enormes riesgos corridos, no podemos por
menos de dar la razón al título del espectáculo montado tras la muerte del
famoso gángster: The crime doesn’t pay, el
crimen no vale la pena.
***
John Dillinger, Melvin Purvis y, por supuesto,
John Edgar Hoover han sido objeto de un masivo interés libresco, tanto a nivel
de biografía general, como de monografías acerca de cuestiones concretas. En
nota al texto, recojo algunas de ellas[38].
Pero no todos los lectores interesados tienen tiempo y medios económicos para
acceder a los libros, o carecen del dominio del idioma inglés que hace
fructífera tal aproximación. Para ellos apunto algunas páginas de libre acceso
por Internet, con lo que, al propio tiempo, reconozco con
gratitud lo que este ensayo les debe (las cinco páginas citadas están en
inglés).
Una introducción a los orígenes de John H.
Dillinger, Jr. y un detallado recorrido por su vida criminal y algunos avatares
posteriores, con extensión verdaderamente biográfica, pueden encontrarse en el
trabajo de Allan May y Marilyn Bardsley, titulado John Dillinger’s crime
wave, localizado en la www.splicetoday.com, bajo los
auspicios de TrueTV. El
trabajo está fragmentado en 17 capítulos.
El enfrentamiento de Melvin Purvis con
Dillinger y con Hoover está notablemente tratado en resumen, en el trabajo
anónimo, Melvin Purvis, G-Man, en dos capítulos,
localizable en la www.babyfacenelsonjournal,com/purvis.
La polémica entre Hoover y Purvis es
analizada en una extensa entrevista de The Guardian a Anthony
Summers, especialista en el tema[39]: The secret life of J Edgar Hoover, en la www.theguardian.com, 1-1-2012.
Una excelente narración de los hechos de
Tucson -aludidos con cierto detalle en el capítulo 4 de este ensayo-, así como
un buen resumen de las circunstancias que llevaron a Dillinger hasta allí y de
lo que luego acaeció, puede encontrarse en la serie de 3 capítulos, titulada Tucson Police Capture The Dillinger Gang: No Shots Fired!. Se trata
de un trabajo anónimo, con profusión de ilustraciones, publicado en la www.southernarizonaguide.com.
Y la ya citada www.babyfacenelsonjournal.com,
en el apartado /south-bend, presenta un completo relato anónimo, en cuatro
capítulos, del atraco perpetrado por la banda de Dillinger en South-Bend
(Indiana), el 30 de junio de 1934[40].
Lápida de
la tumba de Dillinger en Crown Hill (Indianápolis)
[1] John
Herbert Dillinger Jr. (1903-1934).
[2]
Minneapolis y Saint Paul, que forman un conglomerado prácticamente fusionado en
el Estado de Minnesota.
[3]
Es famosa la presencia de Dillinger, en paz y armonía, en casa de su familia,
para celebrar su 31 cumpleaños, último de su vida.
[4] O Federal Bureau of Investigation, heredero
a partir de 1935 de la antigua y mucho menos eficaz, Oficina de Investigación
del Departamento de Justicia, creada en 1908.
[5]
John Edgar Hoover (1895-1972), Director de la Oficina citada en la nota
anterior, así como del FBI, entre 1934 y 1972.
[6]
Recordemos la película El enemigo
público número uno (W.S. van Dyke, 1934), aunque su título en EE.UU. fue Manhattan
Melodrama. Más adelante volveremos sobre este film.
[7] Harry Pete Pierpont (1902-1934),
sentenciado a muerte y ejecutado en la silla eléctrica.
[8] El valor del dólar hacia 1935 era unas veinte
veces superior a la del actual (año 2021).
[9] La fuga tuvo lugar el 26 de septiembre de
1933.
[10]
Se trataba del patrullero de la
ciudad de East Chicago (Indiana), William Patrick O’Malley (1888-1934), que fue
tiroteado y muerto el 15 de enero de 1934, cuando acudió a evitar un atraco
bancario en la citada ciudad. El delito fue perpetrado por Dillinger y otros
dos miembros de su banda. Por este hecho, se procesó al propio Dillinger y a su
compañero, John Red Hamilton, no llegando a celebrarse juicio por previo
fallecimiento de ambos inculpados.
[11] Aunque la misma no fue hallada, se da por
sentado, a tenor de lo manifestado por Dillinger, que era de madera, embetunada
de negro y con la aplicación de una o dos hojas de afeitar, para imitar el
metal de las armas de verdad.
[12]
Lester Joseph Baby Face Nelson (1908-1934) y George Machine Gun
Kelly Barnes (1895-1954). Otro nuevo miembro ilustre fue Harold Eugene Eddie
Green (1898-1934). En la segunda banda de Dillinger se integraron
componentes de la primera, ya excarcelados bajo palabra, como John Red Hamilton
(1899-1934) y Homer Virgil van Meter (1905-1934). Todos los citados, salvo Machine Gun Kelly, murieron en 1934, tiroteados por la Policía o el FBI, como
lo fue el propio Dillinger.
[13] Louis
Piquett (1880-1951). Por su colaboración con Dillinger, pasó 2 años en la
cárcel de Leavenworth.
[14] Se ha
discutido si la operación tuvo lugar al fin. Uno de sus objetivos era el
hoyuelo que Dillinger tenía en el centro de su mentón y que, junto con la nariz
respingona, era un distintivo muy notorio. Wilhelm Loeser, médico (1876-1953).
[15]
Recuerdo lo dicho en la nota 4. En consecuencia, me refiero al FBI, aunque en
aquellas fechas se trataba de la Oficina de Investigación del Departamento de
Justicia que, solo al año siguiente, 1935, pasaría a denominarse legalmente Federal
Bureau of Investigation.
[16]
Hugh H. Clegg (1898-1979), Director adjunto del FBI entre 1932 y 1959. Melvin Horace
Purvis (1903-1960), destacado agente del FBI entre 1927 y 1935, a la sazón,
jefe de la Oficina de Chicago, de la que dependía la liquidación o captura de
Dillinger y su banda.
[17] Dicha recompensa, vivo o muerto, había
ido aumentando con el tiempo. La penúltima oferta fue de 20.000 dólares por su
entrega y de 10.000 por denuncia que resultara eficaz para detenerlo o acabar
con él. La última fue de 25.000 dólares, sin la distinción de la precedente.
Véase la ilustración pertinente, en el texto de este ensayo.
[18] Véase
antes, nota 6.
[19]
Aunque en la película citada el protagonista delincuente es condenado a muerte
y ejecutado en la silla eléctrica.
[20]
Era de pequeño tamaño. Se trataba de una Colt pocket 1903 hammerless,
análoga a la que ilustra este ensayo.
[21]
Sobre todo, llama la atención que la trayectoria de los disparos que alcanzaron
a Dillinger parece haber sido descendente, como si lo hubiesen disparado
estando caído, o desde un plano a más alto nivel.
[22]
Ello sucedió en 2019, pero no se logró, por la oposición de la titularidad del Cementerio
en que se halla la tumba, en Crown Hill, Indianápolis. Es curiosa la
previsión del padre de Dillinger, de haber echado sobre el ataúd más de dos
toneladas de cemento, para evitar la profanación de la sepultura.
[23]
Título, por cierto, de un exitoso programa breve de teatro radiado, con la
moraleja que indicaba su título. De origen norteamericano, en España fue
emitido por Radio Nacional, de 1956 en adelante. El Director del programa fue
Teófilo Martínez.
[24]
Véase antes, nota 10. La opinión pesimista de Dillinger era completamente
justa, aunque él nunca confesó haber perpetrado personalmente el crimen capital de haber matado a un policía.
[25]
Se ha llegado a afirmar que, en los momentos álgidos de la persecución, hubo
unos cinco mil agentes tras las huellas de Dillinger y su banda.
[26]
Charles Makley, Russell Clark y la amante de este, Opal "Mack Truck"
Long. Opal Long y Charles Mackley fueron considerados responsables de una
conducta descuidada, que contribuyó a la detección y ulterior detención de todo
el grupo.
[27]
En realidad, como la vivienda no estaba todavía preparada, pernoctaron en el
motel Close-Inn, a las afueras de Tucson.
[28]
Después de haber progresado con rapidez como centro industrial, se estancó
antes de la Depresión de 1929, manteniendo una población prácticamente
constante de unos 100.000 habitantes.
[29]
Existe notable confusión sobre quiénes y cuántos participaron en el robo. Lo
más probable es que fueran cinco hombres, pero se ha escrito que entre cuatro y
seis.
[30]
Charles Arthur Pretty Boy (es decir, Chico guapo) Floyd
(1904-1934), especialmente famoso por su dudosa participación en la llamada Masacre
de Kansas City, el 7 de junio de 1933, en la que murieron 5 policías. Tenía
el aprecio de muchos agricultores por su costumbre de llevarse de los bancos
las escrituras hipotecarias y quemarlas. Fue el Enemigo público número 1
al morir Dillinger, cuyo funesto destino siguió tres meses después, el 22 de
octubre de 1934, en East Liverpool (Ohio).
[31] Se
trataba de Homer van Meter, ya aludido en la nota 12.
[32]
Véase antes, la nota 16. Lo de antagonista de talla ha sido una ironía
por mi parte, ya que Purvis era persona delgada y de baja estatura, que andaba
por los 163 centímetros, cosa no llamativa, si se piensa que había sido
seleccionado, no como policía, sino como abogado experto en la lucha contra el
crimen. Aquel hombre de oficina se convirtió con el tiempo en un agente
operativo excelente.
[33]
Por ejemplo, la dudosa coincidencia de Dillinger y Purvis, con sus respectivas
parejas, en algún local elegante de Chicago, evitando todo intento de detención
o, incluso, mediando invitación a champán o similar.
[34]
La vida de Dillinger ha sido llevada al cine en varias ocasiones, de forma
explícita o encubierta. Citaré tres películas: El héroe público número 1 (Public
hero number 1), dirigida por J. Walter Ruben en 1935; Dillinger (Dillinger),
dirigida por John Milius en 1973; Enemigos públicos (Public enemies),
dirigida por Michael Mann en 2009.
[35]
En inglés, The Untouchables. Eliot Ness (1903-1957), policía de Chicago,
cuya fama estuvo especialmente ligada a los últimos tiempos de la Ley Seca.
[36]
Un hijo de Melvin Purvis ha publicado un atractivo libro sobre la inquina de
John Edgar Hoover hacia su padre durante toda la vida de este, a partir de
1935: Alston Purvis, con Alex Tresinowski, The Vendetta, edit. Public
Affairs, New York, 2005. Sobre John Edgar Hoover (1895-1972), puede verse,
entre otros muchos, el siguiente libro, muy crítico del personaje: Anthony
Summers, Official and Confidential: The Secret Life of J. Edgar Hoover.
Putnam Publishing Group, New York, 2003.
[37] Alphonse
Gabriel Capone (1899-1947), quizá el gángster más famoso de la historia.
[38]
Selecciono tres libros sobre Dillinger: John
Toland, The Dillinger days, Random House, New York, 1963; Bryan
Burrough, Public Enemies, Penguin Press, New York, 2004; Dary Matera, John
Dillinger. The life and death of America’s first celebrity criminal, Barnes
& Nobles, New York, 2007. Sobre Melvin Purvis y sobre John Edgar Hoover, me
remito a las obras recogidas antes, en la nota 36.
[39]
Véase nota 36. El libro de Anthony Summers recogido allí sirvió de base para una película bastante realista sobre el personaje de J. Edgar Hoover: J.
Edgar, dirigida por Clint Eastwood en 2011.
[40]
Esta página web es una verdadera mina en materia criminal de la época de
Dillinger. Además de las citadas entradas, hallamos referencias, entre otras, a
Dillinger, Melvin Purvis y Eliot Ness, siempre amplias, documentadas y con
notables ilustraciones.
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