El traje de novia de Madame Vionnet
Por Federico Bello Landrove
No es frecuente
que el protagonista de un cuento no sea una persona, sino un objeto. Claro que
un traje de novia es mucho objeto, y más si lo ha diseñado y cosido la
gran modista, Madame Vionnet. Sigamos, pues, la peripecia del vestido nupcial a
través de la triste y desolada España de nuestra posguerra civil -1946-, un
tiempo en que, aunque me esté mal el decirlo, me muevo como pez en el agua.
Modelo Vionnet (1935) que
inspiró este relato
1. De cómo el hallazgo del traje se convirtió en asunto policiaco
Beltrán era uno de
esos funcionarios próximos a la jubilación a quienes, oída la misa de diez, su
santa esposa, deseosa de tranquilidad para preparar la comida familiar de los
domingos, le insinuaba:
-
¡Qué
buena mañana hace! Seguro que te encuentras hoy con Celso en el Rastro.
Beltrán acompañaba
de vuelta a su mujer hasta el portal de su casa, en la calle de San Cayetano,
esbozaba un casto beso, por si los municipales, y, dos o tres pasos más allá,
escuchaba indefectiblemente el último encargo:
-
¡No
olvides los pasteles! ¡La mayor parte, de chocolate, que son los que más les
gustan a los niños!
Camino de la Plaza
de la Cebada, Beltrán empezaba filosofando sobre la absoluta prioridad que tenían
las predilecciones de sus nietos sobre la suya, que eran los de hojaldre
rellenos de crema pastelera. A él los de chocolate le daban ardor de estómago,
qué le vamos a hacer; demasiado poco es un principio de úlcera a los sesenta. Pero,
a mitad de la calle Embajadores, ya había dejado de musitar su rezongo. Compró
el ABC y, aprovechando el poco tránsito, subió la calle hojeando el
periódico, en que un sonriente Perón[1]
era el contrapunto a la terrible campaña antiespañola orquestada en la ONU por
las potencias vencedoras de la Guerra Mundial; y los octavos de final de la
Copa, entre el Atlético Aviación y el Gijón[2],
le ofrecían un menú para la tarde del domingo más grato que el cine, donde sin
duda acabarían para complacer a su trabajadora esposa, una vez hubiese recogido
el rimero de cacharros de la comida. ¿Cine negro o comedia sentimental? De
buena gana habría escapado a sacar anticipadamente las entradas para Pesadilla[3],
pero no tenía ganas de una tarde de morros: Ya se veía bostezando ante los
ojos huevones de la Crawford y el remilgado bigotillo de Melvyn Douglas[4].
En fin, burla burlando, Beltrán ha llegado a la Plaza de la Cebada, en cuya
churrería de Domingo hallará a su amigo Celso, si es que le ha dado por
levantarse temprano y encaminar sus pasos hacia el mercado de El Rastro,
después de entonarse en la taberna con su chocolate espeso, ración de porras y
copichuela de chinchón. ¡Ha habido suerte!:
-
¡Ya
te echaba de menos, beatón! ¿Qué, se ha demorado el cura?
-
¡Quita
allá!, responde Beltrán a Celso. ¡Menos mal que no me ha dado hoy por comulgar
e iba desayunado! Lo que es, mi mujer, no sé cómo aguanta.
-
Anda,
por lo menos, tómate uno con leche mientras termino… ¿Trae algo interesante la
prensa?
Beltrán suspira y
se da internamente a los demonios por no haber comprado luego el diario. Ahora
no habrá quien tire de Celso antes de media hora. Para empezar, su amigo comenta:
-
Me
cae bien este Perón. Nos va a dar trigo y carne por un tubo y, además, tiene
una hermosa sonrisa Profidén[5].
Se ve que a Celso
le van bien las cosas del parné, pero Beltrán, más apurado a fin de mes
-hoy, sin ir más lejos[6]-,
tiene los pies en el suelo:
-
Nos
va a dar, nos va a dar… Será a cambio de buenos dólares, que aquí ya sabemos lo
que hay: ¿Por qué me quieres, Andrés? Por el interés.
***
En un portalón de
la Ribera de Curtidores montaba su puesto de reventa Modas Barrul,
aprovechando un tabuco interior para almacenar su mercancía de prendas de
vestir y algunos complementos. Con los puestos dominicales, que ocupaban los
andenes, quedaba un tanto a trasmano. Fue, pues, una casualidad que Celso
fijase al desgaire la vista en un vestido talar blanco, de señora que, por eso
y por la cola, parecía ser un traje de novia. Aunque ya retirado, al
acompañante salmantino de Beltrán le habían salido los dientes trabajando en
una sastrería y, luego, vendiendo ternos y uniformes. Al punto, tiró de su
amigo para el portal y se quedó admirando la indudable belleza del vestido, aunque
su blancura dejase bastante de desear, así como lo raído de la orla del bajo. El
señor mayor, de los dos que estaban al frente del puesto, se les acercó
sonriente y dijo:
-
Bonito,
¿eh? Ya puede serlo. Viene de París.
Celso, aunque
interesado, decidió mostrar incredulidad:
-
Pues
será una imitación, porque de estos, en la calle Mayor, tengo yo vistos unos
cuantos.
El Señor Barrul
era obstinado y Celso sabía un rato de aquellas cosas, aunque su ramo fuese el
de caballero. Beltrán, con poco interés por la discusión y deseoso de
encaminarse hacia sus antigüedades, preguntó para tratar de acabar con
el interminable debate:
-
Francés
o español, ¿cuánto pide usted por él?
-
Mil
pesetas -repuso el vendedor-. Lo dejo muy barato porque ya comprendo que habría
que arreglarlo un poco antes de usarlo.
Para sorpresa de
Beltrán, Celso no se sintió intimidado por el alto precio[7]
de salida y preguntó a Barrul:
-
Si
le prometo venir el domingo próximo con la señorita que puede estar interesada,
¿me lo apartaría hasta entonces?
-
Lo
siento, pero no lo conozco a usted y podría ser que algún otro viniese por aquí
y le gustara.
-
Y
si le dejo una señal, ¿me lo reservará hasta el domingo que viene?
El mercader hizo
como si titubeara. Finalmente, concedió:
-
Deme
veinte duros[8] y se lo apartaré
hasta el próximo domingo a las tres de la tarde, que es cuando cierro.
Celso depositó las
arras requeridas y dio el nombre de su hija, Ana María. Beltrán tenía los ojos
como platos. Al alejarse unos pasos, explotó:
-
¿De
cuándo acá está tu hija soltera y a punto de casarse? ¡Eres un caprichoso!
Celso no replicó,
sino que le respondió con otra pregunta:
-
Estuviste
buscando la etiqueta. ¿Encontraste alguna?
-
Sí,
pero me resultó ilegible. A duras penas puede descifrar algo así como Madeleine.
-
Todo
será que nos haya dicho la verdad y el vestido venga de París, aventuró el
antiguo sastre. Desde luego, el diseño y el trabajo son magníficos.
-
El
próximo domingo saldremos de dudas -concluyó Beltrán-: sobre el traje… y sobre si
han volado tus veinte duros.
***
Al domingo siguiente,
eran cuatro personas las que se amontonaban en el pequeño almacén de Barrul, en
torno del vestido reservado. Además de los dos amigos, no perdía ripio la mujer
de Beltrán ni, por supuesto, la novia, Ana María, quien, pese a no dar
pistas al vendedor, se había arrebolado de la emoción. Había sido ver el
vestido y leer la etiqueta, y le dio un vuelco el corazón. Con todo, no había
perdido el talento para regatear y decidió seguir el cuento de su padre:
-
No
le negaré que es bonito, ni pongo en duda que pueda venir de Francia, pero ya
me ve que soy bastante más baja y gordita que la original. Tendríamos
que llevarlo a una buena modista para que lo adaptara, además de restaurar todo
lo estropeado, y luego, a la tintorería. Nos saldría por un pico y a saber cómo
quedaría.
-
¡Qué
dice, señorita!, la aduló Barrul, ¡pero si tiene un tipo que ni la Celia Gámez[9]!
Unos retoques y como nuevo: Para casarse en los Jerónimos.
En fin, una hora y
doscientas pesetas más tarde, Ana María y su cortejo salían con el vestido de
novia, malamente envuelto en papel de estraza. La modista lo llevaba tan
abrazado, que se diría que estaba dispuesta a defenderlo con su vida. No
obstante, pararon en la Plaza de Cascorro a tomar unos caracoles, pues la mujer
de Beltrán tenía el callo ardiendo, con tanto tiempo de pie y con tacones. Allí,
al fin, Ana María se explayó. Me limitaré a resumir el ilustrado discurso:
-
La
etiqueta no deja lugar a dudas. Es un modelo de Vionnet… de Madeleine Vionnet[10],
la modista más famosa de Francia, junto con Coco Chanel[11];
solo que ella cerró el taller hace años, cuando estaba en pleno éxito y con una
buena edad. Este traje de novia es una pequeña adaptación de otro de noche que
salió en las revistas de moda hace cosa de diez años. Es la imagen perfecta del
estilo de su creadora: el drapeado; los cortes al bies, con un mínimo de
costuras; la inspiración en la antigua Grecia; la combinación del mate y el
brillo; el color blanco marfil; los mejores crepé y satén de seda… ¡Una
maravilla!
La chica estaba
tan emocionada con el hallazgo y la compra, como si hubiese llegado a tiempo de
casarse con ese traje; así que nadie le dijo nada. Pero, camino de casa, la
mujer de Beltrán verbalizó lo que él estaba pensando:
-
Eso tiene que
ser robado. ¿De dónde, si no, iba a sacar un buhonero una preciosidad
así?
Hôtel Lariboisière (Avenida Montaigne, 50-52, París
VIII), en la actualidad
2.
Siguiendo la pista del famoso vestido
Aquel vestido iba
a romper la amistad de Beltrán y Celso, cimentada sobre años de confección de
trajes y muchas horas de Rastro y de dominó. La culpa fue de Rosa, la mujer de aquel,
que se fue de la lengua a la primera de cambio, como en ella era habitual. En
este caso, el pretexto fue la conciencia, y la oportunidad, el tener un
ahijado inspector de policía en la Comisaría de Arganzuela. En cuanto oyó el
apellido Barrul, el funcionario entró en sospechas:
-
Se
trata de un gitano nacido en Asturias, que lleva por Madrid un montón de años. No
es mal tipo, dentro de lo que cabe, pero solo se dedica a vender saldos y retales.
Si ese traje es tan valioso como decís, seguro que se lo ha pasado algún ladrón
de pisos… Me daré una vuelta por el Rastro y le interrogaré, como si fuese cosa
mía, ante alguna denuncia.
Una semana más
tarde, por San Isidro, se dejó caer por casa de Beltrán a la hora de merendar y
les dio cuenta de sus pesquisas:
-
Desde
luego, no me dijo la verdad -afirmó el policía-: eso sería tan difícil, como
que los elefantes volasen…, salvo Dumbo[12].
Pero no se puso tan nervioso, como para suponer que sea producto del robo
en una vivienda. Lo único que he sacado en limpio es que se lo vendió un tipo
de Castellar, al que no conoce, pero que no le dio mala espina. Al menos, lo de
la procedencia supongo que pueda ser verdad.
-
¡Bah,
déjalo estar, Filemón!, le pidió Beltrán. Si no lo ha reclamado nadie, en
ningún sitio estará mejor que en casa de esa modista amiga nuestra, que lo
estima en tanto.
-
Lo
siento, padrino -se disculpó el inspector-, pero ya le saqué al Barrul las
ochocientas pesetas que cobró, con el compromiso de devolvérselas a la compradora
y recuperar el vestido. Tu amiga recibirá lo que pagó y nos entregará el traje
de novia. Lo más probable es que haya alguna denuncia del robo por ahí danzando.
Seguro que, como recuerdo sentimental al menos, la dueña lo habrá reclamado.
Beltrán miró a su
mujer con indignación. Su metedura de pata le iba a costar a él un disgusto con
Celso y su familia.
-
Tranquilo
-dijo Filemón, percibiendo la preocupación de su padrino-. Llevará las
diligencias algún compañero mío, sin relación con vosotros, y lo presentará
como consecuencia de una denuncia habida en Castellar. Seguro que así no
recelan.
Pese a todo, entre
la llorera que se agarró Ana María, la suspicacia de Celso y la mala conciencia
de Beltrán, sus relaciones se enfriaron y acabaron por romper el trato. ¡Qué no
habría pasado, si se hubieran enterado de que el vestido de novia había acabado
en un armario de luna de casa de Beltrán, bajo funda de tela y entre aromas de
cedro y lavanda! Filemón los tranquilizó:
-
En
Comisaría no tenemos donde guardar algo tan delicado. Será cosa de poco tiempo.
Ya veréis cómo, en cuanto me ponga en contacto con mis colegas de Castellar,
aparecen los dueños.
***
La pintoresca
comunicación del comisario de Arganzuela vino a caer, afortunadamente, en uno
de esos policías para los que ningún asunto es lo bastante nimio, como para no
tratar de desentrañarlo. Remigio Calvo llevaba en Castellar pocos años pero se
había hecho ya un nombre como investigador puntilloso y de memoria infalible.
Así que nadie se atrevió a llevarle la contraria, cuando habló ex cátedra:
-
¿Traje
de novia dice, comisario? No tenemos ninguna denuncia en los últimos dos años,
por lo menos.
-
¿Te
importaría ocuparte del caso?, sugirió en firme su jefe. Un compañero de Madrid
lo encontró en el Rastro y dice que tiene mucho valor.
-
Nos
habrá mandado una fotografía, por lo menos…, apuntó Remigio.
-
¿Fotografía?,
inquirió zumbón el interpelado. Todo un dosier. Ahí tienes.
En efecto. Además de
tres fotografías de gran resolución, tamaño treinta por veinte, componían el
contenido de la carpeta unos patrones en el anuario de las Galerías
Lafayette, un precioso claroscuro de Vogue y un posado en Vanity
Fair de la conocida aristócrata Gloria Morgan, en un sarao, llevando el
famoso vestido, en su versión original de traje de noche[13].
La parte gráfica iba acompañada de un folio a máquina, en que se recogían los
datos -que ya conocemos- sobre Madeleine Vionnet y las calidades de sus
creaciones. Por las fechas de las revistas, quedaba claro que el famoso vestido
formaba parte de la colección Vionnet para la primavera de 1935.
***
No hubo forma.
Tras muchos paseos y telefonazos por modistas y tiendas de ropa y de segunda
mano, Remigio no encontró a nadie que hubiese echado en falta un vestido tan
rimbombante. No había más remedio que profundizar más, y el inspector lo hizo consultando
en El Noticiero de Castellar las bodas de postín a partir de 1935. En
las notas de sociedad encontró la broma de ciento setenta y cuatro; y
eso que el trienio de nuestra guerra civil habría rebajado algo la solemnidad y
gastos de muchas bodas. Antes de meterse en honduras, le consultó al comisario.
Este fue tajante:
-
De
ninguna manera vamos a molestar a la gente importante con la historia de un
traje de novia desaparecido, que a saber si el gitano de Madrid no se inventó
la procedencia. Como mucho, pregunta a las familias de uniones celebradas entre
la primavera del treinta y cinco y el Alzamiento[14].
Y, si no sacas nada en limpio, le informo al colega de Madrid y en paz.
Tampoco se adelantó
por este medio, y eso que Remigio añadió, a las bodas noticiadas, algunas de
gente con apellidos ilustres, recogidas del Registro Civil. Decidió gastar la
última bala:
-
No
vas a poder conmigo, amiguito, pero tendré que hacer uso de mis
amistades.
El inspector
planteó el problema al redactor jefe de El Noticiero. Este le dio varias
opciones, entre las que Remigio eligió una, poco comprometedora. Así, al
domingo siguiente, en la sección Lo que va de ayer a hoy, aparecía una fotografía
del vestido Vionnet, como el de boda, en el año 1935, de una
distinguida señorita castellarense, cuyo nombre omitimos para no ser
indiscretos. Unas líneas sobre la calidad y belleza del traje, preparadas
por el propio policía, completaban la referencia.
Madame Vionnet con su famoso mini
maniquí
El efecto fue
fulminante. A la hora de comer ya tenía Remigio la llamada del redactor de
guardia de El Noticiero, dado que el día era festivo:
-
¿El
inspector Calvo? Aquí El Noticiero. Que nos ha llamado un señor muy
excitado, diciéndonos dónde demonios habíamos encontrado el vestido de novia de
la foto, que era el que había llevado una hija suya y creía que estaba a buen
recaudo.
-
Pues,
si vuelve a llamar, le dice que pregunte por mí, mañana en comisaría.
A eso de las once,
Remigio tenía ante sí a un orondo caballero sexagenario, llamado Don Frutos
Colmenares, fábrica de áridos y construcciones, a tenor de su tarjeta de
visita. Por cortesía y por tratarse de un distinguido integrante de las fuerzas
vivas de la provincia, el inspector comenzó por apaciguarle:
-
Puede
estar tranquilo: En lo que al vestido respecta, ha aparecido en Madrid, con
pequeños defectos, y podrá recuperarlo en unos días, siempre que me explique su
origen y la manera en que los amigos de lo ajeno hayan podido sustraerlo.
Se le notaba
incómodo, pero acabó contando con casi todos los detalles la historia
del vestido de autos, a partir del momento en que había caído en manos
de la familia Colmenares. En palabras de Don Frutos, esta es la historia:
-
La
modista francesa -nunca me acuerdo de su nombre- nos mandó por correo
certificado, desde París, el encargo que le habíamos hecho para la boda de mi
hija mayor, Gabriela, que iba a casarse para finales de 1935, si bien no
teníamos aún fijada la fecha. Luego, con las violencias y complicaciones de
aquella época, fue demorándose la celebración; el novio tuvo que abandonar el
país cuando estalló el Movimiento y la boda nunca tuvo lugar.
- ¡Qué lástima!, comentó Remigio. Así
pues, el traje nunca se usó…
- ¡Oh, sí!, replicó Don Frutos, pero para
una boda muy diferente: Para cuando mi hija
se casó con Dios, como suele decirse; vamos, cuando profesó de monja carmelita,
unos años más tarde.
Remigio se quedó
de piedra, pues ignoraba que la similitud de la entrada en una Orden religiosa
con el matrimonio llegase hasta tales extremos: Como mucho, había oído hablar
de que también se usaba el anillo de alianza. Por si acaso le daba por agotar
la investigación, preguntó a su interlocutor por el convento donde su hija
había hecho los votos. No pareció hacerle mucha gracia la pregunta a Don
Frutos, pero le contestó:
-
En
las Carmelitas del Cristo del Remedio.
Aclarado lo del
destino previsto y el uso real del traje, faltaba por saber lo relativo al
robo. La verdad es que resultó tanto, o más, sorprendente que lo anterior:
-
Mi
pobre Gabriela murió hace unos meses de leucemia, apenas cumplidos los treinta años.
Pidió que la enterraran con el mismo vestido de su consagración, pero las
monjas se opusieron tajantemente. No quise discutir y llegamos a un acuerdo: Se
la enterró con los hábitos, pero yo me las arreglé para que la acompañase por
siempre el traje que ella tanto amaba.
-
¿Dónde
la sepultaron?, inquirió Remigio.
-
En
nuestro panteón familiar, naturalmente. Está en el Cementerio Viejo, en el
Paseo Central.
-
Me
figuro que estará cerrado con llave. ¿Lo han encontrado forzado, o tienen
alguna copia en el camposanto?
Don Frutos se
quedó pensativo unos instantes, y exclamó seguidamente:
-
¡Tate!
El enterrador le pidió a mi mujer la llave para retirar todas las flores ajadas,
limpiar el interior y franquear el acceso a los marmolistas. Seguro que
aprovechó los días que tardaron en acabar la lápida; abrió el féretro y robó el
vestido, que estaba al lado del cadáver.
-
Es
posible, pero ¿cómo iba a enterarse de que había un vestido valioso junto a la
fallecida?
Era la típica
pregunta del policía que anda con pies de plomo, pero Don Frutos tenía la más
que probable respuesta:
-
¡Toma!
¿No ha oído usted hablar de enterradores que desvalijan a los cadáveres de
todas las cosas de valor? ¡Hasta de sus trajes! No me extrañaría que le hayan
quitado también a mi hija la cruz que llevaba al cuello.
-
Con
su beneplácito y cooperación, haremos las oportunas pesquisas -prometió
Remigio-. En unos días tendrá noticias mías.
***
Uno de los
enterradores cantó, tan pronto empezó el policía a interrogarle. No
era su costumbre -dijo-, pero le dio un mal pronto en este caso, por
tratarse de una familia de campanillas. En efecto, había abierto el ataúd y
sustraído el traje de novia. Si lo hubiese llevado puesto -alegó- no
lo hubiera tocado, sabe usted, que yo respeto mucho a los muertos.
-
Ya
lo veo, ya -ironizó Remigio-. ¿Y del crucifijo, qué me dice?
-
Que
ni me fijé, mire usted. Abra, abra si quiere y véalo.
-
Eso
lo decidirá el dueño del panteón, replicó muy serio.
En fin, no nos
cumple aquí seguir la suerte -la mala suerte- del sepulturero profanador.
Concluiré este capítulo con dos adiciones. Una, referente al traje Vionnet,
que quince días más tarde pasó a reposar, ya no en el panteón -de los
escarmentados nacen los avisados-, sino en el ropero de la familia Colmenares,
una vez limpio y restaurado a más no poder. Otra, la educada respuesta de la Madre
Superiora del convento de clausura en que había residido Sor Lucía del Niño
Jesús -en el mundo, Gabriela Colmenares-, atendiendo a la petición de
informe de Remigio, para completar el brillante informe a su comisario, para el
madrileño de Arganzuela. Dicha contestación decía así:
… El profesar
con votos solemnes vestidas como las novias para la boda es costumbre antigua
de esta Orden, ha tiempo decaída. No obstante, hecha la oportuna petición y
valorados favorablemente sus motivos por nuestra Madre Provincial, Sor Lucía
del Niño Jesús fue autorizada a vestir para la ocasión al modo del pasado. Es
de suponer que el vestido cuya sustracción usted ha investigado fructuosamente
sea el mismo que nuestra difunta hermana llevó en acto tan señalado…[15]
3.
Origen y nacimiento del vestido que historiamos
Salón de desfiles de la antigua Casa Vionnet,
actualmente
Aunque mucho más
lejos en el espacio y algo más tarde en el tiempo, un ejemplar de El
Noticiero de aquel domingo, llegó a manos de un profesor de griego del
Liceo Balzac, en la ciudad francesa de Tours. La cosa no tiene nada de
extraño, si sabemos que el lector nació en Castellar, hace unos treinta y cinco
años, y tiene familia en su ciudad natal, que le hace llegar aquel diario todos
los domingos, para que mantenga contacto con sus raíces; una raigambre que va
quedando algo anticuada, por así decir, si nos percatamos de que el
profesor Jesús Hernández lleva una década fuera de España, de manera
ininterrumpida, por no referirnos a los dos años que estuvo en La Sorbona[16],
ampliando estudios. Ahora, con Franco gobernando en España y un brillante historial
en la Resistencia francesa a los nazis, acaba de nacionalizarse francés,
para así confirmar definitivamente su plaza de Professeur en el más
prestigioso Liceo público de la bella ciudad del Loira.
Con todo y con
eso, ver en la página 9 del Noticiero el famoso vestido de boda y sufrir
una taquicardia ha sido todo uno. Pienso que nada tiene de extraño, en cuanto
conozcamos los lazos que unen al exiliado con el traje representado en el
periódico. Eso es cosa que, salvo Jesús, nadie nos podrá aclarar. En cambio, las
relaciones de este con Gabriela Colmenares y los motivos de su salida de España
le son bien conocidos a su antiguo amigo, Bernabé Cifuentes, quien ha tenido la
gentileza de compartir su información conmigo, a fin de que pueda completar
estos puntos en el presente relato. He aquí su historia:
-
Jesús
y Gabriela eran, puede decirse, novios desde niños. Luego, él fue a estudiar
Clásicas a Salamanca y ella, acabado el bachiller, cursó los estudios de
Comercio. A todo esto, se les echó encima la República y, entre la separación
durante el curso y las discrepancias políticas de ambas familias, no lo pasaron
nada bien, aunque procuraron mantener su relación contra viento y marea. Podría
decirse que el viento era Don Frutos, el padre de Gabriela, al que le importaba
un bledo la política como ideología o valores, pero se arrimaba mucho a las
derechas, como correspondía a quien, con toda lógica, pretendía defender su
patrimonio y sus negocios, más o menos legales. Y la marea podría ser Onésimo
II, como llamábamos en broma a Onésimo Morales, por aquello de que su ídolo
y jefe de Falange en Castellar era el abogado, Onésimo Redondo[17].
Onésimo II bebía los vientos por Gabriela, Gabi para los amigos,
y, aprovechando las ausencias de Jesús y las facilidades de la familia
Colmenares, trataba de birlársela a su novio de siempre, habiendo llegado en
alguna ocasión a las manos. No sé cómo, en tales circunstancias, se le ocurrió
a Jesús marcharse a París para ampliar estudios. Ciertamente, era una gran oportunidad,
pero se veía a la legua que, o perdería a la chica, o esta las iba a pasar de a
quilo. Conste que se lo advertí, pero él era muy terco y se había propuesto
volver de Francia poco menos que con una cátedra en el bolsillo. En fin, luego
la guerra puso todo patas arriba. Menos mal que no había regresado todavía por
vacaciones porque, si no, el Morales y otros tales le dan matarile. En
fin, no lo hemos vuelto a ver por aquí. Hay quien dice que tampoco estuvo bien
en Francia cuando la ocupación nazi. Ahora, que ya ha pasado todo,
espero que haya sobrevivido y pueda volver a la cultura clásica… A la cultura,
que lo que es regresar a España, más le valdrá esperar un poco.
-
Por
lo que me han contado -le tiré de la lengua-, su antigua novia se metió monja.
-
Así
es. Ya ves lo que son las cosas. Cuando se fue para el convento, todos creímos
que era una manera segura de librarse del asedio de Onésimo II y de la
tiranía de su padre. En dos o tres años, se sale y escapa a Francia, susurrábamos.
¡Pues no! Le dio la vocación y llevó las cosas hasta el final, y en un convento
de clausura. ¡Pobrecilla, morir tan joven! Dice mi hermana que, entre las
excesivas penitencias y el dolor por la ausencia de Jesús, se le aguó la sangre,
que es como ella entiende lo de la leucemia.
-
Y
de un traje de novia que le mandaron de París, ¿no sabes nada?
-
Ni
idea. De hecho, no creí que los proyectos de boda hubiesen llegado tan lejos.
-
No
me hagas mucho caso -mentí, para evitarme problemas-. A lo mejor he oído
campanas y no he sabido dónde.
La Sorbona
***
Algo de razón
tenía en mi disculpa. La verdad es que no até todos los cabos con el vestido Vionnet,
hasta que pude conocer a Jesús Hernández y, sabiendo él de mi interés, tuvo a
bien explicarme muchas cosas que, por averiguarlas, el inspector Calvo habría dado
el sueldo de dos meses. A mí, como digo, me dieron gratis la explicación
que a continuación les transcribo, de la carta que me remitió el Professeur de
Griego:
… Como usted
comprenderá, ni por mi sexo, ni por mi situación económica, estaba yo en
condiciones de frecuentar en París los templos de la moda, ni había oído
hablar de una famosa modista, llamada Madeleine Vionnet. Curiosamente, fue a
través de mi tutor en La Sorbona, como conocí a Madame, por la razón de que
esta se había hecho famosa, entre otros motivos, por tomar la inspiración para sus
vestidos -en especial, los festivos o de largo- en los modelos de la
antigüedad grecolatina. Es más, tenía como su mano derecha en el negocio a un
italiano, de apellido Michahelles[18],
que pasaba por ser una especie de Leonardo da Vinci del siglo XX, en su
calidad de artista polifacético. La citada modista era una verdadera madre para
sus más de ochocientas trabajadoras, preocupándose de su salud, familia y
bienestar[19].
En la primavera de
1935, con motivo de la presentación de su colección de aquella temporada,
Madame Vionnet pensó en acompañar el desfile de modelos con una serie de actos
culturales, en su espléndido palacete de la Avenue Montaigne[20]. El Profesor Pernot[21], que era bastante amigo de la
Vionnet, fue invitado a dar una conferencia en el precioso salón de desfiles,
que había sido anteriormente para conciertos de cámara. Pernot se disculpó
-seguramente por encontrar anómalo que un catedrático de La Sorbona disertara
en una casa de modas, para las artistas de la aguja- y, como premio de consolación ofreció a
Madame que les hablara un joven doctorando español, “que dominaba el francés
como Víctor Hugo”. La modista aceptó en principio, pero pidió conocerme antes.
Yo, sabiendo de su fama y de los ditirambos de Pernot sobre mi persona, acudí
bien pertrechado de sabiduría sobre quitones, peplos y hasta estrofios[22],
y, para su marido, de sandalias y coturnos[23].
Creo que le produje una excelente impresión, gustándole en particular el tema y
lema elegidos para mi prevista charla, que sería Delfos (474 a.C.) – París
(1935). Ella se comprometió a que presidieran la sala de la conferencia una
buena reproducción del Auriga de Delfos[24]
y uno de los vestidos de la colección de aquel año, aunque aún no se hubiera
presentado públicamente. Luego, me enseñó los magnos talleres de la Casa
pero no pudo presentarme a Michahelles, a quien alabó sobremanera, pero me
indicó que cada vez faltaba más de Paris y, por tanto, iba menos por Thayaht[25].
Concluida mi
intervención, Madame quiso recompensarme de algún modo y, al decirle yo que
solo aceptaría, y muy honrado, su amistad, en efecto me la ha dispensado desde
entonces, tanto en París, como en su Villa Blanche de Bandol[26]. Con todo, su regalo más precioso
me lo dio al enterarse, unos meses más tarde, de que me proponía contraer
matrimonio. Tras pedirme las medidas de la novia, cosió un maravilloso vestido
de boda, trasunto del traje de noche que había presidido mi conferencia.
Aquellas Navidades del 35, lo guardé cuidadosamente en una maleta grande y me vine
con él para Castellar, entregándoselo seguidamente a Gabriela para cuando llegase
la ocasión. Ya sabe usted que, en lo que a mí respecta, el gran momento no llegó
jamás…
Así pues, de lo
que me había contado Don Frutos, sobre haber comprado los Colmenares el traje,
que les remitieron por correo desde Paris, nada de nada. En cualquier caso, yo
prefiero creer a Jesús Hernández, pues su versión resulta mucho más -digamos- novelesca,
cualidad que tiene en gran estima quien gusta de las buenas narraciones.
El Auriga de Delfos
4.
El regreso del exiliado
No me pregunten
sobre quién o cómo pudo informarse el profesor Hernández acerca de lo sucedido
a Gabriela y su entorno durante su ausencia de España. Es posible
que ya lo supiese en tiempo real -como ahora se dice-, gracias a las
cartas de su familia, pero me extraña: No era fácil ni seguro escribir a un
prófugo que estaba en el extranjero; y, de otra parte, no es probable que sus
padres quisieran envenenar al ausente, contándole las tristezas y desgracias de
sus seres queridos. Yo veo más lógico que, alertado por la aparición de la
fotografía del vestido de novia en El Noticiero, Jesús inquiriese
entonces información precisa sobre Gabriela, siendo en ese momento cuando supiera
de su reclusión en el convento carmelitano y ulterior fallecimiento, víctima de
cáncer en la sangre. Bernabé Cifuentes, el generoso informador con el que nos
topamos en el capítulo anterior, fue -eso seguro- el que puso al corriente a su
amigo de las comidillas respecto de Onésimo II, que poco daño o
reconcomio podían producirle, en atención a lo mal que se habían llevado antes
de la guerra:
-
Ya
sabes -me relataba- que, habiendo fracasado en conseguir a Gabriela, aceptó el premio
de consolación y se casó con Balbina, la mejor amiga de ella, que bebía los
vientos por aquel alférez provisional, cuya carrera profesional y política
tenía los mejores augurios. Y no le faltaba razón a la chica, no, que Morales
se calzó con un Gobierno Civil antes de llegar a los treinta y -como sin duda
conoces- anda por Jaén, más chulo que un ocho. La que no está tan bien es su
mujer: Aunque aquí llegan las noticias exageradas y confusas, parece ser que el
tal Onésimo le ha salido un faldero de tomo y lomo, y, cuando ella se lo echa
en cara, no le duelen prendas de despreciarla, y hasta algo peor… Quiero decir
que, si se tercia y tiene mal día, le suelta un guantazo y se queda tan fresco.
Han llegado a decirme que se ha encaprichado de una farmacéutica y le ha hecho
un bombo que presagia gemelos. Lo malo -y mi informador se reía- es que
el abuelo de lo que venga es el teniente coronel jefe de la Guardia Civil de la
Provincia, y el escándalo puede costarle a nuestro paisano, como mínimo, perder
el carrerón político y volverse para el Instituto de La Bañeza, a enseñar la escasa
Historia que sabe.
-
Tampoco
es mal sitio -opiné-, para lo poco que debió de costarle sacar las oposiciones,
con la camisa azul[27]
y el pistolón al cinto. Y, a lo mejor, empieza a tratar a su esposa de manera
más digna.
-
No
lo creas -concluyó Bernabé-. Onésimo ha tenido mucho gallo desde que era un chaval.
***
Lo cierto es que,
cuando Jesús Hernández cogió en Francia el tren para Castellar, pertrechado de
su recién estrenado pasaporte francés, creía saberlo todo, pero no traía otra
decisión que la de pasar en España con su familia las vacaciones de verano,
suponiendo que la Policía no fuese de otra opinión y lo pusiera nuevamente en
la frontera, tan pronto lo identificase. Y algo de eso estuvo a punto de pasar
al poner los pies en la estación de Castellar. Es muy probable que los agentes
de Irún, al informarles Jesús de su ciudad de destino, telefoneasen a sus
colegas castellarenses. Lo cierto es que, apenas pisó el andén, estaban
esperándolo y, tras media hora en la oficina policial de la estación, lo
condujeron en un vehículo hasta la comisaría. ¡Menos mal -pensó el detenido-
que no había asegurado a sus padres el día exacto de su llegada, por si las
moscas!
El inspector que
lo atendió se apellidaba Calvo y ya tenía todos los datos, entre ellos, que su
nacionalidad francesa no constaba en los registros españoles y que, desde
luego, había sido declarado prófugo, al no presentarse para cumplir el servicio
militar.
-
¡Hombre,
inspector!, protestó Jesús. No pretenderán ponerme a hacer la instrucción a mis
treinta y cuatro años.
-
Supongo
que no -replicó el policía, encogiéndose de hombros-, teniendo la nacionalidad
francesa, como tiene; pero la verdad es que no me explico a qué viene usted a
España en una situación tan irregular y con los antecedentes políticos que, sin
duda, le llevaron a marcharse en el 36.
Jesús estuvo a
punto de montar en cólera. ¿No le parecería bastante motivo a ese gaznápiro el
visitar a la familia, después de diez años sin verlos? Pero eso es seguro que
le constaba al inspector; de modo que tuvo una ocurrencia, mitad burla, mitad
charada, y le dijo:
-
He
vuelto para saber qué ha sido de un traje que dejé en Castellar hace muchos
años.
Calvo dio un salto
en el sillón y exclamó:
-
¡No
me diga que se trata de un traje de novia!
Esta vez, el
asombro fue del profesor, que repuso titubeando:
-
Pues
sí… Lo vi en el periódico y…
Media hora más
tarde, con todo ya aclarado, el inspector despidió amistosamente a Jesús, con
las siguientes indicaciones:
-
Voy
a tramitar su informe con la lentitud de un funcionario estilo Larra[28],
gracias a lo cual podrá tirarse por aquí todo el verano. Eso sí, aunque le voy
a devolver el pasaporte, le prohíbo salir de Castellar y sus alrededores sin mi
permiso, o el del inspector Corulla, que me sustituirá hasta finales de agosto.
Y, si evita hacerse notar por la ciudad, mejor que mejor. Tampoco sería mala
idea que no agotase en España sus vacaciones y regresara a Francia lo antes posible,
por supuesto, advirtiéndomelo antes.
-
Totalmente
de acuerdo, inspector. Y, si llego a saber algo nuevo de nuestro vestido,
se lo haré saber inmediatamente.
***
Como era su
costumbre, la familia Colmenares había levantado el vuelo a primeros de julio,
dispuestos a pasar todo el verano en Santander. Solo Silvia, la hermana pequeña
de la difunta Gabriela, había decidido permanecer asándose en Castellar,
no por ascesis, sino para dar el último empujón a la preparación de las
oposiciones a cátedras de francés, cuyos exámenes estaban convocados para
mediados de septiembre. La joven estaba muy preocupada pues, con la Guerra
Mundial y los líos políticos que la siguieron en el país galo, no se había
atrevido a marchar a Francia para perfeccionar el idioma. Los cursos de la Alliance
Française[29] habían
quedado interrumpidos por las discrepancias políticas con España y la ocupación
nazi. No le había quedado más remedio que pasear todas las tardes con su
amiga Albertina, conversando en francés, hasta que esta se hartaba y le decía,
con gran parte de verdad:
-
Y
ahora, Silvia, en castellano, que mis oposiciones son a ganar un marido rico, y
a esos se les habla en español.
Por las mañanas,
Silvia cogía los apuntes y se iba a estudiar a lo más recóndito del Parque
Grande, donde frescor y silencio la transportaban al mundo de la abstracción y
del estudio. Allí, sentada en un banco, o a paseos cortos de ida y vuelta, iba
desgranando los temas con voz audible, para que se le quedaran mejor prendidos
de su excelente memoria auditiva.
También Jesús
solía dejarse caer por la Acera de Teatinos, limítrofe del Parque, en cuyo
número 9 residía de antiguo la familia Colmenares. Sus ojos volaban, con las
poéticas golondrinas que anidaban en los recovecos de la fachada, hacia los balcones
del segundo piso, rematados en medio punto. Sistemáticamente los hallaba con
las persianas bajadas, cosa que él atribuía a defensa contra el inclemente sol
veraniego pero que, como sabemos, respondía, más bien, a que la casa estaba
casi deshabitada.
Al fin, uno de los
días, Jesús vio salir a Silvia, camino de su trabajo matutino. La reconoció sin
dudar, pese a que la niña de antaño se había transformado en una atractiva
mujer, cuyo parecido con Gabriela era sorprendente. Le dio un vuelco el corazón
y dejó que cruzase hacia el Parque. Luego, sin saber qué haría después, la
siguió discretamente. Solo pensó que haber adquirido un rato antes El
Noticiero podría facilitarle el disimulo, si acababa por ser esa su decisión.
Como de costumbre,
Silvia compró un par de gofres al barquillero del estanque y se encaminó hacia
la pequeña glorieta de la faisanera, sentándose en su banco. Sacó los
temas de la cartera y escogió los que le tocaban aquella mañana. Jesús,
expectante, se sentó en otro banco, que le permitía columbrar entre el follaje
a la muchacha y abrió el periódico por una hoja cualquiera. A esas alturas de
sus reflexiones, tenía claro que no la dejaría escapar sin hablar con ella:
Solo se trataba de tomarse un poco de tiempo para serenarse y pensar sobre cómo
se presentaría y entablaría conversación.
A los pocos
minutos, Silvia se levantó e inició su estudio peripatético. Jesús la
malinterpretó y creyendo que se disponía a marcharse, se le aproximó
apresuradamente y por la espalda. Entre tanto, la estudiosa repetía en francés la
pregunta sobre la tragedia de Corneille, Le Cid[30].
Eso y el avance tan pausado de la joven, con sus trebejos todavía sobre el
banco, hizo comprender al professeur lo que realmente sucedía. Casi sin
pensar y a guisa de pintoresca salutación, encaminó hacia Silvia aquellos
famosos versos de la obra:
Mon juge est mon amour, mon juge est
ma Chimène :
Je mérite la mort de mériter sa
haine,
Et j'en viens recevoir, comme un bien
souverain,
Et l'arrêt de sa bouche, et le coup
de sa main.[31]
Como el
improvisado actor pretendía, su entrada dejó atónita a Silvia, que se
volvió hacia él pero, aunque lo miró fijamente, no pareció reconocerlo. Tanto
es así que, con un aire crítico, le respondió, así mismo en francés:
-
Bien
recitado y con excelente pronunciación. ¿Pertenece usted al elenco de la Comedie
Française[32]?
-
Todo
se andará -replicó Jesús, asimismo en broma-. Por ahora me estoy preparando
para debutar en el Gran Teatro de Tours[33].
Apenas ese par de
frases rompieron el hielo entre aquellos desconocidos. Hablando todo el
tiempo en francés y sin descender a detalles identificativos, ambos se
explicaron: Silvia, el por qué de su estudio en pleno verano y la necesidad de
expresarse en la lengua francesa; Jesús, la razón por la que la hablaba
perfectamente y su alusión a la capital de la Turena. Ninguno de los dos, pese a
la superficialidad de la charla, estaba totalmente seguro de no haber sido
identificado por el otro, aunque nosotros bien sabemos que así era en el caso
del profesor. Si también lo era en el de Silvia, o se le habían despintado los
rasgos del antiguo novio de su hermana, es algo que no he tenido ocasión de averiguar.
***
La conveniencia, y
el placer de hablar en la lengua llamada de Molière fue el primer lazo
de unión entre la pareja que, por lo demás, se entendía a las mil maravillas: como
si nos conociésemos de toda la vida, ponderaba Jesús. Para no dificultar
la preparación teórica de la oposición, llegaron al acuerdo de verse a la caída
de la tarde, cuando el bochorno del día declinaba y apetecía pasear un rato,
para luego picar unos pinchos o unas raciones en cualquier terraza, en
sustitución de una cena formal. En ocasiones, si había alguna película potable,
el cine cerraba la jornada, siempre a tiempo de que la opositora descasara
lo necesario, sabio consejo de su experimentado acompañante en esas lides.
Jesús casi siempre
iba a buscar a Silvia, paseando arriba y abajo por la acera de enfrente, hasta
que la joven, muy puntual, bajaba. Por la noche, indefectiblemente, la
acompañaba hasta el portal, como cumplía a un caballero gentil hacer con una
damita respetable. Por algunos comentarios que había hecho sobre la belleza del
inmueble, Silvia se sintió inclinada a invitarle a almorzar aunque, en verdad,
era una asistenta quien hacía por la mañana limpieza y comida. La anfitriona le
mostró la enorme vivienda, que Jesús ya conocía en parte de tiempos pasados,
sintiéndose obligado a simular ignorancia sobre todo cuanto se le mostraba. Al
llegar a la habitación de Gabriela -en la que, en su día, él casi no había
tenido ocasión de entrar-, Jesús sintió una profunda angustia y apenas se encontró
con fuerza para traspasar el umbral ni, menos aún, fijarse en los detalles.
Silvia, como si hubiera estado esperando aquel momento, se sinceró, cual nunca
antes:
-
Mis
padres conservan todo como si fuera un santuario, pero ya poco puede
aprovecharle a la pobre Gabi. Su vida y su temprana muerte son para mí
una lección que está siempre presente en mi corazón: no dejar que la vida pase por
delante de mí sin vivirla, ni consentir que otros decidan por mí, por el mero
hecho de que me quieran, o tengan más experiencia… Perdona, te estaré
aburriendo. Además, tú apenas conoces el motivo por el que hablo así, dado que
no tienes por qué saber lo que le pasó a mi hermana.
Por un momento, en la penumbra del pasillo,
que apenas aclaraba la tenue luz de la habitación de Gabriela, Jesús sintió que
el mundo retrocedía diez años y que su amor perdido se reencarnaba en aquella chiquilla,
que le hablaba con el mismo timbre de voz que, si desviaba la mirada, parecía
brotar de los labios de Gabi. Puso sus manos en los hombros de Silvia y,
por la espalda, colocó la boca en su oído y susurró:
-
De
verdad, ¿te sientes capaz de tomar el tren de la vida en la misma estación en
que hubo de apearse tu hermana?
Silvia, aunque
sorprendida, no tuvo ninguna vacilación al contestar, festiva:
-
Por
supuesto, siempre que salga muy pronto, con destino París.
***
Miércoles, 4 de septiembre
de 1946, día en que el inspector, Remigio Calvo, se reincorpora a la comisaría
tras disfrutar de sus vacaciones. Le está esperando el vigilado Hernández,
a fin de despedirse, una vez que, días atrás, obtuvo ya el plácet del sustituto
para la marcha. La charla se desarrolla distendidamente:
-
Anda,
que no es usted rápido, profesor. Acaba de comentarme el inspector Corulla que
regresa usted a Francia, y muy bien acompañado. ¡Que sea enhorabuena!
-
Lo
que debe hacerse, mejor hacerlo pronto, sentencia el profesor, un poco corrido
de los comentarios.
-
Sobre
todo, si es placentero, concluye Calvo, con una amplia sonrisa.
Se despiden, con
un hasta más ver, que hace suponer el regreso del matrimonio
Hernández-Colmenares a Castellar, no tardando.
En esos mismos
momentos, Silvia está en el caserón de la Acera de Teatinos, haciendo el
equipaje. Ha reservado una de las maletas para un vestido muy especial: El que
llevó el pasado domingo en su boda. La madre, con los ojos llorosos, parece
echarle algo en cara:
-
Qué
ocurrencia tuviste, llevar el mismo vestido que Gabriela. Seguro que te lo
pidió él, que parece no haber vivido nada nuevo en todos estos años.
Silvia no quiere discutir
con su madre, teniendo, como quien dice, un pie en el estribo. Le responde con
humor:
-
No
es eso, mamá; es que era el único vestido nupcial que tenía a mano. Si llego a
ir a tu modista, seguro que perdemos el tren.
Etiqueta original Vionnet, con firma
y huella dactilar
[1]
Juan Domingo Perón (1895-1974), Presidente de la República Argentina entre 1946
y 1955 y 1973-1974.
[2]
Atlético Aviación, nombre histórico del actual club Atlético de
Madrid. El club Sporting de Gijón no pudo usar en la primera época
del Franquismo la palabra Sporting, por estar prohibido el uso de
vocablos extranjeros en numerosos casos.
[3]
En inglés, Uncle Harry, película dirigida por Robert Siodmak en 1945 y
estrenada en España el 20 de abril de 1946. Estaba protagonizada por George
Sanders.
[4] Sin duda, se trata de la película Todos
besaron a la novia, dirigida por Alexander Hall en 1942, pero en las
carteleras españolas todavía en 1946.
[5] Famoso dentífrico español que, al menos,
desde 1950, promovió su publicidad con base en la blancura de los dientes, que hermoseaba
la sonrisa de sus usuarios.
[6] Este episodio del relato está ambientado
temporalmente en el domingo, 28 de abril de 1946.
[7] Aproximadamente, una peseta de hacia 1945
equivalía a 80 del año 2000. Considerando que, entre 2000 y 2020, el poder
adquisitivo del euro ha perdido alrededor de un 40%, podríamos aventurar que el
precio pedido por el Señor Barrul sería actualmente de unos 700 euros, que
parece moderado, pero olvida el muy bajo nivel de vida y salarios en la España
de hacia 1945.
[8] El duro equivalía a cinco pesetas. Luego
veinte duros eran cien pesetas.
[9] Celia
Gámez Carrasco (1905-1992), vedette de revistas musicales y actriz de
cine.
[10]
Marie Madeleine Valentine Vionnet (1876-1975), gran modista francesa, con casa
y taller abiertos en París entre 1912 y 1940, con el paréntesis de la Primera
Guerra Mundial. Se convertirá en uno de los personajes del relato en un
capítulo posterior.
[11]
Gabrielle (Coco) Chanel (1883-1971), otra gran modista francesa, en
ciertos aspectos rival de Vionnet.
[12]
Elefante de ficción, cuyas enormes orejas le permitían volar, protagonista de
un relato para niños escrito por el matrimonio Helen Aberson y Harold Pearl, en
1939. Adquirió fama mundial por la película Dumbo, de 1941, producida
por Walt Disney y dirigida por Bill Sharpsteen.
[13]
Galeries Lafayette, lujosa cadena de grandes almacenes, fundada en París
en 1912, con la que colaboró intensamente Madeleine Vionnet. Vogue, revista
francesa de moda, iniciada en 1892. Vanity Fair, revista estadounidense
de vida social, que se publicó entre 1913 y 1936 y, nuevamente, a partir de
1983. Gloria Morgan: Puede tratarse de Gloria Morgan Vanderbilt
(1904-1965), cuya alusión aquí es respetuosa y totalmente imaginaria.
[14] Suele señalarse como dicha fecha, inicio de la
Guerra Civil, la del 18 de julio de 1936.
[15]
Confróntese: Gertrud von Le Fort (1876-1971), Die Letzte am Schafott,
1932 (varias traducciones españolas, con el título de La última en el cadalso).
Es una novela que, con el título de Dialogues de Carmélites, fue transformada
en drama por Georges Bernanos (1947 (traducción española por José María Pemán, en www.smjegupr.net);
en ópera, por Francis Poulenc (1954); y en película en 1960, bajo la dirección
de Philippe Agostini y Raymond Leopold Bruckberger.
[16]
Collège o parte histórica, la más antigua actualmente en funcionamiento,
de la Universidad de París, fundado por el confesor real, Robert de Sorbon, en
1257.
[17]
Falange Española llegó a ser el
único partido político tolerado por el general Franco. Onésimo Redondo Ortega (1905-1936)
fue la figura más destacada de dicho partido político (y de su predecesor, las Juntas
de Ofensiva Nacional Sindicalista, o JONS) en Castilla la Vieja, hasta
su muerte en acción de guerra, el 24 de julio de 1936.
[18]
Ernesto Michahelles (1893-1959), polifacético artista florentino que, como
diseñador, estuvo en íntimo contacto con Madame Vionnet, principalmente, en la
década de 1920 a 1930. Su acróstico, Thayaht, dio rótulo a la casa de
modas Vionnet, a partir de su instalación en la parisina Avenida Montaigne,
números 50-52.
[19]
La muy atractiva personalidad y obra de Madeleine Vionnet están recogidas en
multitud de libros y artículos (incluso en Internet). Merecen destacarse dos biografías:
Jacqueline Demornex, Madeleine Vionnet, Éditions du Regard, Paris, 1990,
y Rizzoli, 1991; y la espléndida, en especial, por su parte gráfica, Betty
Kirke, Madeleine Vionnet, Chronicle Books, San Francisco (California),
1998.
[20]
Se trata del llamado Hôtel de La Riboisière, erigido hacia 1910 en
estilo modernista para la familia del mismo nombre, que pasó a ser propiedad de
Madame Vionnet después de la Gran Guerra, a fin de albergar desde 1923 su
espléndida boutique, detrás de la cual, se levantó un magno taller de 6
plantas (otras fuentes sostienen que eran 8) para acoger a sus más de
ochocientas obreras. Actualmente (2021), el Hôtel acoge dependencias de
las marcas de moda, Ralph Lauren y Chloé.
[21]
Hubert Pernot (1870-1946), uno de los grandes profesores de Griego de La
Sorbona, especialmente dedicado a la fonética de dicha lengua.
[22] Equivalentes,
respectivamente, a túnicas, velos y sujetadores.
[23] El coturno podría definirse como sandalia con
tiras más sólidas y largas, con suela que realzaba la estatura de su portador.
La alusión al marido de Madame Vionnet es a su segundo esposo, el ruso
emigrado, Dimitri Netchvoloff, con quien estuvo casada entre 1923 y 1943, si
bien se separaron hacia 1930. Aunque noble y militar, en Francia se convirtió
en un famoso diseñador de calzado femenino, bajo la marca de Netch et
Bernard. Véase, www.witness2fashion.wordpress.com,
Shoes from Paris, 1928, Part 2: Netch et Bernard (et Vionnet), 17 de
enero de 2014.
[24]
Escultura griega, parcialmente conservada, hallada en excavaciones de Delfos en
1896, realizada en bronce hacia el año 474 a.C. para conmemorar la victoria del
tirano, Polizalo (o Policelo) de Gela (Sicilia), en la carrera de cuadrigas de
los Juegos Píticos. Se expone en el Museo Arqueológico de Delfos (Grecia).
[25] Véase
antes, nota 18.
[26]
Magnífica casona de descanso, mandada construir sobre la bahía de Bandol
(Departamento francés del Var) hacia 1920 por Madame Vionnet. Actualmente
(2021) se conserva, con algunos recuerdos y restos del mobiliario original,
alquilándose como lugar de recreo o veraneo.
[27] La
camisa azul mahón formaba parte sustancial del uniforme de los falangistas.
Véase la nota 17.
[28]
Alusión al artículo periodístico de corte satírico, Vuelva usted mañana, de
Mariano José de Larra, publicado en El Pobrecito Hablador. Revista Satírica
de Costumbres, número 11, enero 1833. Aunque se suele referir a la
indolencia burocrática, en realidad se trata de una cáustica censura de la
pereza como pecado capital de la Nación española, en general.
[29]
Institución semioficial que, desde 1883,
promueve el conocimiento de la lengua y cultura francesas en el extranjero, a
cargo, generalmente, de personas de nacionalidad y titulación galas.
[30]
En español, El Cid, estrenada en 1636, aunque con la calificación de tragicomedia.
Fue posteriormente cuando, en una segunda versión de la obra, el propio
Corneille la valoró como tragedia.
[31]
Le Cid, acto III, escena 1ª, versos 753-756. Dado que su sentido no es
transcendente para el relato, prefiero evitar a los lectores el dolor de verlos
traducirlos.
[32]
Compañía estable de Teatro Nacional francés, fundada por Luis XIV en 1680, con
sede en París. Como se sabe, es la compañía teatral más ilustre y famosa de
Francia.
[33]
Grand Théâtre de Tours, inaugurado
en 1872.
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