El consejero de Leni Riefenstahl
Por Federico Bello Landrove
Ante el encargo
por Hitler de realizar un reportaje sobre el Día de las Fuerzas Armadas
(Núremberg, 1935), la gran cineasta Leni Riefenstahl[1]
busca la ayuda de un brillante capitán, escéptico y lenguaraz, que entablará
con ella una vigorosa y compleja relación. ¿Hasta qué punto el citado
reportaje, llamado finalmente Día de la Libertad, refleja algo de esa colaboración?
Quede a criterio del lector la respuesta, como también la valoración de si esta
es una historia real o, simplemente, muy verosímil y bien urdida.
1.
La cineasta y el militar
-
Heinz,
tú que conoces a tanta gente de uniforme, ¿no podrías recomendarme a un militar
bien informado, que me aconsejara sobre un fastidioso documental que me ha
encargado el Führer[2]?
El interpelado
quedó unos instantes mirando a su hermana, con rostro pensativo. Ella
comprendió que el irresoluto de Heinz podía pasarse cinco horas pensando.
Decidió ayudarlo:
-
Algún
oficial de no mucha graduación que esté bien informado y que no le duelan
prendas a la hora de valorar la situación y de criticar al alto mando, si se
tercia. Vamos, que esté dispuesto a ser sincero y objetivo.
-
Mucho
pides, Leni -replicó Heinz-, pero creo conocer a una persona que da el perfil
que pretendes. Si hay alguno de esas condiciones, ese es el Capitán de
Köpenick[3].
Leni le habría
tirado algo a la cabeza, de tener a mano algún objeto blando. Su hermano sonrió
y decidió explicarse:
-
Lo
llamamos así entre amigos porque es capitán y su regimiento está acuartelado en
ese barrio. En realidad, se llama Albrecht von Lübstorf y últimamente lo han
llamado del Ministerio de la Guerra para colaborar en la reorganización de la Reichswehr[4].
A Leni le resultó
interesante la presentación del personaje hecha por su hermano. Con todo, quiso
precisar:
-
¿Tú
crees que aceptará conversar conmigo y ponerme al día de lo que se cuece en las
cocinas de esos señores prusianos tan engreídos?
-
Si
está dispuesto o no, seguro que te lo dice en seguida, sin hacerte perder el
tiempo. Por lo demás, tiene poco de militarote prusiano. Es de una
familia aristocrática de Mecklemburgo.
-
Mejor
así -opinó Leni-. Ponte en contacto con él cuanto antes y conciértanos una
cita. No importa cómo ni dónde; el caso es que sea pronto, que el tiempo
apremia.
La verdad es que
la cosa no habría sido tan urgente, de no ser por los mil y un proyectos de
viaje y de trabajo que bullían en la mente de Leni, pese a que apenas se había
recuperado con una estancia en Davos del agotamiento de rodar y montar su Triunfo
de la Voluntad[5]. Lo
cierto es que ya corría el mes de junio de 1935 y todo tendría que estar listo
para septiembre, a fin de cumplir el deseo de Hitler: rodar un documental corto
para presentar ante Alemania y el mundo la nueva Wehrmacht[6],
dando satisfacción, al propio tiempo, a los generales, ofendidos por la
escasísima atención que se les había prestado un año antes.
-
Todo
el material que rodamos -se explicó Leni- resultó inservible, dadas las pésimas
condiciones de tiempo cuando se rodó.
-
Lo
sé, convino Hitler, pero habrá que compensarles este año: Me debes este favor…
No hay mal que por bien no venga, concluyó: Ahora podremos celebrar la
implantación del servicio militar obligatorio y presentar sin tapujos los
nuevos avances en armamento. Ya verás qué maravilla.
Leni no tuvo más
remedio que aceptar el encargo, aunque insistió en tener completa libertad de
decisión y plena cooperación por parte de los organizadores del evento en Núremberg.
El Führer había aceptado, no sin hacerle una sugerencia que Leni
mentalmente rechazó sin posible componenda:
-
¡Pues
no pretende que empiece con un montaje de los rostros de los generales!
¡Valiente estupidez! ¡Va a tener que tragarse un principio de aseo y desayunos,
al modo del Triunfo!
Pero no era eso lo
que la preocupaba. Rumiando las palabras de Hitler, no dejaba de dar vueltas a
lo de no hay mal… Según eso, habría novedades importantes para este año,
algo sobre lo que ella algo había oído, pero era completamente lega en la
materia. Su perfeccionismo la agobiaba: Tenía que informarse a fondo sobre ese
mundo, gris y hermético, que era capaz de poner nervioso al Führer y de
suponer la esperanza frente al paro forzoso y al Tratado de Versalles[7],
los dos grandes enemigos de Alemania. ¿Dónde buscar las fuentes de ese
conocimiento? Fácilmente, le habrían facilitado el acceso a cualquiera de los grandes:
Blomberg, Fritsch, Reichenau[8]…,
individuos hinchados, celosos de su seguridad y privilegios, alejados de los
millones de muchachos que pronto pondría la conscripción bajo su férula. Ella
quería a alguien más a su altura, sincero, de a pie. Esa era la razón de
pedir ayuda a su hermano para encontrar una fuente fiable, aunque, de entrada,
no la satisficiese esa presentación del personaje como un aristócrata, fuese
prusiano o no.
-
En
fin, suspiró, hasta cabe que me encuentre con un militar culto y sensible;
siendo un aristócrata…
Es bastante
probable que Albrecht -Albert, para los allegados- hubiese rechazado la
solicitud de Leni, de no acabar de ver el Triunfo, unos días antes. Se
había estrenado a finales de marzo pero él, poco dado al cine y, menos aún, de
propaganda política, había demorado dos meses acudir al UFA Palast[9],
tiempo durante el cual el documental se había convertido en pasto de todas las
conversaciones, en términos universalmente admirativos. Finalmente, ante la
perspectiva de hacer una cola interminable para conseguir, si acaso, la
entrada, había hecho uso de influencias y logrado la ansiada localidad.
La experiencia
resultó toda una catarsis. Es posible que el público asistente, aunque muy
numeroso y diverso, participase ya de entrada de la ideología nazi y del
entusiasmo por su líder pero, en cualquier caso, sus reacciones fueron tan
masivas y exultantes, que no se quedaban atrás respecto de las de las masas en
la pantalla, presenciando y participando en directo de los acontecimientos
reflejados. Afortunadamente, la película era prácticamente muda, salvo en los
breves y numerosos discursos y alocuciones; de otro modo, habría sido imposible
seguirla. Albert, reservado por naturaleza y más propicio a observar que a
expresarse, se sintió en la sala como en el interior de un furioso manicomio,
cuyos alienados actuasen a un impulso común. Hasta se vio obligado a dar una
explicación cuando, una señora a su lado, le espetó:
-
Y
usted, ¿no aplaude?
-
Los
militares, señora, tenemos prohibido manifestar nuestras emociones en público
-había improvisado-.
El UFA-Palast berlinés durante
la programación de El Triunfo de la Voluntad
A la salida,
aprovechando la templanza de la noche, había ido paseando hasta la Postdamer
Platz[10],
tratando de digerir cuanto acababa de contemplar, intentando desentrañar si aquello
era la pura y completa verdad de Alemania, o solo una interesada exageración,
hecha de belleza de imágenes y vaciedad de espíritus. Claro que -musitaba- la
repetición de la mentira acaba convirtiéndola en verdad para casi todo el
mundo. Habían bastado dos años para crear aquel pandemonio, que las cámaras de
la Riefenstahl habían sabido recoger con tanto talento estético. ¡Esa era la
clave! Forma perfecta para un fondo reducido a un hombre, que se arrogaba la
representación y guía absolutas de todo un pueblo, de una nación de sesenta y
cinco millones de alemanes, que supuestamente estaba a la cabeza del mundo en
infinidad de aspectos y materias. Y todo, ¿por qué y para qué? Responder a lo
primero era sencillo: acabar con un Tratado injusto y con una crisis económica,
cosas perfectamente superables por otros medios menos onerosos y violentos. El
para qué resultaba, por ahora, indescifrable, pero, si la meta puede inferirse
del camino, el Triunfo lo expresaba con toda claridad: Alemania es la
voluntad de Hitler e irá dondequiera que este decida dirigirla. Y, siendo así,
¿qué papel estaba llamado a jugar un capitán que, por ahora, se resistía en
silencio a formar parte del rebaño pastoreado por el Cabo austriaco[11]?
Todavía daba
vueltas al Triunfo, cuando aquel agradable compañero ocasional de café,
que revoloteaba por el Ministerio en busca de contratas, lo abordó para pedirle
una entrevista, en nombre de su hermana:
-
Ya
sabes -precisó-, Leni Riefenstahl, la actriz de cine, que ha dirigido El
Triunfo de la Voluntad.
-
Sería
más natural que fuese yo quien le pidiese una cita a ella -repuso Albert-.
¡Menudo exitazo está teniendo con El Triunfo! ¿Y qué se le ofrece?
-
Es
mejor que te lo explique ella -se excusó Heinz-. A mí no me ha quedado muy
claro lo que pretende; solo que tiene que ver con un encargo que le ha hecho el
Führer.
2.
Una amable conversación
Heinz cumplió su
cometido con la habilidad acostumbrada. Acompañó a su hermana hasta Buchwald[12]
y, tras constatar que ya los esperaba el Capitán -elegantemente vestido de
paisano-, hizo las presentaciones y, alegando tener que acabar un proyecto
urgente, se despidió de la pareja, no sin antes indicar a Frau Kantelberg[13]
que cargase a su cuenta lo que consumieran en aquella mesa. Leni comentó medio
en broma:
-
Últimamente,
mi hermano está muy atareado, como sin duda usted conoce.
-
Confidencia
por confidencia, señorita, creo que usted también.
Honestamente,
pienso que Albert quiso aludir, con cierta malicia, al constante apoyo que Leni
prestaba a los esfuerzos de Heinz por obtener contratas en obras e instalaciones
militares, en pro, no solo de Heinz como ingeniero, sino de la importante
empresa familiar de los Riefenstahl[14].
Pero Leni, poco suspicaz o demasiado pagada de su último éxito, entendió que
era a esto último a lo que se refería su interlocutor y le contestó:
-
¡No
lo sabe bien! Apenas he regresado de una corta cura de reposo en Suiza, cuando
sus compañeros de armas ya cuentan conmigo para una tarea que supera
absolutamente mis conocimientos… Y ahí es donde, contando con su gran
amabilidad, espero que me ponga al día de las mayores novedades del Ejército
alemán.
-
La
verdad, Fraulein Riefenstahl, es que la gentileza ha sido suya, no
recordándome que sus deseos son órdenes para mí, habida cuenta de quién procede
el encargo.
Leni obvió
referirse a los detalles de tal origen y prosiguió, risueña:
-
¿Le
parece que simplifiquemos la charla, apeando los tratamientos? Ya ha quedado
claro que soy una señorita de sonoro apellido y usted un oficial de la Wehrmacht
con un imponente von antes del patronímico. Por cierto, mi hermano
me adelantó que me las habría con un barón del Mecklemburgo.
Albert sonrió:
-
Por
ahora, el barón es mi padre y, cuando lo inevitable ocurra, el título pasará a
mi hermano mayor. Así que a nadie tengo que rendir cuentas si te autorizo a que
me llames simplemente Albrecht o, mucho mejor, Albert. Por mi parte, me creo
autorizado a llamarte Leni, como lo hace toda Alemania… Pero, antes de seguir,
pidamos algo para entretener el estómago. ¿Te parece un baumküchen[15]?
Leni se echó a
reír:
-
Hace,
aunque no son meriendas como esa las que me permiten mantener mi tipo y forma
física.
-
Tampoco
yo abuso de la repostería -replicó Albert-, pero es que hoy, en tu honor, me he
quedado sin comer.
Y con rostro
pintorescamente compungido, le explicó que, terminada la jornada matinal en el
Ministerio, había pedido que le trajeran un bocadillo y café, para quedarse adelantando
el trabajo para la bella Junta[16].
Y, sacando de una cartera que tenía oculta entre sus pies una carpeta, se la
entregó a Leni, diciéndole:
-
Como
las palabras pueden no ser exactas y olvidarse, aquí tienes un resumen de los
principales cambios y novedades de nuestro Ejército en los últimos tiempos. Así
lo tendrás todo más claro, cuando hagas el guion, o como se llame, para el
documental que con tanto interés espera von Reichenau.
-
¡Espléndido!,
ponderó Leni. Me lo llevaré para leer en casa y ahora podremos hablar de todo
lo divino y lo humano.
-
Perdona.
De lo humano, lo que quieras, pero de lo divino, no, pues no estoy dispuesto en
absoluto a tratar sobre el Führer.
Leni quedó cortada
por unos instantes, hasta captar el sentido de la respuesta de Albert. Luego,
rompió en una estruendosa carcajada, coincidente con la llegada del camarero
con la bandeja, que estuvo a punto de soltar con el sobresalto por el ruido. El
Capitán pensó que estaba ante una mujer franca y espontánea, con la que uno
podía sincerarse y hasta cimentar una amistad basada en sus cualidades humanas
y artísticas, con independencia de su espléndida belleza que, no obstante, no
era del gusto de Albert, partidario de un canon más menudo y tímido. Creo
que anda por los treinta y pocos -pensó-, pero se ha desgastado mucho
con esa vida tan agitada que lleva.
Servida la
merienda y apartado el camarero, Albert preguntó:
-
Si
no vamos a charlar, por ahora, de uniformes y cañones, tendremos que hablar de
nosotros. ¿Quién empieza?
-
Tú,
naturalmente, repuso Leni. Yo soy un libro abierto para cualquier alemán bien
informado -exageró con ironía-.
-
Pues
vamos allá, aceptó Albert. ¿Conoces
Schwerin[17]? Allí
nací yo en 1900.
Se le notaba la
maestría en el resumen, siempre enfocado a lo que podría interesar a su
acompañante, bien como persona curiosa, bien para saber con quién se las había
como asesor y consejero. Los Lübstorf formaban parte de la nobleza
terrateniente del Mecklemburgo que, con el tiempo, habían ido ganando en
cultura y perdiendo patrimonio. El padre, para mejorar la fortuna, se había
casado con una joven medio polaca, hija de un naviero de Rostock, por lo que
tengo un cuarto de sangre eslava, de la ilustre rama de los Piasecki de Gdingen.
Tal vez por ello, o por vencer su natural timidez y escasa afición por el mudo
de los negocios, Albert se empeñó en ingresar en la prestigiosa Escuela de
Cadetes de Plön[18],
aprobando el exigente examen de ingreso un par de meses antes de que estallara
la Gran Guerra y un muy ilustre antiguo alumno de la Escuela, apellidado
Ludendorff[19], se
luciera en el frente oriental. Ni por edad, ni por estudios, tuvo la
oportunidad de combatir hasta avanzada la primavera de 1918 en que, como segundo
teniente, fue enviado al frente de Champaña, solo a tiempo de participar en el
desengaño final:
-
Nuestro
modelo de Plön, el general Ludendorff, no ha parado de pregonar desde entonces
que los políticos traicionaron a Alemania y vendieron a unos militares
que muy bien habrían podido resistir y obtener una paz equilibrada y honrosa,
afirmó Albert. No lo creas ni por un momento, Leni. Estábamos al borde del
colapso, retrocediendo en todos los frentes, perdiendo uno a uno todos nuestros
aliados. El Mariscal[20]
y él escurrieron el bulto y forzaron al Kaiser[21]
a poner al frente del Gobierno a un militar liberal retirado, el Príncipe
Max de Baden, para que gestionara el armisticio y, de paso, se llevase todas las
bofetadas. Ciertamente, no puede decirse que obtuviese una paz ventajosa, pero
nadie pudo entonces hacer nada mejor.
Albert esperaba
alguna réplica de Leni, pero esta parecía un tanto ausente, desde que su
interlocutor inició la diatriba contra el Ludendorff del año dieciocho. En
vista de ello, optó por continuar el resumen de su periplo vital:
-
Así
que ahí me tienes, teniente de ilustre escuela, condecorado dos veces en seis
meses, pero prácticamente cesante, desde que el armisticio y, luego, el
Tratado, decidieron la disolución de nuestro Ejército. Pero el nieto de una
polaca no era tan dúctil, como para volver al castillo de papá, como un
hijo pródigo. Ardía en Rusia la guerra civil -en la que buena parte de culpa
tuvo nuestro Diktat de Brest-Litovsk[22]-
y nuestros mandos parecían encantados de que nos alistásemos como asesores mercenarios,
para plantar cara en las estepas y en Siberia a nuestros recientes enemigos,
que ayudaban a los llamados rusos blancos. Los oficiales alemanes
hubimos de tomar partido por los bolcheviques y, de hecho, yo combatí durante
dos años en el frente del Volga y del Don, contra Denikin y Wrangel[23].
Quizá te resulte curioso que llegase a conocer en Tsaritsyn[24]
al camarada Stalin, cosa que me atrevo a revelarte, no solo contando con tu discreción,
sino para explicar mi ulterior relación con el Ministro, von Blomberg… Pero veo
que va a ser demasiada información para una tarde. Abreviaré diciendo que
regresé a la patria a finales del año 1920, condecorado con la Bandera Roja de
Batalla y hablando ruso con fluidez. Una y otra cosa, más la recomendación de
mi padre, debidamente financiada, me reabrieron las puertas de la Reichswehr,
siendo destinado, contra mi voluntad, a un regimiento de Caballería, pues la
verdad es que yo no veía mucho futuro a las unidades montadas en una guerra
futura. En fin, hube de aceptar el olor a equino y trasladarme a Friburgo de
Brisgovia, donde estaba de guarnición mi unidad. Allí conocí a Margaret, una
profesora del Liceo de la ciudad, con quien me casaría en 1925.
-
Me
ha contado Heinz -interrumpió Leni- que te quedaste viudo muy pronto y que poco
menos que tienes decidido no volver a casarte.
-
¡Este
Heinz! -sonrió Albert-. Algo de eso hay: Figúrate lo que significa amar
apasionadamente a tu esposa y perderla de sobreparto a los dos años de casados,
junto con la criatura que esperábamos. Pero, cambiando de persona, que no de
tema, creo que tu hermano va a ingresar muy pronto en el gremio de los casados
y, precisamente, llevará al altar a una maestra.
-
Te
equivocas -objetó Leni, con rostro displicente-. El maestro es el padre de la
novia… En mi opinión, se trata de un romance un tanto precipitado.
-
Mujer,
tu hermano no está ya lejos de los treinta y parece muy enamorado.
-
Digamos
que no es la mujer adecuada para él -insistió Leni-, ahora que empieza a
progresar social y económicamente, con arreglo a sus cualidades y
merecimientos.
Albert tenía mucho
que objetar al planteamiento de la hermosa cineasta, pero no quería polemizar
con ella a propósito de quién era en realidad la verdadera fuente de las cualidades
y merecimientos que quería atribuir a su hermano. De modo que decidió
reanudar el hilo de su biografía y acabar lo poco de más que quería exponerle:
-
En
1928, hallándome todavía en Friburgo, aunque ya como capitán, recibí una
insospechada orden de presentarme en Berlín, por decisión del entonces mayor
general von Blomberg, quien iba a emprender una amplia visita a la Unión
Soviética, nuestro insospechado amigo por mor de una común inquina hacia el
Tratado de Versalles. Se ve que en nuestro ejército todavía se acordaban de que
un tenientillo, llamado von Lübstorf, había estado pegando tiros con los rojos,
diez años atrás. En el informe que te he entregado cuento algo del camino
de Damasco[25] que
supuso para nuestro actual Ministro aquella visita a Moscú. Lo cierto es que
también yo volví de ella transfigurado: Le caí bien al General, que
decidió tomarme bajo su protección. De Friburgo fui trasladado a Berlín, a un
regimiento de élite -¡y de Infantería!-. Así me convertí en el Capitán de
Köpenick, modelo y mentor de los jóvenes oficiales que vivían en la gran
Residencia del cuartel. Tal vez, Heinz te habrá contado algo de mis amistades y
andanzas por la Capital durante los últimos años de la República. Luego, llegó
el Führer a la Cancillería y todo ha cambiado. Gracias a no haber
perdido el tiempo del todo, bebiendo con segundos tenientes y persiguiendo a
jovencitas por la Ku’Damm[26],
me convertí en oficial de Estado Mayor, con el número 3 de mi promoción, y el
año pasado von Fritsch se fijó en mí, como posible experto en organización de
acuartelamientos, ante el servicio militar obligatorio que se avecinaba. Como
te habrá advertido Heinz, soy implacable en exigir calidad de materiales y no
acepto sobornos… Pese a lo cual, con la ayuda de mi padre, he alquilado un
coqueto apartamento en la Unter den Linden, junto a la Nueva Guardia[27].
Ello, unido a mi inminente ascenso, dará lugar a que el pintoresco Capitán
de Köpenick se convierta en un elegante Mayor unter den Linden, que
está y estará, admirada Helena[28],
a tu servicio.
Estatua del auténtico Capitán de
Köpenick ante el antiguo Ayuntamiento de la localidad
El retrato del Consejero
von Lübstorf estaba acabado. Pidieron otra cafetera, con el líquido bien
caliente, y, tras llenar nuevamente las tazas, Albert provocó a Leni:
-
Y
ahora, Fraulein Riefenstahl es su turno de dirigirse a este Consejo
de Guerra. ¿Qué méritos aduce en su historial para dirigir un documental
sobre nuestra nueva y, a la vez, inmortal Wehrmacht?
3.
Una charla algo menos amable
A fin de evitar
inútiles repeticiones y, a un tiempo, conocer mejor a Albert, Leni optó por
empezar con una pregunta:
-
Antes
de nada, ¿te gusta el cine? ¿Has visto alguna película mía?
-
Vas
a reírte de mí, repuso Albert, pero casi he dejado de ir al cine desde que
murió mi esposa. Supongo que, al principio, sería porque la echaba de menos en
la butaca, a mi lado. Luego, me ha podido la incomodidad de salir de casa,
hacer cola para la entrada y, finalmente, hallarme entre un público desconocido
que fuma, comenta y se expresa como si estuviese en el salón de su casa. Vamos,
que, desde que vi Metrópolis[29]
con ella, a punto de salir de cuentas, no habré ido al cine más de cinco o seis
veces.
-
Siendo
así -dedujo Leni, con cierta sorna-, no creo que le haya tocado la suerte a
ninguna de mis películas…, ni siquiera a La luz azul[30].
-
Te
equivocas. No hace mucho fui a ver El triunfo de la voluntad, como casi
todo el mundo en Berlín, a juzgar por el llenazo que había el día en que acudí
al UFA-Palast.
Con gran sorpresa
de Albert, su directora le replicó, desdeñosa:
-
¡Bah!
El triunfo no es una película, sino un documental… y por encargo.
El Capitán, contra
su costumbre, decidió polemizar, o le salió así de modo inconsciente:
-
Discrepo.
No creo que sea un simple documental y, desde luego, tiene de ti mucho más de
lo que sugieres: Por de pronto, todo lo bueno que encierra y, seguramente,
mucho de lo malo.
La cineasta dio un
saltito en la silla, echó para adelante su cuerpo y, fijando sus ojos muy
abiertos en los de Albert, dijo muy lentamente, recalcando las eses:
-
Erklären Sie sich[31].
Por el contrario,
el militar se arrellanó en el sillón y, entornando los ojos y esbozando una
sonrisa, enumeró:
-
Primero:
Desde mi modesto sentido estético, has creado una obra de arte, formalmente
espléndida, a años luz de la propaganda nacional-socialista al uso. Segundo:
Tengo la impresión de que has tomado partido y participado del entusiasmo
irracional de las masas que rodaste. Tercero: De cuanto grabaste, y fue
muchísimo, has escogido lo que te parecía más enaltecedor de quien te hizo el
encargo, apartándote de la objetividad… En fin, no deja de ser la opinión de un
espectador que apenas sabe de cine, pero presume de que su sentido artístico y
su conocimiento político son superiores a los de la mayoría.
Como si de un reto
se tratara, Leni decidió rebatir lo sostenido por Albert, mostrando indirectamente
su respeto por la opinión que tan radicalmente aquel le manifestaba. Si,
además, trataba de convencerlo, fracasó en el empeño y se encontró con un
antagonista más duro de lo que creía, pese a iniciar la réplica por lo que era
su fuerte:
-
Vamos
a ver, Albert, ¿has visto alguna película de propaganda, en que no se agregue
una sola palabra, fuera de las efectivamente pronunciadas por los personajes
filmados?
El interpelado
jugaba con cierta ventaja pues Heinz había contado, entre amigos, las técnicas
del rodaje, en que había participado ayudando con la cámara a su hermana, así
como del agotador esfuerzo de montaje durante medio año. La respuesta, pues,
fue contundente:
-
La
voz del narrador es solo uno de los métodos de orientación y ensalzamiento de
un documental, y de los más burdos. Están también la elección de la música; la
selección y recorte de los discursos; la iluminación y la posición de las
cámaras; la elección del material de rodaje cuando se cuenta con muchas cámaras
y mucho metraje; el montaje creativo, enlazando motivos y momentos selectos; incorporación
de sonido y rodaje de imágenes a posteriori; la omnipotencia del
protagonista, frente a la zalamería e inocuidad de sus adláteres; el público
presente, convertido en masa unitaria y exultante… En efecto, Leni, nadie puede
dudar de que El triunfo es un documental, pero al servicio de un encargo
y de una persona… Si hubiese sido un simple documento, o un panfleto, te
aseguro no creo que hubiese salido del cine con una sensación tan poderosa y
duradera de vergüenza; de vergüenza y de miedo.
Leni estaba
totalmente confusa. Aquel visitante ocasional de las salas de cine había
captado y resumido en un momento, no solo lo que ella sabía y no quería
reconocer, sino ciertos rasgos que le habían pasado casi desapercibidos en sus
consecuencias. Trató de ganar tiempo, pidiéndole alguna aclaración:
-
¿Vergüenza
y miedo?
Albert machacó,
inflexible:
-
Vergüenza
de que, al parecer, el pueblo alemán y sus dirigentes políticos hayan tirado
por la borda siglos de cultura y diversidad, para rendir culto servil a las
ideas de una sola persona, por muy elevada que sea, quien, a juzgar por el documental,
las expresa a gritos y sin profundidad ni matices. Y miedo, por eso mismo:
Si tan solo dos años han servido para convencer a muchísimos de que Alemania se
reduce al Estado y a un Partido, y si Estado y Partido se resumen en un solo
hombre, ¿qué puede pasar si ese señor absoluto y guía de la nación se equivoca
y nos conduce a todos al abismo?
Leni estaba
atónita. ¡Alguien, en aquella Alemania, se atrevía a cantar las glorias de la
nación, no para confundirla con un caudillo y un partido político, sino para
abogar en favor de la reflexión, la crítica y la diversidad! Le pareció que
venía de muy lejos, como en un susurro, la voz del Capitán de Köpenick,
afirmando:
-
Llámalo
como quieras: miedo, tristeza, vergüenza ajena. Porque, por el camino que
llevamos, esto no va a acabar cuando se alcance el pleno empleo, ni con la
denuncia del Diktat de Versalles, sino en una caída sin fin. Y es
llamativo, querida amiga, que, tú, que has escalado tantas cumbres, no
hayas tenido la impresión en Núremberg[32]
de estar cayendo al vacío.
***
Leni no sabía por
dónde empezar. Finalmente, se decidió por abandonar el tema de si era o no un
documental, y abordar aquello de que El triunfo guardaba lo mejor y lo
peor de ella:
-
Bueno
-comenzó, conciliadora-, por lo menos formalmente te gustó lo que viste.
-
En
efecto, y mucho -convino Albert-; como me figuro sucedería a quien te hizo el
encargo de rodarlo.
-
Así
es; aunque no creas que la opinión ha sido unánime. Hay mucho asno en el Partido
-estoy de acuerdo contigo-, como también muchos envidiosos.
-
Pues,
si para algo vale la opinión mayoritaria en la Alemania de hoy -repuso Albert-,
no hay más que ver la afluencia de espectadores, cuyo entusiasmo nace, en mi
opinión, del brillante espectáculo que presencian, no de gritos, saludos y
desfiles, que están cansados de ver.
-
Ojalá
sea como dices, ya que hice un esfuerzo de trabajo e improvisación como no te
imaginas… ¿Y que es lo malo de mí, que has visto reflejado en el documental?
Albert sonrió al
escuchar, y recalcada, la palabra maldita. Le contestó:
-
Lo
peor es que también personas como tú dejéis de pensar por vosotras mismas y os
apuntéis a la tesis de que el Jefe siempre tiene razón y no hay otro deber de
conciencia que el de obedecer. Sinceramente, Leni, ¿lo crees así?
-
¡Claro
que no!, enfatizó la cineasta. En la medida de lo sensato y de lo posible, he
hecho un trabajo personal, apartándome en numerosas ocasiones de seguir sus
directrices y consejos; y, tan pronto acabe este maldito apéndice
militar, seguiré con mi carrera y mis proyectos, que en mala hora hube de
abandonar.
El Capitán
comprendió que, también él, había alcanzado con Leni el máximo nivel de lo
sensato y lo posible, por aquella tarde, al menos. Echó ostensiblemente mano
a la muñeca para mirar la hora y, realmente, se admiró de lo rápido que habían
pasado tres horas. Hizo como que se justificaba, para rebajar la tensión:
-
Creo
que ahora estamos en condiciones de comprendernos bien y de saber lo que cada
uno puede esperar de una armoniosa colaboración. De todas formas si, visto lo
visto, concluyes que no te valgo para ayudante, bastará con que no vuelvas a
ponerte en contacto conmigo. En cualquier caso, las notas que he redactado
podrán servirte para la tarea que tienes que abordar.
-
De
ninguna manera daré la callada por respuesta, opuso Leni. Te llamaré con lo que
decida, una vez leído tu resumen con detenimiento. Y, entre tanto, si quieres
volver a hablar de estética y de política con la sinceridad de hoy, llámame
para desahogarte, pero no se te ocurra confiarte así a nadie, fuera de tus
íntimos.
Albert le estrechó
la mano con firmeza y concluyó:
-
Descuida; hay muy pocas personas con las que merezca la pena compartir la verdad: Puede
que tan pocas, como las que son dignas de que compartamos con ellas la vida.
4.
La perspectiva militar
Pese a la promesa
de Leni, Albert estaba convencido de que, si volvía a ver a la espigada
berlinesa, sería por casualidad. Sus notas sobre la situación militar eran más
que suficientes para preparar un breve documental sobre la nueva Wehrmacht,
y su despiadada crítica de la deriva alemana y del Triunfo como
documento era difícil que fuesen digeridas por la cineasta, a poco que las
rumiara. Sin embargo, ocho días después de su cita en Buchwald, recibió
en su oficina del Ministerio la llamada de Leni, con un contenido bastante
extraño:
-
Por
favor, Albert, hazme un hueco esta tarde para tratar sobre lo que tenemos entre
manos. Para causarte el menor trastorno posible, iré yo a tu casa. Dime la hora
y dame la dirección exacta.
La tensión que
revelaba por teléfono se había disipado cuando apareció por el apartamento del
capitán, con el cabello suelto y un cartapacio bajo el brazo. Albert estaba de
buen humor, aunque su sentido de este no fuese siempre el adecuado:
-
Hum,
ya veo que se trata de abordar la política militar -dijo, al ver que Leni, nada
más sentarse, abría la cartera y sacaba los folios con membrete del
Ministerio-. Al notarte por la mañana tan agitada y con tanta prisa, había
pensado que podías necesitar de un oficial y caballero para defenderte de las
furias del Partido.
Leni captó
inmediatamente que aludía a la persecución de Goebbels[33]
y enrojeció:
-
Ya
veo que las patrañas circulan raudas por Berlín -protestó-. Espero que los
oficiales caballeros no les presten oídos y se apliquen al trabajo serio.
Un poco cortado,
Albert se batió con orden en retirada:
-
¿Quieres
ver todo el apartamento y tomar algo, antes de empezar con el trabajo serio?
Leni cambió
inmediatamente de temple y se levantó, sonriente:
-
No
hay prisa, dijo. Tengo toda la tarde libre.
Media hora más
tarde, los preámbulos de cortesía dieron paso a la entrada en materia. Leni
procuró abreviar la tarea, resumiendo los antecedentes de la situación, fruto
de la derrota en la Gran Guerra y del Tratado de Versalles:
-
Ya
veo -comenzó- que los términos del Tratado convirtieron al Ejército alemán en
una simple fuerza de policía, para mantener el orden interior y la seguridad en
las fronteras, y que esta deprimente situación fue aceptada sin pestañear por
nuestras autoridades, hasta que llegó Hitler al poder.
-
No
es del todo exacto -rectificó Albert- que hubiese una absoluta conformidad con
lo impuesto en Versalles, pero la verdad es que poco podía hacerse en la
situación y con las fuerzas que teníamos. De todas formas, salvo los nostálgicos
y los militares que alentaban la falacia de la traición, a ningún alemán le
interesaba por entonces dedicar una partida importante de nuestro menguado
presupuesto a temas militares. Con pagar las indemnizaciones de guerra y
subsidios para huérfanos, viudas e imposibilitados, teníamos bastante. Luego,
nos alcanzó la crisis económica mundial, con su secuela de paro y miseria, y
nadie se acordó de cuarteles y de maniobras. ¿Sabes que mis soldados han
llegado a hacer la instrucción con fusiles que no funcionaban y que hemos realizado
ejercicios con tanques de madera? Ahora levantamos fábricas de material
militar, en las que se da empleo a los parados, pero en el año veintiocho, si
alguien hubiese sugerido cambiar la mantequilla por los cañones, lo habrían
colgado de las farolas de la Puerta de Brandemburgo.
-
Está
bien -repuso Leni, desechando la controversia-. Lo cierto es que, en los dos
últimos años, la situación militar ha cambiado radicalmente, pudiendo decirse
que las prohibiciones del Diktat ya son historia.
-
En
efecto, de manera evidente o en secreto, se han ido eludiendo los límites
impuestos en Versalles. Los cien mil efectivos como máximo se han obviado con
la militarización de las fuerzas del Partido, hasta alcanzar unos tres millones
de hombres, armados a la ligera -es cierto-, pero con una sólida estructura
jerárquica…
-
Veremos
qué queda de ellos -interrumpió Leni- tras el descabezamiento de las S.A.[34]
-
No
estoy tan al tanto del tema, como para predecir el futuro, pero, les guste o no
a los generales, creo que las S.S.[35]
formarán el ejército privado de Hitler. De hecho, me consta que ya cuentan con
los efectivos de tres regimientos, con armamento de élite.
-
Perdona
la interrupción -se disculpó Leni-. Volviendo a las prohibiciones de Versalles,
estas incluían el servicio militar obligatorio, la importación de armas de
guerra, la fabricación de artillería pesada, así como de tanques, la creación
de cualquier tipo de aviación militar y la fabricación de submarinos.
-
En
efecto, y también la reducción de la Marina de Guerra a términos simbólicos y
la desaparición del Alto Estado Mayor de la Reichswehr.
-
Perfecto,
estimó Leni. Ahora, por favor, hazme tú un esquema de todo lo que ha cambiado
militarmente desde que llegó Hitler al gobierno.
-
Quizá
se puedan diferenciar dos etapas, separadas por el mes de marzo del corriente
año[36],
cuando el Führer prácticamente denunció el Tratado de Versalles, al
proclamar de manera pública que Alemania reimplantaba el servicio militar
obligatorio, de dos años de duración, a semejanza de lo acordado por Francia.
Hasta entonces, de tapadillo pero de forma eficaz, se había reiniciado la
fabricación de tanques y armamento pesado, así como de aviones militares, lo
que está llamado a transformar un Ejército meramente defensivo y policiaco, en
una fuerza armada de intervención y, si se tercia, de agresión. En el año 33,
se creó el Ministerio de Aviación, más con objetivos militares que civiles,
como lo evidencia que sea el coto privado de Goering[37],
y en este mismo 1935, el Ministerio del Ejército se ha convertido en de la
Guerra, con tales cambios y ampliaciones, que hasta han contado conmigo para
planificar los alojamientos de la tropa.
-
¿A
cuántos soldados tendréis que acomodar en los próximos meses?, preguntó Leni,
con la mente puesta en eventuales contratos para la empresa paterna.
-
Es
una locura. Contando con quintas anuales de alrededor de un millón de reclutas,
podemos tener en dos años -que es la duración del servicio- a dos millones de
personas, cuyo acomodo tendremos que gestionar. Y eso es solo el principio,
pues la ley de creación de la Wehrmacht, prevé para ella unos efectivos
de treinta y seis divisiones, estructuradas en doce cuerpos de ejército, lo que,
a razón de unos diez mil hombres por división, supone más de tres millones y
medio de individuos bajo las banderas.
A Leni los números
le daban vueltas en la cabeza. Notó que Albert estaba a punto de romper a reír:
-
¿En
qué estás pensando, Albert? ¿En ubicar a tus soldaditos en el Grand Hotel[38]?
-
No
sería mala idea, pero lo que estaba pensando era en mirar con lupa la
genealogía de nuestros reclutas. Ya sabes que quedan excluidos de entrada todos
los judíos y los casados con mujeres judías[39].
Según eso, siendo exigentes…
Leni quedó
boquiabierta. La norma, emanada pocas semanas antes, el 21 de mayo, no había
llegado a sus oídos:
-
¿También
los arios casados con judías?, acertó a decir.
-
En
efecto, querida amiga. Es una de las razones -bromeó- por la que he decidido
mantenerme soltero: para no echar a perder mi brillante carrera.
-
En
lo que yo sé -le siguió la humorada Leni-, los Riefenstahl descendemos de
Sigfrido y Krimilda[40];
de modo que no hay problema conmigo.
-
¡Qué
desilusión, Leni! Había imaginado que eras una valquiria[41].
***
Los datos eran
interesantes pero, en buena lógica, lo que más podía interesar a Leni para su
trabajo eran las relaciones de los altos mandos de la Wehrmacht con las
autoridades nazis. Albert trató de simplificar al máximo tan abstrusa cuestión:
-
Desde
que los reyes de Prusia dejaron la tarea de gobierno en manos de políticos
civiles, siempre ha habido dificultades para someter el Ejército a su control.
Yo, que no soy lo que se considera un militar prusiano, no acabo de
comprender por qué mis compañeros de armas se han creído siempre la columna
vertebral y la quintaesencia del Estado, pretendiendo auto gobernarse y no
admitiendo más autoridad sobre ellos que la del rey, como jefe supremo de las
fuerzas armadas. Por eso, entre la abdicación del Kaiser y el bochorno
de la derrota y del Tratado, la Reichswehr nunca tragó con la
República[42] y la
visión democrática de su propia función. Unos, como Ludendorff, airearon la
patraña de la traición, para explicar el haber perdido la guerra. Otros, como
Hindenburg, aceptaron lo inevitable y se dejaron querer de los políticos,
llegando a ostentar la jefatura del Estado. Otros, como mi respetado superior
von Rundstedt[43], se han
aplicado a ejercer el poder que les ha quedado, de manera prudente y eficaz. Y,
finalmente, los hay nostálgicos del pasado, como el Ministro von Blomberg, que apoyaron
y apoyarán cualquier movimiento dictatorial, con tal que les dé más poder y
relevancia. No sé si te he contado ya mi absurda aventura con él en Rusia.
-
Algo
me diste a entender, pero nada concreto.
-
Fue
en 1928, cuando Blomberg visitó extraoficialmente la URSS, para conocer los
progresos y organización del Ejército Rojo. Hube de acompañarlo, como conocedor
del idioma ruso y antiguo combatiente a favor de los bolcheviques en su guerra
civil. Quedó entusiasmado del respeto con que los comunistas trataban a sus
fuerzas armadas y del relevante papel que estas jugaban en la política interna.
Yo me hacía cruces de su torpeza: Nunca un ejército estuvo más mediatizado por
los comisarios políticos, ni un dictador dominó más a los militares, desde los
tiempos de la caída de Trotski[44]
hasta ahora mismo. Pero Blomberg no cejaba en sus erróneas opiniones: Desengáñese,
capitán -me dijo-: Solo en una dictadura puede prosperar el ejército. La
democracia y la disciplina son incompatibles. Y así, ese gaznápiro se
entregó a los nazis, olvidando la elemental verdad de que una dictadura, o es
militar, o tendrá que controlar y dominar a los militares.
-
¿Y
no hay militares sinceramente nazis, por convicción?
-
¿Me
permites una comparación, sin ofenderte, querida Leni?
-
Te
la permito.
-
Con
los generales me pasa como contigo. Soy incapaz de conocer sus íntimas
creencias. Pero supongo que hay una diferencia: lo que en ti diría que es
confusión, en ellos me parece, cada vez más, una falta de gallardía.
Antigua vista de la Unter den
Linden y de la Puerta de Brandemburgo (Berlín)
Leni se sintió
molesta de esa especie de superioridad moral de la que parecía gozar Albert.
Dulcemente, le deslizó la venenosa pregunta:
-
¿Crees
que podrían hacer otra cosa que obedecer incondicionalmente, tras haber
prestado el juramento de fidelidad al Führer?
-
En
la medida en que han jurado por Dios, de modo sagrado, entiendo que quedarán
liberados cuando el Führer mande algo contrario a la Ley de Dios[45].
Por otro lado, mi inteligente amiga, ¡quién sabe si Dios existe, ni si cada
cual cree, o no, en él!
-
¿Y
tú…?, inició Leni la obvia pregunta. Albert cortó incontinente:
-
Si
no tienes más preguntas pertinentes, podríamos dar un paseo y tomarnos
un helado. Verdaderamente, hoy hace bastante calor y se estará bien en el Tiergarten[46].
-
De
acuerdo, aceptó Leni, de buen grado; pero, por favor, quítate la corbata y
ponte una prenda más deportiva y fresca que esa chaqueta de paño, que se suda
solo de verla.
5.
El Día de la Libertad
Aquel verano Albert
tomó las vacaciones en la estación balnearia de Rauschen, cercana a Könisberg[47].
Al reincorporarse al Ministerio el primero de septiembre, tenía sobre la mesa,
en lugar preferente, un oficio del general Reichenau, fechado quince días atrás,
que decía lo siguiente:
… Se servirá comunicar
con el Departamento de Propaganda del Reich (Sección de Cinematografía), para
prestar cuanta cooperación le sea solicitada en la realización del reportaje
oficial sobre el Día
de las Fuerzas Armadas, que habrá de celebrarse en la ciudad de Núremberg, dentro
del VII Congreso del N.S.D.A.P., los días 10 a 16 del próximo mes de
septiembre.
Para recibir las
oportunas licencias, dietas e instrucciones concretas, se pondrá usted en
contacto con el personal de mi Secretaría, a la mayor brevedad posible…
Así pues, dejando
de mano el trabajo atrasado, se dirigió a toda prisa al despacho del General,
haciendo por verlo a él personalmente, para disculparse por la tardanza en cumplir
las órdenes y, ya de paso, cumplimentarlo con motivo de su recientísimo ascenso
a mayor. Resultó que, también él, se estaba reincorporando tras el
periodo vacacional, por lo que apenas le atendió un par de minutos, suficientes
para advertirle:
-
Colabore
en cuanto se le pida, pero, sobre todo, impóngase usted para que nos dediquen
un mínimo de media hora…, y desasne a esa amiga de Goebbels para que
sepa qué rayos está rodando. Y deme cuenta en el acto de cualquier incidencia
que pueda producirse.
A Albert le
molestó la displicencia del General hacia Leni, por lo que trató de
justificarla:
-
El
problema el año pasado fue el mal tiempo. A ver si este año mejora y, por lo
menos, no llueve.
-
Pues
esté en contacto con el servicio meteorológico, por si fuese necesario cambiar
nuestro Día dentro del Congreso. El Führer nos ha dado prioridad
absoluta con motivo de la implantación del servicio militar obligatorio.
Resueltos los
temas administrativos, tocaba ponerse en contacto con Leni, lo que no le
desagradaba en absoluto, pero sí que no le hubiera advertido previamente de que
iba a requerir de nuevo sus servicios. Pasó por el Ministerio de Propaganda
donde, pese a su rango y condición, lo trataron de forma casi despectiva.
Estaba claro que la Riefenstahl era todo, menos amiga de Goebbels, como
von Reichenau la había llamado.
-
De
esto tendrá que tratar directamente con Fraulein Riefenstahl -le
dijeron-. Aquí no tiene despacho, ni horario de presencia. Lo único que podemos
hacer por usted es que le deje recado y nosotros se lo entregaremos cuando
aparezca.
-
Gracias,
contestó Albert. Procuraré localizarla por mis propios medios.
La verdad es que,
por tonto que parezca, nunca le había preguntado por su dirección, ni pedido el
número de teléfono privado; siempre contaba con su hermano Heinz para conseguir
el contacto. Leni lo llamó a media tarde al Ministerio de la Guerra, donde el
Mayor se debatía entre montones de carpetas, atrasadas por las vacaciones.
-
Albert
-le dijo con jovialidad-, te estoy llamando desde el café de enfrente. Baja
unos momentos y hablamos.
Si Albert había
estado tomando las aguas, Leni había trabajado por los dos o, mejor dicho, por
todo el equipo que iba a participar en el rodaje del documental -siempre
tropezamos en la misma palabra-. Tras disculparse por no haber contactado
previamente con él -no tenía ni idea de dónde pasabas tus vacaciones, le
dijo-, resumió en pocas palabras lo que esperaba de él en las próximas fechas:
-
No
te hagas de nuevas, Albert, pues sabes de sobra que te necesito o, cuando
menos, que estoy mucho más segura, si me ayudas a relacionarme con tus colegas.
El equipo y yo marchamos pasado mañana a Núremberg, para todos los
preparativos, pero tú puedes quedarte unos días aquí todavía. Claro que, si vas
informándote de lo que se prepara para el gran Día y me haces un esquema de
cómo abordarlo, mejor que mejor. Pararé -o, mejor, pararemos- en el hotel Victoria[48],
para tener más tranquilidad. Así que ya sabes dónde encontrarme.
-
Está
bien -suspiró Albert, recordando que el trabajo atrasado seguiría creciendo por
quince días más-. ¿Vendrá también Heinz, como el pasado año?
-
¿No
sabes que está recién casado? ¡Claro!, la novia no quería mucha gente alrededor
y apenas avisaron a nadie. Debían de creer que, por ser yo quien soy, iban a
presentarse todos los jerarcas del Partido. En fin, disculpa la grosería de no
avisarte y tómala como la debilidad de un hombre demasiado enamorado.
-
Cada
cual organiza su boda como le parece bien y lo respeto. Tampoco yo he avisado,
por ahora, a los amigos para celebrar mi ascenso. Leni, tienes ante ti al Mayor
de Köpenick.
-
¡Que
sea enhorabuena, y por muchos años!, exclamó Leni.
-
Gracias,
pero sería mejor que no fuese por mucho tiempo, ya que todavía me quedan bastantes
grados por ascender.
Hotel Victoria de Núremberg en
la época de este relato
***
Albert llegó al
hotel Victoria a mediodía de la víspera de la gran Jornada de la Wehrmacht.
Leni le había reservado una habitación de la segunda planta, pequeña pero
exterior. Dejó el equipaje, se aseó y cambió su uniforme por un atuendo sport,
del gusto de Leni. Al bajar y encaminarse al restaurante del propio hotel, el
recepcionista le advirtió:
-
Fraulein
Riefenstahl le espera en la mesa dieciséis. Indíqueselo al camarero.
De no estar
avisado, Leni le habría pasado desapercibida. Con la media melena recogida, sin
maquillaje ninguno, vestida con una especie de bata o guardapolvo blanco,
abotonado de arriba abajo, talmente parecía lo que Albert, sin ninguna consideración,
le espetó:
-
¡Caramba,
Leni, te había confundido con la chica de la limpieza!
-
Estarás
todavía mareado del viaje, le respondió la limpiadora. Por fin, no te
animaste a venir en avión.
-
Imposible:
con el Congreso no había plazas libres. He viajado en el tren nocturno.
Comieron sin
hablar apenas. Ambos daban una evidente impresión de estar cansados. Con todo,
Albert la tranquilizó sobre el trabajo:
-
En
la habitación tengo todo lo que me pediste. Si quieres, echamos una siesta y
por la tarde te explico. ¿Estás hospedada aquí mismo?
-
En
el mismo piso del hotel que tú. Los muchachos del equipo de rodaje han tenido
que acomodarse en el Deutscher Kaiser[49],
en habitaciones dobles. Está muy cerca de aquí.
Por el excesivo
cansancio y la falta de costumbre, la siesta fue corta y, a eso de las tres, ya
estaban con una buena cafetera, repasando lo realizado por Albert, que este
resumió así:
-
Una
vez que insertes el discurso del Führer, podemos introducir un desfile in
crescendo: infantería del Ejército; fuerza a pie de la Marina; la
caballería, que tanto te gusta; infantería en motos con sidecar; artillería
autopropulsada; vehículos blindados; por fin, la atracción máxima del desfile,
los nuevos tanques, prueba mayor de que el Führer ya no respeta el
Tratado de Versalles.
-
Me
parece una buena secuenciación, pero ¿dónde has dejado la fuerza aérea?
-
Creo
que antes podrías montar todo lo que ruedes sobre la demostración de la
infantería, la artillería y los motorizados maniobrando y aparentando
enfrentarse unos a otros. Luego, como golpe de efecto, aparecerían los aviones
en el cielo -ojalá esté algo nublado-: primero los aparatos antiguos y, acto
seguido, los nuevos bombarderos. La artillería antiaérea les hará frente,
disparando de fogueo mientras pasan. Por último, recogerías el gran momento,
que prepara Göring: una escuadrilla en perfecta formación, dibujando una cruz
gamada en el cielo.
Leni entornó los
ojos, como si ya estuviese viendo con la imaginación el resultado del proyecto.
Luego, con semblante sonriente, dijo:
-
Ahora
me toca a mí exponer cómo veo la primera parte del reportaje, hasta llegar al
discurso del Führer, y vas a ver que no hay grandes novedades respecto
del Triunfo. Después de los títulos de crédito, irán unas tomas del
campamento militar al amanecer, con un centinela paseando por entre las tiendas
de campaña. Luego, el toque de diana; la afluencia alegre de los soldados a la
higiene diaria y al desayuno; la formación de la tropa de a pie, con la banda
de música y las banderas, seguida del desfile por la Grosse Strasse, con
el Dudzenteich a los lados -los soldados irán cantando alguna marcha,
que elegiré con Kreuder[50],
grabándola en estudio-; luego, tus soldados de Caballería; a
continuación vista general de las gradas y las banderas del Campo Zeppelin,
y, sin más, paso a la tribuna, con Hitler, Goering y Blomberg en la
presidencia.
-
No
olvides al almirante Raeder, como Comandante en Jefe de la Kriegsmarine.
-
Tienes
razón -reconoció Leni-. No sé qué haría sin ti -bromeó-. Pero sigo dando
vueltas al comienzo del documental. Aparte la bandera con la cruz de hierro
ondeando ligera al viento, no acabo de ver esa imagen, fuerte y artística a la
vez, que introduzca espiritualmente el tema.
-
Las
caras de los generales desairados el pasado año, recordó con guasa Albert. ¿No
era esa la sugerencia del Führer?
-
¡Antes
me corto una mano!, exclamó Leni con ira… ¿Sabes? Creo que me has dado una idea
excelente: una fila de rostros, pero no de viejos generalotes, sino de jóvenes
y firmes soldados, calado el casco y saliendo sus figuras de entre las sombras.
¡Magnífico! En el día en que se celebra el nuevo servicio militar universal,
nada mejor que una hilera de soldados anónimos en formación.
-
No
está mal como forma de darle la vuelta a la ocurrencia de Hitler, dedujo
Albert. Pues ahora voy con mi coincidencia. Mientras me adormilaba en el tren,
me quedé pensando en la boda de tu hermano; de ella, pasé a la mía y recordé
nuestra salida de la iglesia, con las dos filas de oficiales formando guardia
de honor, con los sables cruzados, como es habitual. Entonces pensé en algo
parecido para rendir tributo a la nueva Wehrmacht, pero no con sables de
oficial, sino con las armas propias de los soldados, fusiles y bayonetas. ¿Qué
te parecería que la cámara avanzara bajo un entramado de cañones de fusil y
bayonetas cruzados? Lo que no acabo de ver claro es qué se aparecería bajo
ellos.
Composición sobre el inicio del Día
de la Libertad
Leni permaneció
callada un tiempo, tratando de visualizar la idea ajena. Luego dijo:
-
No
es preciso que se vea nada. El sonido de una trompeta de órdenes; timbales y
tambores. Es el alma del Ejército la que pasa: Ningún espectador tendrá duda de
ello, aunque no lo capte con los ojos… ¡Eres grande, mayor! Te reservaré el
primer puesto entre los colaboradores: Te lo mereces.
-
Muy
agradecido, Directora, pero he de rehusar. Ningún militar debe figurar
resaltado en los créditos y, menos aún, uno de baja graduación. Además, ya
sabes el dicho: un soldado no debe destacarse, ni siquiera en el combate.
-
¡Eso
acabas de inventártelo! -acertó Leni-. De cualquier modo, vas a tener que
sobresalir de algún modo porque estoy invitada a cenar en compañía de gente muy
importante y no pienso ir sola para que me asedie el enano cojo[51]
toda la noche.
-
Lo
siento, Leni, objetó Albert con pena. No tengo más remedio que partir
inmediatamente para el campamento de la Wehrmacht. De otro modo, ni
ellos sabrán exactamente nuestros propósitos, ni nosotros estaremos al tanto de
los suyos. De no hacerlo, mañana podría resultar un desastre.
-
Al
menos -insistió Leni- podrías aparecer por el Deutscher Hof[52]
cuando acabes. A los postres, te presentaría a Hitler y luego, pretextando el
madrugón que vamos a darnos mañana, nos retiraríamos sanos y salvos. ¿Qué te
parece?
-
Me
parece que defenderé con la vida la honra de mi dama. Espero llegar a tiempo de
librarte de las fauces del dragón.
En efecto, así
sucedió, aunque con alguna variante en el guion. El mayor von Lübstorf apareció
en la escena, uniformado de punta en blanco, luciendo las condecoraciones
alemanas que le habían sido concedidas y, a mayores, la de la Bandera Roja de
Batalla, que había alcanzado de los bolcheviques en la guerra civil rusa. Como
no podía ser de otro modo, Hitler se fijó inmediatamente en ella y le pidió
explicaciones, muy interesado. Albert le dio todos los detalles y concluyó:
-
Ignoro
si mein Führer considerará inadecuado que luzca esta presea precisamente
hoy, pero puede ser un buen recordatorio para quienes ignoren que, no hace
tanto tiempo, los hijos de Alemania tenían que ir a buscar acción y gloria bajo
otras banderas.
Hitler quedó
pensativo unos momentos. Luego, con una sonrisa, replicó:
-
Tiene
mucha razón, mayor Lübstorf. En cualquier caso, el valor y la Historia siempre
tendrán en mí a un adalid, por más que cambien los tiempos y las alianzas.
Seguidamente,
tomando a Leni del brazo, Albert se acercó a cumplimentar a von Blomberg, a
quien la Bandera Roja le despertó recuerdos dormidos y que, tal vez, no era el
momento histórico de remover. El Mayor le susurró unas palabras al oído; el
General sonrió y se acercó a Hitler muy ceremonioso:
-
Mein Führer, dijo,
se está haciendo tarde y estos jóvenes han de hacer los últimos preparativos
técnicos para el gran día de mañana. ¿Sería mucho pedir, en nombre de la Wehrmacht,
que los autorice a retirarse?
Hitler bromeó:
-
¡Hay
que ver como cuida el Ministro del espectáculo de su Día! Por supuesto,
cumplan con su trabajo y esperemos, Leni, que mañana salga un día radiante.
-
No
me cabe duda, mein Führer, repuso la cineasta. Si alguna fuerza humana
tiene poder sobre las nubes, esa es unsere Wehrmacht[53].
Aprovecharon lo
templado de la noche y la estricta seguridad policiaca de las calles, para
olvidarse del coche y recorrer a pie el trayecto entre los hoteles. Paseando junto
a ella, ya sin la tensión de la presencia de Hitler, Albert se fijó en el
espectacular mono azul cobalto de Leni, ceñido con una banda de raso a
juego, con perneras tan amplias, que simulaban una falda talar; los altos
tacones y la crespa melena la hacían ligeramente más alta que su acompañante.
Leni noto que era admirativamente observada y preguntó:
-
¿Y
qué, mayor?; ¿le gusto más así o como muchacha de la limpieza?
Albert se tomó las
preguntas muy en serio:
-
Supongo
que un término medio resultaría más apropiado -respondió-, pero, si he de
elegir, me quedo con la limpiadora.
Leni se percató de
que la contestación tenía su miga, y no quiso quedarse atrás:
-
No
creas, que también tú tienes dos versiones, que tampoco compatibilizas del todo
bien. Por ejemplo, esta noche has representado la de hombre inteligente y de
mundo, que es experto en salir con bien de todas las complicaciones. Pero
conmigo muestras otra, espontánea y sensible, que puede traerte muchos
problemas en este país, y en otros tantos. Si quieres sobrevivir, tendrás que
habituarte a contemporizar o, cuando menos, a callar.
Albert le habría
replicado de buena gana que también el silencio mata, o que no merece la pena
pagar cierto precio por vivir, pero se contuvo. Comprendía que Leni no lo
reprendía con la cabeza, sino con un corazón de amiga. Dejó pasar callado unos
instantes y, ya a la vista de la Königstor[54],
aclaró a su compañera:
-
Por
cierto, he comprobado que todo está bajo control. Mañana, como querías, nos
esperan a las seis en el campamento de la Wehrmacht, para iniciar el
rodaje. Están ya perfectamente al tanto de todas las tomas previstas, del orden
de las mismas y de los puntos en que están colocadas las cámaras fijas. En fin,
si no se cae algún avión o se desboca un caballo, todo irá como la seda.
-
Y
parece que el tiempo acompañará. Mira que precioso reflejo de la luna en las
nubes.
Subieron hacia las
habitaciones y, ya en el segundo piso, Leni se lamentó:
-
¡Dios
mío, qué tarde es! ¡Y mañana, a las cinco, arriba!
-
Querida
-precisó Albert, mostrándole la esfera de su reloj-, hace tres minutos que
mañana ya es hoy.
***
Justo a la misma
hora, pero veinticuatro más tarde, el documental que se llamará El Día de la
Libertad[55] ya
duerme enlatado en las cajas que lo trasladarán a Berlín, en espera de la labor
de montaje o edición, que, por tratarse de un corto de algo menos de
media hora, verá la luz, solo, tres meses y medio después. La feliz mamá
ha cenado con todo su equipo de colaboradores y, luego, pretextando una fuerte
jaqueca, se ha retirado a descansar a su habitación. Los Mitarbeitern[56]
bromean, dispuestos a seguir la juerga por la noche:
-
¡Pobre
Leni! Ya está vieja para trasegar tanto alcohol, opina Frentz.
-
Aquí
ya no tenemos nada que hacer. Vamos a descansar a otra parte. ¿Nos
acompaña, mayor?, invita Bielke.
-
No,
gracias, rehúsa Albert. Mi tren sale mañana bastante temprano.
Sube a su
habitación y, desde ella, telefonea a la de Leni, para interesarse por su
estado y ofrecerse, por si necesita alguna cosa. Ella responde:
-
Nada,
por ahora, pero no te ausentes de la habitación, por si te necesito.
Apenas cinco minutos
más tarde, alguien llama quedamente a la puerta de Albert. Este, todavía
vestido y en pie, entreabre. Es Leni, con su indumentaria de faena y con un plumero
en la mano, que a saber cómo habrá conseguido.
-
Servicio
de habitaciones, mayor -explica, conteniendo la risa-. Pero no es preciso que
salga del dormitorio mientras lo limpio.
Leni Riefenstahl en un “descanso” del
rodaje de el Día de la Libertad
6.
Epílogo
El Dia de la
Libertad fue estrenado el 30 de diciembre de 1935 en el UFA-Palast berlinés,
formando programa con la interesante película histórica, Der höhere Befehl[57].
Su corta duración, y la escasa aportación de novedades respecto del precedente Triunfo
de la Voluntad, dieron lugar a que su repercusión de crítica y público
fuese modesta. Leni olvidó aquel trabajo de circunstancias y, casi sin
solución de continuidad, volvió a su película soñada, Tiefland[58],
y a su versión magistral de los Juegos Olímpicos de 1936 en Berlín, que se
estrenaría en 1938 en dos partes, con el título genérico de Olympia[59].
Pero la vida y obra de Leni Riefenstahl son sobradamente conocidas y
controvertidas, como para volver sobre ellas en este relato.
Pero ¿qué decir de
Albert von Lübstorf, muchísimo menos afortunado en el recuerdo, incluso, de la
propia Leni, que ni tan siquiera se acordó de él en sus Memorias[60]?
Ya desesperaba yo
de encontrar noticias sobre tan fantasmal o, por lo menos, escurridizo
personaje, cuando me topé en una hemeroteca de Stralsund con una colección
incompleta del Rostocker Anzeiger[61],
magníficamente digitalizada, con índice onomástico. Me fui como una flecha a la
L, y allí encontré varias referencias a la familia Lübstorf, entre ellas, tres
correspondientes a Albert (en el diario, Albrecht): la de su nacimiento,
la del ascenso a mayor y una tercera y última, publicada en el número del
martes, 12 de noviembre de 1935. El texto de la noticia, oportunamente resumido,
decía así:
Ayer tarde se
tuvo confirmación oficial por la Autoridad portuaria del naufragio del velero
deportivo Rasant
Möwe, con doce tripulantes a bordo, como consecuencia del violento y
repentino temporal que se levantó en la tarde del pasado viernes, día 8,
durante la travesía que dicha embarcación realizaba entre Rostock y el puerto
danés de Gedser[62].
Las tareas de localización del barco y recogida de sus pasajeros, vivos o
muertos, está resultando hasta ahora infructuosa.
Entre los
tripulantes, se da por segura la identidad de Albrecht von Lübstorf, mayor de
la Wehrmacht, perteneciente a ilustre y conocida familia de Schwerin; de…
Si yo tuviese alma
de detective, habría tratado de hallar respuestas a un viaje tan deportivo por
el Báltico, cuando entre los citados puertos alemán y danés funcionaban
diariamente ferris y la travesía, de unas 34 millas náuticas[63],
no era corta ni sencilla para un simple velero. Por otra parte, aunque no se
daban datos de la embarcación, doce personas en un velero parecen una carga
excesiva. ¿Habría sido tan repentino el temporal, o estaba previsto y
justificado el riesgo? ¿Sería el viaje de Albert de ida y vuelta, o no tenía
retorno previsto? ¿Quiénes eran los compañeros con los que realizó su último
viaje?
Tal vez algún día
me dé por buscar las respuestas, si alguno de ustedes no se me adelanta en el
empeño.
Estatua alegórica (Castillo de
Schwerin)
[1]
Helene (Leni) Riefenstahl (1902-2003), bailarina, actriz, fotógrafa y
directora cinematográfica alemana, famosa principalmente como autora de dos películas
de corte documental (El triunfo de la voluntad y Olympia), que
muchos consideraron de propaganda nazi y actuaron contra ella en consecuencia.
[2]
Como se sabe, título atribuido legalmente a Adolf Hitler (1889-1945) durante su
etapa de Jefe de Estado de Alemania (1934-1945). Equivale al de Caudillo, utilizado
en España por Francisco Franco Bahamonde, entre 1936 y 1975.
[3] Pintoresco estafador alemán, llamado Friedrich
Wilhelm Voigt (1849-1922), protagonista de una obra de teatro (1931) y de
varias películas (1931. 1956…) sobre su figura.
[4] Nombre dado a las fuerzas armadas alemanas
entre 1919 y 1935.
[5]
Triumph des Willens,
extraordinaria película rodada por Leni Riefensthal en el VI Congreso del
Partido nazi en Núremberg (septiembre de 1934), estrenada en Berlín en
marzo de 1935. Existe una interminable discusión sobre si merece calificarse
como película documental o de propaganda.
[6] Nombre
que pasaron a tener las fuerzas armadas alemanas entre 1935 y 1945.
[7]
Tratado impuesto (Diktat) a Alemania por las Potencias que la vencieron
en la Gran Guerra (1914-1918). Fue suscrito en Versalles, en junio de 1919, con
unas condiciones muy severas para el pueblo alemán.
[8]
Generales dominantes en el Ministerio de la Guerra alemán de la época: Werner
von Blomberg (1878-1946), Werner von Fritsch (1880-1939) y Walter von Reichenau
(1884-1942).
[9]
UFA-Palast am Zoo, la sala de
cine más grande y brillante del Berlín de la época, con aforo de unos dos mil
espectadores.
[10] Plaza
de Postdam, una de las plazas más conocidas e históricas de Berlín.
[11]
Apodo despectivo de Hitler, recordando su origen austriaco (había nacido en
Braunau am Inn, junto a la frontera alemana) y que en la Gran Guerra no había
pasado de cabo, pese a su buen desempeño militar.
[12]
Famosa pastelería y cafetería berlinesa, fundada en 1852, cuya especialidad es
el pastel llamado Baumküchen. Continúa activa actualmente (2020).
[13] Apellido
de los propietarios de Buchwald, a lo largo ya de cuatro generaciones.
[14]
El padre de Leni y Heinz Riefenstahl regentaba una importante fábrica berlinesa
de aparatos de calefacción y ventilación que, con ayuda de Leni, tuvo grandes
opciones de aumentar el negocio durante la época nazi, particularmente, en las
nuevas edificaciones oficiales, civiles y militares.
[15] Véase
antes, nota 12. Sus ingredientes son: mantequilla, huevo, azúcar, vainilla, sal
y harina
[16] Junta
era el nombre de la protagonista de la película La luz azul (Die
blaue Licht, 1932), encarnada por Leni Riefensthal, que fue también coautora
del guion y codirectora, junto a Bela Balázs.
[17]
Atractiva e histórica ciudad alemana de tamaño medio, capital del land de
Mecklemburgo y Pomerania Occidental.
[18] Famosa
e ilustre academia de cadetes, sita en la localidad de Plön, en el land
de Schleswig-Holstein.
[19]
Erich Ludendorff (1865-1937), destacado general y político alemán, figura clave
del Estado Mayor en la Gran Guerra; importante apoyo de Hitler en su periodo de
ascenso y decidido antagonista a partir de 1933.
[20]
Alusión a Paul von Hindenburg (1847-1934), Mariscal alemán muy relevante en la
Gran Guerra y Presidente de la República entre 1925 y 1934.
[21]
Título alemán del Emperador. En el relato se alude precisamente a Guillermo II
(1859-1941), que fue el Kaiser entre 1888 y 1918. Literalmente, Kaiser
significa César, al modo de los emperadores romanos.
[22]
Ciudad en que se firmó, en marzo de 1918, el tratado que puso fin a las
hostilidades entre los Imperios alemán y austro-húngaro de una parte (con las
demás Potencias a ellos aliadas) y las autoridades comunistas de Rusia, de
otra. La parte rusa reconoció su derrota y aceptó, entre otras cosas, una gran
pérdida territorial en su frontera occidental.
[23]
Generales que, al frente del bando de los Rusos Blancos, sostuvieron la
guerra civil contra los comunistas en la zona sur de la Rusia europea, entre
1918 y 1920, siendo finalmente derrotados.
[24]
Nombre de la ciudad que posteriormente
haría inmortal su nueva denominación de Stalingrado (actualmente, Volgogrado).
[25] Cambio
brusco y radical de ideología, al modo del sufrido por San Pablo, según se
relata en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 9, versículos 1 a 25.
[26] Gran
avenida berlinesa, cuyo nombre completo es Kufürstendamm.
[27]
Unter den Linden, otra gran avenida berlinesa. La Nueva Guardia,
gran edificio inaugurado en 1818, con utilidad primitiva de cuartel para la
Guardia o tropas del Príncipe de Prusia.
[28] El
nombre original de Leni Riefenstahl era Elena Berta Amelia, en grafía
castellana.
[29] Una de
las grandes películas de la historia del cine, dirigida por Fritz Lang y
estrenada en 1927.
[30]
Véase antes, nota 16. Esta película tuvo notable éxito de público y crítica en
su momento (1932), y sigue estando bien considerada actualmente, aunque sea
poco conocida. Puede verse íntegra y gratuitamente por Internet, en su lengua
alemana original.
[31]
Traducible por explícate. Empleo el alemán para dejar clara la
existencia y ubicación de las eses.
[32]
Ciudad en que se rodó en 1934 el Triunfo de la Voluntad, como ha quedado
dicho. El año anterior y en la misma ciudad, Leni colaboraría en el documental propagandístico
La victoria de la fe (Der Sieg des Glaubens) y en 1935, también
en Núremberg, rodaría el Día de la Libertad, Nuestras Fuerzas Armadas (Tag
der Freiheit. Unsere Wehrmacht).
[33]
Joseph Goebbels (1897-1945), Ministro de Ilustración Pública y de Propaganda de
Alemana (1933-1945). Se da como seguro que trató repetida y vehementemente de
tener relaciones con Leni Riefenstahl, si bien esta nunca admitió que lo
hubiese conseguido.
[34]
Siglas de Sturm Abteilung (Sección de Asalto), gran fuerza
paramilitar nazi, dirigida por Ernst Röhm. Ante ciertas veleidades
revolucionarias y de conversión en Ejército, Hitler decidió la ejecución de
muchos de sus líderes en la llamada Noche de los cuchillos largos (30 de
junio a 1 de julio de 1934), así como el sustancial recorte de la autonomía y
aspiraciones militares de las S.A.
[35]
Siglas de Schutz Staffel (Escuadra de protección), inicialmente,
guardia personal de Hitler y, luego, fuerza policial y militar específica del
Partido nazi. Como fuerza militar (Waffen-S.S.), pasaron, de contar con
tres regimientos, a alcanzar en fases avanzadas de la II Guerra Mundial los
efectivos de 38 divisiones.
[36] Se alude al año 1935.
[37]
Hermann Wilhelm Goering (1893-1946), militar y político alemán, Ministro de
Aviación entre 1933 y 1945 y Comandante supremo de la Fuerza aérea (Luftwaffe),
de 1935 a 1945.
[38]
Alusión a la famosa película del mismo nombre (dirigida por Edmund Goulding en
1932), ambientada, en realidad en el lujoso Hotel Adlon de la Unter den Linden berlinesa. Su
argumento estaba basado en la novela Menschen im Hotel de la escritora
austriaca, Vicki Baum.
[39]
Si los judíos lo eran solamente a medias (mestizos o mischlingen),
podían formar parte de las fuerzas armadas, pero no ocupar puestos de mando, de
oficial en adelante.
[40] Conocidos
personajes de opera wagneriana, tomados como prototipo legendario de la raza
aria.
[41]
Personajes mitológicos femeninos, servidoras del dios principal, Odín, famosas,
entre otras cosas, por su energía y belleza.
[42] Alusión
a la República alemana llamada de Weimar, existente entre 1918 y 1933.
[43]
Karl Rudolph Gerd von Rundstedt (1875-1953), a la sazón General de Infantería y
Gobernador Militar de la plaza y distrito de Berlín.
[44]
Lev Davídovich Bronstein, apodado Trotski, Comisario del Pueblo para la
Guerra, máxima figura militar de la Unión Soviética entre 1918 y 1925.
[45]
La fórmula del llamado juramento al
Führer (1934) de los miembros de la Wehrmacht era: Juro por Dios
este sagrado juramento, que yo debo obediencia incondicional al líder del
Imperio y pueblo alemán, Adolf Hitler, comandante supremo de la
Wehrmacht, y que, como un valiente soldado, estaré preparado en cada momento
para defender este juramento con mi vida. Al parecer, fue redactada por el
general von Blomberg.
[46] Nombre
del parque más extenso de la zona céntrica de Berlín, así llamado por
radicar en él el Zoo.
[47]
Actualmente llamada Kaliningrad y bajo soberanía rusa, en un enclave
fronterizo con Polonia y Lituania.
[48]
Hotel de Nuremberg fundado en 1896, junto a la Estación de ferrocarril y la Königstor.
Sigue funcionando actualmente (2020).
[49]
Histórico hotel de Núremberg, en la Königstrasse.
[50]
La Grosse Strasse era una amplia calzada que unía el casco urbano de
Núremberg con el complejo llamado Campo Zeppelin, en que se
desarrollaban las grandes ceremonias nazis. Servía para franquear el Dudzenteich,
zona lagunar al sureste de la Ciudad. En cuanto a Kreuder, alude a Peter Kreuder (1905-1981), famoso músico alemán a quien, entre
otros muchos trabajos, se le atribuye la música de cerca de doscientas
películas, entre ellas, la partitura original de Tag der Freiheit.
[51]
Joseph Goebbels era cojo y media alrededor de 150 centímetros. Se dice que fue
Hermann Goering el autor de la inmisericorde definición de su colega de
Propaganda como enano cojo y diabólico.
[52]
También conocido por el Hotel de Hitler, al ser donde se hospedaba el Fuhrer
durante los congresos anuales del Partido nazi en Nuremberg, en el mes de
septiembre de los años 1933 a 1938. Después de los graves daños por bombardeos
de 1944 y 1945, fue reconstruido y actualmente (2020) sirve como edificio de
oficinas.
[53]
Traducible por nuestra Wehrmacht, es decir, nuestras Fuerzas Armadas.
Ese fue precisamente el subtítulo del cortometraje Tag der Freiheit (Día
de la Libertad).
[54] O Puerta
del Rey, puerta fortificada de las murallas de Núremberg, muy próxima al
Hotel Victoria.
[55]
El nombre alude a que Alemania, infringiendo el Tratado de Versalles, se había
dotado, por fin y conforme a su supuesta voluntad, de unas Fuerzas Armadas
dignas de tal nombre y de tal país, que serían presuntamente la garantía de su
libertad nacional..
[56]
Colaboradores o ayudantes, principalmente, camarógrafos. Los acreditados
en el Día de la Libertad fueron seis: Hans Ertl, Walter Frentz, Albert
Kling, Guzzi Lantschner, Kurt Neubert y Willy Bielke.
[57]
Carece de denominación oficial en español, pero podría traducirse por El
Alto Mando, película dirigida por Gerhard Lamprecht, rodada y estrenada en
1935.
[58]
O Tierra Baja, basada en la obra teatral en catalán, Terra Baixa (1896),
de Ángel Guimerá. La película, dirigida y protagonizada por Leni
Riefenstahl, se estrenó, tras muchísimas dificultades, en 1954.
[59]
Espléndido documental creativo sobre los Juegos Olímpicos de Berlín
(1936), realizado por Leni Riefensthal, en dos partes (Fiesta de las
Naciones y Fiesta de la Belleza). El perfeccionismo de Leni
determinó que el estreno se demorase casi dos años (20 de abril de 1938) pero,
a cambio, se sigue considerando como el mejor reportaje olímpico de todos los
tiempos.
[60]
Leni Riefenstahl, Memoiren, Knaus, München & Hamburg, 1987. Reciente
traducción española, en edit. Lumen, 2013.
[61] Diario
publicado en la ciudad de Rostock desde 1881.
[62] Pequeño
y activo puerto, situado en el extremo sur de la isla danesa de Falster.
[63]
Equivalentes a unos 63 kilómetros. Actualmente, en ferry, la travesía
dura algo más de dos horas y media.
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