No somos, ni Romeo, ni Julieta
Por Federico Bello Landrove
In memoriam Teresa García-Quintana Hernández
(1927-2019)
¿Podría repetirse
-iuxta modum- la
tragedia de Romeo y Julieta en pleno siglo XX? Es lo que una profesora veronesa
ficticia probará a un colega salmantino, así mismo imaginario, a través de tres
ejemplos verdaderos o, cuando menos, muy verosímiles. El desenlace del relato
pretende mostrar que no podemos esperar la superación de la tragedia por los
cambios en las circunstancias, sino en la conducta de los enamorados.
1. Un viaje y una apuesta
Tuvimos el honor,
Rafael y yo, de abrir los intercambios académicos de nuestro Instituto
salmantino con el Liceo Messedaglia[1]
de Verona, allá por el año 1996. La idea, en sí, no me parecía especialmente
atractiva pues, en mi opinión, adolecía del premioso optimismo con que las
mentes pensantes de la Unión Europea se toman los intercambios estudiantiles.
Se trataba de sumergir a una quincena de nuestros alumnos adolescentes
en las aulas de una institución homónima transalpina, sin haberles procurado
previamente el más mínimo conocimiento del idioma que en ella se hablaba. El
obvio director de la expedición sería Rafael, joven profesor de Historia y
aceptable conocedor de la lengua italiana. Todos pensábamos en el claustro que
un profesor se bastaría para controlar a la quincena de alumnos, toda
vez que se les había seleccionado entre los más tranquilos y estudiosos, pero
él discrepó:
-
¡Ah,
no; de ninguna forma! Figuraos que me da un cólico nefrítico o me rompo una
pierna. ¿Quién tomaría mis funciones?
-
¡Hombre,
Rafa!, protestó el Director. Si nos ponemos así de trágicos, no saldríamos de
casa.
-
…
O si le pasa algo a alguno de los chicos. Tendría que dividirme.
No le faltaba
razón; de modo que, pese a la cortedad del claustro, se decidió que viajase un
segundo profesor. También en esto Rafael se mostró autoritario. Tenía las ideas
muy claras; tanto, que empecé a sospechar. Después de todo, ambos éramos
jóvenes y solteros.
-
Como
los alumnos son de ambos sexos -argumentó Rafa-, propongo que me acompañe una
profesora. Y, ya que el Liceo veronés es científico, entiendo que habrá
de ser de una asignatura de Ciencias.
Total, que una
servidora fue empujada para dar el paso al frente, en mi calidad de bióloga,
recién llegada al Centro y sin las así llamadas cargas familiares. Me
pasé el mes que faltaba para el viaje leyendo sobre flora y fauna de nuestra
región de destino, así como acerca de las llanuras aluviales del río, que yo
creía se llamaba Adigio y era afluente del Po, hasta que comprobé que su nombre
en italiano era Adige y desembocaba orgullosamente en el Adriático. Y es que,
muchas veces, preparar a fondo una excursión ilustra tanto o más que
realizarla.
***
Pasaré por alto
todos los detalles de aquel viaje, salvo el que tiene verdadero interés para
explicar lo que sucedió después. Así pues, coloquémonos mentalmente en el
primer sábado de nuestra estancia veronesa, precisamente, en el patio de la
llamada Casa di Giulietta, que los guías de la ciudad aseguran ser la
auténtica mansión de los Capuletos, aunque la cosa esté muy lejos de ser
segura. En nuestro caso, la visita y explicación estaba corriendo a cargo de
una simpática colega del liceo, llamada Francesca, que se había ofrecido a servirnos
de guía para recorrer el centro histórico de la ciudad. Yo creo que lo que
sucedió entonces tuvo bastante que ver con que llevábamos ya casi tres horas de
paseo turístico y los muchachos estaban empezando a ponerse insoportables. El
caso es que, cuando Francesca sostuvo con tozudez veronesa que aquel caserón
había acogido los furtivos amores de Romeo y Julieta, Rafael se enzarzó con
ella en una discusión en itañol[2],
ante la divertida sorpresa de los alumnos y mi personal bochorno, pues no me
parecía lugar ni momento adecuados para iniciar una controversia académica. A
duras penas logré suavizar asperezas y mandé a Rafa a la cola de la expedición,
mientras yo acompañaba del brazo a nuestra cicerone, dedicándole mi
mayor atención y la mejor sonrisa. Mal que bien, chicos y chicas cumplieron el
ritual de tocar el pecho de la estatua y dejar el mensaje de amor al pie del
balcón inmortal[3], ante
las torvas miradas de Rafa. Al concluir la visita, siendo ya las doce y media, nos
encaminamos a la Piazza delle Erbe, en cuyos aledaños estaba la pizzería
donde habíamos reservado plaza para comer. Francesca hizo, muy seria, ademán de
despedirse pero, con el concurso entusiasta de los chavales, logramos meterla
para adentro y sentarla entre uno de ellos y yo misma. Rafael, aproximando
posiciones, tomó asiento justo enfrente.
La joven profesora
resultó tan pugnaz, o más, que Rafa. Apenas la habíamos emprendido con la
ensalada caprese, Francesca volvió a la carga con lo de la autenticidad
de la casa de Julieta, remontándose hasta la Divina Comedia -nada menos- para
apoyar su punto de vista[4].
Rafa, ya tranquilo ante su ensalada y su chianti[5],
se batió en retirada táctica, aunque equivocó el camino. Veamos cómo:
-
¡Bah!,
arguyó el español, después de todo, ¿qué podría importar una historia tan
pasada? Estoy seguro de que, de no ser por el genio de Shakespeare, nadie
recordaría tan truculento episodio.
-
¡Ah, conque tú piensas que Romeo y Julieta no
podrían existir en nuestra época! -exclamó la italiana, aparentemente
sorprendida-. ¿No crees posible que todavía haya malvados que trunquen el amor ajeno
con la muerte?
-
Mujer,
no sé si pasaran cosas así por esos mundos lejanos de nosotros. Pero, en
lo que se refiere al nuestro, hago mías las palabras de la ilustre filósofa
española, señora Karina, cuando dijo aquello de que: Nosotros no
tenemos que enfrentarnos con nadie que se oponga a nuestro amor, pues todo es
diferente en nuestros días y hoy brilla el sol radiante de esplendor[6].
Acompañó su jocosa
alusión con un guiño hacia mí, que me puso sobre aviso de que tendría que
suavizar la broma, si no quería provocar una tensión internacional. Y así,
cuando Francesca pidió detalles de la ilustre filósofa española, maticé:
-
Bueno,
es el título que muchos le dan por la enjundia de sus textos, pero la verdad es
que Karina es más famosa como cantante o, por mejor decir, lo fue. Estoy
segura de que, si preguntamos a todos estos muchachos, apenas un par de ellos
habrán oído hablar de una cantante que encandiló a sus padres… y abuelos.
Iba a hacer la
prueba, cuando Francesca se quedó mirando con ironía a Rafa y le dijo:
-
Así
pues, estás convencido de que lo de morir por amor ya no existe. Según eso, no
tendrás inconveniente en aceptarme una apuesta. De aquí a fin de año, me
comprometo a encontrar tres casos de amores trágicos, al estilo de Romeo y
Julieta, en la misma Verona y plenamente dentro del siglo XX. ¿Qué me darás, si
lo logro?
Rafa se quedó
perplejo y tuvo la debilidad de volver su rostro hacia mí, que tengo algo de
muñidora de encuentros prometedores. Sugerí:
-
Ya
que Francesca no conoce nuestro país ni ha sido seleccionada por su Liceo para
el intercambio, pienso que le agradarían unas vacaciones en España, una especie
de periplo por las ciudades más atractivas, contigo como guía. Si os parece
bien la idea, habréis de fijar la duración.
-
¡Me
parece estupendo! -exclamó Francesca-. Tal vez quince días podría ser un lapso
razonable.
Rafa tragó saliva.
En mi opinión no se trataba de que acompañar a la chica no lo encontrase
prometedor, sino que calculaba mentalmente el gasto, pues nuestro sueldo era
verdaderamente modesto. Francesca, dando por hecho el envite, pasó a lanzar el
suyo, con una ligereza que me hizo suponer procedía de buena familia:
-
Por
mi parte, si pierdo el reto -como das por hecho-, cuenta con quince días de
estancia en un hotel de cuatro estrellas en Bardolino. ¿Conoces el lago de
Garda?
-
No,
repuso Rafa.
-
Te
encantará. La naturaleza es maravillosa y, además, la localidad está llena de
iglesias medievales y villas de ensueño. Y, por supuesto, como no tiene
pérdida, puedes prescindir de mí y dedicarte a alguna de las numerosas bellezas
que la pueblan en la estación turística.
Como ven, la chica
empezaba a insinuarse a la inversa. Rafa se limitó a confirmar:
-
Quince
días, pues. Y los tres casos, antes del próximo 31 de diciembre.
-
Cuenta
con ello, aseveró Francesca, con más optimismo que convicción.
A estas alturas,
las ensaladas y las pizzas habían pasado a nuestros estómagos. Empezaban a
repartir el postre helado. Rafael, tan en sus puntos, preguntó:
-
Y,
si surgen discrepancias sobre la realidad de las historias, ¿quién nos hará de
juez?
Francesca y yo nos
echamos a reír al unísono. Finalmente, concedí:
-
Yo
haré de árbitro. A fin de cuentas, tengo la impresión de que, cualquiera que
fuere el resultado, ninguno de los dos se sentirá derrotado.
A buen entendedor…
***
Pasaron los meses
y, aún sin preguntarle, me constaba que Rafa no había recibido noticias de Franca
-como él había aprendido a llamarla-. Seguro que sí se habían cruzado
cartas, pero no con el contenido de la apuesta. Finalmente, cuando me telefoneó
para felicitarme las Navidades, añadió:
-
Por
cierto, he recibido la felicitación de Franca, en unión de tres extensos
informes sobre otros tantos casos de amor a la veronesa. Están relatados
con un tono un tanto literario, pero mi primera impresión es que pueden ser
ciertos. Si quieres leerlos…
-
Una
vez que hagas las comprobaciones pertinentes. Ya sabes que yo solo entraré a
fondo en caso de discrepancia.
Al reanudarse las
clases, Rafa ya tenía el juicio hecho. Según él, uno de los casos lo había
contrastado. Otro gozaba de veracidad en todos los detalles que podían
comprobarse, que eran muchos. Finalmente, un tercero era perfectamente
verosímil, a tenor de las circunstancias y del ambiente histórico en que se
habían desenvuelto sus desgraciados protagonistas.
-
Entonces,
pregunté, ¿qué piensas hacer? ¿Te darás por vencido?
Rafa sonrió:
-
No
puedo menos de reconocer el esfuerzo que ha realizado esa chica -dijo-.
Solo por eso, merece que le conceda el favor de la duda.
-
Pues
empieza a ahorrar, amigo mío -repliqué-. Ahorrar para las vacaciones… y para
cualquier otro imprevisto que pueda producirse.
-
Eres
tremenda, Sofía -opinó, sonrojándose-. Si surgen… imprevistos -añadió-, espero
que me ayudes económicamente. A fin de cuentas, eres la madrina del
viajecito.
-
Anda,
anda -concluí-. Escríbele pronto, para que vaya preparando el viajecito,
y no dejes de darme a leer los relatos sobre esos amantes de Verona del siglo
XX.
Según me contó
Francesca más tarde, Rafa reconoció la victoria de ella, enviándole un CD con
los éxitos de Karina -por supuesto, incluido Romeo y Julieta- y
un “vale” por un viaje de quince días por España, especificando el itinerario a
recorrer y sus principales encantos. Supongo que tan impersonal contenido iría
acompañado de alguna declaración más íntima. Por si acaso, conociendo a Rafa,
me apresuré a escribir a Francesca, felicitándola por el buen resultado de su
empeño y agregando que Rafael estaba tan contento, como si hubiese sido el
ganador de la apuesta. La italiana me contestó:
Puede estarlo
pues, si yo he de ser su huésped el próximo verano, estoy decidida a que él lo
sea mío en el del año siguiente, junto al lago de Garda… Que no pueda decir
Rafa que la veronesa que ha puesto ante él tantas desgracias amorosas no está
dispuesta a vivir con él muchos días de felicidad…
Lo dicho: A buen
entendedor…
2. Primer caso: La judía y el escuadrista
Este primer relato es aquel que Rafa
calificó de perfectamente verosímil, a tenor de las circunstancias y del
ambiente histórico en que se habían desenvuelto sus desgraciados protagonistas.
Debidamente traducido por Rafa, decía así[7]:
Debora Barocchio
era una linda estudiante de secundaria de Verona, en el Liceo Maffei[8],
la cual hubo de abandonar sus estudios cuando contaba catorce años, por
imperativo de las leyes antijudías de 1938[9].
Sus padres eran unos modestos tenderos de Via Pallone que, habiendo
perdido su hija la beca de que disfrutaba, no le dieron otra alternativa que la
de colocarse en una librería-papelería del Corso Cavour para despachar
material escolar y llevar a domicilio los encargos de libros y revistas de los
clientes. Pero, para sorpresa de todos, uno de sus condiscípulos, llamado
Mattia Gazzola, apareció un buen día por la tienda y se ofreció a prestarle los
apuntes y notas de clase, durante los fines de semana, para que pudiese llevar
la marcha del curso y examinarse como alumna libre a su final; una posibilidad
que los docentes decidieron mantener abierta, al no prohibirla expresamente la
ley y ser la única forma de que los judíos, que estudiasen en sus escuelas
propias, pudieran dar carácter oficial a sus progresos académicos.
He dicho que el
rasgo del muchacho sorprendió a todos, empezando por la propia Debora, ya que
Mattia formaba parte de una familia conocidamente fascista y, hasta entonces,
no había mostrado interés por su discriminada compañera. Es obvio que, como
decís en España, la procesión iba por dentro. Tal vez, más que el afecto,
sería causa de su acción el orgullo de un adolescente con genio: ¡A buenas
horas iban a decidir por él a quién podía hacerle un favor, y a quién no!
Con todo, de aquel
gesto gallardo y amistoso no se derivaron mayores consecuencias: Finalmente, la
Inspección docente anuló la decisión del claustro del liceo, de examinar como
libres a los escolares judíos. Mattia perdió, pues, el motivo para frecuentar a
Debora y, poco a poco, su amistad se enfrió y dejaron de verse. A mayores, en
el año 41 el joven marchó para Milán a cursar Ingeniería. Por su parte, la
muchacha continuó trabajando en la librería, donde ascendió a dependienta, y
empezó a salir con un chico judío, de los pocos que había en la ciudad[10].
En esta situación se hallaban cuando el año 1943 vino a traer a Debora y Mattia
nuevos y peligrosos sinsabores.
En efecto, el
rumbo en el norte de Italia, derivado del golpe de timón del Rey[11]
y la ulterior proclamación de la República Social Italiana bajo tutela militar
nazi, supuso la llamada a filas de chicos muy jóvenes, como podía ser el caso
de Mattia, a sus diecinueve años. Considerando los peligros que podría suponer
el alistamiento en el Ejército, para ir a luchar inmediatamente contra ingleses
y americanos, su familia movió influencias y el muchacho fue admitido como
voluntario en las recién creadas Brigadas Negras[12],
con el grado de comandante de escuadra[13],
debido a sus conocimientos básicos de ingeniería. En principio, quedó
acuartelado en Verona, a la espera de que su Unidad completase equipamiento y
formación militar[14].
En cuanto a Debora
y su familia, el año 43 trajo la normativa por virtud de la cual los hebreos
fueron detenidos en Centros de Concentración, hasta tanto fueran expulsados
de Italia, vale decir, entregados a los alemanes, para ser deportados y
asesinados en los campos de concentración nazis, en particular, el de
Auschwitz. La familia Barocchio fue recluida a principios de setiembre, en la Caserma
B de Verona[15], de lo
que tuvo constancia Mattia, al haber prestado servicio de vigilancia en algunas
jornadas. Conocer cuál habría de ser, no tardando, el triste destino de Debora
hizo nacer en el joven el impulso de librarla de él. Para ello, realizó el
único preparativo de tomar prestada en el cuartel de las Brigadas una
potente motocicleta[16],
con el pretexto de dar una vuelta con ella para hacer un recado a su
comandante de compañía. Seguidamente, estacionó la moto junto a la Porta
Rofiolana y pidió a los compañeros de vigilancia en el Centro de
Concentración, que dejaran salir un rato a la internada, Debora Barocchio, para
tomar un café y despedirse de ella, dado que había recibido la orden de
incorporarse al día siguiente a la Inspección Regional, en Venecia. Tan pronto
tuvo ante él a la asombrada muchacha, la cogió del brazo, le susurró unas
mínimas palabras de advertencia y, avivando el paso, llegaron hasta la
motocicleta, montados en la cual, desaparecieron, Corso Vittorio Emanuele adelante.
Aunque el camino
entre Verona y Malcesine, su destino, no era corto ni fácil[17],
lo hicieron sin contratiempo. A las afueras del pueblo, vivían unos tíos de
Mattia, que habían sido sus padrinos de bautismo. Sus dos hijos varones habían
fallecido en acciones de guerra, en Abisinia y en el frente de Ucrania, por lo
que no eran precisamente partidarios de Mussolini. Con ello contaba Mattia, al
aparecer allí de sopetón, desertor y en compañía de una judía fugitiva. Tras ponerlos
al corriente de lo sucedido y de lo que pretendían, tíos y sobrino acordaron
que lo más seguro para todos sería que la joven pareja se instalara en una
cabaña de monte desde la que se controlaban los pastos de altura y el ganado
vacuno extensivo propiedad de la familia. Permanecerían unos días aún
escondidos en Malcesine, en tanto los mayores preparaban lo necesario para
acomodarlos en las alturas, haciendo el traslado de madrugada, un día
neblinoso, circunstancia frecuente en aquellas jornadas otoñales. Por fin, una
oscura madrugada de finales de octubre, Mattia, su tío y Debora emprendieron
camino, en una carreta llena de pertrechos, rumbo al pie del monte Balda[18],
en donde se hallaba la cabaña de su destino. Una vez allí, descargaron el
carromato y el tío se volvió en él al pueblo, dejando a la joven pareja
dedicada a acondicionar el refugio y presta a cuidar del ganado que, dada la
proximidad del invierno, había de ser pronto estabulado. Días más tarde, el tío
y su mujer subieron a la cabaña para bajar consigo el ganado, dejándolo en los
establos de la casa para pasar el invierno. Tan solo les dejaron una vaca, para
que los proveyera.
En aquellas
condiciones, duras y precarias, Debora y Mattia cimentaron su amor. Una vez por
quincena, el tío subía hasta la cabaña o sus inmediaciones para llevarles
algunos víveres, que completaran su dieta de polenta, queso y leche fresca. Si
se tropezaba con algún convecino, lo justificaba con haberse quedado escaso de
leña, o con que había oído que algunos malhechores merodeaban por su cabaña y
no quería que la usaran como cobijo. Finalmente, los nevazos de diciembre
hicieron impracticables los caminos de montaña y los jóvenes quedaron
abandonados a su suerte.
Seguro que eran
conscientes de que aquellas semanas de amor pronto acabarían, por más que
extremaran las precauciones y confiaran en la benevolencia y la reserva de sus
benefactores. Con todo, la prudencia de unos y otros acabó por fallar. Al
llegar la primavera, era ostensible el estado de buena esperanza de Debora, que
no quería ni oír hablar de aborto. De otra parte, los escrúpulos de conciencia
-y quien sabe si el temor a ser juzgados como encubridores, si se descubría a
los muchachos, como era probable- llevaron a la mujer del tío a confesar por
Pascua Florida lo que acontecía al párroco de Santo Stefano. El padre aconsejó
matrimonio, a lo que objetó la confesante con la religión judía de la joven. A
partir de aquí, las cosas pierden claridad. Hay quien dice que la tía consultó
el caso de forma genérica, sin revelar la identidad y paradero de los novios.
También opinan otros que el párroco, aunque severo con la disparidad de cultos,
no llevó su rechazo hasta faltar al secreto de confesión. Pero lo cierto es
que, pocos días más tarde, Mattia y Debora recibieron la imprevista e
indeseable visita de un pelotón de escuadristas[19].
El joven, que estaba en el campo, los vio acercarse y se enfrentó a ellos,
pistola en mano, hasta caer muerto. Debora fue detenida y trasladada a Verona,
donde, como judía, fue entregada a las SS[20],
como paso previo a su deportación y asesinato.
Concluyo aquí mi primera historia, pero no
tengo inconveniente, si dudas de ella, en completarla con lo relativo al
destino que cumplió al tío de Mattia, así como a la denuncia que presentó su
mujer, al acabar la Guerra, por lo que aconteció a su marido y a los jóvenes a
quienes aquel había ayudado con tan poco fruto.
3. El Ministro y la espía
Sin duda, el
segundo relato es el que Rafa me dijo que había contrastado. La
notoriedad de los protagonistas lo evidencia. Por tanto, bien podría Francesca
haberse ahorrado el argumento de autoridad y haberlo contado como de propio
conocimiento. No ha sido así, sin embargo, como tuve ocasión de comprobar,
cuando mi compañero de Instituto me dio a leer lo que sigue[21]:
Tuvo mi padre la
fortuna de tener como profesor de Derecho Procesal en la Facultad de Pisa al Dottore
Fabio Maroso. Al saber este que su alumno procedía de Verona, un día se sinceró
con él, mientras tomaban café en un establecimiento de la Via San Frediano.
Poco o nada le contó que mi padre no supiese ya, o llegara a saber con el
tiempo y su afición a la lectura, pero no deja de ser interesante que la fuente
sea un testigo directo de los hechos, y de total credibilidad, por otra parte.
El profesor Maroso
-entonces un joven abogado de Vicenza-, estaba empleado a finales de 1943 como
asesor en el Ministerio de Justicia de la República fascista. Algo descubriría
en él el recién nombrado Ministro, Piero Pisenti[22],
cuando le dio de forma confidencial el encargo de vigilar la marcha del Proceso
de Verona[23], e
informar directamente al Ministro sobre ella[24].
El cometido formal que se le atribuyó fue el de colaborar y asesorar al juez
instructor, Vincenzo Cersosimo, un abogado seleccionado para ese puesto por obvias
afinidades políticas con el fascismo[25].
En consecuencia, Maroso no tuvo más remedio que intervenir, cuando se produjo
el mayor y más llamativo de los inconvenientes para la instrucción del proceso,
a saber, que agentes de las SS, de guardia en la cárcel radicada en el
antiguo convento de los Descalzos, impedían el acceso al más famoso e
importante de los presos preventivos, Galeazzo Ciano[26].
Dicha intermediación llevó al abogado Maroso a tener que entrevistarse con la
joven que parecía tener la única llave del acceso a Ciano, quien se hacía
llamar Felizitas Beetz[27].
Hermosa, simpática y perfecta conocedora del idioma italiano, fue fácil para el
abogado entablar una buena relación con ella, a base de explicarle que su
función no era otra que la de procurar que Ciano y los demás inculpados fueran
tratados con la mayor equidad posible, contando también con que el Ministro
Pisenti era propicio a que fueran indultados en su día. Con eso y no
interesarse para nada -aparentemente- sobre las negociaciones de Ciano y
su esposa, Edda[28], ni
acerca de las relaciones íntimas que habían acabado manteniendo Felizitas y
Galeazzo, tuvo Maroso la cooperación y confianza de la joven espía alemana,
quien permitió sin más trabas que el instructor Cersosimo interrogara a Ciano y
entendiera con él las demás diligencias pertinentes al proceso.
No sé cómo
llegaría Maroso al convencimiento de que Ciano y la Beetz habían intimado hasta
ese punto. Desde luego, no era difícil presumirlo, habida cuenta del atractivo
de uno y otra hacia el sexo opuesto, pero no dejaba de resultar llamativo tal grado
de compenetración en tan corto tiempo y en un lugar tan inhóspito. Lo cierto es
que el Profesor confesó a mi padre que la propia Edda Mussolini era consciente
de las relaciones de la pareja, consintiendo en ellas, no solo por la utilidad
que podrían tener para el padre de sus hijos, sino por la circunstancia de que,
desde hacía bastantes años, el matrimonio se había concedido mutuamente una
libertad plena en sus relaciones sexuales con terceras personas; una licencia
de la que habían hecho abundante y gustoso uso, tanto Galeazzo, como Edda[29].
Así mismo, Maroso
comentó a mi padre que Frau Beetz también fue generosa con el acceso a
Ciano del capellán de la prisión, un benemérito sacerdote que era, a la vez,
párroco de San Lucas, apellidado Chiot[30].
Fue este eclesiástico quien atendió a los acusados en sus últimos momentos y
fue llamado posteriormente por Mussolini, para que le refiriera con pormenor
cuáles habían sido las palabras, sentimientos y actitudes de su yerno en tan
terrible trance. Ignoro si, fuera del secreto de confesión, Ciano o la propia
Felizitas le informarían sobre el grado de intimidad de sus relaciones, de
forma que pudiera contarlo él, sin faltar a sus deberes de sigilo sacramental.
El tiempo,
innecesariamente dilatado, que duró la instrucción del sumario permitió al
abogado Maroso captar lo que él llamó la sublimación de los sentimientos. Sin
duda pesaba en ello la proximidad de la muerte, pero lo cierto es que la espía
taimada se convirtió en amante rendida; el casanova diletante, en
profundo enamorado; la esposa inconstante, en suplicante abnegada, y el
circunspecto Monsignore Chiot, en un Fray Lorenzo[31].
En cualquier caso, el amor hizo su morada en la celda 27 de la cárcel veronesa
de los Descalzos[32],
amparado por la esperanza de que el reo escapara gracias al valor de su Diario,
o bien por la de ser indultado en su día por su suegro, en consideración a Edda
y a los tres pequeños nietos[33].
Pero las ilusiones no se cumplieron: Maroso insistió más tarde en que no sería
por falta de esfuerzo de su patrono, el Ministro Pisenti, empeñado en
elevar al Duce la solicitud de perdón, favorablemente informada, para
ponerlo en la tesitura expresa de negárselo a tan próximo pariente. Solo la
terca insistencia del poderoso y radical Secretario del Partido Republicano
Fascista, Pavolini[34],
evitó que la solicitud llegara a manos de Mussolini, para evitarle el mal
trago de decidir lo que, de todos modos, había conocido y aceptado: la
muerte de Ciano, su yerno.
Como es bien
sabido -concluía Francesca su exposición del caso-, Felizitas pasó junto a
Galeazzo su última noche. Seguidamente, colaboró con Edda en la fuga de esta a
Suiza y en la conservación del Diario de su esposo y, en la visita que hizo a
la madre de Ciano para relatarle los últimos momentos de este, confesó ante
ella que su hijo había sido el amor de su vida.
Por su parte, el
padre de la narradora se había empeñado en agregar, de su puño y letra, una
nota para dignificar a su viejo Profesor y al Ministro que en él había
confiado. Decía así:
El Profesor
Maroso, asqueado de aquel ambiente, se pondría pronto de acuerdo con el
Ministro Pisenti y le seguiría en su esfuerzo final, para impedir, arma en
mano, que los eslovenos se hicieran con el Friuli[35].
Monseñor Chiot, haciendo la señal de la cruz en la frente del recién ejecutado, Galeazzo Ciano
(Foto: gettyimages)
4. La cómplice y el policía
Falta por
transcribir el tercer caso aportado por Francesca para ganar la apuesta. Por
exclusión, ha de ser el que Rafael valoró como el que gozaba de veracidad en
todos los detalles que podían comprobarse, que eran muchos. Desde luego, pese
a mi poco interés por la Historia, no puedo menos que asociar los hechos con el
secuestro del General norteamericano Dozier[36],
acaecido en la propia Verona, a finales de 1981. Veamos la narración de la
Profesora veronesa, traducida por Rafa[37].
Ya sabes que los
años inmediatamente anteriores y posteriores a 1980 fueron de gran violencia en
Italia. Son los llamados años de plomo, que algunos han comparado con
una pequeña guerra civil. Yo apenas me acuerdo[38],
pero mis padres aseguran que en ninguna parte fueron tan duros como en nuestra
región del Véneto, donde se hizo famosa por su triste eficacia la Columna
Cecilia Ludmann[39].
Su atrevimiento llegó hasta acabar con la vida del policía jefe de la sección
antiterrorista veneciana, Alfredo Albanese, en mayo de 1980[40],
un hecho que tuvo mucho que ver con el caso que voy a relatar, según las
referencias que del mismo me han proporcionado informadores de toda solvencia.
Por unas razones u
otras, los responsables del DIGOS en el Véneto[41]
centraron sus sospechas en una joven estudiante de Medicina, llamada Emanuela
Lauria, hija de un conocido galeno de Verona, captada, al parecer, por las Brigadas
Rojas[42] y
pronto relacionada con un novio brigadista, como era habitual entre ellos. El
seguimiento policiaco de la muchacha no dio en principio resultados
significativos, bien porque fuese muy prudente y lista, bien porque la Policía
la tratase con cierto respeto, en consideración a su influyente familia.
Lo cierto es que, haciendo un esfuerzo adicional, los agentes hicieron venir de
Milán a un joven agente de policía, llamado Emilio Cecchini, sin especial
vinculación con el antiterrorismo, pero con una condición muy oportuna para el
caso: el agente había entrado en el Cuerpo sin abandonar sus previos estudios de
Medicina.
Conforme a las
instrucciones recibidas y a la cooperación de favor por parte de uno de los
profesores milaneses, Emilio se presentó, días antes de comenzar el curso de
1981-1982, en la consulta del Doctor Lauria, con una carta de recomendación de un
colega de la Facultad milanesa, a fin de que guiara sus primeros pasos en la
Universidad de Verona, a la que se había visto obligado a trasladarse porque
la Policía le estaba haciendo la vida imposible, debido a sus firmes, aunque
pacíficas, ideas de izquierdas. El padre de Emanuela, emocionado, le
manifestó que de mil amores esta le habría servido de introductora, máxime
profesando tales ideas, pero que tal cosa ya no sería factible por ahora, dado
que Emanuela había desaparecido. Emilio le preguntó las circunstancias
del suceso, a lo que don Massimo matizó que, aunque no tenía conocimiento de
aquellas, estaba casi seguro de que su hija había escapado de casa para unirse
a los malditos brigadistas, que le tenían sorbido el seso. Su
interlocutor, en vista de lo acaecido, iba ya a despedirse entre palabras de
lamento y ánimo, cuando el Doctor le pidió que esperase un poco, pues lo iba a
remitir a la mejor amiga de su hija, estudiante también de Medicina en Verona,
llamada Benita Gazzola, para la cual le daría carta de presentación.
Con tales informes
y carta, Emilio se encaminó a las dependencias policiales, suponiendo que lo
mandarían inmediatamente de vuelta a Milán, pero no fue así. Al oír el apellido
Gazzola, los jefes mantuvieron la operación en pie, sin más que cambiar
el objetivo femenino de la misma. Entre tanto, se dedicarían también a buscar a
Emanuela, cuya marcha de Verona con rumbo desconocido les daba muy mala
espina. Algún golpe importante se estaría preparando, cuando Daniela[43]
abandonaba su cómoda vida para lanzarse a la aventura. Tal vez Benita supiese
algo de ella ya que, dada la confianza entre ambas, podrían ponerse en
contacto, para recabar noticias o medios económicos.
Desde el punto de
vista profesional, las cosas no pudieron ir mejor para los propósitos de
Emilio. Benita quedó prendada de su seriedad y buena presencia; eso, unido a la
carta del Doctor Lauria y a las ideas políticas de que el policía encubierto
blasonaba, dio lugar a que, en apenas un par de meses, la chica no tuviera
secretos para su compañero. Es más, aunque este no compartiera los evidentes
sentimientos de Benita, entre los ardores juveniles, la soledad de su pensión
veronesa y los interesados impulsos de sus jefes, Emilio pasó a intimar con la
muchacha, aparentando un cariño que solo a medias le profesaba. Es más: Benita
vivía en un modesto apartamento en el Lungadige Re Teodorico, que
compartía con una estudiante de Derecho de su mismo pueblo, corriendo el
alquiler a cargo de sus respectivos padres. Aquella sugirió a Emilio que se
fuese a vivir con ellas, hasta que la compañera encontrase otro acomodo y los
dejase solos. El policía le dio largas, entre otras cosas, porque recelaba de
convivir con una joven que a saber si tenía cierta vigilancia protectora por
parte de las Brigadas.
Tal suspicacia
carecía de fundamento, salvo por razón de máxima cautela, pues Benita, aunque
amiga de Emanuela y proclive a sus ideas, estaba lejos de compartir tácticas
violentas e, incluso, de jugarse carrera y vida, y prefería secundar los
esfuerzos económicos para con ella de sus padres, modestos productores de prosecco[44]
de la provincia de Treviso. Claro está que otra cosa era desatender las
peticiones concretas y poco comprometidas de ayuda, que su amiga le hiciese; y
ahí es donde el olfato de Emilio captó los indicios, que acabarían por
provocar la tragedia que yo considero una versión a la moderna de la de Romeo y
Julieta.
***
El viernes, 4 de
diciembre de 1981, Benita se mostró muy nerviosa. Faltó casi toda la mañana a
las clases de la Facultad y, a la hora de comer, pidió a Emilio que anulase la
reserva para aquella noche que habían hecho en un hotelito de Gardone Riviera.
Ante las sorprendidas preguntas de su amante, la Gazzola le dio la explicación
de que un amigo le había pedido como favor que alquilase en su lugar un turismo
y se lo llevase hasta Mestre, adonde él se desplazaría para recogerlo. La joven
declinó ampliar los datos, fuera de la consabida alegación de que la cosa no
tenía mayor importancia, que el comitente era un poco especial, pero que
cumplía con sus compromisos: De hecho, ya le había adelantado el importe de un
mes de alquiler. El policía, sinceramente preocupado por las responsabilidades
en que pudiera incurrir su novia, intentó disuadirla de ayudar al amigo,
pero ella insistió y él, no deseando incurrir en sospechas, la dejó hacer,
respetando su voluntad de que no la acompañase hasta su destino, pues llegaría
a él a tiempo de coger el último tren de vuelta para Verona. Así fue. A la
mañana siguiente salieron para el lago de Garda y pasaron allí el resto del fin
de semana, conforme a lo programado. Emilio no le dio más importancia al
incidente o, tal vez, no quiso que sus superiores metieran las narices en un
tema de tan poca relevancia.
Como es natural,
la cosa cambió radicalmente dos semanas después, cuando un comando de las Brigadas
Rojas secuestró en su casa de Verona al General Dozier[45].
Fue un jueves, final del trimestre lectivo, y Emilio ya se preparaba para
viajar a Milán y pasar allí las Navidades con su familia, mientras Benita hacía
otro tanto, rumbo a Conegliano. Pero las noticias del rapto alteraron todos los
planes y, por supuesto, la importancia que pudiese haber tenido el alquiler del
vehículo por la joven. Por de pronto, Cecchini hizo ante Benita como si, en
efecto, se fuera de Verona, pero renunció al permiso y permaneció en esta
ciudad, cooperando en cuanto le fuese ordenado por el Comisario Improta[46].
A título personal, emprendió la tarea de localizar la agencia en que su amante
había alquilado sin conductor un turismo, el día 4 de diciembre anterior.
En efecto,
localizó la oficina en Via Carlo Montanari, coincidiendo los datos con
los ofrecidos por Benita. El vehículo era un Lancia Trevi[47],
matriculado en Milán, cuyos datos de serie y número de inscripción, así como
los de motor y bastidor, obtuvo el policía. Con ellos en su poder, aún decidió
esperar un par de días para informar a sus jefes, decidiendo correr ese riesgo
en bien de la muchacha, por si las cosas se aclaraban entre tanto. La carta
blanca que sus compañeros habían recibido de los superiores para tratar a
los detenidos, aconsejaba no poner en sus manos a nadie amigo, de no tener
poderosas razones para ello. Pasado un par de jornadas, Emilio no tuvo más
remedio que exponer lo que sabía en la Cuestura[48],
salvo lo relativo a la entrega del coche alquilado en Mestre, pues de ello no
tenía constancia personal. Antes de acabar la entrevista, rogó al comisario que
mantuvieran en secreto respecto de Benita que era él la fuente de información,
para no quemarlo con aquella. Yo estoy segura de que su petición tenía
un objeto mucho más profundo y sentimental.
La Policía detuvo
al día siguiente a la Gazzola en su casa familiar de Conegliano y la
trasladaron inmediatamente a Verona, donde -como otros muchos sospechosos de
cierto nivel- pasó a manos del Ave Maria[49],
siendo tratada con la suavidad que empleaban aquellos expertos en la
obtención de resultados sin mirar los medios, ya que eran prácticamente
irresponsables. Emilio evitó durante el tiempo de la detención aparecer por la
Cuestura ni, menos aún, por el chalé aledaño en el que se llevaban a cabo los
interrogatorios por los especialistas. Tampoco quiso preguntar por
Benita a los compañeros, no fuese que llegase la especie a conocimiento de la
pobre chica, máxime creyéndolo de vacaciones en casa de sus padres. Resolvió
permanecer al acecho y, en su momento, explicar su aparición como fruto
de una noticia periodística en la que aparecía en un diario milanés el nombre
de Benita.
El lunes, 28 de
diciembre, fue por fin liberada. Emilio se enteró poco después y acudió a su
casa en el Lungadige, donde encontró a Benita física y moralmente deshecha.
No teniendo tiempo ni tranquilidad para atenderla, debido a sus deberes
profesionales, la metió incontinente en un taxi para Conegliano, adelantando al
conductor el importe de la carrera. Despidió a la joven asegurándole que, dado
su estado, lo mejor es que se repusiera en el ambiente familiar. Así mismo, le
prometió telefonear inmediatamente a sus padres, a fin de que estuvieran
preparados para recibirla. La joven, en completa confusión, le dejó hacer, sin
una palabra de oposición o de queja. Y, tan pronto se puso el taxi en marcha,
acudió a la Cuestura, para informar al comisario de la providencia que había
tomado y del paradero de su novia, por si volvía a necesitarla la banda de
los genoveses[50].
Andando el tiempo,
se supo lo sustancial de lo declarado por Benita. Esta confirmó que el encargo
de alquilar el Lancia Trevi había sido de su amiga, Emanuela Lauria, sin
que le diese razón de la causa para alquilarlo. En seguida, lo había conducido
hasta Mestre, en cuyo Piazzale Roma había entregado el vehículo a un
hombre que dijo venir en nombre de Emanuela. No se sentía capaz de identificar
al individuo, pues era ya de noche, el sujeto portaba un anorak con la capucha
echada por la cabeza y el contacto duró apenas unos segundos. A partir de ahí,
se supone que comenzaron los malos tratos y las declaraciones reiterativas e
interminables. Si los policías obtuvieron, o no, resultados de ellas, así como acerca
de las certezas o sospechas del modo y alcance de las torturas, nada he de
decirte pues, sobre no interesar para nuestra apuesta, no quiero revelar
intimidades que podrían afectar al recuerdo de Benita y al buen nombre de los
policías que intervinieron en las diligencias. Más bien, creo llegado el
momento de revelar el triste fin de aquellos sucesos y el destino de quienes
más directamente vivieron aquellos, es decir, Benita, Emanuela y Emilio. Por lo
demás, ya sabes que el General Dozier fue finalmente liberado por la Policía en
Padua, el jueves, 28 de enero de 1982, sin derramamiento de sangre.
Audiencia del Presidente Ronald Reagan al General Dozier, tras la liberación de este por la Policía italiana
***
El proceso seguido
por el caso Dozier se desarrolló -como puedes comprobar por las
hemerotecas- en sus tres instancias posibles: primera instancia, en Verona;
apelación, en Venecia, y casación, en Roma. La mayor parte de los acusados se
calificaron de arrepentidos, es decir, que colaboraron con la Policía,
de mejor o peor grado, para ver rebajadas sus penas, aunque ello supusiera la
detención de otros muchos brigadistas y, a la postre, la ruina de la
organización del Véneto. Emanuela fue una de ellos, gracias a lo cual su
condena inicial a trece años y medio de cárcel fue reducida a cuatro y medio[51].
Pero lo que me interesa señalar es que, pese a todas las súplicas de Emilio
para que la acusación no lo propusiera como testigo, chocaron con la inflexibilidad
del Fiscal, interesado en robustecer los hechos de cargo contra Emanuela
Lauria, sin necesidad de llevar a estrados a Benita Gazzola, para evitar que
esta se volviese atrás de su testimonio inicial, alegando haber sido víctima de
severas violencias y sevicias por parte de los policías. El Subinspector
Cecchini declaró en un par de minutos, en la novena jornada del juicio: apenas
nada, pero lo suficiente para que Emanuela -la acusada a la que concernía su
declaración- se fijase en él y tomase mentalmente nota de su nombre. Días más
tarde, desde la prisión y con los trece años y medio de condena que, en
principio, le habían caído, Emanuela escribió a su amiga Benita pidiéndole
aclaración de cómo sabía tanto un policía joven y rubio, llamado Emilio Cecchini,
sobre el alquiler del Lancia Trevi.
En el tiempo
transcurrido entre el secuestro y el juicio, Benita había permanecido en la
provincia de Treviso, entre la casa paterna y las curas psicológicas en una
clínica de la capital. Emilio mantenía una discreta atención de cortesía,
telefoneando a los padres de Benita todos los meses. En la primavera de 1982,
el policía tuvo intención de hacer una escapada a Conegliano, pero los
facultativos que atendían a la joven desaconsejaron su visita. Al explicárselo,
el señor Gazzola le dio a entender que había cierta contraindicación entre la
vista de su amado y los abusos que había sufrido ella durante su detención. Fue
lo suficiente para que Emilio comprendiese que la joven habría padecido algunos
de los dolorosos tratamientos genitales que numerosas brigadistas
denunciaban y que, hasta entonces, eran considerados meramente calumniosos.
Afortunadamente para él, había regresado a Milán, perdiendo así de vista a los
colegas que habían practicado los interrogatorios sembrados de torturas. En
vísperas del verano, ya con la citación para declarar en Verona, se matriculó
nuevamente en Medicina, haciendo valer su pérdida de curso por deberes
profesionales, para conseguir un puesto de alumno ayudante en el gabinete de
Anatomía. Empezaba a comprender que le faltaban tragaderas para soportar
algunas de las ilegalidades -por no hablar de delitos- que un policía tenía que
estar presto a tolerar y a cometer.
Dicho esto,
volveré a la carta que Emanuela envió desde la cárcel a Benita. Iba dirigida a
su anterior domicilio en Verona, dado que no tenía constancia de su mal estado
de salud ni de su consiguiente marcha a Treviso. La compañera de piso, sin
abrirla, metió la misiva en otro sobre y la mandó a Conegliano, con su remite.
Aunque lo habitual era que, por consejo médico, se le hiciera una previa
censura de la correspondencia, quiso el diablo que no fuera así en este caso;
de suerte que su destinataria recogió y leyó la carta, sin intervención de
terceros. Como te puedes suponer, Benita no tuvo ojos más que para la parte en
que Emanuela le refería la intervención en juicio del policía Emilio Cecchini.
Aquella noche,
tras ingerir el somnífero y retirarse a su habitación, la muchacha preparó el
baño con agua templada y se sumergió en él, buscando el descanso. A la mañana
siguiente, cuando su madre entró en el dormitorio, preocupada por su tardanza
en salir del mismo, la halló en la bañera, desangrada. Así pues, la carta
-hecha pedacitos y arrojada al cubo de la basura- permaneció sin respuesta…,
hasta hace un par de años[52].
Y es ahora,
querido Rafael, cuando este triste asunto de violencia y traición alcanza su
verdadero clímax literario, tan inverosímil como apaciguador.
***
Pasaron doce años.
Emilio Cecchini, temprano conocedor de la muerte de Benita, pero no de la carta
y su contenido, abandonó definitivamente la Policía y pasó a ejercer la
medicina pediátrica hospitalaria en Lecce. En el desarrollo de un congreso
sobre oncología infantil, celebrado hace dos años aquí, en Verona, se encontró
con que una de las ponencias sería impartida por la doctora Emanuela Lauria,
que trabajaba en un Centro especializado de Padua[53].
Dudando de que se tratara de la misma persona a la que había conocido como
testigo de cargo en el juicio del caso Dozier, Emilio acudió a escuchar
la ponencia y se puso en segunda fila, para ver con claridad a la doctora, pese
a su miopía. No cabía duda: Era la misma persona. Y eso mismo debió de pensar
la doctora, a juzgar por el hecho de que, tan pronto concluyó su conferencia,
salió a toda prisa de la sala hasta alcanzar a Emilio, abordándole con el
consabido perdone, Doctor, pero su cara me suena. ¿No será usted…?
La respuesta
positiva dio lugar a que cenasen juntos aquella noche y a que Benita, su común
pesar, motivara confidencias y lamentaciones. Emilio confesó a su interlocutora
su relación amorosa -hasta cierto punto, fingida- con la amiga difunta, con lo
que Emanuela recibió finalmente la respuesta a su pregunta sobre el policía y
el Lancia Trevi. Indignada con la jugada de Emilio, la doctora estuvo a
punto de clavarle en el corazón el puñal de la carta, envenenado con la
responsabilidad moral por la muerte de la amante despechada pero, a la postre,
se contuvo: Está visto que Emanuela era una buena médica, también para los
adultos.
5. El balcón de Julieta… en Cáceres
Por propia iniciativa, o a instancias
de Francesca, tuvo Rafa la gentileza de invitarme a cenar con ellos en una
terraza de la Rúa Mayor de Salamanca, ciudad en que -como es lógico- empezaba
el periplo turístico de la famosa apuesta. Aunque apenas era el segundo día de
estancia de la veronesa entre nosotros, ya capté una química muy
especial entre ella y Rafa, y no creo que se tratara de un prejuicio mío. Nos
despedimos cordialmente. Me dijeron que el siguiente día lo dedicarían a
visitar Plasencia y Cáceres. Yo tuve la ocurrencia de comparar esta última
ciudad con Verona: Verona sin río, dije textualmente.
Nunca creí que mi
símil fuera a ser tomado tan al pie de la letra. Es el caso que -según me contó
más tarde Rafa-, se hospedaron en el Parador estatal de Cáceres, en sendas
habitaciones contiguas del primer piso, que daban al patio en que servían las
cenas al aire libre. A los postres, Rafael se declaró a Francesca, pero esta
hizo oídos sordos por dos veces. A la tercera, demostrando un espíritu vengativo
que para sí hubiera querido cualquier mafiosa siciliana, contestó al rendido
galán que no podía oírle con el barullo de los comensales; que, si tenía algo
importante que decirle, lo escucharía desde el balcón de su estancia, cuando el
patio estuviese vacío y silencioso. Aunque bastante amoscado -conociéndolo, me
lo imagino-, el amor ajeno le pudo al propio y, a eso de las dos menos cuarto,
cuando la última copa y la limpieza del patio hubieron pasado, una sombra se
deslizó desde las escaleras, hasta el fornido tronco del castaño de indias.
Seguidamente, sonó el tintineo de una piedrecilla contra el cristal del balcón
de Giulietta. Al punto, se encendió la luz y abriose la vidriera,
vislumbrándose una figura de mujer con vestidura talar y melena suelta que,
tras apagar nuevamente la lámpara, se recortó en el hueco, acodándose
seguidamente en el barandal. Era el momento culminante. Rafael Monteschi
dejó la sombra protectora del árbol y se adelantó, disimulando una octavilla en
su mano izquierda, de la que leyó:
¡Qué necio el que
se avíe con sus galas marchitas! ¡Es mi vida, es mi amor el que aparece![54]
La respuesta de la
dulce niña no fue el consabido ¡Ay de mí!, sino, una vez más, la
indicación a Romeo de que se acercase más, pues no oía distintamente sus
palabras. A falta de una escala, Rafa no tuvo mejor idea que la de coger un par
de sillas de la pila del restaurante y colocarlas, una sobre otra, adosadas a
la pared del balcón. Se encaramó al improvisado atrezo y, fiado de su juventud
y complexión enjuta, dio un salto para agarrarse a los barrotes del balcón. Con
el impulso, se descompuso el montaje y Rafa dio en mala postura con sus huesos
en el enlosado del patio. Una hora más tarde, Romeo yacía en el quirófano de
traumatología, donde trataban de reducirle una fractura conminuta de cúbito y
radio. Al mismo tiempo, en el Parador, una desolada Giulietta trataba de
explicar a su modo el suceso a la Policía, en un itañol[55]difícilmente
comprensible.
***
Como es natural,
el viaje quedó interrumpido y la pareja regresó a Salamanca en ambulancia. Rafa
quedó mayormente al cuidado de su familia, pero Francesca no se arredró. Aceptó
mi invitación de pasar en mi casa el resto de la quincena prevista,
aprovechando la oportunidad para cuidar amorosamente del decaído ánimo de su
Romeo y haciendo planes para un más afortunado futuro juntos. Es lo que ella
llamaba la pócima de Julieta que, a diferencia de los venenos y
narcóticos de la tragedia, haría frente a los problemas y obstáculos del amor,
con paciencia y vitalismo. Y es que, como cantaba Karina, y ahora
repetía Francesca,
No, no existe ni una duda en nuestra
vida
Y es fácil hoy en día ser feliz:
Tú tan sólo quiéreme de igual manera
que estoy, mi amor, queriéndote yo a
ti.[56]
Así que, al fin y
a la postre, la cruel tragedia acabó por engendrar un amable sainete, con
previsible final feliz.
[1]
Su nombre completo es Liceo Scientifico “Angelo Messedaglia” y fue
fundado en 1923.
[2] Es
decir, en una jerga lingüística, mezcla de italiano y español.
[3]
Según las vigentes tradiciones, tocar el seno derecho de la estatua broncínea
de Julieta asegura buena suerte para encontrar el amor; en tanto que los
mensajes escritos adheridos al muro bajo el balcón shakesperiano suelen
ser declaraciones de un amor presente, con ansias de eternidad.
[4]
En concreto, Purgatorio, canto VI, versos 105-107, con su famosa alusión
a Montecchi y Cappelletti, es decir, a nuestros Montescos y
Capuletos. Por supuesto, este pasaje de la Commedia no pone fin a la
controversia que enfrentaba a Francesca y Rafael, pero es un apoyo notable para
aquella.
[5] Famoso
vino italiano, producido en la región de la Toscana.
[6]
Karina (María Isabel Llaudes Santiago), nacida en 1946 (otros sostienen
que en 1945), fue una famosa cantante pop, que hizo popular en nuestra
lengua la canción Romeo y Julieta (1967), a la que corresponden los
versos recogidos en cursiva. Aún sin llegar a ser número 1 en las listas de
éxitos, se dice que llegaron a venderse cientos de miles de copias de ese
disco, en su versión española. La versión original, publicada también en 1967,
fue la alemana Romeo und Julia (letra de Hans Bradtke y música de Henry
Mayer), cantada por Peggy March, que sí llegó a ser número 1 en
Alemania.
[7]
Como cada uno de los casos es extenso y ocupa un capítulo, sin
interrupciones, ahorro comillas, letra cursiva o cualquier otra forma de aludir
a que recojo lo escrito por otra persona.
[8]
A la letra, Liceo Ginnasio di Stato “Scipione Maffei”, el más antiguo de
Verona, fundado en 1807, durante la ocupación napoleónica de la ciudad.
[9]
A partir de esas leyes, los escolares y demás estudiantes judíos solo podían
seguir sus clases en centros creados exclusivamente para ellos, por iniciativa
y a cargo económico de personas o instituciones de su etnia, como es natural.
[10]
Precisaré algunos datos para comprobar este juicio de Francesca. Al comienzo de
la Segunda Guerra Mundial, la población de Verona era de unos 150.000
habitantes. Los judíos censados en la sinagoga eran unos 400, que quedaron reducidos
a 100, al final de la contienda. Durante esta, no menos de 31 hallaron la
muerte a manos de las Autoridades, la mayoría previa deportación a Alemania.
[11]
El tema histórico se sale de los límites de este relato, para cuya comprensión
no creo necesario aludir a hechos generales, de fácil consulta en Internet por
los lectores que estén interesados.
[12]
Cuerpo de élite fascista, a mitad de camino entre la Policía y el Ejército, que
fue cada vez más dotado y orientado para el combate contra los Aliados
y, sobre todo, contra los partisanos de la Resistencia.
[13]
Equivalente a cabo, es decir, el grado más bajo entre los mandos de tropa.
[14]
Finalmente, con los efectivos de la zona se formó en Verona la XXI Brigada,
llamada Stefano Rizzardi.
[15]
Uno de los cuarteles que, en época de la dominación austriaca, fueron
construidos en Verona, adosados a la muralla. El aludido con la letra B
permanece hoy (2019) en pie, dedicado a dependencias municipales, junto a la
Puerta Rofiolana. Véase Caserme Erariali del Pallone A, B, C, D, E, en
la www.mapserver5.comuneverona.it.
[16]
Según las referencias que le dieron a Francesca -y que esta no recogió en su
relato-, se trataba de una Gilera Rondine 500, máquina que tuvo antes de
la Segunda Guerra Mundial los títulos de campeona del mundo de la categoría de
500 c.c. y récord mundial de la hora. Alcanzaba una velocidad máxima de unos
220 km/h.
[17]
Malcesine es una pequeña localidad a orillas del lago de Garda, que dista por
carretera de Verona unos 115 kilómetros, que la motocicleta Gilera recorrería
en una hora y cuarto, aproximadamente.
[18]
Macizo montañoso sobre el lago de Garda, relativamente próximo al pueblo de
Malcesine, que alcanza una altitud de 2.218 metros.
[19]
Nombre que, desde 1919, recibían corrientemente los miembros de las milicias
voluntarias fascistas, tuvieran carácter irregular o fuesen integrantes de las
Brigadas Negras o de la Guardia Nacional Republicana, creadas en 1943 en el
ámbito de la Italia gobernada por Mussolini.
[20]
Allgemeine SS, o Policía general del Régimen nazi, especializada en
labores de inteligencia, represión política y eliminación de los judíos.
[21] Reitero
lo dicho en la nota 7.
[22]
Piero Pisenti (1887-1980) fue nombrado Ministro de Justicia por Mussolini el 4
de noviembre de 1943, manteniéndose en el cargo hasta la caída del Régimen
fascista (25 de abril de 1945).
[23]
Juicio penal, en que depuraron las responsabilidades de seis de los miembros
del Gran Consejo Fascista que, en su sesión del 24/25 de julio de 1943, habían
votado el llamado Orden del día de Grandi, que suponía la
resignación por Mussolini de sus poderes especiales, en particular, los
militares. Fue la ocasión que el Rey aguardaba, para cesar al Duce como
Jefe del Gobierno y ordenar su arresto. El resultado de la votación en el Gran
Consejo fue de 19 votos contra Mussolini, 7 a favor y 1 abstención.
[24] Los preparativos del juicio se iniciaron en
octubre de 1943; la instrucción de la causa se desarrolló en noviembre y
diciembre del mismo año. El juicio oral se desarrolló en tres sesiones -8, 9 y
10 de enero de 1944- y las cinco sentencias de muerte fueron ejecutadas por
fusilamiento al siguiente día, 11 de enero.
[25] Su actuación sería, más bien, superficial y
anodina. Años más tarde, escribiría un libro acerca de su experiencia en el
caso: Vincenzo Cersosimo, Dall’istruttoria alla fucilazione. La verità
documentaria sul proceso di Verona e la fucilazione di Galeazzo Ciano,
edit. Aldo Garzanti, Milán, 1961.
[26]
Galeazzo Ciano (1903-1944), yerno de Mussolini y su Ministro de Asuntos
Exteriores entre 1936 y 1943. Su ejecución estuvo pendiente, en parte, de la
entrega a los alemanes de sus muy interesantes y reveladores Diarios. Edición
completa en español: Galeazzo Ciano, Diarios 1937-1943, edit. Crítica,
Barcelona, 2004.
[27] O Frau
Beetz. Su nombre original era Hildegard Gertrud Burkhardt (1919-2010).
[28] Edda
Mussolini (1910-1995), hija del Duce y esposa de Galeazzo Ciano.
[29]
A título de ejemplo, véase en este mismo blog mi ensayo, Historias curiosas
de la Era Vargas. Primera parte, capítulo 4: Bejo Vargas y Edda
Mussolini.
[30]
Monsignore Giuseppe Chiot (1879-1960), recordado en el callejero de
Verona, así como en el nombre de instituciones educativas.
[31]
Monje franciscano, personaje de la tragedia Romeo y Julieta que, por
afecto a Romeo y deseo de acabar con las locas querellas entre Capuletos y
Montescos, pretende casar a la pareja protagonista. Sin duda, Francesca incurre
aquí en una comparación en exceso exagerada.
[32]
Obviamente, por ser la que ocupó Galeazzo Ciano durante los dos meses y medio
que pasó encarcelado.
[33] A
saber, Fabrizio, de 12 años de edad; Raimonda, de 10 años, y Marzio, de seis.
[34]
Alessandro Pavolini (1903-1945), que previamente había sido Ministro de Cultura
Popular (1939-1943).
[35]
El Friuli italiano es una región fronteriza (actualmente integrante de la de
Friuli-Venezia Giulia), formada por las provincias de Udine, Pordenone y
Gorizia. En los momentos finales de la Segunda Guerra Mundial, fue defendido
contra las apetencias yugoslavas por el 8º Regimiento de Cazadores Alpinos, al
mando del coronel Ermacora Zuliani (1897-1956), a cuyas órdenes llegaron a
combatir Pisenti y Maroso.
[36]
General de brigada, James Lee Dozier (1931), a la sazón segundo jefe de las
fuerzas armadas de los Estados Unidos de guarnición en el sur de Europa, cuyas
oficinas radicaban en Verona. El 17 de diciembre de 1981 fue secuestrado en su
domicilio en dicha ciudad, por un comando de las Brigadas Rojas del
Véneto, que lo trasladaron inmediatamente a un domicilio particular de Padua,
en donde sería liberado sin derramamiento de sangre por efectivos de la Policía
especial italiana antiterrorista, el día 28 de enero de 1982. Se considera que
tan gran éxito policial fue un golpe muy importante para la pervivencia del
citado movimiento terrorista, considerado de extrema izquierda.
[37] Hago la
misma observación de las notas 7 y 21.
[38]
Recuérdese que Francesca escribía en 1996.
[39]
Nombre dado en consideración a la brigadista Annamaria (Cecilia)
Ludmann (1947-1980), fallecida, en unión de otros compañeros, durante un
enfrentamiento armado con la Policía en un domicilio de Génova, el 28 de marzo
de 1980.
[40] Alfredo Albanese (1947-1980), tiroteado el 12
de mayo de 1980, a la salida de su domicilio en Venecia.
[41]
Divisione Investigazioni Generali e Operazioni Speciali, a la que
pertenecía Alfredo Albanese.
[42]
Fue el movimiento más importante y sanguinario del terrorismo italiano, activo,
fundamentalmente, entre 1974 y 1988. Se calcula que contó a lo largo de su
historia con unos 900 simpatizantes y colaboradores, de los que entre 200 y 300
fueron miembros activos. El número de homicidios reivindicados por dichas Brigadas
en sus comunicados ascendió a un total de 86.
[43]
Los miembros de las Brigadas Rojas empleaban entre ellos nombres
supuestos, en general, pronto conocidos por la Policía especializada.
[44] Muy conocido vino de burbujas, producido en
una amplia zona del norte de Italia, dentro de las regiones del Véneto y el
Friuli.
[45] Véase
el comienzo de este capítulo y la nota 36.
[46]
Umberto Improta (1932-2002), alto funcionario de la Policía italiana,
especializado en temas de terrorismo, con importantes encargos en Roma, Milán y
Nápoles, principalmente. Dirigió las actividades policiacas en el asunto
Dozier, bajo la supervisión del pretor De Francisci, a quien se atribuye
-junto al Ministro del Interior, Virginio Rognoni- la decisión de dar carta blanca
a las violencias y torturas durante los interrogatorios para resolver dicho
caso, dada su gran importancia internacional.
[47]
El Lancia Beta Trevi fue un turismo de avanzado diseño para la época, de
gama media alta, que se fabricó entre los años 1980 y 1985.
[48] O
jefatura provincial de la Policía de Estado italiana.
[49]
Denominación coloquial de un grupo de policías genoveses, al mando del
comisario Nicola Ciocia, que se especializaron en el interrogatorio bajo
tortura, y tuvieron un papel muy destacado en el asunto Dozier.
[50] La
expresión se explica por lo expuesto en la nota 49.
[51]
Véanse los diarios L’Unità, 14 gennaio 1983, p. 5 y La Repubblica,
23 maggio 1984, archivio.
[52] Reitero
que el relato de Francesca data de 1996.
[53]
Lo que, según Francesca, resulta inverosímil, es completamente cierto.
La exbrigadista Emanuela Frascella trabaja desde 1990 en el centro de
Oncohematología Pediátrica de Padua, estando considerada una de las mayores
autoridades en Italia en materia de leucemias infantiles. Por lo demás, el
parecido vital de la doctora Frascella con el personaje ficticio de la doctora Emanuela
Lauria es pura coincidencia.
[54] Versión
española de Romeo y Julieta, de Shakespeare, acto II, escena 2ª.
[55] Véase
nota 2.
[56]
Véase nota 6. Agregaré que la adaptación al idioma español fue de Carlos
Céspedes. Los arreglos musicales y dirección de orquesta corrieron a cargo de
Miguel Ramos. El disco se editó con el sello Hispavox.
No hay comentarios:
Publicar un comentario