Historias de
traición (VI). El viacrucis del Padre Conklin
Por Federico Bello
Landrove
Esta serie sobre Historias de traición nos lleva ahora a la Irlanda de la Guerra
de Independencia y la Guerra Civil (1919-1923), desde la perspectiva de un
joven sacerdote que, en tan cruel tesitura, habrá de tomar partido por lo que
él considera los deberes de conciencia de un hombre de iglesia cristiano. Aún
tratándose de un eclesiástico imaginario, los problemas, personajes y
acontecimientos que lo rodean son bien reales, por desgracia.
1. Primera estación: Los fugitivos de la noche
Conocí al Padre
Michael Conklin en el Colegio de St. Patrick, cuando estudiábamos allí en los
años que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Ambos seguíamos en Maynooth
los estudios para el sacerdocio[1],
que él culminó en 1917, mientras que yo los abandoné un año antes, por razones
que no vienen al caso. Con todo, los años pasados en el Colegio en régimen de
internado crearon entre nosotros unos profundos lazos de amistad, que pueden
justificar la decisión que tomó mi amigo Mick,
cuando decidió expatriarse, a comienzos de 1923:
-
Toma
mi diario -me dijo- y haz de él el uso que tengas por conveniente, en bien de
la paz de Irlanda y de la unión entre nuestros compatriotas.
-
Si
me parece de interés -agregué-, ¿podría, incluso, publicarlo?
-
Te
repito que hagas con él lo que quieras. Adonde voy no creo que lleguen las
noticias de aquí. De todas formas, confío en tu discreción.
Supongo que no tendrá
queja de mi reserva: He esperado a tener noticia de su muerte para escribir
estas páginas, procurando alterar los nombres de lugares y personas -incluido
el del propio Mick-, de manera que ninguna persona particular pueda sentirse descubierta. Como es natural,
acontecimientos y personajes públicos son rigurosamente reflejados, a tenor de
lo que mi amigo dejó escrito. Ese es el mayor valor que puede tener un relato
que he trasladado de sus labios a los míos, reconociendo así mi condición de
narrador, como también mi decisión de escoger y resumir los acontecimientos.
***
Durante sus
estudios eclesiásticos en Maynooth, Mick aprovechó la oportunidad que daba la
Institución para diplomarse en Ciencias por la Universidad de Irlanda. Era, en
efecto, una mente privilegiada para las matemáticas, lo que -por extraño que
parezca- marcaría en gran parte su futuro destino como clérigo. Quiero decir
que, tras ordenarse y pasar cosa de un año en una parroquia de Coleraine[2],
fue llamado por Monseñor MacCaffrey[3]
para encargarse de la enseñanza de Álgebra en St. Patrick. Eso sucedió en la
primavera de 1919, cuando la rebelión contra el Gobierno británico se extendía
con gran intensidad y violencia por toda Irlanda, acaudillada por el Partido
político Sinn Féin[4]
y sostenida por su brazo armado, el IRA[5].
Con independencia
de la valoración que Mick pudiese dar, desde el punto de vista sacerdotal, a
aquellos tremendos excesos por ambas partes, me constaba que sus raíces estaban
muy lejos de aquel panorama de “independencia inmediata o muerte”. Su familia
-comerciantes dublineses- eran votantes del Partido de Redmond[6]
y, cuando el Levantamiento de Pascua[7],
él y yo habíamos tenido ocasión de cambiar impresiones y coincidir en que todo
aquello era un inútil sinsentido, que solo serviría para alzar barreras de odio
y arruinar las ya de por sí tristes perspectivas de aquella juventud en periodo
de guerra europea. Por eso, no me extrañó en absoluto lo que leí en su diario,
relativo a su estancia en Maynooth, censurando el apoyo prestado por ciertos
profesores a sus alumnos involucrados en el IRA, así como a la pasividad de las
autoridades que debían poner coto a tales actividades de sus discípulos, muchos
menores de edad. Debo antes consignar que parte de las afirmaciones de Mick a
este respecto no se referían, solo, a St. Patrick, sino a otros internados
docentes de la zona próxima a Dublín[8],
en alguno de los cuales daba ocasionalmente clases, por ausencia o enfermedad
de sus profesores de Matemáticas.
***
El Padre Conklin
era bastante independiente y estaba en buena posición económica, gracias a la
ayuda de su familia para completar sus ingresos personales. Decidió, pues,
alojarse en una pensión de Maynooth, no en las instalaciones del Colegio,
precisamente junto a la estación de tren, por así facilitar sus frecuentes
desplazamientos a Dublín. Eso fue lo que le permitió descubrir las actividades de algunos de sus alumnos en
horas nocturnas o, cuando menos, dedicadas a la meditación y oraciones previas
a acostarse. Recogeré literalmente algunas de las citas en su diario:
Aparte de ciertos rumores, mis sospechas
nacieron del hecho de que algunos de mis discípulos se durmieran en clase.
Podría haberse debido, sin duda, a que las lecciones les resultasen plúmbeas,
pero pude comprobar que se trataba siempre de los mismos alumnos, algunos de
ellos hábiles para las ecuaciones y algoritmos algebraicos. Comprendí que
alguna actividad les privaba del reparador sueño nocturno pero, considerando
que el tema era demasiado personal como para ser indagado por un mero profesor
de Ciencias, en principio no tomé cartas en el asunto…
…No era mi primer encuentro con chicos
estudiantes, cuando salía a pasear después de mis lecturas vespertinas y antes
de recogerme de nuevo en la pensión para hacer mi lectura de las Completas[9]. A pie o en bicicleta, generalmente por
parejas y portando mochilas o bolsos, con una actitud entre vigilante y
precipitada, todo me llevaba a pensar que estaban participando en labores de
ayuda a los rebeldes[10].
En efecto, la Señora O’Shaughnessy (la
patrona de Mick) me confirmó de modo
laudatorio que esos muchachos eran empleados por el IRA en labores de correo y
propaganda, cuando no en funciones más activas, como el transporte de armas y
la provocación de incendios.
…Aquella noche, al bajarme del tren y
tomar el camino a casa, a la salida de la estación, me di de manos a boca con
tres chiquillos -dos de ellos, seminaristas del Colegio-, que corrían hacia las
afueras, portando un cubo y unas brochas. Poco más allá, a punto de llegar a la
pensión, pude leer en una tapia una pintada fresca, todavía goteando, que
decía: Auxies and
Tans, tomb wait you![11] Eran las diez y cuarto de la noche.
Lo sucedido confirmó mis sospechas de que
St. Patrick no era una excepción en lo que ya había conocido sucedía en otros
muchos centros docentes en régimen de internado, con la indiferencia -cuando no
la inducción- de sus profesores. Cuando lo comenté con algunos de ellos, lo
vieron como normal, incluso en criaturas muy alejadas de la mayoría de edad. En
el mejor de los casos, los más críticos con el empleo de menores en conductas
de tanta gravedad y riesgo me confesaron: ¡Qué le vamos a hacer! Nos
enfrentaríamos a nuestros conciudadanos y, total, para no conseguir nada.
Mi amigo Conklin,
en cambio, decidió realizar el intento, esperando conseguir algo, dada la disciplina de su Colegio y
el carácter sagrado de la formación que impartía. Para empezar, suscitó el tema
de manera particular a los compañeros docentes de su mayor confianza. Al menos,
sacó en limpio que casi todos sabían de las escapadas vespertinas de algunos alumnos,
que regresaban a St. Patrick a altas horas de la noche. Por suerte, no habían
sufrido hasta entonces percance o detención ninguna. Con todo, a las preguntas
de Mick sobre qué les parecía lo que estaba acaeciendo y qué debería hacerse para
evitarlo, las contestaciones fueron de lo más variado y, en cualquier caso,
nadie parecía dispuesto a denunciarlo públicamente en claustro o ante las
Autoridades eclesiásticas. De lo que
colegí -indica en su diario- que no
había diferencia apreciable entre los profesores de los colegios laicos y los
del Seminario general de Irlanda, tan infectados estos de extremismo y de
violencia como aquellos.
Aunque las
perspectivas no fueran halagüeñas, Mick decidió acudir personalmente al Padre
Prefecto encargado de mantener la disciplina entre los seminaristas y el orden
en el internado. La conversación, según el diario, puede resumirse como sigue:
De manera muy poco convincente, el Padre
Garrity manifestó desconocer las salidas nocturnas de los alumnos, cosa que me
puso sobre aviso de su complicidad en ellas… Al insistirle en que había visto
con mis propios ojos, en dos ocasiones, a determinados seminaristas en las
calles de Maynooth en horas de reposo, se permitió ponerlo en duda -dado que
los vigilantes del Colegio nada le habían comunicado- y hasta, con cierta
insolencia, se permitió apuntar que mejor haría yo no saliendo tan tarde de la
pensión. Tuve que contenerme a duras penas…
Comoquiera que llevásemos veinte minutos
de reticencias y divagaciones, me decidí a preguntarle francamente si estaba de
acuerdo con que unos aspirantes al sacerdocio menores de edad se implicaran de
manera tan decidida en cuestiones políticas, a lo que Garrity me respondió que,
más pronto o más tarde, tendrían que dar el paso que la Iglesia católica de
Irlanda siempre había dado a lo largo de su historia: ponerse del lado de su
pueblo, maltratado y oprimido por Inglaterra desde hacía ochocientos años. Ante
lo cual, le repliqué que llevaría la cuestión al Presidente o al Claustro, para
ver si su visión de la Historia y de los deberes de los rectores de St. Patrick
coincidía con la suya. El Prefecto gruñó un haga lo que le plazca y se levantó, dando por concluida la conversación.
En realidad, no
tuvo tiempo mi amigo de cumplir su advertencia pues alguien se le adelantó. Dos días después de la entrevista con el
Padre Garrity, Monseñor MacCaffrey lo
convocó a su despacho y, de manera cortés y hasta cariñosa, cortó la disensión
por la vía de la disciplina y la unidad. Sin perjuicio de la promesa de vigilar
con mayor atención y eficacia las salidas no autorizadas de los alumnos, estaba
claro que no estaba el horno irlandés para los bollos que pretendía cocer en él el Padre Conklin. En consecuencia,
o dejaba de preocuparse del tema en cuestión, y hasta de comentarlo con otros
compañeros, o se vería obligado, con harto dolor de su corazón de padre, a
prescindir de sus servicios docentes en St. Patrick. Con todo respeto, Mick le
respondió que, por más que guardase silencio por disciplina, su ya conocida
postura política le haría muy
incómodo permanecer en St. Patrick, y a otros profesores tenerlo entre ellos.
En consecuencia, solicitó del Presidente que aceptase la dimisión que habría de
presentarle como profesor, al finalizar aquel curso de 1918-1919. MacCaffrey
debió de respirar aliviado, por quitarse de delante este peliagudo problema y
aseguró a mi amigo que, previa consulta con el Arzobispo Walsh[12]
-su Ordinario propio, como sacerdote dublinés-, le buscaría un destino acorde a
sus sobresalientes cualidades científicas. He de reconocer que cumplió su
palabra, solo que, como las más hermosas manzanas de los cuentos, el nuevo
destino le resultaría un tanto tóxico.
2. Segunda estación: Bonos de caridad
De entrada, Mick
fue despachado a la diócesis de Killaloe, como quien dice, donde Cristo dio las
tres voces. El obispo, monseñor Fogarty, se había hecho famoso por su
beligerancia en la cuestión de la conscripción[13]
y se decía que era uno de los prelados más próximos a las actuaciones del Sinn Féin, de cuya confianza gozaba
plenamente. Todo eso, en principio, pareció preocupar muy poco a mi amigo, más
inquieto por su escaso conocimiento del idioma gaélico, de uso común en aquel
condado del Oeste, con variedades dialectales diferentes del que se había visto
obligado a practicar en su anterior parroquia del Ulster[14].
No es que Conklin le hiciera ascos al idioma popular de Irlanda, sino que en
Dublín era poco utilizado y su familia no lo empleaba en la intimidad. Y
sabemos que en St. Patrick quedaba fuera del programa docente[15].
Pero el sacerdote propone y su obispo dispone: Estaba visto que Fogarty[16]
tenía designios diferentes para Mick, que el de enviarlo a una parroquia rural.
Es seguro que el
Obispo había recibido de antemano información extensa de las virtudes y
defectos de su nuevo presbítero. De todos modos, orientó su primera audiencia,
como si todo surgiera por mera casualidad. Leamos lo que escribe Mick a este
respecto en su diario:
Monseñor impresionaba al verlo por vez
primera. Alto, delgado, bien parecido, con abundante cabello canoso, ojos
azules que le penetraban a uno, pese al obstáculo de las gafas, impecablemente
vestido con todos los ornamentos propios de su cargo, no representaba los
sesenta y tantos años de su edad, y eso que -según me confesó- padecía
múltiples achaques, propios de la vejez en la que había entrado. Me pidió que le hiciera un breve resumen de
mi carrera anterior como seminarista y sacerdote, para ver de darme un destino
apropiado. Cuando llegué al punto de mi nombramiento de profesor de Álgebra en
St. Patrick, se hizo absurdamente de nuevas y me preguntó si mis dotes
matemáticas eran solo teóricas o comprendían ciertos conocimientos de
contabilidad y problemas financieros. Ignorando a dónde podría querer llegar,
le informé de que, como hijo de comerciante de cierto nivel, me eran familiares
tales prácticas y aún había seguido estudios de Comercio en una academia de
Dublín. Pareció satisfecho de mi respuesta y reaccionó indicándome de manera
ambigua que quizá tendría para mí un buen acomodo en la propia Ennis[17],
siempre que no estuviera especialmente interesado en la cura de almas en alguna
parroquia lejana. Como es natural, le
respondí que mis deseos estaban supeditados a su resolución pero que, en todo
caso, me parecía muy conveniente mejorar mi gaélico antes de ejercer labores de
predicación y apostolado en alguna iglesia perdida del Oeste.
Las insinuaciones
de Fogarty se convirtieron, días después, en la asignación a Mick de las
funciones de contable y administrador de los fondos especiales del patrimonio de la diócesis de Killaloe,
teóricamente a las órdenes del Canónigo Tesorero, McMullen, pero en realidad,
al servicio directo del Obispo, quien le preparó un despacho en su propia
residencia, un palacete situado a las afueras de Ennis[18].
Inmediatamente comprendió Mick que sus funciones iban a centrarse casi con
exclusividad en la recepción de fondos y el registro y documentación de los
mismos, correspondientes a la emisión y compra de bonos de la República de Irlanda, que el Presidente
rebelde, Éamon de Valera, estaba
promocionando por los Estados Unidos, con un éxito económico desbordante[19].
Era más problemático trasvasar los fondos hasta Irlanda, algo de lo que Mick
fue adquiriendo creciente información, aunque no se encargase directamente de
la recogida:
No me cabe ninguna duda -escribió en su
diario- que De Valera autorizó que los
fondos obtenidos por la venta de los bonos fueran a parar a ciertos elementos
de la archidiócesis de Nueva York, desde donde se giraban a bancos irlandeses o
británicos como resultantes de cuestaciones de las iglesias católicas
norteamericanas para subvenir a las necesidades de las de Irlanda.
Naturalmente, para despertar menos sospechas en los Gobiernos inglés y
estadounidense, las remesas se fraccionaban y transferían con cierta demora; y,
por supuesto, quedaban excluidas las grandes cantidades que De Valera usaba
para sobornar a políticos americanos, o para montar su propio negocio editorial
en los Estados Unidos[20].
Aunque no son
cosas que puedan aclararse en las breves anotaciones de un diario, del de
Conklin puede colegirse que su misión era la de estar al tanto de la
recaudación y, sobre todo, del trasvase de los fondos a los bancos e
instituciones irlandeses, llevar de ello la oportuna contabilidad y hacer
llegar los datos directamente a monseñor Fogarty, como uno de los tres fiduciarios[21] de la emisión de bonos. Una vez
revisada su labor por el Obispo, mi amigo solía trasladarse a Limerick para
exponer la situación al señor O’Mara y entregarle una copia de las cuentas.
Conklin escribía:
Fogarty se mostraba muy satisfecho de mi
trabajo y reserva pues -no me cabe duda- albergó en principio ciertas
suspicacias, como consecuencia de mi abrupta salida de St. Patrick. Con todo,
para avivar mi fidelidad, no dejaba de encarecerme lo bien que estaba viniendo
la ayuda de los irlandeses de América para ayudar a las muchas víctimas de la
rebelión irlandesa: a las familias de los muertos; a los heridos; a quienes
veían perdidas sus cosechas o incendiadas sus casas; a los que necesitaban
pasaje en un barco para huir y salvar su vida. Llegó a afirmar que no se hacían
distingos entre los dos bandos contendientes, ni por el hecho de ser, o no,
católicos: A todos procuraba llegarse aunque, lógicamente, primero a las
ovejas de nuestro rebaño. No dudo tampoco
de la especial prioridad de los pastores,
a juzgar por algunas evidencias que tenía en mi propia diócesis.
En cualquier caso,
Mick pasaba por alto lo que él llamaba pecadillos
o ligerezas casi inevitables,
tales como las citadas preferencias. Le tranquilizaba el hecho de que, en
paralelo a la emisión de los bonos de la responsabilidad de su obispo, el Sinn Féin emitía otros que, en unión de
los impuestos que bajo coacción
recaudaba, parecían servir para subvenir a las necesidades políticas y
militares de los rebeldes, dejando que los ingresos americanos siguiesen su
prometido sendero caritativo. Esa confianza se mostró errada un día de marzo de
1920, cuando Conklin coincidió en casa de O’Mara con Michael Collins[22],
nada menos. La irrupción precipitada de Collins en el despacho en que estaban
departiendo Conklin y O’Mara impidió a este tomar medidas para que no se
encontrasen los otros dos hombres. A mayores, hechas las presentaciones y
sabido por el recién llegado que el sacerdote era del Killaloe team[23],
Collins felicitó a mi amigo por el excelente trabajo que estaban realizando,
hasta el punto de que el dinero fluía con más rapidez que las posibilidades de
invertirlo. Acompañó este sorprendente comentario con un guiño de ojos, lo que
acabó por convencer a Conklin de que aquel violento héroe -que el clérigo
consideraba un asesino, como por entonces lo reconocían muchos otros
irlandeses- se estaba refiriendo a que buena parte del dinero del Obispo no iba a auxiliar a las víctimas del conflicto
armado, sino a la compra de armas y productos explosivos, que no siempre podían
adquirirse en el mercado negro en importantes cantidades, aunque se dispusiera
del dinero preciso para adquirirlos. Mick[24],
disimulando cuanto pudo el estupor y la vergüenza, se limitó a agradecer a
Collins las palabras elogiosas para su trabajo, que prometió transmitir a
Monseñor Fogarty.
En su diario
escribió:
Por unos días, estuve reflexionando qué
hacer. Hasta pasó por mi cabeza denunciar a la Policía lo que estaba
sucediendo. También pensé en visitar a Monseñor Logue[25], cuya Carta pastoral del año diecisiete[26] tan contraria era a que los hombres de
Iglesia se mezclaran en acciones violentas o análogas. Pero la experiencia que
ya atesoraba sobre la ineficacia de las normas en Irlanda -empezando por las de
los Evangelios- me movió a tomar una resolución final, que no llegaba más allá
de mantenerme al margen de aquella patraña de los bonos. Me presenté ante
Fogarty y, recordándole sus propias palabras, le indiqué que había llegado a
alcanzar un gran interés en dedicarme a la cura de almas en una parroquia
lejana. Muy extrañado, me preguntó por la razón de tan repentino deseo, a lo
que simplemente le respondí: Hace unos días, estuve hablando con Michael
Collins de nuestro trabajo aquí. El Obispo se puso colorado como la grana y
rezongó: En una semana te buscaré un destino que responda a tus anhelos.
3. Tercera estación: Sangre en la escalinata
El destino que respondería a los anhelos del
Padre Conklin resultó ser la parroquia de Carrigaholt[27],
un pintoresco pueblecito de pescadores, junto al estuario del Shannon. La
comunidad, totalmente de habla gaélica, era pastoreada desde la iglesia de la
Bienaventurada Virgen María[28],
por el párroco Uinsean Fermoyle, un rubicundo y agradable cincuentón, que
llevaba quince años en la misma sede. Más adelante, Mick llegaría a saber que
era uno de los sacerdotes más sinnféiners
de la diócesis, lo que ya era decir en aquella época y zona. Con todo y las
advertencias que seguramente le había hecho Monseñor Fogarty, recibió
afectuosamente a su nuevo coadjutor, le cedió una buena habitación en el piso
alto de la casa rectoral y -lo que hizo feliz a Mick- le encargó de las clases
de religión de la escuela del pueblo, levantada a la orilla del mar a finales
del siglo XIX[29]. Al
saberse de su excelente formación matemática, los maestros de niños y niñas le
ofrecieron la posibilidad de dar algunas clases de refuerzo en la materia, lo
que Conklin aceptó, sin compromiso de fechas.
Liberado de la
función de predicar, hasta tanto perfeccionaba su irlandés dialectal, pocas ocasiones tenía la prudencia de Mick de
ponerse a prueba, en lo tocante a sus opiniones políticas. Con los niños podía
explayarse, abriéndoles los ojos a una felicidad sin distingos de estirpes o
banderas, e insistiendo en el carácter sagrado de la vida y en la necesidad de
solucionar los conflictos por la vía del diálogo y la concesión. Era puro Evangelio -decía-, que esperaba
calaría en aquellas almas infantiles cuando llegasen a la edad de empuñar
arados o espadas.
Para lo que
referiré a continuación, interesan algunas precisiones que Mick recogió en su
diario:
La 1ª División del Oeste del IRA estaba dividida
en tres Brigadas para el condado de Clare: Oriental, Central y Occidental. Como
es lógico, Carrigaholt correspondía a la Brigada de Clare Oeste, que mandaba a
la sazón el Comandante Art O’Donnell. La península de Loop Head, donde se halla
Carrigaholt, dependía, a su vez, del 8º Batallón, que dirigía Eamon Fennell.
Aunque Carrigaholt y su entorno no eran tan importantes como para albergar una
Compañía del IRA, se rumoreaba con insistencia que en aquella zona hacía y
deshacía casi autónomamente uno de los subjefes del citado batallón, al que
luego me referiré. En otro orden de cosas, funcionaba en el pueblo uno de los
tribunales del Gobierno Provisional Irlandés, presidido por el famoso parlamentario y escritor, Brian O’Higgins[30] y, en ocasiones, el propio Art O’Donnell
impartía justicia mediante arbitraje de las disputas. En el lado contrario,
aparte las visitas esporádicas que rendían los ominosos Auxiliares y
Black&Tans[31], hasta agosto del año veinte Carrigaholt
contó con un cuartelillo del RIC[32],
cuyos efectivos eran de un sargento y
cuatro policías, estando vacante el puesto de Inspector[33].
Seguía el diario
indicando la tremenda situación de tensión en que se hallaban aquellos policías
y sus familias, irlandeses de pura cepa y, en general, católicos, viviendo en
medio de una población hostil y amenazados de muerte por el IRA, desde el año
anterior. Bien es cierto que, durante algún tiempo, las reticencias de la
Iglesia y de la rama menos violenta de los republicanos
condicionaban el atentado a que los agentes hubieran sido previamente avisados,
en atención a su conducta excesivamente beligerante o violenta hacia sus
antagonistas. Pero todo ello saltó por los aires, en el propio condado de
Clare, a raíz del llamado Domingo
Sangriento de Kilmihil[34],
una pequeña localidad muy próxima a Carrigaholt. Mick lo relataba así:
La asistencia a la Misa dominical de los
policías había llegado a ser una odisea.
Ni siquiera el cumplimiento del precepto eclesiástico estaba libre de peligros,
pese a que la mayoría de los feligreses veía con malos ojos la amenaza. Esta
se cumplió en Kilmihil, en la mañana del 18 de abril del corriente año[35], cuando la comitiva de policías católicos
fue tiroteada a la salida de Misa, cerca de la iglesia. Murió uno de los
policías y varios resultaron heridos. Al repeler el fuego, o como posterior
represalia, uno de los agresores de la fuerza pública también falleció. No ha
habido, que yo sepa, la grave sanción eclesiástica que merecía tan cruel
conducta, lo que puede hacer pensar que nuestro Obispo tiene en muy poco, no
solo la vida humana, sino el carácter sagrado de las iglesias y su entorno, así
como el cumplimiento de los Mandamientos de nuestra Santa Madre. Quiera Dios
que no acabe por suceder otro tanto en nuestra parroquia. Por de pronto, aquí
no se da, como en Kilmihil, la práctica de que los policías vengan a Misa en
grupo y con escolta armada a la puerta. Hasta ahora, no me había fijado en si
lo hacían de forma individual, o por familias. El Padre Fermoyle me ha indicado
que esto último es lo que hacen dos o tres de los agentes que forman la
guarnición de Carrigaholt.
Durante un par de
meses, la impresión por lo de Kilmihil y, tal vez, las tímidas admoniciones de
los eclesiásticos, parecieron imponer el respeto hacia quienes acudían a Misa.
Pero, cuando ya se había corrido la especie de que los RIC[36]
abandonarían Kilmihil para reagruparse con otros compañeros en Kilkee,
sobrevino el tiroteo del domingo, 1 de agosto, a la entrada de Misa. El policía
Hugh Murphy, que, en unión de su novia, subía la escalinata de la iglesia para
acceder al interior de esta, fue alcanzado en el hombro por un disparo de
escopeta realizado por un individuo, apostado entre los árboles del campo
parroquial. Casualmente, Mick se hallaba en el lugar, segando el césped, en
tanto el Padre Fermoyle se disponía a oficiar, como era lo habitual. Dejemos
nuevamente la palabra al diario de mi amigo:
Bien fuera por desinterés, bien por miedo a
que se produjeran nuevos disparos, ninguno de los concurrentes se acercó a
prestar auxilio a Murphy, no siendo su novia, llamada Siobhán, y yo mismo.
Aunque la herida no revestía especial gravedad, sangraba abundantemente y los
gritos de Siobhán, movían a compasión, pero insisto en que nadie se sintió impulsado
a prestar auxilio. Entre los dos, ayudamos a Murphy en la rectoral, donde
limpié y vendé la herida, mientras su novia iba a buscar al médico, cosa
facilitada por el hecho de que, en esos mismos momentos, estaba llegando a
Santa María para oír Misa. Completó hábilmente mi trabajo y, seguidamente,
Siobhán y yo acompañamos al herido hasta el cuartel de la Policía, donde se
produjo la alarma e indignación que eran de suponer. Pedí hablar a solas con el
Sargento y le rogué que, con independencia de las investigaciones pertinentes,
hiciese lo posible por evitar la excitación de sus hombres y, sobre todo, que
el hecho llegara inmediatamente a oídos del Ejército o de los Black&Tans.
Nada habría sido peor ni más inútil que las represalias indiscriminadas. El
Sargento Barry me lo prometió, agregando: Eso ha sido cosa de Ailín McDermott, que se la tenía jurada.
Cuando Mick
regresó a la rectoral, la Misa hacía tiempo que había finalizado. Encontró al
Párroco dispuesto a dar su paseo diario hasta el Castillo[37].
Decidió acompañarlo para tratar con él de lo sucedido, a más de informarle
sobre el estado del Sargento. Como es lógico, Fermoyle se congratuló de que la
herida no revistiese compromiso vital, pero desechó la sugerencia de poner el
hecho en conocimiento del Obispo. Pueden resultar de interés los argumentos que
ofreció:
Dijo que, mientras no se supiera el autor
del disparo, no le parecía oportuno preocupar al Señor Obispo por un incidente
sin graves consecuencias, que no tenía con la iglesia otra conexión que la de
haberse producido en sus inmediaciones. Añadió que, por si acaso el incidente
tenía un trasfondo político, ya se había referido a él en la predicación,
encareciendo el respeto que debía guardarse a todos cuantos acudieran a rendir
culto a Dios. De forma un tanto irónica le repliqué que, tal vez, Monseñor
Fogarty quisiera seguir la senda del Obispo de Cork, que acababa de anunciar un
extenso decreto de excomunión, a raíz del asesinato de un Sargento de la
Policía, tiroteado en el pórtico de la iglesia de Bandon[38].
Fermoyle sonrió, indicándome que no creía
que el Obispo de Killaloe participase de las rotundas ideas del de Cork, que
tampoco él mismo compartía, entendiendo que tan drásticas medidas no harían
sino poner a la población en contra de la Iglesia, sin conseguir que el IRA
diese su brazo a torcer pues -literalmente- los hombres de iglesia tenemos
muy poca influencia sobre ellos. Yo
insistí en que, si no comunicaba él los hechos a Monseñor Fogarty, lo haría yo,
a lo que me contestó de manera hosca que me enterase bien de las desavenencias
personales entre Murphy y McDermott, antes de meterme en líos. Comoquiera que
la sibilina alusión de mi compañero parecía coincidir con la convicción del
Sargento Barry, decidí informarme previamente a visitar al Obispo.
No sé si le habría
sido fácil a Mick alcanzar tal información. Lo cierto es que la misma le llegó
de manera imprevista y por una testigo de plena confianza, como seguidamente
tendré ocasión de exponer.
4. Cuarta estación: El secreto de confesión
Como ya sabemos,
la predicación era la gran limitación que al Padre Conklin le imponía su
deficiente uso del gaélico. Misa dominical, novenas y conmemoraciones de los
santos le estaban, por ello, vedadas. En cambio, Fermoyle le asignó la mayor
parte del tiempo de confesonario pues, según él, sería un buen banco de pruebas
para perfeccionar su irlandés. En último extremo -como le había dicho medio en
broma a su coadjutor- muchos de los penitentes agradecerían que no se enterase
muy a fondo de sus pecados.
Tal vez por eso,
la joven Peig Roscommon se acercó muy de mañana a la iglesia para confesar con
el Padre Conklin y, seguidamente, oír la misa de las siete y media, que él
mismo oficiaba. Era el lunes siguiente a la fiesta de la Asunción de la Virgen,
Patrona de la parroquia[39].
El sacerdote dejó plasmada en su diario esta confesión, de la siguiente forma:
Se sentía pecadora porque, el pasado 1 de
agosto, había acompañado al individuo comisionado por el IRA para disparar
contra el Sargento Murphy, con orden de matarlo. Como dicho criminal era
forastero y no conocía de vista al policía, fue Peig quien le indicó el mejor
lugar para apostarse y le hizo luego una seña cuando Murphy iniciaba la subida
de la escalinata. Habían contado con ella como hermana del quartermaster[40]
del batallón del IRA en esta zona. Sin
necesidad de que le pidiera la aclaración, me hizo saber que no había sido su
hermano quien ordenó el atentado, sino Ailín McDermott, el sanguinario subjefe
del 8º Batallón, que era quien hacía y deshacía en Carrigaholt y su comarca,
según opinión general. Recordando entonces las alusiones del Sargento y del
propio Fermoyle a que, entre Murphy y McDermott, había desavenencias
personales y a que este se la tenía
jurada a aquel, pregunté a Peig qué
podría llevar a un hombre -por muy violento que fuese- a ordenar la muerte de
otro, un simple policía que ningún mal le había hecho. Ella me contestó que
Siobhán O’Rourke era la causa de la enemistad, por una cuestión de celos. Al
disgusto que provocaba el que una muchacha irlandesa entrase en relaciones con
un agente del orden, por muy irlandés y moderado que fuese, se añadía en este
caso el que la joven y McDermott habían tonteado cuando adolescentes.
Días más tarde, se
cerró el cuartel de la Policía en Carrigaholt y desapareció el último resorte
ordinario del poder británico en el pueblo. A partir de entonces, solo las
visitas esporádicas y ominosas del Ejército o los Black&Tans recordaban que aquel rincón de Irlanda seguía bajo
la férula de la Corona. Los sinnféiners
Brian O’Higgins y Eamon Fennell pasaron, de
facto, a ser las Autoridades civil y militar del lugar[41].
El Capitán McDermott reapareció a
plena luz del día, alternando sus estancias entre Carrigaholt y Doonaha.
En tales
circunstancias, la confrontación armada en la localidad y, en general, en la
península de Loop Head tenía que ser buscada de propósito por el IRA, bien para
hacerse con las armas de que tan escaso andaba, bien para causar bajas a
policías o militares adversos. Muy cerca -en el espacio y en el tiempo- de la
confesión de Peig Roscommon se produjo una de las más sangrientas y famosas emboscadas del IRA a las fuerzas de la
Corona: la de Rineen, del 22 de septiembre de 1920, en las cercanías de Drummin,
con el resultado de seis policías muertos, más los cinco civiles que los Black&Tans asesinaron durante las
represalias[42]. Y, si
cito este episodio, es por la impresión y efecto que produjo en Mick, como se
refleja en su diario:
Una vez más, tuve ocasión de constatar la
tibieza de la reacción de Monseñor Fogarty, en la línea desgraciadamente usual
entre nuestros Obispos[43]. He leído con detenimiento las recientes palabras de nuestro Primado, el
Cardenal Logue, oponiéndose frontalmente a las campañas del IRA y de las
Fuerzas británicas de asesinar al contrario en nombre de la libertad, el orden
o la represalia, y estoy dispuesto a procurar que se haga justicia, sin esperar
más a que se conmueva mi Prelado. Lo de Rineen no puede repetirse: Unos matan
casi a mansalva y huyen, mientras otros, sin oposición y por venganza, matan o
dejan en la ruina a personas inocentes.
Si lo de Rineen no se repitió en las
proximidades de Carrigaholt, fue gracias a la intervención de mi amigo Conklin,
aunque él lo ignorase hasta algún tiempo después. En un primer momento, solo
pensó en dar un escarmiento a McDermott, cuya vida sentimental parecía estar en
la misma línea violenta que manifestaba en el orden político. La señorita
Roscommon -que debía de haber tomado confianza con Mick- volvió a sincerarse en
confesión. Él lo recoge así en su diario:
En vísperas de las celebraciones de los
Santos y los difuntos, Peig acudió al confesonario en lo que yo entendí, más
como petición de ayuda, que no reconocimiento de pecado. Relató que, desde
hacía unos meses, venía manteniendo relaciones íntimas con Ailín McDermott, movida
del temor reverencial -o miedo, a secas- que su familia y ella tienen al
susodicho, apoyado en todo por el hermano de ella, también uno de los jefes del
Batallón del IRA en la zona. Para mayor precisión de la confesión, le pregunté
cuántas veces habían consumado la unión, a lo que ella me dijo que, al principio,
había sido de manera esporádica, por temor a ser detenido por la Policía, pero
que, al abandonar esta el puesto de Carrigaholt, las visitas se habían hecho
más frecuentes, casi siempre en viernes o sábado. Yo, además de animarla a que
resistiera y de darle la absolución, le sugerí que hablase con el Padre
Fermoyle, cuyo ascendiente entre sus feligreses era proverbial. Peig me pidió
que, ya que yo conocía su falta, no la obligase a pasar por la vergüenza
adicional de dar la cara ante el párroco, de manera que fuese yo quien se lo
pidiera. Con malicia, aunque no con premeditación, acepté el encargo, con la
observación de que sería mejor que Fermoyle pudiese hablar de una sola vez a
todos los implicados, incluyendo a McDermott, que era el principal destinatario
de la reprensión. Peig me hizo saber que, salvo cambio de planes de última
hora, iría a su casa el próximo día 16 de noviembre[44], dado que ella celebraba su onomástica y él
le había prometido que asistiría a la fiesta familiar. Yo le hice ver lo inadecuado
del momento para aparecer y soltar una reprimenda, cosa en que convino, quedando ambos en que sería mejor
dejar la visita del párroco para una mejor ocasión.
El paso siguiente
de Mick, ya completamente decidido a pararle los pies a McDermott, sin abdicar
la tarea en el imprevisible Padre Fermoyle, fue la de aprovechar la tarde del
domingo anterior para llegarse a Kilkee y visitar al policía Murphy, con la
disculpa de interesarse por el estado de su herida. Naturalmente, sin referirse
a la fuente de conocimiento, le manifestó que sabía con certeza que Ailín
McDermott había sido el inductor del atentado contra él, así como que, si
estaban interesados en detenerlo, lo podían hacer a la tarde del martes
siguiente en el domicilio de la familia Roscommon. Murphy tomó buena nota y
prometió al sacerdote mantener el anonimato de la denuncia. De manera jocosa,
Mick escribió que tanta reserva le costó cien libras, que era el precio que las
Autoridades británicas habían puesto por la entrega
de McDermott[45]. De
haber pasado un par de semanas más, la recompensa habría sido, sin duda, muy
superior pues estaba en marcha un golpe dirigido por McDermott, similar al del 4º Batallón[46]
en Rineen, atacando el convoy policial que hacía el relevo de la fuerza entre
Kilrush y Kilkee[47]. La
leyenda heroica del IRA cuenta que la oportunidad fue desbaratada por la simple
detención del activista que iba a dirigir la operación, pero es más cierto que,
una vez detenido, McDermott confesó con todo detalle -seguramente, bajo tortura-
lo que se estaba preparando, por lo que no hubo más remedio que abortar la
emboscada.
Quiero añadir que
la detención de Ailín fue consumada, de forma tan sorpresiva, que no fue
necesario hacer uso de las armas. El detenido fue trasladado al cuartel de la
Policía de Limerick y, tras juicio sumario, fue pasado por las armas a finales
de diciembre de 1920. Uno de los cargos más graves fue, naturalmente, la
tentativa de asalto al convoy, a que he hecho referencia.
Para entonces, el
Padre Conklin estaba ya, como quien dice, haciendo las maletas para trasladarse
a Cork. Las razones y las consecuencias de tal viaje quedarán expuestas en el
capítulo siguiente.
5. Quinta estación: El abandono de los mejores
La gota que
desbordó el vaso fue el entierro de McDermott, el penúltimo día del año. La
habitual parafernalia de las honras fúnebres por los miembros del IRA
ejecutados o fallecidos en combate o en huelga de hambre, hubo de abreviarse en
este caso, debido a la demora de las Autoridades británicas en entregar a la
familia el cuerpo del fusilado. Con todo, y sin abrir el ataúd en ningún
momento, se procedió a la colocación sobre el féretro de la bandera republicana
de Irlanda, con formación de honor de compañeros armados y descargas de fusilería
de duelo, todo ello en el cementerio de Kilkrony, distante de la iglesia cosa
de una milla. Hasta llegar esos momentos puramente profanos, hubo en Santa
María, atiborrada de fieles -que se desparramaban por el campo de la parroquia
y la escalinata de acceso-, un funeral corpore
insepulto, oficiado por los párrocos de Carrigaholt y Doonaha[48],
así como el propio Mick. Dejemos que sea este quien exprese sus impresiones,
tal y como las recogió en su diario:
El inevitable elogio fúnebre que se
dispensa, con mayor o menor justicia, a todo difunto se llevó en este caso por
derroteros de patriotismo, valor y sacrificio, que tal parecía que el finado
McDermott había combatido para salvar a sus compatriotas de los microbios de la
tuberculosis, o que hubiese muerto por rescatar a algunos pescadores de perecer
ahogados. Luego, el cortejo hasta el cementerio, con cruz alzada y cara
compungida, el coche fúnebre entre hombres armados y una larguísima cola de acompañantes,
se me hicieron insufribles, al recordar que, si yo no hubiese tomado parte en
la marcha de los acontecimientos, seguramente el muerto estaría bien vivo.
Finalmente, nuestra presencia sacerdotal, mientras el IRA hacía su
manifestación de fuerza y garrulería, acabó con mi paciencia. Cuando, bien
caída la noche, regresamos a la casa rectoral, tomé un bocado en la cocina y
subí inmediatamente a mi dormitorio. Supongo que el hecho de que ni me
despidiese de él, haría comprender a Fermoyle las razones de mi enfado.
En clara
coincidencia cronológica, Mick Conklin se sintió sacudido, como otros muchos[49],
por el decreto del Obispo Cohalan, de Cork, que excomulgaba a cualquiera que,
en la diócesis de Cork y a partir de entonces[50],
organizara o tomase parte en emboscadas o asesinato, o meramente intentase
este. Reconfortado, sin duda, por aquel rasgo episcopal, pasada la festividad
de Año Nuevo, se ausentó de la parroquia para ser recibido en audiencia por su
obispo, Monseñor Fogarty, llevando la pretensión de que le concediese una
licencia de, al menos, tres meses, para llevar a cabo un retiro espiritual y
tratar de poner en orden su conciencia. Como es natural, Mick no fue muy
detallado en este punto, pero el diario revela que:
Aunque Fogarty comprendió inmediatamente
cuáles eran las tensiones que atribulaban mi alma, no pareció dispuesto a darme
lo que le pedía, alegando que Carrigaholt era una parroquia lo suficientemente
tranquila, como para simultanear su atención y mis introspecciones. No tuve más
remedio que insinuarle mi inclinación a denunciar en la prensa británica la
condescendencia en la diócesis de Killaloe con los crímenes del IRA. En ese
mismo momento dio por terminada nuestra entrevista, diciéndome que podía contar
con la licencia trimestral solicitada, tiempo que él emplearía, a su vez, en
interesar del Arzobispo de Dublín que me recuperara como sacerdote de su
diócesis, librándolo a él de tan extremista e indisciplinado presbítero.
***
La ejecución de
Ailín McDermott, aunque la juzgase proporcional a sus crímenes, no dejó de
producir en el ánimo de Mick una profunda impresión, que vino a unirse a sus
crecientes dudas acerca de seguir ejerciendo el sacerdocio en las condiciones
de violencia y división que se daban en Irlanda. La carta de licencia que se le
extendió indicaba que pasaría el trimestre en su casa familiar de Dublín, pero
decidió iniciar el permiso visitando al obispo Cohalan de Cork. Su valiente
actitud frente a todo tipo de crímenes políticos se lo presentaba como un alma gemela, por más que no lo conociese
mas que de referencia. Por tanto, vistió traje de laico y, sin volver a
Carrigaholt, tomó en Ennis el autobús de Limerick y, desde aquí, el tren hasta
Cork.
Al llegar a su
destino, Mick quedó sobrecogido por la devastación y ruina que se respiraba en
el centro de la ciudad, por efecto del incendio causado intencionadamente por
los Auxiliares y Black and Tans, un mes antes[51].
Contemplando la magnitud de la represalia, todavía le resultaba más admirable
que el Obispo, sin dejar de condenar esta, se hubiera atrevido a excomulgar a
quienes hubiesen participado de la emboscada que desencadenó tamaña venganza. Alquiló
una habitación en una modesta pensión junto al brazo izquierdo del río Lee,
donde dejó el equipaje, siguiendo camino hasta la catedral católica, con la
pretensión de pedir audiencia al obispo. Comoquiera que, a pesar de su
condición sacerdotal, no se lo pusieran fácil, se enteró de la hora en que
Monseñor Cohalan decía misa a diario, gracias a lo cual -y a aludir a su
anterior condición de profesor en St. Patrick, así como a que estaba solo de
paso por Cork- consiguió que el prelado le hiciera un hueco en su agenda, en la
tarde del día siguiente.
Cohalan era casi
coetáneo de Fogarty, si bien su apariencia era mucho menos distinguida que la
de su colega de Killaloe: de estatura poco más que mediana, calvo, rostro
redondo, gafas de montura apenas conspicua, sotana excesivamente corta y
complexión asténica, solo lo penetrante de su mirada resaltaba a simple vista.
Pero bien sabía Mick que se las tenía con un espíritu firme, un obispo sin
concesiones que, por otra parte, estaba pasando uno de los momentos más duros
de su vida[52].
Dejemos que sea el
propio Conklin quien nos resuma parte de la entrevista:
… Una vez le hube hecho el resumen de mi breve
vida sacerdotal y de las razones por las que había decidido pedir su opinión,
Monseñor me hizo ver lo inadecuado que era -canónicamente hablando- pedir
consejo espiritual a un obispo que, ni era el propio, ni aquel en cuya diócesis
se venía ejerciendo. Ahora bien, si me decidía a dar a nuestra charla el
carácter de una confesión, muy gustosamente acogería mis preocupaciones y
procuraría darme ayuda y respuesta, en nombre de Dios, Nuestro Señor.
Naturalmente, acepté la sugerencia y, ya en modo sacramental, aunque sin
formalidades externas, volví a exponerle lo sustancial de cuanto antes le había
relatado. Al concluir, me indicó que había dos cuestiones diferentes a tratar.
En cuanto a una de ellas, la de mi actitud crítica hacia la violencia ejercida
por el IRA en nombre del patriotismo y de la libertad, opinaba de forma
parecida a mí y no creía que fuera otro el sentir de la mayoría de los obispos
de Irlanda y de muchos de sus sacerdotes, entre otras cosas, porque el
enfrentamiento no era solo con los ingleses, sino con muchos irlandeses que no
compartían los ideales de la absoluta independencia, o la forma violenta de conseguirla.
No dejaba de reconocer que la condena de la violencia estaba siendo silenciada
en exceso por el miedo o una mal entendida prudencia, pero esa reprensible
tibieza no podía ser impuesta por disciplina eclesiástica, ni los cristianos
tenían que tenerla por la posición oficial de la Iglesia Católica, que solo el
Papa y, bajo él, el Primado de Irlanda y el Sínodo episcopal de la Isla, podían
establecer. En consecuencia, me exhortaba a permanecer fiel al quinto
mandamiento y al Evangelio, sufriendo con paciencia las consecuencias de tal
fidelidad.
Por lo que hacía a mi incumplimiento del
secreto de confesión y la consecuencia mortal que acabó teniendo el mismo,
Monseñor Cohalan reconoció que, pese a las indudables atenuantes que tan grave
infracción tenía, la misma era moral y canónicamente indisculpable. En el
primer aspecto, como pecado reservado[53],
me aconsejaba confesarlo con el arzobispo
de Dublín, quien vería de adoptar las oportunas sanciones disciplinarias…
… Me despidió afectuosamente, prometiendo
que me tendría presente en sus oraciones. Todavía, a la puerta de su despacho,
hasta donde me acompañó, y mientras me daba a besar su anillo, susurró: No olvide que esta tribulación
pasará, y no tardando. No tome, pues, una resolución definitiva por el momento.
***
No ocultaba Mick
su temor a la recepción por Monseñor Walsh[54].
A la gravedad de su pecado, añadía la sospechada proclividad del prelado de
Dublín hacia el independentismo[55],
así como la más que probable carta que Fogarty habría enviado a Dublín, en los
términos negativos que ya había avisado. Para evitar agravar aún más las cosas,
Conklin descartó aludir a su entrevista previa con el obispo Cohalan,
decidiendo presentarse ante Walsh como si lo hubiese hecho sin ser aconsejado
en tal sentido.
Contra lo
imaginado, el Arzobispo reaccionó de manera mesurada. Escuchó con leves
interrupciones el relato de Mick y lo emplazó para recibir la contestación, una
semana más tarde. Entre tanto, y cayendo muy adelantada la cuaresma en aquel
año de 1921[56], tuvo
la satisfacción de leer el mensaje cuaresmal de Monseñor Logue, el Cardenal
Primado de toda Irlanda, en el que se denunciaban vigorosamente los asesinatos,
cualquiera que fuese la persona que los cometiera. También lo fortaleció la
recepción de sus padres, que se mostraron dispuestos a recibirlo en la casa y en
el negocio familiar, pues antes es tu
conciencia que todos los obispos del orbe, según expresión de su madre.
A la semana
siguiente, el Arzobispo ya tenía preparada la sentencia para Mick. Este lo reflejaba así en el diario:
Con la finalidad de que nada trascendiera
del caso -pues podía peligrar mi integridad-, no habría expediente ni sanción
por escrito, siempre que yo me aquietara con lo que, con ánimo de corrección
paterna, me impondría Su Reverencia: Tres años sin poder confesar y mi destino
a una parroquia lejana, naturalmente distinta de aquella en que había
cometido el pecado. Me manifestó que, si
por él fuera, me enviaría lejos de Dublín, para que la sanción tuviese algo de
efectivo castigo, pero que no se atrevía a traspasar la responsabilidad a un
obispo distinto de él. Se me ocurrió entonces -y tiempo tendría luego de
arrepentirme de la ocurrencia- que me trasladase a la diócesis de Cork, pues
había tenido la oportunidad recientemente de conocer a Monseñor Cohalan y ambos
habíamos congeniado. Walsh sonrió y me dijo que, si yo obtenía el
consentimiento del obispo corky[57], por él, encantado. Ni que decir tiene que
llamé inmediatamente por teléfono al prelado, que tuvo la gentileza de aceptar
el encargo, de lo que mandó al arzobispo Walsh un documento acreditativo.
El Padre Conklin
se incorporó a su nueva parroquia de Cork a mediados de abril de 1921. Aunque por
la ferocidad de la lucha no lo pareciera, no estaba lejos la tregua o alto el
fuego entre el IRA y las fuerzas de la Corona[58].
El condado de Cork era uno de los más nacionalistas, si bien su lejanía de
Dublín y su extensión limitaban mucho la presencia y esfuerzo del Gobierno
británico para seguir manteniéndolo como verdadero territorio sujeto a su
soberanía. Temiendo que la experiencia de Mick en el Condado fuese nefasta, si
lo destinaba a una iglesia rural, Monseñor Cohalan lo introdujo en la parroquia
urbana de San Vicente de Paul, con el encargo adicional de enseñar matemáticas
en el colegio que las Hermanas de la Presentación tenían abierto en Mallow
Lane. Cuando Mick le dio las gracias por la gentileza de mantenerlo en el
ámbito de la ciudad de Cork, Cohalan le contestó con una frase que se le quedó
grabada y recogió en su diario:
-
Vendrán días mejores para Irlanda y,
en previsión, hemos de evitar que la abandonen los mejores de sus hijos.
6. Sexta estación: Morir en el Condado propio
Apenas había
tenido tiempo Mick de hacerse a su ambiente y deberes en Cork, cuando se
produjo la tregua entre el Sinn Féin y
el Gobierno británico, que ponía fin temporalmente a las hostilidades y abría
obvio camino hacia la autonomía irlandesa, en términos parecidos a la de los
Dominios[59] del
Reino Unido. El desarrollo de las conversaciones de Londres, hasta concluir con
el Tratado del 6 de diciembre de 1921, cambió radicalmente la opinión de Mick
-y la de muchísimos otros- sobre Michael Collins y, no digamos, lo que sucedió
después. La gran mayoría del pueblo y de los obispos y demás clérigos católicos
apoyaron sin ambages la ratificación del Tratado y la creación del Estado Libre
de Irlanda. No solo el avance hacia mayores cotas de libertad era enorme, sino
que resultaba evidente que habría de traer la independencia a medio plazo. En
todo caso, nada de lo pactado justificaba mantener una especie de guerra -con
todas las de perder para los republicanos-
y, menos aún, la guerra civil entre irlandeses, que preconizaban De Valera y
buena parte de los jefes del IRA. Cuando, pese a todo, se desataron las
violencias en la primavera de 1922, diversas partes de la Isla quedaron en
estado de insurrección contra el Gobierno Provisional de Irlanda. Los
partidarios de este pusieron su confianza en la capacidad militar de Collins y
los suyos, y a fe que demostraron sobradamente su eficacia: en un par de meses,
los irreductibles del IRA fueron sometidos, salvo -precisamente- en el
suroeste, en particular, los condados de Kerry y Cork, extensos y accidentados.
Mick escribía:
Es como si hubiésemos de sufrir por nuestros
pecados la maldición que, medio en broma, se dice que pesa sobre los
irlandeses: Que no tenemos otra convicción política que la de enfrentarnos con
el Gobierno de turno, sea el que fuere. Hablar con los levantiscos es una tarea
inútil. Los más valientes de entre
ellos son envejecidos pistoleros, o barbilampiños que ponen su honor en el
gatillo, o recalcitrantes fenianos que no soportan que los hayan descabalgado
del poder. Es inútil recordarles que elecciones y plebiscitos los colocan en
una clarísima inferioridad, o que están levantando una muralla insuperable en
el Ulster. Yo dedico todas mis catequesis, homilías y charlas a predicar -en el
desierto- la paz y la prudencia, pero, en el fondo, no abrigo otra esperanza que
la de que llegue aquí Collins y acabe con todos estos cabezas de piedra, como solo él sabe hacerlo.
Desgraciadamente para Collins y para Irlanda, el General en Jefe no cayó sobre Cork con
toda su fuerza militar, sino en una especie de descubierta que nadie podía
entender, aparte de él. Fue entonces cuando, a las advertencias de sus adeptos,
respondió, con su sentido del honor habitual, que no iban a matarlo en su propio Condado[60].
Su optimismo resultó infundado y, a última hora de la tarde del 22 de agosto de
1922, fue emboscado, tiroteado y muerto.
***
Aquel crimen
significó para el Padre Conklin la última estación de su viacrucis en Irlanda.
Le resultaba imposible desarrollar su ministerio con el mínimo de sinceridad y
benevolencia que él consideraba imprescindibles. Tras comunicarlo a Monseñor
Cohalan, escribió al Arzobispo Byrne[61],
solicitando que le autorizase, por razones de conciencia, a trasladar sus
tareas sacerdotales a cualquier diócesis del mundo católico fuera de las islas
británicas, como por otra parte era frecuente, a consecuencia de ser el número
de presbíteros irlandeses claramente superior al que la Isla precisaba. Al
pasar un mes sin recibir contestación, Cohalan le recomendó que viajase hasta
Dublín, para hacer la gestión en persona. Al propio tiempo, el Obispo de Cork
le prometió exponer su caso al Primado Logue, entendiendo que, por tratarse de
un caso de traslado fuera de Irlanda, también convenía obtener el beneplácito
de la máxima autoridad de la Iglesia local.
Fue en aquellos
momentos de tensión, cuando me encontré casualmente con Mick en la calle
O’Connell. Estaba muy ilusionado por la entrevista que acababa de tener con el
Presidente del Colegio de Maynooth, Monseñor MacCaffrey[62],
que parecía abrirle las puertas de un esperanzador traslado a la archidiócesis
australiana de Melbourne. La razón de ser era recogida de este modo en el
diario:
Tuve la ocurrencia de visitar en St.
Patrick al Presidente, cuyas influencias en la Iglesia, dentro y fuera de
Irlanda, son archiconocidas. Me recibió de manera inmediata y muy cariñosa: Se
ve que el agua corrida bajo los puentes de nuestro país desde la primavera de
1919 le ha cambiado su forma de pensar. Lamentó haberme despedido del Colegio
por defender la apoliticidad de nuestros alumnos y reconoció que, de aquellos
polvos de nacionalismo e indisciplina, han venido los actuales lodos de
marginación social de la Iglesia y tremenda guerra civil. Al informarle de que
me hallaba en la tesitura de salir de Irlanda o de abandonar el sacerdocio,
abrió un cajón de su mesa de despacho y sacó una carta, que dijo ser del
arzobispo Mannix[63], en
la que le pedía recomendaciones de profesores para un gran Seminario que iba a
abrir para Navidad en Melbourne[64]. Me ofreció la posibilidad de indicar mi
nombre como profesor de Matemáticas y sacerdote curtido y baqueteado en las luchas irlandesas. Yo acepté de muy
buen grado y él quedó en ponerse también en contacto con el Arzobispo de Dublín
para que no pusiera ningún obstáculo a mi marcha, si Mannix finalmente aceptaba
mi candidatura.
Como la cosa
prometía y hacía mucho tiempo que no nos habíamos visto, invité a Mick a tomar unas
cervezas en Mulligan’s. Estuvimos
charlando casi dos horas, constatando nuestra total coincidencia de pareceres
en cuanto a lo absurdo de la guerra y a la responsabilidad que en ella había
tenido buena parte de la Iglesia católica de Irlanda, jugando a conseguir
popularidad e influencia con el independentismo, aunque el mismo fuese
violento, excluyente y, en el fondo, innecesario. Mick, que era buen conocedor
de la historia eclesiástica, comentó con amargura:
-
Es
lo de siempre: la religión se dedica a bendecir los cañones y a rezar por la
victoria, en vez de recordar el quinto mandamiento y actuar en consecuencia.
Después de la
segunda pinta, mi amigo, quizás algo achispado, me preguntó:
-
Andy,
¿crees que, si algún día llega a saberse lo de McDermott, me considerarán un
traidor?
-
Sin
duda, respondí en tono de broma. No mereces contarte entre el número de los
hijos de St. Patrick.
Mick sonrió:
-
Así
que eres uno de los chupatintas en la
secretaría de Cosgrave[65]
-dijo-.
-
En
efecto, pero con grandes expectativas de llegar a la cumbre -repliqué en
guasa-.
-
Pues,
por si te sirve de algo -añadió Mick-, voy a regalarte algo de lectura para el
camino. Eso sí, a condición de que el viento de la vida me lleve al otro
hemisferio.
Pues bien, el viento
sopló y tuve lectura para mi camino a la gloria; un texto que he querido
compartir con ustedes, una vez que -muy probablemente- haya llegado a ella mi
buen amigo Mick Conklin, por otro nombre, el
traidor de Carrigaholt.
[1]
El Colegio de St. Patrick, en la localidad de Maynooth (condado de Kildare,
República de Irlanda) fue fundado en 1795, habiendo pasado hasta el presente
(2019) por múltiples avatares, siendo conocido, sobre todo, como Seminario
General de Irlanda, que llegó a ser el más grande del mundo católico, con unos
quinientos alumnos ingresados anualmente. En 1896 recibió la consideración de
Universidad Pontificia y en 1910, la de colegio
reconocido por la Universidad Nacional de Irlanda, para impartir grados en artes y en ciencias.
[2] Condado
de Derry, en el Ulster (actual Irlanda del Norte)
[3]
James MacCaffrey (1875-1935), Presidente de St. Patrick y Pro-Vice-Canciller de
la Universidad Nacional de Irlanda (1918-1935).
[4]
Sobre este Partido político clave en la Irlanda del siglo XX, es muy
recomendable el siguiente libro, traducido al español: Brian Feeney, Sinn Féin, un siglo de historia irlandesa,
EDHASA, Barcelona, 2010.
[5] Siglas
de Irish Republican Army, o Ejército
Republicano Irlandés.
[6]
Se trata del Partido Parlamentario (o Parlamentarista) Irlandés, que dirigió
John Edward Redmond (1856-1918) entre 1900 y 1918, cuando falleció. Se trataba
de un Partido moderado, de corte
autonomista, que se satisfacía, en principio, con un amplio Home rule (autonomía) dentro del Reino
Unido. Su crisis final está recogida, por ejemplo, en Connor Mulvagh, The Irish Parlamentary Party at Westminster,
Manchester University Press, 2016.
[7]
Alzamiento armado del IRA contra el Gobierno británico, desarrollado
principalmente en Dublín, iniciado el lunes de Pascua (24 de abril) de 1916, el
cual fracasó militarmente después de seis días.
[8]
Recordemos que Maynooth se encuentra a 25 kilómetros de Dublín.
[9]
Parte de la lectura o celebración del
Breviario, obligada para los sacerdotes católicos antes de entregarse al
descanso nocturno.
[10]
Calificativo que los ingleses daban a los activistas en pro de la independencia
de Irlanda. Aquí, el Padre Conklin lo toma en préstamo, con cierta ironía.
[11]
¡Auxiliares y Black&Tans, os espera
la tumba! Unos y otros eran Cuerpos paramilitares oficiales, empleados por
el Gobierno británico en Irlanda para combatir a los rebeldes, ayudando en esta labor al Ejército y a la Policía.
[12] William
Walsh (1841-1921), Arzobispo de Dublín entre 1885 y 1921.
[13]
Polémica surgida cuando los británicos pretendieron reclutar a mozos irlandeses
para el frente francobelga, no de modo voluntario -como hasta comienzos de
1918-, sino de manera obligatoria. Aunque tal propósito solo se consumó muy
parcialmente, por terminación de la guerra, la medida exacerbó los ánimos de la
sociedad irlandesa, acaudillada por la Iglesia católica y el Partido político Sinn Féin.
[14] En aquel tiempo, la provincia del Ulster
estaba integrada en la unidad irlandesa de la Corona británica. Recordemos que
el Padre Conklin había ejercido de coadjutor en una parroquia del condado de
Derry (o Londonderry).
[15] Precisamente, el tema idiomático se discutió
acerbamente en el Colegio, años antes de ingresar en él Conklin, descartándose
el gaélico como lengua de uso docente. El Padre O’Hickey y el futuro arzobispo
Mannix encabezaron, respectivamente, a los partidarios y a los detractores de
la medida.
[16] Michael
Fogarty (1858-1955), Obispo de Killaloe desde 1904 a 1955.
[17]
La diócesis católica de Killaloe tenía a la sazón su catedral y la sede de su
obispo en la pequeña ciudad de Ennis, capital del Condado de Clare.
[18]
Se trata de la Westbourne House,
erigida entre 1856 y 1860, que el obispo Fogarty adquirió para su residencia
personal.
[19]
Es imposible resumir el tema en una nota a pie de página. Me remito al relato
histórico de mi autoría, En Irlanda, con
Mick Collins (Primera parte: Dólares para matar), que pueden encontrar en
este mismo blog. Para mayor
precisión, puede consultarse: Francis M. Carroll, Money for Ireland. Finance, diplomacy, politics and the first Dáil
Éireann loans, 1919-1936, edit. Praeger, London, 2002, espec. pp. 8-11 y
15-26.
[20]
De los alrededor de 5,5 millones de dólares de la época, recaudados en los
Estados Unidos para la República de
Irlanda, se calcula que unos 1,5 millones fueron a parar a sobornos y más
de la mitad del resto, a la creación de la Irish
Press Ltd., de titularidad familiar de De Valera. Con todo, la cantidad que
llegó a Irlanda todavía fue muy cuantiosa. Recordemos que un dólar de 1920
valía unas veinticinco veces más que el actual (2019).
[21] O trustees. Los otros dos eran el citado
político De Valera y el hombre de negocios Stephen M. O’Mara (1884-1959), cuyos
principales negocios radicaban en la ciudad irlandesa de Limerick.
[22]
Michael Collins (1890-1922), a la sazón responsable de finanzas del Sinn Féin y principal caudillo militar
del IRA. Sobre él, como resumen, puede verse mi ensayo Biografía de Michael Collins(1890-1922), en este blog, la cual constituye un resumen del
libro no traducido de Tim Pat Coogan, Michael
Collins. A biography, Hutchinson, London et alt. loc., 1990 (hay numerosas
ediciones posteriores, con diversos títulos, y la posibilidad de acceder en
abierto por Internet en la web Head of
Zeus).
[23] Es
decir, del equipo de Killaloe.
[24]
El autor se refiere a Mick Conklin. Da la casualidad de que Collins también era
habitualmente llamado Mick.
[25]
Michael Logue (1840-1924), Arzobispo de Armagh, Primado de Irlanda y Cardenal
de la Iglesia Católica.
[26]
En concreto, de 16 de junio. El Sínodo Nacional de la Iglesia Católica de
Irlanda confirmó sus directrices.
[27] Condado
de Clare, zona Oeste.
[28] El
edificio parroquial vigente había sido erigido en los años 1832-1833.
[29]
La escuela dista un kilómetro del centro de Carrigaholt, habiendo sido
construida en 1893. Actualmente (2019) sirve a las funciones de alojamiento en
régimen de bed&breakfast. No debe
confundirse con el Colegio Irlandés (Irish
College), fundado en 1913, que sigue desempeñando hasta este momento
funciones de aprendizaje y perfeccionamiento para estudiantes del idioma
gaélico.
[30] Brian
O’Higgins (1882-1963). Llegaría a presidir el Sinn Féin entre 1931 y 1933.
[31] Véase
nota 11.
[32]
Siglas de Royal Irish Constabulary,
es decir, la Policía irlandesa controlada y dirigida por el Gobierno británico.
[33]
Literalmente, Head Constable, es
decir, Policía Jefe.
[34] Véase, en resumen, Eoin Shanahan, Kilmihil Bloody Sunday, en la revista
del Hibernia College Dublin, abril,
2018.
[35] Se entiende de 1920.
[36]
Véase nota 32. El abandono del puesto de Kilmihil por los constables se produjo el 19 de agosto de 1920.
[37]
Edificio de finales del siglo XV, cuyos imponentes restos aún se levantan a un
kilómetro de la localidad de Carrigaholt.
[38]
El Obispo de Cork era Monseñor Daniel Cohalan (1858-1952), famoso por su
virulenta crítica de las violencias de ambos bandos durante la guerra de la
independencia de Irlanda. El concreto, en julio de 1920, pronunció un interdicto contra los asesinos de un
Sargento del RIC, tiroteado a la entrada de la iglesia de Bandon (condado de
Cork), anunciando el Obispo que excomulgaría a quienquiera que matase a otro en
una emboscada.
[39]
Dicha festividad se celebra el 15 de agosto. En el año 1920 cayó en domingo,
por lo que el día siguiente a tal fiesta fue el 16 de agosto.
[40]
En las tropas terrestres, es un cargo relacionado directamente con los
suministros necesarios para la tropa. En las unidades del IRA, era un puesto de
alta confianza, considerado como tercer o cuarto jefe de las mismas. En la
marina, la traducción más propia es la de contramaestre.
[41]
Brian O´Higgins, como el Diputado por West Clare; Eamon Fennell, como
Comandante del 8º Batallón de la Brigada de West Clare del IRA.
[42] El episodio es muy conocido y ha sido
recogido en multitud de ocasiones. Por ser accesible plenamente por Internet,
aludo a la versión acogida en Rita Marrinan, The War of Independence in West Clare, Dissertation for Bachelor in
Education at Mary Immaculate College, Limerick, 1982. La obra es útil para
conocer otros episodios en la misma línea, como la Emboscada de Monreal (18 de
diciembre de 1920) y el Ataque de Miltown Malbay (6 de abril de 1921).
[43]
Véanse, por ejemplo, Brian Heffernan, Freedom
and the fifth Commandment. Catholic priests and political violence in Ireland,
1919-1921, Manchester University Press, 2014; Dermot Keogh, The Vatican, the Bishops and Irish Politics,
1919-1939, Cambridge University Press, 1986.
[44] Se ve
que, entre las santas de nombre Margarita, se trataba de Santa Margarita, reina
de Escocia, cuya fiesta se celebra el 16 de noviembre que, en 1920, cayó en
martes.
[45]
El valor de una libra esterlina de 1920 viene a equivaler a 32,5 libras
actuales (2019). La costumbre de poner precio a la cabeza de los activistas del IRA estaba generalizada en la época
del relato.
[46] Se entiende que dicho Batallón pertenecía a
la Brigada del IRA de Clare Oeste. Como ha quedado dicho, el Batallón de dicha
Brigada de la zona de Carrigaholt era el 8º.
[47] Mick Conklin supo después que la emboscada
estaba prevista en las inmediaciones de Moyasta.
[48]
Entonces, parroquias plenamente autónomas. En la actualidad la parroquia de
Doonaha ha sido personalmente
incorporada a la de Carrigaholt.
[49]
Entre ellos, el dirigente rebelde Michael Collins, que sugirió a la plana mayor
del IRA y el Sinn Féin la ejecución
del Obispo de Cork, propuesta que no fue admitida a discusión, entre otras
cosas, por su repercusión negativa para la causa independentista y porque sería
difícil encontrar a alguien dispuesto a llevarla a término. En cualquier caso,
el IRA amenazó de muerte al Obispo, si persistía en llevar a cabo las
excomuniones anunciadas.
[50] El
Decreto llevaba fecha de 12 de diciembre de 1920.
[51]
Sobre el episodio -que todavía presenta aspectos confusos-, puede verse, a
título de resumen introductorio: John Dorney, The burning of Cork: December 11-12, 1920, en la web The Irish Story, 13 de diciembre de
2017.
[52]
A raíz del incendio intencionado del
centro de Cork y de su equilibrada homilía en la catedral, Cohalan, no solo
había sido amenazado de muerte por el IRA, sino públicamente acusado por el
alcalde de la ciudad de no haber hablado contra los incendiarios, sino solo contra
los autores de la emboscada precedente en Dillon’s Cross. El alcalde no se
ajustaba a la verdad, según la opinión más imparcial y el propio sentido común
[53] Quiere decirse, que su absolución o perdón no
puede darse por cualquier sacerdote, sino por el Obispo o el Papa, o sus representantes
autorizados.
[54] Vide
supra, nota 12.
[55]
Algunos achacan a diferencias en tal sentido las evidentes tensiones que se
produjeron en aquella época entre el arzobispo Walsh y el cardenal Logue,
arzobispo de Armagh y Primado de Irlanda.
[56] El Miércoles
de Ceniza fue el 16 de febrero.
[57]
Gentilicio en inglés para la ciudad y condado de Cork. No existe traducción
precisa en español.
[58] El acuerdo se firmaría el 11 de julio de
1921.
[59]
Es decir, las antiguas colonias que, por aquellas fechas, habían alcanzado el
mayor nivel de autogobierno, como Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Terranova o
la Unión Sudafricana. Sobre lo tratado en este capítulo con contenido
histórico, pueden verse en este mismo blog
los relatos Biografía de Michael Collins,
1890-1922 (etiqueta de Ensayos) y
En Irlanda, con Mick Collins (Segunda
parte: El descenso a los infiernos) (etiqueta de Cuentos históricos).
[60] Michael
Collins había nacido en Clonakilty, cerca de Cork, en el suroeste de este
Condado.
[61]
Edward Joseph Byrne (1872-1940), sucesor de arzobispo William Walsh al frente
de la archidiócesis dublinesa (1921-1940).
[62] Véase
nota 3.
[63]
Daniel Mannix (1864-1963), irlandés de nacimiento, arzobispo de Melbourne
(Australia) entre 1917 y 1963. Su actuación, primero, como Presidente de St.
Patrick y, luego, como arzobispo de Melbourne, ha sido muy debatida. Para lo
que puede interesar a los lectores de este relato, véase Colm Kiernan, Daniel Mannix and Ireland, Gill and
MacMillan, Dublin, 1984.
[64]
Se alude al Corpus Christi College,
inaugurado en la Navidad de 1922. El propósito de Mannix era convertirlo en una
suerte de Seminario General de Australia, al modo como lo era el de Maynooth
para Irlanda. La Santa Sede frustró ese propósito, al aprobar el sistema de
seminarios regionales para Australia. En la actualidad (2019), el Corpus Christi College es el Seminario
General para los Estados australianos de Victoria y Tasmania.
[65]
William Thomas Cosgrave (1880-1965), a la sazón Jefe del Gobierno Provisional
irlandés y Ministro de Hacienda. Seguidamente, pasó a ser Presidente del
Consejo Ejecutivo (equivalente a Jefe del Gobierno o Primer Ministro) de
Irlanda, hasta perder las elecciones de 1932.
No hay comentarios:
Publicar un comentario