La vida nueva de
Blanca Mercadal
Por Federico Bello
Landrove
En plena posguerra de nuestra Guerra
Civil, una muchacha toma la decisión de abandonar su patria y su familia, en
busca de un futuro mejor. Pero, ¿cómo empezó el camino hacia una nueva vida?
¿Qué precio habrá pagado tan solo por recorrer la primera parte del camino?
Cedamos la palabra a los protagonistas y dejemos abierto el mañana pues, como
dijo el poeta, no está en el ayer escrito.
1.
La noticia
-
Marcos,
¿puedes venir un momento a la sala? Está aquí Blanca. Ha venido a despedirse.
Marcos levanta la
mirada del Castán[1]
y la fija en su madre, que parece emocionada. Con todo, antes de incorporarse
de no muy buena gana, le pide aclaración:
-
¿Cómo
que a despedirse?
-
Se
marcha a Francia -le contesta-. Yo no veo bien su decisión. Tal vez podrías
aconsejarla al respecto…
El hijo murmura
algo inaudible, sale de su habitación y se pierde pasillo adelante. La madre
prefiere quedarse al margen. Se sienta en sillón que Marcos acaba de dejar,
entorna los ojos y reflexiona en silencio:
-
¡Qué
hijo este; qué manera de pasar de un extremo a otro! Primero, todo se le volvía
beber los vientos por ella, como si
no hubiese mañana; y ahora, le molesta alzarse de la silla para ir a
despedirla. Claro que algo tuve yo que ver, haciéndole notar que eran unos
niños y que Blanqui todavía era una chiquilla, sin formar en ningún sentido. Y,
en algunas cosas, sigue igual, por mucho que se haya desarrollado y adquirido una
culturita. ¡Mira que irse a Francia, a casa de ese amigo de su padre, con el
pretexto para su familia de que va a trabajar de modista! No digo yo que en su
casa sea muy feliz, pero también podía emplearse aquí en alguna tienda y
estudiar por libre un rato todas las noches. ¡Cosas más difíciles se han visto,
y con lo estudiosa y lo lista que es…! A ver si Marcos le dice algo que la
conmueva. Lo que es yo, ahora vería con buenos ojos que él volviera con esa
chiquilla, mejor que dejarse engatusar por la señoritinga hija del Abogado. Si
mi Fernando levantara la cabeza…
No es la cabeza de
Fernando la que asoma por el quicio, sino la de su hermana Hipólita, la cuñada
solterona que comparte hogar con doña Luisa y sus hijos, Luchi y Marcos. Como
es algo dura de oído, viene a preguntar:
-
Luisa,
¿quién ha venido a ver a Marcos? Parece la voz de una joven.
-
Es
Blanca, la hija del difunto Mercadal, que se marcha fuera y está despidiéndose
del chico.
La verdad es que,
inicialmente, la despedida era de ella, pero no quería que Luisa entrase en el
ajo. Diciéndole que era para Marcos, tal vez se cohibiese de aparecer por la
sala.
-
Creía
que ya no llevaban amistad, comenta Luisa.
-
De
eso sabes tú más que yo -replica con acidez su cuñada-. Marcos no tiene
secretos para ti.
***
Entre tanto, los
dos adolescentes -diecisiete años, ella; diecinueve, él- mantenían una
conversación entreverada de tristeza y de cortos silencios. Algo así, como
esto:
-
Dice
mi madre que te vas.
-
En
efecto. He venido a despedirme de ella y, al decirme que estabas en casa, no he
querido irme sin…
-
Y
a Francia… ¿Cómo tan lejos?
-
A
mi madre le he dicho que es porque pagan mucho mejor que aquí, y es cierto.
Pero la verdad es que, si me quedo en España, no veo ninguna posibilidad de
hacer carrera en la Universidad, que es lo que yo quiero.
-
Mujer,
con lo estudiosa que tú eres y consiguiendo una beca…
-
Imposible
la beca, siendo hija de quien soy. Y luego están mis hermanos, que no me dejan
en paz con que soy una egoísta y una parásita;
que me deje de libros y me ponga a trabajar y a traer dinero a casa. Marcos, me
ahogo: En casa, he llegado a ser una extraña, un bicho raro; y en la calle…
¡qué voy a decirte!
-
Tampoco
creo que Francia sea ahora un paraíso. El año pasado estuve quince días en
Bayona para practicar el francés y hallé un país triste y empobrecido,
traumatizado por la guerra y los juicios y venganzas contra los
colaboracionistas. No sé si vas a encontrar allí mucho trabajo.
-
Yo
voy a Toulouse, acogida por un antiguo capataz de los talleres del Norte, que
fue muy amigo de mi padre. Me tiene ya buscado acomodo en un taller de costura.
Ya ves, después de tanto esfuerzo por vuestra
parte, al final me van a sacar de apuros las enseñanzas de mi madre.
-
Bien,
siendo así… Bueno…, mi madre no ve clara
tu decisión y me ha dicho que…
Marcos maldecía
interiormente su torpeza, mientras intuía que el rubor le subía incontenible a
las mejillas. Decidió acabar como fuera:
-
…
Vamos -concretó-, que trate de quitarte de la cabeza la idea. Claro que, si tu
madre y tú lo habéis considerado despacio y estáis de acuerdo…
-
Lo
estamos. De lo que no le he hablado, claro, es de mi propósito de matricularme
en cuanto pueda en la Universidad tolosana. Ese amigo que te digo intentará
ayudarme a través de los fondos para hijos de fusilados. De todos modos, si
quieres decirme algo que yo no sepa de…, sobre tus sentimientos, o tu manera de
pensar, te escucharé encantada.
Era lo más, y lo
más directo, que Blanca osó decir, no tanto para sondear a Marcos, como para
provocar una respuesta de cariño. La ilusión y la esperanza le hicieron olvidar
el inestable carácter del mozo, tan pronto necesitado de impulso, como reacio a
aceptar las iniciativas ajenas. De hecho, el chico le contestó con
superficialidad:
-
Quizá
estemos dando excesiva importancia al asunto. Después de todo, si las cosas no
salen como ansías, siempre puedes volver y reanudar la vida aquí. Solo tienes
diecisiete años.
Esta vez fue
Marcos quien equivocó el argumento, con tan voluntariosa muchacha:
-
Mucho
y malo tendría que sucederme para regresar derrotada -respondió, al límite de
la exclamación-. Las oportunidades solo
pasan una vez en la vida.
Blanca se levantó,
provocando que su interlocutor hiciese lo propio. Le tendió una mano, que él
estrechó largamente entre las dos suyas. Tal vez ese gesto enterneció a la
joven, quien le hizo saber:
-
He
dejado a tu madre mis señas en Francia, por si queréis escribirme o hacerme una visita.
Marcos cortó
cualquier conato emotivo en la despedida:
-
Espera,
que voy a decirle a mi madre que te marchas.
Volvió a perderse
por el largo pasillo, esta vez, en sentido opuesto.
Se quedó en muy
segundo plano, mientras doña Luisa y Blanca se fundían en un abrazo, entre
frases de gratitud de la chica y buenos deseos por parte de su querida maestra.
Tan pronto se cerró la puerta tras ella, la madre preguntó a Marcos:
-
¿Le
dijiste algo?
-
¿Qué
querías que le dijera? Ya sabes cómo están las
cosas.
Y se volvió al
cuarto de estudio. Levantó el visillo y todavía acertó a ver a Blanca de
espaldas, momentos antes de doblar la esquina: media melena ondulada, chaquetón
blanco, falda tableada roja. Soltó la cortinilla, tomó el Castán abierto e intentó reanudar, paseando, el estudio de la
compraventa. La verdad es que aprovechó muy poco aquella tarde.
2. Reflexiones nocturnas
En la soledad de
su alcoba italiana, sin otro sonido que el tictac del péndulo, ni otra luz que
la que filtran de la calle las cortinas del balcón, Marcos ve pasar las horas,
desvelado tras un primer sopor, hecho de confusos retazos de realidad y
pesadilla. Harto de dar vueltas buscando el sueño, dobla la almohada, se coloca
boca arriba y, según su costumbre, piensa en susurros:
-
Dios
quiera que le vaya bien, porque salir al extranjero una chica tan joven…; ni
aunque la proteja ese amigo de su padre. Claro que ella es valiente y no se
desenvuelve mal en francés. No es como entonces
que, entre la timidez, el sometimiento a la madre y las bromas y malos modos de
los hermanos, la pobre apenas se atrevía a abrir la boca. Quizá fue eso lo
primero que hizo que me fijase en ella: el desprecio en que la tenía Javier. De
aquella, yo estudiaba cuarto de bachiller y nos juntábamos para ir jugar al
fútbol y, algunos domingos, al cine. ¡Bah!, eso ya es historia. Javier ahora es
un oficial de la Electra y anda por
ahí con una chica tras otra desde hace un par de años. ¡La que a mí me gustaba
un montón era la hermana mayor, Sofía! ¡Vaya chavala! Era muy mala para
aprender y, tan pronto dejó la escuela, se colocó: primero, en una mercería, y
después, en El Embrujo de París. Nunca
quiso quedarse en casa para ayudar a la madre con la costura. A ella le iba la
marcha; conque, en una perfumería -y de las buenas-, encontró su sitio. Todavía
me acuerdo de lo pesada que se ponía, ridiculizando a Blanca por ser tan
rectilínea y descuidar un tanto su aderezo. Ahora pienso que lo hacía, en
parte, por llamar nuestra atención, aunque no hacía falta: ¡menudo monumento!
La verdad es que la hermana pequeña ha mejorado mucho, ¡muchísimo! Es mona,
tiene buenas formas y va siempre bien preparada, sin excesos ni provocación,
como la otra. En fin, agua pasada. Rosa también está bien y es una buena chica.
Claro que me toca aguantar la cantinela de mamá y de Luchi: que si su familia
es de derechas; que si la madre las mira por encima del hombro; que si la chica
parece un poco cortita. ¡Paparruchas! Es simpática, me quiere y su padre me
lleva en palmitas. ¿O es que voy a tener que dejar de trabajar para él porque
en la Guerra esto y lo otro? ¡Al
cuerno! Ya tengo edad de tomar mis propias decisiones y yo soy quien decide qué
chica me conviene y cuál no…
Marcos se
interrumpe, temeroso de haber levantado un poco la voz, no sea que lo oiga la
tía Hipólita, que duerme pared por medio y, aunque teniente, tiene el sueño muy ligero. Bosteza un par de veces y
vuelve a la carga, con otro tema homogéneo:
-
¡Vaya
con mi madre! Cuando yo estaba ilusionado con Blanca, y ella loquita por mí, va
y nos lee la cartilla, a cada uno a su modo. Pero a los dos, porque no hay
quien me quite de la cabeza que algo le dijo a la pobre Blanqui, o a su madre,
que luego ella apenas se atrevía a mirarme. Desde luego, sé lo que me dijo a
mí: que si éramos dos críos; que, por edad y cultura, yo estaba muy por encima
de ella y no debía precipitarme ni abusar de su natural cariñoso; que esperase
a que ella adquiriera carácter y madurez para que ambos decidiéramos con
conocimiento de causa. ¡Conocimiento de
causa!: la frase favorita de mamá. Claro que su razón tenía. Blanca estaba
de más en su casa y era la nuestra la que consideraba su hogar. Gracias a mamá
pudo sacar el bachiller con las mejores notas…, y gracias a mí, que le daba las
clases de latín y de francés, además de prestarle bajo cuerda libros clásicos y
modernos, sin andar con tiquismiquis de censura. ¿Qué más habría tenido que
hacer por ella? Y para que luego, sin guardarme la espera, se pusiera a salir
con aquel aprendiz de fontanero. Sí, ya sé: que había sido una imposición de su
hermano; que si fueron tres o cuatro días; que tampoco yo le había confesado
que la quisiera. ¡Pamplinas! El caso es que en el Campo, en las Navidades del
44, va y se pone toda imperiosa: Tú ya
sabes que te quiero. Dime tú que me quieres y te esperaré lo que haga falta…
¡Anda, dímelo!, y, si no, ¡déjame en paz! Bueno soy yo para exigencias y,
menos aún, con lo que había pasado. Así que adiós, tan amigos y cada uno en su
casa y Dios en la de todos. Y ahora viene mi madre con que no la deje marchar,
o poco menos, y Blanca con que se queda si se lo pido con sentimiento, o algo así. Y a Rosa, que la parta un rayo, y a su
padre también. ¡Pues no señor! Que haga Blanqui lo que quiera… Tal vez, le
habría ido mejor si mamá no se hubiese metido a redentora y hubiese dejado que
siguiera en la escuela primaria: ahora sería modista, o dependienta, o niñera
de casa bien, y hasta novia del aprendiz de fontanero. Pero no, ¡cómo vamos a
dejar que se pierda una hija de Mercadal, tan buen compañero de tu padre en el
Ayuntamiento, que hasta los juzgaron juntos y fusilaron con un día de
diferencia! Pues muy bien, entre todos le hemos dado oportunidades, estudios,
cultura, alas, ¡una vida nueva!
Ahora le toca a ella salir adelante y vivirla. ¿En Toulouse? Pues en Toulouse.
Ella lo ha querido. Otros tuvieron que irse más lejos: a Méjico, a Venezuela, a
Argentina. Si las cosas le van bien, en Navidades puede darse una vuelta por
acá. Y si no le pintan, pues antes aún. Maldita la falta que hace que nos
carteemos o que vayamos a hacerle una visita. ¡Para tirarlo está el dinero!
***
Al otro extremo
del caserón, también la madre esta desvelada. Al terminar de rezar el rosario
por el alma de su marido, no ha apagado la luz de mesilla y, sentada en la
cama, con la mirada fija en la foto de sobre la cómoda -un severo profesor
barbado, en atuendo académico- habla con el difunto, algo habitual en ella
todas las noches, como si hubiera de explicarle los sucesos e inquietudes de
cada día:
-
Ya
me suponía yo que la pequeña de Mercadal iba fallarnos. ¡Claro, han sido tantas
dificultades, tantos obstáculos! Su madre, la pobre, hace lo que puede por
ella: más que pasarse el día con la aguja y la máquina de coser… Pero los otros
hijos… El mayor es un bruto, que se cree que por trabajar en la Electra puede avasallar al resto de la
familia. Y la mediana, Sofía, ¡buena pieza está hecha! Se gasta en maquillaje y
perifollos medio sueldo y todavía echa en cara a su hermana que la beca que
tiene apenas cubre libros y matrículas. Ya sabes que, en unión de Araceli, la
maestra del Picavea, nos las
arreglamos hace años para que la niña estudiara el bachiller en el Instituto de
tus desvelos, ahora convertido, como sabes, solo en femenino. Araceli convenció
a su madre y le gestionó la ayuda económica, que para eso, además de tener buen
corazón, es prima del Superior de los jesuitas. Y, por mi parte, la acogí en la
academia de casa, sin cobrarle, y dándole la merienda todas las tardes, como a
una hija. No, la verdad es que ella correspondió en todo: cariñosa,
trabajadora, agradecida. Tu Luchi -ya
sabes como es, aunque de pequeña era tu ojito derecho- no la tragaba, en parte,
por celos y en parte, por envidia, que ella nunca fue buena estudiante. En
cambio, Marcos, todo lo contrario, el caballero andante de doña Blanca, su
paladín. Hasta al bruto del hermano mayor le llamó la atención más de una vez
por cómo la trataba, y dejaron de ser amigos por eso. En fin, Fernando, que la
muchacha ha acabado el bachillerato y lo que ahora llaman el Examen de Estado,
y su familia ya no da para más. De becas, ni hablar, que para la Universidad
miran mucho el que seas de familia republicana. O sea, que a una Mercadal, ni
agua. Bueno, como a un Briones; solo que Marcos se lo gana a pulso con las
matrículas de honor. Bueno… las matrículas y algo más, que no te he dicho hasta
hoy, por no entristecerte. ¿Recuerdas a Cifuentes, el abogado de la Acera de
Teatinos? Sí, aquel que en el Casino abofeteó al Alcalde, en octubre del 34.
Pues resulta que Marcos estudia en el mismo curso que su hijo mayor, que debe
de ser una acémila o, cuando menos, bastante torpe. El caso es que nuestro hijo
y él congeniaron y Marcos empezó a dejarle apuntes y a ir por su casa alguna
vez a estudiar y a resolver eso que llaman casos prácticos. Al señor Cifuentes
le agradó mucho el chico -como es natural-. Le sonsacó que sabe francés y se
defiende con el inglés y la mecanografía y, con eso, le ha contratado a tanto
la página para que le pase las minutas manuscritas y las traducciones que
necesite pues, además de abogado de campanillas, hace pinitos como columnista en
El Noticiero y en algún periódico de
Madrid… Veo que te estoy cansando; así que abreviaré. El hecho es que Blanqui
le ha echado valor y, con el consentimiento de su madre y el apoyo de un
ferroviario amigo de su padre, que pasó a Francia -creo que desde Cataluña, en
enero del 39-, se marcha a Toulouse, para colocarse en un taller de costura y
ver de estudiar en la Facultad de allá el equivalente a nuestra Filosofía y
Letras. Fíjate qué valor y qué riesgo, con diecisiete años. Claro que las cosas
ya no son como en nuestros tiempos felices…
Doña Luisa calla.
Seguramente esté cansada -como nosotros de escucharla-. Con todo, ya que le ha
confesado a don Fernando el deslizamiento de su hijo hacia la derecha, piensa
que es el momento de ponerle al tanto de todo, de apurar el cáliz hasta las heces, como llegó a escribir su
silente interlocutor en el testamento que tuvieron la gentileza de hacerles
llegar de la cárcel después de la ejecución, aunque fuese con más tachaduras
que el examen de un reprobado. Suspira, temiendo algún sofión de su esposo, y
se anima a concluir:
-
Ya
no son como antes las cosas ni, sobre todo, las personas. ¿Quieres creer que tu
hijo no quiere ni oír hablar de la guerra y me pregunta si es con hache, cuando
le cito a Azaña? Que sí, que sí, que no olvido tus palabras: perdón, nada de
política y servicio incondicional a España; pero, hijo, es que ciertas cosas,
ni su hermana las traga. ¡Mira que hacerse novio, o medio novio, de una de las
hijas de Cifuentes! Para mí que, o el chico quiere hacer carrera en el bufete,
o el padre le ha visto las buenas cualidades y, a mayores, pretende pasarnos
por las narices que, no solo nos vencieron en la guerra, sino que hacen suyos a
los mejores de nuestros hijos. Pues, ¡anda que tu hermana! Me sale con que deje
en paz al chico, que tiene que vivir su vida y que la mejor fidelidad a sus
mayores consiste en ser culto y decente. ¡No te digo! Y, cuando le dije cuatro
frescas -menos de lo que se merecía-, me salió con que la culpa la tenía yo,
que me había metido entre Blanca -ya sabes, la de Mercadal- y Marcos, cortando
su inclinación y su cariño. Y lo malo es que Hipólita y el chico son uña y
carne: ¡pobre de mí, como me meta entre medias! En fin, perdóname, Fernando,
pero a veces pienso que estaríamos mejor si tu hermana, al morir tú, se hubiera
vuelto a Galicia, con vuestra familia de allá.
En la mente, ya
confusa y calenturienta de la señora, se mezcla el bochorno de confesar la traición de Marcos, con el repelús que
le producen los exabruptos de su cuñada. Entorna los ojos, apaga la lamparita y
concluye:
-
Estoy
cansada, Fernando. Mañana te contaré de la academia, pues voy a tener que
meterme en gastos. Algunas sillas y pupitres están para el arrastre.
***
A la mañana
siguiente, tía Hipólita, con su ojo de lince, echa el alto a Marcos por el
pasillo:
-
Me
da que esta noche no has dormido bien. Te llegan las ojeras hasta el cogote.
El sobrino
comprende que es inútil pretender engañarla. Lo reconoce a medias:
-
En
efecto, tardé en dormirme. Supongo que sería por la sorpresa que nos dio
Blanca.
Hipólita da en el
clavo, como casi siempre:
-
Deséale
lo mejor y, si te viene la fe, reza por ella. Va a hacer lo que le parece mejor
para su futuro, y yo creo que lo es. Nadie la obliga y tú no debes sentirte
responsable. Vuestro momento pasó y sería ridículo dar marcha atrás por una
piedad mal entendida. Tú ahora te debes a Rosa, suponiendo que la quieras de
verdad, que no sea por compromiso hacia su padre…
Marcos comprende
que ha de contestar y con mayor seguridad de la que, en el fondo, siente:
-
¡Claro
que no, tía Poli! Nunca se me ocurriría pretender a una chica por el interés.
-
Pues,
si es así, ¡buen viaje, señorita Mercadal! Y échate luego la siesta, que estás
falto de sueño.
3. Las despedidas
No solo es en casa
de los Briones donde hubo inquietud esa noche. Blanca ha vuelto a la suya muy
excitada, tras la despedida que antes hemos presenciado en buena parte. En
cuanto entra por la puerta, su madre la urge:
-
Blanca,
hija, en cuanto te cambies vente a la cocina, que hablemos un poco, ahora que
no están tus hermanos en casa.
La chica se teme
lo peor: otro rollo de consejos morales y sobre objetos a meter en la maleta y
el bolso de viaje. ¡Señor, y todavía falta una semana para la partida! Así que
se cambia con parsimonia, anhelando por una vez en la vida que la cerradura o
el timbre anuncien la llegada de Javier o de Sofía; pero ni por esas. No tiene
más remedio que encaminarse a la cocina, donde su madre está pelando patatas
para la tortilla. Se sienta y toma la iniciativa, para demorar la presunta
rociada materna:
-
Pronto
empiezas hoy a preparar la cena, mamá. Ya sabes que los hermanos no llegan
antes de las diez.
-
Lo
sé, le responde, pero nosotras dos sí estamos y me apetece que comamos solas,
para hablar con más libertad.
La viuda de
Mercadal deja que se vayan pasando las patatas a fuego lento, revolviendo a
cada poco con una cuchara de palo. De espaldas a su hija, inicia la
conversación:
-
Ya
sabes que la voluntad de tu padre fue siempre que no recibieseis un trato
diferente, según fuerais chicos o chicas. A
cada uno, según sus posibilidades, decía. Eso sí, trabajando todos en bien
de la familia, sin olvidar que erais hijos de un ferroviario, y de la UGT[2]
por más señas. Yo he hecho cuanto he podido para seguir su mandato y, por eso,
a pesar de las críticas y las burlas de tus hermanos, decidí que estudiaras el
bachiller, tan pronto doña Araceli me hizo saber que valías para ello.
-
Lo
sé, mamá, y te estoy muy agradecida por cuanto has hecho a tal fin.
-
No
se trata de agradecer o no, aunque me agrade que lo reconozcas. Se trata de
enlazar con lo que voy a decirte, ¡y cuidado con que se te escape, sobre todo,
con Javier!... Me refiero a que, en cuanto puedas en Francia, sin ser una carga
para nosotros ni para el amigo Andrés, saques tiempo y dinero para continuar
los estudios. Aquí vamos saliendo adelante, sin necesidad de que te dejes los
ojos y la juventud dándole a la aguja para mandarnos dinero.
Blanca captó que
su madre le había adivinado sus propósitos universitarios, pero no quería
aparentar convencimiento así como así:
-
Eso
no. Javier gana bien pero no tardará en abandonar la casa para formar su propio
hogar. Sofía -Dios me perdone- gasta casi todo lo que gana y no tiene buena
mano para ayudarte con la costura, aunque quisiera. Así que quedas tú sola,
para pechar con el alquiler, los gastos de manutención y las mil y una cargas
que tiene una casa. Mi obligación es enviarte todo lo que pueda. Si acaso, cuando
llegue a oficiala y tenga un buen sueldo, será el momento de aspirar a un
futuro mejor.
-
Organiza
tu vida como mejor vayas viendo, pero sin pasar por nosotros estrecheces ni
agobios. Y no digo más, que ya hemos hablado bastante esta temporada y nada se
logra por machacar e insistir más de la cuenta. Así que ahora te toca a ti.
¿Qué tal la despedida de doña Luisa?
-
Pues
¿cómo va a haber sido? Triste. No sabía nada de mi marcha y se ha llevado un
sorpresón. Le he tenido que explicar todo y lo ha comprendido. Claro, ella
mejor que nadie.
-
Mucho
tenemos que agradecerle, por todo lo que ha hecho por ti y por lo sencilla y
acogedora que ha sido. Yo tenía mi regomello, no creas, que su marido, aunque
colega de Corporación de tu padre, era muy estirado. Ya sabes, papá era obrero
y socialista, mientras Briones era catedrático y de los caballeros de Izquierda Republicana[3].
Al final, los dos fueron a parar juntos al hoyo y eso une mucho. ¡Y tanto que
une! ¿Querrás creer que llegué a tener un poco de envidia por lo mucho que
querías a tu maestra y lo bien que
hablabas de ella? No sé si contarte una cosa…
-
Cuenta,
mamá. Así me llevaré alguna primicia para Toulouse.
-
Fue
el día de Nochebuena, creo que del 42. Bien porque ellos tuvieran la mesa mejor
surtida, bien para que estuvieseis juntos Marcos y tú, Luisa te invitó a cenar
en su casa y tú viniste a pedirme permiso con el mayor interés y entusiasmo.
Supongo que recordarás la llorera que te entró cuando te dije que ese día se
cena en familia…
-
…
Aunque solo haya sopas de ajo. Me acuerdo perfectamente, mamá, pero perdona que
te diga que, en aquel entonces, consideraba mi verdadera familia a los Briones. Si hubiese podido llevarte a ti
allí y echar fuera a la engreída de Luchi, aquel habría sido mi paraíso. Y es
que tenían dos cosas que para mí valían todo el oro del mundo: Marcos y la
biblioteca.
La madre comprende que es el momento de
sacar de dentro algo que la ha estado reconcomiendo durante los últimos años:
-
Ya
me lo figuro; sobre todo, el chico. Tal vez, no valiera mucho -como carácter y
de físico, digo- pero el primer amor es siempre el primer amor… No creas que no
he sentido que se te viniera abajo. Entonces imaginaba a tu padre dando saltos
de alegría en la tumba -es un decir- porque se unieran las dos familias y se
mezclaran vuestras sangres. ¡Ahí es nada, me parecía escucharle, unos nietos
apellidados Briones Mercadal! Fuertes como ferroviarios y listos como
profesores. ¡Y que se fastidien los brutos encanallados que nos segaron la vida!
Blanca, oyendo a
su madre, no sabe si emocionarse o apostrofarla. Si pensaba así, ¿a qué le puso
toda clase de dificultades y de objeciones para continuar la relación? No va a
hacer falta que explicite la pregunta, pues su madre prosigue de propia
iniciativa:
-
Muchas
veces me he arrepentido de hacerle caso a Luisa. Vino a verme de propósito un
día para hablar del tema: Que erais muy niños; que si, confundiendo el afecto
con el amor, podíais echar a perder el esfuerzo académico y la buena relación entre
las dos familias… La verdad, Blanca, me pasó por la cabeza que le parecías poco
para su único hijo varón, pero, ¿qué hacer? Ella te estaba formando y parecía
quererte como a una hija. No te digo que
nos empeñemos en destruir ese hermoso afecto: solo que procuremos detener su
avance incontenible, me vino a decir. Claro, eso, a vuestra edad de
entonces, era tanto como pretender que un hombre débil y necesitado se abstenga
de comer durante un tiempo. Entre ella y yo nos cargamos aquel hermoso
sentimiento y, dada vuestra edad y obediencia materna, no se os puede echar en
cara nada…, ni siquiera esa estúpida historia tuya con el amigo de Javier.
Al escuchar la
alusión al aprendiz de fontanero, Blanca saltó:
-
Después
de tantas novedades por tu parte, escucha ahora una de la mía. El tal Arcadio
le comentó a mi hermano que estaba interesado por mí y Javier, tan chulo como
casi siempre, le aseguró que hablaría conmigo y que estaba hecho que saliéramos
juntos. Me cogió por banda en el gabinete del fondo y me echó la consabida
bronca: que si era una señoritinga a costa del resto de la familia; que si
creía que se había hecho la miel para la boca del asno, o sea, Marcos para mí;
que ya iba siendo hora que empezase a tratar con trabajadores, como los de mi
sangre. El caso es que, al sábado siguiente, tuve que salir con él, para que me
presentara a un chaval, fontanero, la mar
de majo. Habían quedado en los soportales. De allí, fuimos a una cafetería,
donde mi hermano se acordó de que
había quedado con una chica. Y yo: Podíamos salir juntos los cuatro. Y él, que
ni de coña, que iban de compras, que tenían una boda próxima. Total, me quedé
con Arcadio -¡qué remedio!-. La verdad es que el chico era majo y atento, y yo
temía la reacción de Javier si lo plantaba. Recordarás que salimos otro par de
veces y supongo que Marcos nos vería; yo no lo sé. Te confieso que si despedí al
fontanero y cogí fuerzas para enfrentarme a Javier, fue porque Arcadio no me
hacía tilín y me fastidiaba la prepotencia de mi hermano, no por seguir
esperando a Marcos, a quien entonces tenía por débil y dubitativo. En fin, ahí
tienes…, pero, por favor, no vayas a echárselo en cara a tu hijo: Es como Dios
le hizo y no tuvo la culpa de que todo acabara entre Marcos y yo, … como
tampoco la tienes tú. Fuimos cobardes y torpes, y punto. Si el amor no triunfa,
es porque no merece la pena.
Dijo esa frase tan
rimbombante, como si en el fondo lo sintiera. Luego, en la noche, en el
inhóspito tabuco en que dormía -y en el buen tiempo parecía asfixiarse-, tuvo
ocasión de recordar su expresión, palabra por palabra, gruñendo:
-
¡Qué
buena soy para los dichos lapidarios! Como esta tarde, con Marcos: Si quieres decirme algo que no sepa acerca
de tus sentimientos, te escucharé encantada. ¡Menuda imbécil! Hemos
asesinado el amor de nuestras vidas y solo se nos ocurre hacerle hermosos
epitafios. ¡Dios! ¿Acabaré algún día de decir pomposas sandeces?
***
El rápido de Irún
pasaba por Castellar a las cuatro y media de la tarde y Blanca a nadie, salvo a
su familia, había comunicado el día y la hora; de modo que solo su madre salió
a despedirla. Los hermanos, que tenían que trabajar. ¿Marcos? ¡Qué boba! ¿Acaso
le había preguntado los detalles? Doña Luisa creía recordar que sí lo había
hecho pero, claro, estaba algo torpe de las piernas y había de atender a los
alumnos de la tarde.
A punto de salir
el tren, se llevó la sorpresa de la jornada. Allá que venía a toda prisa por el
andén la tía Hipólita, jadeando,
sonriente, con un envoltorio en la mano:
-
¡Uf,
hija, casi te pierdo! Marcos y mi cuñada habrían venido también, pero andan muy
atareados. Así que yo obro en nombre de todos. Mucha suerte, Blanca, y haznos
saber noticias tuyas en cuanto te aposentes.
Le abre la
cremallera del bolso de viaje y mete dentro el envuelto en papel de periódico.
Susurra:
-
Es
un chorizo. Procura esconderlo o comértelo durante el viaje, que los aduaneros
podrían decomisarlo.
La besa. Roza el
brazo de la viuda de Mercadal, con un adiós.
Se pierde por la puerta del gran vestíbulo, cimbrando la falda de satén negro.
-
¡Qué
mujer tan buena y tan detallista!, exclama su madre. Y Blanca, sonriendo entre
el amargor y la ternura, agrega como para sí:
-
¡Y
qué bien sabe mentir!
[1]
Forma coloquial de referirse al tratado de Derecho Civil de D. José Castán
Tobeñas (1889-1969), titulado Derecho
Civil español, común y foral.
[2] Unión General de Trabajadores, sindicato que,
por historia e ideología, ha estado ligado con el Partido Socialista Obrero
Español.
[3] Pequeño, pero influyente, partido político
español de izquierdas, fundado por Manuel Azaña Díaz (1880-1940) en 1934.
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