El marginado
Por Federico Bello
Landrove
Un
punto biográfico en común me permite tramar un día de confidencias con quien no
dudo en calificar de alma afín, si no gemela. Este relato recrea con gran
fidelidad su manera de ser y sus palabras, pero le debo el mínimo respeto de no
citarlo por su nombre. Así podrán ustedes -si lo desean- aplicarse a un juego
de escondite con quien fue uno de los más notables dramaturgos españoles de la
segunda mitad del siglo XX.
1.
La invitación
Andaba yo
trabajando por tierras asturianas desde hacía casi quince años, recién
cumplidos mis cuarenta, cuando recibí una carta en papel oficial que, más o
menos, decía así:
Estimado Señor:
Por razones de reorganización de la
Defensa, está llamado a desaparecer próximamente el Regimiento de Infantería …,
en el que usted sentó plaza como voluntario en el año 1967, ejerciendo
funciones de Secretario del Juzgado de la Unidad y mereciendo al licenciarse el
premio de Soldado Distinguido[1]. Es
mi propósito y de todos cuantos actualmente servimos en el Regimiento dar la
mayor solemnidad a los actos de disolución del mismo, tras ciento veinte años
de glorioso servicio a la Patria, la mayor parte del tiempo en esta ciudad de
Castellar. Nos sentiríamos muy honrados si pudiéramos contar con su presencia
en dichos actos, rogándole nos haga saber su decisión al respecto.
Atentamente le saluda……, Coronel Jefe del
Regimiento.
Lo primero que se
me vino a la cabeza era lo que había cambiado el Ejército en veinte años, hasta
el punto de acordarse de un soldadito para invitarlo a una celebración tan
solemne. Luego di en pensar, para mi tranquilidad, que no sería el único en ser
convidado, sino que formaría parte de una muestra representativa de sujetos
todavía vivos, que hubieran estado vinculados con el Regimiento por cualquier
motivo honroso. Tentado de la curiosidad y teniendo buen recuerdo de aquel ya lejano
bienio, contesté la carta de manera afirmativa, rogando al Coronel diera las órdenes oportunas (esta
aclaración era muy importante en mis tiempos) para que se me avisara con la
debida antelación. La siguiente noticia que tuve al respecto fue una llamada
telefónica de la Secretaría de su Ilustrísima. Estaban encantados de que decidiera
asistir y, por supuesto, me harían llegar el programa de actos con tiempo
suficiente para que pudiera acomodar al viaje mis importantes ocupaciones. El epíteto me hizo sonreír y recuerdo que
comenté al capitán con quien estaba hablando:
-
Ya
ve. Empecé modestamente en el Juzgado del Regimiento y he acabado en un
Tribunal Superior.
-
Puede
que la vida le depare todavía más altos destinos, me replicó.
Se ve que el
Capitán Secretario era un hombre muy ceremonioso.
***
El programa de
actos, que me llegó al cabo de tres meses, indicaba que Capitanía General y el
Ayuntamiento iban de consuno a echar el resto. Era lo menos que podían hacer:
un buen entierro a uno de los pocos restos mortales del pasado tan marcial de
Castellar, ahora un simple recuerdo, triste o venturoso, según la experiencia
de cada uno. Ojeé el tríptico a todo color, presidido por el escudo de la agónica
unidad y pleno de variados acontecimientos, desde desfiles y conciertos de
música militar, a misa por los caídos, conferencias y descubrimiento de lápidas
y monolitos. ¿Dónde tendré yo cabida o intervención?, me pregunté. No
pretenderán que vuelva a marcar el paso… Decidí ponerme confiadamente en manos
del Mando y seguí leyendo. El título de una conferencia llamó mi atención:
Jueves, día 27, 19:30 horas, en el Salón del
Trono de Capitanía, el afamado escritor y dramaturgo, Don José Manuel Rubial
Martínez, Teniente de Complemento que fue del Regimiento, disertará acerca del
tema Yo fui Comandante Militar de Chafarinas.
Tomé el bolígrafo
y marqué con un aspa el evento. Era de lo poco de todo aquello que, en
principio, prometía. A fe que no anduve errado. Y es de eso de lo que voy a
hablarles, otros treinta años después y cuando el Comandante de aquel medio
quilómetro cuadrado hace tiempo que no está entre nosotros. Vaya por él este
recuerdo en forma de relato, que contiene poco más que sus palabras.
***
Una de las mayores
alegrías de mi presencia en la disolución del Regimiento fue encontrarme con
aquel capitán que había conocido antaño, modelo de simpatía y sencillez. Dicen
que la Muerte se lleva primero a los mejores. En su caso así fue, víctima de
alguno de los estúpidos y canallescos atentados terroristas de la época[2].
Pero eso fue tres años más tarde. Aquella mañana, con su habitual sonrisa y las
estrellas de coronel, pensé que era el Jefe del Regimiento y me hice notar con
cierta sorna:
-
A
sus órdenes, mi coronel, se presenta el Cabo de complemento Benítez, para
cumplir con lo que mande su Ilustrísima.
-
Benítez,
Benítez… No caigo. Mucho me temo, cabo, que haya cambiado usted tanto o más que
yo. El caso es que su cara…
-
Soy
el estudiante de Derecho aquel, que hacía de Secretario del Juzgado y lo que se
terciase en la oficina.
No sé si con esa
ayuda recordaría, pero hizo como si así fuera. Me estrechó la mano con fuerza
y, al enterarse de lo que me llevaba allá, me desengañó:
-
Estoy
solo de visita. Me llegó la edad y ahora, en la Reserva activa, soy Secretario
del Gobernador Militar. Así que te han cazado para las celebraciones… Ven, te
presentaré al verdadero Coronel del
Regimiento. No sabes lo disgustado que está de que le cierren el cuartel.
La cosa resultó
sencilla. Habían seleccionado a uno o dos individuos de tropa por cada década,
hasta llegar a la de los años veinte, que era la más lejana de la que había
representación viva conocida. En el día central de los actos, nos colocaríamos
detrás de las Autoridades durante el desfile y acompañaríamos a los gastadores,
portando la corona de laurel, hasta el monumento a los caídos. Seguro que para
el que hubiera combatido en el Rif y los que lo habían hecho en la Guerra
Civil, el momento sería emotivo y les temblarían las piernas. En mi caso,
testigo de los felices años sesenta, no tenía recuerdos tristes de sangre y
ausencias, no siendo el del soldado de cocina al que un cerdo a punto de morir
le llevó medio dedo de un bocado, circunstancia que dio lugar a la apertura de
uno de los dos sumarios que instruí en toda la mili.
Claro que llevo
escritas unas cuantas páginas y todavía no hemos llegado al sujeto de la
historia, el literato, dramaturgo, teniente de complemento y Comandante de las
Chafarinas, todo en uno. Así que saltemos al famoso día 27 de la conferencia.
La tarde anterior, el Coronel del Regimiento -quien, al parecer, había quedado
bien impresionado de mis dotes de conversador-, telefoneó a casa de mis padres,
para rogarme:
-
Señor
Benítez, estaba usted muy interesado en escuchar al autor teatral, ¿verdad?
-
Sí,
desde luego. Creo que la conferencia es mañana por la tarde. Habrá que ir
temprano, por si acude mucha gente…
-
En
efecto, pero yo quería pedirle… En fin, el señor Rubial parece que no tiene
coche ni mucho que hacer en estos días y ha llegado a Castellar esta tarde.
En resumen:
Ausente de la ciudad desde hacía treinta años, había pedido que lo acompañasen al
siguiente día para hacer un recorrido detenido por sus lugares añorados. Y,
claro, como yo era castellarense y tenía el día libre…
-
Ni
que decir tiene que los gastos del señor Rubial corren de nuestra cuenta y, si
usted quiere, puedo mandar que los acompañe algún Suboficial, por si se les
ofrece cualquier cosa.
-
No
se preocupe, Coronel, me haré cargo del paquete
yo solo. Por cierto, ¿en dónde se hospeda?
-
Le
reservamos habitación en el Hotel
Imperial.
-
Estupendo,
queda cerca de mi casa. Llamaré para fijar la hora de recogerlo.
Colgué al Coronel
-es un decir- y telefoneé al dramaturgo. Me quedé de piedra:
-
¡Qué
amable! -me contestó-, pero me pilla usted en pijama. No me apetece salir esta
noche, sino madrugar mañana. Así que, ¿le parece bien a las ocho? ¡Hay
tanto que ver! ¿Sí? ¡Espléndido! Desayunaremos juntos en la Plaza Mayor.
Conozco un café que sirve unos churros de miedo…
2. Un paseo en el tiempo (primera parte)
En el soportal del
Ayuntamiento encontré a mi Teniente:
alto, delgado, con un rostro largo y huesudo, bien perfilado por barba
entrecana y una frente surcada de profundas arrugas, que iba a fundirse con la
bóveda craneal, prácticamente horra de cabello. Los ojos grises, hundidos,
vivísimos, y una generosa nariz aguileña ponían fuego y picante en aquella cara
atezada y severa, que al instante comparé con la de don Quijote.
Así pues, a las
ocho en punto de aquella fresca mañana, tenía escritor, pero no teníamos
churros. A la par que con mano tendida y sonrisa, me recibió con la cruel
noticia:
-
¿Querrás
creer que han cerrado el Español?
Ahora hay una sucursal bancaria.
-
Da
igual, José Manuel. Sustituiremos el café por una cafetería y los churros, por
un cruasán. Las ciudades cambian.
-
Y
que lo digas. Claro, han pasado treinta años.
-
Yo
hace quince que no vivo aquí pero vengo a cada poco, pues tengo a mis padres.
En fin, estaban
abriendo un local junto al Consistorio. Entramos y pedimos el desayuno. Mi
acompañante parecía haber perdido el interés por él. Abstraído, empezó a dialogar
conmigo, mientras el camarero ponía en marcha la cafetera y nos hacía el zumo
de naranja:
-
Me
levanto temprano: ya había dormido suficiente. Me preparo como si fuese a ver a
la novia, de corbata y Varón Dandy[3].
Me echo a la calle en busca del cercano cuartel del Regimiento y ¿qué dirás que
me encuentro?
-
Otra
sucursal bancaria, contesté bromeando.
-
¡Maldita
sea! Está todo hecho una pena, medio arruinado, lleno de andamios y con unos
carteles que dicen no sé qué de rehabilitación para oficinas municipales. ¿Qué
te parece? Ni entrar dejan. Si llego a saber que iban a darme ese disgusto, a
buenas horas me desplazo desde Madrid a este velatorio.
-
Pues
lo que es yo, disfruté ya de las instalaciones actuales que, aunque están donde
Franco dio las tres voces, eran amplias y bien aireadas. Ya verás cómo te
gustan…, si no las han dejado degradarse en vista del cierre. Y, si hablas con
el Coronel, seguro que te facilita el acceso a las antiguas, que tú conociste.
-
¡Y
un cuerno! A saber cómo está todo por dentro. Si ya en el 56 estaban hechas una
cutrez, figúrate ahora. ¡Menuda decepción!
Se hizo el
silencio y pasamos a dar buena cuenta del almuerzo matinal. Solo entonces me
fijé de soslayo en su traje gris marengo, camisa negra y la corbata de novio, también muy oscura, con
espectacular contraste de grandes patas de gallo blancas.
-
¿Y
dónde dices que han plantado ahora el cuartel?, me preguntó, volviendo a su monotema.
-
En
el alto de San Serapio, donde creo que, ya en tus tiempos, había un campo de
tiro.
Entornó los ojos y
pareció rememorar. Me salió por donde menos lo esperaba:
-
Creo
que era por aquella zona donde fusilaban a la gente en la Guerra.
-
¡Qué
me vas a decir! Allí ejecutaron a un tío mío en el 36.
-
Fue
una bestialidad. A mí me tocó en Madrid, donde vivía con mi madre y mis
hermanos. Fue lo mismo, pero al revés. Allí mataban en muchos sitios; entre
otros, en la Casa de Campo. Luego, los cabrones los echaban al Manzanares y
allá que venían flotando, panza arriba, con los ojos espetellados. “Los besugos”, decían; “ahí viene otro besugo”. Y,
mientras tanto, cuando hacía frío, los espectadores se ponían de churros y
aguardiente, que no veas.
-
¡Qué
casualidad! Aquí, en Castellar, dicen que pasaba lo mismo, hasta que lo
prohibió el Gobernador.
-
Pues
allá no lo prohibieron. ¡Claro!, como eran más democráticos…
Se me quedó
mirando, como escrutando mi gesto ante su ironía. Luego, me dijo:
-
Aquello
solo podía tragarse siendo un malvado, o un chaval, como yo. Fíjate, mi padre se
libró porque era viajante y le pilló en Oviedo, que si no… Fueron a buscarle a
casa una noche los de la patrulla del
amanecer. Y banderas rojas por todas partes, y los retratos gigantescos de
Lenin y Stalin en la Puerta de Alcalá. Vamos, una colonia de la URSS. Pero, no
creas, a pesar de todo, me ha quedado -según dicen- un ramalazo de izquierdas.
-
Yo,
ni viví aquello, ni me lo ha hecho vivir mi familia. Al contrario, nunca me han
hablado espontáneamente de lo que pasaron y a mí me va, más bien, la tradición,
la ley y el orden, lo que llaman la
derecha. Será cosa de mi profesión.
-
Mira,
Félix, se trata de ser uno mismo y no venir programados por la historia o el
interés. Antes, había unos vencedores y unos administradores de la victoria,
que se subieron al carro para medrar. Ahora, los socialistas y compañía se
declaran herederos de los derrotados, y veremos si no pretenden pasar factura
por los años que sus padres y abuelos estuvieron sojuzgados.
-
Tiempo
al tiempo pero, si tenemos la condena de repetir la Historia, aviados estamos,
pues in illo témpore tan perversos
fueron en un bando como en el otro.
-
Ahí
está. Por eso yo no he querido nunca ser heredero de nadie y he preferido estar
solo antes que mal acompañado.
La cafetería
empezaba a llenarse con quienes iban a desayunar a toda prisa antes de entrar a
trabajar, a las ocho y media o las nueve. Tomé el último sorbo de zumo y le
pregunté:
-
Bueno,
amigo marginado, ¿por dónde
empezamos la visita?
-
Por
la plaza de San Telmo, desde luego. Todavía me acuerdo de la preciosa fachada
de la iglesia y, si no recuerdo mal, allí esta Capitanía, donde me toca
disertar esta tarde.
***
De camino, José
Manuel volvió al tema de su vinculación con la milicia. Me contó:
-
Como
consecuencia de la Guerra, estuve sin poder estudiar tres años y, aunque luego
adelanté alguno, no terminé la carrera de Derecho hasta los veinticinco. No
sabiendo muy bien a qué dedicarme, me animaron a preparar en Madrid unas
oposiciones de exigencia media y temario variado, las de la Escala Técnica del
Ministerio de Obras Públicas[4].
¡Menudo berenjenal, chico! Fracasé dos veces y me vi llegando a los treinta
años y malviviendo de algunas colaboraciones periodísticas. La verdad es que yo
ya tenía el gusanillo del teatro pero, sobre todo, era la inquietud de haber
tomado un camino que, sin recomendaciones y sin un memorión, no me llevaba a
ninguna parte. Así que, aprovechando que había llegado a alférez en las
Milicias Universitarias, eché la solicitud para reincorporarme. La verdad,
tenía un buen recuerdo de mis prácticas en Cádiz. Estuvieron a punto de
rechazarme por un incidente que tuve con los grises[5] durante
una manifestación, pero al fin me admitieron y senté plaza en el Regimiento de
Infantería de Castellar, como puedes suponer. Eso fue en el invierno del 55 al
56.
-
¿Estuviste
por aquí mucho tiempo?
-
¡Qué
va! Al verano siguiente, me mandaron para el campamento de Monte la Reina, para
enseñar tiro y manejo de armamento. Y, a poco de acabar, ascendí a Teniente y
me destinaron en Melilla… Pero, bueno, si vas a escuchar mi charla de esta
tarde, no voy a darte la lata ahora con todo esto.
Anduvimos un
trecho sin hablar. De pronto, se paró y me tomó del brazo.
-
Félix
-me dijo-, espero no haberte molestado por lo que he dicho antes de las
oposiciones. Seguro que tú…
-
Desde
luego. Las saqué pronto y de manera nada traumática. No obstante, conozco gente
que perdió en ellas buena parte de su juventud y otros que, por ponerse un plan
de trabajo brutal, acabaron con problemas mentales. De lo que no tengo
experiencia es del valor decisivo de las recomendaciones, aunque muchos se
hagan lenguas de ello.
-
Pues
yo he visto y oído de todo, especialmente en Cátedras de Universidad, donde
había una verdadera corrupción. Pero lo peor es que una obsesión tan profunda y duradera por conseguir plaza
vitalicia estaba llamada a alienar a la mejor juventud española. En fin, todo
nace de esta sociedad, que pone tantas dificultades para lograr colocarse, como
si el trabajar fuese un capricho o un privilegio.
***
Así
dialogando, llegamos a la plaza de San Telmo. Dejé que mi acompañante admirase
a su sabor los monumentos en torno suyo. A continuación, me hizo algunas
preguntas, para corroborar o completar cuanto él recordaba. Comoquiera que no
se fijase por sí en uno de los edificios más notables de la plaza, le hice saber:
-
Y
ese caserón de ladrillo, rodeado por una verja, es el Instituto donde yo cursé
el bachillerato.
Pareció
interesarse por la circunstancia de que yo fuera un producto de la enseñanza pública. La razón era bien sencilla y él
la recordaba con agrado:
-
Yo
intenté entrar en el año 35 en el Instituto-Escuela de la Institución Libre de
Enseñanza, pero no me admitieron por carecer de antecedentes familiares con
estudios superiores[6]. Así que
ingresé en el madrileño Instituto de San Isidro pero, luego, ¡catapum!, estalló
la Guerra y ni llegué a iniciar el primer curso. De modo que me tocó aplazar mi
vida de estudiante hasta que tuve catorce años[7].
Ahora pienso que ese retraso me pudo venir bien, para torear las experiencias docentes de posguerra y aprovechar al
máximo las oportunidades de destacar académicamente.
-
Claro,
la época debió de ser de aúpa. Yo todavía llegué al epílogo, cuando estaba en
la escuela: formaciones y desfiles; canciones falangistas; religión a todo
trapo; castigos un tanto severos… Y eso que, en Andalucía, todas las cosas se
tomaban menos a pecho.
-
Yo
lo viví en Barcelona, lo que no sé si mitigaría o exacerbaría el furor del
Régimen. Lo que sí sé es que aprendimos muchísimo y que, en general, los
profesores, por muy de camisa azul que fuesen, solían dejar sus manías
políticas a la puerta del aula. Otra cosa es lo que tú decías, de banderas,
himnos nacionales con letra de Pemán[8]
o clases especiales de adoctrinamiento político. Desde luego, tengo claro que
adquirí una buena formación, sobre todo, en Letras y que, con concursos y
premios incluidos, hice mis primeras armas con la pluma y los escenarios.
-
Nos
separan más de veinte años, pero te doy la razón. Toda mi presunta erudición y
cualidades se formaron plenamente en aquel tiempo que, tal vez por nuestra
invalorable adolescencia, ni fue malo, ni lo recordamos con horror.
-
Pues
claro que no. Para mi familia -matrimonio y tres hijos[9]-,
lo peor era la penuria y la carestía. Figúrate, con el sueldo de un modesto
empleado del Suburbano. Pero, lo que es en clase, yo era feliz.
Se quedó mirando
con más atención aún la sobria fachada de mi
Instituto. Comentó:
-
Elegante
y sencilla, a la vez. De principios de siglo, ¿no?
-
Creo
que empezó a funcionar en 1908.
-
El
de mi bachiller es bastante más moderno[10].
No hay más que verlo.
Volvimos la cara
hacia el palacio de Capitanía. Le indiqué:
-
Ya
sabes que quitan la Capitanía General; de modo que no es nuestro Regimiento lo
único que va a desaparecer este año. ¿Quieres que entremos para irte
familiarizando con el ambiente de esta tarde? Dicen que es un Salón
espectacular.
-
No
me apetece andarme identificando, como un paisano cualquiera. Por la tarde sí
que entraré, rodeado de estrellas y afirmando bien el paso. Si te parece, vamos
a cambiar de tercio. Había en Castellar un parque estupendo, por el que más de
una vez, pese al frío, paseé con alguna chavala…
-
Seguro
que te refieres al Gran Parque. Queda lejos de aquí, pero te llevaré por las
calles más atractivas. Hasta es posible que nos topemos con algún teatro
decimonónico.
-
¡Hombre,
a propósito! Muéstrame el Lope de Vega.
Luego te contaré por qué.
***
En el recorrido
teatral se produjo lo que yo estaba temiendo. Creyendo que solo me iba a
encontrar con José Manuel en su conferencia, no me había preocupado de parchear
mi completa incultura dramática, ni siquiera en lo tocante a sus obras
estrenadas, no muchas al parecer. Y ahora me encontraba a solas con el autor
quien, como punto de partida, me preguntó:
-
¿Qué
opinas del teatro de estos últimos tiempos?
-
La
verdad es que no tengo ni idea. En donde vivo apenas se representa y yo soy muy
poco de salir de casa.
-
Pues
no sería mala cosa que la gente culta, como tú, llenase las plateas, que ahora
medio ocupa un público totalmente discapacitado, analfabetos teatrales que se
tragan cualquier cosa, con tal que se parezca a la bazofia que ven en el cine y
la televisión. Y no creas que eso sucede en donde solo hay teatro en ferias.
Todo el público español es parecido y el peor, el de Madrid.
Empezaba a
comprender el porqué de su menguada carrera en los escenarios. Apenas balbuceé
una disculpa por los pobrecitos espectadores discapacitados, me desbordó el torrente:
-
¿Empresarios?
Simples industriales, que no les importa aniquilar el arte para lograr
rentabilidad económica. ¿Directores? Genios superiores a cualquier autor, por
excelso que sea, que convierten la obra en un mero guión para ofrecer su
propuesta o montaje. ¿Autores? Todos iguales, como clones de sabe Dios qué
misteriosos genes. ¿Teatro? Un puro descrédito, hibridado por el cine y la
tele. Primero se quisieron cargar lo mejor de nuestro teatro, el realismo, con
un lenguaje esotérico de pega y mucha cita de Beckett[11].
Ahora, la vanguardia, con el cuento del metateatro
y otras sandeces por el estilo, se dedica a fabricar engendros para diversión y
beneplácito del ignaro mundo de nuestras salas teatrales.
-
…
-
Antes,
en el mejor de los casos, estropeaban una obra de teatro para hacer un guion de
cine. Ahora, ¡qué va!, con una película se construye un drama o una comedia, a
ver si le damos lustre y, de paso, sacamos unas pesetas. ¿Qué te parece?
¡Al fin había
tocado algo que me era familiar! Además, estábamos llegando al Gran Teatro
Calderón, que por entonces arrastraba con dignidad la inevitable decadencia
de casi 125 años de existencia[12],
sin recibir la atención debida.
-
Ahí
tienes, José Manuel, el Teatro Calderón, cuya mayor y más famosa dedicación escénica
es servir de sede a la Semana Internacional de Cine.
Rubial sonrió. Yo
añadí, sin tener la más mínima seguridad en cuanto al dato:
-
Y
ahí se estrenó, va para diez años, esa atrevida
película sobre tu más famosa obra de teatro.
-
¡Bah!,
como suele suceder con el cine, lo único que reflejaron fue la peripecia, la
anécdota. Ya dije en su día que no me había gustado en absoluto. En fin, no
todo es malo. Quizás el éxito teatral me vino de la mano de la fama de la
película, que se había estrenado varios años antes.
¡Menos mal que
algo había resultado bien, aunque por vía indirecta!
Embocamos los
soportales, donde disimulaba su ya centenaria fachada otro de los teatros
decimonónicos, convertido, para variar, en cine y en estado casi ruinoso.
Decidí no tentar a la providencia y orienté la curiosidad de mi acompañante en
sentido contrario:
-
Mira,
José Manuel, el Ayuntamiento. Hemos vuelto al punto de partida.
-
¿Queda
mucho para el Lope de Vega? Con eso
de no haber desayunado churros, tengo el estómago en los talones.
-
Descuida.
Estamos a cinco minutos. Echaremos un vistazo y luego nos homenajeamos con unas
buenas tapas.
***
Al fin, nos
encontrábamos frente a la azulejada y escueta fachada del Lope de Vega. Rubial, desde la acera de enfrente, se quedó mirando
con cierta sorna. Desde los carteles anunciadores, una encantadora actriz de
cine nos sonreía por el ojo de una cerradura[13].
-
¡Vaya!,
otro teatro solo en los ratos libres -comentó-. Claro, si todos los
castellarenses hacen lo que tú…
-
Todo
pasa, repliqué con malicia. No querrás que, después de siglo y cuarto, sigamos
poniendo la proa al progreso[14]
y dejemos la gran pantalla fuera.
-
El
progreso…, repitió con desprecio. Pues ahí donde lo ves, se han cumplido veinte
años de que estrené yo aquí una de mis primeras obras, bajo mi propia
dirección.
-
Entonces
no habría temor de que la asesinaran con un montaje
personal.
-
No
fue nada del otro mundo -prosiguió-. La monté con una compañía malagueña, una
Academia de Teatro muy profesional, de la que saldrían figuras como Fiorella
Faltoyano y Óscar Romero. Fue un mes de octubre[15],
dentro de un festival de Teatro Nuevo (¡figúrate
si llovió!). No veas como lucían los decorados de Guinovart[16]
en aquella bombonera roja y oro,
restaurada hacía poco. Y, además, sin la presión de ver cuánto duraba en cartel,
ya que el Festival tenía tasadas las representaciones.
Estuvo unos
momentos como pasmado, digiriendo los recuerdos. Finalmente, echó a andar
camino del Parque:
-
Fue
la última vez que puse los pies en esta ciudad, hasta hoy. Ya no era un
chiquillo: frisaba los cuarenta, como tú ahora. ¿Dónde estabas entonces?
-
Aquí,
en Castellar, estudiando, a mitad de la Carrera.
-
Seguro
que sí -ahuecó la voz-. Das la impresión de haber sido siempre un hombre muy responsable.
Iba a replicarle
con no muy buen tono, pero me echó el brazo al cuello y me aplacó:
-
Habías
dicho antes algo sobre unas tapas. Elige el sitio, que yo invito.
3. Un paseo en el tiempo (segunda parte)
Ya restablecidos,
cruzamos hasta el Parque. Todavía en la Plaza del Poeta y mirando hacia los
paseos de acceso, Rubial me preguntó:
-
¿No
había por aquí un teatro? Tengo una vaga idea de su apariencia y situación.
-
Pues
sí, amigo mío. Lo derribaron hace veinte años. Nada menos que pretendían
levantar en su solar un hotel de lujo.
-
Pues
parece que les ha quedado muy bajito, bromeó.
-
Y
tanto: un simple reloj floral, que dicen se ha convertido en objetivo
predilecto de los vándalos.
-
No
más bárbaros que los que tiraron el teatro. Lo que aún no me has dicho es por
qué no construyeron el hotel de lujo.
-
Por
una nadería, amigo José Manuel: porque un contrato firmado cuando se erigió el
teatro obligaba al Ayuntamiento, si aprobaba sustituirlo por otro edificio, a
dar a la antigua familia arrendataria toda la ganancia que se obtuviese con el
nuevo. Ahí es nada, cambiar los modestos beneficios de un teatro-cine por los
de un hotel de lujo. Así que el Alcalde se dio cuenta de repente de que el
proyectado hotel quitaría la vista del Parque… y todos des-contentos.
Entramos por un de los paseos enarenados y
nos sentamos a la sombra de un árbol gigantesco, un Tilia tomentosa, según la placa que a su pie nos ofrecía el dato.
Rubial tenía ganas de hablar:
-
No
sé si sabes que tuve una juventud muy animada, sobre todo, después de que me
licenciase en Zaragoza.
-
¿Pues
no estudiaste en Barcelona?
-
Hasta
el último curso de Derecho. Me enfrenté con un profesor de Civil y me echaron
de la Facultad, o me exhortaron a que
cambiase de aires, que para el caso era lo mismo. Bueno, a lo que iba. Terminé
las Milicias y, con el dinero ahorrado, pasé una temporada en Marruecos. Luego,
con las trescientas pesetas que me quedaban, me presenté en París, dispuesto a
vivir una temporada con lo que saliera. No me fue mal; al final, con suerte y
mucho cuento, logré que me ayudara hasta el mismísimo José Luis Maravall, el padre del ministro[17].
Pero lo gracioso fue mi segundo trabajo, en el que duré la friolera de tres
meses…
-
No
sería el de apuntador en un teatro.
-
¡No,
no! -exclamó echándose a reír-, eso fue después, ya en España, y me echaron por
apuntar, digamos, maliciosamente a
algunos actores que me caían mal. En París de lo que estuve fue de macró. Bueno -apenas podía articular, de
la risa-, no exageremos, macró ayudante.
Después de varias
interrupciones, entre las carcajadas y la tos, José Manuel pudo explicarme que
un “macrau” es el empleado en cafés y salas de fiestas de mala nota, que
mantiene el orden, protege a las prostitutas y, si se tercia, baila muy
agarrado con las clientas y se las lleva a la cama, si ellas lo piden.
-
Fíjate,
Félix, un tío como yo, que aunque había cumplido los veintisiete, me había
comido pocas roscas -como antes decíamos-, bailando la java[18] y
haciendo los honores a un montón de turistas ansiosas. Creo que ahí contraje
una cierta misoginia. No sé si sabes que soy soltero y que vivo con mi hermano
mayor, un verdadero santo, profesor de asignaturas de Letras en un colegio.
Cómo seré de retraído ahora en eso del sexo, que, cuando los amigos me vieron feliz
y renovado, empezaron a decir “José Manuel se ha echado novia, está enamorado”.
Desde luego, no habría sido nada extraño, porque me sucedió a los treinta años.
-
¿Y
no era por enamoramiento?
-
¡Qué
va! Bueno, en todo caso, no por amor de una mujer, sino de Dios.
Y allí se me
despachó el bueno de Rubial contándome una profunda experiencia mística, tipo
las de Santa Teresa, con transverberación y todo. Yo lo miraba suspicaz,
temiendo que estuviese tomándome el pelo, pero no. El hombre contaba todo muy
serio, con pelos y señales, con los ojos húmedos, medio extático. ¡Qué pena que
no tenga memoria ni cualidades literarias para transmitírselo a ustedes![19]
Fueron unos instantes para mí irrepetibles. Sí que me atrevo con el final del
episodio. José Manuel lo contaba así:
-
…
Hay mucha gente que no lo entiende, pero me ha influido muchísimo, incluso en
mi obra teatral. Me renovó interiormente, al modo del hombre nuevo del que habla San Pablo. Pero, no creas, no he vuelto
a dudar de la religión ni de la fe cristiana, mas sigo siendo crítico con la
Iglesia. Dejemos a un lado, si quieres, su comportamiento durante nuestra
Guerra, sobre el que los de tu Zona
tendrían mucho de qué quejarse; o sobre los primeros tiempos de Franco, que
todavía respiraban gratitud por el apoyo y seguridad ofrecidos, tras sus miles
de muertos y la incautación o destrucción de conventos, iglesias y colegios.
Pero, ¿y ahora? Esas demostraciones ostentosas de poder económico, ese sistema
educativo, esa tolerancia con que los falangistas y sus sucesores enarbolen una
falsa bandera de la Religión católica, como si esta les perteneciera en
exclusiva… Nunca podré estar de acuerdo con ciertos estamentos religiosos, no
todos, felizmente, pero sí muy visibles, demasiado.
Se levantó del
banco. Decía sentirse entumecido y algo escalofriado.
-
No
te nos vayas a poner enfermo, que esta tarde tienes un soliloquio muy
comprometido, le dije.
Carraspeó y
pareció ponerse a mis órdenes:
-
¿Para
dónde tiramos ahora?
-
Son
ya más de las doce. ¿Te parece que vayamos al cuartel a cumplimentar al
Coronel?
Torció el gesto.
Se ve que, a diferencia de mí, no le apetecía conocer unas instalaciones que
nada le decían. Disculpose:
-
Vamos
a llegar sin avisar y se verán obligados a enseñarme todo, desde el cuarto de
banderas, a las letrinas… Haremos una cosa: Lo telefoneamos para saludarle y
asegurarle mi presencia esta tarde en Capitanía. Luego le pongo cualquier
excusa -por ejemplo, una tía viuda con la que almorzar inexcusablemente- y nos
vamos a comer tú y yo solos a un buen restaurante. Luego, una siesta y, por mi
parte, a repasar el guion de la charla.
-
Claro,
que todo un Comandante Militar de Chafarinas tiene que quedar como un general.
Rubial sonrió:
-
Anda,
anda, que estás deseando que te cuente la historia, pero te vas a quedar con
las ganas. Un hombre de teatro necesita de escenario, tramoya y un amplio
auditorio.
***
A tres décadas de
aquella comida, solo me acuerdo del restaurante y de un delicioso solomillo al
estragón de ternera avileña, y eso porque José Manuel me aclaró su razón de
conocer la excelencia de aquellas carnes:
-
He
veraneado muchos años en Barco de Ávila. Entre eso y mi devoción mística y
literaria por Santa Teresa y San Juan de la Cruz, cuando por fin me decidí a
abandonar Barcelona, convencí a mi hermano y nos fuimos a vivir a la capital
abulense. Allí permanecí cinco gratos años. Luego, ya sabes, Madrid tira mucho
y, aparte mi dedicación teatral, cada vez me llamaban más para conferencias y
coloquios, y ya no va estando uno para viajes frecuentes, por cortos que sean.
-
¿Por
qué dejaste Barcelona? Por lo que creo haberte entendido, llevabas allí casi
toda la vida.
-
Figúrate,
desde el año 39, con algunas ausencias de juventud. Empecé colaborando con
asiduidad para El Noticiero[20] y me fui abriendo camino poco a poco.
No fue fácil, que los catalanes nunca me permitieron sentirme como en casa, lo
que, por otra parte, es el triste sino de los inmigrantes, los charnegos. Aunque me esté mal el
decirlo, con Franco vivíamos mejor,
porque se controlaron las ínfulas nacionalistas; pero de aquellos polvos
vinieron estos lodos. Ahora, con la democracia, han vuelto a las andadas del
tiempo de la República. Para resumir, llegué a sentirme extranjero o, mejor
dicho, extraño en Cataluña, donde los grupos nacionalistas nos presionaban para
que escribiéramos en su idioma. Un
poeta o un novelista puede escribir para quien le dé la gana, pero un autor
teatral se debe a una compañía y necesita una sala donde estrenar. Así que, a
la vejez, … maletas.
-
Ya
veo, el lenguaje como arma arrojadiza. Tendrías que escribir en inglés.
Si, como digo, el
menú lo tengo casi olvidado, me acuerdo bien de muchos tramos de la amena
conversación que sostuvimos. Uno de los más animados versó sobre algo que me
interesa mucho, el maridaje entre literatura e historia. Por aquellos años,
estábamos en los albores de un futuro bum,
el de la novela histórica que, de considerarse una antigualla romántica
ilegible, se iba convirtiendo en una manía, llamada a hacer pasar la erudición
por imaginación y la cultura histórica por arte de escribir. Así despotricaba
yo, cuando Rubial me frenó en seco:
-
Bueno,
yo vengo haciendo teatro histórico -si quieres llamarlo así- desde hace
veinticinco años; lo que pasa es que la mayor parte está metida en un cajón, o
en las páginas de un libro.
Y, como quien
enseña a un alumno díscolo, fue pasando revista a multitud de ejemplos, de
Schiller a Pérez Galdós, en que lo histórico -o, como él decía, lo historicista- había sido semilla y
cimiento de grandes empeños literarios.
-
Para
mí, aseguraba, Galdós es el modelo, por más que no le llamase Dios por el
camino de la escena: Teatro histórico porque es realista, nacido de la vida
misma, del tiempo que, a él o a sus personajes, les ha tocado vivir; y teatro
crítico, comprometido, no tanto a nivel ideológico, cuanto sentimental. Alguna
vez he dejado volar la imaginación sobre -literalmente- las decenas de obras
historicistas mías y las he imaginado formando un cuerpo, una colección,
llamada, no Episodios Nacionales,
sino episodios sociales. Mucho es lo
que debo al tiempo que me ha tocado en suerte, difícil, violento,
contradictorio, que yo he procurado vivir como un protagonista libre y como
espectador independiente.
-
Pero
dramatizar tu propia época no creo que sea historiar, sino, como mucho, ser un
cronista.
José Manuel
sonrió:
-
Dale
tiempo, que las generaciones pasan que vuelan. De todas formas, quizá por
emulación de don Benito[21],
mi época favorita es la de la Restauración.
Quizá fuese la confianza
creciente, o acaso se debiera al vino. El hecho es que cada vez le llevaba más
la contraria:
-
Hace
un momento, José Manuel, has perfilado el tiempo que te ha tocado vivir -que,
en buena parte, es el mío- como excepcionalmente difícil y conflictivo. Con una
frase castiza te diría que “eso dicen todos”.
-
Y,
en parte, tienen razón. Cada cierto número de años, o de décadas, la Historia
parece dar un salto hacia adelante, alumbrando nuevos tiempos con dolores de
parto. Pero no me digas que no es llamativo, por ejemplo, que los mayores
imperios de nuestra época, que tan sólidos y fuertes parecían, se hayan venido
abajo en el plazo de unos pocos años. Me refiero, claro está, al británico y al
nazi, tan parecido este en su momentáneo fulgor al napoleónico. Y -fíjate lo
que te digo- no hay dos sin tres: Estamos asistiendo a los estertores del
imperio soviético. Algo tan siniestro y planificado como el comunismo, no puede
aguantar la glasnost política y la perestroika económica. Todo se
tambaleará y el nacionalismo acabará por derribarlo[22].
Así que ahí tienes el trío de cadáveres. Solo tienes que sentarte para ver
pasar el tercero por delante de tu puerta.
***
Con todo, lo que se me quedó más grabado de aquella larga charla fue lo
que él calificaba jocosamente de mi ardiente llamada al mundo del
teatro. Nada menos que había sido emocionado testigo presencial, a sus tres
años, de la mayor tragedia de la escena española de que se tiene puntual
noticia: el incendio del madrileño Teatro
Novedades[23]. José
Manuel lo ha narrado después, en labios de uno de sus personajes. Me permitiré
la licencia de recoger una parte de esa narración dramática, para no ser infiel
con mis palabras:
-
Yo
era muy niño, puede decirse que nací a la vida teatral a través de aquel incendio
tan cercano a mi casa de la calle de la Ruda. En brazos de mi madre, que corría
por las calles, contemplé yo las llamas que salían por los tejados, las
astillas que saltaban entre las llamas (a mí me parecieron pajarillos
abrasándose) y el pavor de las gentes del barrio. El Teatro Novedades quedó convertido en un inmenso solar. Nosotros,
los críos, íbamos mucho por allí a rebuscar entre las ruinas quemadas. Compartíamos la conquista de aquel espacio
muerto con los gatos, que se hicieron dueños del lugar. Contemplábamos los
restos de la escalera trágica aquella, la escalera que conducía al anfiteatro y
donde, al precipitarse a la salida, murieron muchos a consecuencia del atasco.
Pero nosotros lo que hacíamos era rebuscar entre las cenizas. De pronto,
encontrábamos una pluma chamuscada, una chistera rota, unas cuantas lentejuelas
deslucidas. Trofeos, restos del incendio o restos del naufragio, del gran
naufragio del teatro. Y esos trofeos los llevábamos a casa como si fueran -y
claro que lo eran- piezas de museo.
En fin, la
sobremesa se prolongó gratamente y el reloj marcaba casi las cinco. De manera
descortés, me levanté yo el primero, me cuadré y dije:
-
Mi
teniente, ¡a la cama!
El oficial de
complemento se echó a reír:
-
Tranquilo,
cabo, que a las siete puede pasar usted a recogerme en el hotel. Estaré en
perfecto orden de revista.
4.
El teniente alimenticio
A la entrada de Capitanía, me quitaron de las
manos a José Manuel, secuestrado entre una lluvia
de estrellas, como él había vaticinado. Opté por escurrir el bulto e,
invitación en mano, entrar al patio, subir por la escalera imperial y acceder
al espléndido Salón del Trono, dorado y refulgente, cuya disposición se había
retocado para instalar un estrado de fondo para la presidencia y el
conferenciante y como dos centenares de sillas, tras una fila de sillones de
terciopelo para generales y autoridades civiles. Eran ya casi las siete y
veinte, a poco más de diez minutos del inicio del acto, que seguro cumpliría el
horario, conociendo la puntualidad castrense. Así que, orientado por un
sargento que fungía de acomodador, tomé asiento allá por la fila quince -soy un
apasionado de contar filas y escalones- en una sala ya casi llena. A mi lado,
una señora con chaquetón de zorro siberiano, sin duda esposa del comandante de
más allá, dejó caer el típico comentario en alto, buscando contestación en
derredor:
-
Afamado escritor y dramaturgo… Pues yo no había oído hablar de él.
Decidí echarle una
mano -todo fuera por el renard-:
-
La
verdad es que no se han representado mucho sus obras, pero dicen que es el
mejor, después de Buero[24].
-
¡Ah,
sí, claro! -repuso con cara de despiste-; después de Buero, por supuesto, y
quizá de Paso y de Gala[25].
-
Mujer,
terció el comandante, el señor se referirá a los autores vivos, y Paso...
-
Desde
luego, bromeé. Los muertos ya no cuentan.
Afortunadamente, un rumor de pasos y voces
anunciaba ya la entrada en el Salón del Capitán General y demás autoridades. El
público se puso en pie y así permaneció hasta recibir el saludo del anfitrión y
el ademán discreto de que volviesen a tomar asiento. Acto seguido hicieron su
entrada el Gobernador Militar de Castellar, junto con el coronel del agonizante
Regimiento y el dramaturgo desconocido.
Ellos formaron la presidencia, cara al auditorio. Y, con la venia del Capitán
General, anfitrión, se abrió el acto.
Como casi todos
los eventos organizados o dirigidos por militares a que me ha sido dado asistir
en mi vida profesional, si no brillantes, resultaron medidos y correctos. Abrió
el Gobernador Militar, haciendo un panegírico de las glorias de nuestro
Regimiento, cuyo espíritu perduraría en la historia, y su cuerpo, en la
herencia de estandartes y documentos que recogía el Regimiento del Príncipe,
sucesor a su vez del famoso Tercio de Lombardía, del siglo XVI. Luego, el
Coronel, tras sumarse a las emotivas
palabras del General, recordó todos los actos organizados para su
disolución, que ya iban tocando a su fin, y que habían resultado perfectos,
gracias al interés y dedicación del Capitán General y a la cooperación y
asistencia de las Corporaciones y autoridades civiles de Castellar. Sus últimas
palabras fueron para presentar al conferenciante, aunque no precisaba de presentación, cuya breve pero intensa
vinculación con el Ejército había resultado decisiva en su vida y en su obra.
Y, por fin, le cupo el turno a Rubial.
Contra lo habitual
en nuestra época, el conferenciante se puso en pie y así pronunció todo su
discurso, sin apenas consultar la cuartilla que había colocado sobre la mesa.
Fueron treinta y cinco minutos deliciosos -al menos, para mí-, que sirvieron
para desgranar su cariño y la deuda contraída con el Ejército o, mejor dicho,
con los militares. Por fin tuvimos ocasión de descubrir su vinculación con las
Chafarinas, así como la existencia de algunos textos inéditos que, añadidos a
los ya publicados, podían justificar lo que algunos críticos empezaban a decir
de él: que era el dramaturgo español que más había tratado los temas militares
en sus obras, para bien o para mal
-textual-, pero siempre con afecto y con respeto.
En fin, como mi
referencia a la charla de José Manuel se está pareciendo sospechosamente a la
reseña de El Noticiero de Castellar,
les voy a transcribir los apuntes de su cuartilla-guion, que tuvo la amabilidad
de regalarme firmada, al despedirnos aquella tarde. Supongo que les resultaría
inteligible pero, por si acaso, he puesto algo de carne de mi cosecha en los
huesos de su autor:
-
Mis
Milicias universitarias: Primer curso, 1947, Santa Fe del Montseny. Segundo
curso, 1949, Montejaque. Prácticas de alférez: 1951, Cádiz, Regimiento
Infantería nº 42. Aunque mero militar de complemento, quedo marcado para mi
experiencia vital y venero inagotable para mi obra (personajes, lenguaje,
situaciones).
-
1956:
Sin nada mejor a la vista, vuelvo a la vida militar. Me admiten a pesar de
informe no muy favorable de la Policía. Destino en el Regimiento…… de
Castellar. Recepción amistosa, gran respeto y caballerosidad. Me permiten
compatibilizar el servicio con los estudios de la Oposición, que finalmente
abandono. Me aconsejan, por mi bien, seguir mejor la carrera civil de Abogado
o, si no, preparar lo de Jurídico Militar. Asciendo a Teniente, con contrato
anual, rescindible por cualquiera de las partes.
-
Verano
del 56, Campamento de Monte la Reina. Profesor de tiro y armamento de los
universitarios de milicias. Vuelvo feliz al viejo cuartel castellarense, pero
me destinan al año siguiente (1957) a Melilla, coincidiendo con el abandono del
Protectorado de Marruecos. Feliz, también, porque ya conocía la zona y tenía
una ligera idea de árabe. LAS CHAFARINAS: Como teniente, me nombran Comandante
Militar Accidental, convirtiéndome en la máxima autoridad del mini
archipiélago. Paz y tranquilidad.
-
Campaña
de Ifni (octubre 57 – abril 58). Los marroquíes reclaman Ifni y el Sáhara.
Meten en el territorio bandas fuertemente armadas. Verdadera guerra, con
muertos y heridos[26].
Refuerzos y victoria. Problemas legales con algunos soldados y legionarios.
Intervengo como abogado defensor de algunos, dado que soy licenciado en
Derecho.
-
Me
ofrecen destino como periodista. Mi padre, gravemente enfermo. Decido no
reengancharme para un nuevo contrato anual. Pido excedencia en Alcalá de
Henares. Parto hacia Perugia (Italia) para un curso de alta literatura. Nuevo
rumbo a mi vida. Adiós a las armas.
-
FINAL
DE LA CONFERENCIA: Entre vosotros solo encontré nobleza y calor de auténtico
compañerismo. Muchas veces me he vuelto a reencontrar con la historia y la
milicia. El personaje del militar invadió más tarde mi teatro. Lo militar, lo
religioso y lo popular son los ejes de mi vida y de mi obra, y lo mejor de
nuestra España.
***
Tras la sincera y
merecida salva de aplausos, comenzó la de saludos y felicitaciones. Dejé pasar
el grueso del aluvión y también me acerqué a Rubial. Ni él, ni el Coronel
regimental querían librarme de la cena de gala que había de concluir la
celebración. Me disculpé, como casi siempre, alegando problemas
gastrointestinales. Como he dejado dicho, pedí a José Manuel, como recuerdo, la
minuta de su conferencia, que me dedicó con
afecto, al mejor guía de Castellar y compañero de armas.
-
Bueno,
amigo, concluí, te deseo éxito literario y larga vida.
-
Tengo
ya 62 años y mediana salud -contestó-. Tampoco es cosa de alargar demasiado
nuestra estancia en este mundo.
-
¡No
fastidies! Ahora que tenemos democracia y Comunidad Europea[27],
no nos lo podemos perder.
Sonrió tristemente
y aplacó mi optimismo, más enfático que sincero:
-
Mira,
Félix, pese a todos los avances científicos y tecnológicos, nuestro siglo XX
pasará a la historia más por sus destrucciones que como constructivo. Ahí
tienes, sin ir más lejos, las Guerras mundiales y todas las demás.
La discusión
prometía, pero los organizadores se encargaron de cortarla. Se llevaron a
Rubial escaleras abajo. Cuando salí a la Plaza de San Telmo, el marginado montaba en un coche
oficial, camino -no tengo ninguna duda- de la inmortalidad.
[1]
Si no recuerdo mal, dicho premio consistió en un diploma y cincuenta pesetas.
Con ese dinero, se podía ir dos veces al cine. De donde se infiere que se
trataba de un premio ad honorem.
[2]
Hago una brevísima alusión a un hecho real, sucedido el 15 de junio de 1990.
Con saber la fecha, los interesados podrán acceder fácilmente a los detalles de
la trágica muerte de quien fue mi Capitán.
[3] Línea de perfumes de la casa Parera, de
Badalona, iniciada en 1912.
[4] En algunas notas biográficas de nuestro personaje, se comete el error de
nombrar Escuela, en lugar de Escala. Nunca hubo, que yo sepa, una
“Escuela Técnica de Obras Públicas”.
[5] Nombre dado durante muchos años a la Policía
Armada, por el color de su uniforme.
[6]
Es aseveración de nuestro protagonista,
no mía. Con hacer esta salvedad, no creo necesario indagar si ello tenía un
carácter reglamentario o puramente sujeto al criterio de ciertas autoridades de
la Institución.
[7]
En aquella época, los siete años del bachiller se cursaban entre los diez y los
diecisiete años, por término medio. Se iniciaba con el examen de ingreso en el
Instituto y concluía con el Examen de Estado, en la Universidad
correspondiente. Todas las asignaturas eran comunes para el alumnado.
[8]
Dicha letra, nunca oficial, fue escrita en 1928, al parecer, a instancias del
Dictador Primo de Rivera y fue una versión muy difundida durante el primer
Franquismo.
[9]
El hermano mayor de nuestro protagonista había
fallecido de muerte natural durante la Guerra Civil.
[10] Se
trata del Instituto Menéndez y Pelayo de Barcelona, sito en la Vía Augusta.
[11] Alusión
a Samuel Beckett (1906-1989), dramaturgo irlandés, Premio Nobel de Literatura
(1969).
[12] Se
inauguró en 1864. Recuérdese que este relato está ambientado en 1987.
[13]
Estoy por asegurar que se trataba de la actriz Kathleen Turner y la película
tenía que ser Peggy Sue se casó,
dirigida por Francis Ford Coppola en 1986.
[14] El
Teatro al que aquí me refiero inició su andadura en 1861.
[15] Correspondiente
al año 1966.
[16]
Alusión a Josep Guinovart Bertrán (1927-2007), famoso pintor, grabador y
escultor catalán que colaboró en varias ocasiones como decorador con nuestro protagonista.
[17]
Estoy casi seguro de que nuestro
protagonista dijo José Luis, aunque en realidad aludía al profesor José Antonio Maravall Casesnoves (1911-1986),
padre del que fue Ministro de Educación y Ciencia entre 1982 y 1988, José María
Maravall Herrero (1942).
[18]
Danza derivada del vals, tocado muy rápido. La pareja se mantiene literalmente
pegada, avanzando a pasos muy cortos, con las manos de él en las nalgas de ella
(todo, según Wikipedia).
[19]
Nuestro protagonista no tuvo empacho
en narrarlo, de forma sencilla, muchos años después, a un joven profesor, que
preparaba una tesis doctoral sobre la primera etapa de su obra dramática. El relato
se halla en las páginas 51-54, de dicha Tesis, de la que -siguiendo el juego de
escondite que esta historia encierra-solo
diré que su autor se llama Jorge H.M. Soy en gran medida deudor de su excelente
trabajo.
[20]
El Noticiero Universal, diario
barcelonés que se publicó entre 1888 y 1985.
[21]
Benito Pérez Galdos (1843-1920). Es el autor de la colección de 46 novelas, en
cinco series, llamada Episodios
Nacionales, a que antes se alude. La Restauración, que acto seguido se
cita, es un periodo abierto de la Historia de España, que se inicia en 1875 y
acaba donde cada uno quiera, siempre que sea antes de 1923, fecha de la
implantación de la Dictadura de Primo de Rivera. No obstante, algunos le ponen
el límite ad quem en 1931, con la
abdicación del rey Alfonso XIII y la proclamación de la II República.
[22]
Glasnost, palabra rusa equivalente a
franqueza o transparencia. Perestroika,
en ruso, reforma o reestructuración. El vaticinio de Rubial se cumplió un par
de años más tarde (1989, como año clave).
[23]
Se produjo durante la función de tarde del domingo, 23 de septiembre de 1928,
con las 1.500 localidades del local prácticamente ocupadas. Falleció un número
no bien determinado de personas (debido a demorar más o menos la
contabilización de los heridos que fueron falleciendo en las semanas
posteriores). Una cifra orientativa sería la de 90 muertos, amén de unos 200
heridos.
[24] Alusión
a Antonio Buero Vallejo (1916-2000). Por supuesto, mi opinión es solo eso, algo
opinable.
[25] Alfonso
Paso Gil (1926-1978) y Antonio Gala Velasco (1930), dramaturgos de gran éxito.
[26]
La campaña Ifni-Sáhara de 1957-1958
costó a las tropas españolas un total de 198 muertos, 574 heridos y 80
desaparecidos. Ver José María Manrique García y Lucas Molina Franco, Ifni-Sáhara 1958. Sangriento combate en
Edchera, edit. Galland Books, Valladolid, 2008.
[27]
En 1987, el ingreso de España en la Comunidad Económica Europea estaba muy
reciente, como producido el 1 de enero de 1986.
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