El púgil y el actor
Por Federico Bello
Landrove
El boxeo y la interpretación han ido muchas
veces de la mano, pero en pocas ocasiones con la originalidad, la reciprocidad
y la relevancia personal que se dan en este caso. Yo lo calificaría de historia
de la vida real, sin otro mérito del autor que el de fijar sus ojos y su afecto
en ella.
1. El primer café
Ciudad de Nueva York, a comienzos de octubre de 1949.
-
¿Qué,
chaval, hace una taza de café?
-
¿Por
qué no? Muchas gracias.
El chaval -que no aparenta los veinticinco
años que tiene- abandona su inicial propósito de montar en su vieja moto Indian, sonríe al excampeón y se coloca
a su lado, ligeramente rezagado, por respeto. Caminan unas yardas, con el paso
elástico propio de deportistas recién entrenados y penetran en el Neutral Corner, abriéndose paso con
dificultad hasta la barra. El café prometido se torna una cerveza, mientras el
invitante enciende un cigarrillo y saluda a la interminable caterva de gentes
del boxeo y aficionados, que muestran su afecto por él, The Rock. Luego se vuelve hacia el novato:
-
¡Je,
je! Hay veces que ya no sé ni cómo me llamo. Desde luego, es más fácil cambiar
de nombre que de conducta. ¿No crees?
-
Supongo
que sí, pero en mi caso casi todos me conocen por mi verdadero nombre. Solo los
íntimos me llaman Bud.
-
Espero
que sea por buddy[1],
no por ser aficionado a las flores.
La alusión
maliciosa es acompañada de una carcajada cordial y un firme palmeo en la
espalda. Bud se tranquiliza. Lo peor
que podría pasarle en ese ambiente de las doce cuerdas es pasar por un capullo.
-
La
verdad, chico, es que vas a tener que tomarte muy en serio los entrenos. Veo
que has debido de perder la buena forma que seguramente tuviste. ¿Llevas mucho
en Nueva York?
-
Cosa
de un par de años -la ambigüedad encerraba mentira-.
-
Ya
veo. Seguro que, entre hacerte a la gran ciudad y buscar trabajo, no has tenido
mucho tiempo para el deporte. Pero no te preocupes, en Stillman te pondrás a hilo, a poco que trabajes duro y observes a
los mejores.
Ha dicho lo de observar recalcando mucho la palabra. Bud baja la vista, un tanto corrido:
-
Perdona
si te he molestado con mi seguimiento, pero creo que, como modelo a imitar, no
puedo encontrarlo mejor.
-
No
me parece mal, ahora que me lo has confesado. Reconozco que ya me estabas
poniendo un poco mosca, siguiéndome por todo el gimnasio y entrenando siempre
tras de mí.
-
Lo
siento. Procuraré…
-
Ya
te he dicho que queda todo aclarado. Y, a propósito, he notado que no golpeas
fuerte. Eso no puede aprenderse, solo mejorarlo. ¿Pretendes dedicarte al boxeo
profesional?
-
No
me vendría mal para cuadrar mi presupuesto, pero comprendo que me queda mucho
camino por andar.
Rock lo miró con tristeza. No creía que
llegase a ninguna parte. Ni siquiera parecía encerrar la rabia que hace
aguantar el dolor físico. Solo tenía pobreza. Bajó la vista hasta sus vaqueros
recosidos y las zapatillas mugrosas. Encogiéndose de hombros, echó un trago largo
a la botella y decidió cambiar de conversación:
-
¿No
te he contado cómo perdí el campeonato contra el Hombre de Acero?
-
Es
la primera vez que hablamos.
-
Claro,
¡qué tonto soy! Pues verás: el combate hubo de suspenderse por la lluvia hasta
el día siguiente y eso me descentró…
Bud,
que había visto la grabación del breve combate en el cine, no pudo menos de
sonreír. A Rock le habían dado una
paliza sin paliativos y había perdido el campeonato por K.O. en el tercer
asalto, con desvanecimiento incluido. Luego, había estado todo un año sin
combatir y -según decían- había vuelto para pelear con paquetes. El próximo evento sería con un contendiente notable, pero
doce libras más liviano que él.
-
¿Qué
edad tienes, chaval?, preguntó de sopetón Rock.
-
He
cumplido los veintitrés, repuso Bud,
quitándose dos.
-
Yo
ya he llegado a los treinta, pero estoy en plena forma. Me entreno a fondo y mi
mujer me cuida que no veas. ¡Y pobre de mí como me desmande! Norma pega más
fuerte que yo.
Se despiden en el
cruce de la 54 y la octava. El destronado campeón lo mira de hito en hito y
suelta una de sus frases predilectas:
-
Por
encima de todo, sé tú mismo. Si te limitas a copiar, nunca llegarás a nada.
2. El chaval mejora de fortuna
The Rock se convirtió por otros quince
días más en el padrino de Bud,
dirigiendo sus progresos. A mayores, lo invitaba cuando coincidían. Años más
tarde, escribió en sus memorias:
Siempre que salíamos por una taza de café o
cualquier otra cosa, yo pagaba también lo suyo.
Al cabo de un mes
de entrenar en el gimnasio Stillman,
el chico, muy ufano, dijo al acabar la sesión:
-
Vamos
a comer. Hoy pago yo, que he cobrado.
Rock lo miró de arriba abajo: las mismas
zapatillas deshilachadas; el mismo pantalón remendado. No era cosa de meterlo
en excesivos gastos.
-
Vamos
a un italiano de la 55. Está limpio y sirven la pasta fresca y bien hervida.
El chaval se
empeñó en que comieran con vino Chianti,
en su tradicional envase panzudo con cesta de mimbre. El campeón olvidó sus aprensiones
e hizo los honores a la botella, lo que aumentó en extremo su natural
locuacidad:
-
…
Y tienes que tener cuidado en este mundillo nuestro. En cuanto comprendan que
llevas unos dólares en el bolsillo, se apresurarán a camelarte y a hacerse
invitar. Yo he cumplido ya siete años de profesional, la mitad de ellos entre
los punteros, y apenas si me queda para vivir bien, que mis hijos vayan a
buenos colegios y tener unos ahorros en el banco para cuando esto se acabe, que
la gloria dura poco y, luego, tienes que vivir de las rentas el resto de tu
vida. Tengo pensado montar un restaurante o dos. Nada elegante: decente y con
buena comida.
-
Eres
muy popular y todo el mundo te quiere. Seguro que, en cuanto pongas tu nombre
en el rótulo, se llena el local.
-
La
fama y las palmaditas en la espalda, según vienen, se van y si te he visto, no
me acuerdo. Claro que yo pongo de mi parte lo que puedo. Sigo viviendo en mi
barrio, frecuentando a los amigos de siempre y ayudando a los que lo necesitan.
No creo que llegues muy lejos, Bud, pero, estés donde estés, nunca
olvides ser tú mismo y mandar al cuerno a pedigüeños y aduladores.
Acabaron el almuerzo
y, cortando con donosura la perorata del boxeador, Bud pagó la cuenta y dijo:
-
Yo
sé bien a qué te dedicas y dónde te ejercitas. Ahora quiero llevarte al lugar
en que trabajo. Está a bastante distancia de aquí, pero nos vendrá bien dar un
paseo después de la comida.
Echaron en
dirección al centro de la ciudad y, al llegar a la calle 47, Bud señaló desde lejos la portada del
teatro Ethel Barrymore y dijo:
-
Ahí
es donde estoy trabajando yo desde hace casi dos años.
Rock preguntó:
-
¿De
qué: taquillero, tramoyista, acomodador…?
Bud hubo de contener la risa, pero no
contestó. Llegaron frente a la fachada y, señalando la marquesina, apuntó hacia
el segundo nombre en la lista de actores principales:
-
Mira,
ese soy yo… Es mi nombre, mi verdadero nombre.
El boxeador se
quedó mirándolo con cara de guasa; luego, de incredulidad. El presunto actor insistió:
-
Tendré
mucho gusto en regalarte dos entradas, para que tu esposa y tú vengáis una
noche a verme. Dicen que no lo hago del todo mal.
Rock no contestó, presa aún de la
extrañeza. El actor suspiró y cambió de registro:
-
Quiero
darte las gracias por todo lo que me has enseñado y por lo bien que te has
portado conmigo. No lo olvidaré nunca.
El púgil, no
sabiendo aún qué decir, gruñó nasalmente, como solía:
-
¿No
te estarás quedando conmigo, verdad?
3. Los extremos se tocan
Unos meses
después, ya entrado el año 1950, el púgil y el actor volvieron a encontrarse,
solo que por televisión. Nadie mejor que The
Rock para contarlo, con su lenguaje desenfadado y su exuberancia:
Estoy viendo la tele y hete aquí que
presentan un nuevo programa, que va sobre boxeo, y que sale su nombre en la pantalla. Empieza el telefilm y
¡soy yo!¡ El hijo de puta está hablando como yo, andando como yo y pegando como
yo! ¿Puedes creerlo? Con su motocicleta de segunda mano y sus vaqueros raídos,
el tipo me había engañado para que le enseñara a representar su papel.
Ya fue casualidad
que nuestro atareado boxeador -participó en nada menos que nueve combates, a lo
largo de aquel año- viese el programa piloto de la frustrada serie Come out fighting!, porque fue el único
que se rodó o, al menos, que llegó a salir por la pequeña pantalla. Lo que
resultó menos casual es que le entrara el gusanillo de la popularidad y el
caché televisivos. Tan pronto se retiró, dos años después, se embarcó en el
rodaje de campañas publicitarias y series, luciendo músculos y simpatía, y
lanzando a las ondas su voz inconfundible y su genuino acento del East End neoyorquino. Vamos, haciendo de
sí mismo o -lo que era igual- remedando a su vez a aquel condenado chaval del
teatro Ethel Barrymore, que se había
convertido en una leyenda de la gran pantalla y no parecía haber olvidado del
todo su experiencia boxística.
También el amigo Rock tuvo, por activa y por pasiva, sus experiencias
cinematográficas. Así, entre unas cosas y otras, mantuvo una popularidad que le
hacía muy feliz y que ha llegado hasta nuestros días; una fama menor -no cabe
duda- que la de los actores que lo imitaron, pero -¡qué demonios!- lo
verdaderamente importante es ser uno mismo. Y eso solo él podía decirlo.
***
Si han llegado
leyendo hasta aquí -y si han dejado lo último para el final-, pueden tener
algunas dudas sobre la identidad del púgil y del actor que protagonizan el
relato. No les voy a dejar con la incertidumbre. Ni ustedes, ni los personajes,
merecen que me ande con más tapujos, para mantener el interés literario.
·
El
púgil se llamó Thomas Rocco Barbella, pero en el ring y en sociedad fue Rocky
Graziano, uno de los más carismáticos campeones de boxeo de todos los tiempos;
por cierto, convecino, compañero de reformatorios y buen amigo de Jake LaMotta,
que no le fue a la zaga, ni como púgil, ni como personaje mediático.
·
El
actor era Marlon Brando quien, durante dos años, representó en el teatro Ethel Barrymore de Nueva York el papel
de Stanley Kowalski en la obra de Tennessee Williams, Un tranvía llamado Deseo. Años después, en La ley del silencio, tendría ocasión de encarnar a un frustrado
boxeador, retirado antes de tiempo por un tongo impuesto mafiosamente.
·
En
1955, con el apoyo literario del escritor Rowland Barber, Rocky Graziano
publicó la primera parte de sus memorias, que sirvió de base para el guión de
la película Marcado por el odio. Paul
Newman hizo en ella el papel del boxeador biografiado, quien tuvo la
oportunidad de conocer y orientar al actor de Ohio, para que lograse el que
sería su primer éxito importante en el mundo del cine. Si el gran Newman se
hizo con el papel, no fue por otro motivo que el del fallecimiento en accidente
de coche de otra gran estrella, James Dean, cuando estaba empezando a meterse en el personaje.
Lo menos que se
merecía The Rock es que le ofrecieran,
a su vez, la oportunidad de aprender interpretación en el Actor’s Studio; y, en efecto, Paul Newman lo llevó, como quien no
quiere la cosa, a una de las clases, invitándole a tomar lecciones. Rocky se
dio la vuelta y dijo con cierta displicencia:
-
¿Y
para qué? Todo el mundo está intentando hablar y actuar como yo.
[1] Buddy
es un sustantivo coloquial, equivalente a amigo, compinche, colega…, en tanto bud puede ser, tanto un apócope del anterior, como significar,
entre otras cosas, capullo de una flor.
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