Blas de Lezo, o
historia de una leyenda
Por Federico Bello
Landrove
Mi afición por la Historia me lleva a
defender su verdad, por más que frecuentemente sea discutible o esquiva. Pero
hay casos en que, leyendo ciertos libros o artículos históricos, no puedo menos
de pronunciar la sarcástica frase: Así se escribe la Historia. Tal sucede con mucho de lo historiado acerca de Blas de Lezo. En
consecuencia, he resuelto despacharme con
este relato, retando a que se me desmienta en lo esencial.
1.
El monumento
Tomábamos el
cotidiano café de sobremesa, cuando la tertulia de aquel día de finales de
noviembre de 2014 se centró en la enésima polémica entre Madrid y Barcelona,
que tenía como pretexto una cuestión histórica. Unas fechas antes,
concretamente el 15 de aquel mismo mes y año, se había inaugurado en la capital
de España un monumento a la memoria del teniente general de la Armada, don Blas
de Lezo y Olavarrieta[1],
fallecido para la Biología doscientos setenta y tres años antes; y, cuatro días
después, el Ayuntamiento barcelonés había aprobado una moción, solicitando del
madrileño la retirada de dicha memoria, con el argumento de que Lezo había
participado en el bombardeo naval de la Ciudad Condal durante el año 1714.
Como era de esperar, siendo casi todos los tertulianos naturales de Castellar,
los comentarios eran unánimes a favor de rechazar tal solicitud; tan unánimes
en el fondo -no en forma y razones-, que decidí abstenerme de intervenir. No me
sentía cómodo en una cuestión cuyos datos desconocía y, de otra parte, tengo
una peligrosa inclinación de enfrentarme a las tesis defendidas por una clamorosa mayoría. Sorprendentemente,
vino en ayuda del equilibrio y la matización nuestro contertulio Evaristo,
profesor de Historia y tan castellarense como el que más. Para empezar, dejó
caer esta sorprendente comparación:
-
Amigos,
decir que Lezo ganó la batalla naval de Cartagena de Indias, o que salvó la
españolidad de dicha plaza, es tan cierto como sostener que el general
Saint-Hilaire, no Napoleón, fue el vencedor en Austerlitz.
El nombre de la
gran batalla tuvo la virtud de hacer el silencio. El profesor lo aprovechó para
añadir:
-
Y
decir que en Cartagena de las Indias decidió la Marina española es una
falsedad, además de una ofensa a las fuerzas que combatieron en tierra, las que
-como es lógico- eran del Ejército en su mayor parte.
Nemesio, el
boticario, quiso arrimar el ascua a su sardina:
- Hombre,
la Marina o el Ejército, ¿qué más da? El caso es que Lezo era el general en
jefe.
Evaristo replicó,
entre el enfado y la displicencia:
-
Eso
es más falso aún que lo anterior. ¿No has oído hablar del virrey Eslava[2]?
¿No? ¿Tampoco los demás? Pues, cuando volváis a casa, consultad Internet; claro
está, haciendo caso omiso de los cantamañanas que allí pontifican y tocan de
oído.
Por el momento, la
cosa quedó así. A la salida, aprovechando mi gran amistad con el regañón de
Evaristo, me atreví a pedirle directamente su versión del tema. Aceptó, con una
condición:
-
Recoge
en esquema las principales razones y méritos del homenajeado, tal y como se han
aducido para levantar el monumento de la madrileña plaza de Colón. Luego, me
presentas el resumen y yo lo contestaré punto por punto. ¡Ah!, y no comentes
nada a los demás, pues no quiero que confundan mi defensa de la verdad
histórica con la de los desvaríos anacrónicos de quienes ponen la Historia a
los pies de sus intereses políticos.
***
Con ayuda de
crónicas periodísticas y de referencias en Internet, preparé una breve nota
informativa sobre Blas de Lezo, que rezaba así:
Lezo es el modelo del marino español experto
y valiente, que nunca fue derrotado en combate, sufriendo en cambio la pérdida
total o parcial de un ojo, una pierna y un brazo, por lo que fue apodado
respetuosamente Pierna de palo y Mediohombre. Su mayor y más relevante hazaña fue la
defensa de la plaza de Cartagena de Indias, frente a una gran escuadra inglesa,
en la primavera de 1741. Al mando de fuerzas muy inferiores en número y medios,
preparó y dirigió los combates con tal tenacidad y acierto, que evitó la
invasión, la cual habría supuesto el comienzo de un gran Imperio británico en
América del Sur. Sin embargo, sus méritos no le fueron reconocidos, ni en vida
(murió a los pocos meses de su gran victoria, quizás a resultas de las heridas
sufridas en batalla), ni a su muerte. Su nombre ha permanecido olvidado de la
generalidad de nuestros conciudadanos y jefes políticos, siendo una víctima más
de la ingratitud hispánica, favorecida en este caso por el deseo inglés de
ocultar una derrota, vergonzosa por muchos motivos.
Pertrechado con
esas referencias, acudí a la cita con Evaristo, quien la leyó e hizo el
siguiente comentario:
-
Más
o menos, es la versión general que circula, pero me gustaría que hubieses puntualizado
más… ¡Bah!, no importa; ya añadiré yo algunas cuestiones, si bien evitaré
alargar innecesariamente la exposición. No se trata de darte una conferencia,
sino de dejar claro que estamos ante un caso significativo de lo que decía aquel: Así se escribe la Historia.
Nos arrellanamos
en los cómodos sillones del Casino y Evaristo comenzó su explicación. La voy a
reproducir tal y como la recuerdo, pues no tomé notas, ni creo que él me lo
hubiera permitido.
2.
Verdades a medias y mentiras enteras
-
Comenzaremos
por un hecho que puede parecer baladí, pero que, a más de llamativo, lo
considero esencial para valorar las cualidades de Lezo como marino. Me refiero
al hecho de que toda su formación como militar del mar la hizo en la Armada
francesa.
-
¿Qué
me dices?
-
Como
lo oyes. Por proximidad geográfica -su familia era guipuzcoana- o por las
afinidades políticas nacidas de la Guerra de Sucesión española, el niño Blas
fue enviado a estudiar a un colegio de Francia y, a eso de los doce años, ya
estaba embarcado como guardiamarina en un navío francés.
-
Estamos
hablando del año…
-
1701.
Y hasta 1714 Lezo no se incorporó formalmente a la Armada española. Para
entonces, había alcanzado el grado de capitán naval, amén de perder una pierna
y un ojo. Hay constancia de su participación en varias acciones de guerra
importantes y del prestigio que tenía entre sus superiores, en especial, el
almirante, Conde de Toulouse.
-
Has
citado el año 1714, o sea, el del bombardeo naval recordado por los munícipes
barceloneses de ahora mismo.
-
En
efecto; firmado el tratado de Utrecht, los marinos españoles al servicio de
Francia pasaron a depender directamente de la Armada española. En tal concepto,
al mando del buque de línea Nuestra
Señora de Begoña, Lezo participó, como un capitán de navío más, en las
acciones que culminaron con la toma de Barcelona y la rendición de Mallorca.
-
Es
decir, que don Blas estuvo unos doce años bajo las banderas francesas…
-
Así
es, hasta los veinticinco de edad. La verdad es que aprendió muy aprisa y,
gracias a sus méritos de guerra, ascendió rápidamente.
***
-
De
buena gana -prosiguió mi amigo- pasaría ya a los hechos de Cartagena de Indias,
pero me parece oportuno antes aludir a una circunstancia en que, dado su
subjetivismo, puedes creerme o no. Me refiero a que Lezo fuese en vida una
víctima de la pequeñez de espíritu de sus superiores; vamos, el sujeto pasivo
de la envidia de los mediocres. La verdad es que él mismo tenía un mal carácter
que rozaba la indisciplina, como quedó demostrado en los años que nuestro
marino pasó en el Mar del Sur -como entonces llamaban al Pacífico-, como
segundo jefe de dicha Armada, con base en El Callao. Fueron ocho años duros -de
1720 a 1728-, en que Lezo combatió especialmente el contrabando y el corso,
amén de contraer matrimonio y tener a sus primeros hijos. Pero, sobre todo,
evidenciaron el comportamiento intemperante de don Blas, que chocó
repetidamente con los mandos del Ejército de Tierra y con el virrey Armendáriz.
No digo yo que careciese de razones, pero sí que la situación se hizo tan
insostenible, que Lezo renunció al mando y regresó a la Península.
-
Eso
le haría perder el favor de la Corte y de los mandos de la Marina…
-
En
absoluto. Felipe V lo apreciaba sinceramente desde los años de la Guerra de
Sucesión, tal vez, por su dominio del francés y su formación en la Marina gala.
El caso es que, tras un merecido descanso, Lezo fue puesto al frente de la
Escuadra del Mediterráneo, en 1731. Su ejercicio fue brillante, de modo que le
significó el ascenso a teniente general de la Armada y, ante ciertos problemas
de salud, pasó al cargo, importante y más tranquilo, de Comandante General del
Departamento de Cádiz.
-
Ya
voy entendiendo. Da la impresión de que don Blas se desempeñaba mucho mejor cuando
estaba al mando pleno, sin subordinación ni coparticipación alguna.
-
Es
lógico, dado su carácter vivo y dominante. Lo que resulta ridículo es loar y
disculpar sus excesos y llamar envidia o desprecio a los de los demás, sobre
todo, cuando estos tenían igual o superior rango que nuestro pasaitarra.
***
-
¿Qué
te parece, Evaristo, si nos centramos ya en la defensa de Cartagena de Indias[3],
la mayor acción bélica y mérito histórico de Lezo?
-
Me
parece muy bien. Todo ello fue precedido del nombramiento, tan apetecido, de
primer jefe de la Flota de Indias, producido en 1736, cuando don Blas había
cumplido los 48 años de edad. Realizó el viaje al año siguiente y, apenas dos
después, España entraba en guerra con Inglaterra, conflicto conocido con el
curioso nombre de la Guerra de la oreja
de Jenkins.
-
Recuerdo
tal apelativo y sus razones. También creo recordar que, al hilo de esta guerra,
los ingleses concibieron el magno propósito de sustituir a España en el dominio
de América del Sur.
-
Nada
menos… Fue una idea acaudillada políticamente por el primer ministro, Pitt el
Viejo, y, en lo militar, por el influyente y pretencioso vicealmirante Vernon,
el gran antagonista de Lezo en
Cartagena.
-
¡Por
fin hemos llegado a la hermosa ciudad, ahora colombiana! Céntrate -te lo ruego-
en lo que atañe a los errores y falacias que se han ido deslizando sobre el
episodio.
-
Está
bien. Veamos. ¿Qué te parece empezar por la mayor quimera, el disparate
mayúsculo? Me refiero, por supuesto, a considerar que fue Lezo el comandante en
jefe de los defensores de Cartagena. A eso me referí el otro día en la
tertulia, cuando dije que era lo mismo que tratar de escamotear a Napoleón el
mando supremo en Austerlitz.
-
¡Arrea!
¿Quién tuvo, según tú, el mando supremo?
-
Según
yo, no: según la Historia. Es cierto que, en momentos previos, por vacante o
ausencia, Lezo ejerció poderes mayores, que aprovechó para mejor preparar la
ciudad a su esperado asedio; pero, cuando este empezó en marzo de 1741, y a
todo lo largo de los dos meses que duró, el jefe supremo fue el virrey,
Sebastián de Eslava, y, bajo su autoridad inmediata, los mandos en tierra
fueron el coronel, Melchor de Navarrete, y el ingeniero jefe de las
fortificaciones, Carlos Desnaux. Blas de Lezo fue el comandante de las fuerzas
navales españolas, surtas en las bahías de Cartagena[4],
a las órdenes supremas de Eslava.
-
Bueno,
ya se sabe que una cosa es la teoría y otra la práctica. Seguro que el tal
Eslava era un burócrata apergaminado, que descansó en Lezo el mando efectivo de
todas las fuerzas.
-
Pues
te equivocas de medio a medio con ese virrey. Eslava era teniente general del
Ejército, con sobrada experiencia militar, y ejerció su mando durante el asedio
con tal decisión y presencia, que el propio Lezo se quejó amarga y
repetidamente de que lo marginaba y reducía a la inoperancia. Y ello fue a más,
según avanzaba el cerco inglés, por la elemental razón de que Lezo se quedó sin
barcos que mandar.
-
¿Me
puedes explicar esto? Tenía entendido que en Cartagena de Indias jugó un papel
decisivo la flota española, al mando de don Blas.
-
Otra
vez, no das una. Para empezar, los seis navíos de guerra con que Lezo contaba
inicialmente poco podrían haber hecho contra los treinta y seis barcos de línea
británicos, sin contar fragatas y otras embarcaciones menores y de transporte,
hasta un total de más de ciento ochenta unidades. Pero es que, con mejor o peor
acuerdo, los seis barcos españoles fueron deliberadamente averiados o hundidos,
para dificultar el acceso de los ingleses por las dos bocas de la Bahía
Exterior cartagenera, y sus cañones y tripulaciones fueron convertidos con gran
acierto en tropas y medios de guerra para actuar en tierra, a las órdenes de
Eslava y los mandos del Ejército.
-
¡Vaya
faena para el pobre Lezo, dejarlo sin fuerzas que mandar!
-
En
eso puedes tener algo de razón. De hecho, nuestro marino se quejó amargamente
de que hundieran varios de sus buques -no siempre de forma efectiva-, pero lo
cierto es que él tomó la iniciativa en algunos casos y, sobre todo, fue el
artífice de la decisión de privarlos de buena parte de su artillería,
llevándose los cañones a las fortificaciones de tierra. ¿Me quieres decir que
podría haber hecho con sus últimos cuatro barcos, desartillados a medias?
Haciendo pasar estas medidas por una mera afrenta a Lezo y a la Marina, no solo
se olvida que aquel participó de ellas, sino que se priva a los militares
españoles de una de sus glorias mayores en aquel sitio: haber considerado que
se trataba de una operación anfibia en gran escala, en la que la Marina solo
podía tener -al menos, de la parte hispana- un papel auxiliar y de transporte.
-
Así
que lo de que la batalla de Cartagena fue naval, nada de nada.
-
En
lo que respecta a los españoles, desde luego. Mira tú si es por ahí, por donde
se ha deslizado parte de la falacia histórica: la Marina española, colgándose
unos laureles que eran casi exclusivamente mérito del Ejército.
-
Humm,
no me gustan esas consideraciones tan ruines. Sigamos con la batalla de
Cartagena. Ya que no como mando supremo, ni como jefe de una verdadera y
efectiva flota, no me negarás que Lezo jugó un papel muy importante en la
defensa de las fortificaciones. He oído que…
-
Sé
por dónde vas -sonrió Evaristo- y no te lo reprocho, pues es uno de los fiascos
más famosos y decisivos en la historia de la poliorcética. Pero, antes de
llegar a él, es de justicia reconocer que, aunque sin mando directo sobre los
fuertes, Lezo apoyó su mejora, contribuyó a artillarlos con los cañones de
marina y discrepó en alguna ocasión del criterio del virrey de abandonar
algunos, para concentrar fuerzas. De todas formas, el hombre decisivo en
materia de fortificaciones fue el coronel ingeniero Desnaux, a quien me he
referido antes.
-
De
acuerdo. Vamos ya con el asunto de las escalas para asaltar el grande y
decisivo fuerte o castillo de San Felipe de Barajas.
-
Todo partió de una decisión de última hora,
atribuida a Lezo -no sé con qué fundamento probatorio-, de dificultar el asalto
a sus muros mediante la excavación de un foso seco. Los ingleses desconocían tal
refuerzo y, por ende, al hacer desde la lejanía los pertinentes cálculos
trigonométricos, dieron una altura para sus escaleras de asalto insuficiente,
en unos dos metros. Y así, cuando se lanzaron al precipitado y decisivo asalto,
se encontraron con que no podían alcanzar lo alto de las murallas. Sin saber
qué hacer, en terreno despejado y con gran impedimenta, fueron masacrados con
armas de fuego y a la bayoneta, en la acción definitiva de toda la campaña. A
partir de ella, la toma de Cartagena era imposible por el momento, y hubieron
de retirarse, con toda la lentitud y tranquilidad que quisieron, pues las
fuerzas españolas no eran suficientes a entorpecérselo. De este modo, lo que
había sido solo una buena idea -excavar un foso- se convirtió en la clave de la
batalla, más por errores ajenos que por méritos propios. En cualquier caso, la
suerte es de quien la persigue. Sabido es que, en el ajedrez y en la guerra,
suele ganar quien mejor aprovecha los fallos del contrario.
3. Fabricando una víctima y creando una leyenda
Nos tomamos un respiro. Evaristo desplegó
sobre la mesa algunos planos explicativos del asedio de Cartagena de Indias en 1741,
a fin de aclararme ciertos puntos. Luego, retomando el hilo del relato,
prosiguió:
-
Vamos
con el aspecto lacrimógeno del asunto, a saber, la conversión de Blas de Lezo
en la víctima de una confabulación de ingratitud y olvido, que habría surgido
en su época y continuado, hasta que ciertos tratadistas de vía -y vista-
estrecha intentaran repararla, con ditirambos y monumentos.
-
Bueno,
no sería nada diferente de lo acaecido con tantos otros personajes históricos.
Tal vez el olvido sea injusto y mal consejero, pero, con el tiempo, se hace
casi inevitable.
-
Coincido
contigo. No obstante, te diré algunas cosas concretas sobre el caso Lezo. Y, ante todo, veamos la
supuesta victimización primaria, es decir, la marginación o el desconocimiento
de los méritos de don Blas por el Gobierno de su tiempo. Debería recordar aquí,
de nuevo, su mal carácter y poca disciplina. Y así, apenas concluida la campaña,
envió una extensa misiva -junto con su diario del asedio- al Secretario de
Estado, marqués de Villarías, poniendo de vuelta y media al virrey, con toda
clase de reproches, entre injustos y desproporcionados. Y, en lo que respecta a
la actuación bélica de los demás mandos, su valoración puede concretarse en la
siguiente infamia: El éxito de las armas españolas solo pudo deberse a los efectos de la Divina Providencia.
Claro está -añadía- que él en nada había podido participar, en cuanto que el
virrey y los mandos de su predilección lo habían impedido. La carta concluía
pidiendo la venia de Madrid para regresar a Europa, ya que no me queda qué hacer con oficiales, tropa y gente de mar de mis
navíos, por haber reunido en sí Don Sebastián de Eslava todas mis facultades. Es
obvio que, perdidos todos sus barcos y con la gente de los mismos convertida en
tropa de tierra, nada tenía que hacer, con Eslava y sin Eslava.
-
Ya
veo. ¡Menudos exabruptos, habiendo vencido! No sé qué habría dicho de haberse
producido una derrota. No obstante, me gustaría saber cómo le contestó el
Ministro.
-
Ni
falta que hace saberlo, ya que Lezo murió a los cuatro meses de levantado el
asedio por los ingleses, al parecer, por enfermedad contagiosa. De modo que, si
te parece, vamos a trasladarnos al presunto proceso de victimización
secundaria, o negativa a sus descendientes de títulos y prebendas; algo a lo que,
para vivir en los tiempos actuales, las plañideras de don Blas dedican una
importancia superlativa.
-
Creo
que casi todo gira en torno a las dificultades para la concesión del título de
marqués a sus descendientes.
-
En
efecto. Dicho título[5]
fue otorgado a petición de su hijo primogénito en el año 1760, cinco meses
después de la concesión de otro análogo al virrey Eslava, fallecido el año
anterior. Creo que, para tratarse de una víctima de la inquina de otros, y
sujeto de hipotéticas órdenes reales
condenatorias, la equiparación de Eslava y Lezo es sorprendente. Yo creo
que no deja lugar a dudas de la realidad de los hechos, por mucho que se haya
escrito por personas entendidas, incluso almirantes. En esta materia, almirante rima muy oportunamente con ignorante.
-
Sí,
pero todo eso que me cuentas data del siglo XVIII. El olvido pudo producirse
posteriormente y ser intencionado…
-
Como
comprenderás, todo es relativo. Voy a responderte, recordando las palabras de
algunos de los hagiógrafos de don Blas, que decían -y dicen- que su nombre está
olvidado en el País que él defendió con su sangre. Estudios históricos,
biografías, relatos novelados, rótulos de calles, monumentos, buques de guerra,
sellos, etc. se le han dedicado o llevan su nombre[6].
Tanto a nivel de la sociedad española, como de su Marina, Blas de Lezo ha
estado constantemente presente, como ahora puede decirse que está de actualidad. Lástima que, como hemos
visto, mucho de lo que se le ha dedicado cumpla un objetivo de mitificación,
que te he resumido con algún detalle y que me abstendré de ponerle nombre y
apellidos, o de explicar. Como modesto historiador, me conformo con
ridiculizarlo y despreciarlo.
-
Entonces,
¿no me darás tu opinión sobre el porqué de la leyenda histórica, o la historia
legendaria, de Blas de Lezo?
-
Ese,
por bien fundado que se pretenda, es terreno abonado para las conjeturas. Lo
dejo para aficionados a la Historia, como es tu caso.
***
Así que, por obra
y gracia de mi amigo el profesor, heme aquí, a cara descubierta, imaginando
motivos plausibles que puedan haber tenido tantas personas para construir la
leyenda de Blas de Lezo, con fraude o por buena intención. Se me ocurren, al
menos, cuatro, que podamos calificar de respetables.
El primero de
ellos es el de la conmiseración admirativa que produce su invalidez física.
Recuerda de cerca el caso del vicealmirante Nelson, también tuerto y con un
brazo perdido, a lo que Lezo agregaba una pierna cortada por la rodilla. Con
independencia de otras consideraciones, hemos de convenir en el valor y la
energía que suponen el superar tales limitaciones, en particular, para la gente
de mar de la época. Adicionalmente, suscribo las consideraciones de los
marineros de la flota comandada por Nelson, cuando encarecían la valentía de
este, por cuanto es insólito que sean los almirantes, no los marineros, quienes
pierdan sus miembros y órganos en combate.
El segundo ya fue apuntado por Evaristo -y
por otros muchos- y hace alusión a la competencia y rivalidad entre los
militares de mar y de tierra. En una gran operación anfibia, como la de
Cartagena de Indias, es inevitable comparar méritos y defectos, relevancia y
accesoriedad. La Marina española tomó a Blas de Lezo como su paladín en la
gesta histórica cartagenera y así lo sigue manteniendo, contra viento y marea
-nunca mejor dicho-. Extraña, en cambio, que el Ejército no haya hecho lo
propio con Eslava, Desnaux, Navarrete y otros de los suyos. Ojalá que, si en el
futuro se deciden a hacerlo, se guíen por el respeto a la verdad histórica, no
de corporativismos legendarios.
Un tercer motivo
puede ser el que Lezo falleciera apenas cuatro meses después de la retirada
inglesa, sin que exista una constancia clara de las causas de tal óbito. Aunque
se dice que la etiología más probable es la contracción de una epidemia, o peste -debida a la multitud de cadáveres
insepultos o arrojados al mar en aguas interiores y someras-, existe también la
opinión de que don Blas pudiese haber muerto a resultas de heridas recibidas en
combate, hallándose a bordo de su buque insignia Galicia, el 4 de abril de 1741. De ser así, resultaría una
similitud más con la biografía de Nelson, aunque con un dramatismo mucho menor.
He dejado para el
final el fundamento más llamativo, que bien merece se le dedique un apartado
propio en este relato.
***
La precipitación
presuntuosa del vicealmirante Vernon le llevó a incurrir en un fiasco
imperdonable, que figura en los anales de la Historia a un nivel similar al de
las escalas de longitud insuficiente. Es ello que, desembarcadas sus tropas de
tierra, con parte de las defensas españolas acalladas o destruidas y habiendo
podido franquear con parte de sus naves la Bahía Exterior del puerto
cartagenero, el comandante en jefe británico creyó indudable su triunfo, a
juzgar por la disparidad de fuerzas y la marcha de los combates. En
consecuencia, despachó correos a su rey, anunciándole haber alcanzado el
triunfo definitivo. Cortesanos oficiosos rindieron tributo al gran Vernon -tan militar, como político-
acuñando diversas medallas conmemorativas de la victoria. En algunas de ellas,
se aludía al triunfo sobre Lezo (o Don Blass -sic-) y se representaba a
este arrodillado, en ademán de rendición y pleitesía. Así, por causas
imprecisas, los propios ingleses de
Inglaterra sirvieron a la leyenda de Lezo, por más que Vernon y sus hombres
supieran muy bien quiénes mandaban en Cartagena de Indias y qué jerarquía
poseía cada uno.
Cuando,
finalmente, Vernon hubo de explicarse ante su monarca, Jorge II, el escándalo
fue de tal magnitud, que perdió inmediatamente su mando y no se le concedió
ningún otro hasta su fallecimiento. Llamativamente, el rey inglés se sintió
corresponsable del error y, deseando superar el ridículo mediante el fraude,
prohibió expresamente a sus cronistas que aludieran a tal hecho de armas, o que
se diese explicación oficial alguna de la desaparición
de los diez mil soldados y hombres de mar que aproximadamente Inglaterra
perdió en la empresa, por todos los conceptos[7].
Finalmente, al fallecer Vernon, se le enterró con honores de héroe en la abadía
de Westminster, como si efectivamente hubiese sido el vencedor de Cartagena.
Ante tamaña
desvergüenza por parte de la Corte británica, las falacias españolas sobre Blas
de Lezo parecen realmente mínimas. Tal vez de aquellas puedan haber surgido
estas: ¿quién sabe?
4.
Epílogo
Expuse mis
conclusiones a Evaristo, que se mostró sustancialmente de acuerdo con ellas:
-
Habrás
observado -añadió- que la verdadera víctima del caso Lezo es la verdad histórica, truncada por la exageración, la
leyenda o la franca falsedad.
-
Yo
creo -repuse- que, entre las víctimas,
ocupa un lugar destacado el virrey Eslava, privado -él sí- de fama y
consideración por la posteridad.
Mi amigo quedó
mirándome con una media sonrisa, como dudando en decir algo más. Finalmente,
agregó:
-
Fíjate
lo que son las cosas. Muerto ya Lezo, al año siguiente del gran asedio de 1741,
volvió a presentarse Vernon con sus fuerzas ante Cartagena, dispuesto a hacer
un último intento por convertir en verdad su supuesta victoria. Buen conocedor
ya de la zona, fue a tiro fijo, a examinar el estado de los fuertes y baluartes
exteriores que defendían la ciudad. Desembarcó exploradores técnicos, quienes
volvieron asombrados a él. El virrey Eslava[8]
había dirigido tales y tan rápidos trabajos de reconstrucción, que las
fortificaciones estaban de nuevo en condiciones de buen servicio. Irritado y
escaldado, Vernon bombardeó la ciudad desde el océano y definitivamente se
alejó. Como es natural, los turiferarios de Lezo pasan por alto esta segunda
parte de la historia, o no explican la pronta retirada británica.
Tomó un sorbo de
café y concluyó, malicioso:
-
Así
que el gran Blas de Lezo consiguió lo que el también legendario Cid Campeador,
muchos siglos antes: ganar batallas después de muerto.
[1]
Nació en Pasajes (Guipúzcoa), el 6 de febrero de 1689, y falleció en Cartagena
de Indias (actual Colombia), el 7 de septiembre de 1741.
[2] Sebastián de Eslava y Lasaga (1684-1759),
virrey de Nueva Granada de 1740 a 1749.
[3] Dicha defensa, o batalla, se desarrolló entre
el 20 de marzo y el 20 de mayo de 1741.
[4]
Su cargo militar naval durante el asedio fue, precisamente, el de Comandante de
la Escuadra de Cartagena (de Indias).
[5] En concreto, el de Marqués de Ovieco. El
concedido a los descendientes del virrey Eslava fue el de Marqués de la Real
Defensa, coincidente con los planteamientos de este relato histórico.
[6] Para los reconocimientos a Blas de Lezo,
hasta el año 2011, me remito al resumen de Manuel Gracia Rivas, en el artículo En torno a la biografía de Blas de Lezo,
publicado en Itsas Memoria. Revista de
Estudios Marítimos del País Vasco, San Sebastián, 2012, páginas 487-522. La
enumeración de reconocimientos está en las pp. 488 a 490.
[7] La
mayoría de las bajas inglesas fue a causa de enfermedades carenciales y
epidemias, en particular, la fiebre amarilla o vómito negro.
[8]
Ya entonces ascendido al máximo rango de Capitán General del Ejército, sin
duda, por méritos de guerra.
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