El mundo de las
amazonas
Por Federico Bello
Landrove
El mundo onírico y el
de mis convicciones se alían para dar un tono fantástico al tema de las
relaciones entre los sexos en el futuro de la Humanidad. Claro que no hay por
qué pensar que el porvenir resulte seguro, ni muy distinto de nuestro presente.
El relato, con un punto de humor, les pondrá al tanto de todas estas cosas.
1.
El doble cromosoma X
Pertenezco a una
generación de hombres que ha visto con agrado la justa superación de las desigualdades
sociales de la mujer y hasta en algunos casos la ha apoyado activamente. Claro
es que en tan razonable equiparación no han dejado de producirse errores y
excesos, que no es del caso exponer aquí. No querría que mis lectoras
–seguramente más numerosas y fieles que los varones- pudieran ofenderse por mis
especulaciones de diletante. No entraré, pues, en mayores honduras, pero sí voy
a presentarles a la persona que desencadenó las visiones fantásticas que
expongo en este relato. Tratándose de una mujer y catedrática de Antropología,
espero la consideren digna de crédito y nada sospechosa de eso que llaman machismo. A mí, desde luego, me produjo
una profunda impresión.
***
La doctora
Cristina Regis había completado el amplio preámbulo de su conferencia,
arrumbando las mil y una razones por las que las mujeres han sido consideradas
inferiores a los hombres, desde la menor fuerza bruta, hasta su presunta
inferioridad para el pensamiento abstracto. Sus conquistas crecientes en los
campos del arte, la política y la ciencia evidenciaban –según ella- que la
inferioridad femenina era mero efecto de siglos de trato social discriminado.
Algo así parecía suceder también con los hombres, menos inclinados a tareas
como las familiares, tuitivas y del lenguaje verbal, sin que en ello existiesen
argumentos biológicos convincentes. En fin, yo contemplaba arrobado el rostro
encendido y el atractivo perfil de la doctora, arrullado por su voz cantarina y
absorto en sus gráciles paseos, de la cátedra a la pantalla de proyección. Pero
eso solo era, como digo, el preámbulo.
El nudo de conferencia, con mucho de representación teatral, parecía
inferirse del título de aquella: El doble
cromosoma X. Ya se sabe que las mujeres tienen una par de ese cromosoma,
mientras que los hombres solo poseen uno, dado que su pareja no es homóloga,
sino el pequeño cromosoma Y, el mini
cromosoma o cromosoma genéticamente birrioso, como doña Cristina
humorísticamente lo calificó. Y, claro, teniendo dos cromosomas homólogos, la
mujer tenía ventaja para superar las mutaciones desfavorables que pudieran
aparecer en uno de ellos. Y no se crean
que es moco de pavo –argumentaba-, pues
el importantísimo cromosoma X tiene no menos de mil cien genes activos.
Por importante que
fuese ese cromosoma sexual, la Doctora se perdía seguidamente en los vericuetos
de otras diversas causas genéticas y fisiológicas para las evidentes ventajas
comparativas de las féminas. Mitocondrias, estrógenos, telómeros, factores
oxidativos y requerimientos nutricionales iban desfilando por la pantalla, al
ritmo implacable del cañón de proyección, con una consecuencia uniforme e
inevitable: la mujer había alcanzado, a través del ciclo evolutivo de nuestra
especie, ciertas ventajas comparativas muy interesantes en la etapa de la
Humanidad que estaba a punto de iniciarse, caracterizada por la escasez de
alimentos y la crisis medioambiental. Pero ahí acababa el nudo, para dejar paso
al desenlace.
El desenlace
despertó a aquella parte del público –entre la que yo me encontraba-, que se
había adormecido por los andurriales genético-antropológicos, en los que
estábamos tan poco avezados. Con todo, la doctora Regis hacía gala en esta
parte de su disertación de una claridad deslumbrante:
Observen ustedes. La mujer tiene un
desarrollo más rápido que el hombre; tiene menores requerimientos nutricionales
(salvo en los periodos de embarazo y lactancia); presenta una inexplicable,
pero cierta, capacidad de superación de las enfermedades más graves; evita
engendrar a edades inadecuadas, gracias a la menopausia; alcanza una mayor
longevidad. Pero, sobre todo…, sobre todo…, ¿cómo lo diría sin que los
caballeros del auditorio se incomodasen conmigo?
Ni que decir tiene
que, con semejante exordio, los
caballeros del auditorio habían recobrado el interés y estaban sobre
ascuas. Doña Cristina, por fin, encontró la expresión adecuada:
Desde el punto de vista de la conservación
de la especie, no tiene sentido incorporar a la sociedad a tantos hombres como
mujeres. Si estas lo hacen todo igual o mejor que los varones y con menor gasto
y mayor eficacia fisiológica, bastaría con procrear un número de hombres
suficientes para la fecundación, según las tasas que se juzgasen precisas.
Claro que eso lo digo como antropóloga y doctora en Biología. Como mujer, estoy
encantada con tener para mí sola un marido y tres preciosos hijos. Y, en todo
caso, la cosa no va a discutirse de hoy para mañana. Como en el caso del
apagamiento del Sol, no es algo por la que tengan ustedes, amables oyentes, de
qué preocuparse… por el momento.
***
Salí de la
conferencia un tanto meditabundo; tanto es así, que no me apeteció encerrarme
en casa sin hacer antes un alto en mi cafetería favorita, pese a lo tardío de
la hora. Acepté de buen grado la invitación de sentarme a la mesa de unos
tertulianos poco conocidos y enseguida traje a colación la tesis de la
profesora Regis, sin abundar en sus preámbulos y detalles científicos. Matías
Santos, el boticario de la Plaza del Poeta, captó al punto el lado chistoso de
la tesis y concluyó, el muy sinsorgo:
-
¡Pero
si eso ya lo defendía mi abuela, que se las tuvo tiesas con un padre senil, un
marido abrazafarolas y siete diablillos que comían por los pies al mismísimo
rey Creso! ¡Cuánto habría dado ella por vivir su vida o, cuando menos, haber
podido cambiar a los chicos por chicas… de las de entonces! Lo que sugiere esa
catedrática no es otra cosa que el efecto
gallinero.
En fin, ¡qué les
voy a contar que no hayan experimentado ustedes muchas veces! Por envidia o por
falsa agudeza, algunos convierten las más sesudas teorías científicas en objeto
de chanzas. Forma parte de lo que ahora llaman risoterapia.
2. Viajando
en el tiempo
Me encontré de pronto en aquella calle,
larga, empinada y gris de mi costumbre. Sería la hora de acudir al trabajo,
pues toda ella estaba salpicada de grupos de muchachas y señoras que, con paso
rápido, seguían el sentido de la Plaza, portando bolsos, carteras o mochilas,
según su presunta ocupación doméstica, profesional o estudiantil. Sentí la
incómoda sensación de ser escrutado y de no llegar a tiempo a mi destino. La
rúa parecía interminable y no hallaba en ella las referencias inmobiliarias de
sobra conocidas. Es más, el enlosado pavimento se estrechaba paulatinamente y
el tropel de las féminas se adensaba, impidiéndome avanzar con fluidez. En
esto, vi entre la multitud un rostro conocido, que remedaba los gestos y
facciones de la profesora Regis. Entre disculpas y empujones me abrí paso hacia
ella, pero la presunta Cristina entró súbitamente en un portal y la perdí de
vista por el momento.
Cuando recuperé su visión, estábamos
sentados a la mesa de mi despacho judicial, en el que ella ocupaba la cátedra.
A cada poco entraban y salían de la habitación mujeres para mí ignotas, cuya ocupación
y sentido no parecían ser otros que tenerme vigilado. La profesora, por el
contrario, se mostraba acogedora y proclive a exponerme la situación:
-
Las necesidades simultáneas de controlar la
natalidad y de optimizar los recursos llevaron a la Organización Ecológica
Mundial, hace más de un siglo, a establecer la proporción de un hombre por cada
diez mujeres. ¿Dónde estabas tú en 2408, que no te enteraste de tal acuerdo?
Pues anda, que no se discutió largo y tendido antes de adoptarlo.
-
Tan solo recuerdo tu conferencia de 2015 sobre El doble cromosoma X. En ella ya se apuntaba algo, al considerar
que las mujeres habían igualado o superado en todo a los hombres, menos en la
fuerza física.
-
¿Para qué rayos se precisa la fuerza bruta?
–inquirió despectivamente mi interlocutora-. Toda violencia individual y
espontánea es inútil, cuando no contraproducente. Y, para otros tipos de
acción, tenemos máquinas y armas, que manejamos nosotras certeramente.
-
¿Y los hombres se dejaron comer la tostada así como
así?
Cristina sonrió displicente:
-
¿Qué otra opción les quedaba? Nuestra superioridad
acabó siendo aplastante, gracias a ejercitar y potenciar las ventajas
comparativas durante muchos siglos, mientras vosotros os dejabais deslizar por
la pendiente de la inacción y la condescendencia.
-
Entonces, los hombres de hoy día...
-
Los hombres, querido, habéis
quedado reducidos al papel de agentes reproductores, sin otro cometido que el
de aportar variabilidad genética, ni otra tarea diaria que la de mejorar en lo
posible vuestras habilidades para ello. Tan es así que, cuando juzgamos que
estáis en trance de perder salud y energía para tal fin, sois eutanasiados.
-
¡Cáspita! ¿A qué edad habéis juzgado oportuno dar
el letal pasaporte?
-
A los cuarenta años. Pero no creas, con una adecuada
preparación mental, habéis terminado por aceptar la compensación de una vida
más corta, a cambio de una existencia de ocio y cobertura social de vuestras
necesidades.
-
¡Cuarenta años!, repetí mentalmente, sin percatarme
de las ventajas que Cristina apuntaba. ¿Qué hago yo aquí, entonces?
La doctora Regis no juzgó oportuno
contestarme y prosiguió:
-
Naturalmente, este programa ha elevado hasta la
cima social el trabajo de quienes, como yo, nos venimos dedicando desde siempre
a la Genética. Gracias a esta ciencia, la selección de sexo y la elección de
los gametos mejor dotados resulta hoy coser y cantar.
La claridad ambiente empezó a disminuir,
como si la visión vacilase. A punto de recobrar mi vigilia, debí introducir un
componente voluntarista, pues Cristina, antes de desvanecerse, aún susurró:
-
Veo que, como jurista que eres, te ha sabido a poco
mi resumen. Llamaré a alguien para que haga de guía y te explique con detalle
la regulación de nuestra sociedad.
Mi duermevela llegó así a su fin. La
última imagen que recuerdo es la de un calendario electrónico, con la fecha
2515 como indicativo del año. Desperté del todo y comenté en voz alta:
-
Quinientos años para llegar ahí. Mucho me parece.
***
Caí de nuevo en la sima del sueño y allí
me topé con una dulce imagen de mi juventud. Vestía una túnica blanca ceñida
con un cinturón dorado y, tan pronto llegué a su lado, me tomó de la mano y
dijo:
-
Me llamo Hipólita[1]
y he sido comisionada por la profesora Regis para explicarte la organización de
nuestra sociedad, muy similar, por otra parte, a todas las demás del Mundo. A
fin de cuentas, se trata de precisar científicamente el reparto y acceso a los
hombres en función de su número y disponibilidad, así como de impedir que
nazcan entre ellos y nosotras aquellos lazos sentimentales que en tu época
generaron tanta violencia y tristeza, en forma de posesión, celos y despechos.
Nos trasladamos como por ensalmo ante un
gran edificio al modo de nuestros hospitales, rodeado de jardines y zonas
recreativas, a cuya vista cercana me explicó:
-
Nuestros niños son fruto de una cuidadosa
fecundación in vitro y, tan pronto nacen, son separados de sus madres de
alquiler y confiados al cuidado de la Comunidad en lugares como este que ves,
donde permanecerán haciendo vida en común hasta cumplir los dieciocho años. Las
niñas, en cambio, son fruto de relaciones sexuales naturales y permanecen para
lactancia con sus madres durante el primer año de vida, momento en que pasarán
así mismo a vivir en grandes residencias comunales, donde la Sociedad les
procurará cuanta educación e instrucción precisen.
-
¿Hay diferencias en la formación de hombres y
mujeres?, pregunté.
-
Por supuesto, dado que está en función de lo que de
unos y otras se espera. Los hombres son preparados exclusivamente para la
procreación y su etapa formativa se da por terminada cuando te he dicho. Las
mujeres prosiguen sus estudios hasta los veintitrés años, por término medio,
edad que también se considera óptima para la primera maternidad.
-
¿Cuántos embarazos suelen consentirse?, pues
supongo que eso también estará reglamentado.
-
En efecto. La indicación de la O.E.M. es un máximo
de tres, cifra que permite un crecimiento moderado de la población y a la que
nos ajustamos aquí. Otros países, más pobres y superpoblados, rebajan el número
en consecuencia.
-
Me has dejado claro, amable Hipólita, que existe
una razonable restricción de la natalidad. Supongo que también os será impuesto
mantener relaciones sexuales fecundas, hasta conseguir el número máximo de
hijos.
-
En efecto, toda mujer ha de cumplir con su cuota de
fertilidad. Claro que bastantes de ellas tienen tendencias lesbianas. Estas
habrán de acatar la ley mediante inseminación artificial.
-
Según me parece entender, habéis retornado a la
primitiva idea cristiana de que las relaciones sexuales deben tener un objetivo
genésico. Vamos, que los anticonceptivos os están vedados.
-
No en todos los casos, pues hacemos uso de ellos –y
ni te figuras la variedad y exactitud de los que ahora tenemos- en algunos
casos, como el de las relaciones consentidas antes de llegar a la edad lícita
de nubilidad, o en los coitos de premiación, de los que en otro momento te
hablaré. Desde luego, no usamos barreras para evitar el contagio sexual: Los
hombres con enfermedad venérea son inmediatamente eliminados y las mujeres en
análoga situación quedan ipso facto fuera de la comunicación sexual.
Mientras me ponía al corriente de las
ordenanzas sexuales de aquella sociedad, nos íbamos alejando de aquel
gigantesco e impoluto falansterio juvenil masculino, para hacerme conocer las
zonas residenciales en que convivían los adultos, también separados por sexos. Me
atreví a preguntarle:
-
¿Y qué? ¿Resulta suficiente la proporción de un
hombre por cada diez mujeres?
-
En nuestro país, sí. Otros Estados aumentan o
disminuyen tal proporción, en función de sus apetencias. Es más, si me permites
una observación personal, yo reduciría todavía más el número de hombres. Fíjate
–sonrió- si les sobrarán fuerzas a los machos, que frecuentemente practican la homosexualidad. Claro está que se
tolera solo si siguen rindiendo correctamente con las mujeres.
-
Será que les dais bien de comer –bromeé-.
-
Por supuesto. Precisamente, mira a tu derecha,
hacia esos bloques de tres alturas, con avenidas arboladas y una gran zona deportiva
en el centro… He ahí un modelo algo anticuado de viviendas protegidas para
hombres. Se trata de pequeños apartamentos con servicios y dependencias
comunes, en que todo les resulta extremadamente barato. Gracias a tal
generosidad estatal, sus inquilinos viven estupendamente con el salario básico
que se les abona. Claro que también pueden habitar en otros barrios, o en el
centro de las ciudades, pero entonces tienen dificultades para llegar a fin de
mes. No se trata solo de economizar, sino de que estén localizados y poderlos
controlar mejor. Con los hombres nunca se sabe.
-
Sí, concedí, lo mejor es atarnos corto. Pero, ¿qué
me dices de vosotras?
-
¡Ah, nosotras somos el alma y la vida de la
Sociedad! Razón es que vivamos de una manera radicalmente distinta. Cobramos
según el trabajo que realicemos y la mayoría de nosotras tenemos hogares
individuales libremente escogidos, pues podemos permitírnoslo en todos los
sentidos. Aunque, no creas, también existen muchísimos gineceos, que es como
llamamos a las residencias de mujeres adultas.
-
¿Tan gregarias os habéis vuelto?
Me pareció que Hipólita se sonrojaba al
responder:
-
Hay quien sostiene –yo no lo afirmo ni lo niego-
que esos gineceos son lugares ideales para intimar amorosamente y llevar una
vida sexual muy promiscua. ¿Qué quieres? Las mujeres jóvenes tenemos que
compensar la escasez de relaciones con el sexo opuesto y vivir una sexualidad
más personal y menos volcada en la maternidad.
Estábamos llegando a los arrabales de una
pequeña ciudad. Hipólita calló durante un buen trecho, como si hubiese hecho
alguna revelación impertinente. En efecto, sus últimas palabras me habían
producido la sensación de que aquel mundo reglamentado no era tan feliz ni tan
sólido como parecía, si sus mayores beneficiarias –las mujeres- lo encontraban
-¿cómo diría yo?- … aburrido. Iba a hacerle alguna observación al respecto,
cuando sonrió y, por fin, rompió su silencio:
-
Mira, esa es mi casa. ¿Te apetece que entremos un
momento?
No sé qué me impulsó a responder sin reflexionar:
-
Lo que me apetece es que me regales ese maravilloso
cinturón de oro.
Hipólita se puso roja como la grana; apretó
mi mano como si quisiera reducirla a polvo y replicó con voz ronca:
-
¿Para qué quieres mi ceñidor? ¿Acaso crees que vas
a tener un mejor destino que los hombres de este tiempo?
-
Perdóname, niña. Tu rostro es igual a otro que amé
antaño y el viaje en el tiempo me ha hecho rememorar la pasada juventud.
-
La hora del esplendor en la hierba[2], recitó
ella, como si se sumiera también en un sueño vivido y lejano.
Hipólita, quizás, empezaba a soñar. Yo,
por el contrario, desperté y me sentí solo.
3. La
excepción arruina la regla
¡Cuánto me habría gustado volver a
encontrarme con Hipólita y escuchar su prometida explicación del sexo entendido
como premio, para las mujeres distinguidas de su tiempo! Mas el sueño tiene sus
reglas y una de ellas es la imprevisibilidad. Así que de día me enfrasqué,
quisiéralo o no, en la persecución de las corruptelas de los políticos, con la
música de fondo de sus mensajes y promesas durante cierta campaña electoral. Y
en esto –y, tal vez, por esto-, llegóme la hora y volví a
caer en el mundo de los sueños del futuro.
Me llevó hasta allí un ceñidor de oro, a cuya
punta me así con fuerza tal que, arrastrado por él, recorrí el túnel del
tiempo. Desdichadamente, quien tiraba del otro extremo no era la gentil
Hipólita, sino una especie de arpía con rasgos de candidata a alcaldesa, quien
me hizo sentar en un banco de la ergástula y tendiome con displicencia un
diario, similar a los de nuestro tiempo, pero datado en Castellar a no sé
cuantos de mayo de 2516. En su primera página leí:
Los motines y manifestaciones de
meses precedentes, motivados por los privilegios sexuales que, bajo cuerda,
venían auto concediéndose las directivas de nuestro País, así como las
premiadas por méritos más que discutibles, han tenido finalmente su efecto
legal. La Comisión formada para encontrar respuesta a tan justas demandas ha
decidido en el día de ayer no acabar con las discriminaciones positivas, pero
sí extender a todas nosotras la tolerancia de las relaciones sexuales puramente
placenteras. La fórmula sugerida –que no se duda sea aprobada por el Parlamento
y ratificada por la O.E.M.- se resume en los siguientes cuatro puntos:
1º. Se autoriza la implantación de la
prostitución masculina, lo que obligará a elevar la proporción de hombres a
1:9, en vez de la de uno a diez vigente.
2º. El “hombre de más” ejercerá de
prostituto a la demanda, si bien se fijarán unas tarifas relativamente altas
(se sugiere la equivalente a medio mes de salario mínimo por acto), a fin de
evitar el desmoronamiento del sistema sexual felizmente vigente.
3º. La decisión de prostituirse será
tomada libremente por los hombres al cumplir los 18 años de edad. Para
compensar su posibilidad de vivir mejor y más libres, los prostitutos serán
eliminados a los treinta años, es decir, diez años antes de lo previsto para el
resto de los varones.
4º. Las relaciones sexuales en el ámbito
de la prostitución se llevarán a cabo empleando dos medios anticonceptivos
homologados, bajo sanción de inmediata ejecución del varón infractor.
Al concluir la lectura, y pese a lo
ominoso de mi situación, me carcajeé de buena gana. El vestiglo que tenía por
carcelera me escupió con desprecio:
-
Con todo lo que sabes, no vas a salir vivo de aquí;
¿y aún tienes ganas de reír?
-
Perdone, es que constato que el paso del tiempo no
ha cambiado el egoísmo de los políticos ni la ingenuidad de los juristas. Pese
a todas esas cautelas, se ha introducido en el sistema una pequeña concesión que, a la postre, lo derribará y no
dejará de él ni los cimientos.
Imprevistamente, mi guardiana mostró vivo
interés por mis palabras:
-
¡Demonios!, no tienes mala intuición para ser un
hombre y sin conocimiento de nuestro mundo. Hasta ahora, estás acertando de
medio a medio.
-
¿Cómo? ¿Es que tiene usted dotes de adivinación?
-
No tal, sino que el periódico que acabas de leer
era atrasado. Ahora vivimos en el 2520 y, en los últimos cuatro años, están
pasando cosas que han convertido nuestra bien organizada sociedad en un
verdadero pandemonio.
No debía tener muchas ganas de hablar. Se
limitó a gruñir y sacó del seno unos recortes impresos, que dejó caer junto a
mí, sobre el escaño. No me acuerdo ahora de todos, pero sí de varios, que
pueden constituir una muestra suficientemente expresiva.
-
Castellar, 15.- La oleada de atracos que viene
padeciendo nuestra ciudad en los últimos meses ha desembocado en la detención
de una banda dirigida por Margarita F.D., de la que formaban parte otras siete profesionales
de clase media, entre 28 y 43 años de edad. Fuentes judiciales han informado de
que todas ellas eran clientes habituales del prostíbulo La verga salaz, cuyos prostitutos han alcanzado tal fama por sus
habilidades sexuales, que ciertas mujeres parecen estar dispuestas a llegar a
todo, con tal de tener bastante dinero con el que pagar sus servicios...
-
Villafranca, 4.- La conocida profesora de nuestra
Universidad, Cristina Regis, ha sido condenada a cuatro años de prisión por
mantener en la cátedra doctrinas contrarias a la seguridad del Estado. Dicha
genetista y antropóloga es, además, fundadora y presidenta de la Sociedad para
la Promoción de la Sexoterapia Homeopática (S.P.S.H.), que ha estado propalando
la tesis de que practicar sexo sin trabas mejora y alarga la expectativa de
vida, incluso entre las mayores de sesenta años. En la última sesión del
juicio, al concedérsele la última palabra, la señora Regis exclamó: ¡Viva el sexo libre!, siendo muy aplaudida por el público
asistente.
-
Magerit, 30.- Ha presentado la dimisión de todos
sus cargos (y mira que son muchos) la vicepresidenta del Parlamento y del
Partido Prudencial, Esperanza de la Huerta. Como recordarán nuestros lectores,
hace una semana se practicó una entrada y registro en el chalet de la señora
Huerta en término de Valhondo, hallándose ocultos en la bodega a dos
prostitutos mayores de treinta años, que prestaban desde hacía tiempo servicios
exclusivos a doña Esperanza, quien se prestó a esconderlos al llegar a la edad
de su eutanasia, a causa de lo que la Policía calificó como adicción sexual. Es que los había cogido cariño, explicó
la vicepresidenta en la rueda de prensa durante la que presentó su dimisión.
-
Alacant, 27.- Contra el parecer de la fiscal, el
juzgado de lo Civil número 34 de esta ciudad ha admitido a trámite la demanda
de paternidad de un hombre, respecto de una pareja de mellizos habidos de sus
relaciones con A.M.H., fisioterapeuta de Campello. A preguntas de nuestros
reporteros, el varón, P-5.217-JB, manifestó su pleno convencimiento de ser el
padre de las criaturas: No me pregunten de que artes se valió
la madre para que yo le tocara siempre en suerte, pero el hecho es que ella
copuló solo conmigo durante los tres meses anteriores al comienzo del embarazo.
El caso, de llegar a sentencia, sentará jurisprudencia, pues no hay
regulación precisa sobre los efectos de una paternidad demostrada. Pues, si existe ese vacío legal, que apliquen las normas sobre deberes de
los propietarios de perros, que ahí sí que la ley no distingue en razón del
sexo del dueño, apostilló P-5217-JB.
-
Azemur, 10.- Tres hombres han sido eutanasiados antes de tiempo por reclamar ilegalmente dinero a
las mujeres con quienes iban a mantener coyunda, como si de prostitutos se
tratase. Al parecer, la razón de reclamar un precio por lo que debían haber
dado gratis era la de compensar el plus de satisfacción que aseguraban. Mujeres
consultadas por este diario, afirman que los hombres se esfuerzan cada vez
menos durante las relaciones reglamentadas, que desarrollan de manera veloz y
rutinaria. No me extraña que algunas transijamos con sus
peticiones de dinero, con tal de pasarlo medianamente bien cuando nos toca,
manifestó una de ellas.
***
Apenas hube acabado la lectura, la arpía
con cara de alcaldesa me arrebató los recortes y preguntó con el mayor interés:
-
Ahora, que ya sabes como estamos, exprímete el
cerebro y aventura un pronóstico sobre nuestro futuro.
-
Respetada celadora –repliqué con fingida cortesía-,
no hace falta ser mujer culta para comprender que la conjunción de poder
político, sexo y dinero es una mezcla fatal. Esta su sociedad perfecta lleva, pues, dentro de sí el germen de una pronta
disolución, si no le ponen inmediato y radical remedio.
-
¿Cuál se te ocurre?
-
Más de uno, desde luego. Pero ya que mi deseo de
saber parece haberme condenado al presidio y, tal vez, a la muerte, justo será
que satisfacer tu anhelo de conocimiento me libre de tales tormentos y permita
que retorne a mi mundo del siglo XXI.
-
No soy quien para aceptar ningún trato, pero
conozco a la que tiene autoridad para negociar. No obstante, si quieres que
actúe de intermediaria, habrás de ofrecerme un anticipo de tus soluciones.
Por unos momentos, reflexioné sobre el origen
de aquellos problemas y comprendí que no estaban tanto en la perversión de las
normas, como en la funesta mezcla inicial de las leyes naturales y los excesos
de la así llamada cultura o civilización. Me puse en pie, atusé mis cabellos,
sacudí los harapos que medio me cubrían e imposté la voz, de manera que retumbó
la bóveda de la celda:
-
El gran libro siempre abierto, que hay que
esforzarse por leer, es el de la Naturaleza. Los demás libros están sacados de
él y en ellos están las equivocaciones e interpretaciones de los hombres[3].
La arpía nada dijo. Salió del calabozo, al
tiempo que por el ventanuco reaparecía el extremo fulgente del ceñidor. Lo
sujeté con todas mis fuerzas y reemprendí el viaje de retorno a mi dormitorio,
sin llegar a saber qué misteriosa persona o fuerza me traía hacia la libertad.
Solo sé que, cuando desperté, tenía entre las manos el cinturón amarillo de
judo de Samuel, mi nieto.
[1] Evidente conexión onírico-subconsciente del
relato con el personaje mitológico de Hipólita, una de las reinas de las
Amazonas, dueña del cinturón de oro del que hubo de apoderarse Hércules en uno
de sus famosos doce Trabajos.
[2] The
hour of the splendor in the grass, conocido fragmento del poema de William
Wordsworth (1770-1850), conocido como la Oda
a la Inmortalidad.
[3] Famoso pensamiento del arquitecto Antoni
Gaudì (1852-1926) que, por lo que se ve, tomé prestado en el sueño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario