Cartas de George Feld a Abraham
Lincoln (Primera parte)
Por Federico Bello Landrove
In memoriam Abraham Lincoln
(1807-1865)
Las cartas
escritas a Abraham Lincoln por un presunto corresponsal, culto y bien
relacionado, nos resumen de manera vívida el problema político de la esclavitud
en los Estados Unidos en los últimos tiempos de vigencia de la misma. Esta primera
parte de las cartas alcanza hasta la carrera de Lincoln hacia la presidencia
de su nación, y será seguida por una segunda parte, que continuará el
epistolario hasta la muerte de su gran destinatario, al que dedico
respetuosamente todo este relato.
1. Un preámbulo variado y necesario
Pocas visitas resultan más gratas a
un europeo en los Estados Unidos que la de la capital del estado de Maryland
que, contra lo que podría pensarse, no es el gran puerto de Baltimore, sino la
pequeña ciudad de Annapolis[1].
Eso es lo que pensaba yo visitándola en términos no exactamente de turista,
pues había recibido de mi Universidad -que presume con fundamento de ser la más
antigua de España[2]- el
encargo de visitar algunas de las universidades decanas de otros países, a fin
de preparar un libro conmemorativo de nuestro octavo centenario. Tras repartir
el encargo con otros colegas, decidí ocupar mis vacaciones veraniegas en
visitar las instituciones académicas públicas más veteranas de América. Ninguna
duda tuve al hacerlo con las tres más longevas del mundo hispano americano
-Santo Domingo, Lima y Méjico[3]-;
pero, al decidir extender el trabajo a las de los Estados Unidos, tuve una
llamativa sorpresa, que comenté con el decano de la Facultad de Geografía e
Historia de mi universidad. Con toda seguridad, me deseó:
-
Que
lo pases bien en Harvard[4].
-
¿Sabes
que la cuestión de la antigüedad es dudosa?, repliqué. Desde luego, no hay duda
sobre que Harvard sea la universidad privada más antigua de
Norteamérica, pero, dados los tiempos que corren, estoy por preguntar al Rector
si lo de privada no será un óbice para el trabajo.
-
La
política, siempre la política -comentó el decano, con un rictus de desprecio-.
Yo te aconsejaría que no levantases la liebre, aunque nuestro rector no sea de
los de carné de partido político entre los dientes.
Precisamente por
esto último, opiné que no habría inconveniente en sacar la liebre de la cama y
se lo comenté. Su respuesta fue salomónica:
-
Pues
entérate de cuál sea la universidad pública más antigua de los Estados Unidos y
dedícale su atención. No creo que, por visitar una más, se nos descabale el
presupuesto.
Y sucedió que,
según mis datos, tal institución era el llamado Saint John’s College,
sito en la citada ciudad de Annapolis, y fundado en 1784, aunque sin solución
de continuidad con otro college datado en 1696[5].
En el fondo, el carácter público del Saint John’s era más histórico
que actual[6],
pero opté por hacerle una visita, aunque solo fuera por conocer una institución
académica muy prestigiosa y en las antípodas de la universidad harvardiana[7].
La buena acogida que tuvo la carta, anunciando mi visita y propósitos, acabó
por decidirme; de modo que, un día de agosto de 2017, aterricé por el Saint
John’s, recibiendo la grata sorpresa de que me confiaban al cuidado y
atención de una señora de mediana edad, con todos los rasgos de ser chicana, que
hablaba en un español cuya calidad ya habría querido yo para mi inglés. La señora,
Karen Rodríguez, lo explicó con facilidad:
-
Desde
1964, este College mantiene un campus en Santa Fe de Nuevo Méjico. Quizá
le extrañe a usted, pero lo cierto es que tienen una cierta predilección por lo
hispano. Precisamente, estamos en trámites de abrir una nueva delegación del San
Juan en la península californiana de Monterrey[8]…
En lo que a mí respecta, llevo diez años de bibliotecaria adjunta en el McDowell
Hall de nuestro colegio. Así que me tiene a su entera disposición para
explicarle la historia, la filosofía y los valores de nuestra institución
peculiar.
Escuchar lo de la peculiar
institution y soltarle yo un chascarrillo a la Señora Rodríguez fue todo
uno:
-
¡Caramba!
No creía que el Saint John estuviese todavía tan a favor de la
esclavitud[9].
Mistress Rodríguez
mostró más sorpresa que hilaridad, pues me replicó:
-
Veo
que está usted muy enterado del significado de esas dos palabras. ¿Acaso ha
trabajado académicamente sobre el tema?
-
Modestia
aparte -presumí-, soy autor de un estudio sobre el caso Dred Scott,
citado y elogiosamente valorado por Konig y sus colaboradores[10].
Por lo demás. ¿a quién puede dejar indiferente el tema de la esclavitud y la
Guerra de Secesión, o el papel jugado por el presidente Lincoln[11]?
-
En
efecto, cualquiera opinaría lo mismo. No obstante, si quiere leer algo
interesante y muy poco conocido sobre el tema, le aconsejo que dedique unas
pocas horas a la consulta de un manuscrito que tenemos en esta biblioteca… Por
tratarse de usted, incluso puedo recabar una autorización especial para que lo
saque por veinticuatro horas del MacDowell Hall y tome unas notas del
original…, sin utilizar ningún medio técnico de reproducción, por supuesto.
Acepté la generosa
oferta, aunque sin mucho convencimiento. Lo cierto es que luego me alegré mucho
de haber dedicado toda una tarde a su lectura, entre otras cosas, porque me ha
servido de base para ofrecerles a ustedes el presente relato, tal vez algo indigesto
para quienes no gusten de cuestiones históricas; pero para mí tiene el
valor añadido de ser la entrada número 500 del presente blog, la
cual me he permitido dedicar a la memoria de Mister Lincoln, con toda
certeza una de las más dignas figuras de la Historia.
Saint John’s College (Annapolis, Maryland)
***
Lo que la
bibliotecaria Rodríguez puso ante mis ojos atónitos fueron los borradores de
varias decenas de cartas que a Lincoln escribió un tal George Feld, natural de
Hagerstown, del condado marylander[12]
de Washington, en el noroeste del estado. Por lo demás, era muy poco lo que
se sabía del Señor Feld, fuera de lo recogido en sus cartas a Lincoln.
Rodríguez me lo resumió así:
-
Por
los archivos del Colegio de Abogados de Maryland, conocemos que el letrado Feld
fue recibido como tal en el año 1840, a la edad de 25 años, tras cursar los
pertinentes estudios de leyes en el College of New Jersey[13].
Es casi seguro que no habría pasado de ser un abogado más o menos conocido de
Baltimore, de no haberse topado, bastante casualmente, con el famoso Reverdy
Johnson[14],
cuyo nombre, sin duda, le sonará a usted.
-
Por
supuesto -repuse-. Fue el abogado defensor de los derechos de Dred Scott ante
el Tribunal Supremo[15],
aunque perdió el caso, contra toda justicia, según opino.
-
No
fue el único caso sobresaliente que Johnson perdiera -sonrió la dama-, pero,
con todo, el letrado Feld entró en su vida por un motivo muy distinto, aunque
igualmente doloroso… Me refiero a que, tras un accidente sufrido en 1842,
Reverdy perdió un ojo y, pronto, por simpatía, se vio tan limitado del
otro, que acabó su vida prácticamente ciego[16].
En tales circunstancias, le era imprescindible la ayuda personal y profesional
de un sujeto preparado y de confianza: una especie de pasante y secretario,
vamos. Y ahí es donde entró George Feld en su vida, y viceversa. Luego, en
1845, Johnson ganó las elecciones al Senado de los EE. UU., y hasta Washington
lo siguió su secretario, teniendo allí la oportunidad de conocer, entre
otros muchos políticos, al novato Lincoln, quien hacía sus primeras
armas en la política nacional, como representante por el séptimo distrito
electoral de Illinois. Note que, tanto Johnson, como Lincoln, pertenecían al
mismo partido político[17]
y tenían bastantes afinidades en el tema de la esclavitud, siendo moderadamente
contrarios a su persistencia en muchos de los estados de la Unión.
-
Con
lo que ha dicho -afirmé-, me ha quedado clara la causa de que Reverdy Johnson y
George Feld se trataran, y muy íntimamente; pero ¿qué motivo hubo para que
congeniara este con Lincoln, hasta el punto de mantener una abundante
correspondencia durante muchos años?
-
Eso
lo deducirá usted de la lectura de las cartas -respondió Mistress Rodríguez-.
En resumen, Feld se ganó la confianza del futuro presidente durante la estancia
de este en Washington como representante en la Casa[18],
tanto por sus cualidades, como por su relación con el senador Johnson; de modo
que, cuando Lincoln abandonó la política nacional en 1849 y volvió a ejercer
como abogado en Illinois, rogó a Feld que lo mantuviera al corriente de las
principales novedades que fueran produciéndose en materia de abordaje del
problema de la esclavitud. Y algo debió de intuir el solicitado acerca del gran
futuro que esperaba a su solicitante, pues cumplió a modo con lo que este le
pedía.
Más que objetar,
le maticé:
-
Y
el Señor Feld debió de cogerle gusto al oficio, pues siguió
ejerciéndolo, incluso cuando Lincoln regresó a Washington, ya elegido
presidente…
Rodríguez sonrió,
mientras aventuraba una suposición, más o menos sólida:
-
En
esa época, por unas razones u otras, Feld había regresado a Baltimore, por lo
que el sentido de sus cartas fue cambiando radicalmente: De informador en la
capital de la nación, a una especie de colaborador y corresponsal en un estado
tan crucial para la Unión[19],
como lo era el de Maryland… Quizá le había cogido el gusto a expresar sus
conocimientos y sensaciones a un político tan grande e influyente como había
llegado a ser Lincoln… Lo cierto es que, con más o menos frecuencia, su
intercambio epistolar se mantuvo hasta la muerte del presidente, con un matiz
no menor: Feld le escribía a menudo, pero Lincoln, por motivos obvios, fue
contestando a sus cartas cada vez con menos frecuencia.
-
¡Qué
lástima -me lamenté- que no se hayan conservado las respuestas del presidente a
las cartas de Feld! ¿A qué cree usted que haya sido debido?
Mi interlocutora
se encogió de hombros y dijo:
-
Tampoco
tenemos los originales de las cartas de Feld, sino solo sus borradores, aunque
es de suponer sean completamente exactos… En fin, respondiendo a su pregunta,
solo se me ocurre que ambos corresponsales pretendieran mantener en secreto sus
informes y opiniones, dado lo sensible de su contenido y la tensión de la época
en que fueron escritos. De todos modos, hay un borrador en que Feld comenta a
Lincoln que está haciendo tal uso de sus conocimientos de la vida y posturas de
Reverdy Johnson, que teme estar atentando contra la reserva que le debe como empleado
suyo, y pide a Lincoln que no lo cite como fuente de su información… Pero
no me interrogue más: Lea el documento y hallará muchas respuestas a su
curiosidad. Seguro que no quedará defraudado.
En efecto, no
quedé defraudado, como espero que no se sientan ustedes al leer la
transcripción fragmentaria que voy a hacerles de su contenido. Procuraré
seguir, en buena lógica, un orden cronológico, reduciendo en lo posible mis
apostillas y notas al texto, el cual, en todo lo acogido literalmente, irá en letra
cursiva. Empecemos…
2. Resumen de cartas entre 1850 y 1854
El bienio que Lincoln pasó en la política de Washington, en su calidad
de representante por el distrito 7º de Illinois, no le fue especialmente grato.
Su punto de vista económico, muy favorable al proteccionismo y al
intervencionismo federal en materia económica, no era el predominante en su
partido político, temeroso de que tal expansionismo llevase a la inflación.
Tampoco fue popular la postura linconiana[20]
contraria a la guerra contra Méjico y a la futura adquisición de grandes
territorios en el sudoeste, supuestamente proclives al esclavismo. Su formación
y experiencia como hombre de campo le animaba a mantener una posición poco
favorable al poder de los bancos y al aumento de los impuestos, que la guerra
mejicana hacía inevitable. Una moción personal suya, encaminada a emancipar
gradualmente y con indemnización a los esclavos del distrito federal de
Columbia, ni siquiera llegó a discutirse en el Congreso. Finalmente, su
relativo acercamiento al nuevo presidente, Zachary Taylor[21],
concluyó con el ofrecimiento a Lincoln de puesto de gobernador del territorio
de Oregón, que él rechazó a instancias de su esposa, Mary Todd, por la lejanía
de su ubicación. Así pues, en lo que parecía un definitivo adiós a la política
nacional, Lincoln retornó a Illinois a finales de 1849 y volvió a ejercer como
prestigioso abogado en su capital, Springfield. Apenas unos meses después,
sufría el durísimo golpe de la muerte de su hijo Eddie, de cuatro años,
y de los consiguientes desarreglos mentales de su esposa y madre del pequeño.
Este es, a grandes rasgos, el ambiente en que se insertan las cartas de
George Feld que inmediatamente resumiré, las cuales permiten suponer que, durante
su común estancia en Washington, Lincoln y él habían entablado una amistosa
relación, que permitió al primero de ellos pedir al segundo que lo tuviese
informado de las principales noticias que fueran produciéndose en la capital de
la nación acerca del acuciante tema de la esclavitud, así como de algunos otros
conexos. Tengo la impresión de que la petición linconiana apunta a que el ya
exrepresentante no consideraba definitivo su apartamiento de la política,
cuando menos, a nivel de Illinois.
***
Washington, a 4 de abril de 1850.
… Tanto el Señor Johnson -a quien he informado del triste suceso-, como
yo mismo, queremos transmitirle a usted y a la Señora Lincoln nuestras más
sinceras condolencias por el fallecimiento de su hijito Edward. La noticia nos
llega casi simultáneamente con otra necrológica, muy diferente por supuesto,
pero así mismo dolorosa: El pasado día 31, ha fallecido Mister Calhoun[22], cuya avanzada tuberculosis hacía
presagiar el mortal desenlace desde hace más de un año, cuando usted aún se
encontraba en esta ciudad. Mucho me temo que con él se haya ido la mente más
preclara y la acción más enérgica en pro de la esclavitud y de los derechos de
los estados, aunque no lo peor de aquella “peculiar institución”, ni de la
tendencia de muchas gentes del Sur hacia la secesión. Todavía me parece estar
escuchando sus cínicas palabras de ponderación de la esclavitud, no solo para
la economía y prosperidad de los plantadores, sino para la propia supervivencia
de los esclavos. Eran poco más que chascarrillos, que solo podían mover a
hilaridad a las personas sensatas. Más peligrosas y fundadas eran sus tesis
sobre la anulación[23], como preámbulo o
alternativa a una posible secesión. No hará falta que le diga que mi principal,
Reverdy Johnson, ha acogido el óbito con alivio, pues están en curso en el
Senado muy importantes proyectos de ley -de los que le daré cuenta en otra
carta, cuando vayan más avanzados-, en los cuales la influencia de Calhoun era
muy nociva, pese a que su debilidad, casi agónica, le incapacitase últimamente
para perorar de la forma vehemente que solía…
Reverdy Johnson
***
La indicada promesa de Feld acerca de informar a Lincoln de “importantes
proyectos de ley” pudo cumplirse finalmente, cuando estos se aprobaron, en
setiembre de 1850, mediante el llamado Compromiso Clay[24].
De este nos dará cumplida cuenta la carta que sigue, pero no así del llamado Wilmot[25]
Proviso, una proposición legislativa presentada en 1846, al estallar la
guerra entre los Estados Unidos y Méjico, con el objetivo de que el Congreso
prohibiera la esclavitud en todos los territorios que los Estados Unidos
pudiesen conquistar o adquirir de su vecino país. La propuesta fue rechazada
por el Senado, pero, más que ese fracaso, interesa el peligrosísimo motivo
que subyacía en el rechazo: En los estados del Sur empezaba a gestarse un
movimiento de rechazo a que el Congreso pudiera legislar sobre la esclavitud,
porque entendían que era una cuestión doméstica que solo interesaba y competía a
los estados el decidir. Revistiendo esa postura, que en el fondo era de fuerza,
se aduce en derecho que las materias relacionadas con la esclavitud no estaban
constitucionalmente transferidas al Congreso federal[26].
Dicho lo cual, vamos con la transcripción parcial de la carta.
Washington, 7 de octubre de 1850.
… Me indica usted en su misiva que muchos acontecimientos concurren a
perturbar su tranquilidad de espíritu, preocupantes unos, otros reconfortantes…
Desde luego, uno de los enfoques posibles de la esclavitud es el de la religión
cristiana, desde el cual se trataría de una práctica nefanda, aunque algunos
quieran sacralizarla por el hecho de que se practicó entre el pueblo de Israel,
según nos refieren los libros históricos del Antiguo Testamento. Con todo, mi
concienciado amigo, dejemos que la religión cristiana nutra nuestras más
profundas convicciones, pero sin conformar los argumentos legales en contra de
la esclavitud, dado que nuestra República no promueve confesión ninguna, ni
tampoco puede decirse -al menos, por ahora- que aquella institución sea
proscrita por todas las religiones, hasta el punto de formar parte el
abolicionismo de una conciencia
universal[27].
… También yo he lamentado el sorprendente fallecimiento del presidente
Taylor[28], que ha llevado a la Casa Blanca
a su vicepresidente, el ambiguo y mediocre Fillmore[29]
quien, como una de sus primeras decisiones, levantó la oposición que su
antecesor observaba hacia el compromiso de Mister Clay, que acaba de
convertirse en ley del Congreso hace unos días, con el decidido apoyo del nuevo
secretario de Estado, a quien usted tuvo ocasión de conocer como uno de los más
destacados senadores, durante su breve estancia en Washington[30].
La componenda ha supuesto mantener el equilibrio entre los estados esclavistas
y libres, a base de incluir a Texas en el primer grupo y a California en el
segundo. A mayores, los territorios adquiridos a Méjico se dividen en dos
partes, Nuevo México al sur y Utah al norte, cuyos pobladores podrán optar en
su momento por acoger o rechazar la esclavitud. Aquí todos creen -creemos- que
acabarán por integrar estados libres, dado que sus condiciones geoeconómicas no
son idóneas para el trabajo agrícola por esclavos. Hasta ahí, nada hay en el
acuerdo que no suponga la continuación del equilibrio que nació del compromiso
de Missouri[31], lo
que puede suponer unos años de pacificación del genio y el orgullo de muchos
políticos del Sur. Pero el acuerdo incluye la aprobación de una ley especial,
que ha empezado a denominarse “del esclavo fugitivo”, llamada a generar esas
graves tensiones y problemas de conciencia a los que usted apuntaba en su
carta.
De entrada, la ley no supondrá grandes cambios en el derecho actualmente
vigente: Los esclavos del sur que huyan al norte habrán de ser detenidos y
devueltos a sus propietarios, mediando, caso contrario, cierta compensación. Lo
desacertado del nuevo orden es que, para aplacar la ridícula[32] excitación de los políticos y
plantadores sudistas, se promulgue toda una ley en que, como si de una
normativa decente se tratara, contempla la creación de una policía especial,
sanciones de hasta mil dólares y un procedimiento sumario y sin garantías para
cerciorarse de que el negro es un esclavo huido de sus amos. No hace falta ser
muy perspicaz para aventurar que el “ferrocarril subterráneo”[33] seguirá funcionando, tal vez menos
que antaño, pero con más fuerza y convicción.
… Gentilmente me agradece en su carta el tiempo que le dedico a
informarle acerca de lo que “se cuece” en Washington. Nada hay más grato que
mantener contacto con personas respetables y de ingenio, aunque solo sea de
modo epistolar. Con todo, he de confesarle que ha caído sobre mí una nueva
tarea, elevada pero gravosa. Es el hecho que el senador por mi estado de
Maryland, Señor Pierce[34], me ha convencido para que lo ayude
en la ingente tarea de adquirir, fichar y ubicar la infinidad de publicaciones
que llegan al Congreso. Cuando, en un principio, le objeté que no me parecía
tarea propia de un buen abogado y secretario de un importante político y hombre
de leyes, se disculpó y expresó la concreta labor que tenía pensada para “mi
superior sensibilidad y conocimientos”. ¿Qué creerá usted que me reservaba?
Nada menos que la labor de apartar, de entre todas las obras que nos llegaran,
aquellas que fuesen contrarias a la tranquilidad pública y la buena relación
entre los congresistas. Dichas obras, como apestadas, deberán custodiarse
aparte y consentir un acceso a las mismas muy limitado. Y aquí me tiene,
censurando a los más furibundos secesionistas, esclavistas y antiesclavistas, y
demás ralea, sin concederles otro derecho o privilegio constitucional que el de
la duda. De todas formas, Mister Pierce es hombre influyente en su partido,
quizá porque nunca se pronuncia con firmeza sobre los asuntos más vidriosos,
como puede ser el de la esclavitud, sobre el que rehúye todo juicio…, mientras
posee una hermosa hacienda con muchos esclavos en el condado de Kent[35]…
Y, para concluir con el senador Pierce, le indicaré que cooperó
personalmente en el plan de Clay, logrando que el estado de Texas cediera una
buena parte de su territorio del noroeste para ampliar los de Kansas y Nuevo
México[36], a
cambio de una indemnización de diez millones de dólares…
Zona del Rey Algodón (gentileza
de Business Insider)
***
Entre los años
1850 y 1854, Abraham Lincoln fortaleció su posición de abogado y robusteció con
ello su patrimonio, abandonando en parte sus inclinaciones políticas, cosa que
favorecía la imparable decadencia y división de su partido político hasta
entonces, el llamado whig. Su retorno a la arena política -en principio,
poco exitoso- tuvo como detonante la aprobación por el Congreso del llamado
Compromiso o Ley de Kansas-Nebraska (1854), que venía a significar la
posibilidad de extender la esclavitud por todos los Estados Unidos, en la
medida en que así lo acordase la mayoría de los votantes del territorio o
estado de que se tratara. La ley fue particularmente auspiciada por el muy
influyente senador demócrata por Illinois, Stephen Douglas[37],
y la tímida reacción del partido whig supuso, a un tiempo, la definitiva
fragmentación de este y el nacimiento del llamado Partido de la Tierra, debido
a su lema tierra, trabajo y hombres libres[38].
Este partido acabaría dando lugar al llamado Partido Republicano[39].
Lincoln optó por sumarse al proyecto republicano e inició una firme
carrera hacia su conocimiento por toda la nación y a la presidencia de esta. Es
con los inicios de esa imparable marcha con los que están relacionadas las
cartas que siguen, fechadas entre 1851 y 1854.
En Washington,
a 18 de mayo de 1851.
… Lamento el
fallecimiento de su padre, del que he tenido tardío conocimiento hace unos días[40], a través de su amable carta del
pasado día 3, en la que me comunica la muy favorable marcha de sus asuntos
profesionales -muchos de ellos, defendidos con éxito ante el Tribunal Supremo
de Illinois[41]-. No menos atareado estoy yo en
parecidos asuntos, una vez que el Señor Johnson dimitió de su cargo de
Procurador General, por discrepancias con el actual presidente, lo que espero
permita a su bufete -del que yo tengo un particular encargo del asunto-,
afrontar con decisión el complejísimo caso del puente Wheling[42], de tanto interés en sí mismo, como
por cuanto pueda servir de precedente, al servicio y progreso de toda la nación[43]. Pero, cumplido el penoso deber
de transmitirle mis condolencias, paso a resumirle mi visión de cómo el tema de
la esclavitud está pudriendo la vida política de nuestro país, convirtiéndose
-se quiera o no- en el principal tema de discusión y discrepancia política, sin
visos de que la situación mejore, por más que se empeñen ciertos ingenuos bien
intencionados[44].
Lejos de conseguir una mayor calma y equilibrio en la contienda política,
nuestros dos partidos tradicionales[45]
han iniciado una peligrosa senda de división que puede dar al traste con su
existencia o, al menos, generar una multiplicidad de grupos que hagan
ingobernable nuestra extensa nación.
Cuando usted
ejerció como representante, ya tuvo ocasión de conocer el movimiento de las
sociedades secretas “de la bandera estrellada”[46], del que ha acabado surgiendo un
partido, que empieza a conocerse como “nativista”, por las grandes limitaciones
que pretende imponer a la inmigración, la nacionalización y el ejercicio de
derechos civiles para quienes no sean protestantes nacidos en el país[47]. Supongo que en los nuevos estados y
territorios del Oeste no podrá prosperar, pero en algunos del Norte y en los
fronterizos con el sur -como el mío de Maryland- esta muestra de egoísmo
racista y de antipapismo -tan inglés, por otra parte- puede alimentar un nuevo
atentado a la libertad e igualdad consagradas en nuestra Constitución, incluso
en personas y lugares que creíamos libres del morbo de la xenofobia, por el
hecho de que parecían estarlo del racista.
Su viejo partido whig [48]
no parece bien preparado para resistir los embates del antiesclavismo, cada vez
más potentes desde que auspició el Compromiso de Clay del pasado año. Hay
muchos whigs que, como usted, no están dispuestos a aceptar que la esclavitud se
extienda hasta el océano Pacífico, por más que ello fuere propiciado por los
habitantes blancos de esas tierras. Puede hacerse una idea de la importancia
que está tomando esa división del viejo partido, si le digo que la encabezan
figuras tan ilustres como el expresidente Van Buren y los senadores Chase,
Sumner y Hale. Mi principal, el Señor Johnson, vaticina que, si el presidente y
el Congreso continúan con una política tan tibia en materia de esclavitud para
aplacar momentáneamente a los estados del Sur, esta separación de los freesoilers[49]
puede llegar a absorber la mayor parte del electorado whig[50]…
¿Qué decir del
partido demócrata, sino que tiene dos caras, según sea contemplado desde el
norte o el sur del país? Es imposible adivinar cuál de ellas resultará la
decisiva, cuando tenga que pronunciarse -como inevitablemente sucederá- con una
sola voz, si la Unión hubiere de enfrentarse con el fantasma de la secesión.
Hoy por hoy, veo a su facción esclavista tan vigorosa como en los tiempos de
Calhoun[51], con un nuevo jefe emergente, en la
persona del senador por Missisippi, Jefferson Davis[52]. Por lo que hace a los demócratas
del norte y del oeste, no le haré saber nada nuevo si le digo que está
alcanzando mucho prestigio un hombre de su estado de Illinois, el senador
Stephen Douglas[53]. Por tanto, ya conoce usted su línea
política: dejar que los estados decidan libremente la opción por la esclavitud,
entendiendo que la Constitución no confiere al Congreso la competencia de
legislar sobre ella. Claro que Mister Douglas tiene salidas para todo: Tuve
hace unos meses la oportunidad de preguntarle por el previsible futuro del
esclavismo, dejado tan liberalmente al albur de un referendo. Su respuesta me
dejó sorprendido. Despreocúpese
de la esclavitud -me dijo-. La peculiar institución caerá, no por las
armas ni las leyes, sino por su fracaso económico, por los avances tecnológicos
y su escasa productividad. Decir tal cosa después de la invención de la desmotadora
a vapor McCarthy[54]
me pareció de una desfachatez extraordinaria…
***
En Hagerstown[55] (Maryland), a 9 de julio de 1854.
… Su carta me ha sido reenviada desde
Washington a esta pequeña villa del noroeste de Maryland, donde me hallo
pasando unos días de asueto, visitando a mi familia que -como creo haberle
contado en otra ocasión- mantiene algunas fincas y plantaciones de tabaco, en
las que se emplea a una cincuentena de esclavos, ninguno de los cuales me
pertenece, ni está llamado a ello por herencia, dado que renuncié hace años a
la de mis padres, a cambio de dinero en efectivo, con el que hacer frente a los
cuantiosos gastos de mis estudios y apertura de despacho de abogado en
Baltimore, hasta ser contratado como pasante y secretario por Mister Johnson…
Las noticias que le han llegado hasta
Illinois son completamente ciertas. El partido demócrata, sin especial oposición
de los whigs, ha tratado de cerrar el penoso episodio de la “sangrante Kansas”[56], mediante una ley firmada el pasado 30 de mayo[57], de la que ha sido principal muñidor su coterráneo, el senador demócrata
Douglas, a quien se ha empezado a apodar con admiración “el pequeño gigante”[58] y a hablarse de él como un futuro candidato a la presidencia de la
nación…
No hace falta que le exponga los riesgos
de esa presunta “soberanía de los estados”, que sus partidarios califican de
“popular”. Buen ejemplo venimos teniendo en los últimos tiempos con las batidas
y los falsos empadronamientos que los esclavistas de Missouri realizan en
territorio de Kansas, para así intimidar y empequeñecer el número de los reales
habitantes, que no desean la esclavitud en su tierra… Hasta qué punto será
maliciosa la conducta del Señor Douglas, que la ley por él promovida contempla
sin lugar a duda que los ciudadanos de un estado puedan convertir a este, de
libre, en esclavista, pero no lo contrario. Se ve que la soberanía popular es
solo una añagaza para dejar sin efecto el Compromiso de Missouri[59] y extender la esclavitud sin control por esa inmensa extensión de
nuestra nación que actualmente no ha alcanzado la organización y reconocimiento
estatales…
Senador
James Pearce
***
La precedente carta del Señor Feld se
cruzó con otra, remitida por Mister Lincoln, en la que -según se deduce de la
contestación de aquél- este le anunciaba que, en vista de las circunstancias
que para la esclavitud tenía la Ley de Nebraska y Kansas, había decidido reintegrarse
a la vida política activa, todavía con las siglas del partido whig. El aldabonazo nacional de dicha decisión se produjo en el llamado discurso de Peoria[60], que constituyó la vibrante respuesta de Lincoln a las medias tintas de
Douglas en materia esclavista. Al caer en manos de Feld un ejemplar impreso del
citado discurso, envió a su autor una nueva carta -la que sigue-, que inicia un
cambio en el sentido de la correspondencia entre ambos: La mera información a
cargo de Feld irá cediendo paso a su juicio y valoración de la línea política
asumida por el futuro presidente.
En Washington, a 25 de noviembre de
1854.
… No se figura el éxito que su reciente
discurso de Peoria ha tenido en esta ciudad, en particular entre los senadores
y representantes del partido whig, que parecían mustios y acobardados desde que
sus grandes adalides, Clay y Webster -que Dios tenga en su gloria[61]-, aceptaron el Compromiso de 1850, verdadero trágala, del que ha
provenido la absoluta debilidad del partido cuando ha tenido que enfrentarse a
la Ley Kansas-Nebraska, nueva bajada de pantalones de los antiesclavistas, a
iniciativa esta vez de los demócratas contemporizadores, encabezados por
Douglas. Mi principal, el Señor Johnson, no hacía sino leerlo y releerlo
-incluso en público-, alabando sus argumentos y riendo de buena gana con su
comparación del “comercio de arándanos”[62]. Y el mismo senador Pearce no me puso objeción a registrar y colocar su
discurso en la biblioteca del Congreso en lugar perfectamente accesible, en
contra de su criterio general de “esconder” los escritos que pudieran mover a
contradicción o enfado en la materia que todos suponemos…
Seguramente no soy quien para juzgar su
espléndida pieza de oratoria, que rebasa con creces una mera refutación al
senador Douglas, pero permítame, al menos, sentirme entusiasmado con los
pasajes en que, con toda claridad y franqueza, se recoge la absoluta oposición
de la esclavitud a la igualdad y libertad de todos los hombres. Un país, como
el nuestro, inspirado en esos valores, no puede permitirse prosperar -quizás,
ni siquiera existir- cuando una parte muy numerosa de su población carece de
derechos y es considerada como si de bestias se tratase. Un día llegará, Mister
Lincoln, en que sus mismas razones irrefutables valgan también para los
llamados indios o pieles rojas, que están siendo sistemáticamente privados de
sus tierras y bienes, en beneficio exclusivo de los colonos blancos.
¡Y qué decir de su réplica a Douglas,
cuando a este se le llena la boca de autogobierno y soberanía popular! Tiene
usted toda la razón: ¿Quién le ha dado a un blanco el derecho de gobernar
absolutamente a un negro, tan digno de autogobernarse como su amo de raza
blanca? ¿Hay mayor contrasentido que el de considerar que el autogobierno de
los ciudadanos consiste en impedir que otros -llamados y considerados esclavos-
se autogobiernen?...
Menos encomiable -he de reconocerlo- me ha
parecido el aspecto “legal” de su discurso. Ya conoce usted mi opinión de que
nuestros Padres Fundadores no abordaron la cuestión de la esclavitud, no porque
diesen por supuesto que la Declaración de Derechos[63]y el preámbulo de la Constitución ya esclarecían suficientemente el tema,
sino por lo mismo que ahora padecemos: cobardía ante la amenaza de desunión, e
intereses creados entre nuestros políticos propietarios de esclavos. De
cualquier manera, comparto con usted la certeza de que, con mesura y con
firmeza, el Congreso de los Estados Unidos puede, y debe, seguir legislando
sobre la esclavitud, hasta acabar con ella lo antes posible y mediando una
compensación económica a los directamente perjudicados… Es una materia que
afecta a los derechos del hombre, en la que la superación del actual estatus
necesariamente habrá de venir de la mano de una enmienda constitucional, que
venga a reconocer en nuestros días lo que debió quedar superado hace ya ochenta
años…
… Le deseo la mejor de las suertes en su
retorno a la política de su estado, aunque, para más adelante, mantengo la
ilusión de verlo competir con Mister Douglas por un puesto en el Senado de la
Unión[64], por más que -como usted apunta- quizá ha perdido unos años preciosos
para “ascender” … Aunque -¿quién sabe?-, en estos tiempos tan revueltos, muchas
carreras serán aceleradas y otras tantas, hundidas. Deseo que la suya se halle
entre las primeras, para bien de la nación.
Stephen A.
Douglas, el Pequeño Gigante
3.
Se barrunta la tormenta: Cartas
entre 1857 y comienzos de 1860
Entre los años 1857 y 1859, la posibilidad
de superar las tensiones esclavistas, sin necesidad de llegar a una guerra
civil, se vieron reducidas prácticamente a la nada…, salvo que -como el
presidente Buchanan admitía- se consintiese en la secesión de los estados del
Sur, sin reacción violenta por parte de la Unión. Fueron años de llamativos
episodios relacionados con la esclavitud; algunos tan famosos, como la
sentencia del Tribunal Supremo federal en el caso Dred Scott[65], o
la incursión del energúmeno, John Brown, por tierras de Virginia[66]. De
esos y otros episodios se encuentran enjundiosos comentarios en las cartas de
George Feld que siguen. Entre tanto, Lincoln alcanzaba una fama nacional -y, de
paso, imperecedera en todo el mundo- con sus discursos de 1858, de réplica a
los pronunciados en diversas ciudades de Illinois por Stephen Douglas, que
fueron determinantes para que, en el verano de 1860, la convención del partido
republicano reunida en Chicago designara a Lincoln como su candidato en las
elecciones presidenciales del 6 de noviembre de 1860. Ese es el momento en que
interrumpiré este relato -para no hacerlo excesivamente extenso-, el cual
reanudaré y concluiré en la segunda parte del mismo, que los lectores
interesados podrán encontrar en este mismo blog.
***
En Washington, a 19 de marzo de 1857.
… No puede imaginarse usted la
consternación que ha producido en Reverdy Johnson y en los demás miembros de su
equipo legal -entre los que modestamente me cuento- la decisión del Tribunal
Supremo federal del pasado día 6 en el caso Dred-Scott, en que nos veníamos
ocupando en los últimos años, sosteniendo los derechos del negro demandante. La
responsabilidad por el contenido de tan tremenda sentencia no le corresponde al
nuevo presidente del país, quien precisamente tomó posesión de su cargo dos días
antes, ni solo al del Supremo Tribunal [67], dado que la decisión se tomó por siete votos contra dos, es decir, por
todos los magistrados de los estados esclavistas del Sur, pero también por dos
colegas suyos del Norte; y solo un juez -Curtis, de Massachusetts[68]- ha emitido un ferviente voto discrepante, recordando que, en los
estados del Norte, no se ponía en duda que los negros eran ciudadanos
americanos y protegidos por los tribunales, por más que se les discutiera o
negase el derecho al voto. Seguramente, ya ha tenido usted ocasión de leer, al
menos, un resumen de la sentencia que, a no dudar, avergonzará al Tribunal
Supremo de tiempos venideros y, por lo de ahora, pone patas arriba decisiones
del Congreso tan consolidadas, como la de no admitir la esclavitud en los
territorios que todavía no se hayan constituido en estados[69], o el propio Compromiso de Missouri, excluyendo la esclavitud más al
norte del paralelo 36o30’ [70]. Y, lo que resulta aún más ofensivo para quienes, como usted, tienen un
alto concepto de nuestra Constitución, establece que los individuos de raza
negra, esclavos o libres, no fueron en ningún momento considerados por nuestra
ley suprema como ciudadanos de los Estados Unidos, dotados de derechos
políticos dentro de nuestra nación. Sin ánimo de alardear de profeta de
desgracias, recordará usted que mi opinión sobre los Padres Fundadores[71] iba en el mismo sentido, aunque no me atreviera a poner en su boca lo
que la muchos de ellos tenían en el corazón…
… Cualquiera que sea la opinión legal que
de nuestra Constitución se tenga, no puede recibirse sin sorpresa y sonrojo un
fallo judicial que, no distinguiendo a los hombres -por muy esclavos que sean-
de las casas, las vacas o el dinero, reconozca a los dueños de personas
esclavizadas un derecho absoluto de comerciar con ellos y de trasladarlos e
instalarlos dondequiera, sin respetar las leyes antiesclavistas... Y todavía
más ha indignado al Señor Johnson el que, como consecuencia de todo lo
anterior, se haya anulado cuanto él actuó y defendió ante el Tribunal Supremo,
al afirmar este que, no siendo los negros ciudadanos americanos, su
patrocinado, Dred Scott, no tenía capacidad legal para presentar una demanda en
un tribunal federal. ¡Vamos!, que el equipo legal luchó denodadamente durante largo
tiempo, para que ahora se nos diga que hemos estado sosteniendo un caso en que
no había caso[72].
… Mister Johnson opina que vivimos una
época en que el supremo bien -y no falta razón a quien así opine- es el de
evitar una guerra civil o, cuando menos, la división de nuestra nación. Para
intentar conseguirlo, el Presidente, el Senado y, ahora, el Tribunal Supremo,
no han encontrado otra vía que la de ceder a las exigencias del Sur, de las que
la esclavitud es su punta de lanza. Pero ¿hasta cuándo esta política de
apaciguamiento surtirá efecto? Y, sobre todo, ¿es lícito mantener la paz a
cualquier precio, incluida la abdicación de los valores de la igualdad de todos
los hombres, la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad[73]? Creo que no tardaremos en tener que dar una respuesta a tal
interrogante… Entre tanto, nuestra democracia va viniéndose abajo, so pretexto
de la defensa de un sacrosanto derecho a la propiedad privada[74], que no hace distingos de la de los esclavos, por muy hombres que sean,
convirtiendo en papel mojado la decisión de los habitantes de los territorios de
Washington, Oregón y Minnesota[75] de rechazar en su ámbito la esclavitud…
***
Pese a su
considerable extensión, recojo la siguiente carta de manera casi completa, por
referirse a un momento clave en la historia del presidente Lincoln y de los
Estados Unidos, en general. Me refiero a la serie de discursos pronunciados en
1858 en diversas localidades de Illinois[76],
en forma de debate con réplica, entre los dos aspirantes a la plaza de senador
federal vacante en el estado: el republicano Lincoln y el demócrata Douglas. Se
trata, en general, de excelentes piezas oratorias -no todas exacta y plenamente
conocidas-, que marcaron un hito insoslayable en el camino de los Estados
Unidos hacia la abolición de la esclavitud, con evidente extrapolación a todo
el mundo.
En Washington, a 23 de octubre de 1858.
Estimado Mr.
Lincoln:
He estado demorando enviarle esta carta, hasta
conocer y reflexionar a fondo sobre los magníficos discursos pronunciados por
usted, como preámbulo a la campaña electoral de Illinois para enviar a su
segundo representante al Senado-, así como las no menos interesantes
alocuciones -aunque mucho menos enjundiosas- de su rival, el actual senador
Douglas. La demora obedecía a mi deseo de conocer ya, y comentar, el resultado
de las susodichas elecciones, que se prometen tan igualadas y significativas.
Finalmente, me he decidido -como puede ver- a centrarme exclusivamente en el
contenido de sus discursos, dejando para en su día la valoración de un
resultado electoral que -Dios quiera- le devuelva a usted a esta capital y a la
respetuosa proximidad de su atrevido e incansable corresponsal, el que
suscribe…
Suponiendo que las
referencias periodísticas y los folletos -como los editados por Mister Frederick
Douglass[77]- recojan sus ideas y palabras en
textos presuntamente completos y fieles, me voy a permitir sintetizar sus
argumentos y, en algunos casos, manifestarle mi opinión acerca de los mismos.
No me cabe duda de
que su sinceridad y énfasis a la hora de abominar de la esclavitud por motivos morales
y religiosos habrá producido una honda conmoción en el ánimo de sus oyentes. Su
eco me suena familiar, a su famoso discurso de “la casa dividida”[78], y ya sabe usted que -por más que yo
me considere persona de religión cristiana y moral pasablemente decente- las
razones religiosas y éticas no me resultan gratas para una nación basada en la
plena libertad de creencias -inclusive el ateísmo-, que tiene de facto la
esclavitud como una institución recogida en las leyes y en la práctica de gran
parte de su territorio. En cualquier caso, veo muy razonable que se haya
referido en sus discursos, no solo a la moral cristiana, sino a la ley natural,
que todos llevamos en nuestra conciencia, aunque no seamos gente creyente. Más
duro me resulta seguir el hilo que usted encuentra entre la ley natural y
nuestra Constitución, pues sigo insistiendo -quizá en exceso- en que esta eludió
intencionadamente en su articulado el tema de la esclavitud, porque los
constituyentes no tenían una postura uniforme acerca de ella. Solo mediante una
enmienda constitucional, votada por el Congreso y por los estados en la forma
acostumbrada, podrá resolverse la cuestión de una vez por todas, en términos de
legalidad obligatoria[79].
Debate Lincoln-Douglas en Charleston
(Illinois), 18 de septiembre de 1858
Encuentro
totalmente plausible su postura ecuánime en cuanto a la manera y tiempo de
llevar a cabo la abolición de la esclavitud, aunque mi impresión es que su
moderación es minoritaria entre los miembros del partido republicano, del que
usted ahora forma parte[80]. Pocas personas sensatas pueden
dudar de que los Estados Unidos habrán de liberar a los esclavos, como viene
sucediendo en casi todas las naciones cultas, pero dando tiempo al tiempo y
mediante la pertinente indemnización a sus propietarios. Entre tanto -tiene
usted razón-, hay que evitar cualquier forma de extensión de la esclavitud a
los estados y territorios en que actualmente no esté reconocida. También
concuerdo con que el Congreso pueda legislar sobre cuestiones concretas que la
institución pueda plantear, pero no acerca de prohibirla donde los estados la
hayan establecido: Para hacer eso, se precisaría de una reforma de la
Constitución, en los términos de “enmienda” a que antes he aludido.
Claro que hablar
de temporalidad en materia de esclavitud es decir muy poco: ¿años?; ¿lustros?;
¿décadas? En una de sus cartas, quizá en un momento de afligido realismo, me
confesaba usted que no creía llegar a ver en este mundo la liberación de todos
los esclavos de nuestro país[81]. En todo caso, comparto de corazón
su deseo de que la total emancipación de ellos pueda realizarse de manera
pactada con los estados del Sur, aunque esto suponga posponer la definitiva
solución a un largo plazo.
Tengo para mí como
lo más granado de sus discursos, y de los del Señor Douglas, el haber levantado
el tupido y pudoroso velo que hasta ahora pretendía ocultar la inevitable
relación de la esclavitud con el racismo, es decir, de condicionar el estado de
esclavitud a que los sometidos a él sean de raza negra. ¿Por qué? Abandonemos
el pudor y afirmemos con todo cinismo: Porque en el fondo se niega que Dios
haya hecho a todos los hombres iguales; porque se piensa que los negros son
“medio hombres”, seres inferiores a los blancos en cualidades físicas, mentales
y morales. Douglas lo tuvo que admitir tajantemente. Usted no acabó de ser
claro al respecto, aunque admitiera que la educación y el buen trato podían
mejorar la situación. Y la misma sinceridad observaron ustedes con el asunto
del mestizaje. Me parece que ambos lo consideran inadecuado y, en cierto modo,
contra la naturaleza. En lo que usted se mostró muy superior al senador Douglas
fue en su réplica, tan astuta: No es lo mismo respetar y liberar a los esclavos
negros, que casarse o mezclarse con ellos. Usted no aconsejaría esto último ni,
por descontado, lo impondría. Pero en lo que usted estuvo aplastante y
magnífico fue en la constatación de que la esclavitud trae aparejado el
mestizaje -incluso forzando a las mujeres negras- y no al revés: De poco más de
cuatrocientos mil mulatos existentes en los Estados Unidos, casi trescientos
cincuenta mil viven en el Sur, donde la esclavitud es legal y los negros se
acumulan y son estimulados a procrear, hasta el punto de que actualmente su
cifra es de entre tres millones y medio y cuatro millones: Es decir, casi
tantos como los blancos que habitan en aquellos estados[82].
He de confesarle
que mi reacción un tanto visceral contra el racismo puede responder al hecho de
que, si no yo mismo, sí que mis antepasados llegados del estado alemán de Hesse[83] hubieron de sufrir cierta
discriminación por parte de los descendientes de los ingleses; una situación
que ha tratado de renacer en nuestros días de la mano de ciertos partidos
políticos[84]. En ese sentido, le agradezco muy
sinceramente sus amables palabras para con “los Hans, Baptiste y Patrick”[85] y, en general, los hombres del mundo
entero que vienen a estas tierras para mejorar sus condiciones de vida. Supongo
que sus palabras serán igualmente bien recibidas por los numerosos hijos y
nietos de inmigrantes de lengua alemana, que tanto abundan y han contribuido al
progreso del noroeste del estado de Maryland, del que procedo[86].
Y, si los temas
constitucionales -como antes escribí- son vidriosos, ¡qué decir de los
económicos, que plantea la esclavitud! Con todo y con eso, creo que usted ha
acertado plenamente al desenmascarar la malintencionada “confusión” de Mister
Douglas, entre el carácter antieconómico en general del sistema de esclavitud y
la supuesta consecuencia de que, por ende, la esclavitud morirá por sí sola y
no será preciso hacer nada porque desaparezca. Hoy por hoy, los señores del
algodón, los plantadores del Sur, viven muy bien a costa de sus esclavos y han
montado una sociedad y una mayoría política basadas en la esclavitud, con el
más olímpico desprecio a los derechos de los negros y de los blancos pobres o
parados forzosos, que no pueden permitirse tener esclavos. Ya ha visto usted la
manera vitriólica con que han reaccionado los esclavistas contra el excelente
libro del Señor Helper -y contra este mismo-, por poner ante sus ojos una
verdad evidente: Que los estados del Sur, viviendo solo del algodón, se
empobrecen de año en año, en comparación con el progreso variopinto que
experimentan los estados libres del Norte y del Oeste[87]. Tengo por cierto que la muerte por
consunción de la esclavitud en el Sur -que Mister Douglas propone- la
perpetuará durante décadas.
Coincido con usted
en que la reciente sentencia del Tribunal Supremo en el caso Dred Scott es
éticamente insostenible y de imposible aplicación práctica, aunque no será
fácil soslayarla a medio plazo, mientras no cambie la forma de pensar de la
mayoría de los jueces que dictaron dicho fallo. Entre tanto, sin llamar por eso
al desacato al tribunal, parece lógico promover el “acatamiento sin
cumplimiento” de la sentencia en los estados no esclavistas. Más peliagudo
resultará sugerir otro tanto en los territorios que aún no se han organizado ni
han sido admitidos como estados, como es el caso de Kansas, donde la decisión
del Tribunal Supremo impedirá a sus habitantes pronunciarse en contra de la
esclavitud en su tierra, aunque sea esta la opinión de la mayoría. El senador
Douglas trató de eludir esa absurda contradicción -a saber, la mayoría en un
estado puede decidir que este sea esclavista, o pase a serlo, pero no está
autorizada, en cambio, a declararlo estado libre, ni a cambiar el esclavismo
por lo contrario-, alegando que, cualquiera que sea la posibilidad de implantar
la esclavitud, esta no será viable donde la agricultura no se acoja al sistema
de grandes plantaciones con monocultivo -algodón o tabaco-. Eso es cierto con
carácter general, pero no impediría a los ciudadanos particulares el tener
esclavos para su servicio “doméstico”, ni el comprarlos o venderlos en la plaza
pública, ni el llevar hasta el extremo la aplicación de la ley sobre esclavos
fugitivos…
Aun a riesgo de
resultar en exceso prolijo, todavía he dejado para el final de la carta mi
modesta apreciación sobre su decidida postura, tan contraria al abandonismo de
la mayoría de nuestros políticos -sean ellos whigs o demócratas- frente a las
exigencias crecientes de los extremistas del Sur. Coincide usted en esto con mi
principal, el Señor Johnson quien, pese a proceder de un estado esclavista, es
ferviente partidario de la Unión y de los derechos del Congreso, frente al
chantaje de los secesionistas y de los profetas de una próxima guerra civil. En
efecto, tan terrible contienda no puede ser tomada a humo de pajas, ni
precipitarnos en ella por ligereza o radicalidad; pero tampoco debe consentirse
la secesión de los estados esclavistas, ni tampoco convertir a toda nuestra
nación en un mundo de esclavos, contra la voluntad mayoritaria de los
ciudadanos. Son esas unas líneas no traspasables, ni aún a riesgo de una guerra.
No creo que en ello quepan medias tintas, como aquellas con que escribe el
senador Pierce y tantos otros. ¿Y el presidente Buchanan? ¿Cómo se comportaría
llegado el caso? No parece que con energía y firme decisión; pero habrá que
aguardar a las inminentes elecciones al Congreso[88] para ver cómo se conforman las
mayorías. Espero que el estado de Illinois tenga el buen acuerdo en esos
comicios, ya inmediatos, de elegir a usted para representarlo en el Senado.
***
En Washington, a
18 de noviembre de 1858.
Apreciado Mister
Lincoln:
A través del
senador Pierce -que ha renovado su cargo en las elecciones de hace unos días,
por el estado de Maryland-, recibo la triste noticia de que, pese a haber
ganado en votos populares, la legislatura del estado de Illinois no le ha
elegido a usted como senador por dicho estado, sino al Señor Douglas, que
repetirá en tal condición[89]. No puedo menos de mostrar mi
decepción, aunque ya me había adelantado usted su corazonada de que ese sería
el resultado final. No me queda sino esperar que el gran triunfo republicano
para la Cámara de Representantes y su avance en el Senado mismo, le permita
aspirar con éxito dentro de dos años al cargo de senador y quién sabe si a
logros mayores. No desmaye usted ahora que se ha hecho un nombre y una justa
reputación en todo el país…
Por los resultados
de las elecciones, constato que su estado de Illinois está muy dividido, entre
republicanos y demócratas[90]. En lo que al mío de Maryland
respecta, se ha producido un sorprendente empate entre demócratas y partido americano[91].
Este último también ha obtenido el escaño de senador que salía a elección.
Curioso éxito de los know nothing en Maryland, cuando han sido barridos
del resto de la nación. Supongo que será el efecto de ser un estado fronterizo
del Norte y el Sur, en que la esclavitud no juega un papel tan importante como
en los estados algodoneros[92]
y donde la población, aunque muy dividida en muchos temas, es ferviente
partidaria de seguir perteneciendo a la Unión, lejos de veleidades
secesionistas…
En cualquier caso,
está claro que el viejo partido whig está irremisiblemente condenado a la absorción por el
republicano y a una probable desaparición a medio plazo. Esto es, al menos, lo
que opina Mister Reverdy Johnson. Él mismo, así como el más circunspecto senador
Pearce, entiendo que preparan su paso con armas y bagajes al partido demócrata,
visto que el republicano es demasiado radical y “nordista” para la tradición y
procedencia de ambos…
***
En Washington, a 7 de noviembre de 1859.
Estimado Mr. Lincoln:
Aunque usted parezca muy escéptico sobre
sus posibilidades de ocupar a nivel nacional un puesto “muy elevado”, veo que,
abandonando el aislamiento en Illinois y su preferente dedicación a la
abogacía, está realizando una extensa campaña de apoyo al partido republicano y
a su causa contra la esclavitud por todo el Oeste, incluidos Ohio, Michigan y
Kansas, teniendo así la oportunidad, no solo de darse a conocer, sino de
defender sus ideas firmes y moderadas sobre todas las cuestiones. Tiene razón
en considerar al senador Seward [93] como la figura más destacada del partido republicano, como Douglas lo es
del demócrata, pero, en opinión del Señor Reverdy Johnson, es un personaje
demasiado vehemente y pagado de sí mismo, como para aglutinar en torno suyo los
votos de la mayoría de sus correligionarios. Yo diría que tiene tantos enemigos
como amigos, y eso es mala cosa en un partido que, por primera vez en su corta
historia, tiene serias posibilidades de ganar las próximas elecciones
presidenciales. Pero demos tiempo al tiempo. Por ahora, lo único que me atrevo
a aconsejarle es que venga al Este y hágase conocer personalmente de las gentes
de Boston y Nueva York, quienes estoy seguro lo recibirían con los brazos
abiertos…
Se refería brevemente en su última carta a la impresión tan desfavorable que le había producido la “sangrante Kansas”,
donde los buenos habitantes del territorio ven cómo, una y otra vez, son
invadidos y aterrorizados por pandillas esclavistas de Missouri, y sus
propósitos de constituirse en un nuevo estado libre son eludidos con
subterfugios por el presidente Buchanan. Me parece evidente que, mientras este
no sea sucedido por un hombre de firmes principios, Kansas permanecerá en el
limbo de la no estatalidad, como futura moneda de cambio para admitir a otros
estados esclavistas, aunque sea por el torpe procedimiento de dividir al estado
de Texas…
Con todo, la sangre de Kansas ha quedado
opacada en los últimos días con el disparatado intento de John Brown[94] por llevar la violencia antiesclavista al Sur. Coincido con sus
declaraciones -compartidas por otros muchos líderes abolicionistas- de que ha
sido un conato intolerable y que es justo que los responsables paguen con su
vida el delito. Ni siquiera admito su matización, en el sentido de que la pena
es justa, pero también lo era el impulso que movía a los criminales. Por ese
camino, se acabará haciendo de aquel asesino medio loco un mártir y un santo,
como parecen opinar intelectuales tan conspicuos como los Señores Emerson y
Thoreau[95]. Estos disparates violentos y esta radicalidad emocional no pueden
llevar al Sur sino al miedo y la violencia. De hecho, me llegan noticias
fidedignas de mi moderado Maryland, en el sentido de que se están formando
numerosas milicias estatales, a fin de defenderse de otros Brown que pudieran
aparecer, incitando a los esclavos a una sangrienta sublevación.
En fin, mi respetado amigo, me gustaría
acabar con un elogio sincero, al margen de sucesos tan lamentables como los
reseñados. Me refiero a su discurso en Milwaukee, en defensa del trabajo libre,
que permite al hombre prosperar gracias a su propio esfuerzo, como
señaladamente ha sido su caso personal. Comparto plenamente su tesis -que, a la
postre, condena la esclavitud de modo indirecto, pero indudable- de que la
movilidad social, el esfuerzo personal y la independencia económica son la
garantía del progreso de cada individuo y de toda la sociedad…
John Brown
***
Washington, a 4 de marzo de 1860.
Apreciado Mister Lincoln:
En medio de la gran barahúnda en la Cooper
Union, producida por su exitoso y notabilísimo discurso del pasado día 27 [96], apenas tuve la oportunidad de estrechar su mano y de cruzar unas
palabras de salutación al principio, y de felicitación al final de su
exposición. Posteriormente, he tenido la oportunidad de constatar con todos mis
conocidos que lo escucharon que mi impresión primera ha sido exacta: Sus
palabras, medidas, generosas, equilibradas, abiertas a todas las personas
sensatas, le han colocado en la grande e influyente ciudad de Nueva York en la boca y el
corazón de los ciudadanos, quienes no tardando habrán de votar en las
elecciones al Congreso y presidenciales. No creo que tenga usted dudas, a estas
alturas, de que debe presentar su candidatura para estas últimas, en lo que
tendrá grandes posibilidades de lograr la nominación. Si así fuere, no imagino
otro resultado que la victoria, habida cuenta de que, conforme pasan los días,
el partido whig se descompone más y más; y, en lo que a los demócratas se refiere,
es inevitable la ruptura del partido entre los políticos del Norte y los del
Sur. En estas circunstancias, y con algún otro partido que pueda fragmentar aún
más el voto, el partido republicano ganará las elecciones. Cosa distinta es que
las habrá de perder abrumadoramente en el Sur y en los estados fronterizos
esclavistas -como el mío-. Si ello desemboca en la secesión y la guerra civil,
es cosa que no me atrevo a vaticinar. Una cosa está clara: Si hay un político juicioso
y moderado que pueda evitar el desastre, ese es usted.
Pero dejaré de divagar sobre el futuro y
volveré al motivo principal que me ha movido a escribirle hoy: Resumía su
impresión el senador Pierce con estas palabras, poco más o menos, “Este Lincoln
tiene la virtud de contentar a todos, procurando no enemistarse con nadie”. Es
este un elogio endiablado, que lleva a pensar en que usted sea una persona
calculadora y taimada; pero yo estoy tranquilo, y así se lo he hecho saber a
las personas que frecuento: esa es su verdadera forma de ser y los valores que
comparte. Una actitud ética que impresionó mucho que la refiriera al gran
Jefferson[97], cuando afirmó, aludiendo a la esclavitud, aquello de “¡tiemblo por mi
país cuando recuerdo que Dios es justo!”. Como también impresionó a su ilustrado
auditorio su convincente demostración de que, de los treinta y nueve Padres
Fundadores que suscribieron nuestra Declaración de Independencia y nuestra
Constitución, no menos de veintiuno -entre ellos, Washington[98]- votaron leyes que proscribían o limitaban la esclavitud en determinados
territorios, como el del Noroeste, la Luisiana y el de Missouri. Yo, que en
este punto soy escéptico -como ya sabe-, disfruté más cuando usted puso el fiel
de la balanza de la situación en la estricta vertical: En un platillo, el
rechazo de la soberanía popular o ilimitada de los estados y la extensión de la
esclavitud a nuevos territorios. En el otro, el rechazo de una inmediata
prohibición de la esclavitud en toda la nación, así como llevar el enfrentamiento
político hasta la ruptura de la Unión. Y, aunque esté por ver si su brillante
equilibrio nos ahorrará el llegar hasta la guerra civil, es evidente que ha
dado usted un paso de gigante en su reconocimiento entre los republicanos del
Este como persona conocida y respetada, de empaque como “presidenciable”. Y le
aseguro que no hablo a la ligera, si bien la semilla que ha plantado hace unos
días en Nueva York tendría que crecer muy rápidamente para superar a Seward en
la convención partidaria del próximo verano…
Lincoln en
la Cooper Union (Nueva York, 27 de febrero de
1860)
4.
Enlazando brevemente con la
segunda parte de este relato
Concluyo esta primera parte de Cartas de George Feld a Abraham Lincoln en los momentos decisivos,
en que Lincoln inicia el camino que lo llevará imparablemente a la presidencia
de los Estados Unidos, y a George Feld, a convertirse en un leal apoyo en la
sombra de su amigo presidente, hasta que la guerra civil vaya operando entre
ellos un inevitable distanciamiento, más físico que moral. Las cartas de Feld a
Lincoln entre las elecciones de 1860 y el final de la guerra civil (1865) serán
el contenido de la segunda parte de esta historia, con la que también espero
suscitar la atención de los lectores que gusten de lo que algunos han
denominado acertadamente rincones de historia[99], desconocidos u olvidados contra toda justicia.
Edificio
inicial (1859) de la Cooper Union, en Nueva
York
[1]
En el censo de 2020, tenía poco más de 40.000 habitantes. La impresión de
tamaño y movimiento puede resultar bastante alterada, al estar actualmente
englobada en el área metropolitana de Baltimore, cuya población rebasa los 6
millones de habitantes (unos 600.000 en su término municipal).
[2]
No quiero entrar en polémicas, sino que me atendré a los datos escritos: El
Estudio General salmantino fue fundado por el monarca leonés, Alfonso IX, en
1218, pero no adquirió el refrendo universitario pontificio -del papa Alejandro
IV- hasta 1255, lo que suponía el reconocimiento de sus títulos en toda la
cristiandad. Acogiéndose a la primera de las fechas citadas, la Universidad de
Salamanca celebró los fastos de su octavo centenario en 2018.
[3]
La universidad dominicana tiene como fecha de fundación papal la de 1538, pero
el no haber sido oficializada por el reino de Castilla hasta 1558, permite
dudar de su prioridad entre todas las americanas. La de San Marcos de Lima fue
fundada el 12 de mayo de 1551 y la de Méjico, el 21 de septiembre del mismo
año.
[4]
Esta universidad radica en la ciudad de Cambridge (Massachusetts) y fue fundada
en 1636. En 2018, contaba con unos 22.000 estudiantes y 4.671 profesores. A la
fecha (2023), sigue siendo una universidad privada.
[5] La King
William’s School.
[6]
El tema está convenientemente explicado en la Wikipedia, si bien he
consultado al respecto en Internet la siguiente obra: Thomas Fell (compilador),
Some historical accounts of the founding of King William’s School and its
subsequent stablishment at Saint John’s College…, Friedenswald Co. Press,
Annapolis, 1894.
[7]
Por volumen de alumnado, titulaciones y plan de estudios, entre otras muchas
diferencias. No considero del caso profundizar en el argumento.
[8]
Prefiero la grafía española a la norteamericana de Monterey.
[9]
De forma eufemística, los esclavistas estadounidenses del siglo XIX calificaban
a la esclavitud de los negros como la institución peculiar por
antonomasia de los estados del Sur.
[10]
Se alude al siguiente libro colectivo: David Thomas Konig, Paul Finkelman &
Christopher A. Bracey (editors), The Dred Scott case. Historical and
contemporary perspectives on race and law, Ohio University Press, 2010.
Sobre dicho caso, resuelto en 1857 por el Tribunal Supremo de los EE. UU.,
se tratará más adelante, en este mismo relato.
[11]
Abraham Lincoln (1809-1865), decimosexto presidente de los Estados Unidos (1861-1865).
De la plétora de biografías sobre él -incluso en español-, me he valido de la
César Vidal, Lincoln. La unidad frente a la autodeterminación, Planeta,
Barcelona, 2009. Acerca de la Guerra de Secesión (1861-1865), he manejado
profusamente la obra de Isaac Asimov, Los Estados Unidos, desde 1816 hasta (el
final de) la guerra civil, edición española de Alianza Editorial,
Madrid, 1983, espec. pp. 203-338. Son obras de dudoso valor y originalidad,
pero fácilmente accesibles y suficientes para ilustrar un relato de ficción,
como este.
[12] Me
acojo al discutible expediente de utilizar el topónimo inglés para lo relativo
al estado de Maryland, dado que no existe -que yo sepa- en español una
alternativa aceptada por la Real Academia Española.
[13] Desde
1896, su nombre oficial es el de Universidad de Princeton.
[14]
Reverdy Johnson (1796-1876), uno de los más grandes abogados estadounidenses de
su tiempo, además de político de relevancia (Procurador General en 1849-1850;
senador en los periodos 1845-1949 y 1863-1868). Su biografía es accesible por
Internet: Bernard C. Steiner, Life of Reverdy Johnson, Norman Remington
Co., Baltimore, 1914.
[15]
Dred Scott v. Sanford (60 U.S. 393 (1857)). El caso fue perdido por el
demandante por siete votos contra dos. La sentencia fue redactada por el
presidente del Tribunal, juez Roger B. Taney. Insisto en lo prometido en la
nota 10.
[16]
Los detalles están esquemáticamente expuestos en la obra citada en la nota 14,
p. 15 (rebote de una bala, al impactar en un árbol de madera particularmente
dura: el hickory, o Caria tomentosa, una especie de nogal
-juglandácea-)
[17] El
llamado whig o “liberal”, que pronto daría lugar al Partido Republicano,
hoy (2023) subsistente.
[18]
La traducción habitual al castellano del nombre en inglés de la Cámara de
los Representantes del Congreso de los Estados Unidos podría perfectamente
reemplazar Cámara por Casa, ya que la cámara baja norteamericana recibe,
literalmente, el nombre de United States House of the Representatives.
[19]
Unión y Confederación eran términos legales y respetuosos para
referirse a la sazón a los estados del Norte y del Sur, respectivamente. Yanquis
y rebeldes serían expresiones equivalentes, pero coloquiales.
[20]
Empleo este adjetivo para referirme a lo relativo a Mister Lincoln, ya
que la ele de este apellido no se pronuncia en inglés.
[21]
Zachary Taylor (1784-1850), duodécimo presidente de los Estados Unidos. Su
mandato, iniciado en marzo de 1849, concluyó con su muerte natural, el 9 de
julio de 1850.
[22] John Caldwell Calhoun (1782-1850),
seguramente el más notable de los políticos esclavistas de su tiempo. Entre
otros cargos relevantes, ejerció las secretarías de Guerra (1817-1825) y Estado
(1844-1845), el de senador federal (1845-1850) y el de vicepresidente de los
Estados Unidos (1825-1832). Referencias a su persona y política en André Maurois,
Historia de los Estados Unidos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1972,
pp. 263-267 y 318-320.
[23]
Doctrina política consistente en asignar a los estados de la federación
americana el derecho de no aplicar las leyes que consideraran contrarias a la
Constitución o a su propia pervivencia, sin necesidad de que las declarase
nulas el Tribunal Supremo de los EE. UU.
[24] Por el
apellido de su promotor, el insigne senador Henry Clay, Sr. (1777-1852).
[25] David
Wilmot (1814-1868) era representante a la sazón por el 12º distrito de
Pennsylvania.
[26]
Dicho entre paréntesis, tal aseveración era una obviedad, dado que la
Constitución de los EE. UU. había evitado cualquier referencia a la esclavitud,
para evitar serios problemas a corto plazo. En ese pecado llevaría la
penitencia en las décadas de 1820 a 1870, aproximadamente.
[27]
Estas consideraciones de George Feld pueden responder a un dato conocido en la
biografía de Abraham Lincoln: su mayor compenetración con la religión cristiana
a partir de esas fechas, así como la integración del punto de vista cristiano
en su rechazo de la esclavitud. Corresponde a esa época su fructífera lectura
(y ulteriores contactos personales con el autor) de la siguiente obra:
Reverendo James Smith, The Christian defense…, J.A. James, Cincinnati,
1843.
[28]
Recuérdese la anterior nota 21.
[29]
Millard Fillmore (1800-1874), decimotercer presidente de los EE. UU.
(1850-1853). El prejuicio del Señor Feld resultó acertado, según la mayoría de
los historiadores.
[30]
Se alude a Daniel Webster (1782-1852), que fue secretario de Estado en los
periodos 1841-1843 y 1850-1852.
[31]
Acuerdo adoptado por el Congreso federal en 1820, para que el número de estados
esclavistas y no esclavistas fuese igual, entre otras cosas, a fin de lograr
paridad en el Senado de los EE. UU. Llegó, incluso, a marcarse una línea de
delimitación entre unos estados y otros, a lo largo del paralelo 36o 30’
Norte. El compromiso se mantuvo hasta los años cincuenta del siglo XIX, con un
total de quince estados de cada clase.
[32]
El calificativo despectivo de Feld parece aludir al escasísimo número de
esclavos que efectivamente se fugaban a los estados del Norte: De un total de
3,5 millones de esclavos en 1850, pocos más de 350 lograron llegar a territorio
“libre” en los años de vigencia de la ley del esclavo fugitivo. A la postre, la
indignación acabó siendo más de los nordistas, al contemplar la poco edificante
imagen de la caza del negro en su propia tierra. Recuérdese el
trascendental libro de Harriet Beecher Stowe, Uncle Tom’s cabin, John P.
Jewett, 2 volúmenes, Cleveland, 1852, cuya primera traducción al español data
del año siguiente: La cabaña del Tío Tom, traducción de A.A. de
Orihuela, Juan Oliveres, Barcelona, 1853 (accesible íntegramente por Internet).
[33]
Denominación coloquial de la red de colaboradores nordistas que trataban de
pasar a los estados libres a esclavos fugitivos y de ponerlos a buen recaudo.
De forma novelada, pero muy descriptiva, véase, Colson Whitehead, The
underground railway, Doubleday, New York, 2016 (premio Pulitzer, está traducido
al español).
[34] James
Alfred Pierce (1805-1862), senador y presidente de la Comisión Bibliotecaria
del Congreso entre 1843 y 1862. Lo que sigue sobre él se considera cierto, por
extraño que pueda parecernos hoy día.
[35] Condado
del estado de Maryland, cuya capital es Chestertown.
[36]
Puede calcularse la pérdida de extensión en 1/3 de la inicial, quedando
finalmente el territorio tejano en unos 700.000 km2 (268.600 millas
cuadradas).
[37] Stephen
Arnold Douglas (1813-1861), senador por Illinois entre 1847 y 1861.
[38] En
inglés, free soil, free labor, free men.
[39]
Con toda la evolución que se quiera, dicho partido, fundado en 1854, sigue
siendo el actual Partido Republicano, que se enorgullece de tal
progenie, autodenominándose GOP, es decir Great Old Party
(el subrayado es mío).
[40] Thomas
Lincoln, padre de Abraham Lincoln, nacido en 1778, falleció el 17 de enero de
1851.
[41]
Quienes se dedican a contabilizar curiosidades, aseveran que su número llegó a
un total de 243, con una muy alta proporción de casos ganados
[42]
Se trata del primer puente colgante que superó en los EE. UU. el caudal de un
gran río (el Ohio). Fue el más ancho del mundo en su género entre 1851 y 1853.
La tramitación legal del asunto se extendió de 1849 a 1856.
[43]
Véase, Wheling history. Wheling bridge case in the Supreme Court, en www.ohiocountypubliclibrary.org.
El puente enlazaba (y sigue uniendo) los estados de Virginia (luego, Virginia
Occidental) y Ohio, contra la oposición del de Pennsylvania, cuyos intereses de
ferrocarril y carretera podía perjudicar.
[44]
Al parecer, el Compromiso de 1850, ya aludido, incluía el esfuerzo para
mantener fuera de las campañas políticas (en especial, la presidencial) el tema
de la esclavitud. No hace falta decir que -como nuestro narrador apuntaba- esa
llamada a mayor equilibrio y calma resultó completamente inútil.
[45]
El llamado entonces comúnmente whig y el demócrata, que sigue
existiendo actualmente (2023).
[46]
Conocido popularmente como el de los know nothing (los que lo saben
nada), por tener el deber de silencio ante cualquier pregunta sobre la
existencia y funcionamiento de su organización.
[47]
El movimiento nativista tenía un especial sesgo anticatólico, propiciado por la
muy numerosa inmigración de irlandeses y de bávaros y de otras regiones del sur
de la entonces políticamente inexistente Alemania.
[48]
Fue el de Lincoln -como también de R. Johnson y de Pierce-, hasta pasarse en
1854 al recién creado partido republicano, que lo propondría como candidato
presidencial en las elecciones de 1860.
[49] Véase
texto más arriba y notas 38 y 39.
[50]
La premonición se cumplió en 1856. El partido whig sería absorbido por el
republicano durante la guerra civil.
[51]
Recuérdese la nota 22.
[52]
Jefferson Davis (1808-1889) es famoso como presidente de los Estados
Confederados de América (1861-1865), pero antes había sido senador (1847-1851 y
1857-1861) y secretario de Guerra (1853-1857).
[53] Véase
antes, nota 37. Sobre él habrá de volverse en varios puntos del relato.
[54]
Este avance tecnológico multiplicó exponencialmente la producción de algodón en
los Estados Unidos, con su lógica secuela de enriquecimiento de los plantadores
e incremento del número de esclavos. Véase, Angela Lawkete, Inventing the
cotton gin: Machine and myth in antebellum America, Johns Hopkins Studies,
Baltimore, 2003.
[55]
Localidad del estado de Maryland, capital de su condado noroccidental de
Washington.
[56]
Periodo de violencias y de preguerra civil que se produjo en los años de 1850 y
sucesivos en el territorio de Kansas, entre partidarios y opositores de la
esclavitud y de que Kansas ingresara como estado en la Unión en calidad de
esclavista.
[57]
An Act to organice the territories of Nebraska and Kansas. El nombre responde
a que el territorio inicialmente llamado de Kansas se dividió en dos: Nebraska,
al norte, y Kansas, al sur. Aunque la ley se aplicaba a todo el territorio, el
tema de la esclavitud era particularmente sangrante en la zona sur, es
decir, en Kansas propiamente dicha, pues era la más apta para establecer un
sistema de “plantaciones”.
[58]
Pequeño, por su estatura, y gigante, por su energía y elocuencia.
[59] Véase
antes, nota 31.
[60]
Pronunciado en la ciudad de Peoria (Illinois), el 4 de octubre de 1854 y -repetido-
el 16 del mismo mes y año. Al ser impresa y distribuida, esta obra maestra de
la oratoria de Lincoln llegó a ser conocida de toda la nación, haciendo de él,
por primera vez, un político de relevancia en los Estados Unidos. El discurso
puede consultarse íntegro en Internet: por ejemplo, en la web nps.gov.
[61] Ambos
políticos habían fallecido en 1852, con una diferencia de cuatro meses.
[62]
Lincoln ridiculizaba a Douglas y a cuantos opinasen que los estados tenían la
exclusiva de la regulación de la esclavitud, por el hecho de que la
Constitución se la atribuyera para regular el mercado interno de bienes y
productos de tanta nimiedad, como los arándanos.
[63]
Aprobada el 14 de octubre de 1774 en Pensilvania, por el Primer Congreso
Continental. Se considera a Thomas Jefferson como el principal redactor de
dicha Declaración.
[64]
Lincoln obtuvo el cargo de representante en la legislatura de Illinois en 1855,
con la vitola del partido whig. En ese mismo año aspiraría a un puesto
en el Senado federal, pero hubo de retirarse en favor de su compañero,
Trumbull, para evitar el triunfo del candidato demócrata, Matteson. Estos
cambalaches respondían a la circunstancia de que el cuerpo electoral para las
elecciones a senador federal por el estado de Illinois no eran todos los
ciudadanos con derecho a voto, sino los legisladores de dicho estado (alrededor
de un centenar).
[65]
Ya citado antes, en las notas 10 y 15. Además del texto citado en la primera de
ellas, véase, Don E. Fehrenbacher, The Dred-Scott case: Its significance in
American law and politics, Oxford University Press, Oxford & New York,
1978 (premio Pulitzer de libros históricos en 1979).
[66]
John Brown (1800-1859) ha sido biografiado en varias ocasiones. Yo prefiero:
Stephen B. Oates, To purge this land with blood: A biography of John Brown, Harper Collins,
Nueva York, 1970 (puesto al día en 1984, editado por la University of
Massachusetts Press).
[67]
Se trataba -como he dejado dicho en la nota 15- del juez, Roger B. Taney
(1777-1864), que fue Chief Justice -es decir, Presidente del
Tribunal Supremo federal- entre 1836 y 1864.
[68]
Benjamin Robbins Curtis (1809-1874), juez del Tribunal Supremo entre 1851 y
1857, en que abandonó la judicatura por razones económicas y de serias
discrepancias con su presidente, Taney.
[69]
La doctrina arrancaba nada menos que del 13 de julio de 1787, cuando los EE.
UU. eran aún una Confederación, y se recogió en la Ordenanza para el gobierno
del territorio de los Estados Unidos al nordeste del río Ohio.
[70] Véase más arriba nota 31 y texto al que la
misma se refiere.
[71] Solía darse este apelativo a los americanos
que más contribuyeron a la independencia de los EE.UU. y, en su momento, redactaron
las Declaraciones de Derechos y de Independencia, así como la Constitución de
la república; todo ello, en el periodo 1774-1787.
[72] Juego de palabras basado en la expresión
forense de “no haber caso”, como sinónima de que no hay una reclamación o tema
legal a plantear y discutir ante un tribunal.
[73]
Alusión a los derechos humanos, reconocidos en el preámbulo de la Declaración
de Independencia de los EE.UU. (Filadelfia, 4 de julio de 1776).
[74]
La sentencia del caso Dred Scott invocó la Quinta Enmienda de la Constitución
americana (1791), que exige para la expropiación de los bienes privados la
previa existencia de un procedimiento legal (due process). De ella
extrajo la conclusión de que ninguna persona o institución podía privar a un
dueño de sus esclavos, ni de trasladarlos donde quisiere, por el mero hecho de
que un determinado estado o territorio hubiera votado por ser no esclavista.
[75]
En 1857, esos tres territorios todavía no se habían convertido en
estados.
[76] Dichos discursos fueron siete, pronunciados en los lugares de Illinois y en las fechas que a continuación se indica: Ottawa, 21 de agosto 1858; Freeport, 27 de agosto 1858; Jonesboro, 15 de septiembre de 1858; Charleston, 18 de septiembre de 1858; Galesburg, 7 de octubre de 1858; Quincy, 13 de octubre de 1858; Alton, 15 de octubre de 1858.- Existen numerosas monografías sobre el tema (Fehrenbacher, Jaffa, Zarefsky…). Para los efectos de este ensayo puede ser suficiente con los libros -citados en la nota 11- de César Vidal, pp. 96-117, y de Isaac Asimov, pp. 204-208.
[77]
Frederick Douglass (c. 1818-1895), negro nacido esclavo en el estado de
Maryland, personaje muy influyente en el abolicionismo y la vida intelectual
americana. Entre sus libros autobiográficos, puede verse, Life and times of
Frederick Douglass…, De Wolfe & Fiske, Boston, 1892, accesible íntegramente
por Internet, en la página web de la Universidad de Carolina del Norte
en Chapel Hill, docsouth.unc.edu.
[78]
Expresión basada en el famoso texto evangélico (Mt., 12, 25; Mc., 3, 25), en que
Jesucristo reputaba de imposible subsistencia una casa entre cuyos habitantes
existiera una grave división. Lincoln aplicó el ejemplo a la nación americana,
mientras estuviera dividida entre estados libres y esclavistas.
[79]
Así se actuó finalmente, aprobando la XIII Enmienda a la Constitución de los
EE. UU., proceso que llevó casi todo el año 1865.
[80]
Abraham Lincoln había abandonado el partido whig en 1856, por la
posición en exceso tibia que el mismo observaba en materia de limitación de la
esclavitud.
[81]
Me atrevo a recoger esta afirmación porque se da por cierto que Lincoln la hizo
de palabra, ante algunos amigos de confianza. Dada su edad (había nacido en
1809), puede imaginarse que el presidente consideraba el año 1900 como una
fecha máxima aproximada para la supresión pactada de la esclavitud en la
nación.
[82]
La población total de ciudadanos libres en 1860 era de casi 31,5 millones, de
los cuales unos 4,5 millones vivían en los estados del sur que, al año
siguiente, se integrarían en los Estados Confederados de América.
[83]
El narrador no especifica si su familia procedía del Estado de Hesse-Kassel,
que mantuvo su independencia hasta 1866, o al de Hesse-Darmstadt, que se
integró en el Imperio Alemán de manera confederada hasta 1918.
[84] Véase
antes, notas 46 y 47 y texto en ellas concernido.
[85]
Especie de antonomasia que empleó Lincoln en su discurso de Alton (Illinois),
el 15 de octubre de 1858, para aludir a todos los emigrantes de origen alemán,
francés e irlandés, respectivamente.
[86] Véase
antes, nota 12.
[87]
Se alude al autor Hinton Rowan Helper (1829-1909) y a su famosa obra, The
impending crisis of the South: How to meet it, Burdick Brothers, New York,
1857, que puede encontrarse íntegra en la página web docsouth.unc.edu, de
la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.
[88]
Las elecciones de 1858 al Congreso de los Estados Unidos supusieron el triunfo
en la Cámara de Representantes del recién creado partido republicano (116
-mayoría absoluta-, frente a 98 demócratas, 15 whigs y 5 nacionalistas know
nothing), mientras que el Senado quedó conformado por 38 senadores
demócratas (mayoría absoluta), 26 whigs y republicanos y dos know
nothing.
[89]
En votos populares, Lincoln aventajó a Douglas por 190.000 a 176.000, pero en
la asamblea legislativa del estado, Douglas triunfó -gracias a la mayoría
demócrata- por 54 a 46.
[90] Illinois
eligió en aquellos comicios a 5 representantes demócratas y a 4 republicanos.
[91]
Empate a 3. Partido Americano era el nombre oficial para los vulgarmente
conocidos como know nothing. Véase nota 46 y texto al que la misma se
refiere. Los know nothing de Maryland también ganaron la plaza de
senador en juego entonces, que lo fue Anthony Kennedy.
[92]
Para una población total de personas libres de 687.000 (84.000 de ellos, negros
emancipados), los esclavos de Maryland, en el censo federal de 1860, eran
87.189. En cambio, en los estados del Sur que luego se separarían de la Unión,
el promedio de población esclava era de, al menos, el 40% del total.
[93]
William Henry Seward (1801-1872), insigne político norteamericano, que ocupó
los cargos de gobernador de Nueva York (1839-1843), senador de los EE. UU. por
dicho estado (1849-1861) y secretario de Estado (1861-1869). Compitió
infructuosamente con Lincoln para la nominación como candidato republicano a la
presidencia de la nación en las elecciones de 1860.
[94]
Sobre John Brown, véase nota 66. Sobre su asalto a la ciudad y arsenal de
Harpers Ferry en Virginia (octubre de 1859) y posterior juicio y ejecución,
véase el resumen de César Vidal en Lincoln… (citado en la nota 11), pp.
118 y sigte.
[95]
Ralph Waldo Emerson (1803-1882) y Henry David Thoreau (1817-1862), famosos
poetas y ensayistas estadounidenses. Sobre la glorificación de John
Brown, recuérdese la John Brown song, editada en 1861 y sumamente
popular desde entonces.
[96]
Cooper Union for the Advancement of Science and Art, famosa institución
a modo de la École Polytechnique de París, fundada en Nueva York en
1859. En su Grand Hall pronunció Lincoln, el 27 de febrero de 1860, uno
de sus más afamados y trascendentales discursos. Véase, Harold Holzer, Lincoln
at Cooper Unión. The speech that made Abraham Lincoln President, Simon
& Schuster, Nueva York, 2006 (en mi opinión, un libro excelente).
[97]
Thomas Jefferson (1747-1826), tercer presidente de los Estados Unidos
(1801-1809) y el más grande de los Padres Fundadores. Como propietario de
esclavos y -posiblemente- amante de una esclava negra y padre de algunos
de sus hijos, es comprensible que tuviera mala conciencia respecto de la
inmoralidad de la práctica de la esclavitud.
[98]
George Washington (1732-1799), jefe militar norteamericano en su guerra de
independencia y primer presidente de los Estados Unidos (1789-1897).
[99]
Así, León Arsenal y Fernando Prado, en su obra titulada, Rincones de
Historia española, Edaf, Madrid, 2008.
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