La estrella del Darién
Por Federico Bello Landrove
Se dice que
quienes no conozcan la historia están condenados a repetirla. Yo añado: Y
quienes la conocen muy pocas veces consiguen cambiarla. Si no, que se lo digan
al profesor protagonista de la siguiente historia, que puede calificarse de policiaca, aunque presente muchas
otras facetas de interés, como suele acontecer con mis relatos.
1. Un manuscrito del siglo XVIII
El profesor
Norniella -Quique para sus conocidos- levantó la vista del documento en
cuya traducción estaba enfrascado. El tiempo parecía volar en aquella tarde de
primeros de mayo, como las golondrinas que aprovechaban el declinar del sol
para sus labores de caza. Quique lamentó no hallarse al otro lado de la
ventana, disfrutando de aquellas horas soleadas y plácidas, que tanto se habían
hecho de rogar en una primavera particularmente lluviosa, incluso para el clima
húmedo propio de aquella provincia norteña. Pero, por el momento, habría de
seguir amarrado al sillón de su despacho, en el seminario de Derecho Penal de
la Facultad. Y, aunque hubiese desaparecido por ensalmo aquella tragedia
burguesa[1], con
toda su secuela de notas de léxico y diccionarios de alemán, aún le habría
tocado hincar el diente al rimero de exámenes pendientes de corregir, para dar
a su debido tiempo las notas finales. Por enésima vez, brotó de sus labios
susurrantes la queja de traductor, constantemente insatisfecho:
-
¿Cómo
me dejaría enredar por ese perillán de Salus y aceptaría este reto, tan
complicado y tan inútil?
Y es que, en
efecto -concedámoselo al profesor Norniella-, de no ser por su superior, el perillán
Salustiano Barcellina, nunca habría emprendido tan insufrible trabajo, por
mucho que aquel malhadado manuscrito hubiese yacido en los anaqueles de una
librería por otros doscientos años más, sin revelar su contenido, ni la posible
identidad de su autor, al indiferente público de habla española[2].
Y no es que Norniella estuviera muy ocupado, ni que fuese insensible a la
llamada de la literatura. La clave -y él lo reconocía- es que un par de cursos
de la Universidad de Múnich, enganchado a la rutina del alemán jurídico, no le
daban para asumir con soltura y garantía la versión al castellano de una obra
dramática de doscientos años de antigüedad, trufada de florituras, con diálogos
abundosos en extensos periodos, y salida de la mente de un escritor que empleaba
el dialecto sajón, con alguna escapada por los cerros de Lusacia[3].
Así se lo había hecho saber a su catedrático, Salustiano Barcellina,
pero este había insistido, hasta convencerlo:
-
A
Mezger y compañía los puede traducir con diccionario cualquier estudioso[4],
pero solo un verdadero conocedor del alemán puede atreverse con un literato, y
de los de postín. Es el espaldarazo que necesitas -concluyó con malignidad-
para triunfar en las oposiciones a cátedras, ante tanto cantamañanas que no
pasa del guten morgen y el danke schoen[5].
Quique le había
replicado, a sabiendas de que tendría que ceder, como siempre que su jefe traía
a colación las oposiciones. Le objetó:
-
Pero
es que no sabemos quién es el autor y, por tanto, no puede decirse que sea
postinero. Para mí que me engatusó aquel pobre Privätdozent[6],
para poder comer caliente un par de días, gracias a mi candidez.
-
¡Anda,
anda!, no me vengas con milongas, que bien que presumías de tu hallazgo cuando
volviste de Alemania. Además -vamos a ver-, ¿cuántas páginas tiene?
Norniella bajó los
ojos y la voz, algo avergonzado:
-
Treinta
y dos, pero no sabes lo enrevesadas que son, empezando por la letra del
amanuense. A duras penas he sido capaz de seguir el argumento y hacerme con el
nombre y personalidad de los personajes.
-
¡Qué
exagerado eres!... Voy a ponértelo fácil -concedió Barcellina, con sorna-. Te
traes el manuscrito al seminario y, en los ratos libres, te dedicas a
traducirlo. ¡Y todavía más!: Hablaré con el Decano de Letras para que te
publiquen la traducción en la revista de su Facultad, que es de las más
prestigiosas de España. Así que manos a la obra y no me seas remolón.
Y ahora, a un año
de aquel confuso diálogo, hallamos a la víctima de la encerrona luchando
denodadamente con el in-quarto, que contiene la tragedia en cinco actos
titulada La estrella del Darién[7].
Van a dar las siete y el traductor forzado guarda los instrumentos de
tortura y decide que le es imprescindible tomar un café antes de ponerse a
impartir justicia a los alumnos de la Parte General[8].
Se escabulle para no tener que aguantar la compañía de Salus, cuyo palique le
resultaría agobiante en este momento, y baja las escaleras con ánimo depresivo,
imaginando para qué diablos soñar con el acceso a cátedras, si no piensa
moverse de su amada ciudad de Prestancia y al bueno de Salustiano -que Dios
guarde- le quedan treinta y tantos de ocupar la poltrona. En fin…
-
¡Buenas
tardes, profesor, ¿qué tal los exámenes? (Lo interpelan dos alumnos de segundo,
que se lo tropiezan en el zaguán)
-
Todavía
corrigiéndolos -contesta-, que hay que pensarse mucho las notas finales.
-
In dubio, pro reo, le replica el más descarado de los jovenzuelos.
-
In dubio, studium, sentencia Norniella, con una sonrisa irónica[9].
Y allá que avanza
por el patio el cansado profesor, camino de su asueto con cafeína. Es un buen
momento para que atemos cabos y pongamos en claro los muchos temas a que nos
hemos referido, como en un caleidoscopio. Y, como por algo hay que empezar,
comenzaré por presentar ante ustedes a nuestro protagonista masculino quien,
cómo estará de abatido, que pide al camarero:
-
Uno
doble, con un chorrito de Fundador[10].
***
Había tenido
Quique la suerte de nacer en el año 23, cuando Primo de Rivera dio el golpe de
Estado que lo elevó a la Dictadura; suerte, no por nada que tuviera que
ver con ese general, sino por no haber tenido que combatir en la guerra civil,
que vino a terminar cuando él, a trancas y barrancas, podía concluir su
bachiller y tomar la decisión de seguir, o no, una carrera universitaria. Claro
está que la última palabra la había tenido su padre, acreditado comerciante de
ultramarinos, en la cresta de la ola del racionamiento y del estraperlo,
después de las horas bajas con las estanterías vacías, cuando la guerra. Quique
era el hijo mayor, tenía buena cabeza y, a fin de cuentas, para echar una mano
en la tienda, o suceder en su día al patriarca, habían ido viniendo al
mundo otros cuatro vástagos. Así pues, el chico de Isaías, el de La
Tradicional, dio el salto a la Facultad de Derecho en los años más duros de
la posguerra española, cuando, por mera ideología, unos profesores eran
expulsados, mientras otros adquirían sus títulos y nombramientos por méritos
de guerra. Ese fue el momento preciso en que Salustiano Barcellina, joven doctor,
que había ampliado estudios en Roma junto a Arturo Rocco[11]
y participado en nuestra guerra civil como alférez y teniente provisional,
avanzase en su profesión a todo gas. Una buena tesis doctoral y algunos
artículos poco relevantes en revistas de España e Italia, habían sido
suficiente bagaje para sacar la cátedra de Penal en la Universidad de su
tierra, Prestancia, que estaba vacante desde la ejecución de su anterior
titular, en 1937.
Quique, que era
tan reservado como poco dado a la política, no dejaba de reconocer la evidencia
de que Salus hubiese sido la persona que se había hallado en el lugar adecuado,
en el momento oportuno. Con todo, lo respetaba y obedecía en el grado que
imponían su superioridad y lo que, de hecho, le debía. No podía olvidar que,
cuando acudió a él al terminar la carrera, en busca de consejo y ayuda, lo
había acogido como el joven profesor ayudante que ha de haber en toda cátedra
que se precie, logrando que le fuese concedida una beca patrocinada por el Banco
Minero. Poco después, previendo la próxima jubilación del profesor adjunto,
casi le había forzado a tomar lo que Quique llamaba la decisión de su vida:
trasladarse a la ruinosa Alemania de su posguerra, para completar su
formación y dar a la elaboración de su tesis doctoral el empaque y la vitola de
-nada menos- Edmund Mezger, el maestro de Munich. De nada había servido
-tampoco en este caso- la disculpa ofrecida por el joven ayudante, de no hablar
una palabra de alemán y sudar la gota gorda para traducir algunas citas sobre
temas penales. En un principio, Barcellina le doró la píldora:
-
Con
mi formación italiana -le explicó- y la tuya de Alemania, podemos formar un dúo
que para sí querrían otras facultades de más relumbrón que la nuestra.
-
Pero
Don Salustiano -replicó Quique, que aún no lo tuteaba-, ¿cuánto tiempo voy a
necesitar para soltarme en la lengua de Schiller y, no digamos, para aprovechar
las clases y los seminarios de por allá?
-
Psé. Digo yo
que, con un par de cursos, podría serte suficiente.
-
¡Dos
años!, exclamó Quique. ¿Y las clases? ¿Y de qué voy a vivir?
Salus ya lo tenía cogido
por la palabra:
-
De
las clases tuyas, se ocupará otro ayudante que contratemos, respetándote en
cualquier caso el puesto. Y, sobre el aspecto económico, entre un poco que suba
el banco tu beca y otro poco que saques allí con cualquier trabajillo, podrás
vivir como un príncipe. ¿O es que te crees que la Alemania de hoy tiene
el mismo nivel de vida que la de antes de la guerra?
Afortunadamente
para Quique, el propietario de La Tradicional no estaba dispuesto a que
su hijo se dedicara al mercado negro o desescombrara las calles. Hizo sus
cuentas y concluyó que quinientas pesetillas mensuales no descabalarían
el presupuesto familiar. De todos modos, Don Isaías fue prudente:
-
…
Claro que, si te saliera un trabajo de profesor de español, o echar unas horas
en alguna librería…
Quique agradeció
el rasgo paterno, siquiera matizado por tan optimista visión de lo que su hijo
podría hacer en Múnich, fuera de estudiar. Creo que lo que más le extrañó es
que, entre los trabajos decorosos, su padre no hubiese citado el de dependiente
de ultramarinos.
***
Fue una suerte
para Quique el que, de buenas a primeras, se topara en sus días liminares de
Múnich con un mentor, un guía y un casero, todo de una pieza. El doctor Rupert
Knauss era uno de los más veteranos ayudantes del profesor Mezger, con quien
mantenía una curiosa relación de admiración aparente y de velado desprecio.
Caído en desgracia académica por motivos políticos cuando estaba a punto de
lograr una cátedra, había optado por aceptar de buen grado su degradación
y convertirse en un simple Privätdozent, a quien Mezger encargaba
trabajos ocasionales o secundarios, que él completaba dando clases particulares
en su casa a estudiantes adinerados en apuros para aprobar, o a aspirantes a la
abogacía que preparaban los exámenes para colegiarse. Y fue a Herr Knauss
a quien Mezger confió a Norniella, tras recibirlo muy cortésmente y valorar sus
credenciales y cartas de presentación.
Ya le extrañó a
Quique que su preceptor le hiciese de entrada más preguntas sobre sus medios de
manutención en Alemania, que no acerca del trabajo que había venido dispuesto a
preparar en Múnich. No obstante, y muy agradecido a que, por el momento, Knauss
empleara el francés como lengua común para entenderse, le manifestó con total
sinceridad sus medios económicos, y hasta la felicidad que supondría para él
que en la aduana no se pusieran trabas a los comestibles que su padre estaba
dispuesto a mandarle desde Prestancia. Knauss le propuso que se refiriese a él
con el apelativo de Doktor o Docteur, para significar brevemente
la distancia en edad y dignidad universitaria que los separaba y, a mayores, le
ofreció ocupar, por un precio muy razonable, una amplia habitación de su casa,
que la muerte o el matrimonio de sus hijos había dejado libre, tiempo atrás:
-
Es
casi un milagro -le confesó- que el edificio casi no haya sufrido daños durante
la guerra. Claro que está algo alejado del centro de la ciudad, en la
Karlstrasse, a poca distancia de lo que los bombardeos han dejado de los museos[12];
pero es un barrio muy tranquilo y acogedor. Además, dispongo de una buena
biblioteca sobre temas jurídicos, que estaría a su total disposición, sin coste
adicional.
Quique aceptó la
oferta, y a fe que no tuvo motivos sino para alabarse de su acierto. Casi sin
salir de casa, tuvo la formación y los medios que en la Universidad le habrían
escatimado sin duda, y en contacto con la señora Knauss y los familiares y
amistades que frecuentaban la casa, pudo soltarse en la conversación en alemán
de forma rápida. Una vez al mes acudía a entrevistarse con Herr Mezger,
para darle cuenta de sus progresos con el Derecho Penal alemán y de los avances
de su tesis sobre los elementos subjetivos del injusto[13]
en el Código penal español. El catedrático, cortés pero poco expresivo, debió
de considerar tales progresos como satisfactorios, dado que, para el segundo
año que Norniella pasó en Múnich, la confió algunas clases prácticas y hasta
una disertación sobre Derecho Penal español en el paraninfo de la Facultad, que
el conferenciante consideraba el momento más comprometido y glorioso de su vida
académica. Luego, al final de su estancia y por escrito, Mezger se explayaría
de modo elogioso con su posgraduado de Prestancia, calificando de altamente
satisfactoria la labor realizada, y augurándole para el futuro los mayores
progresos en el currículo docente. El informe, debidamente enmarcado,
colgaba de una pared del despacho de Quique, justo frente al ventanal de las
oscuras golondrinas, que seguramente ya no serían las mismas que llamaban,
jugando, a los cristales el día en que el elogiado llegó a la estación de
Prestancia, procedente de Múnich, con la loa cuidadosamente guardada en una
maleta.
Pero nos habíamos
quedado colgados -también nosotros- en la compleja relación de admiración y de
desprecio que Knauss profesaba a Mezger. Hubieron de pasar muchos meses para
que, en una distendida velada en su domicilio, aquel le revelase a Quique algo
que tardaría bastante tiempo en ser conocido, y todavía hoy ponen en duda
quienes, a diferencia del Privätdozent, no comprenden las relaciones
complejas[14].
El anfitrión, tal vez con la ayuda de algunas copas de schnapps, resumió
a su modo el diferente destino de Mezger y de él mismo:
-
¡Ahí
tienes a los Aliados! ¡Hacen una guerra horrenda para imponer la justicia en el
mundo y ¿qué nos queda?! Yo, represaliado en su día por los nazis,
malviviendo en un rincón oscuro de la Universidad, como antes del 39[15].
¡Y, en cambio, el ilustrísimo profesor Mezger, sale del proceso de depuración
de los nazis sacudiéndose el polvo de la chaqueta y vuelve a la cátedra,
como si tal cosa!
La Señora Knauss,
que estaba sentada al piano, inició una de las Escenas infantiles de
Schumann, con el obvio propósito de silenciar a su esposo. Este, aunque
achispado, captó el mensaje y calló, tras concluir con amargura:
-
Claro
que, como dice mi mujer, aún tengo que dar gracias a Dios por no tener por
ahora cátedra en el cementerio…
-
…
Como el anterior catedrático de Derecho Penal de Prestancia, completó Quique.
Si nuestro
prestancino hubiese tenido mejor información musical, habría captado que la
improvisada pianista estaba respondiendo a su artístico modo, con la pieza Suficientemente
afortunado[16], transcripción
en re mayor de lo que acababa de recordar su marido.
***
Eran los días
finales de la estancia de Quique en Múnich. Con el curso acabado y el verano en
el aire, los alumnos habían volado y, con ellos, los emolumentos indispensables
para que la familia Knauss y su huésped pudieran mantenerse sin engordar la
cuenta a crédito de los proveedores. Fuese esta la causa, o bien la inmediata
partida de Norniella, es el hecho que Herr Doktor tuvo una ocurrencia,
sin la que los hechos que narraré seguidamente habrían tenido un desenlace
completamente distinto. Y así, una mañana en que Quique se hallaba en su
habitación preparando el equipaje, Knauss apareció con gran sigilo, llevando en
las manos un folleto con tanta devoción, como si fuera la versión original del Werther[17].
Le tendió el tesoro para que lo examinara y, mientras Quique cumplía con
lo sugerido, el viejo profesor le explicó:
-
He
observado el interés con que usted hojeaba los libros más antiguos de mi
biblioteca. La verdad es que algunos de los que la formaban se perdieron
durante la guerra y otros muchos -me duele reconocerlo- han seguido el camino
de las librerías de segunda mano, o ahora reposan en manos de bibliófilos ricos,
porque también los amantes de la cultura tenemos que comer todos los días.
-
Es
lamentable tener que llegar a esos extremos -comentó tópicamente Quique-.
Knauss prosiguió:
-
De
los ejemplares que siguen obrando en mi poder, uno de los mejores y más
queridos por mí es el que tiene ahora entre sus manos, con el que quiero
obsequiarle en estos emotivos momentos en que usted se dispone a regresar a la
patria y a saber si, dada mi edad, podremos volver a vernos.
Quique intentó expresar
su voluntad discrepante, tanto con el regalo, supuestamente tan valioso, como
con la fatalidad de no reencontrarse en este mundo, pero su interlocutor no le
dejó proseguir, a fin de explicarle la importancia de aquel viejo manuscrito,
algo ajado, pero en buen estado de conservación:
-
Se
trata de una obra teatral de mediados del siglo XVIII, de la que no hay
constancia de otros ejemplares. Tal vez, la escritura sea de la mano de su
autor, quien no llegase a verla representada. ¿Quién sería ese autor? Tengo muy
fundados motivos para suponer que se trate de una tragedia del periodo juvenil
del famoso Lessing[18],
a quien seguro que usted habrá estudiado entre los grandes escritores alemanes
del periodo de la Ilustración. Su lenguaje y estilo son inconfundibles para los
conocedores de su obra. Es más, yo diría que en esta Estrella del Darién está
el germen de la inmortal Miss Sara Sampson[19],
teniendo para usted el valor añadido de que sus principales personajes son
compatriotas suyos y buena parte de la peripecia se desarrolla en España.
Estaba visto que
Quique no podía desairar a quien había sido para él un verdadero padre en
aquellos dos años de Múnich. Con todo, le parecía excesivo aceptar tan valioso
regalo de un hombre en serios apuros financieros, máxime no teniendo él cosa
alguna a mano con la que corresponderle, en amical intercambio. Por tanto, le
contestó:
-
Siendo
así, acepto emocionado su gesto, pero pongo como condición la de no
enriquecerme con él en lo material, sino en lo cultural y lo afectivo. Le
ruego, pues, que me permita abonarle lo que pagase usted por el manuscrito. Así
el regalo no será material, sino del cariño que me demuestra, al desprenderse
de él tan generosamente.
Contra lo que
esperaba Quique, Herr Knauss no ofreció ninguna resistencia a su deseo.
Antes bien, maniobró con una habilidad que hacía suponer una cierta
premeditación -más bien, una premeditación cierta-.
-
La
verdad es -aseveró- que no me acuerdo con precisión de los marcos que me costó
este muy probable lessing, ni la cifra exacta significaría nada en
nuestros días, con lo que ha oscilado el valor de la moneda. ¿Qué le parecería
que lo valorásemos en lo que importan tres mesadas de las que paga usted por su
estancia en esta casa?
Quique se quedó
cortado, pues un desembolso tal, aunque ya tuviera pagados los billetes de tren
hasta Prestancia, lo dejaba a la cuarta pregunta. ¡Adiós a los regalos de
última hora que pensaba llevar para sus hermanos! En fin, no era cosa de
regatear, tras haber sido el responsable de la conversión de un regalo en un quid
pro quo. De modo que el joven cándido pasó así a ser propietario de una estrella,
y el astuto Doktor podría tapar algunas de las goteras que los
Knauss tenían por las tiendas del barrio. Quizás ahora comprendamos mejor las
razones de fondo del profesor Norniella por sacar algún partido de aquel
desconocido fragmento de la historia literaria de Alemania.
Pero, para conocer
el argumento del enrevesado manuscrito y saber qué o quién era la famosa Estrella
del Darién, tendrán que pasar al siguiente capítulo, que este va resultando
ya demasiado largo.
Gotthold Ephraim Lessing
2. Viejas y nuevas tragedias
El retorno de
Norniella a Prestancia tuvo algo de triunfal. Para la lectura de su tesis, el
catedrático se esmeró, haciendo venir de Madrid a un famoso colega, para que
presidiera el tribunal, junto al Decano de la Facultad local y a tres ilustres
profesores de la asignatura de Derecho Penal; habiendo tenido, incluso, la
gentileza, de excluirse del quinteto -según dijo-, no por razón de
imparcialidad subjetiva, sino por reconocer que no soy yo quien verdaderamente
ha dirigido la tesis, sino el maestro de Múnich, Edmund Mezger. El trabajo
doctoral obtuvo la máxima calificación y pronto tomó la vía de una editorial
especializada, para su impresión y difusión. Como suele ser habitual, de la
tesis matriz se generaron una serie de secuelas, en forma de artículos
doctrinales de corta extensión, que fueron accediendo a revistas españolas,
alemanas e hispanoamericanas, hasta alcanzar un número suficiente para merecer a
su autor la plaza de profesor adjunto, que oportunamente había quedado vacante
por jubilación del anterior titular, a quien el propio Norniella, en su laudatio
del viejo profesor Arias, calificó como una honrosa institución en el
claustro de esta Universidad, ejemplo de entrega de toda una vida a su Facultad
de Derecho, en los buenos y en los malos tiempos. Quizá imaginó ya Quique
que estaba verbalizando su mismo autorretrato o, dicho de otro modo,
adelantando lo que otro diría de él cuarenta años después.
Enseguida se
entabló entre Salus y Quique aquella armoniosa relación que, sin olvidar en
ningún momento la jerarquía, sabía combinar con ella amistad y gratitud.
Barcellina intuyó muy pronto que tenía en Norniella a un colaborador para toda
la vida -por más que el dijera esforzarse por proyectarlo a más altas cotas,
como lo exigían sus cualidades-; una persona seria y preparada, con la que
podría contar para todo, no escatimándole elogios y atenciones. Claro que
aquella armoniosa relación de vasallaje tenía un punto flaco, cual era
que le remuneración de la adjuntía apenas permitía llegar a fin de mes, y eso,
mientras su perceptor no tuviese otras cargas familiares. Quique, por ahora,
era soltero. Es más: Salus infería del poco interés que su adjunto parecía
mostrar hacia las mujeres una alta probabilidad de acabar siendo un solterón,
cualesquiera que fuesen las razones íntimas de tan interesante destino. En
resumen, que el astuto y bien relacionado catedrático se empeñó en colocar holgadamente
a su colaborador, a la vez que lograba para sí una atractiva liberación de
obligaciones:
-
Digo
yo, Quique, que, con un profesor de tu nivel, lo mejor que podríamos hacer es
repartirnos la tarea, no de modo vertical -como venimos haciendo en
Prestancia-, sino en horizontal. Así, actuaríamos con total independencia de
criterio y los alumnos sabrían perfectamente a qué atenerse y considerarnos por
igual, sin hacer de menos al profesor adjunto.
-
No
veo muy claro lo que sugieres -repuso Quique- con lo horizontal y lo vertical.
Yo, en esto de la geometría… -bromeó-.
-
Quiero
decir que, en lugar de repartirnos los programas, podríamos distribuir los
cursos -aclaró Salus-. Tú, con tu técnica alemana, abrirías las puertas de
nuestra asignatura a los novatos de segundo curso[20].
Yo me dedicaría a explicarles a los de tercero toda la teoría de los delitos de
nuestro Código Penal. ¿Qué te parece?
Quique no supo que
contestar, por el momento. Salus aceptó posponer la decisión definitiva, pero
no dejó de lanzar una idea de irresistible aceptación para el adjunto, a poco
que la considerase y velara por sus intereses:
-
Yo
creo que el que te encargues en exclusiva de la Parte General va como anillo al
dedo para lo que voy a anunciarte… He estado hablando con Maximino Corredera
sobre ti y tus apuros económicos, y me ha indicado la posibilidad de que trabajes
para su bufete, llevando los asuntos penales, que a él le dan grima, pero que
frecuentemente son inevitable consecuencia de los pleitos civiles… Yo que tú,
iría a verlo y, a poco que concordéis, aceptaría tal colaboración, pues ya
sabes que, como catedrático de Civil y águila del Derecho, Maximino es
el abogado que más trabaja en Prestancia.
Cuando salió del
despacho de Salus, al bueno de Quique le daba vueltas la cabeza, tratando de
valorar las novedades y de poner todos los datos en su sitio. El tiempo y la
sensatez hicieron su trabajo y, para los inicios del siguiente curso, el joven
profesor Norniella era el encargado de curso de Parte General y asociado del bufete
Corredera para llevar los asuntos criminales en la Audiencia Provincial de
Prestancia y ante el Tribunal Supremo. El dinero empezaba a afluir a la cuenta
corriente en el banco de sus amores: aquel que había sufragado las becas de su
formación académica. Pero el profesor Barcellina tenía aún otra idea genial para
distinguir a su colaborador predilecto. Nombrado miembro del consejo de
redacción del nuevo Anuario[21],
difundió las presuntas notables habilidades de su adjunto para traducir textos
y trabajos en alemán, proporcionándole la oportunidad de conseguir por esa vía
nuevos ingresos, además del prestigio consiguiente. Era la época feliz de las
relaciones con Salus, que podemos resumir en la frase con que Don Isaías
aconsejaba a su hijo, cuando este le refería las bondades del catedrático para
con él:
-
Hijo
mío, tendrías que besar por donde él pisa.
Pero aquella
devoción no tardaría en empañarse. Veamos el porqué.
***
Todo empezó a raíz de la misa funeral por
el padre de Salus, fallecido repentinamente de un infarto de miocardio a los 65
años de edad, en Madrid, donde ejercía las funciones de catedrático de Derecho
Procesal y vicerrector de la Universidad Complutense. El entierro se había
llevado a cabo en la intimidad, por lo que en la misa de réquiem se volcó el todo
Prestancia, como correspondía a la influencia y numerosísimas relaciones
del finado y de su familia. La catedral apenas fue suficiente para acoger a tantos
asistentes, que abarrotaron el templo y su aneja capilla de los Reyes. A base
de acudir con media hora de antelación, Quique logró sentarse en un banco de
los primeros sin reserva. Casualmente, unos momentos después que él, llegó su
predecesor, el adjunto jubilado, Bonifacio Arias, quien tomó asiento a su lado.
Por respeto a la ocasión y al lugar sagrado, los dos profesores solo se
saludaron brevemente, no sin que Arias manifestase a Norniella su voluntad de
charlar con él a la salida:
-
Va
a haber tal tumulto en el pésame a la familia del final que, si nos
perdemos de vista, nos encontraremos junto a la fuente de la plaza, advirtió
Don Bonifacio.
La tarde era
lluviosa, por lo que la pareja de adjuntos pasó en un soplo, de la fuente de
agua, a la de café del Rialto. Apenas hubieron tomado asiento, cuando
Arias se explicó:
-
Sabes
que te profeso un gran afecto desde que eras uno de los mejores y más
respetuosos alumnos de la Facultad en tu tiempo. ¡Quién me iba a decir que
serías tú quien hicieses mi panegírico a los postres de la comida-homenaje que
se me ofreció con motivo de mi jubilación! Y, por supuesto, quien con todo
merecimiento ocupa el que fue mi despacho durante más de media vida… Pero eso
es ya historia. Lo que ahora me interesa es saber qué tal te va en ese erial
cuartelero que es, desde hace un montón de años, nuestra Universidad.
Comoquiera que
Arias no se expresara en susurros precisamente, Quique miró en torno suyo con
inquietud, no fuera que concitaran la atención de algún confidente. Don
Bonifacio se percató de dicha preocupación y rebajó decibelios:
-
Perdona,
me estoy quedando sordo y no controlo debidamente el volumen de mi voz.
Además, con este guirigay de conversaciones…
Quique optó por no
hacer comentario y responder al interés de Arias por su marcha como profesor:
-
Pues
me va muy bien -repuso-. Verdad es que la Facultad sigue poco más o menos como
cuando usted la dejó, pero, en lo que a mí respecta, me voy abriendo camino y
adquiriendo la experiencia y conocimientos que me permitan ser un digno sucesor
de aquel de quien heredé título y despacho.
Esta vez fue Don
Bonifacio quien, aunque esponjándose, no quiso entrar a comentar el elogio de
Quique.
-
No
sabes lo que me alegro de que hayas encontrado tu camino. Por lo menos, habrá
en Prestancia un penalista que haya merecido realmente el puesto que
ocupa.
Norniella se
sintió incómodo de escuchar un juicio tan despectivo de su catedrático. Optó
por defenderlo por el flanco más adecuado para ello:
-
Nadie
es perfecto -afirmó-, pero Barcellina, sin ser un profesor magistral, es una
persona amable con todos y conoce bien la asignatura.
-
No
me has entendido -replicó Arias-. No me estaba refiriendo a lo poco o mucho que
sepa Salus de Derecho Penal, sino a la forma en que se hizo con la cátedra… Y,
en lo tocante a su trato personal, desde luego es muy aceptable…; sobre todo,
si se compara con el del caballero a cuyo funeral acabamos de asistir.
¡Ese sí que, aunque fuese procesalista, habría merecido que lo acogiese el Derecho
Penal, pero no como profesor, sino ¡como reo!
Quique se quedó de
una pieza. Por supuesto que habían llegado hasta él rumores de que Salus debía
la cátedra a ser hijo de su padre y a su historial político y financiero. Pero,
a fin de cuentas, el acceso a cátedras después de la guerra no había sido un
modelo de justicia. Quien más, quien menos, la mayoría de los titulares de
nuevo acceso se habían beneficiado de privilegios e influencias, empezando por
el de encontrarse el escalafón medio vacío, de tantos predecesores como habían
sido ejecutados o depurados, o habían tenido que exiliarse. Ahora bien, ¡de eso
a que acabasen de rendir honras fúnebres a un criminal! En fin, por respeto a
Arias, o por no entrar a debatir en un café atestado, optó por mantenerse en
silencio, mirando al vacío. El viejo profesor comprendió que Quique tenía un
mediocre conocimiento del tema al que se refería y optó por acrecentárselo.
-
Sabrás
lo que le pasó a Don Teodoro Mucientes… -comenzó Don Bonifacio-.
-
¿El
anterior catedrático de Penal? -preguntó formulariamente Quique-. Desde luego:
Lo ejecutaron cuando la guerra, por motivos políticos.
-
Por
azañista[22] y por
masón, para ser exactos. Y no lo mataron al empezar la contienda, en el
criminal barullo que siguió al alzamiento militar, sino con todo
refinamiento, en agosto de 1937, en consejo de guerra celebrado con gran
aparato y publicidad, en el salón de actos de la Universidad, de la que era uno
de sus claustrales más ilustres.
-
¿Y
qué tuvo que ver en todo ello el padre de Salus?, inquirió Quique, para llegar
de una vez al meollo del asunto.
Arias sonrió, como
queriendo expresar su satisfacción por poder demostrar, al fin, ante este
bisoño de buena voluntad la justificación de su aversión hacia aquel Práxedes
Barcellina, recién fallecido. Apuró su taza de tisana y, con toda calma,
explicó:
-
Los
piques políticos entre Don Teodoro Mucientes y su colega Barcellina, a
la sazón ambos en la Facultad prestancina, venían de antiguo y eran comentados
en la ciudad. Por supuesto, se sabía que Mucientes tenía ideas de izquierdas, y
no era nada difícil averiguar su adscripción al partido de Azaña, puesto que
las listas de afiliados estaban documentadas, como también el pago de las
cuotas. Pero lo de ser masón era más difícil de detectar, sobre todo, en
quienes, como Don Teodoro, lo tenían como de adorno y no asistían a ninguna
tenida. Seguro que lo denunció Práxedes Barcellina, que tampoco hizo ascos a
informar pésimamente de su colega, aprovechando que lo habían nombrado decano
de la Facultad a poco de triunfar aquí el Movimiento.
Las cosas estaban
claras, pero Arias estaba embalado y, tras pedir al camarero otro par de cafés,
prosiguió:
-
Mira,
hijo, aquella fue una época de encanallamiento y de cobardía, que a todos acabó
pasándonos factura, aunque solo fuese delinquiendo por omisión; pero lo
de Barcellina padre fue muy especial, pues no le movió a hacer lo que hizo la
desavenencia política, sino la codicia pura y dura. ¡Vamos, la del décimo
mandamiento![23]
La cosa se ponía
interesante, en opinión íntima de Quique; de modo que se quedó mirando
fijamente a Bonifacio Arias, como esperando la continuación, que no se
hizo esperar:
-
Los
Barcellina proceden del concejo de Fredes, donde tenían una casería con ínfulas
de casa solariega: ¡como que Práxedes imprimía sus tarjetas de visita con un
soberbio De entre el nombre y el primer apellido! Aledañas estaban las
propiedades de Carolina Argüelles, la mujer de Don Teodoro. ¡Esas sí que eran
señoriales! ¡Menudo palacio rural las presidía, con capilla exenta y todo!
-
¿No
se tratará de la Quinta del Rebollar?, preguntó Quique, que la conocía
de haber estado varias veces en ella, invitado por Salus.
-
¡Justamente,
amigo mío! Seguro que la has visitado, y ¿a quién has visto allí? ¿A quién
pertenece ahora?... Pues ahí tienes la respuesta a tus preguntas y el motivo
por el que estoy firmemente convencido de que, si hay infierno, en él estará
asándose en este momento Práxedes, por muchas misas que le digan. Teodoro,
fusilado; su mujer y su hija, expoliadas y forzadas a huir a Dios sabe dónde;
un patrimonio secular, convertido en botín de un vencedor que solo ganó la
batalla que otros lucharon por él. ¡Bah!, para qué seguir… Por hoy, ya has
aprendido bastante… Y, a fin de cuentas, quizá sea mejor ignorar u olvidar,
para no hacerse mala sangre. Yo ya no puedo, pero tú tienes toda la vida por
delante. Contemporiza con Salus y dedícate a tus alumnos que, como diría un optimista,
son la promesa para un futuro mejor… ¡mucho mejor!
Arias hizo un
gesto al camarero y de ninguna manera consintió en que pagara Quique la
consumición. Sin más palabras, salieron a la calle, casi frente por frente del
pórtico de la Universidad. Había dejado de llover. Bonifacio le apretó
cariñosamente el antebrazo y se perdió, calle arriba. Quique se encaminó, en
dirección opuesta, a su hermosa vivienda, alquilada gracias a un cambio de
fortuna que a Salus debía. Le vino a la cabeza el axioma causa causae est
causa causati[24]
y, al propio tiempo, los dos cafés que acababa de tomar le produjeron un
molesto ardor de estómago.
***
Habremos de
esperar un tiempo para que alguien le cuente a Quique lo que aconteció a
la viuda de Mucientes y a su pequeña hija, luego de la ejecución de su deudo.
Por ahora, él -como nosotros- habremos de contentarnos con lo narrado por Don
Bonifacio Arias acerca de lo que he calificado en la rúbrica de este capítulo
como nueva tragedia. Y, sin más dilación, pasemos a tratar de la
vieja.
La tragedia
antigua era puramente de ficción, puesto que estaba recogida en el manuscrito
que Norniella había traído de Múnich. Aquella Estrella del Darién[25]
había resultado ser, a un tiempo, un nombre de mujer y el de una bellísima
esmeralda, que el autor había supuesto que procedía de aquella región. Para uso
de los pocos amigos que le preguntaban acerca de la tragedia que estaba
traduciendo, Quique había confeccionado una sinopsis, que juzgo suficiente
transcribir aquí, no solo para definir su argumento, sino también para
comprender lo mucho que me queda por contar, si ustedes son tan amables como
para escucharme. He aquí el citado resumen:
Efraín Centeno,
comerciante de Burgos, es denunciado a la inquisición como hereje y judaizante,
por un vecino suyo, llamado Andrés de Fuentes, que ambiciona sus propiedades.
Comoquiera que la denuncia tiene cierto fundamento, aconsejado por su familia,
Efraín escapa a Sevilla y, desde allí, se embarca para el puerto americano de
Cartagena de Indias, perdiendo las autoridades su pista. Será su padre quien
sufra las consecuencias en su lugar, siendo ejecutado, entre otras cosas, por
haber ayudado a la fuga de su hijo y no revelar a la Inquisición su paradero.
Los bienes de la familia Centeno serán decomisados y vendidos en almoneda,
rematándolos Andrés de Fuentes, que así los hará suyos.
Una vez en
América, Efraín Centeno cambiará de nombre, trabajará en las minas del Darién y
allí se casará con una indígena, con la que tendrá una hija, llamada Estrella.
Será a esa hija a quien, al morir, Efraín revelará su historia y le pedirá que
lo vengue, viajando a España con tal fin. Para sufragar los gastos
consiguientes, Efraín entrega a su hija una espléndida esmeralda, que logró
escamotear en las minas en su juventud, y que ha estado puliendo y facetando
cuidadosamente durante toda su vida. Estrella promete a su padre cumplir lo que
este le pide, y a ello se apresta, tan pronto le da tierra.
De todos modos,
antes que arriesgarse a vender la maravillosa gema, prefiere ir ahorrando para
el pasaje, a cuyo fin entra en Santa Fe de Bogotá al servicio de la mujer de un
oidor, al haberse enterado de que este y su familia están en trance de regresar
a España, para ejercer el mismo cargo en la Audiencia de Burgos[26].
Una vez en la
ciudad burgalesa, Estrella se informa de que el perverso Andrés de Fuentes
falleció años atrás, siendo su hijo Santiago, aún soltero, quien disfruta por
herencia de todos sus bienes. Ello genera en la joven la duda sobre la justicia
de cumplir en el hijo la venganza que debería haber aplicado en el padre. Para
resolver el dilema, Estrella hace por conocer a Santiago de Fuentes, para saber
de su carácter y comportamiento. Del trato consiguiente entre ellos, surge un
mutuo enamoramiento, lo que hace dudar aún más a la muchacha acerca de ejecutar,
o no, el voto hecho a su padre. Finalmente, vencerá el deber de cumplir con el
juramento y Estrella envenenará a su amado. El crimen provocará una
investigación que, casualmente, se encomienda al oidor a quien la joven sirve.
Acuciada por los
remordimientos y estrechada cada vez más por las indagaciones del oidor,
Estrella se suicidará, empleando el mismo veneno que suministró a Santiago.
Previamente, machacará y reducirá a polvo la esmeralda que su padre le legó. En
la copa de la pócima disolverá aquella arena verdosa, que ingerirá como símbolo
de su propia perdición.
Más de una vez se
preguntó Quique si cuanto acabamos de recoger era propio de una tragedia burguesa
al gusto de Lessing y del público de mediados del siglo XVIII o, más bien, de
las espeluznantes obras de Shakespeare, con las que compartía el rasgo de ser
los más tremebundos sucesos el fruto de nuestra culpa, y no de las estrellas[27],
por muy del Darién que fueren. Luego, encogiéndose de hombros, seguía
luchando por ser traductor, no traidor[28],
por más que su alemán fuera tan justito:
-
¡Qué
se me da a mí -exclamaba, a solas- que sea de Lessing o del portero de su casa!
El caso es dar satisfacción a Salus de forma digna y, luego, que la estrella
vuelva al polvo de los siglos, del que nunca debió salir.
3. La quinta del Rebollar
El verano había
llegado al fin y la familia Barcellina se aprestó a protagonizar la fuga de
Prestancia, que era la forma jocosa empleada por Salus para referirse a
aquella migración anual. En lo que la memoria de Quique alcanzaba, el suceso
siempre implicaba los mismos desplazamientos: la mujer de Salus, Adelina, viajaba
con los niños -ya no tan infantes- al Mediterráneo, para secarse y
disfrutar de los baños de mar, mientras el cabeza de familia empleaba buena
parte de las vacaciones en pasear por Europa, con la razonable disculpa
de asistir a congresos y cursos varios, principalmente, en las universidades de
Italia, país que lo entusiasmaba desde que lo había descubierto en su año de
ampliación de estudios en Roma. A raíz de un congreso en Nápoles sobre delitos
contra la familia, que comprobó no había existido, Quique empezó a sospechar
que el profesor Barcellina aprovechaba los veranos para echar al aire alguna
que otra cana, de las que empezaban a menudear en su bien cuidada cabellera;
pero uno y otro eran prudentes y sabían guardar la debida reserva, incluso
entre ellos.
El día de la
despedida, Salus preguntó a Quique:
-
¿Tienes
algún plan para este verano?
Después de las
últimas compras para la casa, el adjunto se hallaba bastante corto de dinero,
pero optó por echar la culpa de su sedentarismo al trabajo:
-
No
pienso moverme de Prestancia -respondió-. Tengo que dar los últimos toques a un
par de artículos para el Anuario y la Revista de Legislación[29]
y, por supuesto -enfatizó-, acabar la traducción de La Estrella.
Salus simuló
ponerse muy serio y apoyó tal compromiso:
-
Esto
último, desde luego; pero no tiene por qué ser obstáculo para que salgas un
poco y tomes el tonificante aire del campo. Coge todo lo necesario y vete a mi casona
de Fredes. Estarás prácticamente solo y bien atendido por los caseros que ya
conoces. Es más -aclaró-, me harías un favor, pues resulta que mi madre, por su
reciente viudez, no quiere acompañar a Adelina y los chicos a la playa, ni
estar recibiendo pésames y visitas cargantes en Prestancia: Total, que ha
decidido recluirse todo el verano en la casona. Tú podrías hacerle algo de
compañía y echarle un ojo, por si se pone demasiado mustia y entra en
depresión.
No le gustó el
plan a Quique, pero no podía negarle a Salus el favor. Aceptó, pues, aunque
matizando acerca de la duración:
-
De
acuerdo -concedió-, pero no te aseguro permanecer en la casona hasta septiembre.
-
Eso
no hace falta ni mentarlo -replicó Salus, con una sonrisa de oreja a oreja-. En
cuanto hayas acabado tu tarea de traductor, puedes ir en busca de cualquier
moza que te haga tilín, que ya te vale de soltería y publicaciones.
Norniella no replicó, ni falta que hacía.
Su mente estaba ocupada en hacer una lista del equipaje y libros que tendría
que llevar a su estancia campestre, que a él se le volvía una aventura remota,
por más que Fredes estuviese a media hora de Prestancia por carretera.
***
La señora viuda de
Barcellina no congenió con Quique. Con la suspicacia propia de los viejos, dio
en pensar que aquel profesor adjunto jovenzuelo, era una especie de espía
puesto por su hijo para controlar su estado de ánimo y movimientos. Hizo, pues,
todo lo posible para darle esquinazo, desde comer en su habitación, a salir a
pasear muy de mañana o a la hora de la siesta. Por lo demás, su paso firme y
sus arranques de genio dejaban a las claras que sus deseos de aislamiento eran la
mera fachada de un luto, que sobrellevaba conforme a las convenciones sociales,
mas sin estar dispuesta a soportar a loas visitantes pelmazos ni a pasarse
mañana y tarde en los Carmelitas, tocada con tupido velo, aplicando misas y
rosarios en sufragio del alma de su querido esposo, quien a lo mejor no había
sido tan querido, ni necesitaba tantas oraciones como se ofrecían por su eterno
descanso. Total, que Quique dejó a la buena señora por imposible, con el
beneplácito de Telva, la casera, poco dada a compartir con otros el cuidado de
la casa y de sus amos:
-
Déjela,
señorito Quique, que yo ya me encargo. Es muy suya y, ¡claro!, como no le
conoce a usted…
Imagen idealizada de la Quinta del
Rebollar
En consecuencia, nuestro adjunto hacía vida
a sus anchas. La mañana la ocupaba con sus trabajos académicos y la traducción;
la tarde, en una siesta prolongada y una buena caminata por los amenos
alrededores de la quinta. Raras veces se acercaba hasta Fredes, el pueblo que
daba su nombre al concejo, para catar las excelencias del lugar: una sidra autóctona
que, por supuesto, era la mejor de la provincia, y una cazuelina de callos, que
cumplían a las mil maravillas la regla de la triple P: pequeños, picantes y pegañosos.
Eso sucedía cuando lo acompañaba Senén, el marido de Telva, pues le era poco
gustoso entrar solo en aquel chigre, por más que los circunstantes
estuvieran dispuestos a pegar de inmediato la hebra con aquél mozo, que paraba
en la Quinta del Rebollar.
A diferencia de
Telva, que era una lugareña de mucha retranca, Senén era un pacense que,
durante la guerra, había ejercido de soldado asistente de Salus, a quien salvó
más de una vez de caer herido o preso. Al concluir la contienda, el teniente
provisional había llevado a Senén a Prestancia para que conociera la tierra y a
su familia… Pero dejemos que sea él mismo quien se explique, tal y como lo hizo
con Quique:
-
Hacía
poco más de un año que Don Práxedes había comprado estas propiedades a su
anterior dueña. La mayor parte de las tierras las arrendó a llevadores, pero
quiso quedarse con el palacio -como él lo llamaba- y el terreno
inmediato. Desconfiando de los criados de la antigua señora, los puso en la
calle y, como quien dice, a mí me vino Dios a ver: un campesino sin tierras,
que podía colocarse y vivir como un cura -usted dispense la expresión-.
La idea fue del teniente, que me tenía ley, y con razón… El resto fue
componenda de la señora madre de Salus -yo lo miento sin requilorios,
como en el frente-: Tenía una criada, hija de campesinos, en casa desde niña,
mi Telva. Nos ofreció quedarnos de caseros en la quinta, si matrimoniábamos.
Total, no nos caíamos mal y aquello era la fortuna para los dos… Y aquí
seguimos, señorito, mientras el cuerpo aguante y Salus quiera…, que querrá, ya
sabe como es, un padre para el que le va por derecho. A usted le guarda mucho
miramiento, que bien que me recomendó antes de marchar de vacaciones que lo
tratara a cuerpo de rey y no le regatease nada. Así que ya sabe…
Motu
proprio, Senén habría terminado aquí sus confidencias, pero a Quique le dio
por satisfacer una curiosidad más:
-
¿Sabes
qué fue de la anterior dueña de la casona? Me han dicho que también tenía una
hija.
-
Ahí
me pilla usted, pues yo no las conocía y no es cosa de la que se hable
claramente, ni en casa, ni en el pueblo -contestó Senén, visiblemente
incómodo-. Por lo que yo sé, la señora, a raíz de quedarse viuda, vendió
deprisa y corriendo la quinta y las tierras que por aquí tenía, y desapareció
de la noche a la mañana. Y sí, creo que se marchó con una niña que tenía. Fue
durante la guerra y a saber dónde irían, ni que habrá sido de ellas. Lo único
seguro es que por aquí no han vuelto. La gente de Fredes, hablando por hablar,
comenta que si se irían a América, que es lo que se dice en estas tierras
cuando alguno se va y no vuelve a saberse de él.
***
Sucedió al día
siguiente de concluir Quique el repaso final a la traducción de La Estrella
del Darién. Más contento que unas pascuas, se levantó no antes de las nueve
y pidió a Telva que le sirviera el desayuno al aire libre, en una mesa larga de
madera sin desbastar, en la que solía trabajar cuando hacía buen tiempo. Y,
apenas había terminado de almorzar, cuando vio llegar por el camino enarenado
que llevaba hasta la entrada principal a una joven morena, de grata apariencia,
vestida de modo informal, aunque no como excursionista. Avanzaba cada vez más
despacio, contemplando sin duda la magnífica panorámica que ofrecía la fachada
de la casona, con la gran capilla al lado. Con cierta timidez, se detuvo a unos
metros de Quique, saludó y dijo:
-
Magnífico
edificio… ¿Sería posible echar un vistazo al patio y la capilla? Vengo andando
desde Fredes, atraída por la fama del palacio.
El profesor se
percató al punto de que el paseo de la muchacha podría haber empezado en
Fredes, pero su periplo se había iniciado mucho más lejos, a juzgar por el
acento de su, por lo demás, correcto español. Así pues, más por curiosidad que
por cortesía, le contestó:
-
Puedo
mostrarle lo más notable de la casa, pero no sé si será posible hacerlo con la
capilla, pues su uso ha sido cedido a la parroquia de estos contornos.
Finalmente,
resultó que Senén guardaba también la llave de la iglesia, por lo que la visita
pudo ser completa y muy detenida; tanto que Quique, gran aficionado a la
historia del arte, consultó su reloj y vio que llevaba dando el rollo a
la visitante casi una hora. Se disculpó y ella replicó:
-
¡Qué
va! Por mí, encantada. Esto es precioso y tenía reservada esta mañana para
conocerlo. Por lo demás, es lógico que el dueño de toda esta belleza disfrute
enseñando sus propiedades, aunque sea a una visitante desconocida y osada, como
yo.
Quique se echó a
reír del error padecido por la joven y le explicó:
-
Yo
no soy el dueño -¡qué más quisiera!-, ni pertenezco a su familia. Solo soy un
amigo que está pasando aquí unos días. Pero, ahora que caigo, no me he
presentado: Soy Enrique Norniella, profesor en la Universidad de Prestancia.
-
Mucho
gusto. Yo soy Estela Andrade de Jesús, ciudadana brasileña, y precisamente
acabo de llegar a España becada para ampliar estudios con un profesor de su
academia, el Señor Del Arco.
-
¡Ah,
sí! Es catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras. Apenas lo conozco,
pues yo pertenezco a la de Derecho.
Fue el punto de
partida de una segunda parte de la conversación. Se sentaron en la mesa corrida
de la entrada y, como era de esperar, fue Estela quien más se explayó sobre su
procedencia y los proyectos que la habían traído tan lejos de su tierra:
-
Soy
de familia mixta, de español y brasileña -aclaró-, y procedo de la
ciudad de São Paulo, en cuya Universidad acabo de graduarme en filología
y lengua portuguesa. Antes de pensar en ejercer mi carrera, mis padres y yo
pensamos que era buena idea pasar un año de estancia en España.
-
¿Y
cómo es que se le ha ocurrido optar por Prestancia, en lugar de Madrid o
Barcelona, por ejemplo?, preguntó Quique.
-
Precisamente,
por enseñar aquí el profesor Del Arco. Supongo que estará al tanto de que es
una autoridad internacional en materia de funcionalismo y lingüística
estructural…
-
No
tenía idea de que contáramos en Prestancia con un claustral tan prestigioso
-reconoció Quique-… Así que aquí, y por un año…
-
En
efecto, y apenas acabo de llegar, ya me han empezado los problemas, suspiró
Estela… Bueno, no es como para preocuparse en exceso: Desde que el mundo es mundo,
los estudiantes y los posgraduados hemos estado cortos de dinero. Mi beca en cruçeiros[30]
apenas cubre la manutención, con los precios de acá. He tenido que pedir ayuda
a mis padres para cubrir todos los gastos necesarios.
Quique empezó a
maquinar una posible ayuda para la joven en penuria:
-
¿Ha
buscado ya hospedaje en Prestancia?
-
Algo
he brujuleado, sí, pero nada definitivo. Por ahora, estoy hospedada en una
pensión no lejos de aquí, en la villa de Sabadiego.
-
Estoy
pensando en que podría convenirle alojarse en un colegio mayor. Tengo entendido
que algunos hospedan gratis a licenciados dispuestos a ayudar a los estudiantes
allí residentes y a colaborar de alguna otra forma que se les pida.
-
¡Eso
sería estupendo, siempre que no me quite mucho tiempo para mis trabajos!,
exclamó Estela.
-
Pues
voy a hacerle la menguada lista de todos nuestros colegios, empezando por el que
está más próximo a la Facultad de Filosofía… Es de monjas, pero tengo entendido
que respetan las creencias de cada cual.
Estela sonrió ante
la indirecta y aclaró:
-
No
se preocupe. Soy católica, aunque no muy practicante. Pero dígame: ¿No hay aquí
algún colegio mayor para iberoamericanos, como en otras universidades españolas[31]?
-
Por
lo que yo sé -respondió Quique-, hay iniciativas para ello, pero aún no han
cristalizado. Tenga en cuenta que esta es una universidad pequeña y que sufrió
muchos daños en los años treinta.
Hablando y
hablando, llegó el mediodía. De la cercana cocina de la casona, llegaban los
apetitosos efluvios de la comida que Telva estaba preparando. Quique ató cabos
y dijo a Estela:
-
Tendría
mucho gusto en invitarla a comer. Así no tendría que hacerlo solo.
La chica consultó
su reloj y se levantó al punto:
-
No,
muchísimas gracias… En otra ocasión. Hoy he quedado a almorzar en Sabadiego con
un matrimonio amigo…
-
Habrá
de ser en otro lugar menos ameno -lamentó Quique-. He terminado lo que vine a
hacer aquí y pienso volver mañana para Prestancia.
-
En
ese caso -dedujo la joven-, tendrá que ser allí… Tenemos todo un año por
delante… Por cierto, le agradecería me diera un número de teléfono al que
llamarle, para así tenerle al tanto de mis exploraciones.
-
Voy
a darle el de mi despacho en la Facultad, pues no dispongo de teléfono en casa:
Es alquilada y hace poco que me he mudado; eso, por no aludir a lo que tardan
en España en atender las solicitudes de nuevas líneas…
Quique acompañó un
trecho a Estela, hasta la cancela de la cerca. En el camino, ella sacó de nuevo
el tema de la propiedad de El Rebollar:
-
Tengo
entendido que el anterior dueño falleció hace poco…
-
Así
es. La familia está todavía de luto.
-
…
Y que el actual propietario, del que usted es amigo, es un hijo suyo.
-
En
efecto, Salustiano. Es hijo único: Así que ha heredado todo el patrimonio.
-
Ya…
¡Qué pena no haber podido saludarlo y felicitarle por el gusto y el esmero con
que conserva esta joya palaciega!
-
No
se quede con las ganas. Se lo presentaré en Prestancia, una vez empezado el
curso. Ahora está en el extranjero y no creo que regrese hasta septiembre.
Se despidieron con
la mayor cordialidad. Recorriendo de vuelta el sendero, Quique musitó:
-
¡Qué
chica más agradable!... Lástima que no me atraigan mucho las féminas, no como a
otros que yo sé.
Rio para sus
adentró y se frotó las manos:
-
Ahora,
a comer y, seguidamente, a liar el petate… Espero no volver a ocuparme de La
Estrella del Darién en lo que me quede de vida.
4. La joven del collar
Llegó septiembre y, como de
costumbre, el primer encuentro de Salus y Quique fue para fijar fechas y
contenido de los exámenes para los alumnos suspensos en junio. Ese año el
ritual se salió de lo común por la ocurrencia del adjunto de dejar la
traducción de La Estrella encima de la mesa del catedrático, ceñida por
cinta roja, con su inexcusable lazo. El profesor Barcellina rompió a reír a
carcajadas y le costó un buen rato proferir las palabras que hacían realidad su
promesa:
-
Mañana
mismo sale camino de la revista. Telefonearé primero a Del Arco, no sea que se
extravíe, después de lo que te ha costado darla a luz.
Al oír el apellido
del profesor de Letras, Quique hizo un gesto, que Salus mal interpretó,
sintiéndose obligado a explicar:
-
Es
el director de la publicación… De la cáscara amarga[32],
pero buena persona.
En realidad,
Norniella había dado un respingo al escuchar Del Arco porque le hizo
recordar a Estela y su ampliación de estudios. Por si Telva se le adelantaba a
informar de su visita a la casona, Quique sacó la conversación mientras Salus y
él tomaban café:
-
Olvidaba
contarte que este verano visitó detenidamente la quinta una chica brasileña,
que ha venido a Prestancia para estudiar lingüística avanzada, precisamente,
con Del Arco.
El catedrático le
salió con una de las suyas:
-
¿Y
qué tal es la moza?
Quique hizo caso
omiso y eludió toda descripción:
-
Andaba
bastante apurada, buscando un alojamiento conveniente… Es que la vida se
está poniendo en España por las nubes.
-
Seguro
que tienes en casa habitaciones de sobra -bromeó Salus-. Podrías realquilarlas
a muchachas en apuros…
Estaba visto que
había regresado de Italia más vehemente que de costumbre; comprobado lo
cual, Quique optó por cambiar de tema. Salus todavía insistió:
-
No
dejes de presentármela.
Quique se dijo que
habíanse juntado el hambre con las ganas de comer, pues también Estela había
mostrado interés en conocer a Salus, aunque era de suponer que sus razones no
fuesen las mismas…
***
Estela no
telefoneó hasta finales de octubre. Quique le preguntó:
-
¿Qué
tal te va? ¿Qué noticias tienes?
-
De
todo, buenas y malas, replicó la joven.
-
¿Y
eso?
-
Si
quieres, nos vemos un día de estos y te cuento.
Para evitar un
encuentro casual con Salus, Quique la citó en un café alejado de la
Universidad. Allí, Estela se explayó, empezando de mutuo acuerdo por las malas
noticias:
-
Del
hospedaje gratis, nada de nada -explicó-. Al no tener convalidados mis estudios
en Brasil, no puedo ejercer funciones de licenciada. Además, lo consideran una
especie de trabajo pagado en especie, para el que no tengo permiso, al ser
extrajera. Estoy de pensión al lado de la catedral. Así, por lo menos, me queda
cerca de la Facultad de Filosofía.
-
¿Qué
tal está de precio?
-
Es
de lo más barato que he podido encontrar, respondió mustiamente la chica.
-
Bueno
-animó Quique-; ahora, las noticias buenas.
-
Lo
mejor -opinó Estela- es cómo me ha recibido el profesor Del Arco. Parece ser
que tuvo antaño ideas republicanas y, ¡claro!, al enterarse de que soy huérfana
de emigrados a Brasil por motivos políticos…
Quique se quedó de
piedra:
-
Tenía
entendido -arguyó- que eras hija de español y brasileña, y que tus padres
vivían y corrían en parte con tus gastos de aquí…
-
Era
la primera vez que hablábamos -se justificó Estela- y no era cosa de darte
mayores detalles… El hecho es que mis padres legítimos fallecieron en Brasil,
siendo yo una niña, y me recogió un matrimonio amigo que no tenía hijos: él,
español, antiguo colega de mi padre natural; ella, una brasileña con la que
aquél se había casado a poco de llegar exiliado. Al cabo de los años, nos
cogimos mucho cariño y decidieron adoptarme y darme sus apellidos, como se
estila por allá, es decir, colocando primero el de la madre. Así nació la
brasileña Estela Andrade de Jesús, hija -adoptiva- de Helena y de Aureliano.
¿Queda claro?
-
Clarísimo,
y comprendo perfectamente los motivos de tus reticencias: Han pasado bastantes
años desde el fin de la guerra, pero las cosas siguen tan tensas, que lo mejor
es echar un tupido velo sobre ciertos antecedentes.
Estela le replicó,
echando fuego por los ojos:
-
Eso
será quienes tengan algo de qué avergonzarse, que mis padres me legaron una
ejecutoria intachable, acrisolada, si cabe, por el sufrimiento y la muerte.
Quique comprendió
que había metido la pata. Dejó correr un ratito, aparentando fijar su atención
en la taza y sorbiendo lentamente su contenido. Finalmente, optó por no entrar
en explicaciones sobre lo que había querido dar a entender y pasó a otro tema:
-
¿Sigues
teniendo interés en conocer a Salustiano Barcellina, el dueño del palacio del
Robledal?
-
¡Por
supuesto!, sonrió Estela, contenta de salir de su excesivo enfado precedente.
-
Pásate
cualquier tarde por nuestra Facultad, previo telefonazo, y te lo presentaré…
Por cierto, no sé si te gustará porque es uno de esos que han echado un tupido
velo sobre el pasado; vamos, que vive a tope el presente, sin complejos.
-
Quizá
sería lo mejor para todos -comentó Estela, con la duda en los ojos-, pero no es
fácil la receta.
Quique concluyó la
charla con un ofrecimiento:
-
Si
continúan tus apuros financieros, no dudes en acudir a mí, si crees que puedo
echarte una mano.
Era una oferta
atrevida en la situación económica por la que atravesaba, pero quedar bien no
suele tener un alto coste…
***
Más de una vez se
maldijo el profesor Norniella de haber sido él quien presentara a Estela a
Salus. Hacia falta ser necio -se decía-, para no comprender que el catedrático
quedaría prendado de la brasileña y que, a poco que se vieran, también
la chica sentiría atracción hacia él, a pesar de la diferencia de edad. La
verdad es que a Quique le importaba muy poco personalmente el que Salus pudiese
llegar a reemplazarlo en el ascendiente sobre Estela: Los celos no cabían en
alguien para quien las féminas no jugaban en su vida un papel importante. Pero
sí le desagradaba que un hombre casado e influyente iniciase escarceos con una
muchacha soltera, en apuros económicos y alejada de su familia y ambiente. Tanto
es así que, en cuanto pudo, decidió transmitir su preocupación a la joven,
procurando molestar a Salus lo menos posible:
-
Mucho
te dejas caer por Derecho últimamente -le afeó, en tono de broma-, y no
precisamente para verme a mí.
Estela captó el
reproche, pero, al no conocer bien a su amigo, lo creyó un rapto de celos:
-
Perdona
-contestó con sorna-. La próxima vez que pase por la puerta, no olvidaré subir
a saludarte.
Quique estuvo a
punto de perder los estribos, pero se contuvo y trató de aclarar sus motivos:
-
Estás
muy equivocada: Te considero una amiga y punto. Pero, por eso mismo, me atrevo
a recordarte que Salus es un hombre casado y que, en esta ciudad, ciertas
cosas se saben al momento y se les da una importancia de la que carecen en
otras partes. Y basta que tú seas una mujer extranjera y en posición algo apurada,
para que puedas acabar despellejada por los cotilleos, como una lagartona,
que ha hecho tropezar al incauto e imprudente profesor Barcellina.
Se lo dijo de
forma tan seria y sincera, que Estela comprendió sus razones, aunque no dejase
de considerarlas una mezcla de obviedades y entrometimiento. Aceptó la
reprimenda sin más discusión, y hasta le ofreció algunas explicaciones, que a
Quique no le convencieron, aunque no diese muchas muestras de ello:
-
No
te preocupes, Quique -dijo, empleando el tuteo, que ya habían implantado-. ¡Si
hasta he dejado novio en São Paulo! Solo se trata de no un hacer
un feo a Salus y -¿por qué no decirlo?- tener algo de vida social, sin mayor
malicia. La verdad es que tampoco creo que él pretenda ir más allá de un poco
de compañía juvenil… De cualquier modo, tendré en cuenta lo que me has
revelado sobre el ambiente de Prestancia y procuraré dejarme ver menos con un
hombre casado o, dicho de otra manera, hacerme más de rogar.
-
Mejor
así, concluyó Quique. En todo caso, no volveré a incidir más en el tema, y te
pido encarecidamente que, por obvios motivos, no cuentes a Salus nada de lo que
acabamos de hablar.
-
Seré
una tumba, prometió Estela, empleando una metáfora que Quique no supo discernir
si era una mera hipérbole, o tenía alguna oculta intención.
***
Llegó el mes de
enero y, con él, el agotamiento del dinero de su beca. Apurada, Estela buscó la
ayuda de Quique, haciéndole de paso nuevas confidencias:
-
Mis
padres adoptivos no están en buena posición económica y, además, yo me empeñé
en venir a España en contra de su voluntad: Aquello es una prisión y, con
tus orígenes familiares, puedes correr peligro, me advirtió mi padre. En
consecuencia, no estoy dispuesta a sangrarlos a ellos…, ni a nadie. No soy tan
cretina, que haya cruzado el océano sin otra fortuna que la beca. Pero, para
conseguir convertir en dinero lo que he traído, necesito tu colaboración…
¿Conoces a algún joyero de confianza?
Quique, que
inicialmente había temido un sablazo, luego se echó a reír:
-
¡Un
joyero, yo! ¡Estela, por favor, me has confundido con el catedrático
Barcellina! Solo he pisado una joyería dos veces en mi vida: para comprarme un
reloj de pulsera y para encargar la medalla universitaria, cuando me doctoré.
Estela retomó la
alusión a Barcellina:
-
No
te creas, que también yo pensé en Salus, pero bajo ningún concepto quiero tener
nada que ver con él en materia económica. ¡Lo mismo le da por mezclar y
confundir las cosas y acabo, de verdad, siendo una lagartona, como tú me
advertiste!
Quique quiso, ante
todo, satisfacer la curiosidad que Estela le había despertado:
-
¿Y
cuál es ese tesoro que has traído de Brasil? Me gustaría verlo.
-
Nada
más fácil, respondió Estela abriendo el bolso de mano. Aquí lo traigo.
Aunque no fuera
conocedor ni aficionado a las joyas, Quique quedó deslumbrado ante lo que vio:
un collar tamaño gargantilla, compuesto por trece grandes esmeraldas orladas de
brillantes, separadas entre sí por áureas flores de lis, también con diamantes
engastados. Naturalmente, la identificación de las gemas se la iba haciendo
Estela, quedando a la buena voluntad del profesor el creerla, o no. De todas
formas, la joven no fue muy explícita, por el motivo que le aclaró:
-
Si
llevas el collar a un joyero, te confirmará la autenticidad de las piedras y la
ley del oro en que van montadas. A mí no me cabe ninguna duda, a tenor de las
explicaciones que mi madre natural me dio antes de morir, acerca del origen y
el valor de la pieza. En cualquier caso, si cumples mi encargo, pide que te
valoren el collar con la mayor aproximación posible, para que yo sepa el precio
que puedo pedir y aceptar por él.
Aunque de no muy
buena gana, Quique convino finalmente en hacer la gestión que se le pedía.
Estela se lo agradeció y dijo:
-
Quédate
ya con la gargantilla y guárdala en tu casa. No sabes la preocupación que he
tenido estos meses, al tener que esconderla en el fondo del armario de mi
habitación en la pensión.
Volvió el collar a
la bolsa de terciopelo negro, harto ajado, y Estela dio por concluida la visita
a casa de Quique -la primera que hacía-, con estas palabras:
-
Avísame
en cuanto sepas algo pues ya conoces la urgencia del caso.
***
Era Pedro Suárez
el joyero más famoso de Prestancia y Quique recordaba haber visto su nombre
grabado en algunas cajitas forradas de cuero verde, donde guardaba su madre
pendientes y anillos. Decidió Norniella ampararse en el nombre de aquella, al
iniciar unos trámites para los que Estela le había recomendado la mayor discreción.
Y así, con el collar en el bolso interior del abrigo, se presentó en la
joyería, preguntando por el titular de la misma. Al tenerlo ante él, Quique se
presentó como el hijo de los dueños de La Tradicional y rogó a Don Pedro
que pasaran a hablar en algún lugar reservado. Vamos al taller, fue la
respuesta del intrigado joyero.
Además de
presentarse como hijo de sus padres, Quique llevaba decidido encubrir la
presunta identidad de su mandante con un remedio infalible: el secreto
profesional. La prudencia del joyero haría el resto.
-
Verá,
Don Pedro -inició Quique su engañoso relato-: Estoy empleado en uno de los
mejores bufetes de la ciudad y una clienta nuestra, bastante apurada
económicamente, nos ha confiado el encargo de vender una joya suya -que dice
ser de alto valor-, previa su valoración por un joyero de confianza. Y, claro,
ninguno más de fiar en Prestancia que usted.
-
Hombre,
muchas gracias… Quiere decirse que he de tasar la pieza de esa señora…
-
¡Oh,
no! Por ahora no quiere una valoración formal, dado que su voluntad de venta no
es definitiva. Simplemente ella y nosotros -todo hay que decirlo-
queremos asegurarnos de que no se trate de una falsificación, o de un objeto de
no mucho valor.
Don Pedro esbozó
una sonrisa, creyendo entender que el bufete de Quique trataba de asegurar el
pago de sus honorarios. Sin más preámbulos, preguntó:
-
¿Trae
usted la pieza?
Por toda
respuesta, el profesor hurgó en el forro del abrigo y sacó el collar, todavía
enfundado. El joyero acercó una lámpara, de foco muy potente, y la encendió
antes de dejar deslizar la alhaja sobre el tapete de fieltro negro que cubría
el centro de la mesa. La resplandeciente visión le dejó con la boca abierta.
Sin pronunciar palabra, se ajustó al ojo un cristal de aumento y, tomando en
las manos la gargantilla, examinó detenidamente las gemas y la labor de
engastado de las mismas. Luego, con rostro inexpresivo, preguntó a Quique, que
ya empezaba a impacientarse:
-
¿Me
permite consultar un momento con el gemólogo de la casa? Es persona de absoluta
discreción.
-
Hágalo,
pero tengo bastante prisa pues he de dar una clase. Quédese con el collar y me
pasaré a recogerlo, si le parece, a eso de la una.
-
De
acuerdo, pero permita que le extienda un recibo… Nada, nada: lo bien hecho bien
parece.
Apenas había
ganado la calle, ya estaba Quique arrepentido de su desprendimiento,
pero no había otro remedio, si no quería dejar a los alumnos sin su lección
sobre las diferencias entre el delito imprudente y el dolo eventual. Antes de
echárselo al bolsillo, repasó lo que Don Pedro había consignado en el
resguardo: … collar tipo gargantilla, de oro, esmeraldas y brillantes, de
estética modernista y fecha probable de finales del siglo XIX. No era mucho
decir, pero sí lo suficiente para que Estela pudiera estar segura de vivir a
cuenta del collar durante una buena temporada.
A la una menos
cinco, entraba Quique por la puerta de la joyería Suárez. El empleado
del mostrador le invitó a pasar a la trastienda, donde ya esperaba Don Pedro,
con el collar en su funda. Le rogó que tomase asiento, sacó el collar a la luz
y empezó una detallada explicación de las medidas, pesos y técnicas de la
pieza. Quique empezaba a sentirse mareado con tantos detalles y pidió al
experto un breve resumen, suficiente para que la clienta supiera a qué
atenerse. Don Pedro resumió los puntos más relevantes:
-
Como
usted comprenderá, aunque el collar tiene más de doscientos brillantes pequeños
de excelente calidad, con un peso total de unos veinticinco quilates, lo más
valioso son las trece esmeraldas, seguramente colombianas -a juzgar por su
tonalidad de verde tan intenso-, que van en aumento desde el cierre de la pieza
hasta el centro, entre los cuatro quilates y los siete, que tiene la piedra
central. Lo más llamativo cómo están cortadas las piedras, en forma circular
-algo insólito en esmeraldas-, lo que, junto a detalles en las flores de lis
intermedias, no hace suponer una antigüedad de la gargantilla muy considerable,
como de unos setenta u ochenta años[33]…
Y vamos con los lises -añadió Don Pedro, tras dejar pasar unos momentos-. Aquí
soy yo quien tiene que hacerle a usted una pregunta, dentro de la reserva del
caso.
-
Usted
dirá.
-
Son
un detalle insólito, que puede significar meramente un adorno, inventado por el
artista, o bien un símbolo heráldico, que diera a entender el título de nobleza
de la persona que se lo hubiese encargado. Usted, que conoce a su cliente,
¿diría que pertenece a alguna familia noble que tenga las flores de lis por
blasón?
Quique divagó y,
como es frecuente en ese caso, dijo un despropósito:
-
No
la conozco lo bastante, pero yo diría que no parece que sea de alcurnia. De
todos modos, conociendo que el emblema son las flores de lis, no será difícil
localizar la estirpe de la que podría proceder.
Pese a ser muy respetuoso, Don Pedro no pudo
menos de rebatir con energía aquel disparate:
-
¿Se
imagina? Pocos símbolos son más frecuentes en los escudos nobiliarios que las
flores de lis. Supongo que será a causa de su empleo por los reyes de Francia,
pero el caso es que habrá cientos de blasones por toda España con las flores
del lirio en el escudo.
Quique decidió ir
poniendo fin a la charla, procurando no resbalar más:
-
Para
concretar, Don Pedro, ¿cuánto podría pedirse por ese collar, caso de que, finalmente,
se opte por su venta?
-
Todo
depende -contestó vagamente el joyero- de que se venda privadamente, en cuyo
caso la operación no precisa documentarse ni tiene gastos, o si va a hacerse
mediante pública subasta. En el primer caso, el collar valdrá lo que los
posibles compradores quieran abonar por él. En el segundo, yo le diría que, a
tenor de ejemplos recientes de joyas similares, el precio de salida sería de
millón y medio de pesetas, pero el remate podría llegar hasta los cuatro
millones[34].
Quique empezó a
dividir mentalmente esos cuatro millones entre su sueldo mensual, para llegar
al cociente de los años que podría vivir a costa del collar. Le sacó de su
ensueño aritmético la voz de Don Pedro, aconsejando:
-
Si
la dueña de esta preciosidad fuese mi hija, le aconsejaría que no se
desprendiera de ella de momento. En el Monte de Piedad de la Caja de Ahorros le
pueden ofrecer muy buenas condiciones para salir del paso, sin vender la joya.
Claro que todo depende de si el apuro es temporal, o no tiene remedio…
Y, con cierto tono
admonitorio, el joyero advirtió:
-
Desde
luego, Señor Norniella, si su clienta quiere vender el collar por canales
serios, como podría ser a través de esta casa, tendrá que exhibir documentos
concluyentes de su compra o, si ha sido por herencia, aclarar debidamente de
quién y por qué título.
5. La verdad se abre paso
Esmeraldas
colombianas. Esas palabras de Don Pedro despertaron en Quique los ecos de
un relato que, después de martirizarlo durante un año, tenía ahora
felizmente archivado en la memoria, a la espera de verlo publicado en la
revista especializada. Pero, por el momento fijó su atención en el dato de las
flores de lis, como la probable clave de todo aquel embrollo; porque nuestro
adjunto tenía cada vez más claro que Estela le ocultaba bastantes cosas, siendo
probable, incluso, que hubiese mentido en otras más. Y, de inmediato, se acordó
de Argimiro de Arteaga, un secretario judicial experto en heráldica, con quien
tenía una buena relación como abogado. En consecuencia, demoró el informar a la
Señorita Andrade sobre el valor del collar y se procuró una cita con él para el
día siguiente, a fin de intentar aclarar la posible procedencia familiar de la
joya.
Como era de
esperar, Arteaga abundó en la opinión del joyero: Pocos elementos de
heráldica son más corrientes que las flores de lis. Con todo, Quique
insistió:
-
¿Y
si nos limitamos a las familias nobles de Prestancia y sus alrededores?
-
Eso
reduciría mucho la indagación -respondió Arteaga-, pero todavía serían numerosas.
Si por lo menos supieras cuántas flores tiene el blasón, de qué color son y
cómo se disponen…
-
Lo
siento, no lo sé. Dame algunos nombres de estirpes de la provincia, que tengan
la flor de lis como elemento más destacado de su escudo.
-
Casi
podría decirte una docena de memoria, pero no quiero equivocarme… Déjame coger un
libro que tengo por aquí. Dicen que ya está anticuado, pero es de lo mejor que
se ha publicado a nivel general[35].
Tomó de la
estantería el volumen, lo hojeó durante unos minutos, tomando nota de los
apellidos relevantes para nuestro objeto y, de pronto, empezó a soltar una
retahíla: Argüelles, Celles, Cueto, Flórez, Maldonado, Rúa, Villamor…
-
En
casi todos los casos, la presentación de las flores es la misma: cinco y en
sotuer…, quiero decir, como si fuera el cinco de los dados; y casi siempre de
oro, vamos, en color amarillo.
Era suficiente. De
hecho, para el profesor Norniella era demasiado. Desde que oyera el
apelativo Argüelles, supo que había dado con el quid de la cuestión. Con
todo, era cuidadoso y debería aún efectuar una comprobación… ¡cuya prueba
obraba en su poder y colgaba de una pared en el despacho de su casa! Hasta allí
fue como una centella. Descolgó una foto enmarcada: Salus y él posando ante la
portalada de la casona de Fredes. Cogió una lupa y enfocó el escudo de armas
que coronaba la puerta de entrada. ¡Allí estaban las famosas cinco flores de
lis ordenadas en sotuer! ¡Si sería distraído! En fin, nunca es tarde…
Telefoneó a Estela
a la pensión y quedaron en verse a la tarde siguiente en casa de Quique. La
joven preguntó:
-
¿Me
puedes adelantar algo de lo que te hayan dicho?
-
Hay
cosas que es mejor no tratarlas por teléfono, replicó secamente.
La verdad es que
no tenía nada claro aún cómo enfocar la conversación del día siguiente, ni
hasta qué punto reclamar de la joven una explicación completa y veraz de la
historia que el collar y ella ocultaban. Abrió la caja de caudales que guardaba
en un altillo del armario de su alcoba y, tras colocar la alhaja sobre la
colcha, la estuvo escrutando un rato, como si esperara que la presea le
susurrara sus secretos. La hermosa esmeralda central parecía crecer y
engrandecerse, hasta alcanzar el tamaño de la legendaria Estrella del
Darién.
***
Ahora era sobre la
mesa baja del cuarto de estar donde lucía la alhaja, ante la vista de Estela y
de Quique. Este se hallaba a punto de terminar de contar a la muchacha lo que
le había informado Don Pedro Suárez acerca del collar y de su probable origen
nobiliario. De hecho, estaba llegando al punto clave, a modo de conclusión:
-
En
resumen, Estela, ya optes por vender, ya por pignorarlo por un tiempo, vas a
tener que aclarar cómo ha llegado hasta ti un objeto tan valioso. De otro modo,
deshaciéndote del collar de manera oscura, vas a tener que malvenderlo; y eso,
si hallas la manera de ponerte en contacto con personas dispuestas a comprar
joyas sin preguntar por su procedencia, o con prestamistas que te pidan un
interés usurario, o poco menos.
Estela parecía muy
desanimada:
-
Dicho
de otro modo -concluyó-: Que tengo entre las manos una fortuna, pero no puedo
disponer de ella, porque me faltan los papeles precisos para probar que es mía.
-
Tal
vez no haga falta una prueba documental -opinó Quique-. Lo que sí me parece
ineludible es aclarar cómo llegó el collar a la persona de la que tú lo
recibiste, y en concepto de qué la has hecho tuya… Es lógico que se adopten
cautelas ante una joya tan valiosa y que, en opinión del joyero, debió de ser
encargada por una familia ilustre… A tal efecto, yo he hecho algunas
indagaciones…
La expresión de
Estela pasó del decaimiento, a la inquietud y la sorpresa. Saltó
inmediatamente:
-
¿A
qué indagaciones te refieres?, preguntó.
-
Pues
a las de dar con un linaje de por aquí que usara la flor de lis en su escudo de
armas. Lo he consultado con un amigo bien informado y él opina que debe de
tratarse de los Argüelles… ¿No tendrás, por casualidad, algunos parientes
cercanos con ese apellido?
-
Por
casualidad, no: por nacimiento -replicó la joven, tajante-. Mi madre por
naturaleza se apellidaba así, pero nunca le oí hablar de caballeros, blasones y
otras zarandajas.
-
Tampoco
es preciso que presumiera de alcurnia -replicó Quique-. Además, según la
antigüedad que atribuyen al collar, es más probable que estuviera en la familia
desde la generación de tu bisabuela.
Se hizo el
silencio. Estaba visto que Estela no estaba dispuesta a hacer más precisiones,
si no se le sonsacaban; de modo que Quique volvió a la carga:
-
¿Y
cómo pasó el collar de tu madre a ti?
-
Supongo
que podemos decir que por herencia. Aunque deprisa y corriendo, y con muchos
sobornos y gastos, mis padres y yo logramos escapar de Prestancia cuando la
guerra, primero, a Francia y, de Francia, a Brasil. Debidamente cosidos en
dobladillos de la ropa, mi madre me contó que pudo llevar consigo algunas
alhajas de valor, entre las cuales, este collar. Una vez en Brasil, paramos en
Río de Janeiro y allí y al poco, murió mi padre, no me preguntes de qué. Mi
madre, con joyas o sin ellas, hubo de emplearse de cocinera en casa de un
armador, gracias a lo cual pudo matricularme en un buen colegio. Pero, pocos
años después, cuando yo tenía dieciséis, contrajo la fiebre amarilla y falleció
a causa de ella[36]. Antes
de morir, me hizo entrega en secreto de este collar -única joya que aún
conservaba- y me recomendó que viajara a São Paulo para pedir protección y ayuda
al profesor español emigrado, Don Aureliano de Jesús, que había sido buen amigo
de mi padre. Así lo hice, y el resto de la historia ya te lo he contado… Bueno,
me falta decir que, siendo hija única, supongo que seré heredera universal de
mis padres, aunque no otorgaran testamento en mi favor.
Quique le
respondió:
-
De
ello no hay duda, aunque, si quieres, puedo tratar de tu caso con el letrado
Corredera, el jefe de mi bufete, para que te oriente y aconseje.
Estela sonrió con
amargura:
-
No,
déjalo. Está visto que esta alhaja habrá de seguir oculta e improductiva, como
parece ser su sino. En todo caso, si no encuentro otra salida y a la
desesperada, ya me las agenciaré para venderla, aunque sea perdiendo dinero. La
necesidad agudiza el ingenio.
Por entonces,
estaba todo dicho. Quique metió el collar en la bolsa de terciopelo y se lo
entregó a Estela. Esta protestó:
-
Quédate
por ahora con él. Ya te dije que no me siento segura teniéndolo en la pensión.
-
De
ningún modo -rehusó el profesor-. Mi intranquilidad viene siendo aún mayor, al
no pertenecerme.
***
Liberado de la
inquietante posesión de la gargantilla y de la no menos preocupante de ser
consejero de Estela, Quique decidió agotar la investigación, pues estaba claro
que la joven no decía toda la verdad. Cuando menos, parecía ocultar la forma y
lugar de morir su padre, si es que este era -como con toda probabilidad
suponía- el profesor, Teodoro Mucientes, ejecutado en Prestancia el año 1937.
Nuevamente acudió al
secretario judicial Arteaga, en busca de ayuda profesional. Se trataba de dar
con alguna acta del registro civil en que figurasen los nombres y la relación
entre Teodoro Mucientes, su esposa y una presunta hija de ambos. El solicitado
torció el gesto:
-
Verás,
Norniella -arguyó-, no es que no quiera moverme: Es que, todavía a estas
alturas, mentar al profesor Mucientes y rebuscar en su vida despierta sospechas
en sus antiguos enemigos quienes, a la postre, se siguen considerando tales,
aún después de haber acabado con su vida de manera tan ignominiosa.
-
¡Hombre,
Argimiro! No me digas que averiguar nombre y apellidos de su esposa y de su
hija es como desenterrar al pobre profesor…
-
Está
bien -concedió Arteaga, refunfuñando-, pero tendré que consultar los libros
registrales personalmente; así que ármate de paciencia.
-
Siempre
que la paciencia sea como para unos quince días…, matizó Quique.
Y una quincena
justa es lo que tardó Norniella en recibir la información solicitada. Todos los
datos casaban con sus conjeturas:
-
Aquí
tienes cuanto me pediste -expuso el secretario-. El profesor Mucientes falleció,
dejando mujer y una hija. La esposa se llama, o llamaba, Lucinda Argüelles
Cabal, y la hija, Estela Mucientes Argüelles. No consta en el registro español
que Doña Lucinda haya fallecido. Y Estela Mucientes nació el 11 de mayo de
1927, lo que quiere decir que sus padres le pusieron por nombre el de una santa
de su natalicio, virgen y mártir, por más señas.
-
Eres
un fenómeno, Argimiro -ponderó Quique-. Te debo una.
-
Puede
que no tarde en cobrármela, porque tienes en tu clase a un sobrino mío que es bastante
mal estudiante…
-
Pues
dile a su tío -bromeó Quique- que le dé clases particulares de Penal. Seguro
que así aprueba.
Así pues, todo iba
cuadrando; las piezas del rompecabezas encajaban a la perfección y la imagen
que ofrecían tenía cada vez más parecido con los tres primeros actos de La
Estrella del Darién. ¿Acabaría pasando lo mismo con las dos últimas
jornadas de la tragedia? Quique no estaba dispuesto a sentarse en la platea y
contemplar la obra hasta que bajase el telón; pero tampoco era cosa de crear
innecesarias alarmas, ni de hacer el ridículo. Y en esa tesitura estaba cuando
vino a sacarle de dudas una charla casual con Salus. Estaba visto que le iba a
tocar hacer personalmente de deus ex machina, habida cuenta de que no
tenía fe en que lo hiciera alguna divinidad, como en el teatro antiguo[37].
Pero, a fin de cuentas, ¿qué se habló en aquella conversación y qué premonición
despertó en el intrépido profesor Norniella? Veámoslo.
***
Pasó un mes,
aproximadamente, del momento en que Norniella se libró del collar y despidió a
Estela, con la secreta esperanza de que acabara por marcharse a Brasil y no
volver a tener tratos con ella. Dicho deseo pareció frustrarse, a tenor de lo
que habló con Salus un día de principios de primavera, tomando el café de media
mañana.
-
¿Has
visto en los últimos tiempos a Estela, la brasileña?, preguntó el catedrático
así, de pronto, sin que viniese a cuento.
Quique se puso en
guardia y, cogido de improviso, contestó con otra pregunta:
-
¿Por
qué? ¿Le pasa algo extraño?
-
Chico,
cada día está más rara. Nunca fue un prodigio de claridad ni de firmeza, pero
lo que es últimamente…
Como si hubiese
estado confiándose a un amigo íntimo, Salus prosiguió:
-
En
un principio se comportaba -¿cómo te diría?- de forma cariñosa,
aceptando mis atenciones y hasta buscando mi compañía. Pero, desde hace una
temporada, uno no sabe a qué atenerse: Tan pronto me llama al despacho y se
muestra encantadora, como la encuentro deprimida y me despide a las primeras de
cambio. Últimamente habla de volverse a Brasil sin terminar el curso siquiera…
Para mí que hay algo que la agobia: tal vez, el andar escasa de fondos…
¡Cuidado que le he ofrecido en todos los tonos adelantarle algo de dinero, pero
no hay forma! Regalitos y pequeñas atenciones, las que quieras, pero en
efectivo, ni una peseta, aunque sea a préstamo. En fin que, si me permites la
humorada, a Estela le pasa lo que a Quevedo, que ni subo, ni bajo, ni estoy
quedo[38].
Quique, ya con
tiempo para meditar la respuesta, decidió tirar de tópico psicológico:
-
Yo
creo que lo que le puede pasar a Estela es lo mismo que sucedería con
cualquiera de nuestras alumnas si, de repente, la trasladases a otro
continente, lejos de su familia, con poco dinero y, por añadidura, sufriendo
las atenciones de un caballero con clase y experiencia. La muchacha está
hecha un lío y, en mi opinión, harías bien en dejarla que decida sobre sus
cosas, a solas y con tranquilidad.
Salus escuchó con
atención e interés la primera parte del razonamiento de su amigo, pero, al
escuchar la segunda, torció el gesto y cometió la incorrección de zaherir a
Quique, quizá sin intención:
-
Para
ti es muy fácil eso de dejar a las mujeres interesantes, así como así,
pero otros no tenemos tanto cuajo.
El adjunto se
revolvió sarcásticamente:
-
Tienes
razón. Si, ni tus deberes familiares, ni el qué dirán de esta chismosa ciudad,
te mueven a ser prudente, no creo que lo consigan mis consejos de hombre
pachorrudo. Así que dejemos estas espinosas cuestiones para las que, según tú,
no soy un interlocutor válido.
Ante el mudo
estupor de Salus, Quique dejó sobre la mesa el importe de las dos
consumiciones, se levantó y salió sin esperar a su contertulio, afirmando:
-
Hay días en que resultaría mejor no
interrumpir el trabajo.
***
Tras ese
rifirrafe, los dos profesores limitaron su relación al saludo y el contacto
mínimo para resolver cuestiones académicas. Es posible que, con toda su superioridad,
Salus deseara hacer las paces y olvidar el incidente, pero ahora era él el
cachazudo. Esperaba a una disculpa de Quique o, cuando menos, a una oportunidad
propicia, para echar pelillos a la mar, pues pelillos era para él los
temas de faldas, a no ser que algún rival se cruzase provocativamente en su
camino. Por su parte, el adjunto no estaba dispuesto, así como así, a que un
colega -por muy catedrático que fuese- le tirase puntadas sobre el poco interés
que mostraba hacia las mujeres. Con todo, le sabía mal que el panoli de
Salus pudiese estar en un tris de tener un problema grave con Estela, al
insistir en su asedio, en lugar de aprovecharse de sus vacilaciones y
ponerle puente de plata para que retornase a América. Claro que el sabihondo profesor
Barcellina ignoraba todo cuanto Quique sospechaba, gracias a haberlo leído en
aquella tragedia alemana, y que hacía presagiar nada menos que un peligro de
muerte para quien -enfurruñados o no- había sido para él un protector y un buen
compañero.
Después de mucho reflexionar, Quique creyó
encontrarse ante un dilema. Por una parte, el momento parecía propicio para que
tratara de meter una cuña entre Salus y Estela, dado que esta dudaba qué camino
tomar y su admirador empezaba a estar cansado de sus indecisiones. Pero,
por otro lado, sería ridículo trasladar a la pareja sus insólitos temores de
que lo relatado en una obra de teatro del siglo XVIII pudiera repetirse en la
realidad de dos siglos después. ¿Qué hacer para tranquilizar su conciencia sin
que lo tuvieran por loco?
La solución le
vino a la mente de la mano de una idea que, en principio, nada tenía que ver
con aquella: Que él supiera, Estela no conocía el argumento de La Estrella
del Darién. Bien, ¿y qué? Pues volvamos la situación del revés: ¿Y si
llegase a saberlo y, como había hecho él, relacionase la tragedia literaria con
su propia vida y con las aviesas intenciones que pudiera tener hacia Salus? ¿Y
si fuera él quien expresamente le hiciese llegar la obra, dando con eso a
entender que había adivinado sus criminales propósitos y no estaba dispuesto a
mantenerse pasivo, si no los abandonaba de inmediato?
Cuanto más rumiaba
su iniciativa, más positiva la encontraba para ser eficaz sin comprometerse ni
quedar en ridículo: algo así como tirar la piedra, escondiendo la mano. En
efecto, esa era la clave: No había que recalcar o hacer explícito nada. Si
Estela albergaba un propósito homicida, hallaría por sí sola las claves de la
ambigua y aparentemente anodina conducta de Quique; y, si estaba lejos de ella
la intención de hacer daño a Salus, tomaría el envío de La Estrella como
una simple gentileza de su traductor.
Dicho y hecho. Tomó
una de las copias a ciclostil, la metió en sobre cerrado, dirigido a Estela, y un
lunes la envió por correo a su pensión, evitando así el encontrarla en ella y
tener que explicarse. Estuvo a punto de incorporar al envío una nota que
apuntase en la intención que el mismo perseguía, pero desistió de hacerlo:
Tiempo habría de obrar de modo más personal y directo -se dijo-, si la joven no
daba muestras de darse por aludida y él olfateaba un peligro inminente.
Bien podría ser Estela luciendo su valioso collar
6. Un nido de amor en Madrid
Justo a los siete
días del indicado envío postal, se hallaba Quique en su despacho leyendo a
Maurach[39],
cuando se presentó uno de los bedeles para informarle:
-
Don
Enrique, que ya son las diez y veinte, y Don Salustiano no se ha presentado a
dar clase a los de tercero.
Norniella comprobó
la exactitud de la hora y de ella dedujo lo raro del caso. Barcellina tenía la
costumbre inveterada de empezar su clase solo diez minutos después de la hora
prefijada. Por otra parte, él no tenía noticia de que Salus tuviera que ser
reemplazado por ningún motivo. En cualquier caso, se levantó del sillón y
respondió al conserje:
-
Ahora
mismo voy para allá. Avise de ello a los alumnos, no sea que se cansen de
esperar y se marchen.
Fue una falsa
alarma. En lo que Quique bajó las escaleras de los seminarios y cruzó el gran
patio al que daban las aulas, ya había iniciado la clase el profesor ayudante
-un doctorando, que simultáneamente preparaba oposiciones a la judicatura-. Un
poco mosca, volvió a su despacho, no sin antes advertir al bedel:
-
Cuando
termine Don Matías la clase, indíquele que quiero hablar con él en mi despacho.
El tal Matías
-Campuzano de apellido- disculpó su retraso como buenamente pudo, pero lo más
interesante fue lo siguiente:
-
El
profesor Barcellina me llamó el viernes a casa, a la hora de comer, y me dijo
que iba a hacer unas gestiones urgentes en Madrid, las cuales, dado que había
un fin de semana por delante, le llevarían cuatro o cinco días, durante los
cuales tendría que sustituirlo en clase. Me indicó las lecciones que tocaba
explicar y se disculpó por no haberme podido avisar con más tiempo… ¿Es que no
sabías nada?
-
Así
es, reconoció Quique. No querría comprometerme y cargarme con sus clases. De
todas formas, seguro que tú las das estupendamente, aunque bueno será que seas
más puntual, a fin de que los alumnos no tengan disculpas para irse a pasear al
parque.
Pasaron con exceso
los cuatro o cinco días de asueto y Salus seguía sin aportar por la
Facultad. A Quique le repelía llamar a casa del catedrático para no alarmar a
la familia, ni prestarse a la censura de Salus en un momento en que no estaba
entre ellos el horno para bollos. A la postre, fue Adelina, su mujer, quien
telefoneó a Quique, en busca infructuosa de información. Hubo algo que le salió
de ojo al adjunto que no cuadraba:
-
Estoy
preocupada porque me dijo que el congreso sería de lunes a miércoles, y
estamos a viernes por la tarde y no ha regresado, ni nos ha avisado de que se
retrasaría. Nos llamó la noche del viernes pasado para decir que había llegado
a Madrid sin novedad y que se había alojado en un hotel cercano a la Ciudad
Universitaria… ¿Querrás creer que no sé su nombre? Cuando se lo pregunté, me
dijo que ya nos llamaría él, que iba a parar poco en la habitación porque los
organizadores del congreso lo habían preparado por todo lo alto, con cenas y
excursiones.
Con esos
antecedentes, Quique no tuvo ninguna duda de que el presunto congreso era una
disculpa de Salus para pasar unos días en grata compañía. Quizá Adelina
empezaba a imaginar otro tanto, pues no era la primera vez que su marido había
dado que hablar en la Universidad, sobre escapadas con una profesora de la
Facultad de Química. El hecho es que la señora le consultó:
-
No
sé cómo actuar. ¿No podrías tú hacer algunas indagaciones cerca de otros
asistentes a ese congreso?
Quique no tuvo más
remedio que descubrir la tostada, aunque solo fuese a medias:
-
Adelina
-reconoció-, que yo sepa no ha habido ningún congreso de Derecho Penal en
Madrid esta semana. Yo que tú, dejaría pasar lo que queda se semana y, si el
próximo lunes siguen igual las cosas, denunciaría la desaparición a la policía…
Si lo deseas, yo mismo puedo acompañarte a comisaría, ya que tengo alguna
experiencia en la materia, como abogado.
En eso quedaron,
con el mutuo compromiso de comunicarse cualquier novedad. Por su parte y
reservadamente, Quique telefoneó a la pensión de Estela, preguntando por ella.
La respuesta fue de lo más reveladora:
-
La
Señorita Estela dejó la habitación hace una semana. Nos informó de que había
tomado la decisión de regresar a Brasil, debido a que su madre se había puesto
gravemente enferma.
Quique se dijo al
colgar que se daría con un canto en los dientes de que Salus solo estuviera tan
gravemente enfermo, como la Señora Andrade. Desgraciadamente, no era así
y de ello tendrían constancia días después.
***
La denuncia de
Adelina empezó a mover la acción de la policía, aunque no daría resultados
tangibles. Tal vez, los agentes actuaban de forma calmosa, dada la personalidad
del desaparecido y la confusión que él mismo había querido generar para
evitar que lo localizaran. Pronto quedó claro, por su esposa y otros testigos
de vista, que el profesor había tomado en la estación de Prestancia el tren de
las 13:30 horas el viernes de la semana antepasada, con destino Madrid,
viajando aparentemente solo y con equipaje de una maleta de tamaño mediano y
una cartera de mano. Su pista se perdía en la madrileña Estación del Norte, a
la que había llegado el convoy a las 22:35 horas del mismo día, con algunos
minutos de retraso. Para desmoralización de los investigadores, el viajero no
había tomado a la salida ninguno de los taxis que esperaban clientes, y que
fueron pronto identificados. Tal cosa, dado lo avanzado de la hora y el portar
equipaje, parecía evidenciar que Barcellina había pretendido esfumarse,
aunque su esposa lo explicaba de otro modo:
-
Mi
marido era un hombre fuerte, que se agobia en los espacios cerrados. Después de
pasarse casi diez horas encerrado en un vagón, seguro que decidió -como el
solía decir- estirar un poco las piernas, aunque llevase equipaje.
-
Es
posible -admitió el comisario-. A fin de cuentas, la Estación del Norte no
queda lejos de algunos hoteles próximos a la Ciudad Universitaria, que es donde
el Señor Barcellina se hospedó, tal y como le comunicó a usted… Por cierto,
señora, ¿a qué hora la telefoneó desde Madrid aquella noche?
-
No
lo recuerdo con exactitud -repuso Adelina-. Yo diría que entre las once y las
once y media.
El policía hizo un
cálculo mental y concluyó:
-
Un
poco pronto para encontrarse ya en la habitación del hotel. Quizá cogería un
taxi en el camino.
Adelina le
corrigió:
-
No
me llamó desde la habitación, sino desde el restaurante, porque, al preguntarle
yo si había cenado, me respondió que estaban a punto de servirle espinacas a la
crema y salmón en papillote.
-
¿No
le dijo qué tomaría de postre?, inquirió el comisario. Quizá podría ayudarnos
para identificar el hotel en que se había alojado.
También Quique
había sido interrogado y puso de manifiesto la contradicción en el motivo del
viaje, aunque dejando claro que él era un simple testigo de referencia:
-
No
tengo la menor noticia de que se haya celebrado un congreso de Derecho Penal en
Madrid la pasada semana… Claro que mis noticias sobre la razón de que el Señor
Barcellina viajara a Madrid son otras. Mi compañero, el profesor ayudante
Campuzano, fue quien me lo reveló.
-
¿Cómo?
-preguntó el inspector actuante- ¿Es que también él estaba informado?
-
Según
lo que me comentó, el catedrático -quiero decir, el Señor Barcellina- le
telefoneó para que se encargase de sus clases durante dos o tres días, porque
iba a desplazarse a Madrid para hacer unas gestiones. Del supuesto congreso,
yo no he oído hablar más que a la esposa del profesor.
Al inspector se le
veía con ganas de levantar el velo que, por respeto y pudibundez, hasta ahora
nadie había siquiera rozado:
-
¿Había
habido otras ocasiones en que así, de golpe y porrazo, Barcellina se hubiera
marchado de Prestancia, dejando sus clases varios días en manos de sus
ayudantes?
Quique decidió
contestarle en los mismos términos coloquiales:
-
La
verdad es que no era la primera vez. El profesor Barcellina es una persona muy
activa y creo que viaja con frecuencia. Y, en cuanto a encargar a otros que dieran
algunas de sus clases, es cosa corriente en la Universidad…, sobre todo, si se
es el catedrático de la asignatura.
***
Al ser las
investigaciones competencia principal de la policía de Madrid, en Prestancia no
se tuvo conocimiento suficiente de su estado y avances, hasta que el comisario
prestancino llamó por teléfono a Adelina para preguntarle:
-
Señora,
¿tenía su esposo casa en Madrid, en la calle de Ferraz, número…[40]?
-
Allí
vivieron mis suegros hasta el fallecimiento de él. Como el padre de mi marido
murió hace poco más de un año y aún vive mi suegra -aunque se haya venido para
Prestancia, para no estar sola-, mi marido todavía no ha vaciado y puesto en
venta el piso, como es su propósito en el futuro.
-
Siendo
así, supongo que su marido tendría llave de la vivienda…
-
Naturalmente…
Pero ¿qué pasa? ¿A qué me pregunta todo esto?
-
Doña
Adelina, le ruego que se pase por la comisaría cuanto antes… ¿Quiere que envíe
un coche a buscarla?
Las noticias de
Madrid no podían ser peores. Como consecuencia de salir del piso olores como de
putrefacción, algunos vecinos del inmueble se quejaron al portero. Este tenía
llave del apartamento; abrió y encontró el cadáver de un hombre en avanzado
estado de descomposición. Por lo demás, la puerta del piso no se encontraba
forzada, ni en su interior se observaban huellas de desorden, registro ni
desvalijamiento. Ni el conserje del inmueble, ni los vecinos del mismo, habían
escuchado voces o ruidos, como tampoco tenían evidencias de que el departamento
hubiese estado ocupado durante las últimas semanas.
Adelina,
acompañada por su padre y un chófer de la Policía Armada, se desplazó inmediatamente
hasta Madrid, en vehículo facilitado por la comisaría. En la morgue se realizó
la penosa identificación del cuerpo, que resultó ser el de Salustiano
Barcellina, como era de esperar. A continuación, el juez instructor ordenó la
autopsia del cadáver, para determinar las circunstancias y causas de su muerte.
El informe
médico-legal determinó, como más probable, que el fallecimiento se hubiera
producido entre tres y cuatro semanas antes. El forense, conociendo que la
llamada telefónica del finado a su esposa había sido realizada el mismo día de
su viaje de Prestancia a Madrid, concluyó que la muerte databa de los dos días
posteriores al mismo. Por lo demás, el cuerpo de Salus no presentaba ninguna
huella de violencia física, pero en el estómago se detectaron elevadas
cantidades de cianuro potásico, así como cantidades inferiores en sangre, pulmones,
corazón, riñones, páncreas y cerebro, tras la absorción del tóxico en el tracto
gastrointestinal. En consecuencia, la etiología de la muerte era, indudablemente,
la de intoxicación por cianuro[41].
El juez instructor competente de los de Madrid, sobre esa base clínica, abrió
sumario por presunto delito de asesinato, ordenando a la Policía realizar las
investigaciones pertinentes para identificar y detener a los responsables del
mismo.
***
Las noticias de
Madrid alarmaron a Quique, aunque en el fondo esa preocupación no derivaba de
datos objetivos, sino de la aflicción y cargo de conciencia que le suponía
haber sido determinante en que Estela tomara su mortífera resolución, y a toda
prisa, venciendo las dudas que, al parecer, había tenido hasta entonces.
Norniella se decía:
-
Es
probable que Salus hubiese acabado lo mismo, de no intervenir yo; pero de lo
que no me cabe la menor duda es de que habría tenido más oportunidades de salir
con bien de las asechanzas de Estela… Lo que yo pretendía haciéndole llegar La
Estrella, era que se sintiera descubierta y vigilada y, en consecuencia,
desistiera del crimen en que pensaba, ante el riesgo de que yo descubriera su
maldad y esta no quedase impune… Pero, en cambio, ¿qué es lo que he conseguido?
Animarla a cometer el asesinato, y con tal prontitud, que seguramente podrá
escapar a la justicia en España, si no está ya camino de Brasil.
Y es que Quique no
tenía la más mínima incertidumbre: Aquello era cosa de Estela. En
consecuencia, él era responsable ante la ley de no haber advertido previamente
a Salus y, ahora mismo, de no ir con sus conocimientos a la policía, orientando
así sus pesquisas. Ellos sabrían hasta qué punto eran relevantes para resolver
el crimen y obrarían en consecuencia.
De todas formas,
sus buenos propósitos se veían empañados y aplazados de día en día por el temor
de verse arrastrado en la vorágine de aquel homicidio por razones de venganza política,
en un país que dominaban con mano de hierro, precisamente, los correligionarios
de los Barcellina. ¿Cómo iban a tomarse los vencedores de la guerra el que un
tibio, un apolítico, hubiera llegado al fondo de un asunto tan
alarmante, sin denunciar a una izquierdista criminal, hija de un fusilado? ¿Y
qué decir de la aventura del collar? ¿Cómo podría explicar sus gestiones
ante el joyero Pedro Suárez, sino como una forma de ayudar a Estela a
permanecer en España para hacer de las suyas? ¡Vaya usted a saber si no lo
tomaban como un signo de que había querido sacar tajada del asunto!, pues no
resultaba muy creíble que, después de tener la joya en su poder, la hubiese
devuelto gentilmente y sin lucrarse lo más mínimo.
Poco a poco, se
fueron enfriando sus propósitos de tomar el camino de la comisaría y, en
paralelo, iban naciendo las inquietudes de que la policía descubriese sus
relaciones con Estela y su mundo, antes de que él se las confesara
espontáneamente. Ciertamente, en aquella pequeña y murmuradora ciudad era muy
posible que algunos recordaran que la joven había estado en el seminario de
Derecho Penal, pero eso podía explicarlo sin dificultad con la mucho más
evidente relación de Estela con Salus. De la jornada en la Quinta del Rebollar,
nada había que pudiese despertar sospechas. Argimiro de Arteaga difícilmente
ataría cabos respecto de sus preguntas acerca de las flores de lis o el
registro civil. ¿Qué es lo que quedaba entonces como ominoso? ¡En efecto!, el
joyero, siempre el joyero; pero, si Quique no confesaba de quién era el collar,
todo podía quedar reducido a las gestiones de un abogado en favor de una
clienta de su bufete en apuros. El profesor respiraba. No obstante,
volvía una y otra vez a repasar los indicios que podían obrar en su perjuicio
y, siempre llegaba a la misma conclusión: Solo su confesión podía convertir
aquellos en una losa que hundiera su vida o, cuando menos, su futuro
profesional.
De pronto, le vino
a la cabeza un pormenor que le había pasado inadvertido: ¡la traducción de La
Estrella! En su opinión, podía darse por supuesto que la copia enviada a
Estela la habría hecho desaparecer esta, ya que conservarla en su poder no
podía tener para la policía otra explicación que la de que había tomado la
peripecia teatral como modelo a imitar en la vida real. Pero, ¿y la traducción oficial,
esa que había remitido meses atrás a la revista de la facultad de Letras para
que viera de publicarla? Desde luego, no era fácil que ningún policía fuese tan
aficionado a la lectura, que le diera por hojear aquella publicación, pero ¿y
si fuese un profesor o algún alumno de la misma Prestancia quien leyera la
tragedia y hallase las analogías con lo acaecido a Salus? Tenía que hacer algo
al respecto, sin despertar sospechas y aprovechando que la edición de su
trabajo parecía haber quedado muy a la cola en las preferencias del consejo de
redacción…
***
Cuando quien apareció
ante su vista fue el profesor Del Arco, casi le da un desmayo a Quique. ¡Nada
menos que estaba en presencia de la luminaria de la Universidad, el
mentor de Estela, de quien era probable que esta se hubiese despedido a la
francesa!
El profesor Del
Arco fijó en él sus penetrantes ojillos, le invitó a sentarse y, sin más
preámbulo, le preguntó:
-
¿Es
usted el profesor que quiere hablar con un redactor, acerca de algún problema
con un original enviado a la revista de la Facultad para su publicación?
Quique, pasado a
medias el susto, le soltó el rollo que llevaba preparado:
-
En
efecto. Hace unos meses les hice llegar un original, consistente en la
traducción de una tragedia inédita en alemán y querría retirarlo.
Del Arco entendió
que lo hacía como represalia por la tardanza en publicarlo y le dio lo más
parecido a una explicación:
-
Estamos
muy cortos de presupuesto y muy largos de original. Además, creo
recordar que su trabajo es muy extenso, hasta el punto de que teníamos decidido
publicarlo en dos números consecutivos de la revista.
-
No
es eso, profesor -replicó Quique-. Al contrario, me alegro de que no lo hayan
editado hasta el momento, porque quiero hacer unos retoques y hacer constar en
el prólogo algunas nuevas publicaciones que sobre Lessing han aparecido
últimamente en Alemania.
-
Bien
-concedió Del Arco-, siendo así, voy a dar orden de que se lo devuelvan inmediatamente…
No estoy muy seguro de quién lo tiene, porque estaba encargada de ayudarnos una
becaria brasileña, que nos ha dejado repentinamente por problemas familiares.
Del Arco se
levantó, estrechó la mano de Quique y lo despidió con estas palabras:
-
Cuando
lo tenga corregido, no dude en volverlo a traérnoslo. El difunto profesor
Barcellina tenía mucho interés en su publicación. Esta sería una especie de
tributo de la revista a su memoria.
Camino de casa,
con la traducción ya en la cartera, Quique no hacía más que darle vueltas a una
idea que Del Arco había grabado a fuego en su cerebro:
-
¿Y
si, después de tanto darme golpes de pecho por el envío deliberado del drama a
Estela, resulta que ella ya lo había leído sin ninguna voluntad por mi parte,
al figurar entre los originales a publicar por la revista?
A cada paso que
daba con aquella razonable posibilidad en la cabeza, el cuerpo le parecía más
ligero y las cuestas, menos empinadas. Rio para sus adentros, mientras
mentalmente repetía la frase, tantas veces escuchada a Salus, muy inclinado a
los dichos en italiano: Chi lo sà?[42]
Piedra de armas de los Argüelles
7. La vida sigue
Por esas cosas que
tiene el temperamento humano, Adelina le había cogido afecto a Quique, ¡quién
sabe si por ser la antítesis de su marido, pese a estar profesionalmente tan
cercano a él! Tras la compañía y ayuda prestada en los primeros momentos, el bufete
de Corredera se había encargado de todos los trámites de la testamentaría, pero
la viuda, en su nombre y en el de los dos hijos menores, había decidido:
-
No
le parezca mal, Maximino, pero quiero que lleve el asunto personalmente Enrique
Norniella. Mi marido y él se conocían bien y se tenían gran afecto.
No pasaba de ser
una disculpa para que el jefe del bufete no se incomodara, pues Salus había
hablado en contadas ocasiones a su esposa sobre su adjunto, la mayor parte de
las cuales para ridiculizarlo por su poco espíritu y ambición y, sobre todo,
para murmurar sobre su patológica vocación por la soltería. No es
improbable que aquella supuesta patología fuese un motivo más por el que
la viuda se sintiese cómoda y confiada, al poner confidencias y herencia
yacente en aquel joven sin pretensiones.
Valga lo dicho
para explicar por qué estaba Quique tan al tanto de la marcha de las
investigaciones de la policía, así como de las interioridades que acabaron por
poner precipitado fin a aquellas. Veamos cómo.
-
Estoy
muy preocupada -confesó Adelina a Quique-. Por deferencia a mi amigo, el gobernador
civil, ha venido a visitarme el comisario, y me ha indicado que tienen ya un
sospechoso de haber envenenado a mi marido… Vamos, una sospechosa.
Quique tragó
saliva y ni siquiera preguntó la identidad de la mujer. ¡Demasiado había
tardado la policía en dar con ella!
-
Se
trata de una chica brasileña -prosiguió Adelina-, que parece que se entendía
con Salus desde hacía meses… La verdad es que ya había escuchado algunos
comentarios sobre esa relación, pero no les hice mucho aprecio. Ya sabes que mi
marido era un poco faldero: nada serio ni que durase arriba de una
temporada; y lo peor que podías hacer era tomarlo por la tremenda o echárselo
en cara.
Norniella se
limitó a asentir con la cabeza, con cara de circunstancias. Adelina pasó al
meollo del asunto:
-
Yo
no entiendo de leyes ni de juicios, pero me da toda la impresión de que la
policía de Madrid no tiene más que barruntos y quiere exagerarlos, para que no
se diga que tiene un crimen sin resolver desde hace seis meses. Vamos, salir
del paso y, de paso -valga la redundancia-, preparar un escándalo mayúsculo en
Prestancia, dejando la memoria de Salus por los suelos, y a los niños y a mí,
ni te cuento…
El adjunto
entendió perfectamente las reticencias de Adelina y, maliciosamente, decidió
incrementarlas:
-
¿Han
detenido ya a la sospechosa? ¿La han interrogado?
-
¡Ahí
está lo más gordo!, exclamó la viuda. La pájara ha volado y se da por
seguro que ya está en Brasil a buen recaudo pues, por lo que me dio a entender
el comisario, ese país no suele conceder la extradición; menos aún, de sus
nacionales. Así que, ya ves, avergonzarnos a todos, incluidos los pobres niños,
para no conseguir nada. Para eso, mejor archivar el asunto y no causar más daño
que el irreversible, que ya está hecho.
Quique decidió dar
ya su opinión, visto que coincidía plenamente con la de Adelina:
-
Estoy
de acuerdo contigo. ¿Por qué no hablas con el gobernador civil para ver de
parar los excesos de celo de la policía, cuando menos, mientras no tengan
pruebas más concluyentes?
-
Ya
lo he hecho y ha quedado en que hará todo lo posible por evitar el escándalo.
El problema es que el asunto se tramita en Madrid, por lo que él no puede
intervenir directamente. Me ha sugerido que, como mujer del asesinado, me
persone en el proceso ejercitando la acusación… no sé qué…
-
Particular
-precisó Quique-. Es habitual hacerlo en los casos de crímenes graves.
-
Pues
de eso se trata -puntualizó la mujer-. Creo que hace falta un abogado que esté
colegiado en Madrid[43],
para que defienda mis intereses. Tendré que buscarlo. ¿Conoces a alguno bien
preparado y de confianza?
-
Yo
ya estoy colegiado en Madrid, para intervenir en asuntos del bufete de
Corredera. Si quieres…
-
¡Por
supuesto, encantada! Precisamente iba a pedírtelo… Pero no quiero que se meta
en ello Maximino. Es buen abogado, pero no me fío de su discreción en este
caso.
-
No
te preocupes -concluyó Quique-. Él me confía todos los asuntos penales del
despacho… cobrando su parte, naturalmente.
***
El letrado
Norniella tenía el santo de cara. El juez instructor que le había tocado en
suerte era uno de esos mirlos blancos -aunque vistan toga negra- que resultan, todo
a un tiempo, amables, sensatos y expeditivos. Le había solicitado audiencia a
los tres meses de haberse personado, y halló en el magistrado a una persona
comprensiva y que conocía perfectamente el asunto en tramitación.
-
Así
que de Prestancia -comentó el juez-. Hace la broma de veinte años, estuve de
juez de término en Ferrera, y aún recuerdo con cariño toda aquella hermosa
provincia.
-
Tanto
mejor que Su Señoría conozca la zona y sus costumbres, para que reciba con
buena voluntad y comprensión lo que, en nombre de mi patrocinada, la viuda de
Barcellina, y de sus hijos voy a exponerle.
De modo breve y
sentido, Quique transmitió al magistrado el sufrimiento moral y las habladurías
que se generaban por la prolongación, mes tras mes, de aquel sumario, sin que
se hiciesen progresos en la investigación, ni se concretasen las sospechas o
indicios en datos probatorios tangibles. El juez convino en ello:
-
Tiene
usted toda la razón. De hecho, estoy demorando la conclusión del asunto por la
insistencia de la policía en que les dé tiempo para tratar de poner en claro el
asesinato de alguien tan notorio, como un catedrático de Derecho Penal. Pero todo
tiene un límite y, de hecho, lo mismo opina el fiscal, con quien he consultado
el tema, al saber que usted había pedido hablar conmigo… No hay nada más contra
esa chica brasileña que haber tonteado con el difunto y haberse marchado
de Prestancia -con causa aparente bien justificada-, más o menos, en las fechas
en que envenenaron a la víctima en Madrid… Algo completamente insuficiente para
procesar a nadie, y menos a una muchacha sin antecedentes y que, a estas horas,
estará en São Paulo cuidando de su madre. ¡Menuda bronca me iban a echar los
de arriba, si les pido que promuevan una extradición con esos nimios
indicios!
-
Y
con lo difícil que es conseguir algo así de Brasil, y respecto de sus
ciudadanos…, añadió Norniella.
El magistrado
quedó como absorto por unos momentos y luego, dirigiéndose a Quique, sugirió:
-
¿Por
qué no toma usted la iniciativa y me pide que concluya el sumario sin exigencia
de responsabilidad contra persona alguna? Luego, el fiscal y usted piden a la
Audiencia el sobreseimiento provisional[44]
y punto. Así, no podrá decir la policía -como alguna vez han murmurado de mí- que
ya está el juez del número 10 con las prisas de siempre.
-
Mañana
mismo le presento el escrito -repuso Quique, exultante-, y muy agradecido por
su atención.
-
El
agradecido soy yo -replicó el magistrado-. Ojalá todos los abogados agilizasen
los procesos, en vez de dilatarlos mucho más allá de lo necesario.
***
Las navidades se
echaban encima y Quique se dispuso, como en años anteriores, a cerrar la casa y
trasladarse por unos días a la de los padres, que la soledad es muy triste
en estas fechas, según decía su madre. Dio la casualidad el que, la jornada
en que se disponía a hacer el traslado, recibiese una carta sin remite, con
matasellos de São Paulo. Le dio un vuelco el corazón
y lo primero que hizo fue comprobar detenidamente que el sobre no presentaba
huella ninguna de haber sido manipulado ni abierto. Ya con más confianza,
procedió a su apertura. Halló una tarjeta postal a color, con una vista del
parque de Ibirapuera, y un sucinto texto al dorso:
Con mis mejores
deseos para Navidad, el Año Nuevo y todos los años de tu vida.
Cariñosamente,
La Estrella del
Darién.
Quique esbozó la
mueca de una sonrisa, redujo a trocitos el sobre y la postal y los echó a la
lumbre en que estaba haciéndose el estofado de alubias, del que era un
consumado maestro. Luego, recordando el alias que había usado Estela, fue hasta
el despacho, tomó el manuscrito original de la obra y su traducción, y los
condenó a la misma pena que a la carta que acababa de recibir. Mantuvo el fogón
abierto hasta que se consumió el último adarme y pensó si podrían igualmente consumirse
y escapar por la chimenea todos los punzantes recuerdos que guardaba de lo que
sucede, cuando alguien tan ignorante e inexperto como él osa atravesarse en los
inescrutables designios del destino.
[1]
Traducción casi literal de la expresión germana burgerlisches Trauerspiel,
nuevo modelo de tragedia o drama, generalizado a partir de mediados del siglo
XVIII, del que fue pionero y maestro en Alemania, Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781).
En el curso del relato se harán mayores precisiones al respecto.
[2]
Para las no muy abundantes traducciones de obras de Lessing al español, véase
la enumeración de María Teresa Ruiz, en la web phte.upf.edu. La tragedia
Miss Sara Sampson (1755) fue traducida del francés e impresa en un in-quarto
tipo folleto, de 32 pp., en la imprenta de Carlos Gibert y Tutó, en
Barcelona, s.f. (se cree que entre 1775 y 1796) -tiene acceso libre por
Internet-; su siguiente traducción al español hubo de esperar hasta 2014.
[3]
La falta de uniformidad y normalización del alemán en el siglo XVIII daba lugar
a su diversificación en varios dialectos, uno de los cuales es el
denominado “medio oriental”, hablado en Sajonia. Lusacia es una comarca al este
de Sajonia, en la que se hablaba -y se sigue hablando, ya residualmente- el
idioma sorabo, que no es lengua germánica, sino eslava noroccidental,
emparentada con el polaco y el checo.
[4]
Líbreme Dios de compartir la aseveración por profesor Barcellina, en cuanto
pudiera sentirse en ella una insinuación contraria a la calidad científica y
conocimiento de la lengua tedesca de quien pasa por ser el más ilustre
traductor y anotador de Mezger (a quien aludiré poco después con más detalle):
José Arturo Rodríguez Muñoz (1899-1955), que tradujo al español, en la
Editorial Revista de Derecho Privado de Madrid, el Tratado de Derecho Penal (1935)
y la Criminología (1942), del citado profesor alemán.
[5]
Buenos días y gracias, en español.
[6]
Equivalente aproximado a un profesor universitario que, por su menor titulación
o dedicación a la Facultad, recibe menores ingresos, los cuales procura
completar con la docencia privada de algunos alumnos u otras ocupaciones
no remuneradas por la Universidad.
[7]
O, como rezaba en el original, Der Stern von Darien. In-quarto es el
libro o folleto cuyas páginas tienen el tamaño de medio folio (es decir, de una
cuartilla).
[8]
La Parte General del Derecho Penal se
cursaba a la sazón en segundo año de Carrera. La Parte Especial, en tercero.
Véase también la nota 20.
[9]
In dubio, pro reo, equivalente a favorecer en caso de duda al acusado
(en el caso del texto, al alumno que se examina). In dubio, studium, con
lo que Norniella quiere decir que el estudiante cuyo aprobado esté dudoso debe
esforzarse por mejorar.
[10]
Fundador, marca de brandy de las bodegas jerezanas de Pedro Domecq, de
gran consumo en España en la época a que se refiere el presente relato (década
de 1950).
[11]
Arturo Rocco (1876-1942), catedrático de Derecho Penal en Roma entre 1929 y
1942. Una buena aproximación a su importante y controvertido perfil:
Giovannangelo De Francesco, Rocco, Arturo, Enciclopedia Treccani, 2012,
con amplia bibliografía complementaria.
[12] Herr
Knauss se refiere a instituciones señeras de Múnich, como la Gliptoteca y
la Altepinakothek.
[13]
Se trata de objetivos o intenciones en la acción criminal, sin los cuales el
sujeto no incurre en delito, ya que los exige como esenciales la norma penal
(ejemplo: el ánimo de lucro en los delitos de robo y hurto). La consecuencia
más destacada de su concurrencia es la de que los delitos en que se exigen no
admitan la forma culposa de responsabilidad. Suele considerarse a Mezger como
el pionero en su detección y estudio.
[14]
Ha llegado el momento de aludir en nota al profesor Edmund Mezger (1883-1965),
catedrático de Derecho Penal en Múnich entre 1932 y 1952, uno de los más
grandes penalistas del siglo XX y, al propio tiempo, simpatizante y apoyo de
varias de las doctrinas o posturas nazis en materia criminal. Para
detalles, me remito a la siguiente obra: Francisco Muñoz Conde, Edmund
Mezger y el Derecho Penal de su tiempo. Estudios sobre el Derecho Penal del
Nacionalsocialismo, 4ª edición, Tirant lo Blanc, Valencia, 2003, en
especial pp. 87-88, 156-157 y 358-376. El libro tiene completo y libre acceso
por Internet: ¡Gracias a los responsables de ello!
[15] 1939:
año en que comenzó la Segunda Guerra Mundial.
[16]
Glückes genug, Escena infantil número 5, en re mayor, de Robert
Schumann.
[17]
Las penas del joven Werther (1774), la más famosa novela de Johann
Wolfgang von Goethe (1749-1832).
[18] Véase
antes, nota 1.
[19] Véase
antes, nota 2. Aparte las cualidades intrínsecas en esta tragedia, su
importancia se multiplica, al considerarla un eslabón pionero y decisivo en el
paso del teatro barroco e ilustrado, al romántico.
[20]
La distribución tradicional de los estudios de Derecho Penal en los planes
históricos de estudios de Derecho, suponía dedicar dos cursos a la materia: el
primero, en segundo año de la licenciatura, dedicado a la llamada Parte
General de la materia; el segundo, en tercer año de carrera, a la Parte
Especial, o estudio de los distintos delitos y faltas. Este plan ha sido
paulatinamente reemplazado por el nacido del R.D. 1424/1990, de 26 de octubre
(BOE nº 278, de 20 de noviembre).
[21]
Pese a la imprecisión de nombre y de fecha, debe de tratarse del Anuario de
Derecho Penal y Ciencias Penales, editado en Madrid por el Ministerio de
Justicia de España a partir del primer cuatrimestre de 1948. Actualmente
(2023), dicha revista sigue publicándose, con notable aceptación.
[22]
Es decir, partidario de Manuel Azaña Díaz (1880-1940), presidente del Consejo
de Ministros (1931-1933) y de la República (1936-1939), o afiliado a su partido
político, Izquierda Republicana (fundado en 1934).
[23]
No codiciarás los bienes ajenos. Más completa es la versión del libro
del Éxodo (20. 17): No codiciarás… nada que sea de tu prójimo.
[24]
Aforismo acuñado por Santo Tomás de Aquino y que es discutido en Derecho Penal,
al plantearse la relación de causalidad relevante entre la acción del autor y
su resultado delictivo. Podría traducirse por la causa de la causa es (también)
causa de lo causado (en este caso, del mal causado).
Y perdonen el galimatías.
[25]
El Darién es el nombre dado desde la conquista española (siglo XVI) a una
extensa región, a un lado y a otro del istmo de Panamá, correspondiente al
oeste de la República de Panamá y al noroeste de la de Colombia.
[26]
Se trata de una licencia o de un error del autor de Der Stern von Darien,
ya que, ni en el siglo XVIII, ni en los anteriores, Burgos tuvo Audiencia, la
cual fue creada en 1834, con el carácter de Territorial.
[27]
Alusión a una conocida frase de Casio a Bruto, en la tragedia histórica Julio
César.
[28] Alusión
a la irónica expresión italiana: traduttore, traditore.
[29]
Para el Anuario, véase la nota 21. Revista de Legislación alude sin duda a la Revista
General de Legislación y Jurisprudencia, fundada en Madrid en 1853,
actualmente (2023) en funcionamiento, siendo la decana de las publicaciones
jurídicas en lengua española.
[30]
Moneda de curso legal en Brasil entre 1942 y 1967, 1970 y 1986 y, finalmente,
1990 y 1993, en que fue sustituida por el real.
[31]
Los colegios mayores para estudiantes hispanoamericanos (incluidos,
también, los brasileños) fueron una iniciativa del Instituto de Cultura
Hispánica, siendo el primero que empezó a funcionar (1947) el de Nuestra Señora
de Guadalupe, en Madrid, que lo hizo con tres estudiantes brasileños entre los
hospedados. Véase, Concepción Navarro y Antonio Niño, La casa matriz del
sueño hispánico. El Colegio Mayor hispano-americano Nuestra Señora de Guadalupe
(1947-2009), Creative Commons, espec. pp. 40-70.
[32]
La Real Academia Española define esta expresión como ser de ideas muy
avanzadas pero, en su origen, significaba ser de izquierdas o,
concretamente, de los que perdieron nuestra guerra civil o simpatizante de los
mismos.
[33]
Recuérdese que el relato está ambientado hacia 1950.
[34] Las
cifras indicadas en el relato son conjeturales. Una gargantilla parecida a la
descrita fue subastada en 2018 en Ginebra, especulándose con que alcanzara un
precio entre 0,7 y 1,2 millones de dólares.
[35]
Particularmente, me reveló Enrique Norniella que se trataba de la siguiente
obra: Ciriaco Miguel Vigil, Heráldica asturiana y catálogo armorial de
España, Oviedo, 1892. Como le lo contó, lo cuento.
[36]
El hallazgo de una vacuna eficaz contra la fiebre amarilla data de 1938,
esforzándose la Fundación Rockefeller por aplicarla masivamente en Brasil. No
obstante, en la fecha probable de defunción de la Señora Argüelles (hacia
1945), todavía había amplias capas de la población sin vacunar. A titulo de
curiosidad, véase: Erling Norby, Yellow fever and Max Theiler: the only
Nobel Prize for a virus vaccine, Journal of Experimental Medicine, 204(12), November, 2007, pp. 2779-2784 (puede consultarse por Internet).
[37]
El narrador juega aquí con los dos significados más frecuentes de la expresión,
según la Real Academia Española: 1. En el teatro de la Antigüedad, personaje
que representaba a una divinidad y que, mediante un mecanismo, descendía al
escenario para resolver situaciones complicadas o trágicas. 2. Persona o cosa
que, con su intervención, resuelve, de manera poco verosímil, una situación
difícil dentro de una obra literaria.
[38]
Relato de esta verosímil anécdota en historiasdealcala.wordpress.com,
por José Antonio Peralvárez, entrada de 30-10-2013.
[39]
Reinhard Maurach (1902-1976), insigne penalista alemán. Véase, Francisco Muñoz
Conde, Reinhard Maurach. Vida y obra de un penalista alemán del siglo XX, Eunomía.
Revista en Cultura de la Legalidad, 20 (2021), ppg. 61-85, espec. pp 65-82
(accesible libremente por Internet).
[40]
Por respeto a sus actuales moradores, eludo el recoger en el relato el número y
piso de la aludida vivienda.
[41]
Si algún lector tiene curiosidad por el tema, le sugiero la libre consulta por
Internet del siguiente artículo: Augusto V. Ramírez, Toxicidad del cianuro.
Investigación bibliográfica de sus efectos en animales y en el hombre, Anales
de la Facultad de Medicina, v.71 n.1, Lima, ene./mar. 2010.
[42]
Equivalente a nuestro ¿quién sabe?
[43]
En la época del relato, la colegiación de los abogados se hacía Colegio por Colegio,
según se precisara para actuar ante los juzgados y tribunales de cada sede.
Actualmente (2023), dicha colegiación tiene carácter único para todo el
territorio nacional.
[44]
En la época del relato, todo auto de sobreseimiento de un sumario -fuera libre
o provisional- tenía que acordarse por la Audiencia Provincial. El
sobreseimiento provisional significa que puede continuar la investigación policial
de los hechos y, si aparecen nuevas y significativas pruebas, reabrir la causa
judicial.
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