El caso Lambrakis visto por sus
protagonistas (Primera parte)
Por Federico Bello Landrove
Este relato,
entre la realidad y la ficción, es otra vuelta de tuerca a la versión de
Vassilis Vassilikos sobre el crimen político del diputado griego, Grigoris
Lambrakis[1]. Tal
vez, el mayor interés de mi visión del caso radique en su puesta al día en un
momento (año 2021) en que, por el tiempo transcurrido y el fallecimiento de
casi todos los protagonistas, no será fácil que se produzcan nuevas
revelaciones sobre el tema. (Por su extensión, he decidido dividirlo en dos
partes de parecida longitud)
Memorial de Grigoris Lambrakis en
Tesalónica
1.
Un pacifista en la boca del lobo
De los diarios de Tesalónica,
hacia el 20 de mayo de 1963:
En la tarde del
próximo miércoles, 22 de los corrientes, el diputado nacional por el distrito
de El Pireo, Grigoris Lambrakis, visitará por primera vez en condición de tal
nuestra ciudad, para dar un mitin en la sala Picadilly[2].
Como saben nuestros lectores, el señor Lambrakis, famoso en su juventud por sus
proezas atléticas[3],
es un ilustre médico de Atenas que, hace dos años, en las filas del partido ADE[4],
obtuvo escaño en el Parlamento[5].
Su visita a Salónica tiene como objeto divulgar y explicar las tesis pacifistas
y de distensión, que viene manteniendo en el seno del movimiento internacional
presidido por Bertrand Russell. Entre otros objetivos, ADE pretende la salida
de Grecia de la OTAN y la prohibición de las pruebas y del armamento nuclear[6].
Así mismo, los
lectores recordarán que, en el pasado abril, el señor Lambrakis adquirió
notoriedad general por su protagonismo en la marcha por la paz desde Maratón
hasta Atenas[7]. Pocos días después, en Londres, el
diputado protagonizó un enfrentamiento con la Reina Federica, que se hallaba en
visita privada en la capital británica, siendo detenido por la Policía inglesa
durante unas horas[8].
La noticia de la
visita del diputado ha sido recibida con gran interés en la capital de
Macedonia[9], aunque no todos lo acogerán con los
mismos sentimientos. De fuentes bien informadas, sabemos que se preparan
manifestaciones de repulsa por parte de grupos contrarios al pacifismo que el
señor Lambrakis representa. Un miembro de uno de esos grupos nos preguntaba
irónicamente: ¿Por
qué no va a Bulgaria a pedir que se desarme el Pacto de Varsovia?
***
Solicité
entrevistar al abogado Iannis Patsas en vísperas de su declaración en el juicio
por la muerte de Lambrakis, celebrado en el tribunal de Salónica entre octubre
y diciembre de 1966. Patsas había estado muy cercano de los hechos, como organizador
de la visita de Lambrakis a la ciudad, el 22 de mayo de 1963. Era testigo
sabedor de muchas cosas, tanto por su circunstancia de ser a la sazón el
presidente del Comité por la Paz tesalonicense, como por su conocimiento
personal y profesional de la ciudad y de su entorno. Era, pues, obligado recoger
su versión de los hechos para el futuro libro sobre el tema que, ya entonces,
me encontraba preparando. Ya fuese por desconfianza hacia un desconocido, ya
por deferencia al tribunal, la secretaria del abogado me transmitió la decisión
de este, demorando nuestro encuentro:
-
El
letrado Patsas considera preferible no hacer declaraciones hasta haber
testificado pasado mañana en el juicio -me dijo su empleada-.
-
Pero,
para entonces ya no las necesitaré -argüí-. Me bastará con tomar nota de sus
contestaciones al fiscal y a los defensores.
-
En
un juicio como este -replicó-, siempre quedan por decir muchas cosas; a veces,
las más importantes.
En fin, mantuve la
entrevista[10]. Patsas
la comenzó de manera radical, con la misma vehemencia de que había hecho gala
en el juicio. Y es que, de algún modo, se sentía responsable moral del triste
fin de Lambrakis, por no haber previsto las consecuencias de su viaje a
Tesalónica:
-
Yo
no lo conocía personalmente de antes -afirmó-, pero indudablemente era un
hombre excepcional e hicimos lo imposible para que viniera a Salónica. Luego,
cuando las cosas se fueron complicando y poniendo amenazadoras, no quisimos dar
marcha atrás, por no reconocernos ante él timoratos o ineficientes.
-
Lo
comprendo -reconocí-. Yo sí lo conocía y no era hombre que se amilanase, ni
diera marcha atrás ante las dificultades.
-
En
efecto. La verdad es que, tan pronto llegó al aeropuerto a mediodía, no me dolieron prendas en informarle de los problemas que estaban
surgiendo, pero, lejos de vacilar, fue tomando iniciativas, con su condición de
diputado por bandera. ¡Cómo si eso significase mucho en Grecia!
Patsas entorna los
ojos, se arrellana en el sillón y hace por enumerar de forma breve y
cronológica los sucesos más relevantes:
-
Todo
comenzó con una llamada de la mujer de un colega, a quien un conocido, sabiendo que organizaba el mitin de Lambrakis, le confesó haber oído cosas muy ominosas en
los ambientes de extrema derecha, incluso atentar contra su vida. Me pareció
una noticia alarmista poco digna de crédito, máxime porque el confidente no
quería bajo ningún concepto dar la cara y ratificarla ante la Policía. No
obstante, lo hablamos entre nosotros, los organizadores, y acordamos transmitir
la amenaza a las autoridades, para que tomasen las oportunas medidas.
-
¿Con
quién hablaron, en concreto?
-
Para
empezar, con el coronel jefe de la Gendarmería en Tesalónica, con quien ya
tenía yo un motivo de protesta y enfado, pues había prohibido que el acto se
celebrase en el Club Picadilly, con nimios pretextos de seguridad. El
coronel, Efzimios Kamutsis, insistió en su negativa, con el pretexto de que los
asientos de la sala no estaban fijados al suelo y otras disculpas, y, en lo relativo a la
seguridad del diputado, aseveró que, de llevarse a cabo el acto, tendría la
pertinente protección policial.
-
Protección,
parece que no mucha -repliqué-, pero lo que es presencia…
-
En
efecto, de eso no hay duda: unos doscientos efectivos uniformados, que
acordonaron la encrucijada de calles de la sala donde, finalmente, celebramos
el acto, que era propiedad de los sindicatos, pero mucho menos adecuada, tanto
por su menor cabida, como por estar situada en un primer piso. Lo único bueno
es que estaba frente por frente del Hotel Kosmopoliti, en donde
reservamos habitación para Lambrakis.
-
Decía
usted que el coronel de la Gendarmería no le hizo mucho caso en lo del riesgo
vital para el diputado…
-
En
vista de ello, dada mi condición de abogado, me dirigí a la Fiscalía. Me
atendió personalmente el fiscal jefe, Panayotis Argiropulos, quien, aunque de
forma un tanto irónica y displicente, me prometió la presencia en la conferencia
de Lambrakis de un fiscal ayudante, Dimitrios Papantoniu. Finalmente, la
Fiscalía ni hizo nada por evitar el atentado, ni Papantoniu hizo acto de
presencia en el lugar.
-
¿Cómo
explicó esa ausencia, en contra del criterio de su jefe?
-
Me
explicó que, al no concedernos para el acto la sala Picadilly, él creyó
que se suspendía la charla de Lambrakis. Puede parecer una disculpa pueril,
pero es persona bastante digna de crédito.
-
A
propósito de eso, ¿cómo fue, en general, la actitud de los fiscales de Salónica
durante la investigación del atentado?
-
No
tengo motivos de queja, pero sí de cómo actuó el fiscal jefe en los momentos
anteriores al crimen. Al ver la actitud violenta de los manifestantes
contrarios al acto pacifista y que Papantoniu no aparecía, llamé lo menos
quince veces a la oficina de la Fiscalía, tratando de hablar con el jefe
Argiropulos, o con alguno de sus colegas. Ninguno de ellos se puso al teléfono
y, cuando pedí el número particular del fiscal jefe, un oficinista me contestó
desabridamente que lo buscase en la guía… Por lo demás, pese a la
transcendencia de los hechos, el Fiscal Jefe se desentendió formalmente de
participar en la investigación judicial del caso y delegó en sus ayudantes.
Algunas cosas más
me refirió el abogado Patsas, pero prefiero pasar el uso de la palabra a otros
personajes del drama, para dar al relato el tono coral que se requiere, a fin
de que sean los lectores quienes integren todas las piezas del rompecabezas
y saquen su personal versión de lo sucedido.
Lambrakis iniciando su famoso maratón
pacifista (abril de 1963)
2.
Inventando un accidente de circulación
Versión general
que, sobre el atentado contra Lambrakis, ofrecieron al día siguiente, 23 de
mayo de 1963, los diarios más favorables al Gobierno, con base en los datos
ofrecidos por las autoridades policiales de Tesalónica:
Como era de
esperar, el acto falsamente pacifista organizado por los políticos izquierdistas
de la EDA, con la cooperación de los comunistas, desembocó en fuertes
altercados en las calles próximas, aunque las acción eficaz y contundente de la
Gendarmería evitó en lo posible los enfrentamientos entre los asistentes al
mitin del señor Lambrakis y los ciudadanos que protestaban por las expresiones
y consignas que altavoces instalados sin autorización emitían desde el interior
de la sala donde se desarrollaba el acto. Finalmente, este pudo concluir sin mayores
problemas, aunque los asistentes rechazaron la propuesta policial de recogerlos
y trasladarlos hasta sus domicilios en varios autobuses fletados al efecto.
Desafortunadamente,
pese al corte total de circulación en la zona ordenado por las autoridades, un
motocarro se saltó el bloqueo cuando los asistentes al acto político ya
abandonaban el lugar, al concluir el mismo. El diputado Lambrakis, que se
hallaba en plena calzada departiendo con algunos conocidos, no se percató de la
llegada del vehículo y fue atropellado por el mismo, cayendo al suelo y
golpeándose la cabeza contra el pavimento. Inmediatamente fue evacuado al
hospital AHEPA, donde ha quedado ingresado, al parecer, en estado muy grave.
También ha
recibido atención médica el diputado colega de Lambrakis, señor Tsarujas, que
recibió por parte de contra-manifestantes algunos golpes, que no hacen temer
por su estado.
Las primeras
indagaciones parecen indicar que la alta velocidad a que circulaba el motocarro
y el consiguiente atropello pudieron deberse a haber bebido más de la cuenta su
conductor, persona debidamente autorizada para dedicarse al transporte de
mercancías con dicha clase de vehículos.
***
Contra lo que yo
esperaba, el coronel Kamutsis no me puso ninguna pega a la hora de concederme una
entrevista. Acababa de salir muy bien librado del juicio y acogió de buen grado
mi petición, que presenté como parte de un esfuerzo serio por alcanzar la
verdad, ahora que ya había hablado definitivamente la Justicia[11].
El hecho de tratarse en mi caso de un periodista de un diario de derechas y
profesor de la Aristóteles[12],
me facilitó el acceso, pues la verdad es que Kamutsis había quedado harto de la
prensa de Atenas, a la que juzgaba responsable de haber montado aquel
maldito caso y, en especial, de dirigir la investigación judicial contra la
Gendarmería, considerándola cómplice -si no inductora- del atentado contra
Lambrakis[13].
-
¡Treinta
y seis años de servicios injustamente destrozados!, exclama. Es cierto que he
sido absuelto, pero después de más de tres años, con cárcel y una úlcera
incluidas. ¡Y para algunos no es suficiente! ¿No oyó al fiscal decir que el
juicio no había arrojado mayor luz sobre el caso que la de una linterna con la
pila a punto de agotarse?
-
Usted
siempre ha blasonado -cambio de tema- de haber evitado la violencia y la sangre
en la represión de las alteraciones de orden público, incluso en lugar tan
difícil como Salónica. También se refirió en su testimonio a que, al margen de
sus ideas políticas, ha buscado con plena objetividad evitar el delito y
proteger a todos los ciudadanos. Sin embargo, la impresión general es que se
apoyaba para asegurar la tranquilidad en ciertos individuos y organizaciones paramilitares
que, a cambio, obtenían benevolencia de la Policía. Y conste que no me
refiero a consentirles que delinquiesen, pero reconocerá que hubo demasiada
tolerancia con los numerosos grupos de personas que integraron aquella
contra-manifestación: gritos, golpes, lanzamiento de piedras, exhibición de
objetos contundentes…
-
¡Alto,
alto! Distingamos. Que se concentren unas decenas -tal vez, un centenar- de
personas para manifestar su desprecio hacia los organizadores del acto, entra
dentro del derecho político a manifestarse. Que, ante los disparates que
estaban oyendo decir por los altavoces, se indignasen, gritando y hasta
arrojando algunas piedras, es inevitable y provocado por quienes hablaban
dentro de la sala, el diputado Lambrakis principalmente. Esa fue toda la benevolencia
que allí practicó la Policía que, por otra parte, acordonó la zona y
desplazó a ciento ochenta agentes para separar a los contendientes. A mayores,
en cuanto recibí aviso por los oficiales allí destacados de que las cosas se
estaban… complicando, me desplacé al lugar y dirigí, de paisano,el operativo. Más tarde,
también se personaría el general, casi en el momento en que se producía la
invasión de la encrucijada por el triciclo a motor.
-
Según
eso, usted niega todo contacto u organización de fuerzas paraestatales de
derechas, así como el haberlas convocado, inducido o consentido que se
comportasen como lo hicieron aquella tarde.
-
Por
supuesto. Como policías, hablamos con todos y estamos informados de cuanto
sucede en nuestra demarcación, pero nunca hemos provocado ni dirigido la
actividad de las organizaciones políticas, ni de derechas, ni de ninguna clase.
-
¿Cómo
se explica que, pese al bloqueo minucioso de las calles aledañas, pudiera colarse
un motocarro, con gran estridencia y a toda velocidad?
-
Ya
conoce usted el laberinto de calles de esa zona de Salónica… Resultó que el
conductor tenía la parada de su vehículo en las inmediaciones y, según parece,
estaba urgido para hacer un porte importante. La indisciplina y el alcohol
hicieron lo demás, aunque él diga que se equivocó de camino.
-
Y
que pudiera huir del lugar del atropello sin ser detenido…
-
Eso
es mucho decir. Verdad es que escapó con la habilidad que ha hecho de él el
mejor kamikaze[14]
de Tesalónica -al decir de sus compañeros-, pero no es menos cierto que,
pocos momentos más tarde, un bombero y un policía de servicio lo detuvieron y
llevaron a comisaría, donde fue inmediatamente interrogado. A nosotros y a los
fiscales nos dio la misma versión: atropello no intencionado y exceso de bebida
en las horas anteriores. Y, por supuesto, nadie nos informó de que, en la caja
del motocarro, fuese otro individuo, para ayudarlo con la carga…
-
…
Sujeto que, con una palanca o barra de hierro, golpeó salvajemente a Lambrakis
en la cabeza, apostillé.
-
Nadie
se percató de su presencia, hasta días después, en que así lo declaró El
Tigre[15]. Por
lo demás, lo del golpe con un hierro fue una deducción de varios de los médicos
que atendieron y operaron a Lambrakis, pero yo sigo pensando que es más lógica
y factible una causalidad basada en golpe con el vehículo, caída al suelo
golpeándose la cabeza y, posiblemente, paso de las ruedas del triciclo por
encima del cuerpo, que no un estacazo dado a toda velocidad, desde el motocarro
en marcha y con la lógica posición de defensa y marcha atrás del diputado, al escuchar
el sonoro petardeo del motor del kamikaze.
-
En
cualquier caso, coronel, ¿tampoco tuvo usted nada que ver con el presunto agresor,
ya más que presunto, a tenor de la sentencia?
-
Es
obvio que no, a juzgar por la misma sentencia. El tal Enmanuelidis[16]
era un pájaro de cuenta, pederasta reconocido, que, para aliviar sus condenas,
había hecho en algunas ocasiones confidencias a la Gendarmería, pero -como
comprenderá- no era un sujeto de confianza, como para tener buenas relaciones
con él y hacerle encarguitos, como el que los comunistas quisieron
cargar sobre nuestras conciencias.
El motocarro desde donde (o con el
que) mataron a Lambrakis
Hemos agotado con creces el tiempo que se
me había concedido para la entrevista, que Kamutsis decide terminar, asumiendo
como propios los especiosos argumentos del ex presidente del Gobierno, Karamanlis[17]:
-
Todo
en este caso ha sido agrandado de manera artificiosa, para conseguir un rédito
político. A fin de cuentas, en mayo del 63, Lambrakis era un político bisoño y
poco conocido, que jamás habría sido escogido como víctima de un crimen que
pudiera golpear duramente a la oposición. Luego todo se desmadró, hasta el
punto de hacer caer al Gobierno y poner en la picota a la Gendarmería, el
Ejército y hasta el propio Palacio Real. Espero que, tras esta sentencia que nos
absuelve a todos los acusados que somos servidores públicos, puedan volver las
aguas a su cauce, en el País y en nuestras vidas.
Me revuelvo ante esta
soflama mendaz e impertinente. Le replico y concluyo:
-
Nadie
hinchó este caso con mayor eficacia que quienes trataron a toda costa de
ocultar la verdad, amenazar a los testigos y tergiversar las evidencias. Y de
todo eso, señor coronel, usted supo e hizo mucho más de lo que, ante los jueces
y ante mí, ha manifestado.
3.
La verdad se abre paso, pese a todo
La labor denodada de
los periodistas y del juez de instrucción, así como la valentía de unos pocos
testigos, fueron conformando un relato veraz de lo sucedido con Lambrakis,
aunque dejando en la duda o entre las sombras numerosos detalles. Este podría
ser el resumen periodístico, tal y como quedó perfilado el suceso en la prensa quince
días después del atentado del 22 de mayo de 1963:
Ha quedado
definitivamente descartada la primera versión policial de los hechos, como
constitutivos de un atropello imprudente con resultado finalmente mortal. La opinión casi unánime de los médicos que atendieron y operaron al diputado Lambrakis,
corroborada por los resultados de la autopsia de su cadáver, confirman que la
muerte se produjo por un fortísimo golpe propinado en la cabeza con un objeto
contundente, posiblemente metálico, que provocó tales destrozos en el cerebro,
que la víctima falleció de sus resultas a los cuatro días, durante los cuales
no llegó a recuperar el conocimiento. Por el contrario, sigue siendo
controvertido si el herido recibió la debida atención médica tan pronto ingresó
en el hospital, o si pasaron unas horas hasta ser atendido. En todo caso, este
posible retraso no habría tenido relevancia práctica, ante el carácter mortal e
irreversible del daño cerebral causado.
Como es sabido, se
atribuye con todo fundamento la autoría del golpe letal al único ocupante de la
caja del motocarro causante del atropello. Se trata de un individuo de unos
cuarenta años, con numerosos antecedentes penales, apellidado Emmanuelidis, que
pudo ser identificado, y posteriormente detenido, gracias a la pericia y
valentía de un simpatizante del señor Lambrakis, vecino de Salónica, llamado
Manolis Jachiapostolos, que saltó en marcha al motocarro y mantuvo con
el tal Emmanuelidis una violenta contienda, que acabó lanzando al criminal
fuera del vehículo, gracias a lo cual, al irse a curar a un hospital, pudo ser
identificado. Seguidamente, el mismo Jachiapostolos se enfrentó con el
conductor del triciclo a motor, que hubo de detener su marcha y acometió con
una porra a su asaltante. La pelea en plena calle llamó la atención de los
transeúntes, quienes avisaron a un guardia de tráfico presente en las
proximidades, que fue quien detuvo al conductor, le ocupó la porra y llamó a la
comisaría, para que lo trasladaran los gendarmes. El detenido se llama Spyros Kotzamanis,
que es el titular del vehículo, con el que se dedica a realizar transporte de
mercancías. Se rumorea que tiene relación con círculos de extrema derecha de Salónica,
en cuyo barrio de Tumba reside.
Fuentes bien
informadas aseguran que también ha sido identificado el agresor principal del
diputado Tsarujas, correligionario de Lambrakis, quien también resultó golpeado
cuando pretendía acceder a la sala donde este iba a pronunciar su mitin.
Afortunadamente, Tsarujas pudo ser auxiliado y metido en una ambulancia antes
de que los golpes recibidos pudieran tener un peor resultado que el fuerte
traumatismo del que ha sido atendido durante varios días en un centro
hospitalario de nuestra ciudad.
De lo expuesto se
deduce que la muerte de Grigoris Lambrakis ha sido consecuencia de un atentado
doloso, cuyos ejecutores materiales ya se conocen perfectamente, pero prosiguen
las indagaciones de la Policía, a las órdenes del juez de instrucción, para
identificar a las personas que, como inductores, cómplices o encubridores, pudieran
haber tomado parte en la que cada vez parece más una confabulación política.
***
Diversos periodistas
se convirtieron en estrellas por sus investigaciones en el asunto
Lambrakis, como fue el caso de Vultepsis, Bertsos o Romaios, todos ellos venidos
de Atenas y, en algunos casos, autores de libros en que plasmaron sus trabajos
y recuerdos[18]. Otros,
en cambio, actuaron solo en los primeros momentos y nunca quisieron
significarse, por buenas razones. Por ejemplo, un redactor de un diario
derechista de Tesalónica, al aconsejar a Emmanuelidis que no se escondiera y
fuese a curarse al hospital AHEPA de las heridas sufridas en la pelea
con Jachiapostolos y la consiguiente caída del triciclo, fue el
involuntario causante de que se convirtiera definitivamente en un atentado lo
que, hasta entonces, se creía un simple accidente. Pero yo he querido traer
aquí a un modesto reportero gráfico ateniense, que, desde la sombra, fue
decisivo para iluminar los hechos. Por supuesto, me veo obligado a respetar su
decisión de permanecer oculto, hasta que él decida libremente publicar su
identidad. Me referiré a él, provisionalmente, como Antonios Dragumis,
del supuesto diario capitalino O Kronos. Por tanto, diré que Antonios
me acogió en su casa como a un colega amigo, en una tórrida tarde ateniense del
verano de 1964.
-
He
de mostrarme, a la vez, extrañado y agradecido -me dijo-, pues no creo que mi
intervención en los sucesos de Salónica haya alcanzado ni merecido notoriedad.
De hecho, volé hasta Salónica en el mismo avión de Olympic[19]
en que lo hizo Lambrakis, a primera hora de la tarde del 22 de mayo del 63,
con el propósito de cubrir su mitin y regresar al día siguiente. Luego, el
ambiente tan crispado que me encontré y los trágicos acontecimientos que
siguieron, me impulsaron a permanecer en Salónica diez días, con el beneplácito
de mi periódico y su compromiso de recoger mis crónicas con la firma anónima de
Nuestro enviado a Macedonia. Luego, volví para acá; el diario mandó a un
redactor experto a cubrir el caso durante algunas semanas más; después, ¡paf!:
Ya lo ves. Han pasado quince meses y el asunto anda dando tumbos por los
juzgados. ¡A saber cuándo tendremos juicio y sentencia!
El juez de instrucción, Christos
Sartzetakis
-
Creo
que todo empezó con una máquina Kodak, le repliqué, medio en broma.
-
No
lo dudes, asintió. Cuando llegué a la encrucijada a la que daba el edificio
sindical, llegó a intimidarme el número y violencia de los energúmenos que
trataban de boicotear el acto, mientras que los gendarmes, aunque numerosos y en
traje de faena, permanecían impasibles acordonando la plaza. Solo cuando
apareció por allí Lambrakis y recibió su primer porrazo[20],
parte de los agentes pasaron a bloquear la entrada de la sala, impidiendo el
paso, tanto de unos, como de otros. Como los altavoces nos dejaban oír los
discursos del acto, juzgué que la noticia estaba en la calle; de modo que
empecé a sacar fotos de forma más o menos conspicua, incluso en ráfaga.
Estuvieron a punto de quitarme la cámara y de darme algún cacharrazo,
pero aguanté el tipo hasta el final.
-
Pese
a lo cual, no parece que te percataras de la irrupción del motocarro y de la
forma en que fue golpeado Lambrakis.
-
En
efecto, todo fue instantáneo y yo estaba algo alejado, por orden de la Policía. No obstante, pude
observar que el diputado, llevándose las manos a la cabeza, cayó de rodillas y
poco a poco, sin fuerza, quedó tumbado en medio de la calzada. En consecuencia,
la tesis del impacto violento de la cabeza contra el suelo no coincide con mi
percepción.
-
En
cualquier caso, en lo que fuiste decisivo fue en el descubrimiento de
Emmanuelidis y de su relación con la Policía, así como para la identificación
del agresor del diputado Tsarujas.
-
La
verdad es que casi todo fue una casualidad, fruto de andar merodeando por el
hospital de AHEPA, en busca de confidencias sobre la entrada de
Lambrakis en urgencias y el ulterior tratamiento hasta que murió, cuatro días
más tarde. Una enfermera me comentó: Están pasando cosas muy raras en este
hospital. ¿Querrá creer que, con la falta de espacio que tenemos, han
habilitado una sala para uso exclusivo de un enfermo? De algo tan casual,
arrancó toda mi labor.
-
Me
figuro que el privilegiado paciente sería el valiente que, cuando iba a
declarar ante el juez de instrucción, recibió en la calle fuertes golpes y
amenazas[21].
-
En
efecto. Llamémoslo Nikitas Varonaros, dado que el hombre quiere pasar lo
más desapercibido posible. Ya sabrás que ahora se oculta en Atenas, trabajando bajo
identidad supuesta[22],
hasta que le toque declarar en el juicio.
-
De
acuerdo. El caso es que fuiste a visitarlo al hospital y te ganaste su
confianza.
-
Lo
primero fue difícil, pues la Gendarmería lo custodiaba celosamente. Lo segundo
resultó sencillo, dado que el tipo estaba indignado de cómo se estaban
comportando con él las autoridades policiacas -incluyendo al general que las
mandaba en Salónica-, tratando de que se volviese atrás de su propósito de
testificar y tildándole de falsario en lo referente a su agresión en plena
calle. Me vio como una relativa garantía para su supervivencia y me animó a
recoger y publicar sus declaraciones y fotografías. Y la verdad es que
seguramente me deba el estar con vida.
-
¿Qué
me dices?
-
Lo
que oyes. Estando charlando a solas con él, irrumpió en la sala un tipo muy
extraño. Llevaba la bata de los enfermos y una escayola hasta media pierna,
aunque se movía con gran agilidad y llevaba medio oculta una gran porra, del tamaño de un bastón. Entró sin problemas, aprovechándose de que la guardia se había
ausentado muy oportunamente de la puerta. Cuando se percató de que
Nikitas no estaba solo, salió y echó a correr pasillo adelante. ¡Cómo lo haría,
pese a la escayola, que no pude alcanzarlo! Al regresar yo a la sala, me dijo
Nikitas, como si fuese lo más natural del mundo: Ese cabrón era
Emmanuelidis, que venía a acabar la faena que empezaron conmigo hace unos días.
Tengo que largarme de aquí cuanto antes.
-
Entre
tanto, amigo -prometí-, voy a hablar con los guardianes y a decirles que, como vuelva
a producirse algo semejante, lo publicaré en O Kronos en primera plana. La
verdad es que debió de ser Emmanuelidis el primero en marcharse del hospital.
No lo sé de cierto porque los gendarmes, pese a mi carnet de prensa, no
volvieron a permitirme que pasara de la recepción.
-
Todo
eso estuvo muy bien -comenté-, pero lo decisivo fue lo que hiciste para
identificar al agresor del diputado Tsarujas.
-
En
efecto. Con la ayuda de Nikitas, me informé sobre las personas y los ambientes
que frecuentaban los compinches de los agresores de Lambrakis y, como quien no
quiere la cosa, desde un taxi o a escondidas, les fui tomando fotografías. Con
ellas me fui a la clínica en que todavía estaba ingresado Tsarujas, quien
identificó sin dudar a un tal Cristos Fokas, como el principal de sus
atacantes. Por cierto, hice la pascua a la Gendarmería que, poco antes
que yo, le había ido al diputado con un montón de fotos de delincuentes que,
por supuesto, nada tenían que ver con el mundillo de la paracracia de
extrema derecha[23].
-
Y
creo que acabaste tu brillante acción llevando todo tu dossier al juez
instructor.
-
Efectivamente.
Era el momento de volverme a Atenas, pues empezaba a ser demasiado conocido en
Tesalónica. ¿Sabes que hasta llegaron a romperme la cámara?
4.
Comprenda que tenemos que vivir
Después de haberme
entrevistado con el periodista que se hacía llamar Antonios Dragumis, era
obvio que tenía que espigar en las crónicas que su diario había publicado a
raíz del atentado contra Lambrakis, firmadas por nuestro enviado a
Macedonia. Me centré en las que pretendía explicar el origen y motivos de
los numerosos activistas parapoliciales, de entre los que habían salido los homicidas
del diputado. Acto seguido, resumo los párrafos que me resultaron más
esclarecedores.
Quienes vivimos en
Atenas solemos justificar con harta frecuencia la violencia y el matonismo que
se vive en Macedonia y en Tracia como una consecuencia persistente de los
horrores de la ocupación alemana y de nuestra guerra civil[24] -vividos allí con extrema
virulencia-, o del patriotismo altivo y desbocado que dice nacer del peligro
búlgaro o turco, limítrofe en aquella región. Será verdad, pero lo que yo
encontré en el submundo del matonismo político tesalónico no fue sincero
patriotismo, ni reales secuelas de la guerra civil, sino un sistema clientelar
que promueve la Gendarmería y del que son intermediarias organizaciones de
extrema derecha, como la Asociación de Combatientes y Víctimas de la Resistencia Nacional de la
Grecia del Norte, dirigida por el conocido fascista Jenofonte Yosmas, cuya
revista[25] está
financiada por el Ministerio para la Grecia del Norte, siendo su emblema la
cruz de hierro…
Los principales
viveros en los que la Gendarmería pesca a sus colaboradores son los estibadores del puerto,
quienes solo trabajarán asiduamente si siguen las consignas y directrices de camarillas
sindicales, hoy dominadas por la extrema derecha, y los pequeños comerciantes y
transportistas que, para sus tiendas y negocios, precisan constantemente de
licencias municipales y de la Policía. Si a estos modestos trabajadores se les
hace chantaje con sus medios de vida, o se les da prioridad para acceder a las
viviendas de protección oficial, no podremos echarles en cara que hagan cuanto
se les mande o sugiera por los uniformados. Añadan ustedes unas dracmas
de propina o unas consumiciones gratis en las tabernas de costumbre, y
tendrán un disciplinado cuerpo de esbirros, o de esclavos, quizá no más de doscientos, prestos para tomar las porras de las que les provee la Gendarmería
-son exactamente iguales, solo que sin pintar- y abrir la cabeza a quien se les
sugiera, sea popular o diputado…
Es tal el descaro
e impunidad con que se ha organizado este servicio de orden y castigo, que llegan a mezclarse
policías y esbirros cuando es necesario extremar la vigilancia. Para muestra,
un botón -sería mejor decir un alfiler-: Cuando en mayo pasado visitó Salónica
el presidente De Gaulle, el paso de su cortejo fue guardado por los hombres de
Yosmas, que mostraban su credencial con alfileres de colores en las solapas. También
los carnés que reciben de la Asociación de Combatientes tienen su
colorido: los que entregan a los más violentos se rellenan a máquina con tinta
roja…
No siempre actúa
la Policía por mediación de Yosmas o de otros tales, sino que convoca
directamente a los
más fieles y les da órdenes o consignas, ya en las comisarías, ya desde
los vehículos camuflados o en los bares de costumbre. No hay recato ni
ocultación: Los oficiales de la Gendarmería son perfectamente conocidos de los
parapoliciales. Por razones fáciles de comprender, no puedo dar nombres de
ellos en letras de molde, pero puedo asegurarles que incluyen, desde tenientes,
hasta coroneles. Y no soy yo solo quien así piensa, pues es sabido que ha
ingresado en prisión preventiva el coronel Kamutsis, cuya culpabilidad o
inocencia serán un día debatidas en juicio.
***
Antonios
Dragumis me lo había descrito como el esbirro arrepentido, que le informó
con todo detalle del funcionamiento de la extrema derecha entre los estibadores
del puerto de Salónica -bastante decadente, en aquella época- y lo acompañó en
sus viajes en taxi para fotografiar a los más destacados miembros de la
violenta pandilla de Yosmas. Dar con él fue una casualidad. Casi todos aquellos
matones tenían sus apodos, desde Hitler, al Puncher o el Coreano.
Pero, entre tanto fascista, le llamó la atención que le presentasen a uno
que atendía por el sobrenombre de el Ruso. Dragumis le pagó sus
inestimables servicios con lo que más ambicionaba: un pasaporte que le permitiera
irse a trabajar a Alemania Occidental. No debía de ser un tipo fiable pues,
tras unos meses empleado en los muelles de Bremerhaven, las autoridades
germanas lo despacharon de vuelta para Grecia. Y al Pireo lo fui a buscar, pues
Tesalónica no era buen sitio para quien había denunciado en el juzgado a no
menos de diecisiete sujetos que habían tenido que ver con el follón de
Lambrakis, incluido Yosmas. Poco podía ofrecerle para que me concediera una
entrevista y fuese sincero, pero también es verdad que ya tenía muy poco que
perder ni que ganar. De hecho, en aquellos momentos, a finales de 1965, se le
veía con ganas de hablar y de afianzar sus delaciones, sistemáticamente negadas
por todos los implicados[26].
-
Me
llaman el Ruso porque nací en Odesa, pero no tengo nada que ver con los
comunistas. Mi vida ha sido siempre trabajar de estibador bajo contrato. Tengo
mujer y un hijo, que también dependen para vivir de lo que yo saque. Aunque soy
un buen trabajador, formal y con experiencia, empecé a tener dificultades para
que me alquilaran, hasta que fui a ver a un sindicalista, apodado Hitler, y
me afilié a su organización, que no era un gremio, sino un grupo de extrema
derecha. Me dieron un carné y empezaron a convocarme a las reuniones generales,
en un bar llamado Los seis cerdos -usted perdone-. Presidía un individuo
ya entrado en años, al que llamaban von Yosmas, porque durante la
ocupación había sido muy amigo de los alemanes. Nos discurseaba en plan
patriotero: Ya sabe, el helenismo, el cristianismo, los traidores comunistas,
el peligro búlgaro y todo eso. De vez en cuando, a los más activos de
nosotros, los de carné rojo, nos convocaban para apalizar a alguien, romper una
manifestación y cosas por el estilo.
-
¿Quién
les daba las órdenes?
-
Generalmente,
un teniente de la Gendarmería llamado Dimitrios Katsulis, que decían que era el
jefe de la unidad anticomunista[27].
En ocasiones, era el propio coronel Kamutsis quien nos aleccionaba. En el caso
de Lambrakis, fue Katsulis quien nos dio las órdenes y concretó que el objetivo
era ese diputado. El coronel estuvo luego en el tumulto entre sus hombres,
supervisando lo que hacían o, mejor, lo que dejaban de hacer.
-
¿Y
usted?...
-
Yo
me limité a gritar insultos a cierta distancia, pues lo que había leído sobre
Lambrakis me lo había hecho imaginar como un tipo honrado y valiente quien,
además, era un diputado de los importantes.
-
A
eso quería yo llegar. ¿Está seguro de que Katsulis les dijo que el objetivo de
la noche era Lambrakis y que había que acabar con su vida?
-
Le
repito que así se nos dijo y, como muchos no lo conocían, nos lo señalaron,
aunque tarde: Creo que al diputado Tsarujas casi lo matan por confundirlo con su
colega, creyendo que se trataba de Lambrakis.
-
¿Pero
las órdenes eran de matarlo?
-
No
se empleó ese verbo, sino el de castigarlo, o escarmentarlo, o algo así. Si
hubieran decidido matarlo, supongo que habrían empleado una pistola o una buena
navaja, que de sobra teníamos. Supongo que no pensarían que pudiera morir de un
porrazo, dado desde un motocarro a toda velocidad. Estoy convencido de que a
Emmanuelidis se le fue la mano en la violencia del golpe y, además, dado con
una barra de hierro, no con las porras que habitualmente llevábamos.
En ese momento, recordé, al hilo de las
reflexiones del Ruso, la presunta pregunta de la Reina: ¿no habrá
quien me libre de ese hombre?[28]
Tal vez la fatalidad había llevado la respuesta hasta términos
irreversibles y eternos. Con todo, me atreví a aconsejarle:
-
Mire,
Michalis, si le preguntan sobre esto en el juicio, limítese a responder con los
hechos, sin transmitirles opiniones ni impresiones. De otro modo, los asesinos
de Lambrakis se van a ir de rositas, como personas que tan solo querían acariciar
a su víctima, como ya lo habían hecho cuando iba a entrar en el edificio sindical.
Dice usted que sentía simpatía por el diputado: No dé lugar a que su muerte les
salga barata a esos criminales.
El Ruso asintió
pero, a la postre, en el juicio los abogados defensores encontraron la manera
de llevar el agua a su molino, evitando la condena de asesinato, que proponía
el fiscal.
Acabé nuestra
entrevista con una pregunta comprometida:
-
¿Cuánto
le dieron por participar aquella noche en la contra-manifestación?
-
Ya
le he dicho que lo único que saqué de aquella gentuza fue que no boicotearan mi
trabajo o, dicho de otro modo, que me dejasen trabajar en el puerto. Y, en lo
de ahora, ya ve: medio escondido en El Pireo, con mi familia en Salónica y
esperando que cualquier día me hagan desaparecer, para que no declare en
el juicio.
Me dio lástima del
Ruso y, además, comprendí que algo le debía por haberme concedido su
tiempo y su confianza. Fui a por la chequera contra la cuenta del periódico y
le firmé un talón por mil dracmas[29].
O Kronos no me permitía un mayor dispendio, de no estar previamente
autorizado. El Ruso leyó el importe, besó el documento y, ya en la
puerta de salida, se despidió con una frase que, tal vez, podría haber sido
dicha con sinceridad por muchos de los que se reunieron en Salónica, la tarde
en que mataron a Lambrakis:
-
Comprenda
que tenemos que vivir.
Lambrakis, con bata de médico,
acompañado de su madre
5.
El único que se fue de la lengua
De los diarios
liberales y de izquierdas de Grecia, a comienzos del verano de 1964:
De fuentes bien
informadas sobre el caso Lambrakis ha podido conocerse que uno de los
inculpados, actualmente en prisión preventiva, ha dirigido particularmente una memoria al juez instructor
Sartzetakis, para poner en su conocimiento lo que constituye un secreto a
voces, aunque ninguno de los implicados lo hubiese confesado todavía, a saber:
Primero. Que la Gendarmería de Tesalónica promovió los incidentes contra la
presencia del extinto diputado en la ciudad y el acto pacifista en que
participó, como viene siendo costumbre siempre que se organizan actividades
similares. Segundo. Que decenas de contra-manifestantes fueron convocados en la
comisaría principal tesalonicense en la mañana del mismo día 22 de mayo, donde
un conocido oficial de la Gendarmería los aleccionó para que, a las siete de la
tarde, se concentrasen frente al lugar en que efectivamente se celebraría el mitin
de Lambrakis, provistos de objetos contundentes y de piedras, a fin de reventar
el acto, convocando a tal fin a cuantos compañeros y correligionarios
pudieran. Tercero. Que el diputado Lambrakis fue fijado como el objetivo a abuchear
y ejercer violencia sobre su persona, como en efecto se llevó a cabo por los
individuos del triciclo a motor, que cuentan entre los más famosos y activos de
los medios ultraderechistas de Salónica. Y cuarto. Que los numerosos efectivos
de Policía presentes en el lugar mantuvieron una actitud pasiva y tolerante con
los disturbios, dejando finalmente al diputado fallecido en una situación de desprotección,
que permitió la acción de Kotzamanis y Emmanuelidis, así como la fuga de estos,
tras golpear salvajemente a Lambrakis.
Pero, con ser todo
eso de dominio público, lo valioso es que haya sido reconocido por primera vez
y formalmente por un oficial de la Gendarmería, dando todo género de detalles.
Dicho personaje no puede ser otro que el teniente Emmanuel Kapelonis, comisario
jefe del distrito tesalónico de Ano Tumba, pues es el único uniformado que continúa preso, más
de un año después de los sucesos enjuiciados. Es muy probable que esa discriminación
respecto de sus compañeros, ya en libertad provisional, le haya soltado la
lengua, temeroso de que todas las responsabilidades de la Gendarmería acaben
recayendo en él, escudándose los demás en su modesta participación en los
hechos. Y decimos modesta porque se trata de un simple teniente que no
dirige ninguna oficina o departamento político-social de la Policía, sino una
comisaría de barrio, que tiene la desgracia de que vivan en él muchos de los
esbirros que la Gendarmería manipulaba en tiempos de Karamanlis… y quizá
también en los actuales[30].
¿Qué detalles de
interés parece haber ofrecido Kapelonis en su memoria al juez? Como es natural,
no habiéndose hecho esta pública, todo son rumores y conjeturas. Se sospecha que
hagan referencia a que todo estuviera preparado, incluso la aparición autorizada del motocarro y la del Volkswagen
en que, con toda cachaza, se evacuó a Lambrakis, ya moribundo, al hospital
de AHEPA. También parece que tienen que ver con el hecho de que, al intervenir el
Tigre, Manolis Jachiapostolos y ser detenido Kotzamanis, Kapelonis recibiese
la orden de detener al autor material del crimen, Emmanuelidis, tratando de
ponerlo a buen recaudo en el citado hospital, donde le enyesaron una pierna,
para que pudiese presentar una coartada, finalmente fallida. Por último, se
cree que la delación del teniente pueda suponer un mentís a las declaraciones
de muchos de sus jefes y compañeros, que han negado incluso su simple presencia
en el lugar del suceso, aun sin intervenir en el mismo[31].
***
Cuando Kapelonis me
concedió la entrevista, hacía meses que había concluido el juicio por el asunto
Lambrakis, con la absolución de todos los acusados pertenecientes a la
Gendarmería, él incluido. Es probable que el resultado hubiese sido el mismo
aunque hubiese mantenido en su declaración todo lo recogido en la memoria que
envió al juez instructor, pero el hecho es que plegó velas y disculpó cuanto
pudo a sus compañeros y superiores. Naturalmente, fue lo primero por lo que le pregunté[32]:
-
Tengo
familia, amigo -contestó-. No debo fidelidad ciega a mis jefes pues siempre me
han tenido por un torpe burro de carga, que no debería pasar de teniente o
capitán, en una comisaría de dura brega, como la de Ano Tumba. A mayores, se
las arreglaron para ponerme en el punto de mira del juez y fui el primero al
que mandó a chirona y el último en salir de ella. Harto de esperar,
forcé la situación y le conté al instructor algunas cosillas sobre mi
compañero Katsulis y acerca de los esfuerzos para esconder y exculpar a
Emmanuelidis. Luego, cuando vi que ni por esas procesaban a Katsulis y que a mi
esposa la amenazaban con rescindirle su contrato como profesora de inglés de
instituto, me lo pensé mejor y decidí que en el juicio me guardaría las
revelaciones. Así se lo hice saber al defensor, para que se lo comunicase al
general Mitsos[33] y a los
demás acusados. Ahora, ya ve usted, lo que he conseguido: salir absuelto,
porque lo que es mi carrera como gendarme está definitivamente arruinada.
-
De
todas formas, teniente, su testimonio fue decisivo para condenar a Kotzamanis y
a Emmanuelidis, significando que el atentado estaba premeditado y que su
embriaguez era una atenuante sin fundamento ninguno. Y también declaró lo
suficiente para dejar claras las actividades de organización violenta de Yosmas,
aunque no fuese él quien hizo a aquellos el encargo de acabar con Lambrakis.
-
Yo
no diría tanto como acabar, pues las órdenes fueron de ir a por él y
golpearlo. De hecho, uno de los oficiales de la Comisaría se encaró con
Katsulis por asumir el riesgo de que el diputado pudiese fallecer y le aconsejó
dar unas órdenes más precisas al respecto. Katsulis se enfadó con la
reprimenda, tildó al otro de flojo y cobarde, y se armó una pelea entre ellos,
que zanjaron otros compañeros.
-
En
suma, concluí, que no se habló de matar, pero tampoco se descartó de forma
expresa…
-
Así
es: Con esa gentuza y con esos procedimientos, tarde o temprano podía
producirse algo así. Es lo que pasa cuando los matones saben que operan impunemente.
-
Hubo
algunas otras cosas importantes, en que su testimonio fue más franco que el de
los demás, aunque sirviese de muy poco. Por ejemplo, afirmar que el general
Mitsos, aunque deliberadamente apartado y de paisano, presenció parte de los
incidentes ante el Centro Sindical.
-
Desde
luego. Y que es completamente cierto que, al concluir su discurso, todavía en
la sala del mitin, Lambrakis transmitió por los altavoces la petición expresa
de que los policías protegiesen eficazmente la integridad de los asistentes, en
especial, la suya, como diputado nacional. La única respuesta que recibió fue
la de que fueran subiéndose a los dos autobuses que ya aguardaban, así como a
los que irían llegando paulatinamente. No aceptaron, ya por gallardía, ya por
considerarlo una encerrona.
-
Y,
de todas formas, ello no afectaba a Lambrakis, que solo tenía que cruzar la
encrucijada de calles para meterse en el hotel en que estaba hospedado.
-
Lo
malo -concluyó Kapelonis- es que, al impedir los gendarmes el rápido desalojo
de la sala de conferencias, solo Lambrakis y tres o cuatro más quedaron
expuestos en la calzada, dudando sobre encaminarse al hotel o interpelar a los
policías para que actuasen más expeditivamente. Así que los del motocarro solo
tuvieron que entrar en la plaza y acertar con la identidad de su víctima, sobre
cuya elevada estatura y fisonomía ya estaban debidamente aleccionados.
Banquillo de los acusados en el juicio del caso
Lambrakis
6.
La katábasis de Jenofonte
Naturalmente, los
periódicos de la época recogieron con profusión -aunque con prudencia y
autocensura- la permeabilización de parte del proletariado y las clases medias
de Grecia por un anticomunismo rampante, tolerado y favorecido por los
gobernantes, de Atenas y de Washington. Para nuestro relato, más que las
generalidades, importan las concomitancias personales y el contexto directo con
el caso Lambrakis. He aquí un breve resumen ilustrativo de todo ello.
El examen de la
documentación y carnés de la así llamada Asociación de combatientes y de víctimas de la
resistencia nacional de Grecia del Norte ha evidenciado la pertenencia a
dicha organización de Spyros Gotzamanis, conductor del motocarro desde el que
se atentó contra Lambrakis, de su acompañante y presunto agresor de Lambrakis, Manolis Emmanuelidis, y de Cristos Fokas, el principal agresor del
diputado Tsarujas, ambos inculpados en el proceso actualmente en fase de
instrucción. En dichas actuaciones también ha sido procesado el promotor y
presidente de la citada asociación, Jenofonte Yosmas -o von Yosmas, para
resaltar su vinculación con los ocupantes alemanes durante la Segunda Guerra
Mundial-. Pero ¿quién es ese Jenofonte y cuál ha sido su anábasis[34]
hasta llegar a nuestros días, en que ha vuelto a prisión? O, teniendo en cuenta la sucesiva
degradación que han sufrido su vida y su moral, ¿sería mejor llamarla catábasis?
Los ciudadanos de Tesalónica lo conocen perfectamente.
Nacido en 1911, Yosmas
alcanzó notoriedad en los grupos anticomunistas de simpatizantes de los
invasores nazis, dirigidos por verdaderos asesinos, como Parmenios y Poulos, colaborando
abiertamente con el ejército alemán en Tesalónica en labores de prensa y
propaganda. En 1944, disfrazado de teniente de la Wehrmacht, huyó a Austria. En
1947, con el propósito de participar en la guerra civil como militante
anticomunista, regresó a Grecia, pero sus crímenes anteriores y la colaboración
con los ocupantes germanos fueron juzgados y se le condenó a muerte. El rey
Pablo lo indultó en 1950, conmutando la pena capital por veinte años de
prisión, pero salió en libertad solo dos años más tarde. Al año siguiente, la
prefectura de Salónica lo nombraría presidente del consejo escolar de uno de
los grupos escolares de Ano Tumba, obteniendo así mismo fondos para financiar
la publicación mensual Exormisi ton Ellinon[35],
una publicación nacionalista, fogosamente anticomunista y pro cristiana.
La proyección política
de Yosmas arranca del momento en que funda una cooperativa para la construcción
de casas baratas de protección oficial. Gracias a su influencia en el
ayuntamiento y a la simpatía de la Gendarmería, consigue que las adjudicaciones
se hagan siempre a sus amigos y correligionarios. Es entonces, hacia 1960,
cuando funda la citada Asociación de combatientes y víctimas, convirtiéndose -según nuestras
fuentes- en el intermediario entre la Policía y grupos paramilitares de
Macedonia, a los que organiza y adoctrina, celebrando sus tempestuosas reuniones
periódicas en la conocida y amplia taberna Los seis cerdos. Sus hombres
reciben encargos policiacos: unas veces, de información y apoyo más o menos
legal; otras, de reventar actos y manifestaciones de los partidos de izquierda,
como sucedió con el del diputado Lambrakis en mayo de 1963. Las evidencias
recogidas en este sentido por diversos colegas de la prensa y por el juez
Sartzetakis han dado, por fin, con los huesos de Yosmas en la cárcel, si bien
su Asociación criminal no ha sido disuelta hasta el año siguiente, ya
con Papandreu como Primer Ministro.
Se dice que no hay
mejor demostración del aprecio oficial de los gobiernos de Karamanlis por
Yosmas, que el hecho de que este sea defendido en el proceso Lambrakis por
alguien tan importante y próximo a dicho Primer Ministro como el abogado Takos Makris, sucesivamente
ministro del Interior y de la Presidencia en años pasados[36].
Eso sí que es quitarse la careta, nos comenta otro letrado de
Tesalónica. Ahora ya sabemos que Yosmas volverá a irse de rositas, como en
los años cincuenta, concluye.
Como se diría en
inglés: wait and see[37].
***
Cuando, después de
hechas las presentaciones, le doy la enhorabuena por la benignidad de su
condena -que ha cumplido con creces por el abono de prisión preventiva-, Yosmas
se me encampana y protesta:
-
¡Una
flagrante injusticia! Claro que el tribunal tenía que cubrirle las espaldas a sus
colegas, que me han tenido tres años y medio entre rejas. ¡No iban, después de
eso, a declararme inocente!
-
Perdone,
señor Yosmas, pero su veredicto tan benigno de culpabilidad ha procedido de un
jurado de ciudadanos, no del tribunal de Derecho.
No me contesta y
prosigue su alegato victimista:
-
Y,
además, aprovechando la debilidad del nuevo Gobierno, han disuelto mi
asociación de combatientes de la guerra civil. Papandreu[38]
es tan estúpido, como para creer que podrá gobernar en Grecia sin la ayuda de
los patriotas.
Aprovecho la
oportunidad, para lanzarle la andanada que, seguramente, él ya estaba
esperando:
-
A
propósito del patriotismo, muchos podrán pensar, como el fiscal dijo en el
juicio, que malamente puede presumir de helenismo quien apoyó con entusiasmo a
los alemanes que, entre 1941 y 1944, ocuparon la patria griega.
-
¡Pamplinas,
reportero!, exclama. Ya en aquellos tiempos, la lucha era entre los comunistas
y nosotros. Algunos tuvimos la inteligencia de apoyarnos en el ejército alemán
para domeñar a la guerrilla comunista, que era la verdaderamente peligrosa,
pues los nazis acabarían por ser derrotados y marcharse. Ya se vio que
acertamos: los alemanes se marcharon en el 44, pero los comunistas solo
pudieron ser vencidos en el 49, y eso, gracias a las desavenencias entre Rusia
y Yugoslavia y al apoyo que acabaron por darnos los Estados Unidos.
-
De
acuerdo -concedo- pero, antes de llegarse al final de la guerra civil, hubo
ciertas cosillas, como más de cincuenta mil judíos enviados desde
Macedonia a las cámaras de gas alemanas, y una guerra entre hermanos helénicos
llevada con una crueldad absolutamente innecesaria.
-
No
me culpe a mí de la forma de llevar esa contienda entre presuntos hermanos,
pues, entre mi exilio y la prisión que luego sufrí, no tuve ocasión de luchar
en la guerra civil, como había sido mi propósito: Ya sabe que regresé
voluntariamente a Grecia en el 47 y estuve a punto de ser ejecutado.
-
Lo
sé -afirmo-, como también me consta que su condena a muerte acabó reducida a
cinco años de cárcel y, en seguida, pasó a recibir encargos públicos y a poder
reanudar sus actividades políticas.
-
¿Y
por qué no? ¿Creen ustedes, los jóvenes de hoy, que Grecia habría resistido y
seguiría aguantando, rodeada de la Unión Soviética y sus países satélites?
¿Dónde estaría ahora nuestra civilización heleno-cristiana, si no la
defendiésemos, al lado de la OTAN y de nuestros aliados americanos?
-
¡Al
fin hemos llegado al meollo de la cuestión, señor Yosmas! El pacifismo de
Lambrakis y su propuesta de salirnos de la OTAN es lo que lo puso en su punto
de mira y determinó los sucesos de Salónica de mayo del 63.
-
Lambrakis
era uno más entre los tontos útiles, que proponen el desarme de uno de
los bandos, confiando en que el otro no se aprovechará de nuestra inermidad; un
histrión, novato en política, que había ganado fama haciendo maratones y
asaltando a la reina en plena calle. No merecía la pena organizar por él todo
el follón que hizo caer a Karamanlis y nos ha tenido en vilo durante años a
muchos buenos patriotas. De hecho, la que se montó no fue cosa en la que yo
interviniese, aunque muchos de mis hombres fueran a ponerles las peras a
cuarto a los pacifistas. Era lo menos que podía suceder, si venían a provocarlos
a Tesalónica.
-
¿Acaso
esta ciudad es su feudo, un lugar de Grecia que haya de permanecer
incontaminado de comunismo?
-
Bromee,
si le place. Por el periódico para el que trabaja, deduzco que
no es usted del Norte. Aquí se derramó mucha sangre y estuvo a punto de perecer
la civilización griega, a manos de los turcos, primero, y de los comunistas,
después. Estamos vacunados contra la tolerancia que los reflexivos
atenienses, pueden permitirse, teniendo los barcos y los fusiles ingleses y
americanos prestos a acudir en su socorro.
Ha debido ver en
mi rostro un gesto de disgusto, pues matiza sus palabras, aunque arrimando en
ascua a su sardina:
-
No
lo tome a mal. Lo peor que podemos hacer los griegos es volver a nuestros particularismos
regionales. Yo mismo, y tantos otros que me han precedido, me acompañan o me
siguen, somos los responsables de que toda Grecia no cayera en el 44 en
manos de los comunistas, en las que seguiría hoy, como el resto de la Europa
oriental. Nuestra resistencia ha salvado al País y sus valores eternos. Y, si
para ello, hemos tenido que combatir a los comunistas y provocado algunas
masacres no del todo necesarias, el resultado ha merecido la pena.
-
¿Incluye
entre esas masacres innecesarias el asesinato de Lambrakis?, pregunto para dar
por cerrada la entrevista.
-
Saque
por usted mismo las pertinentes conclusiones -me replica con ironía-, pero no
emplee la palabra asesinato, pues ya sabe que el jurado ha rechazado esa tesis
del fiscal… Un periodista que se propone escribir un libro sobre este caso
tiene que ser muy preciso.
Haciendo un leve
ademán, se levanta y, con cierta premura, me da la espalda, sale de la
cafetería y se pierde entre el gentío de la plaza Antigonidon. ¿Un hombre como
tantos otros con los que nos cruzamos en las calles de Salónica? Así lo parece
externamente, pero yo querría creer que fuera una rara avis, un
individuo cincuentón de una especie a extinguir[39].
Mikis Theodorakis (de pie), junto a
los acusados del caso Lambrakis
[1]
Vassilis Vassilikos publicó su famosa versión novelada, Z, en el año
1967. Dos años después, apareció la película del mismo nombre, dirigida por
Constantino Costa-Gavras. La obra literaria ha sido reiteradamente traducida al
español a partir de 1969. He manejado la traducción de Aurora Bernárdez para
Ediciones Orbis, Barcelona, 1987.
[2]
Era el lugar inicialmente previsto pero, por presiones oficiales, el dueño
acabó rompiendo el contrato, viéndose forzados los organizadores a celebrar el
acto en otro local de Salónica, mucho más pequeño, de propiedad sindical.
[3]
Fue durante más de veinte años recordman griego de salto de longitud con
la muy estimable marca de 8,37 metros, obtenida en 1938. Participó en las
Olimpiadas de Berlín de 1936.
[4]
Partido político de izquierda moderada
que, tras obtener buenos resultados en las elecciones generales de 1961 y 1963,
acabó siendo absorbido por el partido socialista griego, PASOK. Las siglas EDA
responden a las iniciales en griego de Izquierda Democrática Unida.
[5]
Un buen resumen de ciertos aspectos de la personalidad de Lambrakis, accesible
por internet: Ioannis D. Gkegkes, Marianna Karamanou, Paraskevi‑Evangelia
Iavazzo, Xanthi-Ekaterini D. Gkegke, George Androutsos, Christos Iavazzo, Grigoris
Lambrakis (1912-1963) – A Greek obstetrician and world renowned activist,
Acta Med Hist Adriat, 2016, 14(1); 177-184.
[6] Es de
recordar que, en octubre de 1962, a raíz de la crisis de los misiles en Cuba,
el mundo estuvo muy cerca del estallido de una guerra atómica total entre
Estados Unidos y la URSS.
[7]
Tras diversos avatares y detenciones, dicha marcha, iniciada por Lambrakis en
solitario, acabó en olor de multitud en Atenas, el 21 de abril de 1963.
[8] La Reina griega se encontraba en Londres para
asistir a la boda de la Duquesa de Kent, Alejandra. Lambrakis la abordó en
plena calle, para pedir su intercesión respecto de un sindicalista griego, que
llevaba largo tiempo en prisión. Se dice que la indignación de la Soberana
llegó hasta el extremo de comentar con sus íntimos su deseo de que alguien la
librara de aquel hombre. La interpretación de dicho anhelo resultaba
ambigua, pero sus consecuencias no lo fueron. Véase, Evi Gkotzaridis, “Who will
help me to get rid of this man?”. Grigoris Lambrakis and the non aligned peace
movement in post-civil war Greece: 1951-1964, Journal of modern Greek
studies (John Hopkins University Press), 30 (2012), pp. 299-338 (accesible en
abierto por Internet).
[9] Salónica (o Tesalónica) es la capital de la
Macedonia griega o -como se demarcaba en la época del relato- de la Grecia
del Norte. Su población era entonces de medio millón de habitantes.
Actualmente, con su área metropolitana, rebasa el millón.
[10]
El contenido de esta entrevista imaginaria tiene su fuente principal en: Evi
Gkotzaridis, A pacifist’s life and death. Giorgios Lambrakis and Greece in
the long shadow of the Civil War. Cambridge Scholars Publishing,
Newcastle-upon-Tyne, 2016, pp. 251, 329 y 330. Parte del libro puede
consultarse en abierto por Internet.
[11] En
concreto, como más adelante se dirá, Kamutsis resultó absuelto.
[12] Epónimo
oficial para la Universidad de Tesalónica, fundada en 1925.
[13]
En lo sustancial, en lo que sigue resumo y no me aparto de lo declarado
efectivamente por el coronel Kamutsis ante el juez de instrucción, según lo
transcribe, a su vez, Vassilis Vassilikos en la obra citada en nota 1, pp. 223-227.
[14]
Los motocarros utilizados para el transporte público en Tesalónica eran de fabricación
japonesa, lo que, unido a la velocidad y riesgo con que se manejaban, había
dado lugar a esa denominación bélica tan conocida.
[15]
Apodo con el que será conocido a partir de entonces el testigo esencial del
caso, Manolis Jachiapostolos, que será entrevistado en la segunda parte del
relato.
[16]
Manolis Enmanuelidis fue el presunto agresor material del diputado Lambrakis. Será
entrevistado también en la segunda entrega de este relato.
[17]
Constantino Karamanlis (1907-1998), Primer Ministro derechista de Grecia
entre 1955 y 1963, así como entre 1974 y 1980, y Presidente de la República
Helénica entre 1990 y 1995. El asunto Lambrakis le costó el puesto en junio de
1963, exiliándose seguidamente. Posteriormente, tendría una segunda etapa de
mandatos políticos, bastante más liberal y digna -se dice- que la primera.
Véase, Evi Gkotzaridis, “Who Really Rules this Country?” Collusion between
State and Deep State in Post–Civil War Greece and the Murder of Independent MP
Grigorios Lambrakis, 1958–1963, Diplomacy & Statecraft, 28:4 (2017),
646-673 (accesible completamente por Internet).
[18]
Los más destacados columnistas sobre el asunto Lambrakis fueron Yannis
Vultepsis (1923-2010) y Yorgos Bertsos (1937-2019). El primero de ellos publicó
en 1966 -antes de la celebración del juicio acerca del caso- uno de los libros
clave sobre el tema: Hipótesi Lambraki (empleo las letras de nuestro
alfabeto, pero el libro está escrito en griego), es decir, El asunto
Lambrakis.
[19]
Olympic Airlines, compañía de aviación griega de bandera, que
funcionó entre 1957 y 2009, año este en que se privatizó.
[20]
Ese primer golpe, que produjo a Lambrakis un ligero mareo, le fue propinado por
un sujeto no identificado con una porra, cuando el diputado cruzaba la plaza,
desde el hotel Kosmopoliti hasta el edificio en que iba a desarrollarse el
mitin.
[21]
El incidente fue rapidísimo. Los agresores iban en una furgoneta que paró a la
altura del testigo peatón y llevaron a cabo su tarea intimidatoria. Nunca
fueron identificados.
[22] Para
todo lo relativo al contenido de esta entrevista y a los temores de Nikitas,
véase el libro citado en la nota 1, pp. 138-149, 241 y 251-262.
[23]
Parakratos, o paracracia, es la palabra griega para designar el gobierno
paralelo que mueve los hilos de la política en la sombra, así como a las
fuerzas parapoliciales y violentas que controla y dirige.
[24]
La guerra civil se desarrolló entre marzo de 1946 y octubre de 1949,
concluyendo con la victoria de las fuerzas reales o gubernamentales sobre los
comunistas. El número de muertos se calcula entre los cien mil y los ciento
cincuenta mil, para un país entonces poblado por 7,5 millones de habitantes.
[25]
Su título, en caracteres latinos, era Exormisi ton Ellinon y tenía una
periodicidad mensual. También contribuía a su financiación el entonces Servicio
Central de Inteligencia (KYP), hoy Servicio Nacional
de Inteligencia (EYP). Del señor Yosmas se tratará en el capítulo 6 de este relato.
[26]
Sigo la versión recogida en la fuente
citada en la nota 1, pp. 168-180, donde al Ruso se le asigna el
seudónimo de Michalis Dimas.
[27]
Este personaje, pese a su indudable
relevancia en el atentado contra Lambrakis, evitó ser acusado en el juicio y
siguió su carrera con normalidad.
[28] Según indiscreta confidencia de uno de los
secretarios de la Reina, el señor Tsigantes, Federica de Grecia cometió ese
exceso verbal a raíz del incidente de Londres, citado en la nota 7. Sobre la
monarquía de la Grecia contemporánea, véase: Amor López Jimeno, Los avatares
de la monarquía en la Grecia moderna, Boletín Millares Carlo, 30, 2014,
236-276 (accesible totalmente en Internet).
[29] En 1965, el valor de la dracma era
aproximadamente el doble que el de la peseta. En aquellas mismas fechas, el
salario mínimo en España era de 1.800 pesetas mensuales.
[30]
El Primer Ministro, Constantino
Karamanlis, había dimitido el 17 de junio de 1963, como consecuencia del caso
Lambrakis. En el verano de 1964 -referencia cronológica de esta parte del
relato-, gobernaba en coalición el Partido de Centro, encabezando el Gobierno
Yorgos Papandreu (1888-1968).
[31] En efecto: Hasta diez implicados en el caso
hubieron de volver a declarar sobre este extremo ante el juez, si bien todos
insistieron contra toda lógica en que, o no habían estado, o se habían marchado
antes de la aparición del motocarro: Véase el libro citado en la nota 1, pp. 272-274.
[32] Esta
entrevista imaginaria está basada en el contenido del libro citado en la nota
1, pp. 268-271.
[33] La entrevista
con él se recoge en la segunda parte de este relato.
[34]
Alusión al imperecedero libro de
historia, Anábasis de Ciro, del autor clásico griego, Jenofonte, que se
publicó hacia el año 368 antes de Cristo. Anábasis viene a significar subida,
siendo su antónimo catábasis, o descenso. Creo que con esto puede
quedar claro el juego de palabras recogido en el relato, aunque en el clásico
jenofontino, anábasis se emplea en sentido geográfico, no moral ni
cronológico.
[35] Traslado la grafía a nuestros caracteres. La
traducción aproximada es “El destierro de los Griegos”.
[36]
Dimitrios (Takos) Makris (1910-1981), ministro en los gobiernos de
Constantino Karamanlis, entre 1956 y 1963, y diputado nacional griego en los
periodos 1956-1967 y 1974-1977.
[37]
Esperar y ver, o mejor, ya veremos. En la segunda parte de este
relato, efectivamente, se verá.
[38] Véase
antes, nota 30.
[39]
Xenophon Yosmas (1906-1975). El
contenido de esta entrevista imaginaria se basa en sus referencias biográficas,
en el alegato pronunciado por él ante el tribunal del caso Lambrakis y en la
valoración de su conducta, hecha mucho tiempo después por su hijo, Alexandros
Yosmas, en una entrevista al servicio oficial alemán de radiodifusión y televisión,
Deutsche Welle.
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