Aquellos tiempos del masurio (Tras los pasos de Emilio Segrè)
Por Federico Bello Landrove
In memoriam, Emilio Gino Segrè
(1905-1989)
Seguramente, los
años más decisivos y emocionantes en la vida de Emilio Segrè (premio Nobel de
Física de 1959) fuesen los de 1935 a 1938, en que vivió en Palermo, como él escribió,
con el olor del azahar.
Este relato recuerda algunos de sus más destacados momentos, de la mano del
personaje -tal vez imaginario, o quizá real-, que le ayudó a sobrellevarlos; un
personaje, por cierto, entre la mafia y el fascismo.
Emilio Gino Segrè (1905-1989)
1.
Entre Mussolini y Don Calò
Como yo no soy
el protagonista de esta historia, sino solo el narrador, abreviaré en lo
posible la explicación de los motivos por los que conocí y hube de intervenir
en aquella, hasta el punto de poder presumir de que, sin mi concurso, el
descubrimiento del tecnecio podría no haberse producido allí y entonces, es
decir, en la Universidad de Palermo y en 1937. De modo que -como decía- voy con
mi presentación y entrada en la escena científica siciliana, aunque de
ordinario me quedase entre bastidores.
Nací en 1904 en la
localidad de Porto Empedocle[1],
en la provincia siciliana de Agrigento. Sus naturales, no muy conformes con tan
artificioso, cuanto filosófico, nombre la llaman habitualmente ‘A Marina,
hermoso topónimo dialectal, que indica mucho mejor su ubicación y estilo de
vida. Mi padre era uno de los dos farmacéuticos del pueblo, con botica abierta
en la via Roma, en una época que, como recordarán, los medicamentos
funcionaban mucho más a través de fórmulas magistrales preparadas en la
farmacia misma, que no como específicos fabricados y envasados por un
laboratorio. Ello permitía al bueno de mi progenitor tener una consideración
especial con los pobres del lugar, sin más que ganar un poco menos con su
trabajo. Entre otras, se benefició de dicha largueza la familia Sinesio, cuyos
miembros, aunque muy trabajadores, malvivían de la pesca y en las minas de
azufre de Gessolungo[2],
en las que, por su ridícula remuneración y pequeña talla, eran bastante
empleados los carusi, como los denominamos en Sicilia[3].
Entre la numerosa familia, se encontraba Vincentino, unos quince años mayor que
yo quien, con el tiempo y la ayuda del famoso Don Calò[4],
se convertiría en el capo de la familia mafiosa de ‘A Marina. De
sus cualidades puede dar razón el apodo con que se le conocía en voz baja y a
espaldas suyas: Biscia[5].
Es probable que, sin el auxilio de los consejos y medicinas de mi padre, Biscia
no habría llegado a adulto, y con buena salud. A posteriori, hubo mi
ascendiente de arrepentirse por tan buen resultado clínico, pero el
beneficiario no lo olvidó, para bien. Todavía recuerdo que, cuando el mafioso
supo de mi partida a la península para estudiar la Carrera, me hizo conducir
por uno de los suyos hasta una taberna junto a la torre de Carlos V. Me mandó
sentar -alto honor-, me entregó un sobre cerrado con dinero y me dijo:
-
No
hace falta que tus padres se enteren de esto. Eso sí, espero que lo aproveches
y vuelvas a Sicilia convertido en un boticario de categoría.
-
Pero,
le advertí, es que voy a estudiar para abogado.
-
¡Ah,
mucho mejor!, exclamó entre las risas de los circunstantes. Nos serás más útil de
picapleitos que como boticario.
***
Salí de ‘A
Marina con diecisiete años, allá por 1921. Mi destino era la Universidad de
Pisa, cuya Facultad de Jurisprudencia era famosa y la ciudad -al gusto de mi
madre-, relativamente pequeña y tranquila. Lamentablemente, no tuve tiempo, ni
de licenciarme, ni de disfrutar de los encantos pisanos, más allá del primer
año en que, la verdad sea dicha, aprobé todas las asignaturas, incluido el coco,
el Derecho Romano, a cargo del eminente profesor Brugi[6].
No tenía propiamente un manual de la asignatura, lo que nos obligaba a
tomar apuntes desesperadamente y completarlos con obras de otros colegas. Entre
ellas, yo opté por el Curso del profesor de Turín, Gino Segrè, que,
aunque incompleto[7], era excelente
y fácil de entender. Si les he ofrecido este mínimo dato es porque luego tendrá
su importancia en la historia.
Facultad de Jurisprudencia de la
Universidad de Pisa
Terminado el curso,
regresé a mi ciudad natal, invirtiendo en ello casi todo lo que Biscia me
había donado, que se me fue en un pasaje de primera clase en el paquebote Il
Gabbiano, que hacía cabotaje entre Génova y Palermo, haciendo escala en
Livorno, donde yo lo tomé. Encontré mi tierra tan revuelta, como dejé la
Toscana, fruto de la efervescencia social que nos traería el fascismo, unos
meses después. Mi padre, del todo apolítico y poco inclinado a las novedades, había
tenido no obstante el cuidado de leer el Manifesto[8]
y lo valoró con unas palabras, que todavía recuerdo:
-
Tienen
buenas ideas, pero dudo de que tengan también los hombres necesarios para
llevarlas a cabo.
No creo que, con
mi rebeldía juvenil, las palabras de mi padre me calasen hondo, pero el caso es
que, de vuelta a Pisa para mi segundo año de Jurisprudencia, seguí la corriente
de varios de mis amigos, me puse una camisa negra prestada -que me venía
grande-, enarbolé un garrote y me incorporé a la Colonna Lamarmora[9],
con destino Roma. De aquella excursión y de la consiguiente adhesión al
Partido Fascista obtuve, no solo una medalla conmemorativa y un carnet de
número bastante bajo, sino el abandono de la carrera, con la consiguiente
incorporación a la Milizia voluntaria[10],
pasando luego a formar parte de la Sicurezza[11]
y convirtiéndome en un policía que, aunque de la confianza objetiva del
Régimen, no estaba dispuesto a dejar de estar al servicio de Dios y de la
Patria, como rezaba mi juramento. Claro está que, ni mi padre, ni Biscia,
quedaron muy conformes con mi nuevo camino vital. En lo referente a mi
progenitor, recuerdo su comparación:
-
Qué
quieres que te diga. Me gusta más mi bata blanca que tu camisa negra.
Y Biscia,
con retranca:
-
¿Es
que no te llegó el dinero que te di para comprar una toga, que te has
conformado con una camisa?
Con todo, antes de
regresar a la península para cumplir con mis deberes profesionales en Pescara, vestí
el uniforme como afirmación de despedida y tuve ocasión de despertar la
admiración del elemento femenino de ‘A Marina. Mariolina Balducci, mi vecina
solterona, suspiró:
-
¡Hay
que ver qué bien os sienta el color negro a los rubios!
(No hagan caso a
doña Mariolina: Ella calificaba de rubios a los que, como mucho, éramos
trigueños)
***
En 1933 ascendí a capomanipolo[12]
y fui destinado a la comandancia de Palermo. Para entonces, Mussolini había
pregonado a los cuatro vientos que su enemiga siciliana visceral, la mafia,
había sido definitivamente vencida y, por efecto de ello, el separatismo
siciliano era ya historia y el Estado italiano gobernaba la isla con la misma
mano de hierro que el resto del territorio. Claro está que todo eso era muy
relativo: Ciertamente, se había hecho mucho en unos pocos años, pero, como la
hija del jefe de la sinagoga del Evangelio, la cosa nostra no estaba
muerta, sino dormida o, por mejor decir, emigrada a los Estados Unidos, o
aletargada en las montañas sículas, a la espera de mejores tiempos, que le
llegarían diez años más tarde, gracias a la invasión angloamericana de Sicilia
durante la Segunda Guerra Mundial. Y así, cuando fui destinado a Palermo, el prefecto
de hierro, Cesare Mori, y su fiel y eficaz fiscal jefe, el procuratore Luigi
Giampietro, ya estaban en Roma, disfrutando de su dorado retiro en el Senado.
Tan solo permanecía en Sicilia entre los hombres fuertes antimafia el jefe de carabinieri,
maresciallo Spanò[13].
Por su parte, el capo di tutti capi, Calò Vizzini estaba confinado en la Basilicata[14] y mi
buen amigo, Vincentino Sinesio, aunque seguía en ‘A Marina, apenas se dedicaba a otra cosa que a regentar el conocido restaurante
‘A Vecchia Masseria o, cuando menos, a percibir los beneficios
de tan próspero establecimiento.
Quiere decirse que mi función era la de
tener a raya a los antifascistas, sin necesidad de embarcarme en más peligrosos
menesteres contra la mafia. Por otro lado, siendo yo siciliano, de entrada no
era muy fiable para tales tareas. En consecuencia, el seniore Fioravanti[15],
tras echar un vistazo a mi hoja de servicios, decidió:
-
Di Pietro, observo que tiene usted estudios
universitarios, y en una Academia ilustre.
-
Solo un curso, seniore. Luego he
procurado reanudar la carrera, pero el trabajo ha acabado por quitarme las
ganas.
Fioravanti sonrió:
-
¿Qué le parecería que yo le diese esa oportunidad,
sin dejar por ello de servir al Duce?... Claro
que la Universidad de Palermo no es ninguna maravilla de ciencia. Más bien es
un nido de revoltosos; y no me refiero tanto a los estudiantes, cuanto a
ciertos profesores… disolventes. ¡Claro!,
como en Roma se empeñan en trasladar forzosos aquí a algunos de los peores…
-
¡Esta sí que es buena! -le seguí la crítica-. A los
desafectos de la península los traen para acá y a los sicilianos más recios se los llevan al norte.
El seniore se encogió
de hombros y matizó:
-
Menos mal que a algunos funcionarios, como usted,
los devuelven a casa, donde espero que esté como pez en el agua… Solo tendrá
que pasar mucho tiempo en la Universidad y jugar a la escoba[16].
La risa le impidió darme una explicación
puntual sobre semejante dedicación a tal juego de cartas. No importaba: Pronto
sabría por mí mismo el motivo de tan insólita alusión.
Camisas Negras en la
Marcha sobre Roma (el séptimo por la derecha tal vez sea Renzo di Pietro)
2. Llega un físico sospechoso
La Universidad de Palermo estaba lejos de
ser el antro de antifascistas que me había anunciado Fioravanti, aunque no
dejase de haber algunos que hacían proselitismo liberal y podían contagiar a
los jóvenes estudiantes. Creo que el peor de ellos era, precisamente, el profesor
de Derecho Romano, Giovanni Baviera, que había tenido experiencia política
previa como diputado, y que era el croupier, vale
decir, quien reunía semanalmente en su casa a diversos maestros de la Academia,
con el hilarante pretexto de jugar a las cartas, de donde
la broma policiaca de llamarlos Il circolo dello scopone[17]. Tanto Baviera, como el botánico Montemartini, eran dos de los
catedráticos confinados en Palermo por motivos políticos, aunque este último
era menos influyente y de carácter menos apasionado. De todos
modos, controlar a aquel grupo de tahúres no me era
particularmente difícil. Si acaso, me dificultaba la labor la duplicidad de sedes
en que se ejercía la docencia universitaria: En aquellas fechas, precisamente, los
estudios de Ciencias fueron llevados a nuevos edificios en la vía Archirafi y ello era un incordio, tanto por el tiempo y
esfuerzo empleado en el desplazamiento, como por las dificultades de enterarse
de todo y pasar desapercibido. Yo no dejaba de encarecer a Fioravanti esas gabelas,
a fin de que no me encargase nuevos o distintos menesteres pues -la verdad sea
dicha- los que desempeñaba eran bastante cómodos y poco comprometidos.
Por aquel tiempo no tenía aún conocimiento
acerca de qué profesores eran de ascendencia hebrea, algo que tan importante
sería pocos años después. Para no ser numerosos los judíos italianos[18], no
eran pocos los docentes palermitanos de dicha etnia, quienes
serían depurados a partir de 1938[19], y
que en parte coincidían con los jugadores de escoba. A ellos se
sumaría, en el curso 1935-1936 un joven profesor de Física, con un apellido que
inmediatamente despertó mis recuerdos estudiantiles. Se trataba de Emilio
Segrè, verdadero protagonista de esta historia, al que la misma viene dedicada.
***
Como soltero, pese a su buena posición
económica, Segrè comenzó hospedándose en un alojamiento de circunstancias, la
pensión Lincoln, en la propia via Archirafi, donde radicaba su Facultad. Y he dicho buena posición, refiriéndome a su familia, pues el sueldo de un
profesor de su elevado nivel era de unas dos mil liras, un buen salario,
ciertamente, pero nada del otro mundo. Sin ir más lejos, yo llegaba, gracias a
mi grado profesional, a las mil quinientas.
Universidad
de Palermo, edificios de Ciencias
La verdad es que me tentó lo de alojarme
en la Lincoln cuando me di una vuelta por ella y constaté,
no solo su inmediatez a las nuevas Facultades, sino la buena fama de su cocina,
regentada por una abruzzese, que no
escatimaba -como mi patrona- la abundancia de sus menús. De modo y manera que
empaqué mis pertenencias y di con mis huesos en aquel destino atractivo, tan
pronto quedó libre una amplia habitación exterior, dos puertas más allá de la
del profesor. Aunque no tardaría en perder el relativo anonimato, firmé el
registro como Renzo di Pietro, viajante de una editorial turinesa especializada
en libros de texto -algo que podría explicar mi asiduidad universitaria-.
Hotel
“Excelsior” de Palermo, en la actualidad
El informe que me habían hecho llegar mis
superiores del profesor de Física no era nada prometedor desde el punto de
vista antifascista. Sin embargo, su autor -un colega
romano, al que le estaré siempre agradecido- lo rodeaba de un halo de
comprometido misterio, que habría hecho las delicias de un novelista de ciencia
ficción. El joven Segrè, nacido en 1905 en la bellísima cercanía romana de
Tívoli, era un físico de campanillas, uno de los miembros del grupo de Roma, por otro nombre i Ragazzi di via
Panisperma[20]. Ya ese nombre tenía connotaciones de comedia cinematográfica, que
mutaba a película de espías cuando mi colega romano agregaba:
El jefe del grupo no es il
caposcuola, catedrático Orso Mario Corbino, sino
el profesor Enrico Fermi[21] quien, pese a haber sido postergado por oscuros motivos de política
académica, pasa por ser el mayor especialista italiano en la llamada Física
atómica, de tan gran interés internacional. Dentro del citado grupo, Emilio
Segrè es apodado el Basilisco, por su carácter
propenso a los enfados violentos. No obstante, ha sido él quien más ha
contribuido al enlentecimiento o dulcificación de unas partículas llamadas neutrones que, por tal motivo, se denominan neutrones
lentos[22]. No puedo ofrecer mayores detalles de tal logro: Solo sé que sus
compañeros lo han considerado de superlativa importancia...
Con un poco de labia y otro poco de
argumento científico de pega, logré que Fioravanti me diese carta blanca para
centrar mis investigaciones, no en Baviera y Montemartini, sino en Segrè.
Incluso logré un plus de mi sueldo para compensar el mayor alquiler de la
habitación de la pensión Lincoln, aduciendo
que mi traslado había sido motivado por estar más cerca del escurridizo físico, que había tenido largas estancias en Alemania
y Holanda, y quién sabe si -como su mentor, Fermi- no andaría trajinándose alguna beca en los Estados Unidos. Lo cierto era
que el bueno de don Emilio parecía estar muy centrado en Palermo, tratando de
poner en marcha un Departamento con profesores razonablemente buenos, pero con
una organización y medios que apenas habían progresado desde los tiempos de
Cannizzaro[23].
Estas y otras muchas pejigueras me las contaba Segrè los pocos días que
coincidíamos en la mesa de la pensión, gracias a la relativa confianza que habíamos
establecido, debida a mi respetuoso recuerdo del romanista de su mismo
apellido, quien resultó ser tío carnal de mi joven
físico.
Una tarde de otoño, se me ocurrió dejarme
caer por el laboratorio de la Facultad para sacar de sus casillas
al Basilisco, invitándolo a un café bien caliente, que llevaba
conmigo en un termo, ante la inconveniencia de buscar un cafetín bajo la
lluvia. Me lo encontré, literalmente, limpiando el polvo a unos aparatos de aspecto
arcaico; eso sí, en compañía de un asistente de edad mediana y con la grata
cooperación de una jovencita bastante atractiva, que incluso había sobrepuesto
una especie de guardapolvo grisáceo para proteger su vestido de calle. No pude
menos de echarme a reír y, cogiendo un plumero sin encomendarme a nadie, la
emprendí con un solemne busto de bronce, que resultó ser la imagen del profesor
La Rosa[24], inmediato
predecesor de Segrè, fallecido un par de años antes. Emilio reaccionó a tono
con mi broma:
-
¡Di Pietro, por favor, tenga muchísimo cuidado, que
esa pieza es la mejor de todo el Instituto de Física!
En efecto, todos hicieron un alto en el
trabajo y Segrè me guio hasta su espléndido despacho, amueblado con todo el
esplendor de la época humbertiana[25]. El subalterno
se eclipsó educadamente, pero la muchacha nos acompañó por expresa indicación
del profesor. Como me había figurado, se trataba de una alumna de la
asignatura, Ginetta Barresi, la única mujer entre los ocho discípulos que
seguían oficialmente el curso de Física. La presentación me fue un poco
embarazosa pues su padre era un coronel del Ejército, de familia ilustre, por
lo que corría el riesgo de ser reconocido como oficial de la Milizia. Preferí no entrar en detalles, con una salida
poco comprometida:
-
¡Bah!, lo mejor de mí es que soy hijo de un
boticario de ‘A Marina, con lo
que, de no irme bien en el trabajo, siempre puedo ponerme de mancebo en la
farmacia.
La cita de mi localidad natal fue bastante
para que Ginetta encomiase su belleza, así como la de Agrigento y su Valle de los Templos[26]. No
habíamos terminado el café cuando Segrè ya se había apuntado a una excursión de
fin de semana por mi tierra, tan pronto mejorase un poco el tiempo. La joven
declinó la invitación. Dijo:
-
Vayan ustedes solos y diviértanse. Yo ya estoy un
poco cansada de ver los templos… Además, tengo que estudiar mucho, que el
profesor de Física es un hueso de cuidado.
***
Nuestra excursión por Agrigento nos dio
oportunidad de hablar de muchas cosas, incluso de que yo me sincerase sobre mi
verdadera profesión, habida cuenta de que me había percatado previamente de que
Segrè no tenía nada de peligroso desde el punto de vista político. Mi confesión
vino rodada, por cuanto preparé para nuestra excursión un hermoso Fiat-524
oficial, con un caporale de la Milizia como chófer:
-
Las carreteras por las que hemos de viajar no son
nada buenas y no quiero que se malogre uno de los mejores físicos de Italia...,
ni uno de sus policías más concienzudos -así expliqué el alarde-.
-
No pretenderá hacerme creer que merezco tal
protección de nuestras autoridades, replicó, sin dar mayor importancia a mis
palabras, como si no le hubiesen sorprendido.
Vista del
puerto y torre de Carlos V (Porto Empedocle)
Durante el trayecto, casi siempre por
terreno muy accidentado, me hizo saber su amor por las montañas, así como su
predilección por el esquí de travesía o nórdico:
-
Seguramente, mi próxima luna de miel la pasaré en
los altos Apeninos, por la zona del Gran Sasso, me confió.
-
Así pues, piensa contraer matrimonio próximamente,
deduje.
-
No tardando, en efecto. He pedido permiso para
hacerlo el 2 de febrero próximo, en Roma.
Me comentó que su futura esposa era una
alemana, llamada Elfrida[27] que,
por su sangre judía, se había acogido años atrás a la hospitalidad italiana y a
quien había conocido en las oficinas de una empresa con la que comerciaba Segrè
padre, dentro de su negocio de fabricación de papel. No sé si sabe que yo también soy de familia judía, aunque no participo de
su religión, añadió.
Agotado el tema del judaísmo, me sentí en
la obligación de dorar la píldora de mi
vinculación a la Milicia fascista, lamentando haber perdido la oportunidad de
convertirme en un abogado respetable. Para mi
sorpresa, Emilio me replicó con sencillez:
-
Cualquier profesión puede ejercerse de manera digna
y dulcificando la aplicación de las leyes cuanto sea posible. No obstante,
¿quiere darme a entender que forma usted parte de los agentes que controlan la actividad universitaria?
-
Digamos, más bien -mentí-, que soy su ángel de la
guarda, para que el fascismo no pierda a uno de los científicos más prometedores
de Italia.
Y, desarrollando la idea, le endosé la historieta de mi colega romano, neutrones lentos
incluidos. Segrè no sabía si reír o tomarme en serio. Optó por esto último:
-
¡Anda que no tenemos que dar vueltas -o mejor
diría, desintegraciones- hasta que estas investigaciones acaben en algo
práctico!
-
Pero, práctico o no -objeté-, que se quede en
Italia y sirva aquí. Entre los alemanes y los anglosajones, están concentrando
la ciencia y a sus cerebros en tres países nada más.
-
Mucho me temo, amigo Di Pietro -replicó- que sea,
ante todo, cuestión de invertir mucho dinero en las universidades y los
laboratorios de las empresas. ¡Ah!, y en no maltratar a las personas por su
raza o la de su familia. ¿Ignora usted que la esposa de Fermi es judía[28] y, a
cada paso que da Mussolini hacia Hitler, nuestro mejor físico se echa a
temblar?
Me dio un pronto y le hice una promesa que
trabajo me costaría cumplir:
-
Pues por mí no va a quedar. Puede contar conmigo
para cualquier ayuda que le evite problemas raciales.
Me miró sonriendo, aunque con cierta
malicia, y retrocedió en la temática de nuestra conversación:
-
Si le han mandado controlarme, será que tiene usted
alguna formación teórica en Física…
-
Ni papa, fuera de
un bachiller bien trabajado -repuse-. Como máximo, para ejercitar la memoria,
suelo recordar de viva voz todas las mañanas la tabla periódica de los
elementos químicos.
-
¡Caramba!, qué interesante. Lo voy a poner a
prueba. ¿Puede decirme el nombre del elemento número 43?
-
Por supuesto, contesté sin vacilar. Se trata del
masurio, de símbolo Ma. La verdad es que, en mis tiempos de bachiller, había un
hueco en la tabla, que se llenaba, al modo de Mendeleyev, con la expresión Eka-manganeso[29],
pero tengo entendido que un matrimonio alemán descubrió el elemento hace unos
pocos años[30].
-
La cosa se presta a discusión -juzgó- y, dado su
buen conocimiento del tema, le tendré informado acerca de cuanto se avance en el
descubrimiento de nuevos elementos.
-
Espero que no sean muchos -bromeé-: Mi memoria ya
no es la de mis quince años.
***
Terminado el viaje hasta Agrigento, invertimos
el resto del día en recorrer el Valle de los Templos -que, como no podía ser
menos, entusiasmó a Segrè, que aún no lo conocía-. Comimos de picnic, pese a que el día no
acompañaba y, por la tarde, realizamos una visita relámpago, a la
capital agrigentina, incluyendo el Monasterio del Espíritu Santo y la hermosísima
Biblioteca Lucchesiana, tan decadente como evocadora. Segrè
no dejó pasar la oportunidad de guasearse, a propósito de Pirandello[31],
como se sabe, nacido en esta ciudad:
-
Supongo
que el señor Pirandello no les planteará problemas a usted ni a sus colegas…
-
Cuando
uno ha conseguido el premio Nobel -repuse-, hay que consentirle casi todo,
incluso que sea fascista.
-
Vaya,
ya sé lo que tengo que lograr para que me deje la policía en paz, concluyó echándose
a reír.
Veinticuatro años
más tarde tendría Segrè la ocasión de comprobarlo[32].
Entrada ya la
noche, llegamos a Porto Empedocle. En el camino había tratado de convencer a mi
acompañante para que se dejara hospedar en casa de mis padres, pero resultó, si
no imposible, sí razonablemente embarazoso, dado que apenas nos habíamos
tratado. Acepté, pues, que se alojara, en unión de nuestro chófer, en el hotel Villa
Romana, al pie de la playa del Lido Azzurro, donde el caporale miliciano
le serviría de escolta y, si a mano venía, de transportista. Lo que sí aceptó
de buen grado fue cenar en casa para conocer a mi familia, de lo que esta ya
tenía adelanto. El caporale optó por comer aparte y le aconsejé hacerlo
en la Vecchia Masseria, para lo que lo proveí de una nota, a fin de
evitarle una reacción desagradable, yendo de uniforme. La esquela iba dirigida
a la atención de Don Vicentino Saverio y decía así:
Le ruego
atienda a este humilde conductor en acto de servicio, como si de mí mismo se
tratase. Mañana iré sin falta a cumplimentarlo personalmente.
Ni que decir tiene
que el chófer quedó encantado. Cuando pasó por casa para recoger a Segrè
después de la cena, me comentó admirativamente:
-
¡Una
cena digna del rey, y no quiso cobrarla! Me dijo que mañana estará muy honrado
de recibirle en su modesto establecimiento.
-
Se
ve que eres muy popular, Renzo -comentó el profesor, que había decidido durante
la cena que nos tuteásemos-.
-
Sobre
todo, entre ciertas personas, repliqué con vaguedad. Ya te contaré… Que pases
muy buena noche y duerme pronto, que mañana iniciaremos nuestra visita a las
nueve. No sabes la de cosas hermosas que tiene nuestra pequeña ‘A Marina.
***
Dedicamos el
domingo a visitar las bellezas de ‘A Marina: torre de Carlos V, Chiesa
Madre, Palazzo Montagna, el palacete de la familia Melluso -con el permiso
de sus moradores, a quienes les cayó en gracia que un afamado profesor romano se
interesara por tan pintoresca como poco frecuentada localidad-. Con todo, nada
le llamó más la atención a mi invitado que la amistosa acogida que tuvimos en
la Vecchia Masseria, gratuidad del banquete incluida. Menos mal que,
previendo la generosidad de Biscia, me había pertrechado de una
espectacular cassata de la mejor confitería de la ciudad, como obsequio
para su madre, así como de dos botellas de añeja sambuca[33],
para brindar por nuestra prosperidad en el ya muy próximo año 1936, en que mi
amigo Emilio, aquí presente, pasará a mejor estado -expliqué-. Ni que decir
tiene que, entre rasgos de cortesía y cierta sobreabundancia alcohólica, la
despedida entre Don Vincentino y un servidor fue de lo más efusiva, no faltando
la paternal obsequiosidad del mafioso, pese al estado de latencia en que
lo había puesto el fascismo:
-
No
hay mejor amigo -ponderó- que el que no se da importancia y trata con campechanía
a quien está pasando una mala racha. De modo que, Renzo, cuenta conmigo para
cualquier cosa que se te ofrezca… Repito, para cualquier cosa.
Ya con el coche en
marcha, camino de regreso a Palermo, Emilio me preguntó:
-
Tratamiento
de Don, besos a dos carrillos…: No será un tipo de la mafia…
Me eché a reír
-tal vez por efecto de la sambuca- y le dije al conductor, que había
participado con nosotros del ágape y su ceremonia:
-
Contéstele
usted, caporale Pessina, que yo no quiero comprometerme.
El interpelado,
muy respetuoso, respondió:
-
Es
muy posible que lo sea, pero, ante todo, para un siciliano, es un paisano amigo
que está en horas bajas.
Segrè pareció
tardar en asimilar aquella prioridad, tan impropia en un policía. A mí, en
cambio, me dio en pensar que habrían de pasar cien años y seguiría siendo el
mismo marinise[34]
de la infancia, que nunca haría uso de un policía para resolver sus asuntos
personales, con amigos o con enemigos.
3.
Radiactividad por correspondencia
Como estaba
previsto, Emilio Segrè contrajo matrimonio con Elfriede Spiro en una sinagoga
de Roma, el domingo, 2 de febrero de 1936. Debido al mal tiempo, no pudieron
cumplir su deseo de pasar la luna de miel esquiando en los Apeninos, sino de
turismo en Nápoles y sus alrededores. A su regreso a Palermo, Emilio tuvo la
gentileza de invitarme personalmente para que conociera a su esposa, tomando café
en el hotel Excelsior, donde se habían instalado de manera provisional.
Elfrida era una mujer hermosa, de rasgos notoriamente germánicos, amable y con
dificultad aún para expresarse en italiano con precisión. De manera piadosa,
le fui introducido como un agente de policía sinceramente interesado por la
ciencia y la historia. Por supuesto, antes, en la intimidad, ya la habría
aleccionado Segrè sobre mi verdadero cometido en la Universidad, pues noté
cierta tensión en su joven esposa. Yo llevé la conversación a las bellezas de
Sicilia y de su mar, ofreciéndome como anfitrión, si decidían repetir por
Agrigento. También prometí mi ayuda en la búsqueda de algún piso conveniente en
Palermo si -como suponía- no pensaban seguir largo tiempo de hotel, aunque
fuera tan espléndido como el Excelsior de aquella época[35].
Segrè bromeó:
-
Tiene
razón Renzo. Las habitaciones son lujosas y la cocina, de primera, pero
presenta el inconveniente de que el gerente está confinado aquí por
antifascista.
-
No
lo decía yo por eso -repliqué un poco amostazado-, sino por la inferioridad de
un hotel frente a la intimidad de un hogar, por modesto que sea.
-
Cierto
-concedió el físico-: Eso y la circunstancia de que un profesor no cobra un
sueldo que le permita costear un hotel lujoso, a no ser con la cooperación de
sus padres.
Elfriede Spiro Segrè, primera esposa
de Emilio Segrè
Fuera como fuese,
pronto se trasladó el matrimonio Segrè a un piso casi nuevo en la plaza Crispi,
con magníficas vistas al Jardín Inglés. Supongo que, ni el precio de compra, ni
los soberbios muebles que trajeron de Florencia, se corresponderían tampoco con
el salario de Emilio, máxime habiendo dejado su mujer de trabajar. Más adelante les informaré de los motivos por
los que llegué a conocer bien dicha vivienda y su ajuar.
Por unos motivos u
otros, abandoné mi asiduidad de Segrè, con el pleno acuerdo de mi jefe,
Fioravanti, y me concentré en los veteranos conspiradores del Círculo
de la Escoba. Todavía me dejaba caer algunas tardes por el seminario de
Física, tratando de camelar a la encantadora Ginetta Barresi, pero la
diferencia de edad y de clase social eran entre nosotros obstáculos casi
insalvables, por no hablar del profumo di poliziotto[36]
que me acompañaba desde mi confesión a Segrè. Por si todo eso fuese poco, se
cruzó en mi camino un jovencísimo y prometedor recién licenciado en Física, apellidado
Santangelo[37], con el
que las cosas no llegaron a mayores, pero fue lo suficiente para que Ginetta se
desligase de mis cafés del atardecer. En resumen, perdí todo interés por la
Física, hasta que Fioravanti me llamó la atención, con bastante malos modos:
-
¡Vaya,
Di Pietro! Está usted dedicado en exclusiva a la Universidad y tengo que
enterarme de lo que pasa allí por otros compañeros suyos.
Mi presunto
despiste tenía que ver, precisamente, con Segrè. Al parecer, se había embarcado
en alguna ignota tarea con otro profesor, uno de tantos antifascistas
reconocidos, el químico y mineralogista, Carlo Perrier[38].
Yo lo conocía de vista, dado que su despacho y laboratorios ocupaban la primera
planta del edificio, justo por encima de las dependencias de Física.
Precisamente Segrè había bromeado en alguna ocasión sobre la circunstancia de
que ciertas salas que también le correspondían en el primer piso se las había
encontrado ocupadas por los químicos, cuando él llegó a Palermo. Su
natural realista le había movido a no reclamarlas, ya que tenía en la planta
baja espacio más que suficiente. ¡Mira tú por donde, su generosa gentileza le
permitió contar al año siguiente con el concurso de uno de los más destacados profesores
de Italia en las materias complementarias que él iba a necesitar!
Pues, en efecto, eso
era lo sospechoso que habían descubierto mis colegas: Que Segrè y Perrier se
habían puesto de acuerdo para llevar a cabo una investigación conjunta. Y lo
que se traían entre manos fue algo que supuso mi primer complimiento de la
promesa de ayuda amistosa, aunque no tuviese que ver con el antijudaísmo; al
menos, no directamente. Para contarlo, habré de retroceder unos cuantos meses,
hasta el verano de 1936. Voy con ello.
***
En dicho momento, aprovechando
las vacaciones académicas, el matrimonio Segrè viajó a los Estados Unidos sin
ningún problema, fuera del que representó el estado de gestación de Elfrida,
poco adecuado para el tremendo calor húmedo con que los recibió Nueva York. El
caso es que el aspecto científico del viaje se desarrolló casi en su integridad
por California, en concreto, en la Universidad de Berkeley. Esto me contaba el
propio Emilio, en su despacho, tras pedirme que acudiese a verlo con cierta
urgencia. Y añadía:
-
En
resumen, he conseguido de mis colegas americanos que me envíen a Palermo todas
las muestras que desee, para analizarlas aquí y ver de descubrir en ellas algún
elemento todavía no identificado. ¿Se acuerda de lo que hablamos?
-
¡No
me diga más! -exclamé-: ¡el masurio auténtico, no ese de pega del
matrimonio nosecuantos!
-
En
efecto -asintió, sonriendo-. Pero tenemos un pequeño problema, para el que deseo
rogarle que nos eche una mano. Se trata del transporte.
-
Pues
¿qué?, inquirí, ¿le han puesto pegas en la aduana?
-
Me
temo que lo hagan, pero no es solo eso lo que me preocupa.
Y, a partir de
aquí, el profesor trató de explicarme de manera sencilla que las muestras que
esperaba recibir eran de materiales radiactivos y, por tanto, tenían que ser manipuladas
con sumo cuidado, sin inspección o apertura ninguna para comprobación, pero, al
mismo tiempo, no dando el cante, de manera que prohibiesen su
importación.
-
Ya
creo entender, afirmé. Es algo así como la radiación de los aparatos de rayos X,
que tan buen servicio prestan a la medicina; pero sus rayos ¿qué
beneficio van a prestar a la sociedad?
-
Es
el progreso, amigo Renzo, como en su día lo fue la radiación X. ¿Acaso cree que
Roentgen hizo el descubrimiento y, acto seguido, los médicos empezaron a
usarlo?
Hasta ahí, la cosa
era clara: primero, la ciencia teórica y, a partir de ella, las aplicaciones prácticas.
Pero, como policía llamado a hacer un favor tan peligroso, quería algo más que
una vaga invocación al progreso. Segrè se puso solemne y acabó por convencerme:
-
Mira,
toda la física moderna está caminando por esta vía y los países que no se den
prisa en tomarla acabarán en la cuneta, en todos los sentidos, desde el médico
y el energético, hasta el militar. Que eso le pase a Haití o a Liberia -por
poner dos ejemplos- es normal y casi inevitable, ¡pero a Italia!, la tierra de
Galileo, de Volta, de Marconi…
Pese a tanto
entusiasmo, seguí dudando. Finalmente, accedí, cuando me aseguró que el nivel
de radiación y el tipo de empaquetamiento impedían cualquier efecto gravemente
perjudicial o peligroso. De todos modos, de haber sabido que aquella tremenda
energía era detectable con los aparatos adecuados, sin necesidad de abrir el
envío, me lo habría pensado mejor. En fin, decidí subirme al rayo del progreso.
Acudí a Fioravanti para pedirle que intercediera con los aduaneros, claro está
que sin darle mucha información:
-
Jefe,
me he enterado de que van a empezar a llegar a la Universidad de Palermo unos paquetitos
desde la de Berkeley, en los Estados Unidos. Hay que decir a los de aduanas
que los depositen sin abrir ni inspeccionar en sus almacenes, hasta que vaya a
recogerlos personal autorizado de la Facultad de Física, acompañado por mí o de
algún policía a mis órdenes.
-
Pues,
¿qué demonios contienen?
-
Algo
que, cuando nuestros científicos lo analicen y empleen, dejará los rayos X a la
altura de la Edad de Piedra.
Fioravanti
titubeaba. Tendría que hacer un uso arriesgado del argumento de autoridad:
-
Pregunte
a Roma, si no acaba de estar convencido, pero corremos el riesgo de desvelar un
secreto nacional. Por otra parte, no creerá usted que los americanos iban a
ayudarnos en algo tan importante, sin que nuestro Gobierno no estuviera al
tanto y les hubiese hecho alguna contrapartida. ¡Menudos son los yanquis!
En fin, con mucha
suerte y bastante inconsciencia, los residuos radiactivos procedentes del
ciclotrón de Berkeley llegaron silenciosamente y sin impedimentos a los
laboratorios de la modesta Universidad de Palermo. Y creo tener motivos para
vanagloriarme de haber contribuido a ello. ¿Que por qué no se me han reconocido
hasta ahora los méritos? Yo voy a contestarles con otra pregunta: ¿Creen
ustedes que yo iba a permitir a Segrè, ni a ningún otro, que sacase a relucir
mi nombre en esta materia, sin recibir previamente mi autorización?
***
La primera
consecuencia de la aplicación del dúo Segrè-Perrier para analizar aquella
muestra de molibdeno radiactivo, que yo había contribuido a que entrase de
matute en Italia, fue el indudable descubrimiento de varios isótopos del
elemento químico número 43, aquel que en el instituto llamábamos masurio, en la
creencia de que lo habían hallado, y aislado, los Noddack. Los dos profesores
panormitanos, exultantes, publicaron su verdadero descubrimiento aquel mismo
año de 1937[39], aunque
decidieron no entrar en mayores polémicas y no rebautizar al masurio,
hasta que las comprobaciones imparciales fuesen aplastantes. Lo malo es que se
atravesó la Segunda Guerra Mundial, por lo que no fue hasta 1947 cuando el masurio
pasó a mejor vida. No hay mal que por bien no venga -dicen muchos- y aquel
retraso contribuyó a que Segrè, con el apoyo de Perrier y de la IUPAC,
escogiera libremente un hermoso nombre para su elemento: tecnecio,
debido a que fue obtenido, no directamente de la Tierra, sino por la técnica
humana, aplicada a la manipulación de otro elemento[40].
Recuerdo que acudí
a la pequeña fiesta de natalicio que se dio en el laboratorio, con la
presencia de los dos felices papás, así como de otros colaboradores o parteros,
como el ya citado Santangelo, el fisiólogo -judío y antifascista- Camillo Artom[41],
Cacciapuoti[42] y otros
más. Con la venia de Segrè, me hice acompañar de mi jefe, Fioravanti, para que
fuese testigo privilegiado del alumbramiento del primer elemento químico que
había sido descubierto en Italia. El hombre parecía tan contento como el que
más y no dudo de que semejante éxito patriótico me hiciera crecer unos cuantos
pies en el respeto y la confianza del comandante.
No quiero concluir
este capítulo sin recordar, todavía con hilaridad, la controversia que se
suscitó a propósito del nombre que habría de llevar el nuevo elemento, la cual
sorteó Segrè con la astucia de demorar el bautismo. Cada miembro del equipo fue
proponiendo sugerencias: Recuerdo las de panormio y trinacrio[43].
Es muy posible que esta última hubiese resultado vencedora, de decidirse la
cuestión en aquellos momentos. El botánico Montemartini envió una papeleta en
guasa, proponiendo el nombre de victorio, por nuestro rey de entonces. Yo me
animé -y tuve gran éxito- a sugerir el vocablo mussolinio[44],
a fin de multiplicar la importante cifra de doscientas mil liras que acababa de
recibir el departamento general de Ciencias de la Universidad. Artom, que
apenas sabía de mí otra cosa que era un policía de la Sicurezza, me miró
de arriba abajo y, no entendiendo la broma, me dijo tajante:
-
A
ese precio, prefiero rastrear el metabolismo de los fosfolípidos con una
linterna.
Ya dicen de los
italianos que somos muy apasionados.
4.
La encomienda del Commendatore
La Física no
dejaba de darme sustos. El primero, en el verano de 1937, cuando se le ocurrió
al Duce visitar la Universidad de Palermo en plena canícula. El rector[45]
ordenó de inmediato la incorporación a sus Facultades de todos los profesores,
estuvieran o no de vacaciones. Por supuesto, yo también tuve que regresar de ‘A
Marina, para encontrarme con el sofocón añadido de que el profesor Segrè era
el único de su departamento del que no se había obtenido contestación. Finalmente,
se supo que la comentadísima ausencia estaba bien justificada: Su coronel no le
había dado permiso para abandonar el cuartel de Civitavecchia e ir a rendir
pleitesía a Mussolini, cosa inconcebible y que olía a montaje y desprecio
político[46]. Así lo
entendió y me lo recordaría el commendatore[47]
Mancini, cuando fuese a visitarlo al año siguiente en interés del propio
Segrè.
El segundo sofoco
-este, en época primaveral- fue aún más grave. Un famoso físico siciliano había
sido nombrado catedrático de Nápoles a comienzos de 1938 y tuvo la feliz idea
de visitar Palermo antes de incorporarse a su destino, hospedándose en el hotel
Sole, desde donde envió a un colega amigo un telegrama, manifestándole
su propósito de dejar la enseñanza de inmediato, no obstante lo cual,
abandonando previas ideas de suicidio, tomaría el vapor para Nápoles, a fin de
renunciar en forma a su cátedra. En efecto, el 27 de marzo tomó el barco, pero
nunca llegó a destino, presumiblemente por tirarse al mar durante la travesía,
sin que nadie se percatara[48].
Naturalmente, me tocó ayudar en la investigación, buscando pistas y rumores
entre sus colegas palermitanos que, dicho sea de paso, lo consideraban un
genio, pero desequilibrado y fuera de casi todo contacto social. No tuve mejor
forma de explicárselo a Fioravanti que con una expresión, cogida al vuelo en la
Facultad:
-
Dicen
que era un genio estudiando los neutrinos.
-
¿Y
qué demonios son los neutrinos?
-
Unas
partículas que, hasta ahora, nadie ha encontrado y hasta se duda de que existan[49].
-
¡Claro!
-dedujo mi jefe, perdiendo todo interés por la búsqueda del científico-. ¡Y
todavía se extrañan de que un tipo así de pirado se tire por la borda!
Aviso periodístico de la desaparición
de Ettore Majorana (1938)
Apenas se habían
apagado los ecos de la desaparición de Majorana, cuando recibí la invitación de
Segrè para tomar café una tarde en su casa. Pensé: petición tenemos. Por
supuesto, llevaba razón.
-
No
tengo más remedio, tan pronto me den las vacaciones, que viajar a Berkeley,
pues se me han acabado las muestras radiactivas, me dijo.
-
Pues
que te manden más por correo -repliqué-. No dirás que estás teniendo
dificultades para recibirlas.
-
¡Oh,
no, amigo Renzo! Es que ahora me va a tocar estudiar las que tienen un periodo
de semidesintegración muy corto, y sin ellas no podré acabar mis
investigaciones sobre ese nuevo elemento que hemos descubierto.
Ante mi
perplejidad, el profesor me explicó que había muestras que perdían su
radiactividad en días, horas o, incluso, fracciones de segundo, un tiempo muy
inferior al que tardaban en llegar por barco los paquetes desde California.
-
Bueno
-opiné-, pues date una vuelta por los Estados Unidos, como hace dos años.
-
Eso
es lo grave -suspiró Emilio-. La situación política ha cambiado mucho en este
bienio. Si me ha sido complicado explicarte lo de la desintegración radiactiva,
todavía es más complicado conseguir un pasaporte italiano con visado del
consulado americano.
-
Me
figuro, repuse, que será cosa de lo mucho que está acercándose el Duce al
Führer, como hemos tenido la oportunidad de comprobar[50].
De todas formas, un visado turístico para unas cuantas semanas no creo que sea
difícil de obtener…
¡Pues sí, hasta esa
visa era casi inalcanzable, al menos, en el caso de Segrè! La cosa debía
de depender más bien de Italia -por ser judío y desafecto al Régimen-, que de
los Estados Unidos, que tenían una tolerancia legal especial para profesores de
universidad y otras personas distinguidas. En fin, me convenció y quedé en
hacer cuanto me fuera posible por complacerle. ¡Ay, esa promesa de favores del
viaje a Agrigento!
La figura clave para
conseguir que un pasaporte italiano se visara para los Estados Unidos resultó
ser el commendatore Bruno Mancini, hombre muy engreído, del que se
rumoreaba se había hecho rico en la década anterior traficando con pasaportes y
documentos varios para los mafiosos que, huyendo de la persecución fascista,
habían emigrado a América. Tanto es así, que llamé por teléfono a Biscia,
pidiéndole información y, si a mano venía, recomendaciones. Me fue clarísimo:
-
Lleva
un buen fajo de liras. Si no hay trabas políticas insalvables, te dará lo que
le pidas. De todas formas, capomanipolo, ¡vaya unos amigos que te echas!
¡Y tanto! En fin,
no era cosa de presentarme yo con el soborno, siendo un policía. Decidí tocar
dos teclas, en acorde: la nula peligrosidad del profesor y la importancia de su
trabajo para la Patria. El commendatore me escuchó con cierta atención
y, en un momento dado, cortó mi perorata:
-
¿Dice
usted que ese profesor Segrè es un individuo joven, romano, que está casado con
una alemana?
-
Así
es, en efecto.
-
Y
es un catedrático de Física, que lleva aquí poco tiempo. De eso no hay duda,
¿verdad?
-
Ninguna.
Es la máxima autoridad en Física de nuestra Universidad, a la que llegó
destinado hace menos de tres años.
-
Y,
en consecuencia, dará clase a los estudiantes de la Facultad.
-
Por
supuesto: de licenciatura y de doctorado.
Pareció complacido
del resultado de tan anodino interrogatorio, que cerró con una alusión, que
acabó por descolocarme:
-
Seguramente
habré coincidido con él en el Rotary Club en alguna ocasión[51]…
¡Bah!, no importa. Dígale que venga a verme y se hará lo que se pueda.
***
La explicación de
todo aquel interés por identificar en lo superficial a Segrè la hallé cuando
este volvió a convocarme por el tema del pasaporte, con una sonrisa de oreja a
oreja.
-
¡Qué
razón tenías, Renzo! El commendatore es más venal que Judas; pero lo
curioso es que no he tenido que entregarle ni una sola lira.
-
¡Diablos!
¿Cómo se compagina lo uno con lo otro?
-
Pues,
amigo mío, porque los profesores tenemos algunas cosillas con las que
mercadear…, siempre que no pasemos del pecado venial.
El pecado
consistía en aprobar a un sobrino del commendatore que, bien por el
rigor calificativo del profesor, bien por deficiencias del alumno, no había
manera de que superase la Física. Segrè recordaba bien el caso, que presentaba
el óbice de que las calificaciones ordinarias ya estaban puestas. Así pues,
llegaron al acuerdo de que el aprobado llegaría en los exámenes de octubre. El
tío se puso tan contento por el prometedor futuro de su sobrino que, no solo
validó y selló el pasaporte de Emilio, sino el de su esposa pues, al parecer de
buena fe, pretendía tener la diligencia hecha a prevención, pese a que Elfrida no
tenía todavía intención de abandonar Italia con el niño, Claudio. Prueba de
ello es que, acto seguido, Emilio se preocupó de conseguir el visado americano
solo para él, no para el resto de la familia. Sea como fuere, la cosa tuvo
algunas curiosas consecuencias: Yo quedé como si no hubiese hecho nada útil ante
el commendatore, y desconozco lo que pasaría con el prometido aprobado
del sobrino, ya que Segrè no volvió de los Estados Unidos para refrendarlo[52].
Cuando, semanas
más tarde, volví a encontrarme con Biscia en ‘A Marina, le referí
lo acaecido. Don Vincentino puso cara de escandalizarse y, cínicamente, me
manifestó:
-
¡Qué
falta de moral! Una cosa es comprar a alguien con dinero -que es sucio y
deleznable- y otra vender las calificaciones, que deberían ser lo más sagrado
para un profesor.
Me sentí un poco
molesto del rapapolvo, aunque no tuviera yo nada que ver en él, y le repliqué, casi
en serio:
-
Signore Sinesio, también entra dentro
de los deberes de un profesor el ser humano con sus discípulos.
Biscia se
puso meditabundo y concluyó:
-
Ojalá
que mis maestros hubiesen sido tan comprensivos como ese al que tú
quieres tanto.
5.
Adiós a Italia
Creo recordar que
Segrè se embarcó para los Estados Unidos a finales de junio de 1938, en lo que
iba a ser una estancia de trabajo de no más de tres meses, pero que duraría
muchos años. No lo culpo a él, sino a la política antijudía del fascismo, que
estalló en pleno verano[53],
provocada -según se dice, con una verdad a medias- por nuestros amigos
nazis. Fue un clarinazo que, al parecer, sorprendió a donna Elfriede
veraneando en el Véneto con sus padres y con Claudino, sin que el hecho
le generase particular inquietud, aunque solo fuera -como decía Emilio- porque
en Italia siempre había habido antisemitismo de boquilla, pero no de
obra. Lo cierto es que también él, preocupado o no, siguió trabajando en los
laboratorios de Berkeley, sin alterar sus planes iniciales.
Lo que siguió ya
fue mucho más ominoso y, según me contaron, lo pilló en Chicago, en unión de
Fermi y de su hebrea esposa, cuando ya había iniciado el retorno hacia Italia,
vía Nueva York. Aunque su esposa Elfrida seguía impertérrita, la referencia que
los periódicos americanos hacían de las primeras leyes contra los hebreos italianos[54]
determinaron a Segrè a cambiar su decisión: No volvería a Palermo, donde ya no
podría ejercer como profesor, sino que se quedaría en los Estados Unidos,
donde, mejor o peor, tendría trabajo como físico[55].
La cuestión, pues, se tornó en la siguiente: ¿cómo lograr que Elfrida y el niño
pudiesen salir de Italia y reunirse con él en América?[56]
Y entonces fue cuando entré yo; esta vez, con una ayuda verdaderamente dirigida
a proteger a mi amigo de la furia antisemita.
Todo empezó con
una llamada telefónica de quien menos la esperaba:
-
¿Di
Pietro?... Soy Ginetta Barresi… ¿Podríamos vernos lo antes posible?... ¿Sí?...
¿Qué te parece en la recepción del Hotel Excelsior?... Espléndido…
Mañana, a las cuatro.
Para entonces ya
había hecho mía la frase de mi padre, cuando mi madre me urgía a buscar novia: Un
policía que se mueve entre la mafia y los fascistas, lo mejor que puede hacer
es quedarse soltero. Con todo, me dio un pequeño vuelco el corazón, al escuchar
la voz risueña y cantarina de Ginetta por el auricular. Luego, comprendí que la
llamada había de tener muy otra intención que la de ligar. Así era, en
efecto.
-
Me
ha escrito alarmadísimo el profesor Segrè -aclaró Ginetta-. Me ha pedido que le
prestemos toda la ayuda posible para sacar de Italia a su mujer y a su hijo,
antes de que estos energúmenos la devuelvan a Alemania y los metan en un campo
de concentración.
-
No
sabía nada… A mí no me ha escrito, repuse vagamente.
La joven captó inmediatamente mi desilusionado
reproche hacia el profesor. Precisó:
-
Se
ha dirigido a mí como forma más segura de que no interceptasen el correo, pero
dice expresamente en su carta: Poneos inmediatamente en contacto con el
bueno de Renzo di Pietro, con el mismo objeto. Está muy bien colocado para
ayudar y tiene recursos para todo.
-
Para
casi todo -puntualicé-. Con las nuevas leyes y con lo que sabe el commendatore
Mancini, es una tarea casi imposible.
-
No
creas -matizó-. La signora Segrè cuenta ya con un pasaporte italiano con
autorización sellada para viajar a Estados Unidos. Solo nos falta el visado
americano y llevar las gestiones tan en secreto, que no se enteren, ni Mancini,
ni ningún policía de emigración que no sea de confianza.
Yo seguía viéndolo muy negro. Ella, para
animarme, hubo de hacerme esta confesión:
-
Mi
padre está dispuesto a ayudar. Ya sabes que es coronel del Ejército, muy
influyente aquí y emparentado con los Crocco[57].
Y, para que pasen más desapercibidos, tendremos a Elfrida y al niño en nuestra
quinta de Mondello hasta el momento del embarque.
-
Para
embarque, el mío -bromeé, cediendo del todo-. No me extrañaría que,
cuando esto se sepa, pase una temporada en la cárcel y acabe despachando aspirinas
en la botica de mi padre.
***
La buena de doña
Elfrida, no muy consciente del peligro que corría permaneciendo en Italia,
siendo judía y de nacionalidad alemana, no nos puso fáciles las cosas: No solo
se trataba -según ella- de ponerlos a buen recaudo en los Estados Unidos, sino
que no quería marcharse de Sicilia sin antes dejar arregladas las cosas. Eso
significaba vaciar su piso de piazza Crispi, enviando a California,
debidamente embalados, muebles y demás ajuar doméstico; vender a buen precio la
vivienda y depositar el valor recibido en el Bank of Italy[58],
de manera que Segrè pudiera sacar todo el numerario en los Estados Unidos. Menos
mal que teníamos a un coronel del Ejército en nuestras filas. A la postre, Elfriede
se conformó con que le tramitásemos visado y pasajes a Nueva York. Por su
parte, Ginetta le prometió solemnemente que pondría en venta el piso y, con
tiempo, contrataría el transporte de los muebles adonde convinieran. En lo que
a mí respecta, como policía, le aseguré que el piso quedaría mejor cerrado que el
cónclave del Vaticano y me encargaría de que diariamente se comprobase que
nadie intentaba acercarse a él con aviesas intenciones.
Llegados felizmente
a tal acuerdo, el coronel Barresi y yo nos repartimos los trámites más
perentorios. Él, que era bien conocido en el consulado estadounidense en
Palermo y se defendía en inglés, haría directamente y de forma reservada la
gestión del visado. Yo me encargaría de los pasajes para doña Elfrida y su
pequeño, comprándolos en Nápoles, pocos días antes, a nombre de signora
Segreti. Nadie podría decir que el deliberado error no estaba bien traído[59].
Finalmente, el 15
de septiembre de 1938, Ginetta, el coronel Barresi, mi chófer y yo despedíamos
a Elfriede y Claudino al pie de la pasarela del trasatlántico Rex[60].
Todo estaba bajo control… o lo parecía. Por aquellas mismas fechas, estuvo a
punto de iniciarse la Segunda Guerra Mundial, a propósito de la crisis de los
Sudetes. De haber sido así, es lo más probable que el trasatlántico italiano
hubiese sido internado en el puerto gibraltareño durante toda la guerra[61].
Afortunadamente para los Segrè, las aguas diplomáticas se calmaron, mediante
las conversaciones que concluirían en los acuerdos de Munich[62].
El 1º de octubre, recibí un telefonazo de
Ginetta, con la noticia que estábamos esperando:
-
Elfrida
y el niño llegaron a Nueva York sin novedad y en este momento estarán a bordo del
tren que los llevará a California.
-
¡Magnífico!,
exclamé. Ahora tendremos que ponernos a lo de la mudanza y la venta del piso.
-
No
es preciso que te andes molestando. Papá ya encargó a un cerrajero una
cerradura de alta seguridad, y todo lo demás corre también de cuenta nuestra.
Me quedé un poco
cortado, pero comprendí que sería lo mejor para todos -en especial, para mí- que
no anduviésemos juntos, después de la fuga en que habíamos colaborado.
Le respondí:
-
Me
parece bien. No obstante, si precisas de mi consejo o ayuda, solo tienes que
avisarme.
Y eso fue todo.
6.
Epílogo. Sobre lo que fue de Renzo di Pietro
Di Pietro no
escribió ni una sola palabra más sobre sus relaciones y contactos con Segrè. He
tenido que ser yo, el editor de sus memorias, quien le siguiese la pista
en ‘A Marina. No he logrado saber mucho. Pero, al menos, me lo he pasado
muy bien en esa zona de Sicilia, que, por obra y gracia de su hijo distinguido,
Andrea Camilleri[63], se ha
hecho mundialmente famosa, o poco menos.
Aviones aliados bombardeando Porto
Empedocle (1943)
Desde luego, está
claro que Renzo acabó vendiendo aspirinas, como él había augurado. De una manera
u otra, sus superiores llegaron a saber que había facilitado la escapada
americana de Segrè, Elfrida y el pequeño Claudio, y no se conformaron con menos
que con que pidiese su abandono voluntario de la Milizia. Si la
represalia no llegó a mayores fue por la implicación de otras personas de
postín, como el coronel Barresi y el commendatore Mancini, temerosos de
que Di Pietro largara, si acababa en la cárcel o en el frente de los
Balcanes. Con todo, la casa y la farmacia se esfumaron durante los bombardeos
de mayo del 43, dejando a la familia Di Pietro literalmente en la calle. Pero
el 15 de julio del mismo año, los americanos tomaban Porto Empedocle y una
nueva era de influencia y prosperidad se iniciaba para la mafia. Don Calogero
Vizzini retornaba de su confinamiento y su secuaz Biscia recuperaba el
poder de facto en ‘A Marina. Fue una bendición para los Di
Pietro, siempre en la generosa memoria de quien volvía a ser Don Vincentino. De
su patrimonio procedió el préstamo a largo plazo y sin intereses que permitió
levantar nuevamente casa y botica, ahora en via Marullo. Y de sus
chanchullos políticos, surgió la reposición de Renzo quien, expulsado por
antifascista, lo menos que podía hacer la nueva República era restituirle a
la fuerza pública. Le ofrecieron ingresar en los Carabinieri con el grado
de maresciallo, pero él encontraba un poco ridículo el uniforme de
entonces. Optó, pues, por convertirse en ispettore de la Policía y, no
tardando, pasaría a dirigir la comisaría de Porto Empedocle, a plena
satisfacción de sus convecinos, incluido Biscia, quien suavizó un tanto
sus maneras, convencido, como sus colegas ultramarinos, de que valía más manipular
a los políticos y convertirse en un peculiar hombre de negocios:
-
Pero,
amigo Renzo -le llegó a decir, tomando un marsala-, todo tiene un
límite. Jamás consentiré que me traicionen o me hinchen las narices…
-
¡A
quién se le ocurriría semejante osadía, Vincentino! Con todo, no se pierde
nada por dar un severo toque de atención, antes de pasar a mayores. Y, si me lo
cuentas antes, yo podría…
-
¡Hasta
ahí podíamos llegar -bramó Biscia-, a que la policía se meta en nuestras
querellas! No sé cómo mi santa madre me anda siempre diciendo que te escuche,
que te inspira Santa María del Buen Consejo[64].
-
Tu
madre exagera, Vincentino, pero soy lo más parecido a Ella que tienes, dado que
no has pisado la Chiesa Madre desde que recibiste la primera comunión.
Esto me lo contó
un camarero, que dijo haberlo escuchado perfectamente, dado que Biscia tenía
un vozarrón tremendo. Y, por una buena propina, me dio su parecer sobre un tema
muy interesante:
-
Aunque
sea usted español, le supongo al corriente de un comisario que tenemos aquí, llamado
Salvatore Montalbano.
-
Por
supuesto. También en nuestra televisión circulan sus aventuras, y con mucho
éxito.
El camarero sonrió
con suficiencia:
-
De
lo vivo a lo pintado, ¿sabe usted? Pero lo que es muy cierto es que tiene un
carácter amable y reservado a la vez; que nos conoce a casi todos por nuestro
nombre y parentela, y, sobre todo, que no deja que una mala ley le impida hacer
una buena justicia. Pues bien, Montalbano empezó de inspector cuando Di Pietro era
el comisario. Puede decirse que todo lo aprendió de él, además de que haya
sabido ser un buen discípulo.
-
¿Y
también Di Pietro tenía un amor de Génova, o de otra ciudad lejana?
Mi informador,
fuera por ignorancia, fuera por reserva, me contestó:
-
Algo
tengo oído a mi padre de que el comisario bebía los vientos por una viuda de
Palermo, pero lo cierto es que ella no vino nunca por aquí y Di Pietro falleció
soltero, hará cosa de diez años.
Esto es todo
cuanto puedo decirles sobre Renzo di Pietro. Sobre Emilio Segrè, en Internet
tienen tanta información, cuanta puedan desear. Así que, ¿para qué alargar
más esta ya dilatada historia?[65]
El Comisario Montalbano, según el escultor
Giuseppe Agnello
[1] Para todas las referencias y alusiones a
Porto Empedocle, o ‘A Marina, me remito al relato Justicia por delegación
(En honor de Camilleri), en este mismo blog, etiqueta “cuentos de
misterio”, entrada de 27 de agosto de 2020.
[2] Provincia de Caltanisetta. Dichas minas se
explotaron a nivel capitalista o empresarial entre 1839 (por lo menos) y 1986,
en que fueron cerradas por escasa productividad.
[3] Caruso, en dialecto siciliano,
equivale a chiquillo; en este caso, aprendiz o pinche de la mina.
[4] Se trata de Calogero Vizzini (1877-1954), el
más famoso y poderoso de los jefes mafiosos de la época, quien, entre otras
funciones aparentemente legales, tuvo la de representante del consorcio
minero dueño de las menas sulfurosas de Gessolungo.
[5] Equivalente italiano a nuestro culebra.
[6]
Biagio Brugi (1855-1934), catedrático de Derecho Romano en Pisa entre 1918 y
1934. Fue miembro de la Accademia dei Lincei y Senador del Reino.
[7]
Solo se publicaron (a partir de 1919,
con numerosas ediciones sucesivas) dos tomos: Corso di Diritto Romano, I
(Derechos reales y posesión), y II (Obligaciones solidarias), edit.
Viretto, Torino.
[8] Textualmente, Manifesto dei Fasci Italiani
di Combattimento, publicado en el periódico Il Popolo d’Italia del 6
de junio de 1919. Funcionó como programa oficial del fascismo hasta los
momentos de la Marcha sobre Roma (27 de octubre-1 de noviembre de 1922), tras la cual Mussolini fue nombrado Jefe del Gobierno italiano.
[9]
Una de las columnas de voluntarios fascistas para la Marcha sobre Roma, que
siguió la vía costera del Tirreno. Estaba mandada por el general Santi
Ceccherini y el marqués Dino Perrone Compani. De ella se dice formaron parte 2.063
camisas negras pisanos. Véanse, Renzo Castelli, Fascisti a Pisa, edit.
Ets, Pisa, 2006; “Darioski” (Dario Lischi), La marcia su Roma con la colonna
“Lamarmora”, edit. Florentia, Firenze, 1923 (con abundantes ilustraciones).
[10]
La denominada, por las siglas, MVSN (Milicia Voluntaria para la Seguridad
Nacional), tradicionalmente llamados escuadristas o camisas negras, que
acabó integrándose en la estructura policial del Estado, como Cuerpo
distinguido. Luego pasó a denominarse OVRA (Organización para la Vigilancia
y la Represión del Antifascismo), policía política del fascismo
italiano que, aunque se creó en 1927, no estuvo totalmente operativa a nivel
nacional hasta 1930.
[11]
Sicurezza Nazionale, o Policía italiana, que funcionó con dicho nombre
entre 1924 y 1943.
[12] Grado de
la Milicia, equivalente al de teniente en el Ejército, o inspector de
primera en la Policía.
[13]
Francesco Spanò (1878-1949) fue, además, Vicecuestor de Palermo entre 1925 y
1937, pasando seguidamente, como cuestor, a Reggio Calabria.
[14]
Para mejor conocimiento de estas cuestiones relacionadas con la mafia, véanse,
a título de ejemplo: Cesare Mori, Con la mafia ai ferri corti, edit.
Flavia Pagano, Milano, 1932 (se trata de unas Memorias del famoso Prefetto
di ferro de Palermo entre 1925 y 1929); Christopher Duggan, La mafia
durante il fascismo, traducción italiana a cago de P. Niutta, edit.
Rubbettino, Soveria Mannelli (Catanzaro), 1986; Salvatore Lupo, Storia della
mafia dalle origini ai giorni nostri, edit. Donzelli, Roma, 2004, espec.
pp. 209 y ss.
[15] Personaje del todo imaginario. Seniore es
un grado de la Milizia equivalente al militar de mayor o comandante y al
policiaco de comisario. Por descontado que el narrador, capomanipolo Renzo
di Pietro, también es una persona de mi invención, así como el mafioso Biscia.
[16] La escoba (scopa) y la brisca (briscola)
se consideran los juegos de naipes más populares de Italia. Como también son
muy conocidos en España, ahorro cualquier explicación sobre ellos a mis
lectores.
[17]
Asumo la licencia literaria de adelantar en unos pocos años la formación de ese
circolo, cuya actividad solo fue destacada a partir de la entrada de
Italia en guerra (1940). Véanse: Giovanni di Capua, Il bienio cruciale
(luglio 1943/giugno 1945). L’Italia di Charles Poletti, edit. Rubettino,
Soveria Poletti (Catanzaro), 2005, p. 106; Matteo Morione, Romanisti
proffessori a Palermo, “Index”, 25 (1997), pp. 587-616, apartado 11
(dedicado, precisamente, a Giovanni Baviera). El domicilio para las reuniones
radicaba en la via Ariosto de Palermo.
[18]
La cuestión es debatida, pero suele sostenerse que el total no pasaría de unos
cincuenta mil: unos 39.000 con nacionalidad italiana y 11.200 de otras
nacionalidades (estadísticas oficiales hacia 1938). Sobre la cuestión hebrea
en la Italia fascista, véase mi relato La línea roja, en este mismo blog,
etiqueta de cuentos históricos, entrada de 12 de enero de 2019.
[19]
Se citan como de estirpe hebrea, y represaliados por ello años más tarde
conforme a las Leyes sobre la raza mussolinianas: Maurizio Ascoli, Camillo
Artom, Mario Fubini, Alberto Dina, Alberto Baviera (que se libró de las
represalias) y Emilio Segrè.
[20]
El nombre suele venir atribuido a la esposa de Enrico Fermi, en el libro: Laura
Fermi, Atomi in famiglia, Milano, Mondadori, 1954 (primeramente, en
inglés: Atoms in the Family: My Life with Enrico Fermi, University of
Chicago Press, 1954). Véase también la película: I ragazzi di via Panisperma
(1989), film dirigido por Gianni Amelio. El Real Instituto de Física de la
Universidad de Roma radicaba en el número 90 de la via Panisperma, razón
por la que sus más jóvenes miembros era llamados los Chicos de la calle
Panisperma.
[21]
Orso Mario Corbino (1876-1937), director del Real Instituto de Física de la
Universidad de Roma. Enrico Fermi (1901-1954), uno de los más grandes físicos
nucleares del siglo XX, premio Nobel de Física de 1938.
[22]
El enlentecimiento neutrónico, logrado mediante dispositivos a la parafina, no
solo facilitó el estudio de las interacciones nucleares teóricas, sino la
fisión nuclear masiva, que permitió las bombas atómicas.
[23]
Stanislao Cannizzaro, excelente químico y precursor de los estudios atómicos,
fue profesor en Palermo entre 1861 y 1871.
[24] Michele la Rosa (1880-1933). Era rector de la
Universidad panormitana cuando falleció, relativamente joven.
[25] El rey
de Italia, Humberto I, lo fue entre 1878 y 1900, año este en que resultó
asesinado.
[26]
Sitio arqueológico, que constituye uno de los mejores ejemplos de conservación
de templos griegos de la época clásica, gracias a haber sido la antigua
Agrigento (Ákragas) una importante ciudad de la Magna Grecia.
[27]
Elfriede Spiro (1907-1970).
[28] Se trataba de Laura Capon Fermi (1907-1977).
[29]
Dmitri Mendeleyev (1834-1907), autor, en 1869, de la primera tabla científica
de los elementos químicos. La expresión Eka-manganeso venía a indicar el primer
elemento a continuación del manganeso, todavía no descubierto ni aislado en su
tiempo.
[30]
Walter e Ida Noddack (a quienes
volveremos a encontrar en el relato) publicaron un artículo en 1925 en el que,
al parecer equivocadamente, dijeron haber descubierto el elemento 43 y le
dieron el nombre de masurio. También sobre esta cuestión trataré más adelante,
en esta misma historia.
[31]
Luigi Pirandello (1867-1936), gran escritor italiano, premio Nobel de
Literatura de 1934. Sorprendió muy negativamente su adscripción al fascismo a
partir de 1924, aunque manteniendo en cierto modo la independencia y originalidad
de su carácter y comportamiento.
[32] Emilio Gino
Segrè (1905-1989) alcanzaría el premio Nobel de Física en el año 1959.
[33]
Cassata: pastel o tarta que tiene como principales ingredientes
bizcocho, queso y frutas confitadas. Sambuca: licor anisado, al que
pueden agregarse café y otras yerbas. Ambos productos son elaborados en Porto
Empedocle, como también en otros muchos lugares de Italia.
[34]
Marinisi es la forma dialectal de aludir a los naturales de Porto
Empedocle, habida cuenta de que la localidad -desde 2009, ciudad- se llamó
‘A Marina, o Molo di Girgenti, hasta 1863. Girgenti, por
supuesto, es la evolución fonética del latino Agrigentum, derivado a su
vez del griego clásico, Ákragas.
[35]
Este hotel, hoy centenario, ocupa toda una manzana, abierta a la via della
Libertà.
[36] Olor
a policía.
[37]
Alusión de fantasía a un personaje real, Mariano Santangelo (1908-1970), pronto
doctor y ayudante de Segrè, a quien llegaría a suceder en la cátedra de Física
palermitana entre 1955 y 1965.
[38] Carlo
Perrier (1886-1948), profesor ordinario en la Universidad de Palermo entre 1929
y 1939.
[39]
Perrier C., Segrè E., Some chemical properties of element 43 J. Chem. Phys. 5 (1937)
712-716; Los mismos, Some chemical properties of element 43. II J. Chem. Phys. 7 (1939)
155-156. El propio Segrè ha historiado el descubrimiento del tecnecio, cuando
menos, en dos publicaciones accesibles por Internet: Emilio Segrè, A mind
always in motion.The autobiography of Emilio Segrè, University of
California Press, Berkeley, 1993, pp. 112-118; Emilio Segrè, A 50 anni della
scoperta del Tecnezio, Palermo, 1987, en fisicaechimica.unipa.it.
Puede verse, también en Internet, Aurelio Agliolo Gallito, Ileana Chinnici e
Roberto Zingales, 1937: Palermo. The discovery of technetium, Atti del
XXXVIII Convegno annuale SISFA – Messina 2018, pp. 25-34.
[40]
La oficialidad del nombre de tecnecio se produjo en 1947. IUPAC son las
siglas de International Union of Pure and Applied Chemistry, máxima
autoridad mundial en dichas materias. Con todo, hay quienes siguen aceptando
que fueron los Noddack quienes descubrieron en 1925 el elemento que, por tanto,
debería seguir llamándose masurio.
[41] Camillo
Artom (1893-1970), profesor de Fisiología en la Facultad de Medicina de Palermo
entre 1935 y 1938, cuando fue desposeído de su cátedra por ser judío,
exiliándose entonces a los Estados Unidos.
[42]
Bernardo Nestore Cacciapuoti, destacado físico italiano en materia de radiación
cósmica y partículas elementales, a la sazón profesor en Palermo (luego pasaría
a Roma).
[43]
Panormia, uno de los nombres antiguos de Palermo, conservado en el gentilicio
panormitano. Trinacria, nombre griego clásico de Sicilia, debido a su
forma sensiblemente triangular.
[44]
Víctor Manuel III, rey de Italia entre 1900 y 1946. Benito Mussolini, jefe del
Gobierno italiano entre 1922 y 1943 (en la llamada República Social Italiana, o
de Salò, hasta 1945).
[45]
Se trataba de Gioacchino Scaduto (1898-1979), que lo fue entre 1935 y 1938.
Afortunadamente para Segrè, no simpatizaba con el fascismo. De hecho, fue alcalde
de Palermo en etapa democrática, entre 1952 y 1955.
[46] En su autobiografía, Segrè atribuye a su
coronel la idea, para evitarle un viaje relativamente largo, en un verano
bochornoso y alejándose de su mujer e hijito de apenas cinco meses. La verdad
es que, aunque no fuese el muñidor, el valor del coronel al denegar el permiso fue
muy considerable. Se recuerda que Segrè ya había hecho el servicio militar,
bastantes años antes, en artillería antiaérea; lo que hacía bajo las banderas
en 1937 eran unas prácticas de mantenimiento, de breve duración.
[47] Título honorífico derivado de recibir una
condecoración de ciertas Órdenes italianas, muchas de ellas anteriores a la
unificación (1870), singularmente la Orden del Mérito del Reino de Italia (hoy,
de la República Italiana).
[48]
Ettore Majorana (1906-1937), ilustre físico italiano, cuya muerte ha sido
objeto de infinidad de lucubraciones y elaboraciones novelescas, siendo la más
famosa la de Leonardo Sciascia, La scomparsa di Majorana (1ª edición
italiana, 1975), de la que hay traducción española: La desaparición de
Majorana, edit. Tusquets, Barcelona, 2007.
[49]
Evidentemente, se trata de un resumen pedestre de la situación científica de
los neutrinos en 1938.
[50]
Seguramente que Di Pietro alude a la larga visita (siete días) que Hitler giró
a Italia (Roma, Florencia, Nápoles…) a comienzos de mayo de 1938, estrechando
los lazos con Mussolini.
[51]
Segrè fue socio de dicho club en aquella
época: Veáse, Emilio Segrè, A mind always in motion, cit. en nota 39, p.
127.
[52] Esta anécdota del aprobado es cierta
pues, sorprendentemente, la recoge Segrè, sin ningún rebozo, en su
autobiografía citada en la nota 39, pp. 128-129.
[53]
Manifesto della Razza, publicado en Il Giornale d’Italia del 14
de julio de 1938.
[54]
Tales textos legales comenzaron a promulgarse el 5 de septiembre de 1938,
continuando en fechas y años sucesivos. La batería completa de textos está
referenciada en la web, governo.it/leggi antiebraiche.
[55]
Aunque parezca mentira, Segrè hubo de colocarse inicialmente en Berkeley con un
sueldo de 300 dólares mensuales, pronto rebajado a menos de 150, aprovechándose
descaradamente de su situación como refugiado el factótum de los laboratorios,
Ernest O. Lawrence (1901-1958), quien tanto lo había ayudado con la famosa
remisión de muestras residuales radiactivas, aludida antes en este mismo
relato.
[56] Esta cuestión está expuesta por el propio Segrè
en su autobiografía, citada en la nota 39, pp. 140-142.
[57]
Ilustre familia italiana de pioneros de la aviación, a nivel teórico y técnico,
encabezada por el entonces más influyente, Gaetano Arturo Crocco (1877-1968), y
seguida por su hijo Luigi (Gino) Crocco, que fue profesor de Física en la
Universidad romana, La Sapienza.
[58]
Hoy, Bank of America. Como Bank of Italy fue fundado en 1904 por
Amedeo Giannini, con sede en San Francisco de California, con la lógica
pretensión de acoger en los Estados Unidos el capital, préstamos y negocios de
la abundantísima colonia italiana de América del Norte.
[59] Segreti,
además de un apellido, significa en italiano secretos.
[60]
Magnífico buque italiano de pasajeros que, por razones bélicas, tuvo una vida
muy corta (1932-1940), en el curso de la cual alcanzó la Banda Azul en
1933, tardando entre Gibraltar y Nueva York tan solo 4 días y 13 horas, a una
velocidad media de casi 29 nudos (unos 53 kilómetros por hora).
[61] Di Pietro realiza aquí una afirmación
atrevida pues no es probable que Italia hubiese entrado entonces en guerra,
como tampoco lo hizo cuando esta realmente estalló (septiembre de 1939),
demorando su beligerancia unos nueve meses.
[62] Dado el
carácter de este relato, me limitaré a consignar que su fecha fue el 30 de
septiembre de 1938.
[63]
Andrea Camilleri (1925-2019), famoso escritor empedoclino, que en sus obras
protagonizadas por el comisario Salvatore (Salvo) Montalbano recreó e
hizo famosa a su ciudad, con el nombre de Vigata.
[64]
Es la advocación mariana con la que está consagrada la Chiesa Madre, iglesia
parroquial de Porto Empedocle.
[65]
Además de las fuentes citadas a tal efecto en anteriores notas, añado ahora
estas dos: Intervista a Emilio Segrè a cura di Ottavia Bassetti, 17 de
septiembre de 1986 (tiene una duración de 41 minutos y puede encontrarse en youtube).
Biagio Dibillo, Emilio Segrè, un físico poco ricordato, www.matmedia.it, 27 de mayo de 2020
(excelente resumen biográfico).
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