La historia se
repite
Por Federico Bello
Landrove
¿Qué sucedería si, en una historia completamente real, pudiésemos
introducir un personaje imaginario? Por ejemplo, si, en una etapa avanzada de
su vida, la novelista Dolores Medio[1] se topara con una maestrita, joven y apurada, que parece salida de uno
de sus libros. Según el título de este relato, parece que todo seguiría igual,
pero no se fíen: una vez que empiezo a escribir, se me descomponen los
esquemas. Un consejo de amigo: Antes de leer este cuento, procuren hacer lo propio con el "Diario de una maestra", de Dolores Medio o, al menos, empaparse de su argumento.
1.
Final de curso
Domingo, 29 de
junio de 1975, 16:50 horas. Los altavoces de la estación de autobuses de Madrid
confirman el aviso que acaba de aparecer en el panel de salidas:
-
Autobús de la empresa El Gato, con
destino Navalcarnero, Aldea del Fresno, San Martín de Valdeiglesias, Cadalso de
los Vidrios y Cenicientos, se encuentra estacionado en la dársena 15. Tiene
prevista su salida a las 17 horas.
Dos señoras se
levantan a toda prisa de un banco corrido del vestíbulo y se apresuran hacia
las puertas de embarque. Una lleva una pequeña maleta de cuero granate, en
tanto la otra cuelga del hombro un amplio bolso de escay beis con forma de
capazo. Alcanzan la salida de andenes y la portadora de la maleta pregunta al
chófer:
-
¿Para
Cenicientos?
-
Colóquela
donde quiera. Es final de trayecto.
Las señoras -que,
por edad y parecido, se diría que son hermanas- se despiden, entre el cariño y
la premura. La que se queda transfiere el bolso a la viajera y le advierte:
-
Insiste
para que te den un curso del segundo ciclo. Cuarto sería el mejor.
-
Sí,
Teresa.
-
Y
que el aula sea luminosa. Adviérteles de que tienes los ojos muy delicados.
-
Tampoco
hay que exagerar, Tere.
-
Y
no dejes de telefonearme mañana, para decirme cuándo vuelves.
-
Tal
vez no regrese y me dedique a hacer turismo.
-
¡Qué
cosas tienes, Lola! Ya sabes que hemos de salir para Salinas cuanto antes, que
tenemos reservado el hotel desde pasado mañana.
-
Era
broma, Teresina. En cuanto me presente y aclare mi situación para el próximo
curso, me vuelvo a los Madriles. ¡Menudo calor hace ya para andar callejeando
por ese poblacho perdido!
Una muchacha de
pantalones, con un maletín, las aparta con suavidad y sube al autobús. El
conductor, a pie de portezuela, se impacienta:
-
Vamos
a salir. Ocupen sus asientos.
La dama que atiende
por Lola, obedece. Enseña el billete y, por decir algo, pregunta lo que ya
sabe:
-
¿A
qué hora llegaremos?
-
Domingo
y en estas fechas, calcule usted por lo menos dos horas.
La viajera tuerce
el gesto y dice para sí:
-
Al
señor De Juan[2] le hacía
yo ir corriendo detrás del autobús.
El vehículo se
pone en marcha. Desde el andén, todavía doña Teresa se lleva la mano a la cara
en ademán inconfundible de telefonear. Su, ya más que presunta, hermana asiente
con el gesto, murmurando:
-
Cenicientos
(Madrid)… Si se descuidan, se les acaba la provincia.
***
En el asiento 22,
la joven de los pantalones no pone atención a un paisaje que conoce bien. Con
los ojos entornados, saca del bolsillo una carta doblada y la retiene entre las
manos, demorando su relectura. Paran en Móstoles y ocupa el asiento aledaño un
individuo gordo y sudoroso, que trata de pegar la hebra con temas fútiles, sin
cejar en su empeño por más que ella cierre los ojos. No sabiendo cómo parar la
verborrea, saca la cuartilla del sobre y hace como si leyese el texto con
atención. Parece neutro, pero no deja de despertar sus aprensiones:
Querida Nines:
No sé si hice bien viniéndome para Zamora
a pasar en familia el cumpleaños de mi madre. Lo digo porque, todavía en el
tren, me llegó la tristísima noticia del fallecimiento de nuestro Padre, don
Josemaría[3]. Apenas llegado a casa, telefoneé al Encargado para consultarle lo que
hacer y preguntar si se mantenían las fechas de la consagración del Santuario y
de la ceremonia de la Fidelidad. Me aconsejó que participe de los actos
funerarios que realicen en la Casa de aquí y me dijo que no habían recibido de
Roma, ni del Consiliario en Madrid, indicaciones para alterar planes ni fechas.
Pero, y he aquí la sorpresa, me indicó que don Florencio[4] quería hablar personalmente conmigo -¡figúrate!- citándome para el próximo
lunes, día 30, a las doce en Vitruvio. Así que acabo de llamar al Director del
Instituto para que me dé permiso en el último día del curso y a ti, como te
empeñas en seguir sin teléfono, te pongo unas letras para que no me esperes el
próximo lunes y para informarte del porqué.
Con todos estos líos y prisas, me temo que
ya no podremos vernos antes del Gran Día -como tú dices
en broma y yo valoro en serio-. Claro que siempre cabe la posibilidad de que
cambies de idea y te presentes el 7 en Torreciudad [5].
Ya sabes que estaría encantado de que me
acompañaras en esos momentos y seguro que te haría mucho bien: La Virgen hace
milagros, incluso el de convertir en santas a personas mucho más difíciles que
tú.
Espero que esta carta te llegue a tiempo
para que la recibas en Madrid este fin de semana, pues voy a salir a echarla
ahora mismo, aunque sean las tantas. Y, en cualquier caso, ya te he puesto al
día de las novedades.
Tan pronto quede libre de ceremonias, te
telefonearé a casa de tus padres, como habíamos quedado. Creo que nos dará
tiempo de prepararlo TODO antes de que comience el próximo curso. A ver si no
te cargan con tutorías ni malos horarios, con la historia de que eres soltera y
de la última hornada (si hace falta, dile a la Directora que vas a casarte muy
pronto).
Feliz inicio de vacaciones. Te quiere
muchísimo,
Anselmo.
***
Tres filas por delante,
Lola no aparta la mirada de la
ventanilla, aunque le cueste trabajo resistir la luminosidad del sol veraniego,
pese a sus gafas Ray-Ban. El
caballero de junto al cristal, que empieza a torrarse, suplica:
-
Señora,
¿le importaría que corriese la cortinilla?
-
Podemos
cambiarnos de asiento, responde ella.
Inician de consuno
la maniobra, que la dama corta de pronto:
-
Mejor
nos quedamos como estamos. Bien pensado, tanto sol no es bueno.
-
Tiene
usted razón. Entre cristales, se asa uno.
La dama -quizá
deberíamos llamarla ya Dolores, por razones obvias- rebusca entre los mil y un
trebejos de su bolso el libro que, a hurtadillas, le ha metido su hermana en el
último momento. ¿Se tratará de El otoño
del Patriarca, que estaba sobre su mesilla de noche y está leyendo con la
necesaria morosidad? Al fin da con el tomo y lo saca. Se le escapa una
exclamación algo escatológica:
-
¡Me
ca… Qué ocurrencia!
Nada menos que un
libro suyo de quince años atrás. Bueno, quince desde que se publicó, con la
venia de la censura del Patriarca hispánico
invicto. ¡Esta Teresa extrema sus cuidados! Parece como si, en vez de haber
pedido el reingreso en el magisterio, hubiera sentado plaza en la Legión.
Le divierte solo
el pensar que su hermana quiera ponerla en situación con la lectura del diario
de una maestrita de la República. Ahí es nada, lidiar la E.G.B.[6]
con la muleta de la Institución[7],
o comparar una unitaria de la Asturias profunda con una graduada de la provincia
de Madrid, aunque sea donde el señor Esteruelas[8]
perdió el chaleco. Quizá no fue buena idea solicitar el reingreso para
consolidar los derechos pasivos: Entre los derechos de autor, las
colaboraciones en prensa y alguna conferencia que otra, tenía para vivir. Y los
gastos, a medias con su hermana, que la O.N.C.E.[9]
no paga nada mal. En fin, a lo hecho, pecho. En último extremo, si no aguanta,
lo deja y en paz.
Así dice para sí,
pero ella sabe que es terca y dura, y que las ha pasado bastante peores, con
los expedientes de cuando la Guerra y las denuncias del párroco Cue[10].
Seguro que, aunque la leen cada vez menos; a las compañeras mayores les sonará
su apellido y el Inspector ya le habrá dado un toque a la Directora, como le prometió el tal De Juan. Claro que
¡como para fiarse de él! Algo en la
provincia, algún pueblo de Madrid, le dijo y mira tú: a ochenta y cinco kilómetros
y por mala carretera. Un destierro, vamos, peor que los de antaño, que ella
sigue sin coche y con sesenta y tres tacos
en las lumbares…
De forma
inconsciente, abre el Diario y fija
por un momento la vista en las páginas, tan deslucidas ya por el roce y el
tiempo. 7 de octubre de 1945… Bernardo, créame que agradezco su
proposición, aunque no puedo aceptarla… Tendría gracia que algún viticultor
de la zona le hiciera la corte, que ser maestra de pueblo todavía es un grado.
¡Qué digo, maestra! ¡Profesora[11]!
Así que, como mínimo, podrá aspirar a un concejal, y de Festejos, a ser
posible.
Frenazo y parada.
Por lo menos llevan ya cinco.
-
¿En
dónde estamos?, pregunta al viajero colateral, que se dispone a apearse.
-
San
Martín de Valdeiglesias, le responde, al tiempo que la pisa de refilón en un
zapato.
-
¡Señor,
qué viajecito! -suspira-. Si, por lo menos, la habitación del hostal tuviese bañera
y agua caliente…
***
Nines no aguanta
más los denodados intentos de su vecino de asiento por entablar conversación.
En otras circunstancias habría transigido, pero desde que recibió la carta de
Selmo tiene los nervios de punta. Además, cree recordar que la cara del
impertinente la ha visto por Cadalso… ¡justo!, cuando fue con Carmina a escoger
la encimera de granito de la cocina. Y para llegar allá falta aún media hora.
Se levanta, coge el maletín del portaequipajes y balbucea una disculpa:
-
Me
está molestando el sol. Me paso al otro lado del autocar.
Avanza
trastabillando, hasta unas filas más adelante, donde halla un sitio libre junto
al pasillo. De buena gana avanzaría aún más, pero empieza a llegarle alto y
distinto el sonido de la radio del conductor y no está ella hoy para sacar el güisqui para el personal[12].
Se acomoda y echa un vistazo a su derecha. Sobre el asiento abandonado, la
sonríe la Princesa de Asturias, primera página del ABC. Toma el diario y lo
hojea hasta dar, en la página 19, con la noticia que buscaba: Funerales por el alma de Monseñor Escrivá de
Balaguer. ¡Ya podía deshacerse su Obra como lo hará su cuerpo, Dios me
perdone! No sé lo que me digo. Después de todo, ¿sería Anselmo tan firme, tan honesto, tan preparado,
si hubiese dado de lado al Celador del que tanto habla y que lo pescó a mitad
de Carrera? Además, ya han acordado el término medio, esa cuadratura del
círculo que llaman supernumerario.
Así podrán casarse. Selmo ya se ha hecho a la idea y, lo que era más difícil,
ha convencido a los opusianos, como
ella los llama. Así que primero, a incorporarse, profesar, o como se diga y,
para finales de verano, si todo está listo, a casarse en la basílica de San
Miguel[13].
Nines habría preferido su parroquia de siempre en Cuenca, donde la habían
bautizado, dado la primera comunión y confirmado, pero, total, ¡qué más da! Ceder
en lo accesorio para luchar por lo principal: su libertad de conciencia y una decisión
sensata en lo del número de hijos. Tres o cuatro y ya está muy requetebién.
-
¡Hombre!,
musita, aquí habla del tal don Florencio. Sánchez Bella, como el ministro[14].
Serán hermanos. Lo extraño sería que un jefazo del Opus fuese hermano de un
fontanero. Y ha estado en el funeral en Roma. No sé cómo va a llegar a Madrid
mañana para entrevistarse con mi novio. ¡Qué bien suena, por fin, lo de mi novio, aunque no me haya tocado ni
tanto así! En fin, novios son los que se van a casar que, para lo otro, tiempo
habrá… y ganas.
La última curva y
la parada final en la plaza del Ayuntamiento. Los pocos viajeros que quedan van
apeándose. Nines, sin equipaje apenas y buena conocedora de la villa, toma
rápidamente la calle Real, camino de su pensión. Nuestra sexagenaria, maleta en
mano, pregunta al chófer:
-
Por
favor, ¿el hostal de La Corredera?
-
Ahí
enfrente lo tiene. No hay que salir de la Plaza.
A primera vista,
ni la casa, ni el pueblo parecen nada del otro mundo pero, en fin, a mucho
menos estuvo acostumbrada, salvo cuando el deslumbramiento
de Pravia[15]; y
Cenicientos es un nombre bien feo, pero ¡anda que Piloñeta[16]!
Le viene a la mente y a los labios este pasaje:
-
Bien, Carita… ¡Los remos!... ¡Otra
vez los remos…! El Gran Barquero no me permite soltarlos.
¡Que bobadas se escriben a veces!, se
responde. ¡De tanto tiempo con ellos sueltos, apenas tendré ni callo ni estilo
para bogar de nuevo!
Un escalofrío
coincide con el tropezón al escalar, maleta
en ristre, el imponente banzo granítico del portalón de entrada al hostal.
-
¡Culpa
de mi hermana, que me ha enervado con ese libraco, hecho de tristezas y añejos
recuerdos! Cuando vuelva, la doy con él en la cocorota.
***
Lunes, 30 de junio
de 1975. La cosa no ha podido ir mejor -juzga Dolores-. Tan pronto se hubieron
sentado en su despacho, la Directora le había dado la grata noticia:
-
Va
a quedar libre, por traslado, el segundo curso, pero no creo que sea lo más
indicado para tu edad -y perdona que te lo diga-. Así que, con tu experiencia
como escritora, hemos pensado en hacerte un hueco en Lengua de segunda etapa. Hemos: quiero decir, el Inspector y yo.
Extrañarás un poco el ir de clase en clase, sin alumnos propios, como en los
Institutos, pero te acostumbrarás en seguida.
- A
estas alturas, Berta, no estoy habituada a nada. Así que te agradezco la cortesía
y procuraré haceros quedar bien.
-
Por
supuesto, Dolores, estoy segura de ello. ¿Cuánto hace que dejaste la escuela,
veinte años?
-
En
el 53, pero ya ocho años antes puse una sustituta de mi bolsillo y me vine para
Madrid.
-
Claro,
en el 53, cuando el premio. ¡Menudo pellizco,
además de la fama!
-
Cincuenta
mil pesetas. Era lo que una maestra ganaba entonces en cuatro años de trabajo.
-
En
fin, chica, voy a darte un juego de libros de tu asignatura para sexto, séptimo
y octavo. Así podrás entretenerte en vacaciones y ponerte al día de programas y
recursos pedagógicos.
-
También
querría presentarme y saludar a las compañeras.
-
Desde
luego. A las once es el recreo. Será el mejor momento para ello.
Las presentaciones fueron un poco peor. Las
compañeras eran casi todas jóvenes y, cuando la Directora pronunció su nombre y
primer apellido de forma un tanto enfática, la mayoría se había quedado con
cara inexpresiva. Fue necesario que doña Berta aclarara:
-
…
Ya sabéis, la insigne escritora que ganó el premio Nadal hace unos cuantos años.
-
Y
que, como ya se le ha acabado su importe, ha decidido reengancharse en la
docencia y, de paso, ganarse el derecho a la pensión de jubilación.
La ironía produjo
el buen resultado de devolverla al nivel de sus colegas y dar a estas la
oportunidad de preguntar los detalles. Aun sin querer, la Directora volvió a
crear el hielo:
-
El
próximo curso, Dolores se encargará de la Lengua de segunda etapa. Convendréis
conmigo en que nadie está más cualificada que ella. Don Matías opina que será
un honor para el Colegio.
El informal
claustro volvió unánime sus rostros hacía nuestra conocida Nines, la maestrita
del maletín, que venía desempeñando ese puesto. La Dire se percató de tal hecho y de la incorrección de no habérselo
anticipado, y salió del paso como pudo:
-
Va
a quedar vacante, como sabéis, el segundo curso. Nadie mejor que Mary Ángeles,
joven y alegre, para esos críos tan pequeños. Además, Dolores viene solo por
tres años, que pasarán en un suspiro. Queda claro que, cuando ella se jubile,
Ángeles podrá volver a su especialidad, si lo desea.
Berta disolvió
seguidamente la reunión, llevándose a Dolores a dar una vuelta por las
instalaciones, para que las compañeras pudieran comentar a su sabor. Como es
natural, la mayoría despellejaba a
las ausentes y daban el pésame a la perjudicada, pero esta les cortó de manera
tajante:
-
Es
lógico. Si Severo Ochoa[17]
viniera a dar clase al Colegio, supongo que no le encargarían de la gimnasia.
Finalizado el
recreo, Dolores dijo a la Directora:
-
Si
no te importa, volveré por los libros al acabar las clases y, entre tanto, me
daré una vuelta por el pueblo para ambientarme.
-
Villa, Dolores, villa, que aquí eso se lo
toman muy a pecho: ser lo mismo que Madrid. Con eso y saber que a los naturales
de Cenicientos los llaman coruchos, tienes mucho ganado.
-
Lo
tendré en cuenta, no sea que me digan corucha y yo entienda que me toman por
una pájara.
***
A eso de la una,
regresó nuestra profesora. En el despacho de doña Berta la esperaban dos bolsas
de plástico atiborradas de libros.
-
Te
he metido todo cuanto puedas necesitar para imponerte de la materia, incluso
algunos libros de lectura que venimos usando desde que se implantó la Reforma…
¿Quieres que le diga a alguna de las chicas mayores que te eche una mano?
-
No
es preciso. Yo la ayudo, que también voy para la Plaza -se ofreció Nines, que
llegaba para despedirse de la Directora-.
-
No
te habrá importado mucho el cambio…, le susurró esta al oído mientras se
besaban.
-
¡Oh,
no! Tendré un curso más tranquilo y no sabes lo bien que va a venirme, repuso
la joven maestra, con una sonrisa.
Se repartieron las
bolsas. Afuera hacía un calor soberano. Para entablar conversa, Dolores leyó en
voz alta el rótulo que presidía la fachada del Centro: Colegio Nacional Suárez Somonte.
-
¿Quién
era ese señor, si puede saberse?
-
Un
general de Aviación -contestó Nines-, y presidente del antiguo Atlético de
Madrid.
-
¡Ah,
bueno! Siendo así…
Y ambas rompieron
a reír. La joven giró a la derecha, embocando una calle larga que terminaba junto
a la Plaza. Hizo de guía:
-
Cenicientos
tuvo tiempos más cultos. Hace muchos años, esta calle se llamaba de García
Lorca[18].
-
¡Ese
sí que es un buen nombre para una escuela!, comentó Dolores.
Buscando las
escasas sombras de fachadas y árboles, alcanzaron la plaza del Ayuntamiento. La
veterana novata -o viceversa- estuvo a punto de coger la bolsa de Nines y
despedirla, para que pudiese tomar por la calle Real, como la había visto hacer
la tarde anterior, pero lo pensó mejor y accedió a que hiciese de porteadora
hasta el mismo vestíbulo del hostal. Se trataba de una encerrona:
-
Supongo
que una niña tan amable no permitirá
que una compañera visitante coma sola.
-
¡Huy,
no, Dolores! ¿No ves que tengo en la pensión la comida puesta? Pero si quieres
venir tú allá conmigo…
-
¿Con
todo el bochorno? Ni se te ocurra. Estaremos en la gloria con este frescor.
Además, me apetece charlar contigo, para que vayamos conociéndonos. Y si al
paso me cuentas algo sobre los usos y costumbres del Colegio, pues mejor que
mejor.
Ángeles vacilaba.
Su compañera insistió, empujándola con suavidad hacia el comedor, del que salía
un olorcillo de carne a la brasa muy grato en aquellas horas.
-
En
cualquier caso, Dolores, deja que, como buena anfitriona, sea yo quien corra
con la invitación.
-
Ya
hablaremos de eso a los postres. Y ahora, mientras te refrescas y tomas asiento,
permíteme subir un momento a la habitación, que coja una rebeca. ¿Quieres que
baje algo para ti?
-
Gracias,
Dolores, estoy bien así.
Dos Dolores tan seguidos resultaron
demasiado. La aludida canturreó:
-
Y
tú a mí, Nines. Resulta mucho menos… celestial.
Cuando, a los
cinco minutos, reapareció Lola, no solo llevaba una rebeca malva, sino un libro
en las manos. Tomó uno de los claveles del ornato floral de la mesa y lo colocó
a guisa de marcapáginas.
-
Permíteme
el obsequio, en recuerdo de este día… Está bastante ajado, pero es una primera
edición y dedicado por la autora.
Nines leyó la
cubierta: Dolores Medio. Diario de una
maestra. Abrió el libro, pasó la guarda y halló la dedicatoria general
impresa:
Para mis compañeros de Magisterio, soldados
anónimos de la mejor guerra.
Y, más abajo,
manuscrito:
Para Nines, que ya tiene nombre en mi
corazón, de Lola. Cenicientos, 30-6-1975.
Emocionada, Iba a
levantarse para abrazar a la gentil donante, cuando la sorprendió un vozarrón a
su espalda, que la enervó del susto:
-
¿Las
señoras tomarán vino?
Dolores miró hacia
la vitrina expositora. Una marca dominaba abrumadoramente:
-
¡Corucho, desde luego! Dejo a su elección
la cosecha.
2. Comienzo de curso
Uno de septiembre
de 1975, lunes. Profesores y profesoras del Suárez
Somonte van llegando al Colegio y se saludan cordialmente, intercambiando
bromas y novedades. Luego, ellos se quedan en el piso bajo, mientras las
maestras echan escaleras arriba. El Director de los niños comenta con un colega:
-
A
ver si se dejan de cuentos y dilaciones e implantan de una vez la coeducación.
No sabe usted la lata que da estar en el mismo edificio, con servicios y
elementos comunes, y tener dos directores y dos claustros.
-
¡Quite,
por Dios, don Luis! ¡Menudos problemas, chicos y chicas juntos! ¡Y qué decir de
las maestras, haciendo piña y buscándonos las vueltas! Por cierto, parece que
hay alguna nueva.
-
Eso
me ha dicho doña Berta. Creo que se trata de una depurada que ha vuelto a la escuela, después de hacer carrera como
escritora.
-
¡Pues
ya son ganas de flagelarse las de la buena señora!
Ante todo,
Dolores, resoplando, suelta las dos bolsas de libros sobre la mesita auxiliar
del despacho de Berta -lo de doña es
cosa de don Luis, que se tiene muy
tragado eso de que ellos son directores por oposición, no como los de la
Reforma[20]-.
Para desesperación de sus lumbares, la Directora le dice:
-
Mujer,
no tenías que haberte molestado. Supongo que te vendrá bien conservarlos, por
lo menos, hasta que lleguen los editados para este curso.
Seguidamente, Lola
pregunta por Nines. No sabe ella lo que la ha recordado todo el verano,
peleando con fonemas, lexemas y morfemas, semiología y estructuralismo
lingüístico, conectores y determinantes. Bueno, por eso y por lo que le apuntó
en la comida vis a vis de final de curso, sobre su novio, tan superior y tan chupacirios. Le contestan:
-
Llegó
un poco tarde y se ha metido en clase, para examinar a los pendientes de
séptimo.
-
Nada,
nada, las mismas mañas de los Institutos -se dice-: hasta con exámenes de
septiembre. Pues lo que es yo, como no me pongan huevo sin hache y con be, no pienso suspender a nadie.
Pregunta a la
Directora:
-
¿Me
vas a necesitar esta mañana, Berta?
-
En
absoluto. De hecho, no teniendo que examinar, puedes volverte a Madrid hasta
pasado mañana, que tendremos claustro… Espera, ¡qué cabeza la mía! Tenemos que rellenar
los documentos de tu reincorporación. Voy a llamar a la Secretaria.
Redactan y firman
un montón de papeles que, según le dicen, enviarán al Ministerio. Dolores, al
concluir, bromea:
-
Con
todo esto me pagarán a finales de este mes, ¿no?
-
Si
les llega antes del día cinco…
-
Quita,
quita -coge la documentación, súbitamente seria-. Los llevaré yo misma en mano
mañana a la calle de Alcalá. Así podré dar las gracias al señor De Juan por su
gentileza.
Garabatea una
nota, que deja en manos de Berta:
-
Por
favor, entrégasela a Ángeles cuando acabe.
Y marcha pasillo
adelante, hablando para sí en voz baja -defecto de veteranos-:
-
Un
viaje a lo bobo. Como si no costara esfuerzo y dinero. No me va a quedar más
remedio que visitar San Esteban Protomártir, para hacer tiempo[21].
***
-
No
me lo digan, Corucho Crianza,
anticipa el metre, recordando la comida de junio.
-
Mejor
traiga un reserva -rectifica Nines-,
que hay que celebrar el comienzo de un buen curso.
-
Muy
animada te veo, compañera, apostilla Dolores sonriendo.
Se sirve el caldo
de la tierra. La joven levanta la copa. Vamos
a brindar, dice.
Lola la imita y,
tras unos segundos para el clímax, Nines formula por fin el deseo:
-
Porque,
donde no halles amor, no te empeñes en quedarte.
Su compañera no
bebe y, con gesto serio, pregunta:
-
¿Cómo?
¿No estás de acuerdo con San Juan de la Cruz?
-
Por
supuesto que no, querida, y en cierto modo, gracias a ti.
Dolores posa la
copa en el mantel y se arrellana en el sillón de estilo castellano. Presiente
que su interlocutora tiene bastante que contarle. Por si acaso, la anima:
-
Adelante.
Veamos el lado oscuro de mi dedicatoria.
-
Voy
con ello, amiga mía. Recordarás que, en nuestra comida de fin de curso, te
tranquilicé acerca de mi obligado cambio de alumnos y te puse en antecedentes
acerca de mi novio y su entonces inminente ingreso en las santas filas del Opus. Pues bien, tonta de mí, acepté la
invitación que me había hecho de acudir a las solemnidades de la consagración
de Torreciudad y de su ingreso en la Obra. No veas la sorpresa que se llevó,
aunque esta no fue nada comparada con la mía.
-
Me
estoy temiendo lo peor, comentó tópicamente Dolores, mientras Nines se
tranquilizaba y tomaba aliento.
-
Di
con él durante una meditación en el santuario, la tarde anterior. A regañadientes
del sacerdote que la dirigía, se levantó, abandonó a los otros compañeros que
iban a hacer los votos y salimos de la basílica a buen paso. Una vez fuera…, no
sé si conoces el sitio.
-
Nunca
he estado allí.
-
Bien,
pues salimos a la gran explanada y, sin decirme ni palabra, me condujo hacia
uno de los caminos que llevan a la cornisa sobre el embalse del Cinca. Es un
sitio precioso, y más a la caída de la tarde, pero -no sé por qué- ¿sabes a qué
me recordó?
-
…
-
Pues
a la carreterita rural del encuentro final de Irene y Máximo[22].
No sé; sería una premonición, porque lo miré a la cara y me puse en guardia.
Supe al punto cómo iba a terminar aquel paseo.
-
…
-
En
fin, creo que he estropeado el suspense; de modo que abreviaré y voy a ser lo
más objetiva posible. Vamos, una narradora fría y omnisciente.
-
…
-
Resultó
que, mientras nosotras comíamos juntas el pasado 30 de junio, don Florencio, el
Consiliario, estaba en Madrid soltando una filípica de tomo y lomo a mi débil
Anselmo, quien me aseguró que incluso la había acompañado de un bofetón, algo
que dicen no es extraño en él, como sublimación del cachete cariñoso y
reconfortante. Que si Dios vomitaba a los tibios; que si don Josemaría se había
llevado al cielo la tristeza de no contar con él de modo pleno; que ponía su
alma en peligro con una chica tan descreída y lanzada como yo -¡figúrate!-. Vamos que, o accedía a hacer voto de
castidad y convertirse en numerario, o por
esa puerta se va a la calle, dice que le dijo, haciendo incluso el gesto de
echarlo de la salita.
-
Me
figuro que eso será la santa intransigencia.
-
Más
bien, la non sancta astucia, a juzgar
por lo que vino a continuación.
-
…
-
Ya
estaba Selmo asiendo la manilla de la puerta, cuando don Florencio cambió de
registro: Calma, hombre. Si de mí
dependiera, te echaría sin más, pero el Padre y la Virgen me imponen que sea
especialmente paciente y generoso contigo. Vuelve a sentarte y presta atención.
-
…
-
Y
aquí se incorporó Mefistófeles a la conversación o, por mejor decir, al
monólogo. Le dijo que todavía estaba a tiempo de salvar su alma y, al propio
tiempo, de prestar un gran servicio a sí mismo y a los chicos asturianos, que
tan necesitados andan de guía moral y de ciencia.
-
¡Toma
castaña! A ver si tendría que haber vuelto yo a mi Piloñeta.
-
No
te confundas, Dolores. Don Florencio se refería a otra clase de alumnos… Ante
el éxito de su colegio femenino, han construido cerca de Oviedo otro masculino,
que va a empezar sus actividades justamente ahora[23].
Pues bien, si Selmo aceptaba ingresar como numerario, le prometían el puesto de
Vicedirector y Encargado de curso para primero de bachillerato y, por supuesto,
plaza en una casa de la Obra, junto al Reconquista[24].
-
¿Pero
no tenía él ya trabajo en el Instituto de San Martín de Valdeiglesias?
-
Sí,
pero no fijo, sino de interino. Selmo vale muchísimo, mas la dedicación al Opus no le ha permitido hasta ahora
dedicarse seriamente a preparar las oposiciones.
-
Ya
veo: la primogenitura, por un plato de lentejas.
-
En
el fondo, eso es pero ¡no veas como lo disfrazó mi Esaú! La vocación de su
vida, la redención de su alma… y mi propio bien, por supuesto. No sabes lo
desgraciados que íbamos a ser, si pretendíamos construir nuestra unión sobre el
rechazo a la llamada del Espíritu. Resulta que la mala sería yo, si me empeñaba
en retenerlo o ponerle las cosas más difíciles de lo que lo estaban, por su
debilidad e inexperiencia. ¡Figúrate! Tan listísimo y seis años mayor, pero era
yo la pérfida, la taimada…
Nines se enciende
y la voz, tomada de tanto hablar, enronquece y se corta. Lola decide aliviarle,
por conocido, el final de la historia. Con todo, hay algo que quiere aclarar.
Deja pasar el tiempo preciso para que Nines acabe su vichyssoise y, tras un circunloquio, pregunta:
-
Creo
entender que tu brindis tenía tanto contra San Juan de la Cruz, como contra la
atrevida autora que puso su consejo al comienzo del Diario… ¿Tienes algún reproche que hacerme?
La joven se
exaltó:
-
¡Qué
va! ¡Justo todo lo contrario! No sabes el bien que me hizo haber leído tu libro, justo antes de… lo que iba a
pasar. Me dio la experiencia que necesitaba para abordar aquella tensa
situación; claro que aprovechando su fuerza a mi modo. Para empezar, fui yo al
encuentro de Anselmo, a su propio terreno, para que se expresara con total
claridad y no pudiese achacarme el haberlo dejado solo y desamparado ante la gran prueba de su corazón. Luego, cuando me vi
en parecida tesitura que Irene, no tuve que hacerme de nuevas ni improvisar una
imposible armonía entre su falta de voluntad y mis apasionados sentimientos. Y,
finalmente y por encima de todo, comprendí que la vida no acababa en las
orillas escarpadas del Cinca, como tampoco había concluido en los acantilados
sobre el Cantábrico. El Diario de
Irene terminaba ahí, pero yo sabía bien cuál había sido su sino y su ventura
posteriores. Solo tenía -si pudiese- que superar esa inmovilidad, esa muerte en
vida, que la había atenazado a ella, tanto o más que a Máximo. ¿O qué crees,
Dolores? Máximo Sáenz ha muerto en el
37…, pero Irene también murió, un poco o un mucho. ¿Cuánto, Dolores -dímelo
tú, que lo sabes-, cuánto murió por empeñarse en poner amor donde no lo había,
por seguir soñando en Asturias aunque escapase a Madrid? Anda, dímelo, repite
mirándome a los ojos la cantinela santurrona del Poeta a lo divino… No te atreves,
¿verdad? Pues entonces súmate a mi brindis, amiga mía, mi mentora, mi energía.
Dolores parece una
estatua. Su mano derecha, apenas a un palmo de la copa, engarfia los dedos y se
separa del mantel, buscando el pie de vidrio, que riela, insinuante. Trabajo
inútil; es incapaz de alcanzarlo. Busca una salida:
-
No
sé… hace tanto tiempo… Quizá no aludiera a los amores no correspondidos. Tal
vez me refería a la escuela. ¡Sí, sí, eso!, a nuestros niños. ¿No recuerdas la
dedicatoria, para mis compañeros de
Magisterio?
-
Claro
que me acuerdo, Lola querida. Como tampoco olvido que la soldado Nines Honrubia
ya tiene nombre en tu corazón.
[1] Dolores Medio Estrada (1911-1996), nacida y
fallecida en Oviedo. Ejerció como maestra rural en Asturias entre 1931 y 1945,
en que se trasladó a Madrid, para dedicarse en plenitud al periodismo y la
literatura. Obtuvo el Premio Nadal del año 1952 con su novela Nosotros, los Rivero. El 1961 publicó su
obra, Diario de una maestra,
constantemente aludida en este relato. Entre 1975 y 1978, volvió a ejercer como
maestra en la villa madrileña de Cenicientos, jubilándose seguidamente.
[2]
Don Antonio de Juan, Director General de Personal del Ministerio de Educación y
Ciencia en 1975. Las alusiones al mismo en el cuento son totalmente imaginarias
y sin ninguna malicia.
[3]
La historia va a hacer frecuentes, significativas y poco piadosas referencias
al Opus Dei, entonces Prelatura Personal, e
institución de vida espiritual existente dentro de la Iglesia católica, muy
influyente en la España de la época, y fundada -al parecer- en 1928. Aquí se
alude a su creador, el sacerdote José María Escrivá de Balaguer (1902-1975),
canonizado en 2002. Mi relato no recoge sino hechos y opiniones muy
generalizados, dentro de la libertad de los creadores literarios y de los hijos
de Dios. Josemaría Escrivá falleció
en Roma, el 26 de junio de 1975.
[4]
Florencio Sánchez Bella (1925-2008), Consiliario del Opus Dei en España entre
1960 y 1984.
[5]
Magno santuario erigido por el Opus Dei, sobre otro mucho más pequeño y
humilde, dedicado a la Virgen en Secastilla (Huesca), en un altozano sobre la
presa de El Grado (río Cinca). El origen de la devoción especial del Opus Dei
es el presunto milagro de la Virgen de ese santuario, haciendo que recobrara la
salud su Fundador, cuando tenía unos dos años de edad. La consagración del
actual Santuario se verificó el 7 de julio de 1975.
[6]
Educación General Básica, periodo formativo previsto en la reforma educativa
operada por la Ley General de Educación de 1970. Comprendía ocho cursos,
divididos en tres ciclos y dos etapas. En los cinco primeros, existía profesor
único. Los tres últimos se impartían por asignaturas. La E.G.B. se cursaba
entre los 6 y los 13 años de edad, por término medio.
[7]
Institución
Libre de Enseñanza (1876-1936), cuyas orientaciones pedagógicas presidieron
la actividad docente de Dolores Medio en su primera etapa como maestra.
[8]
Cruz Martínez Esteruelas (1932-2000), Ministro de Educación y Ciencia entre
enero de 1974 y diciembre de 1975.
[9]
Organización Nacional de Ciegos Españoles
(1938), magna institución dedicada a afrontar la problemática de los
invidentes. Teresa Medio, hermana de Dolores, ejerció funciones de maestra para
ciegos dentro de dicha Organización.
[10]
Apellido de un párroco de Nava (Asturias) que se las tuvo tiesas con la maestra
Dolores Medio Estrada, titular de la escuela de Piloñeta, del citado concejo.
[11]
Dentro de la estúpida manía de alterar el nombre, bello y tradicional, de las
cosas, la Reforma educativa española de 1970 reemplazó el título de maestra por el de profesora, hasta entonces propio de los docentes de Enseñanza Media
y Universitaria. Posteriormente se ha rectificado tal modificación.
[12]
Alusión al estribillo de una canción del año 1975, que fue número 1 en España
durante varias semanas.
[13] Templo de Madrid, situado en la calle de San
Justo, confiado por la Nunciatura Apostólica al cuidado del Opus Dei, desde
1960.
[14]
Alfredo Sánchez Bella (1916-1999), Ministro de Información y Turismo
(1969-1973) y, en efecto, hermano de don Florencio, el Consiliario en España
del Opus Dei. Recuérdese la nota 4.
[15]
Pravia es una notable villa asturiana -como es bien sabido- en la que parece
ser que Dolores Medio encontró al gran amor de su vida, transmutado en el Máximo Sáenz del Diario de una maestra.
[16] Aldea del concejo de Nava donde, con algunos
intervalos por sanción política, Dolores Medio ejerció de maestra titular entre
1937 y 1945. En este último año, debidamente autorizada, colocó en el puesto a
una maestra sustituta -supongo que pagada por ella- y marchó a Madrid, pero no
pasó a excedente hasta el año de 1953.
[17] Severo Ochoa de Albornoz (1905-1993), Premio
Nobel de Medicina y Fisiología de 1959.
[18] Federico García Lorca (1898-1936), excelente
poeta y dramaturgo, muy entusiasta de la educación en las más variadas formas y
métodos. Actualmente, ese ha vuelto a ser el nombre de tal calle.
[19]
… que ese nombre en tus labios sabe a
amapola. Es el estribillo de una canción que popularizó inicialmente Concha
Piquer (1906-1990).
[20] Hasta la reforma educativa de 1970, los
Directores de Grupos Escolares eran maestros que superaban la oportuna
oposición y ocupaban el puesto con carácter permanente. A partir de dicha
reforma, se seleccionaron por concurso de méritos entre los maestros destinados
en el Colegio Nacional (luego, Colegio Público), siendo su nombramiento temporal
(actualmente -2017-, por cuatro años).
[21] Advocación de la iglesia parroquial de
Cenicientos, construida a partir de finales del siglo XV.
[22] Alusión a un episodio esencial del Diario de una maestra, fechado en el
libro a 4 de mayo de 1950.
[23] Se trataba del colegio Los Robles, que esta es la fecha (2017) que sigue impartiendo
enseñanza sólo para niños y adolescentes de sexo masculino. Inicialmente privado, actualmente funciona en lo
económico como de enseñanza concertada.
[24] Hotel de lujo, en Oviedo, que abrió sus
puertas en 1972. Está instalado en el edificio barroco del antiguo Hospicio y
Hospital Real del Principado (de Asturias), concluido hacia 1770.
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