¡Ayúdame, Ronda!
Por Federico Bello
Landrove
Con base en la conocida canción de los Beach Boys,
titulada Help me, Ronda[1], una joven homónima desarrolla su cruzada de fe y fortaleza, muy en la
línea del triunfo de la voluntad y de su moderna versión, el principio de
atracción universal. ¿Logrará alcanzar sus propósitos? De algo podemos estar
seguros: el triunfo o el batacazo serán mayúsculos.
1. Una vecinita muy especial
Alguna vez he
definido mis años universitarios como de apuntes, cine y rock and roll. En lo que a mí respecta, bien podría haber sucedido
que el rock tuviese más de pop que de energía roquera. En cuanto al
cine, prefería bocadillo y programa doble, a las salas de arte y ensayo. Lo
relativo a apuntes nada tiene que ver con esta casi verídica historia.
Mi afición al cine
tenía el curioso efecto de asociar imágenes fílmicas y reales, hasta el punto
de encontrar con frecuencia en las chicas parecidos con las estrellas de la
pantalla. Consecuencia de ello, perdían al punto su carácter anónimo, para
alcanzar el honroso patronímico de sus bellas parecidas: Deborah, Nancy, Donna. No es extraño, pues, que al
cruzarme en la escalera con aquella joven desconocida la bautizase, al punto,
como Emmanuelle[2].
Su efigie se me ha
desdibujado mucho con los años, pero lo esencial permanece: alta, delgada,
rostro anguloso, media melena y un halo de tristeza o, al menos, de profunda
seriedad. Vamos, una chica, si no atractiva, sí interesante a primera vista.
Con el trato, habría de corroborar esa impresión inicial.
***
Emmanuelle no venía de París, desde
luego, sino de Rioseco, histórico poblachón con agricultura de secano, y era
hija única de una típica coyunda de las de entonces, entre un mando de la Guardia
Civil y una señorita de familia de terratenientes. Aunque esto no lo supe hasta
mucho más tarde, les anticiparé que en aquella pareja regía una armoniosa
distribución de funciones entre ambos progenitores: la madre imponía sus
decisiones en casa, en tanto el teniente hacía valer sus estrellas entre los
tricornios.
A poco de
cruzármela por primera vez en la escalera, estaba ya al corriente de lo
esencial respecto de ella. El marido de la portera era hermano del susodicho
teniente, siendo la razón de acoger en su casa a la joven, mientras cursara en
Castellar los estudios universitarios. La carrera elegida había sido la de
Filosofía y Letras, muy acomodada a lo que entonces se juzgaba propio de su
sexo. Yo andaba a la sazón por la mitad de la de Derecho, que cursaba con
soltura, y no tenía con la de Letras otra relación que esporádicos contactos
con los compañeros del bachiller, que se habían aventurado en aquel culto y
femenino ámbito. No obstante, durante la comida de Todos los Santos, mi madre
intercedió:
-
David,
me ha pedido la portera que te hable de su sobrina, Ronda[3]. Parece que la chica está
muy desorientada en sus primeros momentos de Universidad y en esta ciudad. Ya
sabes, que la aconsejes sobre formas de estudiar, bibliotecas y todo eso. Y, a
ser posible, que la presentes a algunos amigos tuyos.
-
Pero,
mamá, ¿qué puedo aconsejarle yo para una carrera que desconozco? Y, en cuanto a
lo de las presentaciones, no lo veo muy factible, dadas las circunstancias.
Por supuesto, mi
señora madre conocía perfectamente las
circunstancias. Mis mejores amigos estaban en la etapa de noviazgos más o
menos estables, la cual había recorrido yo prematuramente y con peores
resultados. Tímido y escaldado, me
había retraído a estudios y aficiones que vivía en solitario. Los insoslayables
anhelos juveniles de compañía quedaban satisfechos por mis compañeros de
facultad, con los que mantenía un trato afectuoso, pero superficial y
pragmático. Es posible que la sugerencia de mi madre pretendiera servir, más
que a la portera de toda la vida, al deseo de hacer salir a su retoño de aquel
temporal y voluntario caparazón.
Un poco a
regañadientes, quedé con Ronda para el siguiente fin de semana. Y, para
empezar, noté algo que no había percibido hasta entonces. Al acompañarla,
aprecié que cojeaba de manera ligera, pero ostensible. De modo inocente, le
pregunté:
-
¿Algún
esguince?
-
¡Ojalá!
Una fractura mal consolidada. A estas alturas, ya es irreversible… y bastante
dolorosa con los cambios de tiempo.
No me gusta ser
determinista pero, desde la reflexión y la distancia, creo que, sin ese defecto
físico, nada habría sido igual.
***
Ronda María
Padilla tenía muchas cosas peculiares. Para empezar, su nombre, terco empeño de
sus padres, quienes se habían declarado su amor después de ver una película de
la bellísima Rhonda Fleming[4]. Luego, su amplia cultura
literaria, fruto de una biblioteca familiar bien surtida y de una vida
inevitablemente sedentaria. Y, por descontado, aquel percance sufrido a los
nueve años, que le había hecho pasar un calvario de escayolas, operaciones y
dolores sin cuento. A ella no le gustaba dar detalles al respecto, pero su tía,
agradecida de mis atenciones, no cejaba ante mí en sus loas y confidencias:
-
¡Qué
chica! No la hay mejor ni más valiente. ¡Lo que le ha tocado sufrir, sin una
queja, luchando con toda la fe del mundo por curarse! Ahora ya ha pasado lo
peor y, aún así, ya ves, siempre con dolores, sin poder hacer la vida propia de
las jóvenes. Y luego, los chicos, superficiales y crueles, despreciándola por
su defecto, como si no tuviese otras muchas cualidades para hacer feliz a quien
la quiera.
Aquella monserga,
la verdad, era excesiva. El calzado tobillero o las medias compresivas disimulaban
su leve deformidad articular, que apenas había alterado la simetría de las
pantorrillas. Y, por lo que hace a las limitaciones funcionales, yo tampoco le
veía la gracia a la bicicleta, el baile o las caminatas por los pinares. En
cierto modo, aquella superación del ejercicio físico –voluntaria en mí; forzosa
para ella- nos acercaba en óbices y aficiones.
Por lo demás,
Ronda era tranquila y paciente. Sin necesidad de compromisos ni confidencias,
íbamos abriendo en nuestras vidas un hueco para el otro, cada vez más amplio y
necesario. Ella curaba el desarraigo y yo el desengaño. Todo era armonioso y
placentero, sin exclusividades ni etiquetas. Y así siguió por un corto tiempo,
hasta que Álex vino a romper el hechizo.
2. Un amigo necesita ayuda
El tal Alex había
sido mi mejor amigo en la adolescencia, hasta que los amoríos y los diferentes
estudios nos distanciaron. De vez en cuando, nos cruzábamos por la calle, él
casi siempre acompañado de su novia quien, por las apariencias y los años de
relación, me figuraba que llegaría a ser su esposa. Por ello, me llevé la
sorpresa del siglo cuando la vi muy del brazo de otro joven por la calle de
Santiago. Yo soy circunspecto y un poco indiferente por la vida ajena. Quiero
decir que no se me ocurrió llamar a Alex, ni hacerme el encontradizo, para
confirmar lo que tan a la vista estaba.
Pero en una pequeña ciudad todos nos vemos al
cabo de cierto tiempo. Avanzado el curso de mi conocimiento de Ronda,
coincidimos Álex y yo sacando las entradas para el cine y entretuvimos la
espera charlando de nuestras cosas. Ahí tomó él pie para revelarme lo que,
aunque le doliera, juzgaba que no me podía ocultar.
-
¿Vas
a sacar dos entradas? –preguntó-. Pues yo con una tengo bastante.
-
¿Has
roto con Elvira?
-
Di
mejor que ella ha roto conmigo.
Continuamos la
charla en una cafetería próxima, aunque el tema no daba para mucho: La típica
pelea de novios; solo que, en este caso, la chica se había dejado querer por un
médico recién licenciado, amigo de su hermano mayor. La posibilidad de que se
casaran de forma inmediata había dejado a mi amigo sin capacidad de
contraataque:
-
Fíjate,
aún me quedan tres años largos para acabar la carrera, y lo que te rondaré
después, hasta colocarme. Yo creo que eso es lo que ha llevado a Elvira a
comportarse así. Tres años de novios y todo lo que teníamos por delante. Ha
debido parecerle demasiado. En cambio, con este, es llegar y besar el santo.
-
Pues
lo siento, Álex. Se os veía tan unidos…
-
Y
lo peor de todo es que ha sido fulminante y sin una explicación.
Lo vi tan
alicaído, que decidí cambiar de conversación o, al menos, de sujeto:
-
A
mí, en cierto modo, me está pasando lo contrario. Ya sabes lo escarmentado que
quedé de lo de Mary Luz. Me prometí no volver a ir en serio con una chica hasta
acabar los estudios. Sin embargo, me lo estoy pensando. He conocido a una…
-
¿Una
morena, alta y un poco coja? Te he visto un par de veces con ella.
-
Pues
sí. Estudia Letras y es vecina mía. Por ahora, nada serio.
Nada serio. Es que la displicencia con
que Álex había hecho la descripción de Ronda me había cohibido, o avergonzado.
Tenía que pensármelo mejor, ser más objetivo, no volver a tropezar en la misma
piedra… Nos despedimos:
-
Ahora
que estamos más libres, podríamos salir juntos los fines de semana, como
antaño.
-
Claro,
Álex, cuenta con ello. Y ánimo. Acertar a la primera es casi imposible.
***
Pocas cosas unen
tanto como la desgracia; cuando menos, si se es de buen natural. Yo estaba
convencido de que, de no ser por su limitación física, no me habría interesado
tanto por Ronda. A ella le pasó lo propio con el desengaño de Álex. Así que la
culpa fue mía por contarle aquel sucedido.
-
Y
dices que ha quedado sin capacidad de reacción –me comentó Ronda-.
-
Pues
sí. Como le ha pillado por sorpresa y el otro es bastante mayor…
-
Pamplinas
–enfatizó, ruborizándose-. Eso no es más que falta de fe y de convicción.
-
Mujer,
hay quien prefiere aceptar y olvidar. Tal vez sea mejor para todos así.
Como si nada, se
descolgó con un tercetillo, cuyo recuerdo tal vez sea infiel:
Para vivir el amor
Hay que gozar el placer
Y hay que tener valor
-
¿Qué
te parece?, inquirió.
-
Una
reflexión digna de Campoamor, repuse.
Pero resultó que era
suya propia y no tomó a bien mi humorada[5].
***
Dije antes que
Álex y Ronda acabaron entendiéndose como compañeros en la desgracia. Presentarlos
y leerle la cartilla ella a él, fue todo uno. Aquella muchacha, crecida en el
dolor y su superación, estaba convencida de que todo podía lograrse con fe y
con fortaleza. No las tenía Álex todas consigo. Es más, intuyo que iba
incubando en su alma perversa muy otros propósitos. Digo esto, a juzgar por la
pregunta que me hizo, días después de conocerla:
-
David,
me dijiste que no ibas en serio con Ronda…
-
Si
te refieres a si somos novios o lo pretendo, seguro que no.
-
Me
parece lo más sensato. Es una chica muy extraña. No sé qué mosca le ha picado
para andar todo el tiempo animándome a recuperar a Elvira.
-
Pues
aprovecha sus consejos, que sabe mucho de superar dificultades. Ya sabes, help me, Ronda[6].
Álex sonrió:
-
No,
si estoy convencido de que puede ayudarme. La cuestión es fijar el objetivo.
Desde bastantes
años atrás, mi amigo era más alto, más guapo y más rico que yo. A juzgar por mi
perplejidad ante aquella salida de tono, supongo que también había llegado a
ser más listo.
***
Aquel final de
curso se convirtió en una especie de comedia de las equivocaciones, que a punto
estuvo de hacernos perder a los tres el año y la cabeza. Tal como ahora lo
recuerdo, cada uno de nosotros empezó ocupando una posición o buscando un
objetivo, para terminar consiguiendo algo muy diferente de lo intentado. Eso
sí, a diferencia de la citada forma de comedia, sin que su final pudiera
considerarse feliz.
Empezando por
Álex, ya fuese por admiración sincera, ya por buscarse una alternativa
razonable, acabó por seguirle la corriente a Ronda y hasta por hacerle la
corte. Claro que él estaba lejos de reconocérmelo, pero su asiduidad y
comportamiento así lo corroboraban. Y, después de todo, ¿a qué, si no, su
interés por conocer mis intenciones con la chica?
Siguiendo con
esta, su afán por instilar en el alma de Álex sus consejos y su consuelo la
había convertido en una pigmaliona[7] enamorada de su obra, con
el secreto, pero evidente, anhelo de hacer suya a aquella criatura modelada a
su imagen.
Y yo, entre celos
y suspicacias, contemplaba aquella compleja trama psicológica, cada vez más
irritado de no poder, ni comprenderla, ni impedirla. La amistad con Álex y el
afecto tan particular hacia Ronda se convertían en nostalgia y reconcomio.
He ahí los tres
personajes de la minúscula farsa, sumidos en una vorágine de sucesos y
sentimientos. Pero falta por intervenir una cuarta persona. Y en esto, llegó el
verano.
3. Las aguas vuelven a su cauce
Felizmente, diversos compromisos familiares y de aprendizaje
de idiomas me mantuvieron alejado de Castellar en aquellos meses. A mi regreso,
Ronda debía de estar todavía en casa de sus padres, puesto que aún faltaba un
mes para empezar las clases. Otros conocidos, en cambio, estaban bien presentes
en la ciudad.
Fue una tarde de
ferias, de esas bochornosas y multitudinarias de septiembre. Me había quedado
contemplando la barroca silueta del teatro Pradera, que cerraría sus puertas a
finales de aquel mes, cuando me adelantó una parejita, que subió las escaleras
y se encaminó a la puerta de entrada. Fueron unos momentos y de espaldas, pero
no me cabía duda: eran Álex y Elvira. ¡Después de todo, el programa de fe y
fortaleza había cubierto el objetivo inicialmente previsto!
Me consumía la
curiosidad pero no era cosa de preguntar directamente a Álex, tras aquel
periodo de distanciamiento. Vino en mi ayuda el 23 de aquel mes, cumpleaños de mi
amigo, que celebrábamos con merienda y regalo desde siete años antes,
cualquiera que fuera el tiempo que hiciese sobre nuestra relación. Me armé de valor
y compre Today!, el LP de los Beach Boys que –como ustedes saben-
traía Help me, Ronda en el quinto
corte de la cara A[8].
Salido al mercado dos años atrás, bien podía suceder que lo tuviera ya en su
discoteca. Resultó que no y lo recibió con muy buena cara. Al percatarse del
famoso quinto corte, me miró de hito en hito y se echó a reír.
-
¡Cielos,
menos mal que no está Elvira aquí! Porque no sé si sabes que volvemos a ser
novios.
-
No
estaba enterado. Como he pasado todo el verano fuera…
-
Pues,
sí, chico, ha sido una suerte. De una parte, al matasanos le dieron trabajo en
un pueblo perdido de la provincia de León y pretendía casarse en seguida y
llevársela para allá, cosas a las que Elvira no estaba dispuesta. Y, de otra…
Para abreviar: La
relación veraniega de Álex y Ronda había progresado hasta el punto de salir
juntos con frecuencia y ello le dio celos a su predecesora en el puesto, hasta
el punto de hacerle recapacitar:
-
Fíjate,
David: lo que más le dolió es que la reemplazara
por una coja.
-
No
me extraña –gruñí entre dientes-, siendo las piernas lo mejor que tiene ella.
***
Pasé las jornadas
siguientes pensando en cómo sería mi reencuentro con Ronda y en la actitud que
debería tomar en el futuro. En el fondo, las dudas eran más de forma que de fondo.
Ni quería volver a pasar por aquellos tragos tan dolorosos, ni estaba dispuesto
a ser plato de segunda mesa. El círculo se había cerrado y, a fin de cuentas,
yo me había quedado como estaba. ¡Lástima que la vecindad próxima impusiera
encuentros e inevitables explicaciones!
Sin embargo,
llegaron el Pilar y Santa Teresa[9] y Ronda no apareció.
Extrañado, lo comenté con mi madre, con aparente desgaire. La respuesta me vino
días después, a través de la portera: Su sobrina había conseguido una beca en
un colegio mayor de Madrid, con lo que estudiaría la carrera, a partir de
ahora, en la capital de España. La niña,
y toda su familia, agradecían mis atenciones para con ella y esperaba que
pudiéramos vernos en alguna de las visitas que hiciera a sus tíos más adelante.
Lo cierto es que
nunca más volví a verla, ni a comunicarme con ella. Como nos cambiamos de casa
por aquellos días, no estoy seguro de que Ronda hubiera mejorado de sensatez,
aun a costa de aminorar su confianza en el poder de la fe y la fortaleza. A fin
de cuentas, eso es lo que denominamos madurar,
fruto habitual y a veces amargo del paso del tiempo.
***
La historia,
evidentemente, se ha acabado. No obstante, hace unos años cayó en mis manos un
libro –de esos que llaman best sellers-,
llamado El secreto, inextricable
mezcla de tópicos, aciertos y disparates, cuyo núcleo parece ser el poder de la
voluntad o, dicho de manera pseudocientífica, el principio de atracción. Me lo habían recomendado algunos amigos
–les prometo que Álex no estaba entre ellos- y acudí a la librería con el
recuerdo de Ronda María en la mente. Después de todo, hay personas
inolvidables, por mucho que uno viva.
Eché un vistazo a
los expositores, hasta dar con el famoso libro. Lo tomé en las manos y se me
escapó una exclamación, entre el asombro y el júbilo. ¡La autora se llamaba
Rhonda[10]!
Como me he vuelto
bastante pérfido, adquirí un par de ejemplares, por si se terciaba regalar uno
de ellos a alguien.
[1] También conocida como Help me, Rhonda, fue grabada y publicada en 1965. Pese a la
aparente claridad de su letra, tengo mis dudas sobre si la ayuda pedida a Ronda
era para olvidar a la ingrata novia
anterior, o para darle achares y provocar su retorno. Ronda/Rhonda es un nombre
femenino gaélico, que significa Lanza.
[2] Obviamente, en alusión a la actriz francesa
Emmanuelle Riva. La procaz película Emmanuelle
(cuya estrella se llamaba Sylvia) se estrenó en 1974; por tanto, con posterioridad
a la trama de mi relato, ambientado en 1967.
[3] Insisto en emplear la grafía más propia del
español, en lugar de la de Rhonda, habitual en inglés. La falta de un santo o
santa de dicho nombre dio lugar a la cristianización de nuestra protagonista
como Ronda
María, inevitable en los registros civiles y de bautismos en la España de
la época.
[4] Famosa actriz, nacida en Hollywood en 1923,
con el nombre de Marilyn Louis. Su belleza y fotogenia le valieron el apodo de Reina del Technicolor.
[5] Juego de palabras evidente, al cultivar el
poeta Ramón de Campoamor (1817-1901) un género, por él bautizado como Humorada. Por lo demás, es conocido el
juicio generalmente adverso que como poeta viene sufriendo Campoamor, desde
hace más de un siglo.
[6] Véase nota 1. Help me, Ronda equivale en español a ayúdame, Ronda, lógico título de este relato.
[7] Discutible feminización del personaje
mitológico de Pigmalión, que se utiliza como símbolo de quien realiza una
imagen tan perfecta, que acaba enamorándose de ella y logrando dotarla de vida.
[8] Más precisamente, The Beach Boys Today!, editado por la discográfica Capitol en 1965, alcanzando el número 4
en las listas de Billboard. Help me, Ronda fue número 1 en las
mismas durante dos semanas (finales de mayo y principios de junio de 1965).
[9] Es decir, el 12 y el 15 de octubre, en que se
celebran en España tales festividades.
[10] Se trata de Rhonda Byrne, escritora, guionista
y productora de televisión, nacida en Australia en 1951. Pido disculpas a la
infinidad de lectores de la señora Byrne que, obviamente, no comparten mi pobre
impresión acerca de su libro –y documental cinematográfico-, aparecido en 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario