El Coronavirus saltarín
Por Federico Bello Landrove
En recuerdo del confinamiento por la
COVID-19
Hace mucho que no tomo la Genética en
broma en este blog. La pandemia de COVID-19 que nos afecta puede ser un buen
pretexto para proseguir con la tarea de llevar el humor a tan sesudos y
abstrusos estudios. Mi propósito con la ciencia ficción es el de entretener y,
a la par, satirizar unos comportamientos bien conocidos de la gente informada.
Así que habré de decir que cualquier parecido de mis personajes con otros
reales no es mera
coincidencia.
1. Una sintomatología incomprensible
Contra lo que
muchos habían pronosticado y todos estaban temiendo, el agente patógeno
SARS-CoV-2 -Covi para los amigos- no reapareció a finales de año. Y
menos mal, pues las vacunas en estudio no estaban aún listas para ser
distribuidas con garantías. Así pues, pasados unos meses desde que Covi nos
dejara, los españoles empezamos a estrechar de nuevo la mano a los conocidos y
a entrar en nuestro bar de confianza para tomar el café de media mañana. Las
Navidades estaban a la vuelta de una hoja del calendario, provocando renovadas
ilusiones y expectativas de negocio para los comercios, tiempo atrás cerrados.
Y en esto que empezó a correrse el rumor. Yo tuve la primera noticia por mi
primo Javier, que trabajaba entonces en los laboratorios R. Se le notaba
preocupado porque, puestos a encontrar una explicación a lo que pasaba, querían
endosarle el muerto a los fabricantes de la hidroxicloroquina[1]:
-
El
caso es cargar la responsabilidad a alguien -me decía, como si yo estuviese al
tanto de lo que le preocupaba-. Y, en último extremo, ya se les dijo a los
pacientes que el fármaco estaba en estudio para el Covi y que, si lo
tomaban, era bajo su responsabilidad.
-
Pero,
¿de qué demonios me hablas, primo? ¿Qué culpas son esas que quieren echaros?
Javier prosiguió,
como si no me hubiera escuchado:
-
Y,
claro, tratándose de esas señoras tan importantes, ya podemos andarnos con pies
de plomo.
A duras penas
logre aplacar su excitación y que me refiriese desde el principio aquello que
lo traía a mal traer. Se lo resumiré a ustedes, procurando no ser tan prolijo
como mi pariente: A fin de cuentas, se trata de que los profanos nos enteremos,
lo que no es fácil si quienes nos hablan saben presuntamente mucho de un
tema.
Todo había comenzado
a finales de verano, cuando numerosas personas de Madrid y de algunas otras
capitales y ciudades populosas habían empezado a notar varios síntomas que,
considerados en su conjunto, no estaban descritos en los síndromes patológicos
hasta entonces conocidos. Es verdad que no todos experimentaban los tres
síntomas de que se componía el completo pero, más tarde o más temprano,
el trío de padecimientos acababa instalándose en la vida del paciente,
complicándosela cada vez más. Ese era el caso, sin ir más lejos, de las tres
capitostes -resultaría ridículo calificarlas de capitostas- a las que,
por ponerles algún nombre en el relato, llamaré Begoña, Carmen e Irene. Para
describir el síntoma prevalente en cada una de ellas, pondré las palabras en
boca de mi primo, empeñado en relatarlos con tanta precisión, cuanta seriedad,
aunque no le fuera fácil, en algún momento, contener la risa.
-
Doña
Begoña -empezó diciendo- está sufriendo una pérdida rápida y notable de agudeza
visual. No sé si será consecuencia de esa falta de resolución, pero el hecho es
que, al propio tiempo, sufre de fenómenos extraños de percepción y dice que ya
no aprecia los colores con la nitidez y tonalidad de antes. Puede parecer una
bobada, pero la pobre mujer está empezando a sufrir la incomprensión de su familia,
que no entiende muy bien ciertos rasgos de su comportamiento. Creo que su
marido ha llegado a decirle: Querida, cada día estás más extraña. Casi que
empiezo a comprender a Rosina mejor que a ti.
-
¿Rosina?
-
Perdona.
Es el nombre de la gata que vive con ellos desde hace un montón de años y de la
que dicen que tiene un comportamiento de lo más… errático.
-
Es
que no debe de ser fácil mantener el equilibrio mental cuando se sufren de
golpe y porrazo tales alteraciones de la vista -aduje-.
-
Si,
claro -me concedió Javier, ambiguamente-. Pero la cuestión es: ¿Qué fue
primero, el desequilibrio de conducta o esas supuestas alucinaciones visuales?
Nos concedimos
unos momentos de reflexión, antes de pasar al segundo caso, el de la capitoste
Doña Carmen -podríamos llamarla-. Javier lo narraba así:
-
A
la pobre le ha tocado bailar con la más fea, porque ¡anda que menudo bochorno
para alguien tan serio y encumbrado como ella! El caso es que le dan unos
prontos tremendos y se convierte en una especie de sex bomb, como diría
el gran Tom Jones[2].
-
Un
poco madurita para tales ímpetus -opiné- pero, en fin, más vale que sobre que
no que falte.
-
Desde
luego, pero siempre dentro de un orden, si no me está mal el decirlo.
Y mi primo aclaró
que, tales impulsos tenían como sujeto pasivo lo primero que la buena señora
tenía delante, persona, animal o cosa. Boquiabierto, inquirí:
-
Pero
¿todo,…todo?
-
Sí,
sí. En lo tocante a personas y animales, lo primero que se le ponga por
delante. Y, en cuanto a las cosas, parece ser que tiene una predilección
especial por las flores, los perfumes y las viandas… No sé qué rayos tendrá
todo eso en común.
Hizo ademán de
añadir algo más, pero bajó los ojos en silencio, como avergonzado.
-
No
te cortes, Javi -le dije-. Ya sabes que guardo los secretos como el mejor.
-
Está
bien, dijo tras unos instantes de vacilación. Parece ser que la Señora sólo
hace ascos a los hombres…, ¿cómo diría?, a los hombres muy… muy machos. Ante
esos, ni se inmuta.
-
Será
que no le gusta el olor de la testosterona -repliqué en guasa-.
Javier dio un
respingo. Sin querer, yo le había dado una idea:
-
¡Olor!
¡Eso puede ser! A fin de cuentas es lo que liga todas las cosas que la atraen…
Gracias, primo. Como sea eso, ya queda claro lo de que abrace los tilos y bese
los bocatas de jamón ibérico. En fin, es una idea.
Parecía nervioso y
fatigado. Decidí no recordarle que nos faltaba un síntoma y pasé a dedicar mi
atención al chocolate con churros. Pero Javier no olvida y es un hombre de
palabra. Vamos con el tercer caso, dijo de pronto.
La tercera figura,
Doña Irene para nosotros, tenía algo que, en un principio, me pareció de lo más
normal. Me contaba Javier:
-
Pues
el caso es que paulatinamente está dejando de usar la derecha…
-
¡Hombre,
Javi!, no serás de los que discriminan a los zurdos.
-
No
quiero decir solo la mano, que siempre fue zurda -contestó agriamente-. Me
refiero a que va perdiendo el uso de toda la mitad derecha del cuerpo: ojo,
oído, brazo, pierna. Al paso que va -agregó-, me temo que pueda acabar
hemipléjica.
-
No
será un problema neurológico…, me atreví a sugerir.
-
No
parece. Es como si el desarrollo y la fuerza del lado derecho fueran absorbidos
por el izquierdo.
-
Sí
que es curioso, sí. ¿No serán cosas del medio ambiente en las altas esferas del
país?
-
En
absoluto -replicó-. Por lo que nos han contado, a otras muchas personas les
está pasando lo mismo, sobre todo, a mujeres de Madrid, que lo único que tienen
en común es haber sufrido COVID-19, hace meses. Se está convirtiendo en una
segunda parte de la pandemia, pero solo en España: De eso estamos completamente
seguros, pues nuestros laboratorios trabajan en un montón de países.
-
Pero,
si solo es en España, no será cosa de la hidroxicloroquina esa, que han debido
de administrarla en muchos otros sitios.
-
En
efecto, ese es nuestro punto de vista; pero, para que no digan que escurrimos
el bulto, nos estamos gastando un pastón, haciendo a las pacientes
pruebas médicas, dirigidas por el Instituto Carlos III[3].
Aún están en plena faena.
-
No
dejes de informarme del final de la película, le rogué. Es de lo más
intrigante.
-
Intrigante,
sí, replicó un poco mustio. Como acaben por responsabilizarnos de los
resultados, se nos va a caer el pelo y, como sucede siempre en las grandes
empresas, iremos a la calle los que menos culpa tengamos.
2. Carlos III es algo más que un coñac
Los laboratorios R.
designaron a mi primo enlace y coordinador con los médicos del Instituto
Carlos III. Como es natural, algunas de las lumbreras de este fueron asignadas,
casi en exclusiva, a examinar los casos de Begoña, Carmen e Irene. Me
dispensarán que les apee el Doña pues, una vez que una persona se
convierte en paciente, el galeno suele llamarse Doctor y el enfermo, fulanito
o menganita, como si ya no hubiera clases.
Begoña tocó en
suerte a una doctora joven y pizpireta, llamada Raquel, que hizo las delicias
de Javier en cuanto la vio. Y eso que tenía que andarse con cuidado, pues el
síntoma visual de esta paciente era el que más recelo despertaba en los
laboratorios. Así se lo había manifestado a mi primo su superior, el jefe de la
sección de Efectos Secundarios, Don Matías Recóndito:
-
¡Cuidado
con esa! Ya sabes que, desde hace años, nos vienen echando en cara que
la HCQ provoca daños en la córnea y la retina[4].
-
Descuide,
Doctor. Conozco la literatura sobre el tema y estoy sobre aviso.
Por unas u otras
razones, Javier mantuvo durante los exámenes a Begoña un contacto frecuente con
Raquel. Incluso le pidió asistir a alguno de ellos, aunque solo fuese por ver
cómo era un palacete por dentro. La lumbrera accedió con una condición:
-
Ponte
la bata y mete un fonendo en el bolso. Te haré pasar por un colaborador mío.
-
Bueno
-gruñó mi primo-, tampoco tienes que mentir tanto: Soy doctor, solo que en
Farmacia.
Al cabo de tropecientos
análisis y consultas, Raquel se sinceró con mi primo, que la había invitado a
comer en Horcher, para celebrar el final del estudio:
-
Estimo
en mucho la opinión que mis colegas tengan de mí, pero la verdad está por
encima de todo -aseveró-. Por muy absurda que resulte, mi conclusión es esta:
Begoña está desarrollando visión ultravioleta.
Y, una vez que se
hubo calmado la tos de Javier, tras atragantarse con el steak tartar por
la sorpresa, la joven prosiguió, ofreciendo todo lujo de detalles en que
fundaba su insólita teoría. Concluyó:
-
Ya
sabes que cada vez se han ido encontrando más mamíferos que perciben la luz
ultravioleta y ven mediante ella: perros, gatos, erizos, hurones, okapis…
-
Ya
veo, pretendió zanjar su interlocutor, pero Raquel continuó con la serie, sin
inmutarse:
-
…Ratas,
ratones, murciélagos, algunos marsupiales… y los renos. ¿Has leído el trabajo
sobre los renos[5]? Es
fascinante. Parece que, sin necesidad de nuevos conos ni pigmentos, han logrado
ampliar la función de sus sensores de luz azul hasta el espectro ultravioleta.
-
Pues,
sí, es imponente -convino mi primo, sin entender del todo lo que hacía tan
fascinantes a los renos-; pero un humano no es un reno. Y no sé si…
La médica sonrió
con suficiencia:
-
¡Claro
que conozco las diferencias interespecíficas! El hecho es que he realizado
algunos experimentos muy concluyentes con la paciente.
-
¿Por
ejemplo?, preguntó Javier.
¡Ahí fue ella!
Llegó la hora de recoger las mesas y Raquel todavía seguía disertando, para
desesperación de los camareros. Pero la científica estaba eufórica, andándose
por las ventanas, como luego veremos. Llamó al metre -quien resultó que
había sido paciente suyo en el Gregorio Marañón, cuando ella era
residente de cuarto año- y le dijo tan pancha:
-
Gregorio,
pásanos a un reservado tranquilito, con un par de copas y una botella de coñac.
-
¿Tiene
la Doctora alguna predilección?, inquirió el jefe de comedor.
-
Carlos III,
naturalmente, respondió con su mejor sonrisa.
Ya sentados en
aquel privado tan coquetón, con chimenea de mármol y retrato de Don Gustav
sobre ella[6],
Raquel escanció para ambos la primera copa, mientras aclaraba:
-
Ya
sé que Carlos III es algo más que un coñac, pero este ya era famoso cuando
nuestro Instituto no había nacido[7].
Hora y media más tarde, la joven pareja
abandonaba el restaurante, con más titubeos deambulatorios de los que mi primo
se atrevió luego a confesarme. Mientras aguardaban el par de taxis que Gregorio
había mandado llamar, Javier permanecía pensativo, rumiando cuanto acababa de
escuchar a Raquel; pero esta, creyendo que se las había con un compañero
avergonzado del exceso en la cuenta, le pasó el brazo por el cuello y susurró:
-
No
te apures, tonto, que los laboratorios estarán encantados de reembolsarte, en
cuanto vean que no tienen nada que temer…, al menos, por mi parte.
Después de todo
este rollo, yo seguía sin atar cabos; de modo que no tuve más remedio
que pedirle detalles sobre los experimentos con Begoña, que tanta tranquilidad
iban a traer a los jefes de mi primo. Este me los resumió:
-
Primero
metieron a la pobre en una cámara, simulando las profundidades del mar, a unos
mil metros aproximadamente. Ya sabes, donde las únicas radiaciones del Sol que
llegan son las ultravioletas.
-
¡Qué
bárbaro! ¿Y pudo resistir tamaña presión, por muy acostumbrada que esté a estar
en el candelero político?
-
¡No
hombre!, me contestó, sotorriendo. Solo se trata de simular una
oscuridad casi absoluta, salvo para quienes sean capaces de captar la luz
ultravioleta.
-
¡Y
Begoña logró orientarse!
-
En
efecto: Sorteó obstáculos; fue y vino sobre sus pasos, y hasta fue capaz de
reconocer a su marido en una foto aleatoria que habían dejado sobre una mesa.
En efecto, el
experimento parecía bastante concluyente, pero no sé en dónde había leído que,
para la evidencia científica, hace falta repetir suerte con otros observadores.
Se lo apunté a Javier, quien parecía tener respuesta para todo:
-
Te
habrás dado cuenta, en ocasiones, de que las palomas y los pajaritos no ven los
cristales incoloros y transparentes de las ventanas, estrellándose contra
ellos. Pues bien, hace años se hizo el experimento de dotar a los marcos de una
pintura que reflejase nítidamente la luz ultravioleta. El resultado fue
espectacular: las aves libraron en su totalidad el obstáculo.
-
¡Cuánto
se habrían alegrado los ecologistas, si hubiese cundido el ejemplo!, repliqué
en broma; pero mi primo prosiguió sin inmutarse:
-
Pues
bien, pusieron en el acceso a la piscina del casoplón de Begoña una
mampara de vidrio irrompible, sin informarla a ella, por supuesto, pero
colocaron en lo alto un listón pintado con Ultraviol, disimulado con una
cortinilla de popelín. La paciente te advierto que suele tomar carrerilla y
zambullirse en el agua, para superar así el contraste térmico. Pues bien, en
esa ocasión frenó en seco y preguntó indignada a su marido quién había sido el
esto y lo otro que había plantificado la mampara sin avisar… Así que ahí
tienes la segunda prueba independiente, que estabas pidiendo.
Me sentí un poco
avergonzado de mi prístina incredulidad y me disculpé. Javier quitó importancia
al hecho:
-
No,
no, si todavía los hay peores que tú. Según Raquel, cuando fue a presentarle el
estudio clínico a su jefe, este la despachó con un no lo creeré, si no
encuentras la causa genética del trastorno.
-
O
sea, deduje, que el tío es un especialista en la Ciencia de moda.
-
O
pretende atar todos los cabos, antes de dar el visto bueno a una teoría aparentemente
descabellada… Lo cierto es que Raquel se lo ha tomado muy en serio y ha salido
disparada al termociclador más próximo.
-
¡Pues
qué bien!, repliqué chasqueado, al no saber qué demonio de artilugio era aquel;
pero Javier no se dignó aclarármelo. Solo añadió:
-
Le
han dado prioridad absoluta y dos ayudantes; de suerte que confía en tener la
confirmación de su tesis en unos días. Está tan segura de sí misma, que ni
imagina la posibilidad de que la Genética false su teoría de la visión de
Begoña en ultravioleta.
3. De la bomba sexual a la
hemiparesia derecha
Para atender a la
buena de Doña Carmen, el factótum del Carlos III tuvo una idea
estupenda: Escoger de entre sus científicos punteros a Adalberto Adonis, un
treintañero apolíneo, que ocupaba sus pocos ratos libres haciendo fitness y
corriendo medias maratones. Era una apuesta arriesgada, pero dio el resultado
que Javier había previsto, después de mi ocurrencia sobre el olor de la
testosterona.
-
¿Querrás
creerlo?, me dijo. La paciente, hasta hace poco tan femenina ella, lo miró de arriba
abajo con displicencia y le soltó: ¿Seguro que es usted médico? No será un
culturista que se ha colado aquí para demostrar lo hombretón que es. Figúrate,
el pobre quedó más cortado que un vaso de leche con ácido sulfúrico.
-
Se
habría puesto una de esas colonias especiales para machotes -aventuré-.
-
Diste
en el clavo -confirmó Javier, entre risas-. Por si las moscas, se había
perfumado a modo con Gorilla Sweat[8].
Se le veía muy
agradecido por la certera orientación olfativa que le había dado un par de
semanas atrás. Lo demostró informándome con la mayor precisión acerca de las
pruebas que Adonis había practicado a Carmen. Todas habían coincidido con la
hipótesis que, entre él y yo, habíamos aventurado: Cuando la avezada política
llegaba al estado de bomba sexual -por utilizar la inspirada expresión
de Tom Jones-, cualquier excitación olfativa le provocaba una reacción
afectivo-sexual inmediata, que lo mismo le hacía perseguir por el antedespacho
a su secretaria, que abrazarse con arrobo al rododendro de la terraza, o
devorar entre espasmos la pizza quattro formaggi que tenía sobre su mesa
el policía de escolta. Luego, una vez había descargado su deseo, volvía a ser
la mujer de siempre, mandona y trivial, y así, hasta la próxima vez.
-
¿A
cada cuánto le dan esos ataques?, pregunté.
-
La
periodicidad es variable pero, después de muchos esfuerzos y circunloquios, el
Doctor Adonis le sacó el dato de que suelen coincidir con los momentos de
mayores sofocos. Así que, si la paciente no estuviera menopáusica, es de
suponer que llevarían una cadencia acomodada al ciclo menstrual.
Quedamos
silenciosos unos momentos. Luego, Javier soltó lo que, según él, era la
bomba del caso, aunque no precisamente sexual:
-
Claro
que lo más gordo de todo esto es que la buena señora es capaz de detectar los
olores que la atraen a unas distancias muy superiores al común de los mortales.
Dicho para que lo entiendas, parece estar desarrollando la función del órgano
vomeronasal[9] hasta
extremos olvidados en humanos, desde los tiempos del Paleolítico.
-
O
sea -comparé-, algo así como la capacidad olfativa de los perros.
-
¡Hombre!,
ni tanto ni tan calvo -replicó-; pero el hecho es que no es nada fácil
escabullirte, en cuanto se ha emocionado con tus efluvios.
-
Tal
vez poniéndole una pinza nasal, de esas que llevan ciertas nadadoras…
-
Eres
imposible -zanjó-. En fin, el sufrido Doctor Adonis ha presentado su informe
que, como el de Raquel, tendrá que ser validado por la Genética. Así que ya te
contaré, porque, a partir de ahora, será mi amiga quien se haga también cargo
de este caso.
-
Pues,
¿qué le ha pasado al Doctor Adonis?
-
Se
ha dado de baja por depresión. Su ego ha sido incapaz de soportar tanto
desprecio.
***
Llevar el caso de
Irene resultó aún más difícil que los anteriores. Autoritaria y caprichosa, su
creciente pérdida de funcionalidad del lado derecho la había convertido en una
paciente insoportable. Y no era de extrañar: La dolencia llevaba tal ritmo de
empeoramiento, que bien podría ser ya calificada de hemiparesia. De seguir así
las cosas, en un año podía quedar hemipléjica. ¡Menudo panorama, para una mujer
triunfante, en la flor de la vida!
Al tercer o cuarto
facultativo del Carlos III que fue despedido por la enferma con cajas
destempladas, sus directivos volvieron los ojos a su chica para todo,
con gran enfado de esta:
-
Raquel,
encanto, ¿por qué no te haces cargo tú también de ese caso? Así podríamos
contar con una visión global de los tres síntomas.
-
¡Y
un cuerno!, replicó la Doctora, sin la menor consideración a encontrarse en el
despacho del Director General[10]
y en su presencia, aunque la sugerencia procediera de su jefe inmediato. Por lo
que me han contado -prosiguió- esa Irene no necesita una médica, sino un
sargento de la Legión.
-
Bueno,
bueno -terció el Jefazo-, no nos amontonemos. Tus predecesores en el encargo,
mal que bien, ya hicieron las exploraciones neurológicas y tomaron las
mediciones oportunas. Solo se trataría de confirmar algunos extremos y redactar
el informe clínico y las conclusiones… Incluso podría acompañarte yo para
hacerte la presentación…
-
¿Y
mi trabajo genético? Ya tenemos secuenciados los genomas de Begoña y de Carmen,
y estamos en plena localización de los TE[11],
que es donde podría estar la madre del cordero.
-
No
te preocupes, Raquel -repuso el Doctor Arana, su jefe-, tus colaboradores y ayudantes
seguirán con las investigaciones, pero serás tú quien siga al frente del
trabajo, como directora responsable del mismo.
Cuando me contó la
novedad Javier, no pude por menos de sufrir una premonición, en forma de
escalofrío. No en vano, era profesor de Lengua.
-
Y
dices que se apellida Arana… Pues quiera Dios que no haga honor a su
significado[12].
-
Vale
mucho esa chica -prosiguió arrobado, sin percatarse de mi interrupción-. En
unas pocas sesiones, no solo se ha hecho con la voluntad de la tal Irene, sino
que han intercambiado regalos por el cumpleaños de ella: unos libros, al
parecer.
-
No
hay como un buen médico para ganarse la confianza del paciente. Por muy
escéptico o negativo que sea uno, siempre arrastra la esperanza de que lo curen
o, cuando menos, alivien sus sufrimientos.
-
No
será así en este caso, al parecer -se lamentó mi primo-. Así como en los otros
dos, por descabellado que sea, hay un principio de hallazgo, en este de Irene
Raquel está in albis. Aquí van a tener que emplear la Genética, no para
ratificar las teorías, sino para descubrirlas.
-
Por
cierto, añadí. No me has dicho lo que aventuró el Doctor Adonis, antes de pasar
a ser paciente él mismo…
-
Algo
de una hormona nueva, que provoca una líbido de proyección universal. Como si
dijéramos, la bioquímica del amor al prójimo.
-
Mejor
dirás a la prójima -rectifiqué yo con malicia- pues, a lo que se ve, está
reñida con los hombres más… hombres.
-
En
efecto -concedió Javier-. Es curioso y hasta disparatado: Algo así como si la
Tierra atrajera hacia sí todas las cosas, menos los plátanos, por poner un
ejemplo.
-
¡Un
buen ejemplo, primo!, concluí, a la par que llamaba al camarero para pagar la
cuenta del almuerzo.
4. El virus que vino para quedarse
Los mapas
genéticos de las tres capitostes habían arrojado un dato común y
sorprendente. En el genoma de las tres habían aparecido sendas inserciones de
un micro segmento de ADN, de entre cien y doscientos pares de bases, que no
había sido hallado hasta el momento en ningún humano. Eso sí: La sabiduría de
la Naturaleza había hecho su labor, en parte. En dos de cada tres elementos
transponibles, una intensa metilación había logrado paralizar sus efectos, por
el momento. Era el tercer huésped el que seguía activo y haciendo la
pascua a las pacientes. Y, en cada una de ellas, se trataba -¡oh afortunada
casualidad científica!- de uno o varios genes activos diferentes. En un primer
borrador, que Raquel filtró a mi primo, aquella se expresaba así:
En el cromosoma
20 de la paciente, Begoña N.N., se aprecia la inserción de un fragmento de unos
150 pares de bases, entre los puntos
20.p11.22 y 20.p.12.1. En dicha inserción, con un tamaño aproximado de 20
nucleótidos, se halla un gen activo, al que con toda provisionalidad llamaré
UVSWP (Ultra Violet Sensitivity Without Pigment), y que presenta un gran
parecido en la secuencia de nucleótidos con el hallado en el cromosoma 18 de Felis
catus, que actúa en ese felino de gen regulador para determinar el grado de
transparencia a las radiaciones ultravioleta (UV)[13].
La actividad de este gen explica los hallazgos clínicos en esta paciente, tanto
en lo referente a la transmisión y captación de radiaciones ultravioleta de
baja longitud de onda (UVA), como a la pérdida de agudeza visual,
particularmente con luz diurna… Los otros genes de la inserción, activos en las
otras dos pacientes, se encuentran en esta inactivos por metilación; de modo
que ello explica que, por ahora, no haya experimentado los síntomas que sus
colegas han desarrollado.
En el cromosoma 3
de la paciente Carmen M.M., entre los puntos 3q13.13 y 3q13.31, se constata la
presencia de la misma inserción que Begoña N.N. presenta en su cromosoma 20,
pero el gen activo, no metilado, con un tamaño de 30 nucleótidos, al que de
forma provisional he denominado JOBII (Jacobson Organ[14] Blood Irrigation Increaser), activa
de tal forma la irrigación sanguínea del órgano vomeronasal, que puede
contribuir -a lo que parece en la citada paciente- a la intensificación de la
captación y absorción de las feromonas, generalmente, con efecto atractivo…
Queda por dilucidar por qué el olor masculino parece tener en este caso un
efecto repulsivo, no descartando que, sobre las razones bioquímicas, pudieran
sobreponerse motivos psicológicos…
En el cromosoma 8
de la paciente Irene X.X., entre los puntos 8p.11.22 y 8p.12, se evidencia
idéntica inserción que en los dos casos antes expuestos, si bien el único gen
no metilado es en este caso uno de 24 nucleótidos, al que he dado temporalmente
el nombre de PTRL (Power Transfer Right-to-Left), y cuya función parece ser la
de minorar la presión sanguínea del hemisferio cerebral derecho, provocando una
lateralidad cruzada total sobrevenida, sin aparente alteración de los genes Hox
reguladores de la simetría corporal. De no corregirse la disminución del riego
sanguíneo en el hemisferio cerebral izquierdo, es de suponer que continúe el
proceso de debilitación de las funciones sensoriales y motoras del lado opuesto,
hasta llegar, sucesivamente, a la hemiparesia y a la hemiplejia…
Para poder
precisar y justificar más ampliamente este informe, le ruego que, sobre los
datos epidemiológicos existentes en el Instituto acerca de la reciente pandemia
de Covid-19, me informe: 1º. De la proporción de hombres y mujeres que
sufrieron de dicha enfermedad, hasta el punto de ser hospitalizados. 2º. Del
número de casos hospitalarios reportados en las diez capitales y ciudades
españolas en que fueron más abundantes. 3º. Del número de pacientes que
actualmente se hallen afectados de los síntomas que, para una más sencilla
diferenciación, denominaremos ID-B, ID-C e ID-I (Idiopathic Diseases Begoña,
Carmen e Irene), precisando la estadística de los que hayan desarrollado dos o
tres de dichos síntomas…
***
Una vez más, mi
primo y yo nos encontrábamos, mano a mano, ante sendos tazones de chocolate y
una bandeja de churros, nuestra merienda favorita. Los efluvios eran tan
apetitosos, que no pude por menos de bromear:
-
Si
Carmen llega a estar por aquí, seguro que se lanza en picado sobre la mesa.
Javier no se
inmutó con el chiste; antes bien puso cara de circunstancias:
-
¡Buenas
están las Señoras del que ya llaman Síndrome Post Covid-2! Las tres
están desarrollando los síntomas que les faltaban. Eso sí, al propio tiempo,
parece que los que ya habían desarrollado se han estabilizado o han mitigado
algo sus efectos.
-
Dios
aprieta, pero no ahoga -sentencié-. Me alegro, sobre todo, por Doña Irene. La
pobre llevaba camino de convertirse en una inválida.
-
Es
la que más ha mejorado, confirmó Javier. Está empezando a caminar sin ayuda de
la muleta.
-
¿Y
qué hay de los datos estadísticos que pidió Raquel?, pregunté.
-
No
sé lo que se traerá entre manos -repuso mi primo, tensando el labio inferior-
pero el hecho es que, cuando se los facilitaron, se puso más contenta que unas
pascuas: Justo lo que yo esperaba, comentó muy ufana.
-
Bueno,
si conoces las cifras, podríamos repasarlas y a ver si sacamos alguna
conclusión. Pero merendemos primero -agregué-, que yo pienso mejor con una
buena dosis de teobromina[15]
en el estómago.
Los datos eran de
fácil interpretación en dos de los casos, pero el tercero no aclaraba por donde
iban los tiros que estaba disparando Raquel. De una parte, la cifra de hombres
que habían sido hospitalizados era algo más del doble que la de mujeres, algo a
lo que los pobrecitos machos humanos ya estamos muy acostumbrados. De otra, y
haciendo bueno el cambio que estaban experimentando las capitostes, era
cada vez mayor el número de pacientes con el síndrome completo; por tanto, la
inicial metilación de algunos de los genes saltarines había sido
retirada y llevaban camino de alcanzar todos ellos su normal funcionamiento.
El tema que nos
dejaba perplejos era el del número de pacientes hospitalizados en las ciudades
más castigadas por la pandemia. Aunque con algún caso llamativo, eran las que
sería de esperar: allí estaban las urbes más pobladas del país, aunque con
considerables desfases entre la incidencia de la COVID-19[16]
y su población residente. Una vez más, demostré mi condición de lince
mental, al comentar a mi primo:
-
Ese
desfase prevalencia/población es el meollo de la cuestión; y, si dices que
Raquel ya se lo esperaba, es que tiene que ver con un motivo que tenga entre
ceja y ceja.
-
Pues
no tengo ni idea de cuál pueda ser, ni ella se ha dignado ilustrarme -dijo
Javier, en tono lamentoso-. Estoy empezando a estar harto de dedicar buena
parte de mi tiempo libre a estas cuestiones, pues habrás de saber que, desde
que la hidroxicloroquina ha dejado de estar bajo sospecha, los laboratorios me
han retirado el encargo y he tenido que volver a mis ocupaciones habituales.
-
¡Hombre,
primo! -exclamé con fingida sorpresa-. Yo creí que lo hacías por ayudar a
Raquel, … tan mona ella.
-
No
me vengas con bobadas -gruñó-. Estoy felizmente casado y no necesito ligues
científicos, ni de ninguna otra clase. Tú eres soltero. Si quieres, te la
presento…
Así fue como un
profesor de Lengua de Instituto aterrizó en el apasionante mundo de la Ciencia,
con mayúscula -las ciencias humanas o literarias, como la mía, no pueden
aspirar a integrarse en ella-. Y no diré
que la experiencia resultase maravillosa pero, por lo menos, ha servido para
que les pueda contar el resto de la historia.
Curiosamente, me
convertí para la chica del Carlos III en una especie de
confidente, a quien poder encargar ciertas gestiones sin temor a que me fuera
de la lengua, y de la persona ante quien meditar en voz alta, con la esperanza
de que alguna vez tuviese una intuición, como la ya legendaria del poder de los
olores para excitar a Doña Carmen. Solo tenía que evitar una cosa, que me dejó
clara desde un principio:
-
Cuanto
más charlaba con Javier, más me parecía tener ante mí a un espía de los
laboratorios R. Y las cosas están llegando a un punto, que me temo pueda
tener ciertas repercusiones políticas. Así que chitón. Como me entere de que te
chivas a tu primo, no volverás a verme el pelo.
Así estaban las
cosas, cuando pidió mi colaboración para una consulta periodística que, al no
explicarme su porqué, me dejó muy intrigado:
-
Pepe,
¿qué tan andas de tiempo estos días?
-
Psche. ¿Necesitabas
algo?
-
Que
consultaras los periódicos para ver cuánta gente salió en manifestación el Día
de la Mujer en todas las capitales de provincia y localidades de más de
50.000 habitantes. Yo ando muy atareada y no sabría por dónde empezar.
-
Pues
me parece que yo sí -alardeé-. ¿Quieres las cifras de los organizadores o las
oficiales?
Raquel sonrió:
-
Si
te es más fácil y rápido, dame las primeras -respondió-. Ya me encargaré yo de
dividirlas por tres o cuatro.
Amparado por esa
tolerancia, me ahorré la consulta de las hemerotecas y fui derecho a los datos
del Ministerio de Igualdad. No debían de tener hecha la lista para todas las
manifestaciones -cientos, me aseguraron- pero, por lo menos, me
facilitaron los datos de las más numerosas, encabezadas por los 120.000
asistentes en Madrid y los 50.000 de Barcelona. Tan pronto acabé la gestión,
telefoneé a Raquel. Empezaba a estar un poco paranoica, pues me cortó tan
pronto le indiqué el motivo de la llamada: Quedamos para esta tarde, que
ahora estoy muy liada. De sobra sabía yo lo que recelaba.
Mientras tomábamos
café, cotejó mi relación con otra, que ella llevaba. Sonrió de oreja a oreja. ¡Justos
son los toros!, exclamó. Luego, entornó los ojos y se quedó muy relajada
durante un minuto aproximadamente. Solo el entrecejo fruncido y un levísimo
bisbiseo mostraban que, conseguido su anterior acierto, empezaba a maquinar
sobre el siguiente. Finalmente, volvió en sí, de la manera menos previsible:
-
¿Te
apetece que vayamos a la Filmoteca Nacional? A las cinco y media ponen Pánico
en las calles[17].
Sabes de qué va, ¿no?
Verdaderamente, lo
de Raquel era una auténtica monomanía.
***
Dos días más
tarde, hallándome a la hora del recreo en la sala de profesores del Instituto,
recibí un wasap de Raquel: Necesito verte. ¿Comemos juntos? Naturalmente,
le dije que sí y acordamos el lugar, a medio camino entre nuestros distanciados
centros de trabajo.
-
Todo
encaja -me espetó, apenas habíamos pedido-: el sexo y el número de los
pacientes; los cromosomas afectados; la forma evolutiva de operar los virus…
¡todo!
Bebió de un trago
media caña de cerveza, y agregó como preámbulo a su exposición:
-
Me
vas a tomar por loca.
Después de este
aviso, cualquier cosa que me dijera habría de resultar más fácil de darla de
paso. Por otra parte, ¿quién era yo para llevarle la contraria a una lumbrera
del Carlos III en sus elucubraciones? Con todo, el determinismo y la mala
leche que rezumaban las hicieron bastante difíciles de digerir: Yo aún
creía que eso de los cambios en el genoma era simple fruto del error y del azar[18].
La explicación de mi interlocutora -que les resumiré seguidamente- iba por muy
otros derroteros:
-
La
identidad de las capitostes contagiadas me hizo pensar en que hubiese
algún lazo en común. Los datos de cantidad, sexo y residencia de otros muchos
pacientes con el síndrome no hicieron sino afianzarme en mi opinión. ¡Y el
número de los cromosomas! ¿No te dice nada?
-
No
me acuerdo de cuáles eran.
-
El
3, el 8 y el 20. ¿Qué te parece?
-
No
sé qué decirte. Yo, de cromosomas, lo único que sé es que suelen ir por pares y
que tenemos veintitrés.
-
La
cosa no va de Genética, sino de algo más fácil… Por eso te decía lo de tomarme
por loca… ¡Vamos, hombre, piensa! 3-8-20; u 8-3-20, que decimos nosotros[19].
Nos comunicamos la
respuesta sin palabras, con la mirada y la sonrisa. Ella asintió:
-
Justamente,
Pepe, el ocho de marzo de este año: La fecha de aquella disparatada celebración
del Día de la Mujer[20].
Todo encaja; bueno, todo lo que puede probarse porque, como comprenderás, nadie
ha dejado constancia en las historias médicas de un dato clave para mí: si los
afectados por el síndrome BCIID[21]
fueron todos a la manifestación del 8 de marzo.
-
Ya.
Y no creo que se propasen a preguntárselo ahora, pues no sería políticamente
correcto, dado que el Gobierno no quiere aceptar la evidente relación de causalidad
entre las manifestaciones que autorizó y el incremento de casos de la pandemia
en España.
-
Exacto.
Y, por lo mismo, no podré seguir pidiendo ayuda a los especialistas en Genética
del Instituto, para que me ayuden a relacionar los síntomas de esta
enfermedad post COVID-19 y las características del virus que, a no
dudar, la está produciendo.
-
Vamos,
que después de tanto remar, no vas a poder llegar a tierra.
Raquel se indignó:
-
¡De
eso, nada! ¡No conoces tú bien a la hija de mi madre! Voy a ponerme las pilas
en materia de Virología y de Genética y, con deficiencias y errores, o sin
ellos, les voy a lanzar a los barandas a la cara un informe, que se van
a cagar. Y, como lo oculten, doy una rueda de prensa y lo publico en una
revista de campanillas. ¡Por estas!
Cruzó los dedos
pulgar e índice de la mano derecha y los besó. El camarero se nos acercó y, con
su mejor sonrisa, se dirigió a Raquel y dijo:
-
Esta
riquísima la lasaña, ¿verdad? ¡De chuparse los dedos!
Todavía me echo a
reír cuando recuerdo el patinazo.
5. Un estudio muy fundamentado
Quieras que no,
fui aprendiendo algo a costa de escuchar a Raquel. Así fue como medio entendí
el informe final que aquella elevó a la Dirección del Instituto Carlos III.
Previamente, se había cargado de razón para hacerlo, cuando su superior
inmediato, el Doctor Arana, le había negado el apoyo de algunos especialistas
en Genética para depurar los errores que pudieran haberse deslizado en su
estudio. Me lo contó así:
-
Yo
creo que tiene la mosca detrás de la oreja y por eso prefiere que yo haga el
ridículo, antes que llenar de vergüenza a quienes yo me sé. Pero va listo, si
cree que voy a preferir mi amor propio a mi amor por descubrir la verdad.
-
¿No
tienes algún colega que pueda echarte una mano, aunque sea de extranjis?, le
sugerí.
-
Ninguno
en quien confiar que va a mantener la boca cerrada. De todas maneras, como
quien no quiere la cosa, he estado charlando con mi antiguo profesor de
Genética de la Facultad, pero el pobre está ya muy viejo para las islas CpG
y los dedos de zinc[22].
Intentaré hacer un compendio coherente de
lo que creí entender de aquel malhadado resumen, que tantas complicaciones
acabó trayendo a mi amiga -como, por otra parte, era de esperar-:
1º. Las
inserciones que los pacientes afectados del síndrome post COVID-19 (prefirió
este nombre al alusivo de Begoña, Carmen e Irene, para respetar su intimidad)
tenían en sus cromosomas 3, 8 y 20 no eran sino fragmentos del genoma del virus
llamado SARS-CoV-2, como lo evidenciaba la secuencia de bases,
exactamente igual en las inserciones que en el ARN del virus.
2º. Dichas
inserciones se habían producido en pacientes previamente infectados por el
virus, residentes en diversas poblaciones de España, mayoritariamente mujeres
comprendidas entre los 30 y los 50 años de edad, presuntamente asistentes a las
reuniones promiscuas y multitudinarias celebradas el 8 de marzo de 2020, con
motivo del Día Internacional de la Mujer.
3º. La proporción
de afectados/as del síndrome post COVID-19 era aproximadamente del 42,7% de todos los
asistentes a las citadas manifestaciones, según las cifras ofrecidas por las
autoridades policiales que controlaron el desarrollo de las mismas.
4º. Por lo que
hasta ahora se conoce del virus SARS-CoV-2, no se trata de un retrovirus,
por lo que su inserción en el genoma de los pacientes de postCovid-19 no
se había producido por la vía de la fabricación de copias mediante la enzima
transcriptasa inversa. En consecuencia, sugería Raquel la hipótesis de una
inserción fragmentaria de nucleótidos del ARN vírico en las bases del ADN,
mediante el apareamiento intercatenario adenina-uracilo y la conservación de
esta última base sin reparación por las polimerasas, dado que la proporción del
uracilo en la inserción no rebasaba en ningún caso el 2,3%, que es una
proporción soportable de uracilo para una mínima porción del genoma.
5º. Recordaba que
el ADN humano contiene una cierta y modesta proporción de uracilo
-habitualmente, por desaminación de la citosina- que ha sido reportada desde
2004 en la literatura científica[23]-,
sin que los mecanismos reparadores del ADN hayan realizado la oportuna
rectificación a citosina. Tanto más había de suceder en este caso, por cuanto
que el uracilo se había unido correctamente a la adenina, no como en el caso de
la citosina convertida en uracilo, que se une a la adenina, en vez de a la
guanina, como inicialmente correspondería[24].
6º. Cada una de
las tres inserciones producidas tenía, a su parecer, uno o dos genes
estructurales que por sí, o integrados dentro de un operón, traducían proteínas
relacionadas con las funciones, y determinantes de los efectos, que a
continuación se relacionaban:
7º. La adaptación
de los pacientes a la luz ultravioleta de longitud hasta 320 nanómetros se
consideraba como un mecanismo de protección para el huésped, toda vez que la
generalidad de los virus -incluidos los Coronavíridos- pierden capacidad de
supervivencia extracelular y de transmisión bajo el efecto de las radiaciones
solares de más alta energía[25].
Como es natural, las ventajas y los inconvenientes de la percepción de las
radiaciones UVA podían compensarse con la debida protección retiniana, que seguramente
se conseguiría por vía evolutiva y, entre tanto, mediante medios artificiales
-lentes adecuadas-.
8º. ¿Qué podía
explicar en términos evolutivos o, cuando menos, de simbiosis del patógeno con
las mujeres, el rechazo a la testosterona masculina[26]
y la bomba de feromonas? Para empezar, Raquel corregía el error: el
rechazo no era de la testosterona, sino de la androstenona, es decir, un
esteroide masculino, que pasa por ser el aspirante más plausible al
título de feromona masculina[27].
Según ella, el rechazo de la feromona genuinamente masculina era el de proteger
la ventaja comparativa de las mujeres frente a la infección y virulencia del Coronavirus[28],
aunque los episodios de liberación de estrógenos en bombazo pudieran
producir efectos indeseados de muy baja entidad.
9º. En cuanto a la
inicial hemiparesia derecha, luego reducida a una importante asimetría
funcional, a favor de la parte izquierda del cuerpo -incluidos ojo y oído de
dicho lado-, Raquel especulaba con una polaridad eléctrica de las proteínas
protectoras del virus[29],
que hiciese aconsejable un fortalecimiento del hemicuerpo izquierdo del
huésped; tanto más, considerando la menor capacidad del pulmón izquierdo[30].
Las insuficiencias de ayuda y de tiempo disponible llevaban a la autora del
informe a lamentar la falta de soporte experimental con las proteínas de la
cápside del virus.
10º. Al haberse
insertado parte del genoma del virus en el ADN de un buen número de los
pacientes infectados hace meses por él, y haberse iniciado la actividad de
entre tres y seis genes estructurales que han de contribuir a la detección y
eliminación de cepas ulteriores o, cuando menos, a atenuar su virulencia, es de
suponer que los afectados por el síndrome post COVID-19 habrán generado
una inmunidad total o parcial a sucesivos brotes de dicho COVID, a costa
de la permanencia de parte del material genético del virus en el ADN de los
pacientes. El futuro dirá acerca de la heredabilidad de ese fenotipo, así como
de su extensión entre la población y de la transcendencia evolutiva que pueda
corresponder a todos o algunos de sus caracteres.
***
La lectura del
informe y la explicación de lo fundamental a este ignorante servidor llevó muy
a gusto a la buena de Raquel un par de horas. Reconozco que, a partir del punto
7º, tenía en la punta de la lengua una pregunta que hacerle; pero, como no me
permitía la menor interrupción, hube de escribirla en la servilleta, para
evitar olvidos. En ella figuraba la siguiente cuestión: ¿Es que ese virus de
las narices se va a convertir en un benefactor de la Humanidad? Raquel, al
oírla, se echó a reír:
-
De
eso se trata, al parecer, y no sería la primera vez, ni muchísimo menos. Los
virus y nosotros llevamos conviviendo genéticamente desde que aparecimos por
este mundo; y, a diferencia del dueño de la gallina de los huevos de oro,
nuestros pequeños parásitos han aprendido a vivir a nuestra costa, pero haciéndonos
el menor daño posible. Y, como si tuvieran la varita mágica para transformar un
inevitable parasitismo en una armoniosa simbiosis, han inventado técnicas
de integración en nuestro genoma e, incluso, para saltar de un lugar a otro de
él. Cómo será, que hay quien dice que, sin la cooperación de los virus, los
humanos no seríamos lo que somos o, incluso más, no habríamos llegado a
separarnos de nuestros ancestros simios[31].
-
Según
eso, Raquel, las tres capitostes de marras pueden estar agradecidas al Coronavirus
pues, no solo les va a dar poderes o cualidades muy aprovechables, sino que
puede convertirlas en matriarcas de una progenie de humanos bastante
peculiares.
Mi interlocutora
sonrió, enarcando las cejas:
-
Eso
será si, como espero, las inserciones pasan a sus óvulos y están dispuestas a
tener descendencia a partir de ahora, lo que ignoro. Pero no te preocupes: Hay
muchos miles de manifestantes en las mismas condiciones, por lo que es de
esperar esas mutaciones no se pierdan así como así.
-
¿Solo
de manifestantes?, dices. No sé cómo vas a probarlo, si no te permiten hacer
una encuesta a todas las personas que hayan desarrollado el post-COVID-2…
-
Me
siento con fuerzas para esbozar una teoría que obligue a esos cernícalos a
estudiar a fondo el asunto, o a echarme del Carlos III con cajas
destempladas. Ya te dije que estoy dispuesta a todo.
-
¿Incluso
a indicarme ahora los puntos más sobresalientes de tu hipótesis?
-
A
eso, no, amigo Pepe. Tengo que perfilar algunos extremos todavía.
6. La actuación conforme al protocolo
Me lo confesaba
Raquel y yo no tenía ninguna razón para no creerla:
-
Mira,
Pepe, sabes que no trago a Arana y no le perdono que lleve dos semanas sin
llamarme a su despacho para darme su parecer sobre el informe que te leí.
Total, eran tres páginas. Con todo y con eso, seguía tragando quina, pero ya no
aguanto más. Tal parece que algunas zangolotinas parezcan dispuestas a pasarme
su estupidez o sus mentiras por las narices, y eso no lo consiento.
-
Anda,
Raquel, cuéntame lo que te encocora, que seguro no será para tanto.
-
¡Cómo
que no! Escucha atentamente y ya me dirás.
Lo primero que
había soliviantado a mi informadora habían sido las palabras que la tal Irene
había pronunciado, nada más incorporarse, ya curada en lo posible, a su
fantástico puesto de trabajo. Lo había hecho con toda pompa, rueda de prensa
incluida. Lo malo es que algunos periodistas tienen una memoria menos flaca que
los políticos que los convocan. En este caso, uno de ellos le salió con la
misma pregunta que sus colegas -y cualquier ciudadano con sentido común- habían
formulado decenas de veces:
-
¿No
cree usted que, si no hubiese ido a la manifestación del 8 de marzo, tal vez no
se hubiese contagiado?
Otros políticos,
en semejante brete, habían salido por los cerros de Úbeda; pero Doña Irene, no:
Tenía que apabullar al impertinente y, para ello, decidió acogerse a una
mentira de aquellas que, no es que tengan las piernas cortas, es que padecen de
paraplejia completa. Le dio por decir:
-
Cumplimos
escrupulosamente con los protocolos existentes en aquel momento…
Esa era una. La
otra precisa una más detenida exposición. Tomando un pincho en la cafetería del
Carlos III, Raquel captó un fragmento de conversación que, entre risas,
mantenían dos de las genetistas del Instituto. Decía una:
-
¿No
sabes la última de ese síndrome tan raro post Covid-19? Pues que
los hombres que lo padecen están haciendo una EDY[32].
-
¡Pues
qué pena que no acaben todos sin el cromosoma! Total, para lo que les vale a muchos…
Raquel estaba roja
de ira:
-
Estoy
segura de que Arana ya anda por ahí divulgando mi estudio, sin informarme ni
discutirlo. Y esa panda de descerebradas no parece darse cuenta de que, si es
verdad lo que dicen, los pacientes varones con postCOVID-19 están en un
tris de agarrarse un cáncer… ¡Hasta aquí hemos llegado!
Se acabó de un
trago el café, esbozó un gesto de despedida y se alejó dejando en el aire una
frase que sonaba extraña y premonitoria: Tendrás noticias mías.
***
La verdad es que
las noticias las tuve por conducto de la prensa. En una carta abierta a los
medios informativos, una investigadora del Instituto Carlos III denunciaba
el disparate que había supuesto convocar, autorizar y participar en las
manifestaciones del 8 de marzo, y las amenazadoras consecuencias que los
contagios consiguientes podían tener para muchos de los asistentes y para su
futura descendencia. Hay varias consecuencias incurables para muchos de los
entonces contagiados: serios problemas de visión, sexualidad y dominio de la
mitad derecha del cuerpo. Y parece que los hombres pueden tener una mayor
predisposición al cáncer. Y, como colofón: Nadie podía prever lo que se
nos ha venido encima, pero es mentira que ningún científico con sentido común
autorizara lo del 8 de marzo.
Era lo bastante
para provocar el inmediato despido de Raquel y un aluvión de descalificaciones
y querellas, seguidas de otra lluvia de notas de apoyo y de adhesión. Pero
ninguna otra consecuencia pudo agradar más a mi amiga que el haberle abierto
sus páginas la superfamosa revista N., para que expusiera todo aquello
que yo había conocido en primicia. Bueno, todo no. Faltaba la guinda, que
provocó una verdadera tormenta en el mundo científico. La autora del trabajo
ponía fin al mismo con una Addenda que, oportunamente traducida del
inglés, venía a decir lo siguiente:
Alguien dijo
que las verdades se ocultan a los sabios y se revelan a la gente sencilla[33].
Si yo, en vez de ser una mujer de ciencia -aunque modestísima-, fuese un hombre
de la calle, me atrevería a sostener que los síntomas del postCOVID-19 llevaban
en sí mismos la evidencia de su origen. A) La visión ultravioleta no es sino el
extremismo sobre el violeta, color distintivo empleado por los manifestantes.
B) El comportamiento olfativo-sexual traduce el desprecio por la masculinidad y
la validez de cualquier inclinación sexual, sin respetar los condicionantes
naturales (LGTBIQ+)[34].
C) La discreta hemiparesia derecha simula la actitud de quienes no admiten otra
visión o inclinación que la izquierda, sea lo que fuere esta, desde el punto de
vista ideológico y moral.
Y, si me atreviera
a llevar mi argumento acientífico -que no anticientífico- hasta extremos que la
mayoría de mis colegas no se atrevería a suscribir, diría que la inserción en
los cromosomas 3, 8 y 20 no tiene carácter aleatorio, sino que apunta al día y
circunstancias del contagio.
***
Es posible que,
además de quebraderos de cabeza y la llamada satisfacción del deber cumplido,
lo único que le quede a Raquel Revuelta sea el dudoso honor de que den su
nombre a ese síndrome postCovid-19, que ella descubrió y dio a conocer a
la comunidad científica. Por mi parte, solo he pretendido aportar, para quien
pueda interesar, muchos de los episodios y entresijos de aquel empeño. Y, si
ustedes sacan alguna lección de ello, o cierto placer -un sí es no es malicioso,
y hasta un pelín sádico-, daré por bien empleado mi tiempo.
[1]
Medicamento de usos múltiples, que fue sugerido para la terapia de COVID-19,
con abundante apoyo chino y -¡Dios nos ampare!- del Presidente de los EE.UU.,
Donald Trump. La OMS y la Agencia Española del Medicamento se mostraron
bastante más cautelosas. Hasta su empleo contra COVID-19, se habían reportado
efectos secundarios indeseables en la córnea y la retina, en ocasiones,
irreversibles.
[2]
Famoso cantante británico, nacido en 1940. Sex bomb es uno de sus más
tardíos éxitos, pues apareció en 1999.
[3]
Según la Wikipedia, el Instituto de Salud Carlos III es un organismo
autónomo público español. Fue creado en el año 1986, a raíz de la promulgación
de la Ley General de Sanidad. Entre sus objetivos se encuentran los de apoyo
científico-técnico al Sistema Nacional de Salud y al conjunto de la sociedad,
así como de formación, control sanitario e investigación en Ciencias de la Salud.
[4]
Véase: Yam JC & Kwok AK, Ocular
toxicity of hydroxychloroquine, Hong Kong Med J., agosto de 2006;
12(4):294-304. HCQ son las siglas o abreviatura científica de la
hidroxicloroquina.
[5]
Raquel alude, seguramente, al siguiente artículo: Christopher Hogg, Magella
Neveu, Karl-Arne Stokkan, Lars Folkow, Phillippa Cottrill, Ronald Douglas, David
M. Hunt & Glen Jeffery (2011): Arctic reindeer extend their
visual range into the ultraviolet, The Journal of Experimental Biology 214:
2014-2019.
[6]
Gustav Horcher fue el fundador, en 1904, del primer restaurante Horcher,
en la calle de Martín Lutero de Berlín.
[7]
El Instituto Carlos III (véase nota 3) fue fundado en 1986. El brandy Carlos
III, de las bodegas jerezanas de Pedro Domecq, empezó a producirse a comienzos
del siglo XX (no he sido capaz de una mayor precisión cronológica), al parecer,
para cubrir el segmento de calidad entre el Carlos I y el Fundador.
[8]
O Sudor de Gorila, nombre de una colonia imaginaria, que nada tiene que
ver con el conocido fijador de pelo para hombres, llamado Moco de Gorila,
de la casa Carethy.
[9]
A título introductorio sobre el órgano vomeronasal, véase: Sarría-Echegaray
Pedro L, Artigas-Sapiaín Christian, Rama-López Julio, Soler-Vilarrasa Ramona y
Tomás-Barberán Manuel, Órgano vomeronasal. Estudio anatómico de prevalencia
y su función, Rev. Otorrinolaringol. Cir. Cabeza Cuello, vol.74 no.2,
Santiago de Chile, 2014.
[11]
Siglas de transposable elements, o elementos transponibles, fragmentos
de ADN que proceden de material genético de virus o de otras especies de
genuinos seres vivos.
[12] Según el diccionario de la Real Academia
Española, la voz arana, de origen incierto, significa embuste o trampa.
En euskera, del que seguramente procede el apellido, aran significa ciruela.
[13]
Véase -en serio-: R.H. Douglas & G. Jeffery, The writer spectral
transmission of ocular media suggest ultraviolet sensitivity in widespread
among mammals, Proceedings B of the Royal Society, 7 April 2014, volumen
281, issue 1780.
[14]
El órgano vomeronasal recibe también la denominación de órgano de Jacobson,
por el apellido de uno de sus primeros descubridores y estudiosos, el danés
Ludvig Lewin Jacobson (1783-1843). Véase Michael Meredith, Human Vomeronasal
Organ Function: A Critical Review of Best and Worst Cases, Oxford Academic
Chemical Senses, Volume 26, Issue 4, May 2001, pages 433–445. Biagio D'Aniello, Gün R. Semin, Anna
Scandurra, and Claudia Pinelli, The Vomeronasal Organ: A Neglected Organ, Front
Neuroanat. 2017; 11: 70 (breve resumen, pero con abundante bibliografía).
[15] Sustancia estimulante alcaloide de sabor
amargo, presente en el cacao y, por tanto, en el chocolate.
[16] Doy al neologismo género femenino, al
tratarse de una enfermedad (en inglés, disease).
[17]
Película de 1950, dirigida por Elia Kazan, cuyo argumento se centra en la
persecución y detención de los dos individuos que han estado en contacto con un
afectado de peste neumónica, para evitar que contagien a otras personas
en la ciudad de Nueva Orleans. En mi opinión, es una buena cinta.
[18]
Llevaré mi osadía hasta proponer una auto cita al respecto, que supone un
análisis del estado de la cuestión hasta el momento de su publicación en
este mismo blog (etiqueta de ensayos): Federico Bello Landrove, Lamarck
y Darwin se unen. Revisión general de la doctrina en materia de
aleatoriedad de las mutaciones: Estado de la cuestión,
quienfueraborges.blogspot.com, 17 de julio de 2017. Si lo leen, verán que mi
posición al respecto, de acuerdo con la doctrina mayoritaria, ya no es la del
personaje de este cuento, Pepe, quien se conoce que en sus estudios de
bachillerato no llegó más allá del Neodarwinismo.
[20] Pese a que la epidemia ya hacía estragos en
España, se autorizaron masivas manifestaciones para celebrar el Día Internacional
de la Mujer, en un alarde de mala política. De sus consecuencias imaginarias
trata este cuento. De las reales, deberían dar cuenta moral, política y
jurídica quienes las autorizaron, y sus superiores, que los indujeron a ello.
[21] Raquel ha unido los nombres de las tres capitostes,
resultando Begoña, Carmen & Irene Idiopatic Disease.
[22]
Zonas del ADN o motivos estructurales de las proteínas que estadísticamente
parecen favorecer las inserciones de elementos transponibles o las mutaciones.
[23]
Estudios de la profesora Angéla Bekési y colaboradores. Véase, como notable
divulgación: Angéla Bekési, Beáta G. Vertessy, Uracin in DNA: error or
signal?, www.scienceinschool.org,
May 16, 2014 (hay versión española).
[24]
Yo no entendí nada bien esta parte del informe; así que no puedo hacerles a
ustedes aclaraciones. Lo siento, pero no ser médico o bioquímico tiene estas
cosas…
[25]
Incluso las radiaciones UVC -entre 100 y 250 nm- se utilizan como
desinfectantes genéricos de virus y bacterias. Véase: Kanta Subarao and Deborah
R. Taylor, Inactivation of the Coronavirus that induces severe acute
respiratory síndrome, SARS-CoV, Journal of Virological Methods, 121(1):
85-91, October 2004.
[26]
Es bien sabido que, en materia de hormonas sexuales, suelen ser producidas las mismas, tanto por
hombres, como por mujeres, según sus edades respectivas. La diferencia, pues,
resulta más cuantitativa que cualitativa.
[27]
Debo recordar que muchos científicos niegan la evidencia de haberse detectado
feromonas en la especie humana, lo que me parece probabilísticamente erróneo.
Otra cosa es que tales feromonas se hayan descubierto o no, o qué requisitos
pongamos a una sustancia química para calificarla de feromona. Creo que uno de
los mejores libros sobre feromonas es: Tristram D. Wyatt (Editor), Neurobiology
of chemical communication, CRC Press/Taylor & Francis, 2014; el
capítulo 19 (Human pheromones. Do they exist?) corre a cargo de Richard
L. Doty, y adelanto que su respuesta a tal pregunta es “por ahora, no se
conocen”.
[28]
Parece que vuelve a producirse frente al
SARS-CoV-2 el mismo efecto protector por los estrógenos femeninos que ya se
había estudiado frente al SARS-CoV de 2002/2003: véase Rudragouda
Channappanavar, Craig Fett, Matthias Mack, Patrick P Ten Eyck, David K Meyerholz
and Stanley Perlman, Sex-based differences in susceptibility to SARS-CoV
infection, J Immunol. 2017 May 15; 198(10): 4046–4053.
[29]
Véase: Z. Liang and D.-M. Xiao, Polarization and absorption principle of
Corona virus in the electric field, Research Gate, April 2008.
[30]
No he encontrado referencias estadísticas comparativas de la capacidad de los
pulmones izquierdo y derecho. Supongo que puede suponer una orientación que el
promedio de peso del derecho sea de unos 700 gramos y la del izquierdo, de 650 g;
es decir, una relación 14/13.
[31]
Tan admirable como polémico, véase el siguiente artículo: Luis P. Villarreal, Can
viruses make us human?, Proceedings of the American Philosophical Society,
vol. 148, No. 3, September 2004, pp. 296-323. Para mayores detalles sobre el comportamiento
de los virus en nuestro genoma, véanse: Nina V. Fedoroff, Transposable
elements, epigenetics and genome evolution, Science, Vol 338, 9 November
2012, 758-767. Christian Biémont, A brief history of the status of
transposable elements: from junk-DNA to major players in Evolution,
Genetics, Vol 186, 2010, 1085-1093. Ahsan Huda, Epigenetic regulation of the
human genome by transposable elements, Doctoral Dissertation, Georgia
Institute of Technology, August 2010 (accesible íntegramente y en abierto por
Internet). Ahsan Huda, Nathan J. Bowen, Andrew B. Conley & I. King Jordan, Epigenetic
regulation of transposable element derived human gene promoters, Gene, Vol
475 (2011), 39-48. Reyad A- Elbarbary, Bronwyn A. Lucas & Lynne E. Maquat, Retrotransposons
as regulators of gene expression, Science, 2016 Feb 12; 351(6274): aac7247.
[32]
Abreviatura de Extreme Downregulation of (Chromosome) Y, es decir, muy
grave pérdida de funcionalidad del cromosoma masculino Y. En bastantes
ocasiones, sobre todo, en la vejez, esa menor funcionalidad puede desesmbocar
en la pérdida total de dicho cromosoma, conocida por las siglas LOY (loss of
chromosome Y). Véase: Alejandro Cáceres, Aina Jene, Tonu Esko, Luis A.
Pérez-Jurado, Juan R. González, Extreme down-regulation of chromosome Y and
cancer risk in men, JNCI: Journal of the National Cancer Institute, Oxford
University Press; published: 07 January 2020.
[33]
Clara alusión al Evangelio según San Mateo, capít. 11, versíc. 25. Ignoraba que
Raquel tuviera algún conocimiento de las fuentes católicas.
[34]
Siglas que designan colectivamente lésbico, gay, bisexual, trans, intersexual y
queer, incluyendo a través del + cualquier otra identidad que se quede
en el medio de todas ellas, o en otra parte.
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