Cantando al amor
Por Federico Bello Landrove
Algunos cantantes
han destacado especialmente por el acierto y la frecuencia de sus invocaciones
al amor. ¿Es un compromiso profesional, o es que sienten de verdad lo que
dicen? ¿Son un ejemplo para sus fans? ¿Aplican a su vida lo que tan repetidamente afirman
en sus canciones? En mi opinión son preguntas de una candidez evidente y cuya
contestación cínica no ofrece dudas. Sin embargo, el protagonista de
este relato buscó afanosamente las respuestas en boca de una famosa cantora,
cuya identidad no es difícil deducir de la historia.
1. Un niño de papá
Para quienes solo
lo conocíamos del Colegio, Carlos Salazar era, simplemente, un excelente alumno
y un buen compañero. Esto último, unido a su natural sencillez, le había
evitado el remoquete de empollón, tradicional en aquella época para
quienes se sabían siempre las lecciones y, en consecuencia, obtenían muy buenas
notas y las loas maliciosamente comparativas de los curas y de los seglares,
que de ambos había entre el profesorado de los Sagrados Corazones[1].
Desde luego, lo que jamás se nos habría ocurrido a los chavales de sexto de
bachiller[2],
que junto con él cursábamos la rama de Letras, era que Carlos fuese un hijo
de papá; entre otras cosas porque, puestos a ello, bastantes de entre
nosotros lo éramos en aquel Colegio, que reunía las notas de ser religioso,
céntrico y de pago. Y, sin embargo, un día se le escapó a él mismo, cuando
nuestro mejor profesor de Matemáticas le abordó en el pasillo, afeándole el
abandono de las Ciencias:
-
¡Hombre,
Carlos! ¿Cómo se te ha ocurrido ir por Letras, con lo que te gustaba el
Álgebra?
-
Ya
ve. Cosas de mi padre, que quiere que haga Derecho, como él… Ya lo dice mi
madre, que soy el niño de papá.
Le salió del alma,
sin rebozo alguno, queriendo significar que era el hijo favorito de su
progenitor, aquél en quien este tenía plena confianza como futuro continuador
del acreditado bufete que dirigía. Nada, pues, que tuviera que ver con
privilegios, ni con clasismo, sino con algo que llegó a mis oídos, así mismo
por casualidad, de boca del profe de Literatura, a raíz de un estupendo
comentario de texto de Carlos:
-
¡Ya
era hora de que un Salazar diera la campanada en el Colegio! Con buen motivo,
se entiende.
Mi compañero se
encogió de hombros y bajó la vista. Luego, fuera de clase, nos lo explicó:
-
Es
que mis hermanos no eran buenos estudiantes, y el mayor dicen que participó en
algunas gamberradas.
Dichos hermanos,
Ángel y Quique, se llevaban unos cuantos años con Carlos, los suficientes para
que ya solo hubiese un pálido recuerdo de ellos cuando nosotros llegamos a los
últimos cursos. Lo cierto es que, por fas o por nefas, don Ángel, el cabeza de
familia, no pensaba en sus hijos mayores para continuar una saga de abogados,
que ya iba por la tercera generación.
De quien sí tengo
memoria -y eso que, por supuesto, iba a otro colegio- era de Almudena, la
hermana pequeña de Carlos quien estudiaba un par de cursos menos que nosotros y
era una verdadera monada, aunque -ella sí- un tanto presumida. Yo la sacaba, de
vez en cuando, como tema de conversación con el hermano, a ver si me daba pie
para acercarme a ella, pero se ve que nuestra buena relación de condiscípulos
no debía llegar más lejos. Ni una vez logré que Carlos me invitase a su casa, o
a ir juntos al cine -una actividad en la que solían coincidir Almudena y él,
pues no estaba bien visto entonces que una chica arrostrase sola los peligros
de una sala a oscuras-. Hube de batirme en retirada cuando, tras la enésima
alusión a su hermana, espetó mi colega:
-
No
sé por qué te has fijado tanto en ella. Todavía es una niña…
Yo discrepaba,
pero hube de aquietarme. Lo curioso es que Carlos tardó poco en cojear del
mismo pie que yo, es decir, de que le gustasen las niñas. Verán por qué
lo digo.
***
Hube de enterarme
por otros compañeros, que tenían con Carlos mayores vínculos de amistad: El
Charlie se había echado novia. Bueno, no sería para tanto, pero siempre
había que picar un poco al galán; tanto más, si era la primera relación que se
le conocía. Él se lo tomó como si tal cosa, lo que parecía dar a entender que
la cosa pintaba bien y que estaba seguro del acierto. Yo creo que también
ayudaba el que esos primeros amores contribuían a hacerle como más hombre y
menos abnegado por el estudio. Por lo demás, no recuerdo haber visto a la moza
en toda mi vida, y eso que estudiaba en el mismo colegio que mi admirada
Almudena, un curso por delante. Todo lo que supe de ella entonces, y de lo que
sucedió después, lo adquirí de oídas, generalmente por terceros, ya que Carlos
no ocultaba las cosas, pero tampoco hacía ostentación de ellas.
Colegio Sagrados Corazones (Madrid), en
aquel tiempo
Dicen que la chica
se llamaba Margarita, vamos, Marga Abellán, nombre que, durante los
meses que quedaban hasta fin de curso, no solo hube de escuchar, sino ver
escrito con las iniciales en el material escolar de Carlos, singularmente en
los diccionarios de Latín y Griego, que alguna vez me prestaba. También era
sabido -como he dejado dicho- que la había conocido por medio de su hermana.
Todo lo demás son rumores, son rumores, que dice la canción[3],
tales como la belleza de la jovencita, lo romántico de la relación, o eso tan
difícil de definir, como fácil de reconocer, que es la contención o
cerebralismo del amor. Con todo, algo debían de saber los padres de Carlos que
nosotros ignorábamos. El caso es que, de la noche a la mañana, le prepararon la
maleta y lo pasaportaron a Irlanda. Si a ello contribuyó un moderado descenso
del nivel académico del escolar -evidenciado, sobre todo, en el simple notable,
recibido en la reválida de sexto[4]-,
es cosa probable, pues ciertas personas mayores suelen achacar
los bajones en las notas a cualquier cosa, menos a la tensión o la mala suerte
en el examen. De todas formas, tengo a este respecto cierta información privilegiada,
que me transmitió el Prefecto del Colegio, conocido de mis padres, cuando le
mostré mi extrañeza por la desaparición de Carlos Salazar de las aulas de los
Sagrados Corazones.
***
-
¿No
te dijo nada antes de iros de vacaciones? -comenzó el Prefecto-. Claro, con lo
de la reválida y las notas, se le iría el santo al cielo. Pues, nada, que anda
por Irlanda, nada menos. Este curso lo seguirá en un colegio de nuestra
Congregación, en Dublín. El programa académico de allá es bastante parecido al Preu[5]
nuestro. Así que, de un golpe, aprenderá inglés y no perderá año. Ya sabes cómo
es Carlos de responsable. Si quieres escribirle, te doy la dirección del
colegio…
Me pareció mal que
no se hubiera despedido, ni dicho nada de su partida; de modo que me enfurruñé
un poco y decliné el ofrecimiento de las señas. La verdad es que el rechazo me
vino de fábula para lo que a poco se me ocurrió: contactar con Almudena y,
haciéndome de nuevas, preguntarle por su hermano… y así sucesivamente. En
efecto, una tarde de finales de octubre me constituí a las seis a la puerta de
las Teresianas[6] y, tras
una hora de espera, vi salir a Almu y la abordé lo más seriamente que
pude. Hecha la presentación, la niña se despidió de las compañeras con
las que salía y me fue contando, de camino hacia su casa:
-
Mis
otros hermanos han aprendido inglés durante las vacaciones, en cursos de verano
o por intercambio. En el caso de Carlos, mis padres han decidido que se
marchara todo el curso porque…
De pronto, se puso
colorada y calló, como si hubiese estado a punto de revelar un secreto. Miró
para atrás, como comprobando que no nos seguía ninguna conocida de uniforme
marrón[7].
De inmediato capté lo que podría haber detrás de la fuga a Dublín y le dije,
con impostada seguridad:
-
No
me digas que tus padres han decidido cortar por lo sano lo suyo con
Marga… ¡Pobre Charlie!
Y, como me
percatara por la cara de Almudena de que había acertado de pleno, me puse a
tararear aquella canción italiana de la época, el Non ho l’età[8].
Mi interlocutora
hizo un leve gesto de asentimiento. Había que completar la jugada:
-
¿Me
puedes dar la dirección de tu hermano en Irlanda? Me gustaría escribirle,
aunque solo sea para darle ánimos.
Almudena aceptó
con una expresiva sonrisa.
-
Nos
han dicho que basta con que pongamos Holy Hearts College, Clontarf-Dublin
(Irlanda-Eire)[9]. Parece
que es un sitio pequeño, en las afueras de Dublín, y que el Colegio lo conoce
todo el mundo.
-
Estupendo,
voy a tomar nota. ¿Me das algo en que escribir?
La muchacha
revolvió entre sus libros y cuadernos de quinto de bachiller[10]
hasta entregarme lo pedido. Estuvo comprobando que mi ortografía en inglés
fuera la correcta. Aproveché para darme cierto pisto:
-
No
tengo problema. Escogí el inglés como idioma[11]
en el colegio.
Almudena repuso:
-
Yo
estudio francés pero voy a ver si me dejan hacer intercambio con alguna chica
inglesa al acabar este curso. No sé…, mis padres se echan a temblar cada vez
que les hablo de salir al extranjero. Dicen que…
-
…
Que eres una niña. Eso cree también Carlos. Yo no comparto en absoluto su
opinión.
Como le dije esta
última frase mirándola de arriba abajo con franqueza, temí por un momento
haberme pasado con la sinceridad, pero ella lo tomó con elegancia:
-
Bueno,
en esta edad, dos años de diferencia es bastante, pero dicen que las chicas
maduramos antes.
Al pasar por el
Parque del Canal[12], se
había hecho casi de noche. Comprendí que debía retirarme con rapidez:
-
Creo
que estás ya cerca de casa…
-
Ahí
a la vuelta, en Hilarión Eslava.
-
Entonces,
casi te dejo. Tengo una traducción de griego para mañana y me conviene coger el
autobús hasta mi casa. Vivo en Fernando el Católico.
Nos despedimos.
Para volver a verla, se me ocurrió un buen pretexto:
-
Si
quieres, cuando me conteste Charlie, te voy a buscar al colegio y te
cuento.
-
Mejor
me llamas -corrigió-. ¿Tienes el teléfono de casa?
-
Creo
que me lo dio tu hermano -mentí- pero, apúntamelo por si acaso.
Mientras escribía,
añadió aún un detalle, que llegaría a tener bastante importancia:
-
Un
curso pasa pronto. Además, Marga le ha prometido esperarlo y, por lo que yo la
conozco, es una niña seria, que mantendrá su palabra.
-
¡Mujer!
-apostillé, sin intención de darle coba-, Charlie es un tío bárbaro.
¿Dónde va a encontrar otro mejor?
No hace falta que
les diga que, tan pronto cené aquella noche, me retiré a la habitación y
escribí una breve carta a Carlos, que echaría al correo al día siguiente, sin
falta. De su contestación dependía el que volviese a ver a Almudena. Por
supuesto, nada le dije de mi paseo con su hermana quien -¿qué quieren que les
diga?- en aquel primer encuentro me había parecido un encanto, y nada presumida.
Posiblemente, yo tampoco iba a poder hallar a ninguna mejor que ella.
Una vista de Clontarf
2. El batacazo y sus circunstancias
No me acuerdo bien
de si Carlos lo llamaba el batacazo o el castañazo. Lo cierto es
que, cuando regresó de Irlanda, hecho todo un English speaker, se le
vino el mundo encima. Pero vayamos por orden cronológico.
A mi primera -y
última- carta, respondió Carlos con una simple tarjeta postal del Puente
O’Connell dublinés, y un brevísimo texto: Gracias por acordarte de mí. Estoy
aprovechando mucho mi estancia aquí. Recuerdos a todos los compañeros. Un
abrazo. Vamos, como para tener mucho que contar a Almudena… No obstante, la
telefoneé y me citó para el domingo por la mañana, a la salida de misa de doce.
Me apunté un valioso tanto, cuando repliqué:
-
Yo
también voy a misa; de modo que, si no te acompaña tu familia, podríamos oírla
juntos.
-
Me
parece muy bien, pero vamos a adelantar la hora. Mejor en misa de diez.
De lo que deduje
con fundamento que dejaría plantados a sus padres, aunque nos costara un
moderado madrugón.
Nada más salir de
la iglesia, le enseñé la postal de marras y, adelantándome a cualquier
desilusión por su parte, le pregunté:
-
¿Qué
te parece el Charlie? Hay que ver lo bien que se explica.
Almu
-diminutivo horrible por el que era conocida entre sus íntimos- se echó a reír,
ante mi fingido enfado para con su hermano. Luego, me devolvió la postal y
dijo:
-
Está
bien. Tendré que ser yo quien te informe; y no creas que por lo que me haya
escrito, sino por lo que he oído a mis padres.
En resumidas
cuentas, Carlos se encontraba estupendamente en la Isla Verde, viviendo en un
colegio novísimo y con todos los adelantos académicos, para el estudio y el esparcimiento.
Y nada digamos de ese sitio de nombre tan extraño para nosotros, Clontarf,
que resultaba ser una estación marítima preciosa, en los alrededores de la
Capital. De lo único que se quejaba era del clima, muy cambiante, lluvioso y ya
frío en aquella época de otoño avanzado. Del idioma y los estudios, todo
espléndido -frase muy de Carlos-. Incluso, se había encontrado con la
sorpresa de un profesor italiano, apellidado Cecco, al que había caído muy bien
y se había empeñado en enseñarle algo de la lengua de Petrarca, solo que a base
de canciones folklóricas y pop.
-
¿Y
no dice nada de las chavalas irlandesas?, pregunté malévolamente.
-
¡Huy!,
exclamó Almudena, no sabes cómo es Carlos de fiel. Seguro que no mira a nadie
con faldas, como no sea a los curas que le den clase.
-
Ni
eso -aventuré-. Allí irán todos con clergyman.
El resto de la
mañana apenas volvimos a acordarnos de Carlos. Y tres cuartos de lo mismo pasó
de entonces hasta Navidades, pese a que saber de las andanzas del irlandés eran
el pretexto para llamar a su hermana, o para quedar con ella. Tanto es así que
-según me confesó- su madre empezaba a escamarse de ese compañero de Carlos,
que tan interesado está en que le cuentes cosas de él. Quizá por ello, el
día en que nos daban las vacaciones navideñas, fui a esperarla a la puerta de
las Teresianas y me llevé un buen chasco:
-
Nacho -me
advirtió Almudena-, mejor pasamos las vacaciones sin vernos. Yo creo que son
unos días para estar en familia. Además, pasado mañana llega Carlos.
-
No
creo que podáis pasar mucho tiempo con él -pronostiqué-. Me figuro que tendrá
que sacar los atrasos con Marga.
-
No
será para tanto -sonrió-. Hasta es posible que te llame, si yo le hago saber lo
interesado que estás en sus cosas.
Me dio el ramalazo
de la sinceridad:
-
Sobre
todo, lo interesadísimo que estoy por su hermana… Está bien, me parece
perfecto: díselo; pero que sea él quien me llame y elija momento. Seguro que
tiene menos tiempo disponible que yo.
Como me figuraba,
pasaron las vacaciones sin que Carlos se pusiera en contacto conmigo. Tiempo
después, supe que había desoído incluso las sugerencias de su hermana, que
estaba deseando hubiese una ocasión propicia para que su madre me conociera. Pensaba
que, si hablaba contigo, se tranquilizaría respecto de nuestras salidas -me
confesó más tarde-. Es una de las cosas que más me han dicho en la vida:
que inspiro tranquilidad, o seguridad, o confianza; un juicio que, de ser
exacto, me preocupa en boca de una mujer y me hace recordar el caso de Carlos y
Marga. Por cierto, ya va siendo hora de que les cuente el desenlace. Voy a
ello.
***
Hacia mediados de
curso, empecé a notar a Almudena algo mustia y nerviosa. Con esa impertinencia
de los enamorados, que les hace creer que cualquier cambio de humor de la
persona amada responde a que las cosas no van bien entre ellos, empecé a
preocuparme y a asaetear a preguntas a Almu sobre la causa de estar un poco
depre. Ella no se sinceró, más allá de asegurarme que la cosa no iba
conmigo. De hecho -y como inciso- les diré que había recibido una especie de plácet
de los padres de Almudena, en el que habían tenido mucho que ver nuestras
misas dominicales y los buenos informes que de mí les había dado el Prefecto de
los Sagrados Corazones, a quien ellos también conocían, como padres de Carlos.
De todas formas, yo no las tenía todas conmigo, no siendo que fueran a
practicar con la niña la misma política de alejamiento sentimental que
con su hermano. En fin, que yo no tenía ni idea de lo que podría preocupar a
Almudena, hasta que ella me lo comentó, cuando todo había pasado:
-
Ya
sabes que Marga -me contó- estudia un curso por delante de mí y que, desde que
empezó a salir con Carlos, dejamos ella y yo de salir juntas. El caso es que,
pasadas las Navidades y con mi hermano de regreso a Irlanda, empecé a observar
que venía con frecuencia a buscarla a la salida de colegio -sobre todo, por las
tardes- un chico mayor que ella, trajeado como un universitario[13].
Confirmé por otras compañeras que se trataba de un tío que estaba quedando
con ella. No sabía qué hacer y tú mismo te diste cuenta de lo triste y nerviosa
que me encontraba. Lo consulté con mi madre que, ni corta, ni perezosa, fue a
hablar con Marga, quien la respondió con evasivas, pero en lo único que cambió
fue en citarse con el chico en otro lugar, para que yo no los viera. Creo que
mi madre estuvo en un tris de revelarle a Carlos algo de lo que estaba pasando,
para que no le fuera una sorpresa total, pero mi padre se lo prohibió a fin de
que no le afectara en sus estudios y porque -como él decía- estos amores de
adolescentes van y vienen, como las olas. En fin, como Carlos no vino por
aquí hasta los exámenes de junio, fue entonces cuando se enteró del pastel,
aunque no muy de repente, pues Marga, por vergüenza o por superar antes de los
exámenes finales, le estuvo dando largas, hasta el punto de que llegamos a
creer que se estaba pensando el rectificar. Y menos mal, pues así Carlos pudo
examinarse del Preu con cierta tranquilidad y estar presto para empezar
Derecho, al curso siguiente.
En cualquier caso,
de rectificar, nada de nada. Carlos hubo de tragarse el sapo de que su
novia lo había dejado por un estudiante de tercero de medicina que, a lo que
imagino, sería -por edad y por manera de ser- mucho menos cerebral y contenido
que mi condiscípulo. En Marga debió de encontrar a una jovencita receptiva a
sus requerimientos y experiencias. La ausencia de Carlos hizo el resto. Quiere
decirse que discrepo del montaje que, entre la madre y la hermana, le
prepararon para que sobrellevara con más conformidad el chasco, haciéndole
creer que tenían datos de que Marga era una fresca de tomo y lomo, por
lo que había sido mejor que se enterase tan pronto, en vez de que la decepción
le llegase cuando sus relaciones estuvieran más avanzadas. Carlos -no lo dudo-
tenía su corazoncito, pero también era una persona vitalista y muy racional; de
modo que los argumentos de que esa chica no te convenía los asimiló
pronto. Me lo reveló Almudena, bastante aliviada:
-
Aparentemente,
lo ha encajado bien. Quiero decir que la decepción no le va a cambiar su manera
de ser, ni de vivir el amor con otras chicas. Aunque exagerando un poco, mamá y
yo hemos logrado convencerle de que Marga no es una chica corriente, sino el
modelo de mujer inconstante y desenvuelta, que no es probable que vuelva
a encontrar en la vida.
-
Pues
me alegro -respondí-. Estas cosas hacen mucho daño y no creo que sean tan
infrecuentes como le habéis hecho creer.
-
No
lo dirás por experiencia -replicó Almu- porque, lo que es yo, te soy más fiel
que un perro faldero. Como será, que mi hermano Ángel a veces me llama Nachita.
-
Pues que no se enteren tus padres, no sea que
te manden el curso próximo a estudiar a Dublín.
-
No
creo que se les ocurra, después de lo que ha pasado con Carlos. Solo tenemos
que llevar las cosas con tranquilidad y contando con su parecer. Me parece que
eso es a lo que Angelito llama ser Nachita. A eso y a estudiar más. No
sabes lo que han mejorado mis calificaciones desde que, en vez de andar en
festejos y amigas, me limito a salir contigo los domingos.
Supongo que
también ayudaría a Carlos la circunstancia de dar el salto impresionante a la
Universidad. Aquel verano fue para mí -y supongo que para él- un adiós brusco y
esperanzado a nuestra etapa de colegio y genuina adolescencia. Almudena,
todavía una niña que acababa quinto, me dejó solo casi todo el tiempo,
entre vacaciones en Asturias, intercambio con una francesita de Limoges y curso
de inmersión lingüística en Brighton. Yo, que no tenía tantos posibles,
hube de conformarme con las piscinas del Canal de Isabel II y un mes con mis
tíos de Lasarte, con escapada incluida a Bayona y San Juan de Luz. Para qué
contar que mi mayor gasto en aquellos meses fue en recado de escribir y sellos
de correos. De aquella, me convertí en un perfecto amante epistolar.
3. En la discográfica Hispamusic[14]
Para desesperación
de mis padres, me dio la vocación de estudiar la carrera de Filosofía y Letras,
especialidad de Geografía e Historia. Yo pensaba que no había nada mejor para
profundizar en la cultura humanística, sin tener por ello que limitar mis
horizontes. Nunca estaré suficientemente agradecido a Almudena por su apoyo
moral. Aunque ella estudiaba el bachiller de Ciencias, me alentó con un
altruismo que llegó a emocionarme:
-
Dice
mi padre -le conté- que, con esos estudios, me va a ser difícil ganar el pan
para mí y mi futura familia.
-
No
hagas caso -repuso ella-. Seguro que tenemos para el pan. En cuanto a la
cebolla, no hay problema: las cosechamos en la finca de Torrelodones.
De modo que empecé
los comunes[15],
bien cerca de la Facultad en que Carlos iniciaba los estudios de Derecho. La
verdad es que hacíamos poco por vernos. No habíamos sido muy amigos en el
colegio y, desde que yo salía con su hermana, no parecía decidido a interferir
con la feliz pareja, mientras él se lamía las heridas causadas por Marga.
Dicen que las personas desgraciadas tienden a apartarse de las felices, como si
sufriesen constatando cuán diferente podría ser su vida en otras
circunstancias, que no las suyas.
Mas sucedió que el
Charlie encontró por la Universidad a un tal Paco Pardo, amigo de su
hermano Quique, uno de tantos estudiantes que lo eran por el mero hecho de
estar matriculados en una Facultad. El tal Pardo andaba -poco- por Derecho,
arrastrando asignaturas de varios cursos, entre ellas, el Romano, con el
benemérito don Ursicino[16].
Parece ser que coincidieron en algunas clases, hicieron buenas migas y Paco
Pardo entendería que en la vida de Carlos faltaba un poco de distracción o,
cuando menos, de variedad. Dialoguemos la conversación que pudo desarrollarse
al respecto entre ellos:
-
No
sé si te habrá contado tu hermano Quique que estoy empleadillo en una
empresa discográfica importante. No es gran cosa, pero saco unas pesetas para
mis gastos y, además, no veas lo que se liga allí, y con unas chavalas
estupendas… Se llama Hispamusic y está en la calle Torrelaguna, por la
Avenida de América.
-
La
verdad, Paco, los primeros tiempos en la Facultad son complicados y, por otra
parte, no estoy de humor para andar tras las chicas.
-
Sí,
ya sé que eres un tío estudioso y tal, pero podría interesarte echar algún rato
perdido en la discográfica. Hay muy buen ambiente y trabajos variadísimos en
que ocuparse. Además, les va viento en popa y pagan bastante bien… En fin,
piénsatelo y me llamas. Total, por darte una vuelta por allí y conocer un mundo
tan distinto de lo habitual…
El tal Paco debía de
ser muy convincente porque Carlos acabó consintiendo en acompañarlo a los
locales de Hispamusic, aunque sin otro ánimo que el de ver algún estudio
de grabación y, si acaso, saludar a alguno de los cantantes o grupos musicales
del momento. Para eso, ningún introductor mejor que Pardillo -como
conocían a Paco en aquel santuario de la música ligera española, en donde él se
dedicaba a variadas y confusas tareas de administración-, quien
seguramente intentó lucirse ante el serio y culto hermano de su amigo. Lo
cierto es que, no solo le presentó a algún famoso que por allí estaba aquella
tarde, sino que pasaron a saludar a algunos de los directivos de la
discográfica. Y -¡oh casualidad!- resultó que uno de los consejeros de la
empresa había utilizado, años antes, los servicios del abogado Ángel Salazar
-el papá de Carlos-, con los que había quedado muy satisfecho. Supongo que
cambiarían impresiones acerca del interés -como sabemos, no muy grande- de
Carlos por el negocio del disco. Y seguro que la presencia de Pardillo en
la conversación contribuiría a destacar las múltiples cualidades de su
acompañante, entre ellas, una que supuso el éxito. Una vez más, voy a presentar
como diálogo lo que pudo ser el meollo de la charla:
-
Así
que acabas de llegar de Inglaterra -se equivocaba el consejero-. Allí la música
está que arde. Irías a ver a los Beatles.
-
No,
no. He estado en Irlanda, y no para pasármelo bien, sino para aprender inglés.
-
No
veas lo importante que es en el mundo de la música -terció Pardo-, ¿verdad, don
Manuel?
Hispamusic en la vida real
El tal don Manuel parecía un tanto
abstraído. Contesto que sí, maquinalmente. Con todo, el administrativo volvió
con las excelencias de Carlos:
-
Eso
que Carlos, no solo sabe inglés, sino francés e italiano.
-
Bueno…,
empezó a decir Carlos, tratando de excluir de la lista de idiomas sabidos el
de la artística Italia.
Pero ya don Manuel
volvía de su abstracción y empezaba a mostrar atención hacia aquel chaval, tan
políglota y tan serio:
-
¡Hombre!,
posees los tres idiomas fundamentales para la música moderna. ¿Sabes algo de
ella?
-
Solo
lo que pone en la parte de atrás de las fundas de los discos -se sinceró
Carlos-.
Don Manuel se echó
a reír. No era habitual la humildad en aquel mundo, juvenil y competitivo.
-
Si
te interesa, es probable que tengamos alguna cosilla para ti. De hecho, estoy
pensando en algo, pero tengo que hablarlo con los que llevan la sección de versiones
extranjeras. Últimamente estamos comprando mucho fuera. De hecho, se vende
casi mejor que lo español.
Estaba todo dicho.
Los dos jóvenes se levantaron, camino de la mesa de mezclas, donde ejercía de
taumaturgo un tipo italiano, de unos cuarenta años, que tenía fama de ser el factótum
musical de la empresa. Don Manuel se despidió con simpatía:
-
Te
avisaremos por Pardo… Saluda a tu padre de mi parte, aunque no sé si se
acordará ya de mí. ¡Menuda cantidad de asuntos lleva!
Al maestro Pignatelli[17],
el sabio de la casa, creador del sonido Torrelaguna, le cayó bien
Carlos, con quien cambió unas frases en italiano y algunos juicios sobre
canciones recientes transalpinas, favoritas del padre Cecco. Pardo aprovechó
para indicarle lo que había sugerido don Manuel. El músico italo-español
pareció alegrarse:
-
Me
parece muy bien. Con frecuencia, una canción extranjera se estropea por meterla
con calzador en nuestro idioma, o equivocar el sentido del original.
Cuando salieron a
la calle eran cerca de las ocho. Para sorpresa de Pardo, Carlos le preguntó:
-
Vamos
a ver, Paco, ¿qué es exactamente eso de versionar una canción?
-
En
tu caso, alma de cántaro, procurar traducirla al castellano de forma que rime
bien y diga, más o menos, lo que en su idioma original. La mayoría de los
cantantes y grupos contratados por Hispamusic interpretan un montón de
piezas extranjeras, compradas por nosotros, o que son propiedad de sellos de
compañías de fuera, que distribuimos para España. Sería un chollo que te
metieran de traductor. Pagan a tanto la pieza y puedes hacer el trabajo dónde y
cuándo desees. No tendrás que venir por la discográfica, más que para entregar
el trabajo y cobrar. No será tan divertido como brujulear por la casa,
pero se acomoda mejor a lo que quieres: que la tarea no te quite para nada de
estudiar.
-
Ya
entiendo -aseveró Carlos-. No está mal. De todas formas, ni aún me han dado el
empleo, ni te aseguro que acepte. Voy a pensármelo hasta que te den una
respuesta en firme.
-
Eres
duro de pelar, colega -concluyó Paco-… En fin, tú sigue empollando y yo
te informaré de lo que me digan.
***
Por supuesto, le
dieron el trabajo o, por mejor decir, empezaron a hacerle encargos para
traducir, canción a canción. Gustaron sus versiones y pronto se convirtió en
uno de los traductores habituales, incluso para grupos y solistas de
campanillas. En aquella España tan poco políglota de entonces -tampoco es que
hayamos mejorado mucho después-, la competencia en Hispamusic no era
agobiante. Por otra parte, Carlos tenía un buen vocabulario en español y pronto
acuñó una forma de hacer, que pegó fuerte, como decíamos entonces. Él la
explicaba así:
-
Cada
idioma tiene su musicalidad y sus giros peculiares. No digamos si de lo que se
trata es de traducir poesía, pues se supone que eso es la letra de las
canciones. De modo que decidí, no ya la traducción libre, sino lo que llamaba coger
el espíritu, es decir, el núcleo o mensaje de la canción. Hecho esto, lo
siguiente era elegir las expresiones o las metáforas más significativas o
hermosas del original, para que no se dijera que estaba inventando con mis
propias palabras. A partir de ahí, a base de pasar decenas de veces el disco en
el idioma que fuese, iba acomodando un texto español elegante y que encajase
perfectamente con la partitura. Como yo apenas sabía música y era un mediano
versificador, hube de apoyarme en quienes sabíais de eso. Y ahí es donde
entrasteis Ubaldo y tú.
Ubaldo Arroyo[18]
era un tipo de Hispamusic que tenía una sólida formación musical, pero
que le había dado desde muy joven por la música popular y los arreglos. Andaba
por los treinta y se entendía a las mil maravillas con aquellos pibes y pibitas
-como él los llamaba-, que estaban haciendo la fortuna de la discográfica,
a la vez que la suya propia. A Ubaldo, que había mamado el español del Cono
Sur[19],
le hacían gracia los cultismos y palabras rebuscadas, que el pobre Carlos se
veía obligado a espigar por los diccionarios, para encajarlas en los compases. El
maestro tarareaba la letra, daba de paso su adaptación a la música y,
luego, decía a Carlos:
-
Macanudo, ché,
pero mirá que quede una miajita menos… suntuoso.
Y ahí entraba yo
-si es que no me había convocado antes-, para limar el engolamiento, sin perder
por ello la rima. Carlos se desesperaba por tener que reverenciar los
caireles de la rima, en vez de arrumbarlos, como la mayoría de los poetas
modernos[20]. Y mira
tú por dónde se acordó de mí para armonizar rima y naturalidad de léxico. Me lo
presentó así:
-
Nacho,
me tienes que ayudar con las canciones. Yo soy un desastre para encontrar una
rima sin rebuscarla. Hasta me toman el pelo en Hispamusic.
No me hizo gracia
la petición pues -como ya les he dicho- Carlos estaba entonces conmigo en el hola
y adiós. Así que le repliqué:
-
No
soy el más indicado. ¿Por qué crees que me llama Dios al camino de la poesía?
Carlos vaciló
durante unos segundos. Luego, confesó, un poco corrido:
-
He
hojeado el folleto de poemas que le regalaste a Almu las navidades pasadas.
¡Acabáramos! Ya
había dos personas a quienes mis versos habían gustado. Rezongué un poco, pero
acepté el encargo pues estaba seguro de que, por mor de Almudena, habría de
acabar consintiendo. Y así es como ingresé en el mundillo de la canción ligera:
quitándole engolamiento a las letras en español de Cliff Richard, Françoise
Hardy o Claudio Villa[21].
Eso sí, una cosa era la afectación y otra la cultura. El vocabulario podía ser
sencillo y hasta popular, pero no venía mal que fuese escogido.
¡Ah!, por si
sienten curiosidad sobre si mi trabajo fue, o no, remunerado, presumo de
haberlo realizado de balde. No sé si como alabanza o como crítica, Almudena, al
saberlo, me comentó:
-
Para
tener dificultades para ganar el pan, eres muy generoso…
Le respondí con
rebuscada suntuosidad:
-
Los
filósofos y los poetas somos así, señora.
4. Lavinia y las canciones de amor
Una de las
características de Carlos era la de buscarle tres pies al gato. Y así, mientras
terminábamos de perfilar la letra en español de una canción francesa, el
Charlie levantó el bolígrafo, se quedó mirando al vacío y, sin cambiar de
postura, me preguntó:
-
Nacho,
¿por qué crees tú que casi todas las canciones van dedicadas a los enamorados?
Yo, deseoso de
hallar cuanto antes una bisílaba oportuna que rimara con frenesí -cosa
difícil, donde las haya-, le contesté lo primero que se me vino a la cabeza:
-
Supongo
que porque los compradores de discos son jóvenes en su mayoría.
-
Eso
no tiene que ver -replicó Carlos-. Sin ir más lejos, acabo de cumplir los
dieciocho y, ni tengo novia, ni ganas de enamorarme.
Conociendo el
percal y no deseando meterme en berenjenales, guardé silencio. Él, no obstante,
prosiguió, sacando una conclusión bastante racional:
-
Tal
vez sea yo una de las pocas excepciones de la regla…
-
Mira,
Carlos -dije yo-, en amor no hay reglas ni, por tanto, excepciones. Llega
cuando llega y no vale andar buscándolo; tampoco sirve de nada el que tengas
ganas o no de enamorarte.
Por el momento, la
cosa quedó así. Rimamos, mal que bien, frenesí con sin fin, y la
pieza quedó lista para pasarla a máquina y llevarla a la discográfica. Pero, al
cabo de unos días, cuando estábamos peleándonos con una canción de aquel
fantástico San Remo del 66[22],
Carlos volvió a la carga, enlazando con nuestra charla precedente:
-
Claro
-empezó-, tú lo ves todo como llovido del cielo… No es que mi hermana sea un
ángel, pero es una buena chica y te adora. Y tú, así como eres, pues… Vamos,
que habéis acertado por casualidad y a la primera: Simplemente por el hecho de
que Almu sea mi hermana y tú, mi amigo.
-
Bueno
-gruñí-, también tuve yo que trabajarme un poco la cosa, que lo que es tú, ni
presentármela.
Charlie recogió
velas y decidió explicarse mejor:
-
A
lo que me refiero es a que vosotros habéis congeniado sin la menor dificultad y
lleváis el camino de cumplir las bodas de plata, como mis padres.
Me eché a reír de
aquel enorme adelanto de acontecimientos, pero él siguió impertérrito:
-
Fíjate,
por ejemplo, en Danilo Cárdenas, o en Lavinia[23],
sin ir más lejos. Se han hecho famosos cantando al amor y dando recetas o
consejos para conseguirlo, o para superar sus dificultades y desdichas. ¿Por
qué? ¿Es que ellos saben del cariño más que nadie? ¿O es que creen en el Amor,
con mayúscula, más que los demás? Y la cosa tiene su importancia, porque tienen
miles de fans que están dispuestos a creer a pies juntillas lo que ellos
les dicen y hasta a hacer lo que escuchan que ellos hacen.
-
¡Toma!
-agregué- y a estar locos por ellos y dejarse engatusar por el primer moreno,
alto, de pelo largo y mirada lánguida, o por la primera rubita con cara de no
haber roto un plato, como sus ídolos.
Carlos dejó volar
la imaginación por la ventana y pronunció una frase que me pareció impropia de
su nivel mental:
-
¡Cuánto
me gustaría aclarar si quienes se pasan la vida cantando el amor lo hacen porque
lo demanda el guion, o porque ciertamente creen y viven lo que cantan!
-
¡Anda
este! -exclamé con un poco de grosería-. Pues para algo trabajas en Hispamusic.
Cógete un día a Danilo, o a Lavinia, y les haces un interrogatorio a fondo… Y
ahora -añadí-, vamos a terminar el trabajo, que no quiero dar plantón a la
mujer de mi vida.
Acabamos a tiempo
y pude dar el breve paseo verpertino con Almudena. Cuando le conté a mi modo
las lucubraciones de su hermano, meneó la cabeza, inquieta:
-
En
cosas de amor, hasta el más inteligente se vuelve un poco tonto.
-
Sobre
todo -apostillé-, si ha tenido un desengaño gordo, como él.
-
¡Bendito
desengaño!, exclamó Almu. No sabes la marcha que lleva la buena de Marga. La
madre prefecta ha tenido que llamar a sus padres, porque se fumado no sé
cuántas clases y no da ni golpe en los estudios.
***
Tal vez, mi
sugerencia de interrogar a los ídolos habría caído en saco roto, si no hubiese
sido porque estaba a punto de organizarse una fiesta en la discográfica, con
motivo de la concesión de un disco de oro[24]
a la famosa Lavinia. Le faltó tiempo a Pardillo para embarcar a Carlos en
el jolgorio y este -claro- pretendió hacer lo propio conmigo.
-
Acepto
-le dije-, si puedo llevar a Almudena. Yendo tú, no creo que tus padres se enfaden,
aunque la cosa acabe un poco tarde.
Dicho y hecho. Yo
me temía que estuviéramos de pegotes, pero lo cierto es que el trabajo
de Carlos -y de su negro favorito- estaba muy bien considerado en Hispamusic;
tanto más, cuanto que Lavinia había sido una de las beneficiarias de nuestras
excelentes versiones, y resultó que ella lo sabía y, más aún, que era
afectuosa y agradecida. A mayores, acudió a la fiesta sin su pareja, un afamado
guitarrista de The Splendids[25],
el famoso conjunto instrumental, que se hallaba de gira por Cataluña en
aquellos momentos.
Carlos llamó la
atención de aquel consejero, cliente de su padre, para que nos presentara a
Lavinia quien, como es natural, todavía con el disco dorado en las manos,
estaba siendo rodeada y asaltada, por amigos y periodistas. Mal que
bien, el consejero de la Hispamusic logró llegar hasta la cantante y
hacer las presentaciones, que juraría habrían caído en saco roto, de no ser por
Ubaldo Arroyo, que proclamó con su potente voz:
-
¡Caramba,
si está aquí el poeta de las rimas imposibles! Lavinia -prosiguió-, este es el
autor de las palabras que tan bien cantaste, para conseguir el disco de oro.
La situación
cambió como por ensalmo. Rostros y micrófonos se volvieron hacia Carlos y
Lavinia le dedicó su mejor sonrisa, mientras decía afectuosas palabras sobre
las ganas que tenía de conocer al escritor de tantas letras hermosas, que eran
responsables de buena parte del éxito de sus canciones no originales. Mi amigo
le devolvió los cumplidos y, por unos momentos, pareció que se hubieran quedado
solos en aquel gran espacio, que parecía la nave de una fábrica. Almu me tocó
el antebrazo y susurró:
-
Me
parece que estamos de más por aquí. ¿Qué te parece si vamos a ver qué otras glorias
han venido y nos arrimamos a los pinchos?
Nos entretuvimos identificando a cantantes yeyés[26]
y atisbando los estudios de grabación desde las cristaleras. Al cabo de un buen
rato, hartos de comer tortilla y reírnos de vestimentas estrafalarias, nos
disponíamos a escabullirnos, cuando apareció Carlos, dispuesto también a
marcharse. Su hermana, en guasa, le preguntó:
-
¿Qué?
¿No viene Lavinia?
No captando -o
eludiendo hacerlo- la broma, Carlos dejó caer, como lo más natural del mundo:
-
Tiene
que atender a los invitados, pero hemos quedado en vernos la semana que viene,
para resolver unos flecos de su próximo sencillo[27].
-
Y
¿qué hay de las preguntas que ibas a hacerle sobre el amor y la música?,
pregunté.
-
Hay
cosas que no pueden tratarse con tanta gente alrededor, me contestó.
De regreso a casa,
no le arrancamos ni una palabra más sobre el tema.
***
Carlos era de los
que, cuando quieres que se te abran, hay que dejarlos que lo hagan a su aire,
como si no te interesara. En todo caso, estaba claro que Lavinia y él se habían
caído bien, en principio, por admirar o respetar el respectivo trabajo de cada
uno. De no ser así, la cita de la semana que viene no se habría
producido. De hecho, Carlos ya había colaborado en varios discos de la diva,
sin haber cambiado una palabra con ella. Acuciado por Almudena, telefoneé a
Carlos y le dije:
-
Tú
verás si, antes de ver a Lavinia, quieres que repasemos las letras de que
vayáis a hablar.
-
No
te preocupes -contestó-, ya las tenemos listas y entregadas. Debe de ser que
hay algo que no acaba de gustarle; así que tendrá que explicarse.
-
Está
bien -cerré-. Si tenemos que cambiar alguna cosa, ya me avisarás.
A partir de aquí,
para ser verídica, la narración tendría que correr a cargo de Carlos pero, por
mucho que lo intenté en su día, se me cerró en banda, con el consabido a
nadie le interesa lo que solo a mí concierne. Su respuesta me puso a huevo
la réplica:
-
Bueno,
no solo a ti. También se refiere a Lavinia y no dirás que lo relativo a ella no
provoca la curiosidad de mucha gente.
-
Pues
por eso mismo -me replicó-. Aunque lo que hubo entre nosotros bien poco fue, a
ella le corresponde contarlo, si es que se acuerda.
Así que no he
tenido más remedio que rellenar los muchos huecos, con la ayuda de Almu y de mi
imaginación. Y en esas estaba, cuando se me ocurrió que, aunque hubiese llegado
a la vida de Carlos más tarde, era muy probable que este le hubiese contado
algo a posteriori. Así que me decidí a visitar a Gloria, la viuda de
Carlos, y le expuse el propósito de Almudena y mío, de contar con detalle esta
curiosa anécdota de juventud.
-
Si
no nos echas una mano, va a resultar un churro -argumenté-. Seguro que tú sabes
un montón de cosas, que nosotros ignoramos.
-
No
andáis desencaminados -confesó-. Aunque objetivamente pudiese parecer una
bobada, a Carlos le marcó bastante. Ahí es nada, un Don Nadie -como él
se autodefinía-, alternando con la gran Lavinia, a la que entonces conocían y
admiraban en todas partes donde se hablara español.
-
Pues
vamos a ello, Gloria. Tú cuéntalo a tu aire, que yo procuraré ordenarlo y
mantener el estilo, para que no se note la costura.
-
Vale.
¿En dónde os habíais quedado?
-
En
la primera cita, para dar los últimos toques a la letra de un sencillo…
-
Sí:
El que siguió a su primer disco de oro. Pasó sin pena ni gloria, pese a
vuestros denodados esfuerzos con las palabras… Bien, pon ya el magnetofón en
marcha y no me interrumpas, no se me vaya el santo al cielo. Al acabar,
puntualizaremos cuanto quieras.
***
“Se me hace extraño hablar de Lavinia,
pues Carlos siempre la llamaba Manoli, Manoli Martos, como bien sabéis. Lo de Lavinia
fue cosa del señor Pignatelli, de Hispamusic, quien, como buen
italiano y culto, decía que era un personaje encantador de la Eneida[28].
El caso es que, para empezar, Manoli y Carlos quedaron citados en un lugar poco
frecuentado, para evitar a los moscones: los chiringuitos junto al lago
de la Casa de Campo. El pobre tuvo que coger un taxi, mientras que la cantante
llegó a bordo de un mil quinientos[29].
En todo lo demás, la cosa estuvo más igualada. De Carlos, nada tengo que decir
que no sepáis: buena presencia, muy educado, una cultura excepcional para su
edad… y el dominio de lenguas, que era infrecuente en la España cerrada de
entonces.
“Sobre Manoli,
habría que detallar más. Carlos decía de ella que era la Cenicienta de la
música ligera. Vamos, un mirlo blanco, en el sentido de una chica excepcional.
De extracción social media-baja, se había criado en una pequeña ciudad del Sur
y, a poco de llegar a Madrid, había abandonado los estudios para colocarse de
dependienta en unos grandes almacenes. Había llegado a la cima de la música con
poco más que una voz muy agradable, un buen oído y el triunfo en los concursos
musicales, tan abundantes a la sazón. Yo creo que tenía el complejo de ser poquita
cosa -como ella misma decía-, tanto en estatura, como en cualidades
intelectuales. A mayores, pese a la fama y a la vida social, seguía siendo a
los veinte años una chiquilla tímida, muy ligada a su familia, que huía de las
noches largas y de los admiradores vehementes. En suma, una jovencita
dulce, sencilla y de sorprendente candidez sentimental.
“De la misma manera
que sabéis cuál era la circunstancia amorosa de Carlos, todavía muy afectado
por el desengaño de Marga, tenéis que estar al tanto de que Manoli era novia de
Juan Luis, el guitarra rítmica de The Splendids, el famoso conjunto instrumental,
que estaba, como Lavinia, en su mejor momento. De cara a la galería, la pareja
era modelo y centro de atención para todo el país. En Hispamusic,
estaban exultantes, pues incluso el novio componía para su amada algunas de sus
mejores canciones -de amor, naturalmente-. Solo les preocupaba -como también al
productor o mánager de ella- que el noviazgo se convirtiera en boda, lo
que suponían con fundamento que minoraría la popularidad de la cantante y
pondría en riesgo su fulgurante -y agobiante- carrera, al convertirla en ama de
casa y, probablemente, en mamá. Hasta aquí, Carlos estaba al corriente desde un
principio, pues en Hispamusic Manoli y Juan Luis eran una especie de parejita
patrocinada, desde el momento en que se habían conocido en sus estudios y
habían llegado al amor por su frecuente contacto profesional en ellos.
“En fin, antes de seguir con la historia,
recordaré que la primera entrevista, en la Casa de Campo, fue muy positiva, y
no solo para armonizar criterios en materia de versiones. Manoli y Carlos
quedaron muy bien impresionados recíprocamente, cimentando su buena opinión
mutua en el respeto que ambos sentían por sus respectivos trabajos. Por unas
razones u otras, se despidieron afectuosamente, quedando en verse no tardando.
Buena prueba de lo que digo es que Manoli solicitó a los responsables de Hispamusic
que fuese Carlos quien, a partir de entonces, llevara a cabo en exclusiva la
traducción de las canciones versionadas para ella. Él lo supo por su amigo Pardillo,
quien no dejó de embromarlo, a costa de la citada solicitud de la diva. Ten
cuidado con las rubias modositas -le dijo-: son las más peligrosas.
“Pero Carlos
opinaba que lo que más los unió fueron las confidencias que una y otro fueron
haciéndose, al hilo de eso que a ti, Nacho, te tiene tan interesado: Si Carlos
preguntó, o no, a Manoli por lo que sentía cuando cantaba al amor; sobre si, en
verdad, cantaba con el corazón, o se trataba de una mera exigencia profesional.
Pues bien, algo de eso hubo porque, de otro modo, Manoli no hubiera sido tan
sincera y explícita con él, como lo fue, en efecto. Claro que Carlos también le
contó todo lo que había pasado con Marga, así como la endeble y provisional salvaguarda
que había decidido imponerse, consistente -según sus propias palabras- en madurar,
estudiar y dar vacación al corazón.
“Tengo buena memoria y, por otro
lado, sabéis que Carlos era muy gráfico en sus expresiones, lo que las hacía
fáciles de retener. Parece que le preguntó directamente:
-
Vosotros,
los cantantes del amor, ¿lo vivís realmente, o solo sois una laringe al
servicio de otros?
“Manoli debió de
quedarse con los ojos a cuadros. Le parecería mentira que un profesional
de las letras de las canciones hiciese una pregunta tan cándida. ¡Pues claro
que la inmensa mayoría de los intérpretes cantan lo que otros componen o
escriben, con tal que sea bueno… o regular! La chica no sabía que contestar; de
modo que Carlos hubo de aclararle el sentido moral de lo que, en el fondo, más
que una pregunta, era un reproche:
-
Lo
digo porque no sé si eres consciente de lo mucho que influye lo que tú cantas y
lo que transmites con tu forma de entender la vida, para toda la enorme
multitud de tus fans, entre los que me cuento.
“Ahora la cosa estaba más clara, pero
ignoro los motivos de Manoli para no responder directamente, sino contarle
su caso. En resumen, el típico ejemplo de una muchachita menor[30]
en la España de la época, bien controlada por su familia, con la moral sexual
propia del catolicismo y de un colegio de monjas, que con dieciocho años se
enamora y ennovia con un buen chico de su misma profesión al que, por
razones de galas, giras, sesiones fotográficas y demás zarandajas, ve poco y,
además, rodeados de cámaras. A Carlos muchos de esos límites y condicionantes
le resultaban familiares, pues no otra cosa que una relación blanca y
romántica había sido la única que hasta entonces había conocido. No obstante,
por la forma de explicarse Manoli, llegó a la conclusión -tal vez, acertada- de
que en el noviazgo de ella hubiese bastante de conveniencia, mezclada con el
romanticismo del primer amor. ¿Lo que había entre Manoli y Juan Luis era,
realmente, amor? Y, si era poco más que una relación afectuosa entre dos
jóvenes de la misma profesión, que centraban en esta sus relaciones, ¡cómo
demonios iba a ser Lavinia sincera y consecuente con lo que cantaba, si estaba
confundiendo amor con afecto e intereses comunes! Y, por otra parte, ¿se
equivocaba ella sola o la estaban ayudando cuantos pululaban a su
alrededor, cuidando, a la vez, de su moral y su carrera?
“No sé cuánto de redentor
o de caballero andante había en el Carlos de aquellos años, pues para mí no
era otra cosa que un rostro conocido, de verlo por los pasillos o las aulas de
una Facultad masificada. Pero sí me consta que, poco a poco, Manoli y él
debieron llegar a algo más profundo y sentimental que a meros colaboradores
musicales. Yo pienso que, en algún momento, Carlos decidiría concluir sus vacaciones
del corazón. Lo que no me consta es hasta qué punto le siguió Manoli la
corriente. El caso es que, tras varias salidas juntos, todo saltó por los
aires, aunque de forma lo suficientemente civilizada, que no peligrara su
amistad. Según me confesó él, decidido a declararse y que saliera el sol por
Antequera, comenzó a insistirle en lo pobre y equivocado que era ser la
novia de alguien, por el motivo principal de ser un buen muchacho, colaborador
y del gremio. Manoli, que era tolerante y no quería perder el afecto de
Carlos, le respondió de la mejor manera posible, que sentía por Juan Luis lo
que ella entendía por amor -por sencillo y poco apasionado que pareciera- y que
estaba segura de ser correspondida. Por lo demás, la muchacha paró en seco las
evidentes inclinaciones de Carlos hacia ella, haciéndole ver lo difícil que era
para una estrella entregarse al amor y compartirlo con alguien que no
estuviera acostumbrado a vivir aquella vida, de viajes, falta de intimidad y
apariencias. No es fácil a un enamorado dejar voluntariamente el campo, pero
Carlos acabó por comprender que Manoli tenía razón, que difícilmente podría él soportar
la forma de vida y las tensiones de una relación con Lavinia.
-
Procuro
ser yo misma todo lo que puedo -vino a decir Manoli/Lavinia-, pero no veo por
ahora la forma de ser, o solo cantante, o solo mujer. A Juan Luis le pasa lo
mismo y tal vez sea eso lo que más nos una… Entiendo que lo consideres
demasiado poco para formar una de las parejas de moda en España, pero ¡qué
quieres! Para ti, Hispamusic es un pasatiempo; para mí, es todo cuanto
tengo.
“¿Para qué
continuar? Diré que Carlos acabó los trabajos que tenía pendientes en la
discográfica y abandonó el trabajo en la misma. Él dio la disculpa de que se
estaban poniendo cada vez más difíciles los cursos de su licenciatura. Pero yo
bien sé que lo hizo para evitar encontrarse asiduamente con Manoli y, tal vez,
decepcionado por aquella vida de mentira que tenía a los fans, a la vez,
como culpables y como víctimas.”
Hasta aquí, la
transcripción de la grabación magnetofónica de la viuda de Carlos. Almudena y
yo agradecimos su gentileza y optamos por no abusar de su paciencia, no
pidiéndole ampliación ni aclaraciones.
5. Cenizas de amor y de fama
Como es natural,
al dejar de colaborar Carlos con Hispamusic, yo me desconecté totalmente
del mundillo del disco y me dediqué a terminar los estudios, colocándome a su
conclusión en el mismo Colegio de los Sagrados Corazones que, diez años atrás,
me había despedido como alumno. Aunque el sueldo era modesto, puedo asegurarles
que nunca necesité de las cebollas que la familia de Almu cultivaba en
Torrelodones, entre otras cosas, porque ella acabó por recibirse de enfermera
en la Clínica de La Concepción y ya se sabe lo mucho que un matrimonio puede
hacer con dos sueldos, sobre todo, si sabe adaptar sus gastos a los ingresos. Incluso
llegamos a comprar un apartamento hipotecado en la costa levantina, por aquello
de que era la forma más económica de veranear una familia de cinco personas. Y
no crean que les cuento esto por ostentación, sino por la relevancia que tuvo
para el desenlace del relato.
Carlos, entre
tanto, cubrió las expectativas de papá Ángel. Se licenció con premio
extraordinario en Derecho y empezó a laborar en el bufete paterno, que pronto
pasó a denominarse simplemente Salazar, para preparar el momento, aún lejano,
en que el padre cediera los trastos jurídicos a su hijo, en lo que sería el
tercer relevo generacional. Así mismo, he de decirles que, terminando la
carrera, mi amigo, y pronto cuñado, entró por la vereda del amor convencional,
haciéndose novio de una compañera de curso -la Gloria que me ha ayudado con el
capítulo anterior-, con la que, durante los años que Dios le dio, vivió una
vida amorosa del montón -podríamos decir-, o sea de esas sencillas y
rutinarias, basadas en la fidelidad mutua y el cuidado de los hijos. Con todo,
y con el permiso de su viuda, les revelaré algo que demuestra cómo entendía
Carlos el amor en su tierna juventud. Me lo confesó él mismo en una larga
conversación que mantuvimos, cuando ya estaba gravemente afectado de la enfermedad
que lo llevaría a la tumba:
-
Gloria
era de las compañeras de curso a las que, pese a los muchos que éramos, conocía
bien, pues asistía a casi todas las clases y colaborábamos en la altruista
tarea de preparar e imprimir apuntes a multicopista para todos los
condiscípulos que los quisieran y pagasen el oportuno canon. Pero todos la
veíamos como fruta vedada, porque era novia de otro compañero, desde
segundo curso. Y -lo que son las cosas- en el último año el chico empezó a
meterse en política, dejó de pronto a Gloria y, para más inri, empezó a
salir de inmediato con otra de las del curso. ¡Figúrate el bochorno y el
disgusto para la abandonada! Se me vino a la mente mi ya lejana decepción con
Marga y me dio por hacer de caballero andante y, por mostrarle respeto y
simpatía, tan pronto terminamos el curso, la telefoneé y quedamos para
merendar. Ella aceptó y pasamos una tarde muy agradable… El resto es historia,
que conoces sobradamente.
Falta aludir
a qué fue de Manoli, pero no creo que resulte necesario, habida cuenta de lo a
menudo que ha estado saliendo en la prensa del corazón, a lo largo de no
sé cuántas décadas ya. Por otra parte, con sus matices y sus excesos, no es
nada diferente de lo acaecido a otras muchas viejas glorias, que no supieron adaptarse
a tiempo al olvido y el desamor: ir de tumbo en tumbo, sentimental y
profesionalmente, dentro y fuera de España. Ni Carlos ni yo éramos lectores de
esa literatura revisteril, pero nos acordábamos de Lavinia con afecto y
no dejábamos de lamentarnos o de echarnos las manos a la cabeza ante las
noticias, según fuesen los fracasos y desengaños fruto de la malevolencia de
otros, o de la falta de sensatez de la propia víctima. Carlos murió -a lo que
yo sé- sin volver a ver a Manoli, ni intentarlo siquiera. En cambio, yo tuve la
ocasión de reencontrarme con ella, al cabo de más de veinte años; algo
totalmente imprevisto y que nunca relaté a Carlos, para evitarle emociones.
Pero a ustedes se lo voy a contar y así concluiré esta ya demasiado extensa
historia.
***
Fue por 1989 o
1990. Estábamos de vacaciones en ese lugar de Levante, de cuyo nombre no quiero
acordarme. Debían de ser las fiestas de algo o, simplemente, tocó la china. Lo
cierto es que vimos por la calle unos carteles pegados a las paredes, anunciando
la actuación de Lavinia en la discoteca X -tampoco quiero recordar aquí
su rótulo-. Por supuesto, mis hijos adolescentes, ni habían oído hablar de la
cantante, ni tenían ningún interés por escucharla. Es probable que yo tampoco
hubiese ido, a no ser por la insistencia de Almudena, que no había vuelto a
verla desde aquella tarde del disco de oro en la Hispamusic. En fin,
cenamos pronto y nos dispusimos a viajar por el túnel del tiempo.
Para empezar, la
discoteca de marras no estaba en el paseo marítimo, ni en el núcleo céntrico de
la población, sino en una zona residencial a modo de urbanización, donde Raphael[31]
dio las tres voces. Una vez localizado el establecimiento, pudimos constatar
que se trataba de un amplio recinto, con buena entrada de público sin llegar al
lleno, iluminado de forma tenue y con un equipamiento que dejaba bastante que
desear. Con todo, nuestra sorpresa llegó al estupor cuando, entre una nutrida
salva de aplausos del maduro auditorio, apareció Lavinia en el
escenario, sin el menor acompañamiento coral ni instrumental. Dio las gracias
y, sin más preámbulo, comenzó el recital de sus grandes y pequeños éxitos, los
que no tildaré de antiguos porque la verdad es que, a aquellas alturas, todos
lo eran. Y, en todos los casos, el fondo musical era… un chunda chunda
enlatado, que perfectamente habría pegado con un play back[32],
en el caso de que Lavinia no hubiese tenido voz o respeto por el
público. Tanta pena -o vergüenza- nos dio a los oyentes, que de pronto se
levantó una pareja de una mesa en la segunda fila y, ni cortos ni perezosos,
empezaron a hacerle coro, con buen gusto, todo sea dicho. A la pareja siguieron
dos maduritas, más diestras en seguir el ritmo con sus contoneos, que en
adaptarse al tono de la cantante y hacerle el contrapunto. La buena de Lavinia,
entre agradecida y abrumada, sonrió al improvisado cuarteto y los animó a
acercarse a ella, para que el micrófono recogiera sus voces de manera más
audible. Al acabar la canción, la ovación fue de órdago y así siguió la velada,
cambiando a cada poco alguno de los espontáneos, como si aquello fuese un karaoke.
Para bochorno propio y honor de mi esposa, he de confesar que yo no me
atreví a subir al escenario, mientras que Almudena mantuvo el tipo con el
acompañamiento, durante seis o siete piezas.
La actuación duró
poco más de una hora, lo que a casi todos nos supo a poco pues la verdad es que
Lavinia conservaba la voz -y no digamos la sencillez y simpatía- que
habían hecho de ella una estrella, una generación antes. Al acabar, se disculpó
por no poder entregar a este maravilloso público todo lo que habría
deseado pero -agregó- estoy un poco delicada de salud, como ustedes, sin
duda, conocen. Con todo, aún nos concedió como bis aquella famosa canción
que fue su primer disco de oro: aquella a cuyo homenaje habíamos asistido
Carlos, Almudena y yo, hacía una eternidad.
A lo que sí me
atreví, en compañía de Almu, fue a colarme, sin ninguna dificultad, hasta el camerino
-llamémoslo así- donde Lavinia descansaba y tomaba un simple sándwich,
antes de retirarse al hotel. Nos presentamos, recordándole la fiesta del disco
de oro y nuestra vinculación con Carlos. Inmediatamente, nos abrazó con
evidente emoción. Pese a los estragos inevitables de un cuarto de siglo, seguía
conservando aquel encanto nacido, más que de la belleza, de una sonrisa pícara
y dulce a la vez, así como de la expresividad de los hermosos ojos azules, que
eran sus mayores encantos.
Nos ofrecimos a
acompañarla en nuestro coche a su hotel, lo que aceptó sin dudar, siempre que
esperásemos a que el gerente de la discoteca le entregase el cheque por el
montante de su modesto cachet. Me serviréis de guardaespaldas,
dijo con un guiño.
Se la veía con
ganas de charlar con alguien conocido y de su época. Almudena me hizo
una señal, a la que correspondí, diciendo a la cantante:
-
Seguramente,
estarás muy cansada y querrás retirarte pero, de no ser así, podríamos pasar a
la cafetería para cotorrear y que cenes algo en condiciones.
Aceptó de mil
amores y, durante casi dos horas, hablamos un poco de todo: Del cáncer que
acababa de superar y que le había producido el lógico bache psicológico
y profesional, del que estaba empezando a liberarse, haciendo bolos por las
discotecas: Ya sabéis que yo no sé hacer otra cosa que cantar. De su
desacertada y pintoresca vida sentimental. De su hijita Nayara, que ya había
cumplido siete años. De sus cuarenta y pico años, tan bien llevados, que le
permitían ser optimista y albergar las mejores esperanzas, apoyada -como
siempre- en su familia…
-
Bueno,
ya vale de hablar de mí -cortó, de improviso-. A vosotros ya os veo tan bien
pero, ¿qué es de Carlos? ¿Por dónde anda?
Almudena, como si
no hubiese escuchado las dos últimas preguntas, le habló de nosotros y de
nuestros hijos; del trabajo en el colegio -que seguía siendo de los curas,
pero casi sin curas- y en la clínica -conozco bastantes casos como el
tuyo y se han recuperado definitivamente-; de lo mucho que escuchábamos sus
canciones -sobre todo, las de amor-. En fin, tuvo que hablarle de
Carlos: de su éxito como abogado; de su matrimonio con una compañera de la
Facultad; de sus hijos; de sus aficiones literarias, como autor de poemas y
relatos cortos, a duras penas publicados.
-
Es
que el verdadero poeta era yo -tercié-. Lo que pasa es que agoté mi inspiración
ayudándole a arreglar las letras de tus canciones.
Quizá mi alusión
hizo brotar incontenible su recuerdo de aquel muchacho que fue capaz de
preguntarle si sentía lo que cantaba, o de poner en solfa aquel noviazgo suyo
con el guitarrista de The Splendids, que duró cinco veces más que el
matrimonio subsiguiente. El caso es que dijo sentidamente, con la mirada
perdida en su vaso de cerveza, algo que Almu y yo no hemos olvidado:
-
Por
lo que me contáis, Carlos acertó con su vida. Por lo que os cuento, yo he equivocado
la mía.
Me dolió tanto una
afirmación tan desgarrada que, pese a mi habitual contención y a ser ya
medianoche corrida, levanté la voz hasta términos inconvenientes y dije:
-
¡De
haber equivocado la vida, nada de nada! ¡Tus canciones y tu voz permanecerán
mucho tiempo y serán siempre tu tributo al amor y a la juventud de espíritu!
Y luego, bajando
un tanto la potencia, refiriéndome a Carlos sin citarlo, agregué:
-
Y
él, con sus ideas y sus versos, habrá puesto su grano de arena en una tarea
común.
***
-
No
te atreviste a decirle que le han diagnosticado a Carlos la misma enfermedad
que ella ha tenido -comenté a Almu, camino de casa-.
-
Querido
-contestó posando su mano en mi brazo-, no olvides que soy enfermera.
[1]
El Colegio de los Sagrados Corazones de Madrid -conocido, por su ubicación,
como de Martín de los Heros- pertenece a una Congregación que forman, tanto
sacerdotes, como seglares. Hago la observación de que su inclusión en este
relato es puramente imaginaria, a fin de darle visos de verosimilitud. Pido
disculpas a dicho Colegio si, contra mi voluntad, se siente peyorativamente
aludido.
[2]
En los años sesenta del pasado siglo -el XX-, estos estudios se cursaban con 15
y 16 años, por lo general.
[3]
No es la única de ese título, pero seguramente se alude en el texto a la
compuesta por Joaquín Prieto y cantada por su hermano, el cantante y actor
chileno conocido como Antonio Prieto (1926-2011).
[4]
Examen de conjunto, al final de 6º de bachiller -había otro al final de 4º-,
que era juzgado por un tribunal mayoritariamente ajeno al profesorado del
Colegio.
[5]
Abreviatura de curso Preuniversitario, que a la sazón se cursaba después del
Bachillerato, como de acceso a la Universidad.
[6]
Es probable que se tratara del Colegio de Jesús Maestro de Madrid, en la calle
de Melquiades Álvarez, que había sido inaugurado pocos años antes, en 1957.
[7] Color
tradicional del uniforme en los colegios teresianos de entonces.
[8]
Famosísima canción de Mario Panzeri (partitura) y Nicola Salerno (letra), que
hizo famosa la cantante adolescente Gigliola Cinquetti -de 16 años-, ganando en
1964 el Festival de San Remo y el de Eurovisión.
[9] El Colegio es imaginario; no así, por
supuesto, la bella e histórica localidad de Clontarf.
[10] Luego
su probable edad sería de 14 años, toda vez que estaba empezando el curso.
[11]
En el bachillerato de antaño se optaba normalmente por francés o inglés
en el curso segundo. Solo se estudiaba una lengua viva extranjera.
[12] Parque
del Canal de Isabel II, o Parque de Santander.
[13]
Es indudable que los universitarios iban en aquella época trajeados, es decir,
de traje y corbata. Al menos, esta era indispensable; hasta el punto de que
ciertos profesores llamaban la atención a los pocos que no entraban
encorbatados en las clases.
[14] Aunque
con varios datos reales en el relato, el nombre de la discográfica es
imaginario.
[15]
La antigua carrera de Filosofía y Letras comenzaba por dos cursos comunes a
todas sus especialidades, seguidos de otros tres, peculiares de cada una de
ellas.
[16]
Ursicino Álvarez Suárez (1907-1980), famoso catedrático de la susodicha asignatura
en la Universidad Complutense de Madrid entre 1941 y 1977.
[17] Nombre
imaginario de un personaje real.
[18] Nombre
imaginario de un personaje real.
[19] Parte
más meridional de América del Sur, con Argentina como país más extenso y
poblado.
[20]
Y no tan modernos. Corresponde a un poema de León Felipe,
publicado en 1920, la siguiente afirmación sobre la poesía: Deshaced ese
verso./Quitadle los caireles de la rima,/ el metro, la cadencia/ y hasta la
idea misma.../ Aventad las palabras.../ y si después queda algo todavía,/
eso/será la poesía. Claro que el insigne vate de Tábara seguía rimando esos
hermosos versos.
[21] Históricos cantantes, famosos en los años de
1960.
[22]
Este Festival se celebró del 27 al 29 de enero de 1966 y, tal vez, haya sido la
más brillante edición, musicalmente hablando. Fue ganado por la canción Dio,
come ti amo. La grabación completa del festival fue destruida por un
incendio en los archivos de la R.A.I. (Radiotelevisione Italiana).
[23]
Nombres imaginarios de grandes cantantes, especializados en canciones de
amor. A poco que piensen, si tienen ustedes suficiente edad, o cultura musical,
descubrirán los personajes reales a quienes puede aludir este relato.
[24]
En aquella época, en España se concedía un disco de oro por haber logrado la
distribución (la venta se suponía) de 50.000 discos. Con 100.000, el premio era
un disco de platino. Actualmente (2019), al haber bajado mucho las ventas de
discos, las cifras para España son, respectivamente, de 20.000 y 40.000 discos,
o formato equivalente.
[25] Nombre
imaginario.
[26]
Denominación convencional usada a la sazón para referirse al movimiento creado
en torno a la música ligera de los años de 1960, principalmente de estilo rock.
[27] Disco
de corta duración, con una o dos canciones en cada cara.
[28]
En concreto, la princesa hija del rey de los latinos, con la que se casará
Eneas al final de la epopeya.
[29] Modelo
de automóvil de la marca Seat, que se consideraba de alta gama en la España de
la época.
[30] Es
obligado recordar que, en los años de 1960, la mayoría de edad estaba en los 21
años.
[31]
Miguel Rafael Martos Sánchez (1943), famosísimo cantante español, de quien se
cree fundadamente que haya vendido en total unos 70 millones de discos hasta el
año 2015.
[32]
Es decir, con el intérprete haciendo que canta, pero la voz viene de un
disco o procedimiento de grabación previa.
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