La muerte de Pier
Angeli
Por Federico Bello
Landrove
La muerte de la famosa actriz Pier
Angeli (Anna Maria Pierangeli, 1932-1971)
está plagada de dudas y emociones. Este relato la noveliza con muy pocas
libertades, de modo que quien lo lea pueda recibir información con amenidad,
pese a su respetable extensión, que juzgo necesaria para exponer, no solo los
hechos, sino su contexto.
1. Un veterano sin mucha suerte
Había sido un buen
alumno de Comunicación y Periodismo en la USC[1]
y me gradué en 1970 con el número 17 de mi promoción. Por tanto, no me hizo
mucha gracia pasar a ser becario del modesto diario Pacific News[2],
por más que estuviera cerca de mi casa. Retrasé mi incorporación, tratando de
obtener un destino más atractivo pero, finalmente me convencieron mis padres y,
sobre todo, mi novia Eyleen y acabé aceptando. A todo esto, había llegado la
primavera del año siguiente y el 15 de junio me presenté en el edificio del
periódico -un rancio cubo encristalado de cuatro plantas, con adornos art déco-, en el cruce de North Garey
con Ducommun, a dos pasos de la Union
Station. Me recibió el redactor jefe, un tal Ventura[3],
que debía de estar al borde de la jubilación. Contra lo que me temía, su trato
fue muy amable y no dio lugar a la confusa improvisación y la servidumbre con
la que otros compañeros míos habían sido tratados en el Times o en el Examiner. Me
entregó una cuartilla pulcramente manuscrita, con tres columnas: fechas,
departamentos y nombres, que cubría el primer trimestre de mi estancia. Aclaró:
-
Verás
que, por semanas o quincenas, vas a darte una vuelta por todos los vericuetos
del periódico. En ti está aprovechar el tiempo y exprimir a tus tutores, que están bien dispuestos a enseñarte. Los
últimos tres meses como becario los pasarás especializándote en lo que más te
haya gustado, si es que yo no te encargo algún trabajillo coyuntural que haga de ti un alevín de periodista de
raza.
No sé si esperaría
de mi parte alguna respuesta pero preferí permanecer callado. Ventura entonces
preguntó:
-
Así,
de antemano, ¿qué es lo que más te interesa entre las secciones de un
periódico?
-
Cubrir
la crónica de tribunales y, si es posible, completarla con algún reportaje. He
procurado formarme mejor, asistiendo siempre que podía a las clases de Derecho
penal y Criminología de la Facultad de Derecho[4].
-
Me
parece muy bien -sonrió-. Yo también comencé por ahí mi ejercicio profesional.
Además, empiezas en un día penalmente muy señalado.
Aguardó unos
momentos, a ver si yo daba con la efeméride pero, la verdad, estaba en blanco:
-
Hoy
han condenado a muerte a James Manson[5]
-precisó-. En fin, ven; te llevaré a Administración, para que te documenten y
entreguen las credenciales.
***
Con el tiempo,
aprendí a apreciar al viejo Ventura,
a quien todos llamaban Pulitz a sus
espaldas, por una razón que empezó a despertar en mí interés y admiración hacia
su persona:
-
Sí,
hombre, me dijeron. Es porque casi
fue premio Pulitzer[6],
y no una vez, sino tres. Fue cuando estaba trabajando en el Times; ya llovió desde aquello.
-
Así
que estuvo en el Times, reiteré.
-
Más
de veinte años, pero ya sabes lo que es un gran periódico. Envejeció; tiene
problemas de salud y decidió acabar sus días de periodista en un diario
pequeño, más tranquilo. Hace seis años que está con nosotros y, no creas, el
tío curra que no veas.
-
Un
día me tenéis que contar más sobre él, concluí. Podría ser un buen material
para un trabajo de posgrado.
Quizá la cosa no
venga mucho a cuento pero el hecho es que, sonsacando y sonsacando, acabé por
hacerme una idea de los casos en que Ventura se había quedado al borde del Pulitzer, así como de los motivos de no conseguirlo. La primera vez fue en los
años treinta, cuando la Guerra de España: Cubrió sobre el terreno el viaje que
allá hizo el famoso actor Errol Flynn para llevar dinero a los republicanos
pero, al final, se limitó a publicar lo más superficial de los sucesos, a fin
de no dejar en mal lugar a quien había acabado siendo su amigo[7].
La segunda fue en el año 44: Nuevamente como corresponsal de guerra, Ventura
había cubierto el desembarco de Anzio y el avance hasta Roma[8].
Fueron tan duras las crónicas que envió criticando a los mandos de las
operaciones posteriores al desembarco, que el Times resolvió recortarlas y publicarlas suavizadas, para evitarse
problemas y tachas de derrotismo[9].
Ventura se indignó y, en lo sucesivo, envió al periódico poco más que noticias
de agencia y nimiedades sobre las tropas. Aún así, el valor humano de sus notas estuvo a punto de depararle la consabida
recompensa al reportaje explicativo.
El tercer momento
en que Pulitz estuvo a punto de
convertirse en Pulitzer llegó en 1955,
cuando cubrió la muerte de James Dean[10].
Entonces el Times le dejó publicar
todo cuanto escribió pero, esta vez, dicen que le perdió la sinceridad,
demasiado fuerte para la Comisión que había de proponer el premio al periodismo de investigación. Como esta
tercera ocasión sí tiene mucho que ver con la presente historia, dejaré que sea
Ventura quien, en su momento, les cuente a ustedes, al mismo tiempo que a mí,
los entresijos de aquel fracaso final.
***
Nadie que estuviera
aquellos días de septiembre de 1971 en Los Ángeles podrá olvidarlos mientras
viva. Claro es que nuestra ciudad no
se caracteriza precisamente por tener un buen clima, pero aquello resultaba
insólito en una época en la que todavía no se hablaba del tan manoseado cambio climático. Durante más de una
semana, pasamos con creces de los cien grados F, hasta llegar al récord de los
ciento seis[11]. Las
altas presiones y la contaminación creaban un ambiente de neblina -el famoso smog-, provocando una humedad
asfixiante, entre la que transitábamos como zombis. Cerraron las escuelas y los
trabajadores acudíamos a talleres y oficinas arrastrándonos, empapados en
sudor, bostezando del insomnio nocturno. En fin, ustedes sin duda lo
recordarán; así que para qué seguir.
El 14 de
septiembre era martes. Al día siguiente me tocaba comenzar el segundo trimestre
de mi estancia como becario en el Pacific,
precisamente a las órdenes directas de Ventura. Tenía todo el fin de semana de
descanso y estaba pensando cómo podría pasarlo con Eyleen sin que nos asfixiáramos,
cuando desde la ducha, a eso de las siete y cuarto de la mañana, oí los
timbrazos del teléfono. Chapoteando y con una toalla enrollada al abdomen salí
del baño dando tumbos, pero mi padre ya se me había adelantado. Al llegar a la
sala, me esperaba con el auricular en la mano:
-
Es
para ti, dijo con cara de pocos amigos. Un tal Alex No-sé-qué.
Era Ventura.
Ahorró las palabras: un becario no merecía muchas explicaciones.
-
Ha
sucedido algo gordo y quiero que te vengas conmigo -dijo-. ¿Podrás estar en el
periódico a las ocho y media?
No esperó a
escuchar la respuesta. Añadió no te
retrases, y colgó.
Mientras
desayunaba, me dio el pálpito de que ya no tendría que pensar en el plan
finisemanal con mi novia. Tampoco era cosa de avisarla a esas horas. Dejé tal
encargo a mi madre, cogí un taxi y llegué al periódico con bastante adelanto. Pulitz ya estaba allí, revolviendo
papeles, con un café largo frío sobre la mesa. Sonrió y me hizo el ademán de
tomar asiento:
-
Me
alegro de que hayas llegado con tiempo, dijo. Así te pondré al tanto de lo que
ha sucedido.
Se tomó un respiro y agregó:
-
Ha
muerto Pier Angeli y hoy se celebran sus funerales.
-
¿Y
quién era ese señor[12]?
Ventura me miró
asombrado. Me contestó de mala gana:
-
Era
una actriz famosa, todavía en activo -dijo con retintín-. Las primeras
impresiones sugieren que ha sido un suicidio.
Dejó los papeles
que manipulaba sobre la mesa; bebió de un trago la mitad del vaso de café y me
contó lo que sabrán, si deciden leer el capítulo siguiente.
2. Una complicada historia de amor
-
Recordarás,
Matt -comenzó Ventura- que te advertí sobre la posibilidad de que hiciéramos
algún trabajo juntos, si realmente merecía la pena para completar tu formación.
Pues bien, la ocasión se ha presentado; pero, antes de que te explique lo que
espero de ti, voy a ponerte rápidamente al corriente de algunas cosas que debes
saber. ¿Has traído tu libreta? ¿Sí? Pues toma nota de cuanto voy a decirte.
Consultó la hora
en su reloj mientras yo sacaba papel y lápiz -era un entusiasta de los
lapiceros y hasta llevaba un sacapuntas siempre en el bolsillo-. En seguida,
reanudó su exposición:
-
Estoy
al tanto, como comprenderás, de que me llaman Pulitz y no me cabe duda de que tienes idea de las veces que me
quedé a las puertas del maldito premio. Olvida la primera, que no viene ahora
al caso, pero recuerda la segunda, o sea, la de la guerra en Italia. De allí me
traje, por lo menos, muy buenos recuerdos de la gente del País y una
información somera sobre Roma y sus alrededores, así como cierta capacidad de
entenderme con los ítalos, gracias a mi dominio del español y a haber aprendido
sobre el terreno a chapurrar el italiano. Y con lo que te he dicho basta para
que luego entiendas ciertas cosas que sucedieron ya aquí, en California, unos
años después. Pasemos, pues, al tercer fiasco, el del reportaje sobre la muerte
de Jimmy Dean…, de quien me figuro habrás oído hablar…
-
Por
supuesto -afirmé-, y he visto las tres películas que hizo[13];
pero ya le adelanto que no me entusiasma, ni como actor ni como persona, a
juzgar por lo que de él he oído.
-
Entonces,
¿no has leído mis artículos en los Magazines
dominicales[14] de
noviembre del 55? Bueno, mejor: así no te habré influido con mis opiniones, ni
tendrás la oportunidad de darme coba, aparentando estar de acuerdo conmigo. En
todo caso, ya te adelanto que pienso como tú: éxito completamente excesivo para
sus méritos y una mitificación basada en el conocimiento superficial de su
persona. Pero vamos a lo que vamos, y quédate solo con lo que voy a decirte.
Se levantó del
sillón, como habituaba cuando tenía que soltar una larga parrafada, y empezó a
caminar arriba y abajo del despacho, acompasando el fraseo al paso. De lo mucho
que me dijo, recogí en apuntes solo lo que a continuación pongo en su boca,
como si hubiese salido, tal cual, de ella:
“En mis tiempos
jóvenes en el Times, cubría con
cierta frecuencia la sección de cine, gracias a mis amistades de Hollywood y a
cierta culturilla cinematográfica. Un día de 1951 mi compañera en ciertas lides
periodísticas, Hedda Hopper[15],
me pidió ayuda para entrevistar a una jovencísima actriz italiana, de gran
éxito entonces. Dijo:
-
Creo
que sabe muy poco inglés y he recordado que tú aprendiste italiano cuando estuviste
de corresponsal de guerra en Italia. Ello nos permitirá romper el hielo y, de paso, conocerás a quien dicen que
será la Greta Garbo de los próximos años[16].
-
¡Ya
será menos! No obstante, te acompañaré. No me importará saludar a la dulce Teresa[17] en persona.
-
Ya
veo -replicó maliciosa Hedda- que, además de trabajar como un mulo y cuidar de
tus hijos[18], vas al
cine de vez en cuando.
“Luego resultó que
no fueron precisos mis servicios. La actriz ya se defendía bien en inglés y,
por si fuera poco, la acompañaba Helena Sorrell, a quien había contratado como
profesora de dicción e interpretación[19].
En cambio, estuve todo el rato conversando con la madre y la hermana gemela,
cuyas simpatías me gané gracias a mi gracioso
italiano y a las anécdotas de aquella Italia en guerra, que ellas conocían mucho
mejor que yo. Nos despedimos tan amigos y con la oferta de llevar algún día a
mis niños a nadar en la piscina de su espléndida casa de Beverly Hills.
“Por supuesto que
nunca acepté su ofrecimiento natatorio, pero sí fue el principio de mi interés
artístico por la gran Pier y, al cabo
de poco, por su hermana Marisa, tan distintas de carácter, como parecidas en lo
físico. De la madre leía cosas -y Hedda no dejaba de airearlas- que no me
cuadraban con mi primera impresión de ella; ya sabes, que si no dejaba a sus
hijas ni a sol ni a sombra; que si controlaba las relaciones de Pier -o sea, de Anna- hasta el extremo;
que no soportaba la idea de un eventual matrimonio con alguien que no fuese
católico… Y así todo, poca cosa en verdad, hasta que apareció Kirk Douglas…
-
De
ese sí que he oído hablar alguna vez -bromeé-, y no creo que fuese católico.
-
¡Qué
va! Judío, divorciado, con dos hijos y quince años mayor que la jovencita Anna,
recién llegada a la mayoría de edad. Vamos, la repanocha.
-
No
me extraña que la mamma se opusiera.
-
Pues
fíjate lo que son las cosas. Años más tarde, doña Enrica se lamentó de que no
hubiera llegado a ser su yerno. ¡Cómo serían los que vinieron después!, agregó Pulitz, soltando una carcajada.”
Como si la risa
hubiera sido una señal de alarma, consultó su reloj y lanzó un juramento. Abrió
uno de los cajones laterales de su buró y sacó una modesta Polaroid, que me entregó, diciendo:
-
Ya
veo que te has venido sin cámara. Toma esta, que va muy bien y revela
instantáneamente[20].
Mantenla disimulada hasta que salgamos de la iglesia. Luego, sin acercarte
mucho, fotografía a todas las personas a las que yo vaya saludando o dando el
pésame.
-
O
sea, que vamos de funeral -repuse-. Bueno, no se preocupe: Conozco de sobra
estas birriosas cámaras de a veinte dólares. Si me lo hubiese dicho, me habría
traído una japonesa que quita el hipo: Cuando fotografía a los acusados, marca
de antemano los que serán declarados culpables.
-
Déjate
de historias, que son casi las nueve y tenemos que estar en El Buen Pastor a las diez. Así que te
comento por encima lo de Jimmy Dean y
nos vamos.
Volvió a hilvanar sus recuerdos, más o
menos de la siguiente forma:
“Me importa un
bledo que fuera cierto el enamoramiento, o fruto de una campaña publicitaria de
los estudios Warner; como tampoco me
tomaré la molestia de desmentir al bocazas de Kazan, que dijo haberlos
sorprendido haciendo el amor en el camerino de Dean, durante el rodaje de Al este del Edén. Tampoco pondría la
mano en el fuego por la veracidad de mamá Pierangeli, cuando presentaba al
pretendiente de su hija como un grosero, que apenas saludaba, no cruzaba con
ella una palabra y ponía los pies encima de la mesa mientras escuchaba los
discos que le daba la gana, comiendo y bebiendo lo que cogía de la nevera sin
pedir permiso a nadie. A fin de cuentas, según le dijo a Enrica, aquella no era
la casa de ella, sino de su hija mayor, y solo a ella tenía que pedirle
autorización para hacer lo que le viniera en gana.
-
¡Caramba
con la educación del tipo! -comenté-, pero, si todo eso es dudoso o a usted le
trae sin cuidado, ¿qué es eso que investigó del actor después de que muriese y
que supuso que no le dieran el Pulitzer, como
se esperaba?
Pier Angeli con James Dean
-
Principalmente,
dos cosas, que cayeron muy mal entre sus fans
y no se atrevió a premiar el jurado. De una parte, descubrí que el pastor de su
congregación le había estado sodomizando durante bastante tiempo, cuando tenía
unos once años[21], así
como que la razón para que no lo reclutaran para Corea no había sido su miopía,
sino su homosexualidad. ¡Figúrate qué dos bombazos para los que estaban
emperrados en lo de la bisexualidad y el
favor de la duda! Y, lo segundo, que él no era el pobrecito desgraciado al
que la devora-hombres italiana había estado tomando el pelo, para acabar
casándose de repente con un cantante guaperas, católico, de origen italiano y
bienquisto por mamá Enrica, sino que Anna le había ofrecido marcharse de casa con
él, siempre que pasaran inmediatamente por la vicaría o el juzgado, pero Jimmy
se echó atrás porque no se sentía
preparado para asumir tanta responsabilidad.
-
¡Hombre,
Alex, eso no me lo trago! ¡Ofrecer matrimonio a un tío que no tiene de hombre
más que la barba! ¡Pues vaya boda que iban a haber hecho, si él se decide
aceptar!
-
Yo
no juzgo, ni siquiera aseguro. Te cuento lo que trabajé y descubrí en aquellos
tiempos, así como los motivos de mi fracaso. Si quieres saber más, lee mis
reportajes e investiga tú mismo, si te place. Y, por supuesto, las mismas
razones para que muchos y muchas adolescentes me odiaran, las tuvieron la mamma
y Marisa[22] para
darme las gracias, en su nombre y en el de Anna, por haber puesto las cosas en su
sitio. Recuerdo que la hermana me llamó por teléfono y, a más de agradecida, la
noté mustia. Le pregunté si le pasaba algo y me dijo:
-
Es
por Anna Maria. Si se hubiera casado con Jimmy no habría durado ni seis meses;
pero hacerlo con Vic[23],
así, sin conocerlo bien y tan deprisa… No sé, Mister Ventura, si la felicidad
le durará mucho más. La verdad es que aguantaron cinco años, por el niño y el
qué dirán, pero lo que se dice felicidad no creo que la disfrutaran más allá de
un par de años.
“Volvió a mirar su
reloj y seguidamente se puso en pie. Agregó:
-
Vamos
a coger un taxi. Tendremos tiempo de seguir hablando por el camino, o cuando
terminen los oficios fúnebres. Solo añadiré ahora una cosa. No te he llamado
para que me hagas de fotógrafo, sino para que elabores el primer reportaje de
tu vida, acerca de las causas y la forma de morir de Anna. Dirás que podría
hacerlo yo, dado que tengo muchos más datos y juicios previos que tú, pero eso
es lo que me disuade de asumir la responsabilidad. Es mejor que se encargue
alguien que esté de nuevas, que ni siquiera había oído hablar de Pier Angeli a
las ocho menos cuarto de esta mañana. Yo te ayudaré en lo que pueda, pero sin
meter baza en tu investigación ni en tus conclusiones. Pese a tu ignorancia y
bisoñez -me dijo con una sonrisa de complicidad-, tus tutores me dicen que hay
en ti un periodista listo para lanzarse a la piscina de tinta… Y, además, ¡qué
demonios!, bastante tengo con lo de redactor-jefe y con este corazón que late
al ritmo que le da la gana. Así que ¡a trabajar!”
Pidió un taxi por
teléfono y, camino ya del ascensor, echó mano a la cartera y sacó una pequeña
fotografía, que me entregó. Era una de esas poses relamidas de la propaganda
cinematográfica de antaño, precisamente la que acompaña estas líneas.
-
Toma.
Esa era Pier Angeli a los treinta años. Dicen que en la pantalla nunca dio más
guapa que en esa película[24].
Claro que hay opiniones y la mía no es esa.
3. Escudero de un caballero andante
En el taxi, me puso al corriente de mi cometido, a partir de
lo que había sucedido en los días transcurridos desde el fallecimiento de la
actriz:
-
Anna
murió el viernes o, al menos, es cuando la encontró Helena Sorrell muerta en el
lecho. En la mesita de noche había unos cuantos frascos y tubos de medicamentos
que, en un estúpido rapto de respeto por la intimidad de su amiga, Helena
recogió y tiró su contenido por el retrete.
-
Seguro
que se trataba de somníferos y tranquilizantes, aventuré.
-
Eso
es lo más probable -aseveró Pulitz-,
pero no es eso todo. Helena me dijo que, a la caída de la tarde anterior, había
visitado a Anna su médico de cabecera y, además de recetarle algo de tomar, le
había puesto una inyección para calmarla
y que durmiese mejor.
-
¿Y
cómo es que te ha contado todo eso? -por primera vez me atreví a tutearlo[25]-.
Lo que ha hecho esa señora no está nada lejos de ser un delito.
-
Ahí
está el detalle, aclaró Ventura. Ya de entrada, Helena estaba muy agobiada, al
haberse producido la muerte en su casa y temerse que se debiera a una excesiva
ingestión de tranquilizantes. En cuanto aparecí yo por allí acompañando a Jeffrey[26],
me llamó aparte y se echó a llorar. La mujer está ya mayor y la había pillado
todo de sopetón.
-
Pero
supongo que la actriz tendrá familia, que se hará cargo de la situación.
-
Estaba
sola en Los Ángeles. La madre y las hermanas viven en Francia. Claro está que
se las llamó y llegaron ayer a toda prisa y en el estado anímico que te
figurarás.
-
Pues,
entonces, todo arreglado. No entiendo por qué tú…
-
Ahí
está el detalle. Resulta que la autopsia no ha resultado muy convincente y la
Policía duda entre la sobredosis accidental, la imprudencia del médico o el
suicidio. Van a continuar las pruebas y la investigación, aunque han autorizado
el entierro del cadáver. Los especialistas tienen sus dudas pero -claro está-
los periodistas, los malos periodistas,
ya lo tienen clarísimo: Pier Angeli se quitó la vida por sus fracasos
profesionales y por los desengaños amorosos, empezando por…
-
¡No
me digas más! James Dean ha regresado a los escenarios.
-
En
efecto. Y tan pronto leyeron los diarios y escucharon a Helena, Enrica y Marisa
tomaron la decisión de llamarme y rogar que me encargue de seguir de cerca los
trabajos policiales y averiguar por mi cuenta todo lo necesario para rebatir la
tesis del suicidio y dejar a Anna Maria en
el lugar que corresponde a la verdad y a la religión. Así que ahí tienes:
Ellas volverán a Francia, llevándose su cuerpo para enterrarlo allí, y yo me
quedo aquí como paladín de la hermosa Teresa,
combatiendo por su honor y su memoria.
-
Ya,
y yo seré tu escudero… Menudo papelón como resulte que nuestra dama, en efecto,
se quitó la vida. ¿Podremos admitirlo o habremos de mentir para no herir su
buen nombre?
-
Eso
sí que no. Investigaremos el caso; sacaremos nuestras conclusiones; en la duda,
nos inclinaremos por lo más favorable, y tendremos el derecho de publicarlo,
sin perjuicio de dárselo a conocer antes a la familia. Para bien y para mal,
será un trabajo nuestro, nacido de mi afecto y de tus exigencias académicas, no
un encargo pagado que no nos pertenezca. Eso sí, nos cubrirán los gastos.
Iba a hacerle
alguna pregunta, cuando el taxi se detuvo. Por la ventanilla apareció la mole
de la iglesia del Buen Pastor. Apenas había afluencia de gente a la puerta.
Alex pagó al chófer, mientras nos envolvía un vaho cálido y pegajoso a pesar de
lo temprano de la hora: las nueve cincuenta. Mi compañero dijo:
-
Recuerda:
nada de fotos al tuntún. Solo a las personas a quienes yo salude.
***
Concluida la misa
de réquiem, el féretro fue embarcado en el coche fúnebre, supongo que camino de
la funeraria, toda vez que su entierro estaba programado en París. El núcleo
familiar tomó dos coches, con dirección a la casa de Helena -en el 335 de McCarty
Drive-. Pulitz y yo esperamos una
media hora, que se me hizo eterna, refugiados del sol en unos porches
laterales, repasando las fotografías de la Polaroid, en las que él me iba
identificando a los que salían en ellas. Finalmente, comentó:
-
Qué
ceremonia más fría, ¿verdad? Parecían todos sobrecogidos aún por un desenlace
tan inesperado.
-
No
me lo tomes a mal, Alex, pero creo que, quien más quien menos, todos estábamos
pensando en lo mismo: que esa muerte tenía algo de trágico, de… especial.
Ventura se encogió
de hombros:
-
Pues
eso vamos a averiguarlo a partir de ahora. He quedado citado con la familia
antes de que empiecen a marcharse de Los Ángeles. Por eso les estamos dando un
tiempo para que descansen y se relajen un poco.
Salimos hacia la
calzada y Alex hizo una seña con el brazo. Al punto reapareció el taxi que nos
había traído hasta allí. Lo miré con aire de terror y él sonrió.
-
Tranquilo,
Stu. Me preocupé de que tuviera aire acondicionado.
Familiares de Pier Angeli en su entierro
***
Al llegar al
domicilio de Helena Sorrell, me llevé una sorpresa. Nada de esos lujosos
palacetes de Berverly Hills, con ostentosa verja de entrada y parque interior;
ni siquiera el chalé de estilo colonial, de cuidado césped por delante y
piscina en la trasera. Se trataba de un simple apartamento, accesible por
escalera interior, sin otro extra que el barrio privilegiado en que se hallaba.
Se lo comenté a Pulitz mientras
subíamos y contestó:
-
Helena
es más famosa que rica y, en cuanto a Anna, ¡qué te voy a decir! Ya verás que
la vivienda es amplia pero, en un principio, estaba acondicionada solo para la
dueña y su asistenta Veronica, quien a veces se queda por la noche para
cuidarla, si está enferma. En los primeros días, la Sorrell y su huésped
compartieron habitación y Perry dormía en un sofá. Luego, como la convivencia
se alargara y no fuera muy tranquila,
acondicionaron el piso de manera que Anna tuviese su propio cuarto.
Dentro nos
esperaban, además de Helena, Marisa, Perry y Vic. La mamma Enrica había tenido que acostarse, agotada del viaje y las
emociones. Ninguno se había cambiado las ropas de luto que llevaban en el
funeral. Ventura hizo mi presentación, de una forma que no dejó de extrañarme:
-
Este
es Stuart Anderson, periodista becario con amplios conocimientos penales y
criminológicos, que me ayudará en el
trabajo hasta que lo llamen a filas para ir al Vietnam.
Cambiamos unas
frases sobre la misa de réquiem que acabábamos de escuchar. Marisa se quejó de
la frialdad de la ceremonia, sin elogio fúnebre y con una asistencia escasa.
Parecía dolida de que todo se hubiese organizado a sus espaldas. Alex le
replicó:
-
Dadas
las circunstancias, yo creo que ha sido mejor así.
En seguida
intervino Vic:
-
Dentro
de un rato tenemos que salir Perry y yo para Las Vegas; de modo que, si tenéis
algo que preguntarnos, os ruego empecéis por nosotros, aunque poco es lo que
podremos responderos.
-
Pues
vamos allá, contestó Alex. Comienza tú mismo, Vic.
Me apresté a tomar
notas y esto es sustancialmente lo que copié:
-
Lo
primero que quiero dejar claro es que, cuando Anna llegó a California y se puso
en contacto conmigo, lo único que pretendía es que la dejara estar con Perry el
mayor tiempo posible. Lo digo porque, como pasamos las Navidades juntos en Las
Vegas y yo andaba en trámites de mi segundo divorcio[27],
algunas revistas han salido con que íbamos a reanudar nuestras relaciones… Al
poco, como sabéis, Perry y yo acordamos que, sin perjuicio de sus estudios,
pasase con su madre el mayor tiempo posible. Annarella me lo agradeció y eso fue todo… Cuando estuve con ella la
noté emocionada y nerviosa, ante las oportunidades que creía tener en su nueva
etapa americana… Sobre los últimos meses, algo sé por Perry, pero es mejor que
lo relate él, que es el testigo presencial y ya tiene edad para captar las
situaciones perfectamente.
En efecto, acto
seguido le tocó a Perry, que entonces tenía dieciséis años. Pondré en su boca
todo lo que transcribí de su declaración:
-
Como
ha dicho papá, estuvimos de acuerdo él y yo en que me viniese a vivir con mamá
a Los Angeles, una vez quedó claro que nos quedaríamos con Helena hasta que
tuviésemos dinero para alquilar nuestra propia casa… Mamá me quería mucho
-decís siempre que yo era su favorito, su ojito
derecho-… Los primeros tiempos fueron bastante buenos; Helena me trataba
como si fuese mi abuela… Luego empezaron a fallar las esperanzas de trabajo y
concluyó el rodaje de la película en que estaba actuando de protagonista.
Estaba muy irritable; se enfadaba por cualquier cosa y la emprendía con lo que
tuviese más a mano… Dicen que volvió a tomar muchos medicamentos, tipo drogas,
somníferos y así… De repente, parece que conoció a un señor importante[28]
y creo que se fue a vivir en su casa… Regresó pronto, aún más alterada que
antes… Estaba bastante deprimida y un médico, el doctor Spritzler, tuvo que
venir a casa bastantes veces y le puso un tratamiento… Estos últimos días, con
el calor y la atmósfera tan sucia, lo pasaba peor, no dormía, le dolía el
estómago… Estaba esperando que la contrataran para una serie de televisión[29]…
Del día en que murió y del anterior, no puedo deciros nada: Hacía tanto calor,
que me quedé a pasar unos días en casa de un amigo de Malibú, que vive junto a
la playa de Zuma, y allí estuve hasta que vino a buscarme Mac[30]. Me
dijo que mamá había fallecido y me trajo de vuelta a casa.
Por un momento,
tuve la impresión de que Perry no estaba diciendo la verdad en cuanto a su
ausencia de Beverly Hills en aquellas fechas, sino que trataba de librarse de
preguntas embarazosas y, tal vez, de revivir tan dolorosos momentos. No dejaba
de ser un muchacho, al que el afecto por su madre había atrapado en un nudo de
tensiones y silencios. Pulitz lo dejó
estar y no sería yo quien le llevara la contraria.
Vic y Perry se
retiraron para que este último hiciera el equipaje y nos quedamos con Marisa y
Helena. Lógicamente, la urgencia era entrevistar a aquella, ya que marcharía
para Francia, tan pronto se recobrara su madre y estuvieran listos los trámites
de traslado por avión del cadáver de Anna Maria. Sus manifestaciones fueron mucho
más largas que las de su sobrino y su ex cuñado, pero menos interesantes a
nuestros efectos, dado que no había vuelto a ver a su difunta hermana desde que
esta abandonara París por sorpresa en diciembre del año pasado. Precisamente
empezó por ahí lo verdaderamente importante:
-
…
En la primavera del pasado 1970, Anna abandonó Italia, harta de malas
películas, del espionaje de los paparazzi
y del acoso del Fisco. En Paris volvió a encontrarse con su amigo Fred Sahebjam[31].
Según nos contó, en la última clínica en que había estado ingresada en Roma la
habían tratado con electrochoque y un verdadero cóctel de barbitúricos. Fred se
portó estupendamente: la atendió como un verdadero amigo íntimo y, cuando no
hubo más remedio, la llevó a una institución cerca de París, llamada La Dauberie… Pese a todo, Anna se marchó
de la clínica sin avisar y dejando la cuenta pendiente, que hubimos de asumir
entre nosotros… Lo dimos por bien
empleado cuando supimos que había volado a California, con la ilusión de ver a
su querido Perry y de volver al cine de verdad. El ponerse en manos de Helena
era un buen presagio de la seriedad de sus propósitos… ¡Claro que fuimos
sabiendo de ella por carta y por teléfono! No nos era posible venir, por
nuestro trabajo. Y, entre líneas y con medias palabras, fuimos comprendiendo
que la cosa iba a peor, sobre todo, porque nadie le abrió las puertas, ni le
dio un papel medianamente digno… Ella tenía siempre esperanzas, porque a su vez
se las daba su agente, el bueno de Walter Kohner[32],
sobre todo cuando supo que iba a empezarse el rodaje de un peliculón en que había muchos papeles de italo-americanos y en que
trabajaba Marlon Brando[33]…
Pero solo rodó una mala película, del nivel de las anteriores en Italia[34]
y estaba pendiente de la contratación para una serie televisiva, como os ha
dicho mi sobrino… ¡Ah, sí, Cooperman! Me han contado muchas cosas buenas de él,
aparte de ser muy rico. Fue una pena que no cuajara pero, desdichadamente, era
ya demasiado tarde para ella. Creo que estaban muy enamorados pero Anna no se
encontró con fuerzas para asumir responsabilidades y dio la espantada. No sé
hasta qué punto ella creería en la sinceridad de él, dado que estaba muy
escarmentada con otros muchos, pero, según Debbie[35]
-que los presentó-, era sincero y todo un caballero… Sobre la muerte, ya sabéis
que descarto totalmente la tesis del suicidio, un invento de las malas lenguas
de la prensa, con base en unas declaraciones ambiguas del forense… ¿Qué por qué
opino así? Alex ya sabe los motivos: Estaba acompañada de su ángel de la
guarda, Helena, y del hijo que más quería; se había jugado el todo por el todo
viniendo a los Estados Unidos y, pese a los desaires, estaba empezando a
abrirse camino; había buscado ayuda médica competente; nada hizo, dijo o
escribió que presagiara una decisión así; era católica y muy creyente, y ya
sabéis que nuestra religión prohíbe severamente el suicidio… De hecho, Anna
estuvo bastante separada de la Iglesia a partir del fracaso de su primer
matrimonio pero, en el último año de su vida, había vuelto a frecuentarla… Bueno,
todo eso podría ser discutible, si queréis, pero lo definitivo son las
conclusiones de la autopsia: shock anafiláctico
por la inyección que el médico le puso la tarde anterior[36]…
Norma[37]
y Helena coinciden: el tal doctor Spritzler[38]
estaba enamorado de Annarella, pero
aquel día la dejó abandonada, sin el debido cuidado, y por eso pasó lo que
pasó. Esta mañana lo he abordado en el funeral y he quedado citada con él para
mañana. Lo voy a apretar en firme y
ya os contaré lo que me diga.
El tiempo había
transcurrido raudo y había dado la una. Descartado tomar declaración a la mamma, nos quedaba por entrevistar
Helena, pero eso no corría prisa, dado que permanecería indefinidamente en Los
Ángeles. En consecuencia, nos despedimos afectuosamente de Marisa, prometiendo
estar en permanente contacto; y, en cuanto a Helena, Pulitz le advirtió de una próxima visita. Al acompañarnos hasta la
puerta, la señora Sorrell me dijo algo que aclaraba la alusión de mi tutor a la
llamada a filas:
-
Un
nieto mío murió en Vietnam hace un par de años. Tenía veintiuno.
-
Yo
voy a hacer veintitrés. Ya he logrado un par de prórrogas pero, si Nixon y
Kissinger[39] no lo
remedian, tendré que incorporarme al Ejército en diciembre.
-
Esperemos
que la guerra acabe antes. Ya llevo conocidas cuatro[40],
concluyó.
***
Media hora más
tarde, el consabido taxi nos dejó en nuestro habitual café, junto a las
oficinas del periódico. Dada la hora, conseguimos a duras penas que nos
sirvieran una pizza para mí y un filete con chiles para Ventura. En vista de lo
que había cobrado el taxista, pregunté a Pulitz:
-
¿No
habrás olvidado pedir provisión de fondos a las Pierangeli?
-
No,
hombre, no; pierde cuidado. Ya tengo en mi poder cheques de viaje por importe
de 5.000 dólares[41]. Los
iremos haciendo efectivos según los gastos.
-
Bien.
¿Qué te han parecido las confidencias?
-
Pues
que, como esperaba, de confidencias, poco. ¡Cómo va la familia a echar más
tierra encima de la pobre Anna! A quien vas a tener que hacer un interrogatorio
duro es a Helena. Si hay alguien que lo sepa todo de los últimos tiempos de la
difunta, es ella. Pero ya ves cómo reaccionó, tirando los fármacos. Habría sido
capaz de quemar una nota de suicidio, caso de haberla habido.
-
Yo
pienso lo mismo, Alex. Pero también está ese doctor Spritzler. Nadie sabe mejor
que él cómo se encontraba la paciente y la medicación que le recetó…
-
…
Y la que le inyectó la tarde anterior. De todas formas, no creo que se preste a
muchas entrevistas: Se encerrará en el secreto médico y en que ya está la
Policía para investigar.
-
Pero
nosotros actuamos por encargo de la familia y eso también cuenta, y mucho. No
tendrás algún documento que lo pruebe y podamos mostrar…
Pulitz se quedó mirándome abobado. Por
una vez, le había pillado en descuido. Pero reaccionó raudo como una flecha. Se
levantó a llamar por teléfono y regresó al cabo de unos minutos.
-
Hecho,
me dijo. Esta misma tarde irán Marisa y su madre a un Notario Público de
Beverly Hills para redactar y firmar un documento que nos autorice a indagar
todo cuanto ellas pudieran legalmente. Helena las acompañará y, si lo
consideran necesario, avisarán a Walter Kohner, el agente de Anna Maria. En
fin, Stu, apúntate un tanto.
-
Basta
con que me pagues la comida -repliqué bromeando- y con que, a los postres,
acordemos un plan de acción para los próximos días.
-
¡Pero
si está clarísimo!, exclamó con suficiencia. Primero: apretar las clavijas a
Helena; recoger de su casa el poder notarial; examinar y contar una por una las
pastillas y cápsulas de medicamentos que haya por la casa -si Helena ha dejado
alguna-, y sonsacar a Veronica, que creo no llevaba a bien el tener a Anna de
huésped permanente en la casa. Segundo: el doctor Spritzler, contrastando los
datos que él te ofrezca con los de la Policía, las farmacias más próximas y con
otros médicos. Y tercero: la oficina del forense, a leer los resultados de la
autopsia y de los informes complementarios. Y, a partir de ahí, señor Anderson,
las que deriven de las anteriores,
como en mis tiempos escribían los abogados.
-
Y
todo eso -protesté, mohíno- para acabar por donde empezamos porque, sin nota de
suicidio, cada cual puede concluir lo que le apetezca.
-
Muy
conformista te veo -concluyó Alex-. No te diré que no importe la meta pero,
para alguien que empieza, seguir el camino correcto es lo más importante.
4.
Una casa que es un hogar y un médico demasiado amigo
Desde mis
apetitosos veintidós años, Helena Sorrell no podía menos de parecerme una
viejecita encantadora, una abuela que -seguramente por lo de tener que ir al
Vietnam- me acogía de forma protectora y estaba dispuesta a contarme todas las
historias de su dilatada vida junto a las estrellas de cine, viniesen o no a
cuento. Yo no era un descarado pero sí tenía mi tiempo en lo que valía; de modo
que, al cabo de una hora de hablarme de personajes e instituciones de las que
no tenía ni idea, llegué con mi anfitriona a un acuerdo de obligado
cumplimiento:
-
A
la tercera vez que me hable de alguien que no tenga que ver con lo que Enrica y
Marisa nos han encargado, cojo la libreta y me voy hasta el día siguiente.
La verdad es que
no tuve que cumplir la advertencia más que una sola vez, gracias a mi
tolerancia y a su capacidad de enlazar unas cuestiones con otras. Creo que fue
más eficaz mi llamada de atención survietnamita:
-
Helena,
por Dios, que van a llamarme a filas y no habré terminado este repajolero
encargo. Y Alex Ventura es capaz de dar un informe desfavorable a mi
Universidad.
En fin, en tres
sesiones saqué a la buena señora todo lo que fui capaz. No fue fácil ordenar
las notas, con tantos saltos en el tiempo, al modo del mejor cine negro de la
época de mis padres. Resumiendo mi exposición a Pulitz, creo que tendrán ustedes bastante para hacerse una idea de
lo fundamental. Así pues, habla Helena:
“Yo creo que ni la misma Anna sabía a ciencia cierta por qué había
cambiado Roma por Los Ángeles. Puede que fuesen varias las causas: la persecución a la que, según ella, la
sometía el Fisco italiano; el temor hacia un magnate muy importante, que se
había obsesionado con ella y que, de forma más o menos violenta, la había secuestrado durante dos años; la
vergüenza sentida después de actuar en varias películas subidas de tono, entre
las cuales una de ellas fue calificada de pornográfica[42];
la nostalgia por su querido hijo Perry, que había optado por vivir con su padre
en los Estados Unidos… Ya sé que Marisa opina que su hermana regresó a
Hollywood para relanzar su carrera, pero ya ves el bodrio que tuvo que rodar
para sacar 5.000 dólares mensuales[43].
Y con 39 años y habiendo olvidado su buena pronunciación del inglés, ni todos
los amigos del mundo podrían hacerle recuperar el terreno perdido…, que tampoco
era tanto, pues ya en los años cincuenta hacía películas del montón y su
productora, la Metro, andaba
prestándosela a otras de la competencia.
“Te resultará curioso, pero Anna Maria no vino directamente a los
Estados, sino que dejó Italia por París, donde parece que se lió con un persa[44],
quien acabó por llevarla a una clínica de rehabilitación mental, en donde
estuvo cosa de un mes y se marchó sin pagar, dejando a cargo de la familia el
abono de la cuantiosa factura.
“Tampoco parece que tuviese claro al principio qué hacer en América, ni
a donde ir. De hecho, lo primero que se le ocurrió fue localizar a su ex
marido, Vic Damone, ya separado de su segunda esposa, y guarecerse en su casa.
Ella me decía que era la única manera de estar con su hijo Perry, pero lo
cierto es que, como era tiempo de Navidades, Vic tenía galas en Las Vegas y
allá que se fue con él y el crío. Por lo menos, arrancó a su ex marido el
compromiso de que Perry la visitara siempre que pudiera y quisiera. La verdad
es que padre e hijo cumplieron su palabra y no puede decirse que tengan la
menor culpa en las alteraciones de Anna en su última época.
“Mientras andaba por Las Vegas, me telefoneó pidiéndome que la acogiera
en mi casa. La verdad, me sorprendió bastante porque nuestras relaciones habían
sido muy íntimas y afectuosas en los años cincuenta, pero luego nos habíamos
comunicado poco. Un poco cortada, me aseguró que no sería por mucho tiempo y
que así podría ayudarla nuevamente con el idioma y la interpretación, que tenía
bastante empeorados. Yo supuse que me pedía el favor por no tener dinero
para alquilar una buena casa. Me dio lástima y, como yo me encontraba muy sola,
acepté y acá que se vino con Perry, con las ínfulas de que la iban a contratar
seguramente para un peliculón sobre
la Mafia, cuyo rodaje iba a comenzar casi inmediatamente[45].
La posibilidad no se cumplió y Anna empezó a darme muestras de notables
desarreglos mentales, que no voy a detallar puesto que vas a entrevistarte
seguramente con sus médicos. Sí te diré que su amiga Norma Eberhard fue quien
le presentó a un médico de Los Ángeles de toda su confianza, que vive no lejos
de aquí, el doctor Spritzler, quien la atendió a partir de entonces.
Helena Sorrell y Marilyn Monroe
“El 1 de abril era el cumpleaños de su íntima amiga, Debbie Reynolds, y
en la fiesta conoció a un tal Sidney Cooperman[46].
Parecieron abrirse las puertas del Edén: Era un caballero mayor que Anna -como
casi siempre buscaba Anna, quizá por el amoroso recuerdo que conservaba de su
padre-, rico, sincero, muy enamorado de ella. Al cabo de algunas salidas, Anna
me sorprendió con la noticia de que se iba a vivir con él: eso sería a finales
de abril o principios de mayo. Comprenderás que estaba feliz, por ella y por
mí, pues la convivencia no era fácil. Desgraciadamente, era demasiado tarde:
Anna ya no era una mujer normal. Según parece, empezó a sentirse insegura y
excitada, como si no creyera en la profundidad de los sentimientos de él o, más
bien, en la capacidad suya para llevar una relación íntima y estable. Rompieron
por culpa de ella -según Anna me confesó-, al poco de celebrar su treinta y
nueve cumpleaños, el 19 de junio. Apareció sin avisar por casa, en un taxi
cargado de equipaje y cachivaches hasta los topes, y me suplicó que la volviera
admitir en la única casa del mundo a la
que podía llamar hogar. En fin, que me desarmó y la recibí como al Hijo
Pródigo; bueno, a ella y a Perry que, tan pronto le dieron las vacaciones, vino
a estar con su madre y aquí pasó todo el tiempo. ¡Pobre hijo, es bueno y
educado; me trataba como si fuera su abuela y quería muchísimo a su madre… y
ella a él! Bien, estoy cerrando el círculo. Con rodaje y sin rodaje, estaba muy
nerviosa, dormía mal, tenía raptos violentos de ira. Los medicamentos apenas le
hacían nada, suponiendo que tomara los que debía. Cuando dábamos lecciones, por
así decir, cada vez era menos capaz de aprender los diálogos y recitarlos con
la debida claridad y pausa.
“Y así llegó el día 9. Pasó todo el día especialmente agitada,
desvariando, quejándose del estómago e imaginando que no iba a poder dormir en
toda la noche. Desgraciadamente yo tenía que salir esa tarde y no regresé hasta
la hora de cenar. Está claro que Anna llamó a Spritzler de forma tan alarmante,
que el doctor se presentó en casa en seguida. Habló de tranquilizarla con un
específico que hasta ahora no había usado y le puso una inyección del mismo. Se
la puso estando ella echada en su cama y le recomendó que se quedase acostada,
procurando relajarse. Se marchó, diciéndole a Veronica que no se preocupara de
darle la cena y que la dejase descansar, que era lo que más necesitaba. Así lo
hicimos y Veronica marchó después de dejarme preparada la cena. Antes de tomarla,
me asomé a su cuarto y me pareció que dormía de lado o boca abajo, pues su
melena suelta le tapaba la cara; así que no la molesté, como el médico había
ordenado. A la mañana siguiente, a eso de las nueve volví a entrar y al no
reaccionar a mi saludo ni moverse el absoluto, comprendí que algo grave pasaba.
¡Y tanto! Como que estaba muerta. Llamé a Norma y al Doctor, que vino en
seguida y confirmó el fallecimiento. Bajó a llamar a la Policía, momento que yo
aproveché para retirar de la mesilla todos los frascos y tubos de medicinas,
y colocarlos sin orden en el armario del baño, junto a otros medicamentos. Seguidamente,
presa de indignación por la afluencia de periodistas y para evitar el
escándalo, tiré todo por el retrete. Ahora ya sabes lo que hice y por qué lo hice,
aunque reconozco que fue un error que podría costarme caro si se enterase la
Policía. Además, no ha servido de nada pues casi todos opinan que ha sido un
suicidio.
“Te juro que no toqué ni retiré nada más. ¿Nota de suicidio, de esas de Señor Juez, etc., etc.? No había nada,
puedes creerme. No soy quien para opinar pero tengo para mí que Spritzler se
equivocó con el fármaco o con la dosis y la pobre Anna ya no se despertó más. Y
¿sabes una cosa? Tal y como estaba, una muerte así, rápida y sin dolor, es lo
que en el fondo todos habríamos deseado para ella. Claro que todavía era muy
joven y muy guapa, y que la esperanza es lo último que se pierde, pero yo
comparto lo que le oí decir más de una vez: que la vida ya no tenía nada que
ofrecerle; nada bueno, se entiende. Pero de eso a quitársela, va un largo
trecho. ¿No te parece? Y yo no creo que lo recorriera.”
***
En la redacción
del Pacific repasamos Pulitz y yo las copiosas notas que
anteceden. Aquel pareció satisfecho pues, según su opinión, había sacado a
Helena todo cuanto se podía esperar, y coincidía con las referencias de Marisa.
Antes de vérmelas con el doctor Spritzler, Alex me sugirió esperar a que Marisa
nos informara de lo que le había dicho a ella. En cambio, indicó:
-
Veronica,
la empleada de confianza de Helena, no se llevaba nada bien con Anna Maria y,
cuando estuve en la casa el otro día, me pareció que tenía ganas de contarme algo. Naturalmente, no lo va a hacer
estando su señora revoloteando. ¿Por qué no la telefoneas y quedáis?
-
Mejor
lo haces tú, que la conoces. Yo te acompañaré en la entrevista.
Así lo hizo y quedamos un jueves que libraba por la tarde. En una grata
confitería a la francesa del Olympic Boulevard, Ventura fue llevando a la nada
escurridiza Veronica al terreno de la maledicencia, para el que estaba
especialmente bien dotada:
-
Usted
sabe, Alex, que yo por mi señora hago lo que sea; pero, precisamente por ello,
no podía aguantar la presencia de la señorita
Pierangeli en casa. Era increíble cómo trataba a Mistress Sorrell cuando se
ponía histérica, cosa que sucedía a cada poco: La zarandeaba, la insultaba y
-aún peor- tiraba al suelo lo primero que tenía a mano, incluso muebles. ¡Sabe
Dios la de tazas, vasos y adornos que rompería durante el tiempo que estuvo con
nosotras!
-
Más
o menos -repuso Ventura-, ya estamos enterados de los impulsos violentos de
vuestra huésped, como también de los esfuerzos que hicisteis por atenderla y
cuidarla. Lo que más nos interesa es lo que pasó en su último día de vida.
¿Cómo estaba ella?
-
¡Uf!
Estaba agitadísima: Que si no había dormido nada por el calor; que si estaba al
caer una entrevista de trabajo muy importante y no era capaz de tranquilizarse;
que si le dolía mucho el estómago… La verdad es que no la hacíamos mucho caso
porque, más o menos, llevaba unos días igual. Por fin, se quedó traspuesta después
de comer un puré y un poco de fruta. Mi señora salió a hacer algo inaplazable,
dejándome al cargo. Al despertar, Anna volvió a las andadas, de tal forma que
hubo que llamar al doctor Spritzler.
-
¿Quién
lo llamó?
-
Se
lo sugerí yo pero la llamada la hizo ella. Le pidió que viniera a verla con tal
insistencia, que el bueno del Doctor apenas tardó una hora en llegar. Cuando
vio cómo estaba -poco menos que desvariando y muy agitada-, dijo algo de
ponerle una inyección. Para ello, fueron al dormitorio y yo no los acompañé,
por decoro. Pasé a la cocina y preparé té para obsequiar al médico, dada la
hora.
-
¿Qué
hora era?
-
Sobre
las cinco y media. Lo que pasa es que se demoraron un buen rato y, al salir, el
Doctor dijo que no podía detenerse más, que tenía todavía trabajo. Serían las seis
y cuarto cuando marchó, aconsejándome que la dejásemos descansar y le
avisásemos si volvía a excitarse. La Señora, al llegar, fue a verla y la creyó
dormida, pese a lo cual, para mayor seguridad, me mandó que pasara a la
habitación y me quedase un rato vigilando. Todo estaba tranquilo y así siguió
hasta las ocho, cuando ya no tuve más remedio que marchar a mi casa. Supongo
que, a partir de entonces, doña Helena, tampoco apreciaría nada extraño ni
alarmante hasta por la mañana.
-
Perfecto,
muchas gracias -dijo Pulitz-. Tomemos
los crêpes antes de que se enfríen y
luego te haré algunas preguntas concretas, para aclarar nuestras dudas.
***
-
Si
te parece, Veronica -reanudó Alex-, hablemos un poco del doctor Spritzler, Ramon para abreviar. ¿Qué relación tenía
con Anna Maria? Hay quien dice que estaban liados.
-
Yo
no llegaría a tanto, aunque comprenderá que mi conocimiento es bastante
limitado. Sí que se notaba que estaba colado
por ella. Era muy difícil no caer en los lazos de la señorita: tan guapa, tan tierna, tan necesitada de ayuda, pero no
vayan a engañarse. Era una actriz en el sentido vulgar de la palabra;
haciéndose la dulce, la mártir pero, en el fondo era una coqueta, una descarada
y, si estaba tan mal, era porque no quería cuidarse y no hacía caso de médicos
ni de nadie. Pero, a lo que iba, ella le bailaba el agua y al él, que le
llevaba casi veinte años, se le caía la baba y se desvivía por atenderla y
cuidarla. Le cambió la medicación; la visitaba un día sí y otro no; la mandaba
a otros especialistas como favor personal…
-
¿A
otros médicos? -me atreví a interrumpir-. ¿Podrías decirnos el nombre de
alguno?
-
De
uno sí que me acuerdo porque tenía un apellido muy simpático: Pops[47].
Fue a verlo por sus problemas de estómago y volvió encantada, aunque no le
sirvió de mucho.
-
Bueno,
dejemos ya a los médicos y pasemos al último punto, dijo Pulitz. ¿Crees de verdad que Anna Maria sentía deseos de morir?
-
Sobre
eso, no tengo ninguna duda, contestó con absoluto aplomo. Claro está que de una
cabeza así salen muchas insensateces y cambios de opinión, pero estoy cansada
de escucharle cosas como que tenía un miedo horrible a envejecer, o a llegar a
los cuarenta[48], que
para ella parecía ser lo mismo. Fíjate,
Helena -le oí una vez-, en toda mi
vida solo han apreciado mi físico, no mis cualidades de actriz. ¿Qué trabajo me
van a dar cuando se marchite mi belleza?
-
Eso
es un poco impreciso, Verónica -agregó Ventura-. ¿No le escuchaste algo más
concreto?
-
No
sé -vaciló-. También decía que no podía querer a nadie; que el amor había
quedado atrás, que había muerto en no sé qué coche[49];
que se encontraba muy sola y que le gustaría encontrar la paz y reencontrarse
con su padre y con Jimmy de nuevo.
-
Esto
último ya es algo, valoró Alex. Si tuviéramos algún testigo más…
-
Si
no le basto yo -replicó algo molesta-, se lo puede confirmar Fred, que le
escuchó algo muy parecido hace unos días.
Abrimos los ojos como platos y quedamos pendientes de Veronica, con
nuestros troncos inclinados hacia ella. Aclaró:
-
Es
camarero en una coctelería que frecuentaba la señorita en el bulevar de Santa Mónica. Al enterarse de su muerte,
se pasó por casa para mostrar sus condolencias. Lo atendí yo y, entre triste y
reservado, me dijo: Se habrá suicidado,
claro. Y quizá podría haberlo impedido yo si se lo hubiera tomado en serio.- ¿A
qué te refieres?, le pregunté. Y él: Hace
unos quince días, estando ya bastante bebida, me pidió una copa más. Me quedé
dudando de servírsela o no, y ella insistió: Fred, dame otra copa porque quiero
ver a mi Jimmy y, si estoy serena, no puedo verle. Creo que un día de estos me
reuniré con él.
-
Y
ese camarero, ¿es de confianza?, tercié yo.
-
Desde
luego, contesto Veronica. El bar está muy cerca de casa y Anna lo frecuentaba
sola. Luego, según como estuviera, regresaba andando o en taxi. Ya ve, un
dispendio grande, estando tan corta de fondos. Como lo de haberle regalado un
coche a Perry cuando le pagaron el rodaje de la película esa del hombre-pulpo[50].
Miré de reojo a Pulitz y me
pareció muy interesado en lo que acababa de oír. No obstante, se hizo el
desentendido y pidió pruebas directas:
-
Esto
quedará entre nosotros, Veronica. Ya sabes que Helena, al llegar la policía,
retiró algunas cosas de la mesita de noche…
-
Las
medicinas, y las fotografías de la cómoda, respondió la asistenta.
-
¿Fotografías?,
¿qué fotografías?
-
La
del padre de la señorita y la del
famoso Jimmy. Según dicen, iba a todas partes con ellas.
-
Bien
-prosiguió Ventura-, medicinas y fotos. ¿No retiraría ella, o tú, alguna otra
cosa, aunque fuera por simple inadvertencia?
-
¿Cómo
qué?
-
Papeles,
notas, alguna carta…
-
Ya
le entiendo -sonrió la mujer-: de esos que empiezan por Señor Juez… Rumores ha habido, pero le puedo jurar que yo no…
¡Bastante me habría importado que hubiese un escándalo! Ella se lo habría tenido merecido. De mi señora no puedo decir otro
tanto. Parecía la madre de la señorita.
Pero no puedo afirmar ni negar. Nada he visto ni oído. Y, después de todo, ¡qué
más dará! Nadie la mató, y punto. Si fue accidente o suicidio, o si reventó por
atracarse de pastillas, ¡allá cuentos! Ya acabó de sufrir ella… y los demás a
causa de ella.
***
Me pareció que Alex empezaba a perder
fuelle e interés por el tema que teníamos entre manos. No se molestó en que
buscáramos al camarero Fred, ni -lo que era mucho más llamativo- aceptó que molestásemos al amoroso doctor
Spritzler, Ramon para los amigos.
Claro que esto último lo explicó a su modo:
-
Tenemos
lo que, de manera coincidente, nos han contado de él Helena y Veronica.
Tendremos, en cuanto queramos, el informe que ha debido mandar a la oficina del
forense, como médico responsable de la finada. Y, a mayores, tenemos esto.
Sacó de un cajón de su mesa de despacho un sobre abierto, con una
cuartilla manuscrita en su interior. Explicó:
-
Me
lo ha hecho llegar Marisa al periódico por un recadero esta mañana, antes de
marchar para Francia con su madre y el cuerpo de Anna Maria. Verás que la
frágil y tímida hermana menor tiene mucho genio cuando se enfada. Saca una
xerografía y me devuelves el original.
La nota de Marisa decía lo siguiente:
Amigo Alex:
Como te había anunciado, tuve
con Ramon Spritzler una entrevista en casa de Helena. Procuré que me dejaran
sola para que tuviéramos mayor libertad de expresarnos. Del humor con que
estaba te puede dar una idea que lo recibí en la cocina, en vez de en el salón.
El tipo es muy escurridizo y las explicaciones que me dio sobre la inyección y
su espantada posterior fueron totalmente insuficientes. Desde luego,
confirmaron plenamente la impresión del forense, sobre el shock anafiláctico y
la posibilidad de que Anna aún estuviera viva si él hubiese controlado personalmente
el riesgo de una reacción alérgica a la compazina, ya que era la primera vez
que mi hermana la recibía.
Cuando no pude más fue al
escucharle, medio lloroso, que cómo podía achacarle falta de interés y de
atención, siendo así que estaba enamorado de ella. Esa disculpa de amor,
absurda a todas luces -cuanto más quieras a alguien, más tendrás que
preocuparte de él-, me indignó. Me puse en pie; le dije a gritos que si me
tomaba por estúpida; le llamé incompetente, mentiroso y muchas otras cosas
peores. Acabé echándolo de casa por la puerta de servicio. El tipo parecía no
querer marcharse sin que yo lo comprendiera y
estuvo en las escaleras varios minutos disculpándose, pero yo no lo dejé volver
a entrar. Cuando me pareció, le dije que ya tendría noticias mías y le di con
la puerta en las narices.
Es muy probable que, después
de lo que te he contado, entiendas que vamos a ir por el Doctor en los
tribunales, pero no estoy decidida a ello. Tendré que discutirlo con mamá y con
mi marido Jean Pierre, pero, en principio, creo que no estamos para meternos en
más gastos ni más sufrimientos. Ese tipo no es un mal médico, está casado y con
hijos y, más o menos, estaba enamorado de Annarella -de
eso no me cabe duda- y también habrá tenido su escarmiento moral. Lo
verdaderamente importante es que descartemos ante el mundo la idea de que mi
hermana se suicidó. Y para eso no creo necesario implicar a Spritzler y
meternos en pleitos que a saber cómo acaban.
De modo que seguid con
vuestras investigaciones y tenedme informada de ellas. Y, si tú juzgas
imprescindible apretarle las tuercas al torpe doctor enamorado,
escríbemelo.
Sabes que tienes una amiga
constante y agradecida en
Marisa Pierangeli.
5.
La Medicina no es una ciencia exacta
El doctor Pops[51]
me citó en su despacho de profesor en la UCLA, lo que me dio pie, dada la
rivalidad entre universidades, para comenzar con una broma:
-
Espero
que me trate bien, aunque sea un troyano[52].
No me siguió la
humorada y me dijo muy serio:
-
Supongo
que habrá traído usted la autorización de la familia pues, en otro caso, no le
informaré de nada en absoluto, debido al secreto médico.
Tiré de poder
notarial y el doctor -todavía joven, como de unos cuarenta años- se explicó,
aunque de forma resumida:
-
Atendí
a la señora Pierangeli a finales de julio, a petición de mi colega, su médico
de cabecera, el doctor Spritzler, debido a que la paciente venía sufriendo
náuseas y dolores estomacales. Aprecié en ella una hernia de hiato, ya
diagnosticada de antiguo, así como dispepsia y probable principio de úlcera
duodenal. Ante todo ello, le aconsejé reducir en lo posible el consumo de medicamentos,
fijé una dieta de alimentos fácilmente digeribles y prescribí Donnatal Elixir,
mientras siguiera padeciendo espasmos e irritación gastro-intestinal. La señora
no volvió a visitarme pero a través del doctor Spritzler he tenido referencias
de que el cuadro clínico no mejoró apenas.
-
Tengo
entendido, doctor, que el Donnatal contiene cierta cantidad de barbitúricos. Lo
digo porque en la autopsia se apreció una ligera intoxicación por ellos.
-
En
efecto. El Donnatal contiene pequeñas cantidades de alcaloides de belladona y
de fenobarbital; en cualquier caso, se trata de dosis muy pequeñas y que no
presentaban contraindicaciones con los otros fármacos que tomaba la paciente,
según el informe que me hizo Spritzler.
-
¿Cabe
la posibilidad de que Anna Maria se excediera en el consumo del Donnatal,
respecto de lo que usted le había indicado?
-
Yo
prescribí una cucharadita con cada comida y le di receta para dos frascos
solamente. Como es un específico que requiere presentar prescripción médica,
veo difícil que mediase abuso, a no ser que otro doctor le extendiera nuevas
recetas.
-
Perfecto.
¿Hay algo más que considere oportuno indicarme?
-
Simplemente,
que no me extraña que no cediera el cuadro con el tratamiento. Todos esos
síntomas podían perfectamente ser somato-psíquicos y, de no evitar los factores
de estrés, difícilmente funciona bien el aparato digestivo; tanto más, cuanto
que la señora Pierangeli estaba muy medicada. Lo extraño es que no hubiese
afectación del hígado y los riñones; claro que todavía era una mujer joven.
***
La investigación
oficial sobre la muerte de Anna fue laboriosa. Aunque en 48 horas estaban
hechas la autopsia y las conclusiones de los forenses, la cosa debió de
complicarse por causa de las elucubraciones de los periodistas y de la fama de
la difunta. Los médicos encargaron nuevas pruebas e investigaciones
complementarias. Total, que no se tuvo todo el estudio hasta primeros de
noviembre, casi dos meses después del óbito[53].
Primera página del informe final de autopsia de Anna Maria Pierangeli
Yo ya estaba en
ascuas pues veía venir el final de mi beca sin haber ultimado el informe que Pulitz me había encargado. Entre tanto,
fue él quien me acogió bajo su directa protección y enseñanza. Decía que lo que
no se aprendiese como adjunto a un redactor jefe no merecía la pena saberlo. Y
además -añadía- yo ya estaba en condiciones de darle cien vueltas al jefe de la
sección de sucesos y tribunales, que habría sido la escogida por mí para las
prácticas trimestrales.
A falta de nuevos
materiales de reflexión, fui poniéndome al día sobre la función y
contraindicaciones de los fármacos que más habían tenido que ver con la muerte
de Anna Maria. Así podría entender el galimatías de los forenses y discutir sus
conclusiones, si había motivo de ello. Y, para desengrasar de tanta farmacopea, me dediqué a leer acerca de la
carrera cinematográfica de la finada, que desconocía casi por completo. Claro está
que no voy a importunarles con mi actual erudición al respecto, pero sí quiero
transmitirles mi sorpresa cuando percibí que su carrera se había iniciado bajo
el signo del suicidio. No en vano las dos películas de adolescencia, rodadas
por ella en Italia, tenían como argumento el suicidio por inmersión de la
protagonista, sus causas y la necesidad de evitarlo[54].
Y una de sus mejores participaciones en el cine americano también se iniciaba
con la salvación de la protagonista de un suicidio de la misma clase[55].
Si tragar tanta agua sirvió para que Anna trivializara o internalizase la idea
del suicidio o si, por el contrario, la llevó a huir de él como de un mal
reprobable y casi experimentado en la
escena, es cosa que habré de callar, dado que mi papel de investigador no
estaba marcado con el sello de la libertad, sino del encargo.
***
Para reconocer
limitaciones, pero también para justificar sus errores, dicen los médicos que
la suya no es una ciencia exacta. Esto quedó demostrado en su análisis de las
causas del fallecimiento de Anna Maria. Lo que, en un principio, se definió
como una sobredosis de barbitúricos
-favoreciendo así la tesis periodística del suicidio-, pasó luego a calificarse
de shock anafiláctico, es decir, una
alergia medicamentosa, que ponía contra las cuerdas al doctor Spritzler, como
inmediatamente asumió la familia de la difunta. Y, cuando se tuvieron todos los
análisis e investigaciones ulteriores, los forenses concluyeron que la causa
principal de muerte había sido una insuficiencia
cardiaca aguda, derivada de una miocarditis inespecífica, focal y difusa,
lo que era tanto como atribuir la muerte a una previa dolencia de corazón de
Anna. El sumario anatómico del
informe final, datado el 3 de noviembre de 1971 -con previos estudios de 11 de
septiembre y 29 de octubre del mismo año- era todo un ejemplo de eclecticismo
no comprometido[56], ya que
como causa de la defunción se indicaba -como ya he apuntado- insuficiencia cardiaca aguda y miocarditis focal y difusa no específica.
A su vez, tales causas últimas se consideraban debidas a circunstancias médicas
apreciadas en la autopsia y análisis ulteriores, o bien a datos aportados por
la Policía, que se calificaban como históricos.
Dichos datos o circunstancias eran los siguientes:
-
Fatiga
extrema -que desconozco con qué base se trajo a colación en este caso-.
-
Parcial
obstrucción de las vías respiratorias externas por el cabello y la ropa de cama
-dudosa, pero sí basada en ciertas manifestaciones-.
-
Mínima
miocarditis inespecífica a nivel microscópico.
-
Congestión
y edema pulmonar vascular.
No hacía falta ser
un águila de la Medicina para concluir que dos adjetivos -que por eso los he
subrayado antes- desvirtuaban por completo la relación de la muerte con la
intoxicación o sobredosis de barbitúricos y con una miocarditis anterior: ligera y mínima. No eran valoraciones médicas, sino policiales, las
relativas a la fatiga -que carecían de todo fundamento- y a la obstrucción de
vías respiratorias -que, a mayores de ser solo parcial, no se habría producido sin una previa y total pérdida del
conocimiento-. ¿Qué quedaba, según eso, como decisivo, o como significativo,
cuando menos? Pues la congestión y el edema pulmonar vascular[58].
Pero esos son síntomas inequívocos del shock anafiláctico, es decir, de la
alergia grave al medicamento que inyectó a Anna Maria el doctor Spritzler a
última hora de la tarde del 9 de septiembre.
Dicho medicamento
había sido la Compazina, que hasta
entonces nunca se había aplicado -que se sepa- a la Pierangeli; desde luego,
era la primera vez que lo hacía dicho doctor. El médico reconoció, tanto de
palabra, como en informe por escrito a los forenses, que se lo había inyectado
para calmar la agitación y los desvaríos que padecía su paciente. El inyectable
era de los de 10 miligramos -lo había también de cinco-. Pues bien, veamos tres
objeciones muy serias a la decisión del doctor o, cuando menos, a que no
implantara un cuidado y control inmediato del estado de Anna, tras inyectarla:
-
Compazina[59], según los propios laboratorios que
la fabricaban[60], era un
específico indicado para combatir náuseas, vómitos y vértigos severos. Para
combatir la ansiedad o la agitación, no es recomendable la Compazina, debido a los riesgos de su administración en estos
casos, siendo las benzodiacepinas las sustancias preferidas por los médicos en
general.
-
Compazina es incompatible con el consumo de
alcohol, barbitúricos y narcóticos. Precisamente, Anna Maria era un caso
paladino de tales consumos, como su médico de cabecera conocía sin duda
ninguna.
-
Compazina produce frecuentes reacciones
alérgicas que, en los casos más graves y menos frecuentes, ocasionan síndrome
neuroléptico maligno y muerte. Los casos de muerte suponen alrededor de un 8,5
por mil de los estudiados en los Estados Unidos, siendo la muerte el noveno
efecto secundario negativo del medicamento por su frecuencia estadística.
El estudio
médico-forense tenía una importantísima conclusión, aunque fuese negativa: No
se encontraron en el hígado de Anna Maria rastros de las fenotiazinas que
contenía la inyección de Compazina.
¿Cómo era ello posible, dado que la inyección se le había aplicado
efectivamente? Pues porque la muerte fue tan rápida, como para que el
específico ni siquiera se metabolizara, pese a la difusión relativamente rauda
del contenido de las inyecciones intramusculares. En consecuencia: el
fallecimiento siguió rápidamente a la inyección. Anna murió muchas horas antes
de que se percatara de ello Helena en la mañana del día siguiente. Y, a su vez,
si el doctor hubiese controlado la situación, en vez de marcharse acto seguido,
habría podido hacer algo -tal vez, mucho- por salvar la vida de su amada
paciente.
En definitiva, en
el informe que entregué a Alex, junto a una copia completa de los estudios
forenses -que me dieron como apoderado de la familia de la finada-, dije:
Sin
necesidad de acudir al cómodo expediente de la duda, entiendo que se puede
descartar la tesis del suicidio y mantener como poco discutible la de la
alergia medicamentosa aguda a Compazina.
La inyección de dicho medicamento estaba totalmente contraindicada en este
caso. Y, en último extremo, los riesgos de aplicar dicho fármaco por primera
vez a una paciente aconsejaban de modo vehemente mantener sobre la misma una
vigilancia médica estrecha, lo que no se hizo.
Pues bien, pese a
mi trabajo y sugerencias, ni Marisa ni su madre decidieron proceder contra el
doctor Spritzler. Tampoco Alex me autorizó a publicarlo, a no ser que lo
hiciera como un caso clínico anónimo, en alguna revista especializada. Yo me
enfadé:
-
Entonces,
¿dejarás que Anna siga pasando por una suicida a los ojos del mundo?
Alex sonrió con lo
rimbombante de la forma de mi pregunta. Luego, con esa gramática parda que dan
los años y las experiencias, contestó:
-
Amigo
Stu, cuando los medios informativos sostienen como verdad una realidad
dramática y truculenta, no hay quien revierta la situación, ni haga
reconsiderar a los informados. En lo
de ahora, no quieras revolver más en la basura en contra del deseo de los más
afectados. Para tu porvenir, ten en cuenta el ejemplo y procura estudiar primero
y hablar o escribir después…, si tus jefes te dejan.
Y así quedó la
cosa…, hasta ahora. Espero que sean ustedes mejores que los gaznápiros que, generación tras
generación, han sostenido que Anna Maria Pierangeli se suicidó. Aunque, por
otra parte, ¿y qué, si lo hubiera hecho?[61]
Firma autógrafa de Pier Angeli
[1]
Siglas de Universidad del Sur de California, centralizada en la zona de Los
Ángeles, que mantiene notable rivalidad con la UCLA (Universidad de California
en Los Ángeles). Fue fundada en 1880 y sus alumnos reciben el apodo de troyanos.
[2] Se trata de un periódico angelino ficticio,
por más que el nombre coincida con el de un diario real, que circuló en Los
Ángeles entre 1849 y 1851.
[3] Se trata del co-protagonista de mi relato Robin Hood en la Ciudad Universitaria,
publicado en este blog dentro de la etiqueta de cuentos policiacos y de misterio.
[4] Exactamente, la Gould School of Law (USCG), fundada
en 1896 e incorporada a la Universidad en 1900.
[5]
Posteriormente se suprimió la pena de muerte en California. Con anterioridad,
una apelación le había conmutado la pena de muerte por la de cadena perpetua
sin posibilidad de condena condicional. James Manson murió en prisión a los 73
años de edad, en 2017.
[6] Como es notorio, se trata del premio más
honroso que puede recibir un periodista de un medio informativo norteamericano.
Los Pulitzer vienen concediéndose
desde 1917.
[7] Más detalles, en mi relato citado en la nota
3. En el capítulo 6 del mismo, el editor no sabía por qué no se había publicado
el reportaje con pelos y señales. Ahora ya tenemos una idea de los motivos.
[8] Estas operaciones militares abarcaron el
periodo entre finales de enero y comienzos de junio de 1944.
[9] El desembarco en Anzio y la táctica
conservadora que lo siguió han sido habitualmente calificados como el mayor
fiasco de la poco brillante campaña aliada para conquistar Italia pero, como
casi siempre sucede, la cuestión es matizable. Véase Basil Liddell-Hart, Historia de la Segunda Guerra Mundial, vol.
II, edit. Caralt, Barcelona, 1991, pp. 139-155.
[10]
James (Byron) Dean (1931-1955), joven y exitoso actor, falleció víctima de
accidente de circulación el día 30 de septiembre de 1955, a los 24 años de
edad.
[11] Los grados Fahrenheit (F) se convierten a
centígrados o Celsius (C) restando 32, multiplicando por 5 y dividiendo por 9.
Según eso, 100o F equivalen a casi 38oC y 106oF
suponen algo más de 41oC. La ola de calor había empezado en el mes
anterior, agosto, llegando en treinta y cuatro días seguidos a temperaturas por
encima de los 90oF (algo más de 32oC), lo que constituyó
un récord histórico para Los Angeles.
[12]
Pier Angeli (Anna Maria Pierangeli)
-1932-1971-, actriz de cine, activa entre 1949 y 1971. Los estudios
Metro-Goldwyn-Mayer dividieron su apellido para formar el nombre artístico que,
tanto en inglés como, sobre todo, en italiano parecía referirse a una persona
de sexo masculino.
[13] Se trata de Al este del Edén, Rebelde sin
causa y Gigante, rodadas en 1954
y 1955, bajo la dirección, respectivamente, de Elia Kazan, Nicholas Ray y
George Stevens.
[15]
Hedda Hopper (1890-1966), actriz y periodista (en particular, sobre cotilleos
de Hollywood). Se incorporó a la plantilla de Los Angeles Times en 1938, con un éxito popular extraordinario.
[16]
Pier Angeli, en sus orígenes, fue llamada por algunos la pequeña Garbo. Aunque las
comparaciones sean odiosas, creo que las que se le hicieron con otra sueca
(Ingrid Bergman) o con su casi coetánea, Audrey Hepburn, fueron más acertadas.
[17]
La película Teresa (Fred Zinnemann,
1950), con protagonismo femenino de Pier Angeli, se estrenó en Nueva York en
abril de 1951 y obtuvo un considerable éxito de crítica y público (para un
presupuesto algo superior a los 600.000 dólares, recaudó más de 1.700.000).
[18]
En aquellas fechas de 1951, Alexander G. Ventura, alias Pulitz, estaba viudo.
[19]
Helena Sorrell había nacido hacia 1899 y alcanzó su mayor fama como profesora
particular de arte dramático de Marilyn Monroe. Algunas fuentes escriben su
apellido con una sola erre: Sorell.
[20]
Como se sabe, Polaroid fue la primera
marca importante en incorporar el revelado exterior y casi instantáneo. En 1965
comenzó la producción del modelo Swinger,
que se vendía a 19,95 dólares.
[21]
James Dean niño era cuáquero. El repugnante pastor
ha sido identificado como el metodista, James DeWeerd.
[22]
La hermana gemela no idéntica de Anna María (nacida veinte minutos después que
esta) se llama Maria Isabella (Marisa)
y ha sido exitosa actriz de cine y televisión con el seudónimo de Marisa Pavan.
Actualmente (2018) vive en Francia, su País de adopción.
[23] Vito Rocco Farinola, conocido como Vic Damone
(1928-2018), afamado cantante y actor ocasional, fue el primer marido de Pier
Angeli, con quien contrajo matrimonio el 24 de noviembre de 1954, separándose
en agosto de 1958 y divorciándose en diciembre de 1959. Su hijo común, Perry,
nació en agosto de 1955, falleciendo de cáncer en diciembre de 2014.
[24]
Se trata de I moschettieri del mare,
dirigida en 1962 por Stefano Vanzina, conocido por Steno.
[25]
Acotación destinada a hispanohablantes. Sabido es que en inglés no existe esa
distinción.
[26] Del
contexto se deduce que era uno de los periodistas del Pacific News de la sección de sucesos.
[27] Divorcio de su segunda esposa, Judith Rawlins
(1936-1974), actriz de televisión con la que tuvo tres hijos. El divorcio no se
consumó hasta junio de 1971. Judith falleció a los 37 años por una sobredosis
del fuerte analgésico Darvon, que le
había sido recetado contra sus graves dolores de columna. Aunque se habló de
suicidio, la investigación oficial decretó muerte
accidental.
[28] Alusión a Sidney Cooperman, hombre de
negocios y buen amigo de los Talianos,
actores y gentes del espectáculo comprometidos con llevar una vida digna y
ayudar a los niños con problemas de salud mental.
[30] Alusión a Macdonald Carey (1913-1994), actor
de cine y televisión. A la sazón, residía en Malibu con una buena amiga de Pier
Angeli y del doctor Spritzler, Norma Eberhardt (1929-2011), también actriz.
[31] Diplomático, periodista y escritor
franco-iraní (1933-2008), cuyo verdadero nombre era Freidoune.
[32] Hermano de Paul Kohner, cabeza de la famosa
agencia de colocación de actores de Hollywood, Paul Kohner Agency.
[33] Se trataba de El Padrino -Primera Parte-, que se rodó entre marzo y agosto de
1971 y se estrenó en marzo de 1972. Pier Angeli no consiguió ningún papel, pese
a intentarlo. En cambio, Vic Damone tuvo a su disposición un importante papel
secundario, que no aceptó por temor a la Mafia. Marlon Brando, amigo de
juventud de Pier Angeli, parece que no recomendó su contratación.
[35] Alusión a la actriz y cantante, Debbie
Reynolds (1932-2016), que pasa por haber sido la mejor amiga de Pier Angeli.
[38] Raymond (Ramon)
J. Spritzler (1914-1978), médico internista formado en Filadelfia y colegiado
en California desde 1945. Viudo de su primera mujer, se hallaba a la sazón
casado en segundas nupcias con Leigh Rose. Tenía tres hijos entre sus dos
matrimonios. Médico de renombre, en 1970 había formado una sociedad (Ramon J. Spritzler, M.D., Inc.) para
administrar su cartera de valores.
[39]
Richard Nixon y Henry Kissinger, entonces y respectivamente, Presidente y
Consejero Nacional de Seguridad de los Estados Unidos.
[42]
Se trata de Addio, Alessandra,
dirigida por Enzo Battaglia en 1969. Para vergüenza de Pier Angeli -que había
solicitado de los productores no la distribuyesen en los Estados Unidos-, se
estrenó tardíamente en California (junio de 1971), precisamente cuando estaba
en relaciones con el rico empresario citado supra,
en la nota 33. En Estados Unidos la película llevó el nombre muy explicito de Love me, love my wife.
[43] Véase
la nota 34.
[44] Se
alude al médico citado en la nota 38.
[45] Vid. supra, nota 33.
[47] Entre
otros muchos significados de la palabra pop,
en plural -pops- y en inglés de
Estados Unidos, es sinónimo de los coloquiales hispanos papi, papá o viejo.
[51]
Martin A. Pops, médico formado en la UCLA (Universidad de California en Los
Angeles) y en la Pritzker School of Medicine de Chicago;
especialista en Medicina Interna, en particular, del aparato digestivo. Tuvo
consulta en Los Ángeles entre 1961 y 2014, en que causó baja en el Colegio de
Médicos angelino.
[53] El expediente de Anna Pierangeli lleva el
número 71-9669 del Department of Chief
Medical Examiner-Coroner de Los Angeles, California.
[54] Las películas se titulan en italiano Domani è un altro giorno (estreno,
septiembre de 1950) y Domani è troppo
tardi (estreno, enero de 1951), dirigidas ambas por Leonide Moguy y con
protagonismo femenino de una Anna Maria Pierangeli de 17/18 años de edad.
[55]
Se trata del episodio Equilibrio,
tercero de la película Tres amores,
dirigida en 1953 por Vincente Minnelli y Gottfried Reinhardt, con Kirk Douglas
como partenaire de Pier Angeli.
[56]
El informe definitivo aparece firmado por el coroner -forense- delegado, E.B. Weissburd. No obstante, en la
primera página del informe puede leerse per
Dr. Katsuyama.
[57] El
análisis del hígado de Anna Maria arrojó una cantidad de 0,4 mg por ciento.
[58]
Es probable que Anna Maria tuviera de antemano una cierta retención de líquidos
pues el dato de peso de la autopsia (125 libras) parece elevado para una mujer
de complexión menuda y 62 pulgadas de estatura. En sistema métrico decimal,
esos datos equivalen a 56,7 kg y 157 cm.
[60] Laboratorios Smith, Glaxo & Kline. Seguimos los informes de dichos
laboratorios también en los dos párrafos siguientes.
[61]
La fuente más completa acerca de la vida de Anna Maria Pierangeli es la
siguiente biografía autorizada por la
familia: Jane Allen, Pier Angeli. A
fragile life, edit. McFarland, Jefferson (USA), 2002. Es un libro bastante
corto, muy grato de leer, con el que este relato mío tiene contraída una importante
deuda de gratitud.
Excelente reportaje
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