Cuando las palabras
mataban
Por Federico Bello
Landrove
Se puede morir por las
ideas pero nunca matar por ellas.
Melchor Rodríguez García (1893-1972)
¡Cuántas veces las palabras matan! Pero en pocas ocasiones de manera tan
literal y frecuente, como en las guerras[1]. Escribo pegado a una realidad que acaeció en Sigüenza y Guadalajara,
entre julio y diciembre de 1936. Con todo, este no es un ensayo histórico, sino
una elaboración literaria muy cercana a la realidad.
1.
Los protectores del Señor Obispo
Santiago y Santa
Ana tendrán, si acaso, apuntados los nombres de quienes urdieron esta añagaza.
Lo digo porque los hechos sucedieron los días 25 y 26 de julio, en los que se
celebran las solemnidades de dichos santos. En cuanto al año, como en todas las
demás fechas de este relato, fue el de 1936. El lugar, la ciudad de Sigüenza, a
la que algunos atribuyen en aquel entonces notable valor estratégico, en tanto
otros le asignan un significado meramente propagandístico, como sede episcopal
y ciudad levítica por antonomasia[2].
En cualquier caso, una vez dominada la sublevación militar en Guadalajara, las
milicias de la zona se apresuraron a tomar posesión efectiva de la ciudad
seguntina, para lo que no tuvieron dificultad ninguna: la Guardia Civil había
sido llamada para defender la capital provincial[3]
y las fuerzas militares alzadas estaban aún lejos de la Roma de la Serranía.
Al parecer, la
primera fuerza republicana en llegar a Sigüenza fue de la C.N.T.[4],
al mando del respetado dirigente Cipriano Mera[5]
quien, después de haber reconocido las proximidades del frente -en la zona de
Medinaceli- y dar las oportunas indicaciones estratégicas, retornó a
Guadalajara para implementar los medios oportunos. Con todo, otros milicianos
-seguramente, de la comarca o la localidad- se le habían adelantado, a juzgar
por lo que el señor Mera recoge en sus Memorias:
-
El
obispo[6]
ya se encontraba detenido, como pude comprobar, y tuve que cortar de raíz el
conato de un miliciano de matarlo allí mismo, cuando apuntaba a su cabeza con
un arma.
La premura de Mera por llegar a Guadalajara
hace suponer que el episodio del juicio del
obispo, realizado en plena calle[7]
y recogido por numerosos testigos, corriera ya a cargo de la primera verdadera columna en llegar a la localidad, la de
la C.N.T.-F.A.I. al mando del comandante Feliciano Benito[8].
La principal acusación contra el prelado fue la de esconder armas en el Palacio
Episcopal o en el Seminario[9].
Comoquiera que el registro había resultado negativo, quien presidía el acto
despidió al obispo y a sus familiares,
con estas, o parecidas, palabras:
-
Bien,
pueden marcharse, pero que no haya la más mínima resistencia. ¡Ni la más
mínima! Las fuerzas del Gobierno están al llegar y, si hubiera alguna
resistencia, entonces no puedo responder de lo que ocurriría.
Ese mismo día 25
de julio, unas horas después de la columna de la C.N.T., llegó otra del Batallón Pasionaria, formada por
comunistas, al mando del comandante Castro[10].
Conjuntamente, las dos columnas contaban con unos quinientos milicianos.
***
A raíz del
veredicto favorable, el obispo se retiró, con algunos sacerdotes y familiares, al magno conjunto
arquitectónico que formaban el Palacio Episcopal y el Seminario Diocesano. Sin
embargo, bastantes milicianos desoyeron la decisión de libertad de su jefe y
procedieron a seguir a Su Ilustrísima[11]
al interior del edificio, controlando sus movimientos y haciéndole víctima de
diversas vejaciones y amenazas. En vista de ello, al siguiente día, 26 de
julio, aprovechando la distracción de sus vigilantes, muy ocupados en el saqueo
de las dependencias[12],
el obispo y un sacerdote regular, el padre Conceso, se refugiaron en una
habitación disimulada, existente sobre la bóveda de la iglesia del Seminario,
con una mínima provisión de alimentos y agua.
Percatados de la
desaparición del prelado, los milicianos presentes lo buscaron afanosamente e intentaron
con amenazas que otros sacerdotes y empleados del Seminario revelaran su
paradero. Al resultar infructuosa la pesquisa, estuvieron a punto de
abandonarla, con el siguiente o parecido fundamento:
-
Bien,
si está escondido aquí, ya saldrá, o se morirá de hambre.
No hubo que
esperar tanto. Al anochecer del mismo día, un grupo de individuos se presentó
en los calabozos municipales, donde estaban detenidos varios sacerdotes[13],
y -con verdad o sin ella- hicieron alarde ante los milicianos de un mandato
oficial:
-
Nos
envía el señor Ministro de la Gobernación[14]
para proteger al obispo y conducirlo a Madrid. Vienen también para custodiarlo
dos policías.
A continuación, se
dirigieron expresamente a los religiosos, en particular a uno de ellos, el
padre Porras, y le dijeron:
-
Véngase
con nosotros y avísele. Dígale que es usted, que no tema nada, que nos urge que
salga para trasladarle a Madrid y salvarle la vida.
Porras creyó en la
verdad del mensaje y, conocedor como era del paradero del obispo, fue con ellos
hasta la entrada del escondrijo e hizo cuanto le aconsejaban, con insistencia y
-según algunos- con voz suplicante:
-
¡Salga,
Ilustrísima! Soy el padre Porras. No tema nada. ¡Vienen a salvarle la vida!
El obispo y
Conceso salieron cándidamente…
El resto es muerte
y fuego[15].
2.
Con mejor voluntad que acierto
El día 28 de
julio, hacían su entrada en Sigüenza otras dos columnas de milicianos
favorables a la República -que se trasladaron hasta allí por ferrocarril-, con
un total de cuatrocientos a quinientos combatientes, mandadas ambas por el
comandante Martínez de Aragón[16]:
una, de las Juventudes Socialistas Unificadas y otra, del Sindicato de
Ferroviarios de la U.G.T. Por su graduación y la importancia de las fuerzas a
sus órdenes, será el citado comandante quien ejerza teoricamente la jefatura
militar en Sigüenza durante algo más de dos meses, a las órdenes del coronel
Jiménez Orge[17], máxima
autoridad del Ejército gubernamental en la provincia de Guadalajara. Pero en la
práctica, cada fuerza se gobernaba a sí misma, sin reconocer superior en la
ciudad; tanto más, al ir llegando otras unidades, como una de militantes del
P.O.U.M.[18], de
unos ciento cincuenta efectivos, al mando del capitán Francisco Martínez
Vicente.
Los repetidos fracasos
sufridos al tratar de recuperar terreno ocupado por el enemigo y los bombardeos
-tanto por el aire como por la artillería, según el Ejército de los sublevados
iba aproximándose a la ciudad seguntina-, generaron desconfianzas y rencillas
entre las diversas milicias. En algunas ocasiones, los enfrentamientos pusieron
en peligro la vida de Martínez de Aragón, amenazado de fusilamiento por su
evidente moderación para con los civiles tildados de derechistas, así como por
su supuesta ineficacia a la hora de encabezar ataques victoriosos.
Bien fuese por
responder a esas tachas de lenidad, bien indignado por el bombardeo a mansalva
de Sigüenza por la Legión Cóndor[19],
el comandante Martínez de Aragón reaccionó de forma muy vigorosa, contraria a
las primeras sugerencias que recibió para abandonar Sigüenza y acogerse a una
línea de frente más defendible:
-
Camaradas
-dijo a sus hombres-, tenemos el deber de quedarnos aquí, de combatir en la
ciudad, de defenderla calle por calle y, cuando se haya perdido el último palmo
de terreno, nos encerraremos en la Catedral, que es una fortaleza inexpugnable.
Mirad a los fascistas que han resistido en el Alcázar de Toledo y el prestigio
que eso vale a su causa. Nuestra página de gloria será la Catedral de Sigüenza.
Entre sus muros aguardaremos a las tropas que mandará Madrid para salvarnos.
¡Confianza, camaradas, y viva la República!
En previsión de
esa eventualidad, el citado comandante ordenó que “todo, víveres, ropa,
explosivos y objetos de valor que conservan las distintas columnas me sean
entregados, para depositarlos en la Catedral”.
Entre esas
vibrantes palabras y el efectivo encierro de los resistentes en la Seo, cercados
por las tropas que ya podían calificarse de franquistas[20],
mediaron muy pocos días; los suficientes, no obstante, para que Martínez de
Aragón cambiase de opinión y se ausentase definitivamente de la ciudad, el día
5 de octubre. Aunque no sea esencial para este relato, no he de dejar a mis
lectores ayunos de información al respecto.
***
Hay dos versiones
principales sobre la causa de que Martínez de Aragón abandonase Sigüenza. La
primera -en mi opinión, muy débil, a modo de pretexto- es la de ir a pedir
ayuda personalmente, ante la falta de medios materiales de combate[21],
así como de tropas más profesionales y fogueadas. La segunda razón esgrimida,
mucho más sólida, es la de que los superiores de Martínez Aragón, general
Asensio Torrado[22] y
coronel Jiménez Orge, le habían dado la orden de abandonar Sigüenza y retirarse
a la primera línea del frente, con arreglo a comunicaciones cursadas el día 5
de octubre.
De aceptar esta
segunda versión, está claro que el Comandante no se ausentaría solo, sino a la
cabeza de las columnas que mandaba personalmente[23].
Ello está en consonancia con el hecho de que el número de milicianos que se
acogieron a la defensa de la Catedral fue de quinientos a setecientos (además
de doscientos civiles), cifra que habría tenido que ser muy superior de
persistir en la tesis numantina todos los combatientes republicanos. Surge de
aquí la siguiente pregunta: ¿Por qué no acataron las órdenes superiores los
milicianos anarquistas, comunistas y del P.O.U.M.?
Indudablemente,
cabe la posibilidad de que desobedeciesen tal mandato: No era infrecuente a la
sazón la indisciplina miliciana. Pero surge poderosa otra versión: Que Martínez
de Aragón no transmitió las órdenes recibidas o, cuando menos, no lo hizo con
la claridad suficiente, para demostrar que se retiraba por obediencia y no por
cobardía. Lo cierto es que la defensa de la plaza quedó coordinada bajo la
autoridad de Feliciano Benito[24]
y los combatientes que el día 8 se encerraron en la Catedral eran anarquistas
en su mayoría.
Hay un argumento
de efecto retardado, que induce a pensar en una presunta mala práctica de
Martínez Aragón, disculpada por el Mando militar republicano, pero no por sus
compañeros y tropas, junto a los que luchó en el frente de Madrid, a partir del
mes de noviembre de 1936. El citado Comandante, ahora al mando de la 2ª Brigada
Mixta, fue repetidamente motejado de flojo y aún de cobarde, a cada acción en
que no alcanzaba el éxito inmediato. Tanto así, que su muerte en acción de
guerra tuvo ciertos visos de valor suicida o, cuando menos, de intento de
reivindicarse de una vez por todas ante a sus detractores[25].
En cualquier caso,
fue la sugerencia de Martínez de Aragón la que prendió en los ánimos de
quienes, desde la Catedral de Sigüenza, ofrecieron la última resistencia a la
toma de la ciudad por los franquistas, hasta la tarde del 15 de octubre[26].
Para entonces, el número de bajas entre los defensores y refugiados en la Seo
ascendía a unas trescientas, con alto porcentaje de muertos, habida cuenta de
la falta casi total de sanitarios, medicamentos e higiene[27].
De otras muertes que vendrían después, tendremos ocasión de tratar en el
siguiente capítulo. Este concluye con un breve epílogo:
El día 17 de
octubre, al fin, estaba preparada a unos veinte kilómetros de Sigüenza una poderosa
fuerza militar republicana: el socorro que, tal vez, Martínez de Aragón había
ido a pedir. Pero ya era demasiado tarde.
3. Las condiciones del sochantre
Se llamaba Galo de
Badiola y era canónigo sochantre y sagrarero
de la Catedral seguntina. Por unas razones u otras, durante la ocupación de
Sigüenza por las milicias republicanas, había recibido amistad y protección por
parte del comandante Martínez de Aragón y de la escolta de este -formada en
parte por Guardias de Asalto-. De ese modo, cuando llegó el momento de
recluirse en el edificio de la Seo, era ya un sacerdote conocido y tolerado,
cuya vida fue respetada, bien que a duras penas y con numerosas vejaciones. Él
mismo llegó a contar que el archifamoso monumento funerario de Gaspar Vázquez
de Arce, el Doncel de Sigüenza, no
fue destruido por algunos milicianos, gracias a su documentada y vigorosa
intercesión[28].
A partir del día
11 de octubre -cuarto del asedio-, las carencias angustiosas de los cercados y
los bombardeos a que la Catedral era sometida habían minado la esperanza y
combatividad de los milicianos. Empezaba a hablarse de rendición y don Galo se
ofreció a hacer de intermediario, como eclesiástico conocido y de cierta
relevancia. La noticia se difundió y, por el momento, la mayoría de los
asediados la rechazó con violencia, estando a punto de costarle la vida al
canónigo. Mas el tiempo jugaba a favor de abandonar la resistencia: bombardeos,
escasez de municiones, bajas, inclemencia del tiempo… La exitosa huida, en la
noche del día 10, de unos ciento cincuenta milicianos de la columna de la
C.N.T., con su jefe al frente[29],
había dejado descabezado el mando de los defensores. Mal que bien, ahora lo
desempeñaba un teniente del Batallón Pasionaria, herido de cierta gravedad.
Pasan los días y
menudean los intentos de deserción. Finalmente, el día 15 acuerda el Comité
rector de la defensa el cesar en la misma. Se acuerdan del sochantre y lo
mandan llamar para que salga a parlamentar con los sitiadores y negocie la
rendición. Don Galo pregunta por las condiciones. Ellos las formulan
ambiguamente:
-
A
ver si consigues que nos saquen adonde están nuestras líneas y nos dejen llevar
a nuestras familias.
El canónigo sale
con bandera blanca, entre los disparos de los milicianos que se oponen
minoritariamente a la rendición y los de respuesta de los franquistas.
Finalmente, logra alcanzar los puestos avanzados y ser llevado hasta el
comandante Sotelo[30],
quien lo interroga:
-
¿Qué
es lo que quieren?
-
Pues,
mire usted, lo han dejado en mis manos. Como sacerdote que soy, yo pido que los
traten con toda la benevolencia que sea posible.
-
¿A
todos?
-
Sí,
a todos.
Sotelo telefonea
al general Moscardó[31],
quien felicita a don Galo por su acción y, seguidamente, conversa con Sotelo.
Al concluir, este asegura al canónigo:
-
Bien,
padre, ya está decidido. Baste que se trate de un sacerdote y que es natural
que pida por todos ellos, hemos considerado con mucho cariño su petición. Y
vamos a acceder a ella en parte. A los que no hayan sido delatores o
criminales, no importa que hayan llevado fusil o pertenecer al partido que sea,
si se entregan, nada les ocurrirá. ¿Está usted conforme?
-
¡Estoy
de acuerdo!
Se hizo entonces
un escrito. Lo firmamos…[32]
El canónigo quería llevarlo en mano, de regreso a la Catedral. El comandante se
opuso y ordenó lo portasen dos combatientes enemigos presos, que fueron
recibidos a tiros. Con todo, sin esperar las condiciones, los sitiados habían
empezado a salir, manos en alto y tirando las armas. Quizás por ello, la
versión que de la rendición figura en los documentos la califica de incondicional.
Fueron saliendo
casi todos, setecientos treinta y ocho, de los cuales eran combatientes unos
quinientos[33]. El
resto, unos cincuenta dinamiteros asturianos, aprovechando el descuido y
lanzando cartuchos en dirección opuesta a la que iban a tomar, lograron
escaparse. Tampoco esa actitud favorecería el cumplimiento por los vencedores
de las condiciones de la rendición.
***
A partir de aquí,
la Historia ha de dejar paso a la Aritmética. El comandante Sotelo, fiel en
principio a las condiciones de rendición pactadas, confeccionó una detallada
lista de los prisioneros, los clasificó y liberó a ancianos, mujeres y niños. Los
presuntos combatientes, en número de 490, fueron trasladados en camiones hasta
Soria[34],
quedando a disposición judicial en su cárcel provincial, a fin de instruir una
información para averiguar las responsabilidades en que hubiera podido incurrir
cada uno de ellos[35].
Sin explicación
jurídica ninguna, tres meses más tarde se emite por el Director de la Prisión
soriana una relación nominal de los mismos prisioneros de guerra[36],
en la que figuran catorce presos nuevos y faltan ciento cincuenta y siete de
los comprendidos en la lista del comandante Sotelo. ¿Qué había sucedido entre
tanto? Como las Matemáticas suelen ser exactas, la explicación debe buscarse
fuera de ellas. Por ejemplo, en los altos de Barahona, límite entre las
provincias de Guadalajara y Soria, donde fueron ejecutados por el camino varios
de los presos, sin que conste el pretexto. Pero, sobre todo, hay que achacarlo
a las sacas ilegales de presos,
producidas en la cárcel de Soria en los meses de noviembre y diciembre de 1936[37].
Para concluir este
capítulo: Es obvio que las condiciones de
la rendición de los combatientes de la Catedral seguntina no eran sino la
aplicación de las leyes básicas de la guerra y la humanidad. No obstante,
¿tuvieron algún papel para acelerar la decisión de rendirse? ¿Qué habría pasado
si hubiesen resistido algunos días más? ¿Habría prosperado el socorro que para
ellos ya estaba en marcha? En suma, ¿habrían podido salvarse muchos milicianos,
de no acogerse a las buenas palabras de Badiola y Sotelo?
Desde luego, yo no
tengo la respuesta.
4. La muerte llega volando
El día 1 de
septiembre de 1936 se produjo el primer bombardeo aéreo de la ciudad de
Guadalajara por aparatos al servicio de los nacionales.
Lo siguió una manifestación en que, de manera diáfana, se conectó la repetición
de aquel luctuoso suceso con la supervivencia de los presos políticos
ingresados en los establecimientos carcelarios. De una parte, se obligó a
formar parte del cortejo a las mujeres que conocidamente tenían algún familiar
en tal situación. De otra, la demostración de hostilidad concluyó ante la
Cárcel Central[38], con
varios conatos de asalto al edificio. En aquella ocasión, los desmanes no
pasaron a mayores por la previsión del Gobernador Civil[39],
quien hizo proteger la Prisión con dos compañías de Guardias de Asalto. Con
todo, se atribuye al Alcalde de la ciudad[40]
la siguiente advertencia pública:
-
Una
sola bomba que vuelva a caer sobre Guadalajara determinará la muerte de todos
los presos[41].
La ominosa
advertencia cayó para los nacionales, al parecer, en saco roto, pero no para
los milicianos. El 6 de diciembre de 1936, la ciudad arriacense fue de nuevo
víctima de un ataque aéreo, aún más numeroso y mortífero que el precedente.
Veintitrés bombarderos arrojaron sobre algunas zonas urbanas casi trescientas
bombas -muchas de ellas, incendiarias-, causando dieciocho muertos y alrededor
de una cincuentena de heridos. La respuesta no se hizo esperar, sin que mediase
ningún obstáculo por parte de las Autoridades[42].
También se debate sobre la mayor responsabilidad por la reacción, si de los
anarquistas o de los comunistas[43].
Lo cierto es que,
tomada la cárcel, los milicianos procedieron a apartar a los presos comunes,
respetando su integridad, y se dedicaron durante horas (toda la noche del 6 al
7 de diciembre y la mañana de este día) a exterminar a cuantos presos políticos
hallaron. Cumplieron con la tarea casi a la perfección, pues solo consta que
lograse burlarlos uno de los presos, escondido durante varios días en la leñera
de la cárcel[44]. El
número total de detenidos y presos asesinados rebasó los trescientos[45].
***
Me apetece
concluir este relato de palabras de muerte con voces de vida. Pertenecen al Ángel Rojo y fueron de las muchas que
empleó para salvar la vida de 1.532 presos a punto de ser masacrados en Alcalá
de Henares, dos días más tarde de los asesinatos de Guadalajara, y en muy
similar ocasión de represalia por un bombardeo[46].
Las recordaba el director teatral, Luca de Tena[47]:
-
Se
plantó en la puerta de los talleres de la Prisión, donde nos habíamos refugiado
los presos, y consiguió frenar a la masa que pretendía lincharnos. Les dijo que
eran unos cobardes, que matar presos desarmados era muy fácil y que, si tanto
querían matar fascistas, que podían ir al frente.
[1] El libro clave que he consultado para este
relato es: Juan Antonio Pérez Mateos, Entre
el azar y la muerte. Testimonios de la Guerra Civil, editorial Planeta
(colección Espejo de España), Barcelona, 1975.
[2] Baste decir que la ciudad seguntina,
episcopal y ricamente dotada de clero regular y secular, tenía en 1936 una
población de alrededor de 4.500 habitantes, no muy diferente, por cierto, de la
actual, ochenta años después.
[3] En efecto medió tal orden del Gobernador
Civil republicano, con independencia de que, una vez en su destino, los
guardias civiles no mantuvieran en todo caso la fidelidad al Gobierno legítimo.
[4] Es decir, de ideología anarquista.
[5] Cipriano Mera Sanz (1897-1975),
anarco-sindicalista, que tuvo destacada intervención en la Guerra Civil
española. Escribió unas memorias, con el título de Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista (editorial Ruedo
Ibérico; París, 1976), donde refleja su intervención en el episodio que aquí
reseño.
[6] Eustaquio Nieto Martín (1866-1936), titular
de la diócesis seguntina desde 1916, de setenta años de edad a la sazón.
[7] Diversas fuentes aluden a una plaza
importante, que pudo haber sido la de Telégrafos o de Guadalajara.
[8] Feliciano Benito Anaya (1894-1940). Murió
fusilado en Guadalajara el 26 de octubre de 1940.
[9] También se le reprochaba resistencia ofrecida a la ocupación de determinados edificios
religiosos, aunque solo fuera por el hecho de no haberse abierto sus puertas a
las primeras llamadas.
[10] Enrique Castro Delgado (1907-1965),
organizador y primer comandante del famoso Quinto Regimiento.
[11]
Tratamiento civil de los obispos de la época. El Franquismo lo elevaría a
Excelencia.
[12]
Incluido el hecho, bien significativo desde el punto de vista intelectual, de
tirar y quemar -al menos, en parte- los libros religiosos de la biblioteca.
[13] Que, a
su vez, no tardarían en ser asesinados.
[14]
A la sazón, Sebastián Pozas Perea (1876-1946), militar de carrera, cuya
ejecutoria hace totalmente improbable que participase de la criminal
superchería que estaba a punto de consumarse.
[15]
O fuego y muerte, pues hay algunas dudas de si se empleó la gasolina con el
obispo para quemar parcialmente su cadáver, o para quemarlo vivo. La autopsia
induce a creer lo primero, pero hay algún testimonio -presencial o indirecto-
de lo segundo (véase el libro de Pérez Mateos citado en la nota 1, páginas 134
a 142).
[16] Jesús Martínez de Aragón y Carrión
(1899-1937), político alavés y abogado, que moriría en acción de guerra en el
frente de Madrid, en abril de 1937. De su eficacia militar existe disparidad de
opiniones, pero en general suele convenirse en su talante humanitario y
valentía personal.
[17] Francisco Jiménez Orge, nacido en 1877 (no he
sido capaz de encontrar el dato de la fecha de su óbito).
[18] Siglas del Partido Obrero de Unificación
Marxista, organización de inspiración trotskista fundada en 1935, poderosa
especialmente en Cataluña, hasta su aniquilación en mayo de 1937.
[19] Importante unidad predominantemente aérea,
procedente de la Alemania nazi, que colaboró con el bando alzado contra la II
República Española durante la Guerra Civil. Se calcula que, en los primeros
meses de la guerra -a los que este relato se contrae- contaba con unos ochenta
bombarderos. El bombardeo aludido en el relato se produjo el 29 de septiembre
de 1936 y en él falleció el capitán Martínez Vicente, jefe de la citada columna
del P.O.U.M.
[20] El mando supremo, político y militar, de los
sublevados le fue conferido formalmente al general Francisco Franco Bahamonde
(1892-1975) el 1 de octubre de 1936; el asedio a la Catedral seguntina se
inició el día 8 del mismo mes y año, durando hasta el siguiente día 15, en que
los milicianos cercados se rindieron.
[21]
Desde luego, insuficientes para permitir a las milicias poner en acción toda su
fuerza personal, con un número de combatientes ampliamente superior al de sus
contrarios. La insuficiencia de armamento no fue subsanada. La de municiones lo
fue in extremis, al llegar un pequeño
tren blindado, el 2 de octubre, con abundante munición.
[22] José Asensio Torrado (1892-1961), militar de
carrera, entonces Jefe del Teatro de Operaciones del Centro.
[23] O, al menos, de buena parte de sus efectivos.
Digo esto porque, en la lista final de milicianos que se rindieron en la
Catedral seguntina figuran 123, pertenecientes al Batallón Ferroviario.
[24] Véase nota 8.
[25] Las versiones del luctuoso suceso son varias.
La más conocida es la de Julián Zugazagoitia, en su libro Madrid, Carranza 20 (capítulo Bordados
de Sangre), cuyo lirismo no siempre es fiel a la verdad.
[26] No sin numerosas deserciones. Su jefe,
Feliciano Benito, logró huir en la noche del 10 de octubre, junto con unos 150
efectivos de su columna. Esta acción, si significase algo más que instinto de
conservación, indicaría que eran conscientes de que tenían, no ya permiso, sino
orden superior de retirarse de Sigüenza.
[27] A 300 muertos
se refiere el General de División, Luis de Sequera Martínez, en su artículo Una aproximación a la Batalla de Sigüenza,
en la Revista de Historia Militar, nº
102 (año 2007), páginas 11/65, fuente con la contrastar cualesquiera otros
datos militares apuntados en este relato.
[28] Obra citada en la nota 1, páginas 158 y 160.
[29] Feliciano Benito. Véase la nota 8.
[30]
Alfonso Sotelo Llorente, comandante del Regimiento América nº 23, encuadrado en
las Brigadas de Navarra, cuyo batallón estaba formado por requetés.
[31] José Moscardó Ituarte (1878-1956), a la
sazón, jefe de la División de Soria. Alcanzó su mayor fama y gloria al comandar
la victoriosa resistencia del Alcázar de Toledo (julio-septiembre de 1936).
[32] Versión literal de los hechos por don Galo de
Badiola: obra citada en la nota 1, páginas 184 y siguiente.
[33] Son las cifras que ofrece el coronel José
María Manrique García, en su libro Sangre
en La Alcarria. Guerra en Sigüenza (1936-1939), Galland Books, Valladolid,
2009. Pronto veremos que el total no coincide con el ofrecido por otras
fuentes.
[34] Con alguna llamativa excepción. El capitán
del Ejército republicano, instructor de milicias, Pedro Hernández Rivero, fue ejecutado para ejemplaridad de todos,
según reza el motivo formalmente dado para asesinarlo, en el patio del Castillo
de Sigüenza, donde también fue enterrado.
[35] Fue nombrado Juez Instructor el teniente
coronel José Gómez Layna, entonces jefe de la Caja de Recluta de Soria.
[36] A la letra, Relación nominal de los individuos prisioneros de guerra, procedentes
de Sigüenza, detenidos en esta prisión a disposición del Exmo. Señor general
Jefe de la División de Soria, con expresión de su naturaleza, vecindad, edad y
profesión de los mismos, ingresados en la misma el 17 de octubre de 1936.
[37] Véanse:
Gregorio Herrero Balsa y Antonio Hernández García, La represión en Soria durante la Guerra Civil, Ingrabel, Soria,
1982 (en especial, tomo II, páginas 164/168 y 267/273); Foro por la Memoria de
Guadalajara, El Foro por la Memoria busca
a familiares de 157 republicanos desaparecidos de Sigüenza, Guadalajara,
16-10-2016.
[38]
En los primeros meses de la Guerra, funcionaron en la ciudad de Guadalajara dos
cárceles masificadas: la Central o De
arriba y la Prisión Provincial propiamente dicha. El asalto principal se
produjo en la primera de ellas, pero también alcanzó a un tercer
establecimiento, la Prisión Militar.
[39]
Miguel Benavides Shelly, de Izquierda Republicana, que ejerció tal autoridad en
los periodos noviembre de 1932-septiembre de 1933 y febrero-diciembre de 1936.
[40] Antonio
Cañadas Ortego (1892-1939).
[41]
No dejaba de ser una práctica monstruosa, pero de la que hicieron frecuente uso
ambos bandos en guerra. La mejor fuente al respecto es en este momento (2016)
el libro de Joan Villarroya y Josep María Solé i Sabaté, España en llamas: la Guerra Civil desde el aire, ediciones Temas de
Hoy, Madrid, 2003.
[42] Esta impresión de pasividad es la dominante.
Solé y Villarroya, en la obra citada en la nota 41, la achacan a no haber
contado el Gobernador Civil con fuerzas minimamente suficientes para impedir la
matanza.
[43] Mayor responsabilidad anarquista, en
especial, del fogueado Batallón Rosenberg,
en opinión de los aludidos Villarroya y Solé. Protagonismo comunista, de los
mismos que dos días más tarde intentarían otra masacre carcelaria aún mayor en
Alcalá de Henares, es el parecer de Paul Preston, El holocausto español, ediciones Debate, 2011, páginas 503 y 504. La
Causa General implica al Batallón Rosenberg, no en las ejecuciones, sino
en la decisión de enterrar in situ y
en fosa común los cadáveres que habían permanecido insepultos.
[44] Llamado Higinio Busóns. Su peripecia está
contada en las páginas 13/54 del libro Entre
el azar y la muerte, citado en la nota 1.
[45] El benemérito Delegado de Prisiones, Melchor
Rodríguez García (1893-1972), da la cifra de 319; La Causa General (legajo 1.071), la de 303 (283 en la Prisión Central
y 20 en la Militar).
[46]
El Ángel Rojo fue el sobrenombre dado
al anarquista Melchor Rodríguez (véase nota 45): Álvaro Domingo Alfonso, El ángel rojo. La historia de Melchor
Rodríguez, el anarquista que detuvo la represión en el Madrid republicano, editorial
Almuzara, Córdoba, 2009. Breve semblanza del personaje en el libro citado en
nota 1, páginas 55/71.
[47]
Cayetano Luca de Tena y Lazo, nacido en Sevilla en 1917 y fallecido en Madrid
en 1997.
El Comandante Sotelo mandaba el Bon. Expedicionario del Regto. America nº 23 de Pamplona . SOLDADOS REGULARES con el refuerzo de los Requetes del Tercio del Rey ( en la 2ª y 4ª Cias mayormente ) y Falangistas ( en la 1ª Cia. )para completar las plantillas ( ya se habian iniciado los permisos de verano ).
ResponderEliminarLos Requetes de la 1ª Compañia del Tercio de Nuestra Señora de Valvanera ( Cap. de Inf. D.Santiago Alonso Saenz ) fueron los que bajaron corriendo desde las posiciones en La Quebrada y se metieron en las calles de Siguenza desde el Oeste ,hacia las 12:30 h del 8 de octubre . Tuvieron menos de 10 bajas ,casi todos heridos leves ,`por la rapidez de su asalto.
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