Mi anécdota
preferida de la Guerra Civil española
Por Federico Bello Landrove
En su conocido Anecdotario de la Guerra Civil
española[1], Fernando Díaz-Plaja recoge varios
sucedidos, procedentes de las poco leídas Memorias de un comandante rojo[2], de las que es autor Rafael Miralles Bravo.
Sorprendentemente, Díaz-Plaja se olvidó de
la anécdota más jugosa -para mí- de las citadas Memorias. Una vez he divulgado la fuente, me permitiré
dar al relato mayor amplitud y forma literaria, pero sin alterar en nada el
fondo del suceso y respetando en lo esencial sus propias palabras.
1. El contexto histórico-militar
Para las tropas
republicanas de Cataluña, los inicios del año 1937 significaron el cambio de
rumbo de una guerra hasta entonces victoriosa, en el Frente de Aragón. El
estancamiento en Belchite y la imposibilidad de conquistar Zaragoza y Huesca,
desmintieron la superchería de la guerra fácil y revolucionaria. Los movimientos y avances se trocaron en una guerra
de posiciones, con frentes definidos y escasamente alterables. El Gobierno de
la Generalitat catalana, en buena coordinación con el P.S.U.C.[3],
asumió la necesidad de conseguir la
estructuración de las indisciplinadas Milicias, para darles la forma de un
Ejército moderno, que se denominaría Ejército Popular de Cataluña[4].
Tras unos meses de denodados preparativos, el Ejército catalán republicano
estaba listo para presentarse en sociedad, con sus efectivos, material,
uniformes, insignias y símbolos. La fecha se haría coincidir con el 14 de abril
de 1937, el sexto aniversario de la proclamación de la II República.
Es de suponer que
no todas las unidades recibirían la misma atención, a la hora de conseguir el
máximo de prestancia y de eficacia. De hecho, no dejó de incurrirse en algún
pecadillo de apariencias. Y es que las Autoridades implicadas en el esfuerzo se
habían propuesto lograr la imponente y redonda cifra de DIEZ MIL voluntarios.
Pese a la activa propaganda y al espíritu de la población, ni de lejos se llegó
a conseguir dicho objetivo, entre otras cosas, por la oposición -incluso
violenta- de los anarquistas a participar en la conversión de sus
indisciplinadas columnas, en unidades
de mayor organización y obediencia. Sin embargo, en aquel brillante miércoles
de abril, desfilaron por las calles de Barcelona los consabidos diez mil -más o
menos-: ¿Cómo se logró, por una vez, que las matemáticas no fueran una ciencia
exacta? La respuesta la hallamos en nuestro amigo, Rafael Miralles:
Para organizar el desfile de “nuevos
reclutas” fue necesario traer del Frente a combatientes del primer día y
disfrazarlos de civiles que habían respondido al llamamiento del Partido… Al
día siguiente del desfile, los “voluntarios” eran devueltos secretamente a sus
unidades de destino.
Con unos cientos
de oficiales, clases y tropa, ya fogueados previamente, se hizo un aparte para
formar un Batallón de nuevo cuño, patrocinado por la Federación de Banca y Bolsa, la que -como es natural- no
escatimó los medios para hacer de aquella unidad militar un modelo del Ejército
Popular, que ahora se preconizaba: fusiles y ametralladoras de fabricación
checa; pistolas de la Fábrica Nacional de Bélgica; nuevos uniformes, con los
distintivos recién reglamentados; botas de media caña a la soviética; hermosas
banderas de seda, bordadas en oro, y una amplia banda de música para realzar
los sones del nuevo himno, si de tal podía calificarse un inocente plagio de
los compases de La Internacional.
Todo era poco para quienes iban a enfrentarse a los fascistas en el Frente de Teruel… y a competir en dotación y
eficacia con la División Maciá-Companys, formada por Esquerra Republicana
-partido mayoritario en la Generalitat y
rival del P.S.U.C.-. Y así…
Nuestro Batallón, según pudimos conocer unos
pocos oficiales, tenía en el Frente de Teruel una misión más política que
militar: la de transformar aquella División catalanista en una unidad al
servicio del Partido (entiéndase, del P.S.U.C.), empleando para ello cuantos medios fuere necesario.
Miralles concluye:
Éramos los niños mimados del Partido y de la
U.G.T…. Solo faltaba ver qué tal nos comportábamos en las llanuras de Martín
del Río, sitio de destino de nuestra unidad.
Dejaré ese
comportamiento sin analizar. Para relatar lo que me propongo, bastará con
reseñar la calurosa entrada del flamante Batallón en la ciudad turolense de
Alcañiz. Demos paso para ello al segundo, y último, capítulo de este relato.
2. La entrada en Alcañiz
Era una noche de
finales de mayo, que el entonces capitán Miralles recuerda como espléndida y bañada por la luna. El
novel Batallón[5],
amadrinado por la Federación catalana de Banca y Bolsa, había llegado por
ferrocarril a la estación de Alcañiz, donde concluía su traslado por vía
férrea, antes de tomar los camiones hasta su destino en el frente. La ciudad
alcañizana se divisaba en lontananza, sobre un altozano, nimbada por la luna.
La localidad era un feudo irreductible de los anarquistas, a más de Cuartel
General del Consejo de Defensa de Aragón. El caso es que, por unas razones u
otras, el Comandante (o Mayor) que mandaba el Batallón decidió hacer en Alcañiz
una entrada airosa. Dio unas breves y tajantes órdenes a los capitanes de las
compañías, que estos hicieron correr entre todos sus hombres. Formaron todos en
perfecto orden de desfile, con las banderas al viento y la banda atacando las
notas y acordes del himno del Ejército Popular de Cataluña. Sin desordenarse en
ningún momento, aquellos cientos de militares ascendieron por el empinado
camino entre la estación y la ciudad, penetrando en las reviradas callejuelas
de su caserío, que retumbaban al marcar el paso. Los alcañizanos, sorprendidos,
se asomaron en buen número a puertas y balcones… Pero dejemos la voz a
Miralles:
Aquellas gentes acostumbradas a las columnas de milicianos desharrapados,
marchando sin orden ni concierto, al vernos, debieron de creer que éramos
fuerzas fascistas que habían liberado Alcañiz, pues muchos salieron a los balcones
y puertas de sus casas, recibiéndonos a los gritos de Viva Franco y Arriba España.
Se ve que aquellas
buenas gentes, o eran unos fascistones de
tomo y lomo, o de los de arrimarse al sol que más calienta (la luna, en este
caso). Lo que sucedió después lo cuenta con gracejo el Comandante rojo; desde
luego, con más del que yo podría tener:
Al oír tales gritos, nuestra sorpresa fue
tan grande como el desconcierto de los elementos izquierdistas de la ciudad,
cundiendo la alarma de tal forma, que aquello se convirtió en un pandemónium.
Los anarcosindicalistas se lanzaron a las calles arma en mano, disparando a
diestra y siniestra. En el Cuartel General de la División “Maciá-Companys” la
confusión fue indescriptible. El Jefe de la misma, el coronel Pérez Salas,
despertado en pleno sueño, se lanzó de la cama en paños menores, dando a gritos
órdenes y contraórdenes, solicitando de sus ayudantes que le pusieran
inmediatamente en comunicación con el comandante Imbernon (jefe de las fuerzas
que cubrían el frente de Utrillas). No pocos de los miembros del Cuartel
General, temiendo caer en poder del enemigo, optaron por poner tierra por
medio, huyendo en diversas direcciones, saliendo de estampida de tal forma, que
nunca más se supo de ellos.
Finalmente, pudo restablecerse la calma,
gracias a la serenidad demostrada por nuestros mandos que, con desprecio de sus
vidas, habían ordenado a nuestro Batallón se cubriera en los soportales,
mientras ellos avanzaban a pecho descubierto hacia la plaza de la Catedral[6], donde se hallaba el Cuartel General de Pérez Salas, logrando
identificarse y consiguiendo poner fin al anárquico tiroteo provocado por
aquellos gritos de los que nos habían confundido con fuerzas nacionales.
Claro es que esta
anécdota bélica, para resultar redonda, tenía que tener su vertiente trágica,
que no hurta Miralles, aunque sin mayores precisiones:
Al restablecerse la calma, con un saldo de
varios muertos y heridos entre la población civil (de nuestro batallón nadie
había disparado un arma)…
De modo que, en
justo castigo a sus veleidades fascistas, fue la población civil quien sufrió
las peores consecuencias. Las más leves fueron para los altivos militares que,
de noche y sin avisar, entraron en Alcañiz a tambor batiente y banderas
desplegadas. Cito por última vez a nuestro simpático cubano[7]:
El coronel Pérez Salas, que había logrado
ponerse los pantalones, en venganza se negó a recibirnos e incluso a darnos
alojamiento, por el susto que le habíamos dado. Esta función fue delegada en el
Comité del Pueblo, al que no vimos, indignado por los sucesos de que se nos
hacía responsables, y que trató de vengarse de algún modo de aquella que
calificaban absurda
entrada nuestra en Alcañiz. La venganza
consistió en no darnos albergue, por lo que, abandonados a nuestra suerte, no
nos quedó más recurso que el pasar la noche en la derruida iglesia donde, sin
apenas espacio para tendernos en el duro suelo, tuvimos que mal dormir con las
espaldas apoyadas en la pared. Y, al día siguiente bien temprano en la mañana,
tras una ligerísima colación mal llamada café con leche y unos cuantos chuscos
floridos[8] y duros como piedras, facilitados por la
Intendencia militar de la División, se nos ordenó el traslado al pueblo de
Martín del Río, siendo conducidos en camiones hasta Montalbán, debiendo cubrir
a pie los últimos quilómetros hasta nuestro destino en el frente, donde
relevamos a un batallón catalanista…
***
Hasta aquí, mi
anécdota preferida sobre nuestra Guerra Civil. Yo creo que dice mucho sobre
aquella contienda y sobre la condición humana; también, de mis gustos; y, desde
luego, acerca de la magia y el hechizo de la bellísima Alcañiz, a la luz de la
luna.
[1]
Editado por Plaza y Janés (colección “Así Fue”), en Barcelona, año 1996.
[2]
Editorial San Martín, Madrid, 1975. La anécdota que me sirve de punto de
partida para el relato está recogida en las páginas 87 y siguiente. El libro es
de interesante y amenísima lectura: Lo recomiendo.
[3]
Siglas del Partit Socialista Unificat de
Catalunya, en que se habían fusionado, a nivel catalán, el Partido
Socialista Obrero Español y el Partido Comunista, amén de otras agrupaciones y
partidos menores.
[4] Esta referencia literal en cursiva, como las
que la siguen, proceden del capítulo X del libro de Rafael Miralles Bravo,
citado en la introducción del relato y en su nota 2.
[5] Su filiación completa era: Batallón 526 de la
132 Brigada Mixta, de la 30ª División. Lo mandaba en aquel momento el
comandante José Aliranguis.
[6]
Supongo que el autor querrá aludir a la magna iglesia (otrora colegiata) de
Santa María la Mayor, pues es notorio que Alcañiz no ha sido, ni es, sede
episcopal.
[7]
Rafael Miralles Bravo (1911-1983) había nacido en Guanabacoa (provincia de La
Habana). Permaneció en España entre 1932 y 1939 (alcanzó en el Ejército de la
República en grado de teniente coronel) y -no sé si ininterrumpidamente- desde
1947 hasta su muerte, producida en Madrid. Su presencia en la España franquista
fue posible, entre otras cosas, porque mantuvo su nacionalidad cubana, ejerció
para esta República diversos cargos diplomáticos y periodísticos menores y,
desencantado de la práctica marxista en la España de la Guerra y en la Unión
Soviética de Stalin, se dedicó a la
propaganda anticomunista, según la ficha que de él ha confeccionado la Fundación Pablo Iglesias (consultada en
Internet, año 2016).
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