Psicopatología de la
vida amorosa (X)
La curación por el
olvido
Por Federico Bello
Landrove
¿Por qué se afirma que cualquier tiempo
pasado fue mejor? Los psicólogos nos dirán: a causa del olvido de sus peores
momentos. Este género de amnesia benéfica se produce de modo postraumático,
también tras trágicos episodios amorosos. En este relato expondré un caso
límite, conocido y tratado por el doctor del A., y referiré las consecuencias
sorprendentes de la intervención en él de tan reputado psiquiatra.
1.
Olvido y retorno
Yo los conocí.
Ella era la excelente cocinera del restaurante La Viña, que tanta hambre me quitó en mis bohemios años de la
Universidad, cuando se me agotaba la mesada que mis padres enviaban desde La
Puebla. Él, de manera frecuente, la acompañaba al mercado, cuando Felisa lo
recorría a primera hora de la mañana para encargar el mejor género, que más
tarde guisaría en los fogones de su cocina y acabaría en los vientres de los numerosos
clientes del establecimiento. Entrada ya la noche, su figura, delgada y cargada
de hombros, se perfilaba en el portal contiguo o paseaba arriba y abajo por la
acera de enfrente, esperando el final de la agotadora jornada de su amada, para
llevarla hasta casa, en el arrabal del Puente. Dicen que se llamaba Julián y
era tenido por su eterno novio. ¿A qué se dedicaba? Solo sé que, vestido con
traje azul marino o gris marengo, recorría mañana y tarde, infatigablemente,
el centro urbano. Cuentan que era
ordenanza de una sucursal de seguros y que su mayor afición, fuera de rondar a
Felisa, era la de ir de pesca a San Miguel del Pino los fines de semana del
buen tiempo. Muestra de amor o, al menos, de paciencia, era que ella lo
acompañara los pocos días de fiesta que libraba en la cocina. Los más cercanos
a la pareja aseveraban que habían ennoviado casi de niños, a poco de acabar
nuestra Guerra, y que ya se hablaban formalmente antes de que a él lo sortearan
a Alcazarquivir. Dos años más tarde, regresó de la mili, mas los planes de boda
nunca se cumplieron. Ahora, veinte años después, la cosa seguía igual, ni
atrás, ni adelante. ¿Por qué? Felisa perdía la compostura por un momento, las
pocas veces que alguien se había atrevido a preguntárselo. ¿No tiene cosa mejor que hacer que hurgar en las vidas ajenas?,
espetaba al atrevido. Poco a poco, aquella relación, eterna e inmutable, se
había hecho un sitio entre la zarza ardiente y la obras de la Catedral. A fin
de cuentas, uno agradece que haya algo permanente en la vida y acaba por no
preguntarse sobre su causa ni su sentido.
¿Eterna e Inmutable? Solo hasta cierto
punto. Con la periodicidad segura y fluctuante de las estaciones, Juli
desaparecía de la vida de Felisa, para retornar un tiempo después, más asiduo,
mejor vestido, con su ramillete de flores propias de la época. La cocinera
parecía tomar aquellos eclipses julianos con indiferencia, pero la procesión
iba por dentro. Si Felisa tenía alguna mala palabra con alguien, un error en la
compra, un exceso de cocción de las viandas, era en esos momentos, sin duda,
malos para ella. Era entonces cuando, camino de la farra nocturna y en pago de
sus bondades, aterrizaba yo por La Viña sobre
las once y me acomodaba en la barra, con mis cacahuetes y la copa de cigales,
hasta que la cocinera asomaba por el pasillo del fondo.
-
Anda,
Felisa, que hoy te acompaño hasta tu casa.
-
¿No
tiene nada que estudiar esta noche el señorito?
-
Claro,
algo de anatomía repasaré, pero después de dejarte en el portal, que hay mucho
sátiro por ahí suelto.
Y así, hasta que
su novio reaparecía.
***
Se había puesto de
moda una canción dialogada sobre una pareja: La dubitativa dilación del novio
iba a dejarla a ella solo pa’ vestir
santos del altar. Algún gracioso anónimo había dedicado el disco, para Felisa, del restaurante La Viña, deseando
que no le pase lo mismo. Fue durante una fase de eclipse total de Julio
que, al parecer, estaba durando más de lo habitual. Al llegar a la plaza de San
Nicolás, la cocinera rompió a llorar incontenible y súbitamente. En seguida
comprendí de dónde le soplaba el aire y, como Dios me dio a entender,
desdramaticé la situación: Esos
gilipollas no son capaces de comprender un amor sin matrimonio –improvisé-. Seguro que Juli vuelve: ¿Adónde va a ir
que más valga? Acompañé las palabras de una estratégica entrega de pañuelo,
posesión y gesto que me ha sacado en forma elegante de algunos malos momentos.
Felisa enjugó sus lágrimas, sonóse levemente y me hizo la confidencia de todos
ignorada: el motivo de las periódicas desapariciones de su novio, de su angustia vital.
-
Cuando
Juli marchó a la mili, nos prometimos fidelidad y todo eso. Incluso, hicimos
planes de boda para su vuelta. Yo entonces trabajaba para los Lausín, una
familia de abogados de la calle Santiago. No era cocinera, sino niñera. Todas
las tardes salía al Campo con los niños y allí… En fin, yo era joven y no mal
parecida. Dicen que, con el uniforme negro y blanco que me hacían llevar,
llamaba la atención. El caso es que empezó a rondarme y dar palique un cabo de
la Academia. Ya sabes lo que es eso, con el novio fuera por dos años y una
carta a la semana, como mucho. El caso es que, ante la insistencia, quedé con
él algunos domingos por la tarde, al cine o a pasear. Un día nos vieron los
padres de Juli, cuando mi acompañante me llevaba echado el brazo por el cuello.
Les faltó tiempo para contárselo a su hijo, sabe Dios con qué detalles o
exageraciones. El caso es que dejó de escribirme, como si se lo hubiese tragado
la tierra. Cuando volvió de Marruecos, no me avisó siquiera. La primera vez que
nos vimos, fue por casualidad y él ni me miró, como si fuese una extraña. Y
así, durante unas semanas. De pronto, volvió a rondarme y hacerme la corte,
como si fuese la primera vez. Yo no sabía si se había arrepentido o qué.
Parecía estar de broma a veces: ¡Con decirte que me preguntó cómo me llamaba y
tuve que contarle mi vida de cabo a rabo! Estuve a punto de mandarle a freír
espárragos, pero lo quería y me sentía culpable de lo sucedido. Al menos, eso
es lo que me aseguraron sus padres: que todo era por culpa mía, por ser una sinvergüenza, que no le guardó la
ausencia.
-
Bah,
pasión de padres. ¿Y cómo acabó todo?
-
¿Acabar?
¿No ves que seguimos igual? A cada cierto tiempo, deja de verme y de tratarme,
como si yo no existiera. Luego, empieza otra vez a buscarme y a pretenderme. Yo
le dejo hacer y volvemos a ser novios, con los altibajos propios del caso. Empezamos
a hacer planes de casorio pero él, como si se le cruzaran los cables o alguien
lo malmetiese, torna a volverse suspicaz, a encelarse de mí, a echarme en cara naderías.
Yo, ya escarmentada, no le doy importancia y me muestro aún más cariñosa, pero
es en vano. Juli se exaspera, se deprime, duda…, se vuelve otro. Un buen día,
no aparece, sin avisar, y vuelta a empezar.
-
Extrañísimo.
No sé cómo lo aguantas.
-
Pues
por lo que te he dicho, por cariño y porque sigo sin tener la conciencia
tranquila, incluso después de tantos años. Y ahora porque, ¿qué voy a hacer
después de todo lo pasado? Ya no puedo cambiar. Tengo mi vida hecha junto a él
y siempre me queda la esperanza de que un día decida seguir hasta el final.
-
¡Qué
buenos, o qué tontos, sois a veces los mayores! A mí podía venirme una chavala
con esas historias.
-
Tienes
razón, Fede, serán cosas de la edad…, o de que todavía no has querido de verdad
a otra persona.
2. Diagnóstico y tratamiento
El tema me impactó
de tal manera, que lo saqué a colación el domingo siguiente, durante la comida
a la que me invitaron en casa del doctor del A. Para mi sorpresa, don Isaías se
interesó vivamente y me asaetó a preguntas, que yo apenas pude responder.
Viendo seco el hontanar, me sugirió:
-
¿Por
qué no haces por traerla a la consulta? Desde luego, no le cobraré nada y quién
sabe si pueda remediar en algo su problema.
-
¿Cree
usted que se trata de una enfermedad mental?
-
Pienso
que no hay para tanto. De todos modos, necesitaría conocer el caso mucho más a
fondo. A ver si puedes ayudarme en ello.
No me fue fácil
convencer a Felisa de que aceptase la invitación del Doctor. Al fin, ponderando
al extremo su habilidad y experiencia en la resolución de casos difíciles,
logré su aquiescencia. Tengo ante mí la prueba de ello: este voluminoso
archivador, que del A. rotuló Desmemorias
de un soldado de Marruecos.
Salvo que sean
ustedes profesionales de la Psicología o la Psquiatría, no encuentro motivo
ninguno de seguir con detalle el hilo de Ariadna, que llevó al Doctor, de la
mano de Felisa, a encontrar el síndrome
de amnesia postraumática más extremo y original que me ha sido dado estudiar,
en el tratamiento de los problemas afectivos. Un juicio tan hiperbólico
promete una historia excepcional; solo que yo, narrador mediocre, ya me he
encargado de destriparlo, revelando
sus claves en el capítulo precedente. De suerte que voy a limitarme a completar
el relato con las consideraciones clínicas del galeno, que bien podrían
resumirse en la famosa frase, quienes
olvidan la historia están condenados a repetirla. Pero cedamos al Doctor el
uso de la palabra escrita:
Aunque sería precisa la anamnesis del paciente y de sus padres,
parece claro que estos ofrecieron a aquel una versión tan sorprendente y
excesiva del desliz de Felisa R., que el novio vio derrumbarse sus expectativas
vitales, hallándose en tierra extraña y sometido a una fuerte tensión por el
rigor disciplinario y las deficientes condiciones de alimentación y
alojamiento. Ello le provocó una amnesia selectiva, que afectó únicamente a su
memoria amorosa.
Hasta aquí, nada
que no pudiéramos sospechar por cuanto antecede. Pero, con su perspicacia
natural, agudizada en el ejercicio profesional, del A. añade:
Mención especial merece el hecho de que, aún
desmemoriado, el paciente fije una y otra vez su atención en la misma mujer de
la que estuvo enamorado en un principio. Tal circunstancia es digna de ulterior
estudio, que permita comprobar alguna de las probables hipótesis: 1ª. Que la amnesia de
la relación anterior no sea completa. 2ª. Que existan otras personas o
circunstancias ambientales que le lleven a fijarse en Felisa. 3ª. Que esta
mujer sea la de su vida, hasta el punto de que, al mantener intactas sus
cualidades de elección personal, la seleccione repetidamente como la única
interesante para él. 4ª. A la inversa, que el paciente haya generado un
trastorno sado-masoquista, el cual le lleve a perjudicar a sí mismo y a Felisa
con el incesante retorno a una situación estresante y sin salida para ambos.
Pero donde la
capacidad analítica de don Isaías llega a su colmo es en las reflexiones acerca del eterno retorno, es decir, de las sucesivas rupturas y reanudaciones
del noviazgo entre Felisa y Juli. Helas aquí:
Un sexto sentido, que bien podemos calificar
de subconsciente, lleva a Julio a romper la relación cuando esta parece hacerse
irreversible y se encamina hacia el matrimonio. ¿Por qué? Seguramente, porque ha
quedado grabada en la memoria que, en su opinión, Julia no es de fiar, hasta el
extremo de poder compartir con ella la vida. Su presunta infidelidad con el
cabo de Caballería ha resistido a la amnesia, por más que el paciente no sea
consciente de ella.
Finalmente, el Doctor pone a prueba su humildad médica, con
el resultado que a continuación se expresa (¡cuántas veces le oí aquello de que
la Medicina no es una Ciencia exacta y la Psiquiatría, menos aún!).
La duración media del apartamiento de Julio
respecto de Felisa (unos dos meses, según esta me indica) tiene escasas
oscilaciones cronológicas (más/menos quince días). A falta de otra explicación
más plausible, me inclino a pensar que la duración es tanto mayor, cuanto más
haya progresado la relación hacia su consumación. Con todo, no se trata sino de
una hipótesis conjetural, difícilmente comprobable, al carecer del oportuno
aparato estadístico matemático.
Lo dicho, la
modestia de un gran médico.
***
El diagnóstico,
pues, estaba claro para el Doctor. No me digan cómo se le ocurrió el
tratamiento, pero algunas novelas debió de leer por aquellas fechas ya que la
clave fue… la llevanza de un diario. Imaginemos la forma de sugerirlo:
-
Felisa,
creo poner a su novio en la senda de la curación, siempre que podamos imaginar
un medio para que no olvide, a cada ruptura, el tiempo anterior pasado junto a
usted.
-
¡Toma!,
eso ya lo he intentado yo, pero no hay cáscaras. En cuanto trato de hacerle
recordar, me sale con que le estoy gastando una broma pesada, que deliro o
cosas por el estilo. No hace caso a nadie que le lleve la contraria en eso. ¿Cómo demonios me quieres hacer creer que
olvido algo tan importante, cuando llevo mi trabajo al dedillo?, replica.
-
Claro,
mujer. Si hay algo difícil en las cosas de la mente es tratar de solucionarlas
desde fuera. El enfermo tiene que encontrar el camino con nuestra ayuda
discreta y convencerse por sí mismo. Es Juli quien tiene que constatar de
propia mano que lleva toda una vida dando vueltas, para acabar llegando una y
otra vez al mismo sitio.
-
¿Y
luego, qué pasará?
-
Pues,
seguramente, que descubrirá el daño que ha venido haciéndole a usted y a sí
mismo y, aunque con amnesia de sus relaciones anteriores a la mili, comprenderá
que la felicidad está a su lado.
-
¿No
se acordará entonces de lo mío con el cabo? Es lo poco bueno de esta triste
situación.
-
Por
supuesto que no. Aunque hubiese alguien tan estúpido o perverso que se lo
hiciese saber, él no le daría crédito, por lo mismo que no se lo da a usted
respecto de todo lo demás.
-
¡Qué
bien, doctor! ¿Y ya ha pensado usted cómo entrarle a mi Juli, para que no
escape y vuelva a cada poco, como la luna llena?
-
Algo
se me ha ocurrido, sí. Su Julio, ¿tiene costumbre de escribir?
-
¡Huy,
sí señor! Es muy escribidor, sobre todo, por su trabajo.
-
Estupendo.
En la próxima fiesta de Reyes, o cuandoquiera que estén ustedes a buenas,
regálele un diario y anímele a que lo vaya cubriendo cotidianamente con todas
sus pequeñas cosas. Eso sí, de su puño y letra.
-
¡Uf!
¿Y a ton de qué le hago semejante obsequio y le pido que lo use? No se me
ocurre… A ver si va a recelar.
-
Mujer,
eso es entre ustedes. ¡Qué sé yo! Dígale, por ejemplo, que querría tener un
recuerdo de los maravillosos momentos pasados juntos y que, como él escribe tan
bien y usted es poco letrada…
-
¡Oiga,
oiga!, que una puede pasarse la vida entre pucheros y haber leído mucho.
-
Es
un pretexto, Felisa. No he querido ofenderla.
-
No,
si le agradezco su interés. Y, de todas formas, insisto en pagarle la consulta.
El Doctor
enrojeció y le pidió cincuenta simbólicas pesetas.
La vez siguiente
que la vi, todavía le duraba el rebote:
-
Es
todo un caballero pero no quise darle ningún motivo para hacerme de menos –me
dijo-.
-
Te
entiendo, Felisa, aunque no hay por qué. Anda, vamos a Cervantes. Te ayudaré
con la elección del diario.
3. Donde halla remate esta rematada historia
La secuencia
temporal de esta historia termina para mí cuando, tras el enésimo eclipse
juliano, Felisa le hizo obsequio del diario:
-
Le
ha parecido una pampirolada –me contó- pero, por mí, ha prometido que lo
escribirá y me lo regalará cuando nos casemos. Figúrate, qué lejos me lo fía.
-
No
tendrás que esperar tanto. A la primera que desaparezca y vuelva a aparecer, le
dices, como quien no quiere la cosa, que tome y lea su diario; y, por si queda
patidifuso y requiere explicación, que lo haga estando tú delante.
El resto es para
mí doloroso de contar. De hecho, me ha costado un fuerte disgusto con mi amigo
Alberto, el hijo del Doctor, así como su tajante prohibición de que siga usando
para mis relatos los casos de su padre. Todavía no pierdo la esperanza de
aplacarlo y hacerle volver de su resolución. Con todo, el respeto que debo a la
verdad y a ustedes, me obliga a exponer el desenlace del caso de las Desmemorias, tal y como figura, no ya en
los archivos del doctor del A., sino en el recuerdo de los hijos de los
antiguos dueños del restaurante La Viña,
de cuya memoria y fuentes me fío plenamente.
-
La
buena de Felisa estuvo sobre ascuas todo el tiempo que medió entre la redacción
del diario y la siguiente reaparición de su novio. Tan pronto esta se produjo,
le pidió que leyeran juntos lo escrito. Parece ser que Juli ni siquiera
recordaba la existencia del documento pero al fin lo encontraron y no pudo
menos que reconocer su autoría, pues la letra no dejaba lugar a dudas. Para
mayor ambientación, creemos que la pareja fue a leerlo en el banco del Campo en
que habían estado sentados la última tarde, antes de la partida del chico para
Marruecos.
-
¡Qué
detallista, Felisa!
-
Como
casi siempre. El hecho es que él se quedó de piedra pues no entendía cómo podía
hablarse allí de Felisa y de él, meses antes de su actual encuentro. Así que
ella le explicó de pe a pa cuanto había sucedido entre ellos desde niños,
omitiendo naturalmente el esencial episodio del cabo de la Academia. Tenía al
principio todas las esperanzas de que el tal Juli le haría caso y rectificaría,
pero él pareció muy decaído después de la explicación. Figúrate, comprender que
habían estado veinte años jugando al escondite, en vez de ser felices juntos.
Parece que decía: Yo, por lo menos,
estaba en Babia, pero tú… ¡cuánto habrás sufrido todos estos años! Nuestros
padres contaban que Felisa estaba muy preocupada en los días siguientes, pues
el novio no remontaba. ¡Si tan siquiera
sirve para que no vuelva a marcharse!, suspiraba.
-
¿Y
sirvió?
-
Quia.
Al cumplirse, más o menos, el plazo habitual, Juli no pudo más y escapó, solo
que esta vez sin preludios ni avisos, como si sufriese un impulso incontenible,
que no fuera capaz de resistir. ¡Ay,
señora, que me da a mí que ahora se ha ido, no por enfado, sino de tristeza! Así
dijo Felisa a mi madre. Bueno, mujer, a
ver cómo vuelve, le respondió esta.
-
La
esperanza es lo último que se pierde. En fin, ¿cómo volvió?
-
¿Volver?
¿Pero no sabe que no regresó? Fue como si lo hubiera tragado la tierra, no como
antes que, simplemente, no se acercaba de Felisa pero seguía haciendo el resto
de su vida normalmente. Y así pasaron dos meses. Mi padre presentó denuncia en
la Policía y, por ser vos quien sois, el comisario puso en marcha las
pesquisas, aunque no era de la familia, ni había en principio sospechas de nada
trágico. A los pocos días, llamaron a mi padre a la Jefatura Superior. No hay de qué preocuparse –le dijeron-: Está en una aldea de Orense, donde ha
alquilado una casita con terreno que cultivar. No hubo forma de sacarles
más, pues Juli estaba en su derecho de dejar colgada a Felisa y largarse a
donde mejor le pareciese, siempre que no fuera un vago ni hiciera mal a nadie.
Padre tranquilizó como buenamente pudo a Felisa y creímos que todo había
acabado, mal que bien. Pero todavía faltaba lo peor.
-
¿Y?
-
¿Cómo?
¿No le ha informado su amigo, el hijo del psiquiatra? Pues buena la pudieron
tener Felisa y él. Ya, por su cara intuimos que no está al corriente. Sepa
usted que, al cabo de una semanas más, el tal Juli apareció ahorcado de una
viga en la cuadra de su casa. Había dejado una carta explicativa. No culpen a nadie de mi muerte. Solo yo soy
responsable de haber destrozado la vida a la única mujer que he querido en este
mundo. He tratado de compensarla o de vivir con esta carga. Ninguna de ambas
cosas me ha sido posible y la vida se me ha vuelto insoportable. Que Dios tenga
piedad de mi alma. Julián del Valle.- Posdata: Señor Juez, no divulgue esta
carta para que la causa y forma de mi muerte no hagan sufrir aún más a quienes
quiero. Entiérrenme aquí mismo; hay dinero en el bote de harina de la cocina,
suficiente para ello.
-
Deduzco
por lo preciso de su recuerdo que, finalmente, no se respetó la voluntad del
difunto y el contenido de la carta fue conocido de muchos.
-
Fueron
los padres del difunto, que no perdieron la oportunidad de dejar en mal lugar a
Felisa ante todos y echarle la culpa de lo sucedido. ¡Pobre mujer, no sé cómo
pudo sufrir todo aquello, ni aún marchando a Madrid, para escapar de la
vergüenza! Nuestros padres le buscaron trabajo en un pequeño hotel de la calle
del Carmen.
-
Ciertamente
es un final tremendo. Pero ¿están seguros de que el doctor del A. estuvo
informado de él?
-
Por
supuesto. A duras penas lograron que Felisa no se lo echase a la cara, como era
su intención. Mi padre le aconsejó que se limitara a mandarle un resumen del
suceso, que la ayudó a redactar. De su cosecha, añadió lo siguiente: Le mando este informe por si le sirve para
tratar mejor ulteriores casos similares.
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