Arde China (Cristianismo y Revolución
Taiping)
Por Federico Bello Landrove
A punto de acabar
la Segunda Guerra del Opio (1856-1860), un profesor de Edimburgo es comisionado
por el Gobierno británico para analizar las relaciones de la Revolución Taiping con el Cristianismo, así
como la conveniencia de apoyar militarmente a aquella, o bien, a su
antagonista, el Imperio Chino. Lo que sigue es un resumen del informe rendido
por dicho profesor, hallado recientemente por mí (creerlo es cosa del lector) en
la gran biblioteca personal del famoso político, William Ewart Gladstone, en Hawarden[1].
Representación imaginaria de
combatientes taiping
1.
Un encargo de/en conciencia
Corrían los
primeros días del curso 1859-1860, cuando el recién nombrado Canciller de mi
Universidad de Edimburgo[2]
me mandó llamar a mi habitación en el New College[3],
para hacerme un encargo que me sorprendió tanto, como lo había hecho a él:
-
Profesor
Young -me informó-: Acabo de recibir una carta del Rector de la Universidad,
solicitando le dé licencia y viático para que pueda usted desplazarse a Londres
a la mayor brevedad. Ignoro cuál será el motivo pues el Honorable William
Gladstone[4]
se lo expondrá personal y reservadamente.
-
Siendo
así -repuse-, no me queda sino tomar el tren mañana mismo.
El viaje era
endiabladamente largo, como para pasarse todo el tiempo imaginando las mil y
una razones que podría haber tenido el recién nombrado Rector para convocarme a
su despacho oficial de Canciller del Exchequer. Hasta llegué a sospechar
que se hubiese equivocado de persona, quiero decir, de las cualidades que me
adornaban. Por lo demás, no había duda: Al Reverendo Ashleton Young, New
College, University of Edinburgh, rezaba la dirección. Todo correcto, salvo
en un punto de dudosa relevancia para el caso: Yo no era un Reverendo,
es decir, un clérigo ordenado de la Iglesia Libre de Escocia, sino un profesor
laico, que impartía lecciones de filosofía y -a las veces- de teología a los
estudiantes de la Universitas Edinensis[5]. Y,
desde luego, no tenía el gusto de conocer al gran político liverpuliano, que no
tardaría en convertirse en Primer Ministro[6].
En fin, entre charlas informales, comidas igualmente informales y cabezadas,
pasaron las horas de tren, hasta dar con mis huesos en la Capital. Tan pronto
dejé el equipaje en una pensión muy conveniente de Abingdon Street, me personé
en el edificio del Tesoro, para pedir audiencia con el Canciller, la cual, para
sorpresa del oficinista que me atendió, me fue concedida para el día siguiente.
Con ello, pude comprobar que era cierto lo que parecía inferirse de su carta, a
saber, que el Señor Gladstone estaba presuroso de verme y confiarme lo que fuera
que desease de mí.
***
Toda la adustez
que el Canciller tenía en el gesto, se disolvía en sonrisa y amabilidad cuando
hablaba de manera distendida, como fue el caso. Mi vestimenta le advirtió,
antes que yo lo hiciera, que no se las había con un clérigo, y manifestó su
extrañeza por ello:
-
La
verdad, Mister Young, es que había sacado una falsa deducción de dos
hechos, únicos que me constan de usted: Que es profesor del New College y
que ha escrito un excelente y profundo libro de corte religioso, que me
impresionó muy gratamente cuando lo leí, hace unos años, hasta el punto de tenerlo
como de cabecera en cuestiones de moral.
-
Me
siento muy honrado por lo que me dice, Señor, pero dudo sobre cuál sea, entre los
tres libros sobre temas éticos de los que soy autor.
-
Me
refiero -aclaró Gladstone- a este precisamente, que he traído de casa, a fin de
que tenga la amabilidad de dedicarlo.
Como ya suponía,
era el titulado The individual conscience as the inner citadel of the Church[7],
que había hecho cierto ruido, cuatro años atrás, por el valor concedido
a la conciencia personal en temas morales, lo que algunos tacharon malévola y
torpemente de relativismo ético. Gladstone, por el contrario, lo hallaba
muy conforme con sus opiniones y así me lo hizo saber de forma pormenorizada.
El caso es que iba a dedicárselo a él, cuando me corrigió:
-
¡Oh,
no, yo ya tengo otro! Este es de mi querida hermana Helen[8],
que también ha disfrutado mucho con su lectura.
Cumplí gustoso
aquel deber de cortesía. Gladstone, por fin, expuso su propósito, previa
advertencia de que habría de mantener en secreto cuanto hablásemos al respecto.
-
Le
supongo informado de que la llamada Segunda Guerra del Opio toca a su fin[9].
No oculto a nadie mi repugnancia por esta larga contienda, tanto en lo
referente al comercio de dicha droga, como a las graves crueldades que se han
cometido durante las hostilidades. En fin, nadie duda de que venceremos, aunque
sea sin razón, y ello nos traerá un nuevo problema.
Yo lo miraba de
hito en hito, sin adivinar, ni remotamente, lo que pintaba en esa guerra tan
lejana. Gladstone prosiguió, resumiendo el tema al máximo:
-
Simultáneamente,
se desarrolla en China una larga guerra civil, entre el Imperio y un bando
sublevado, que se hace llamar impropiamente de la Gran Paz[10].
Mientras esta contienda persista, será imposible mantener la existencia y
seguridad de nuestro comercio: Hay que acabar con la rebelión, de un modo u
otro. Sí, pero ¿a quién ayudaremos las Potencias occidentales? Ese es el dilema
que, entre otros gobernantes, se presenta a nuestro Primer Ministro, Lord
Palmerston[11].
Yo seguía in albis. Gladstone sonrió,
enigmático, y avanzó en su argumento:
-
Claro
está que la propuesta de solución debería partir del Ministro de Asuntos
Exteriores[12], y yo
lo respeto; pero, conociendo a lord Russell, he decidido adelantarme y proponer
al Gabinete una sugerencia que -cosa no muy usual- ha sido aceptada. Y ahí, por
fin, es donde entra usted, si tiene a bien aceptar el encargo.
Si esperaba que
aceptase a ciegas, se quedó con las ganas. Tendría que aclararme mucho mejor el
objeto de mi eventual mandato.
-
Cualquiera
diría -continuó el Canciller- que no tiene sentido ni imaginar que Gobiernos
respetables se planteen ayudar a unos rebeldes que, por otro lado, parece que
van llevando la peor parte en la contienda, pero es que son unos levantiscos
muy especiales: Nada menos que intentan derrocar al Imperio manchú para
implantar una forma de gobierno mucho más a la occidental que el caduco Celeste
Imperio… Y, por si fuera poco, dicen estar inspirados en el dogma y la moral
cristianos. ¿Qué le parece? Chinos cristianos y a la europea.
¡Al fin ataba
cabos! Algo de eso había oído y leído desde tiempo atrás, tanto a misioneros,
como a activistas políticos[13].
Así se lo hice saber a Gladstone, que se mostró satisfecho:
-
Pues,
siendo así, mejor que mejor, puesto que lo que quiero proponerle es que, de
manera reservada, pero con mi pleno apoyo administrativo y financiero, viaje
usted hasta China, hable, vea, escuche y, en definitiva, se ponga en
condiciones de rendirme un detallado informe sobre el particular, que yo, a mi
vez, pueda presentar al Gabinete, para que lo tenga en cuenta, a fin de
resolver la peliaguda cuestión de a quién ayudar en la citada guerra civil.
¿Qué le parece?
-
Me
parece extraordinariamente atractivo, máxime viniendo la sugerencia del Rector
de mi Universidad. El problema es que China está muy lejos y, una vez allí,
habré de moverme en grandes distancias, con malas comunicaciones y en un país
en guerra. Solo Dios sabe cuánto podría tardar en emitir el informe que Su
Excelencia me encarga.
Gladstone volvió a
sonreír y replicó:
-
Señor
Young, tampoco yo sé de cuánto tiempo disponemos, pero hay una cosa clara: No
podemos embarcarnos en una guerra, mientras estemos enfangados en otra; no
imaginamos por el momento apoyar a un Imperio, al que ahora mismo combatimos.
En resumen, cuenta usted con todo el tiempo que dure esta condenada
guerra del opio, más lo que tarden en llegar a Europa las noticias de que se
haya hecho la paz y firmado, por fin, un Tratado[14].
Y, en efecto, solo Dios sabe lo que eso puede tardar; de modo que creo podemos
arriesgarnos a estudiar el tema a fondo y llegar a tiempo. Y, donde no,
tendremos un trabajo interesantísimo, que podrá usted publicar, con mis bendiciones,
siempre que lo presente como iniciativa exclusivamente suya. ¿Qué le
parece?
-
Estoy
a las órdenes de Su Excelencia. Solo espero que me ayude a conseguir la
licencia de nuestra Universidad y me facilite lo preciso para cubrir los
cuantiosos gastos que, por muy parsimonioso que yo sea, han de producirse…
-
Cuente
con ello, así como con cartas para nuestras autoridades en Cantón, Hong Kong y
Shangai, y una orden de prioridad para que pueda embarcarse en el primer steamer
adecuado que zarpe desde Inglaterra para China… Todo lo tendrá, que para eso
manejo las finanzas del País. Todo, menos lo que solo Nuestro Señor puede
concederle: salud y buena suerte en su misión.
-
Por
ello ya Le suplico desde ahora y estoy seguro, caballero, de que también contaré
con sus oraciones.
William Ewart Gladstone
2.
A bordo del Bristol Lightning
Los pocos días que
faltaban para que el vapor de paletas Bristol Lightning zarpara rumbo a
Bombay los ocupé tomando notas sobre la historia reciente de China en la
Biblioteca Británica y husmeando por las mejores librerías londinenses en busca
de los textos más relevantes para mi labor. Tiempo tendría de estudiar todo a
fondo durante aquel largo periplo, iniciado justamente en el tiempo en que
empezaba a construirse el Canal[15].
Mi mayor preocupación no era, por tanto, la de llegar a China perfectamente
ilustrado sobre mi misión sino, si acaso, encontrar a una persona de toda
confianza que, conociendo el país, me sirviera de intérprete, pues desconocía
por completo el idioma chino o, por mejor decir, sus dos principales dialectos[16].
Afortunadamente, mis inquietudes se desvanecieron en cuanto trabé conocimiento
con otro de los escasos pasajeros del barco, dedicado con preferencia al
transporte de mercaderías.
El Reverendo,
Samuel Ballantine, natural de Aberdeen, era un veterano de las misiones en
China, dentro de la Church Missionary Society[17].
Había regresado a Gran Bretaña para reponer su delicada salud y rendir
cuentas de su trabajo a los directivos de la Mission. Ahora, tras casi
dos años de estancia en la patria, retornaba a Cantón, para proseguir su labor
misional. Nuestra presentación recíproca no resultó fácil, pues me estaba
vedado el sincerarme sobre el objetivo de mi viaje. Ya había previsto tan
embarazosa situación y decidido presentarme ante todo el mundo como un profesor
de la Universidad de Edimburgo que, contando con una situación económica muy
acomodada, había decidido viajar a China para preparar una disertación académica
sobre la guerra del opio y la rebelión Taiping. A fin de cuentas, todo
se ajustaba a la verdad, sin más que ocultar el verdadero destinatario de mis
indagaciones y el uso que podría hacer de ellas. Que mis futuros interlocutores
me creyesen, o no, era algo que no me preocupaba mucho: A fin de cuentas, salvo
los misioneros, pocos viajeros a China decían toda la verdad acerca de sus
intenciones y objetivos.
El Reverendo
Ballantine fue de los que me creyó a pies juntillas, ya fuese por amenizar la
singladura con mi compañía, ya porque le di muestra inmediata de que había
preparado mi viaje hasta el punto de hacerlo plausible. Resultó, en efecto, que
había él coincidido en Cantón con el famoso misionero baptista de los Estados
Unidos, Jehú Shuck[18].
Yo conocía superficialmente su trabajo, que resumí, para preguntarle
finalmente:
-
¿Estaba
usted con él cuando falleció su esposa, Eliza?
-
Desde
luego. También ella era una misionera excelente. Es el triste sino de los
misioneros evangélicos: Van allá con sus esposas, pero la mayoría de ellas no
soportan las privaciones y enfermedades del país. En ese sentido, es mejor el
destino de los católicos que, como sabe, son célibes.
-
¿Y
usted, Samuel? ¿Tiene esposa?
-
Mi
estado es un tanto especial -sonrió al reconocerlo-. Si llegamos juntos hasta
Cantón, tendrá la oportunidad de comprobarlo.
Si, en cuestión de
estado civil, fue muy circunspecto, em cambio se explayó en lo tocante a uno de
los temas esenciales para mi trabajo, es decir, la historia del fundador e
inspirador de los taiping, llamado Hong Xiuquan[19],
precisamente natural de la provincia de Kwangdong, de la que la ciudad de
Cantón es su capital. Estoy por afirmar que llegué a conocerlo cuando
todavía no era famoso, me aseguró. Y agregó:
-
En
cualquier caso, debe usted comprender que Cantón es una gran ciudad[20]
y son varias las misiones que funcionan en ella. Desde luego, me consta que
Hong recibió doctrina del famoso misionero, Edwin Stevens[21].
Supongo que habrá oído hablar de él…
-
Algo
he leído, pero nada en concreto acerca de evangelizar al jefe Taiping.
-
Es
comprensible -me disculpó-. Su acción fue más bien indirecta, gracias a haber
influido en la formación del misionero y reverendo chino, Liang Fa[22].
En fin, en las misiones de Cantón conocemos bien los primeros tiempos de la
vida y la rebelión de Hong, aunque nunca habríamos creído que resultara tan relevante
y fuese capaz de sostenerla durante tantos años[23].
-
¿Sería
tan amable de dictarme un breve resumen de la vida de Hong? Gracias a su
conocimiento de primera mano, puede darme una seguridad de la que carezco con
las fuentes escritas que he consultado.
-
Con
gusto -accedió-, aunque no crea que mi relato esté libre de todo error.
***
Hong Xiuquan
-comenzó su relato biográfico el Reverendo Ballantine- nació el 1 de enero de
1814 en el distrito de Hua, en la provincia de Kwandong, como cuarto hijo -tercero
varón- de una familia campesina relativamente acomodada de la etnia hakka[24].
Su familia hizo por él un denodado esfuerzo para que progresara socialmente,
enviándolo a la escuela desde los seis hasta los catorce años, donde recibió la
educación tradicional en los libros clásicos del Confucianismo. Tras continuar
sus estudios de forma independiente, aprobó los exámenes de distrito, que le
permitieron abrir escuela en su aldea, cuando tenía veinte años de edad.
Deseando mayor
progreso social, Hong se preparó para aprobar los exámenes provinciales, que le
habrían dado acceso al funcionariado imperial. Se presentó en Cantón, tres
veces sucesivas, entre 1835 y 1837, sin que lograse superarlos, ya por falta de
acierto, ya por el desprecio que solía sentirse hacia un hijo de campesinos de
una etnia inferior. Fue, al parecer, durante los exámenes de 1836
cuando, paseando por la ciudad cantonesa, tuvo su primer contacto con
misioneros cristianos, quienes le aconsejaron adquirir un excelente libro doctrinal,
escrito en chino, por el ilustre misionero Liang Fa, y que nosotros llamamos Good
words to admonish the Age[25].
Curiosamente, llegado a su casa, guardó el libro y se desentendió de su
lectura. Por tanto, ese libro cristiano no pudo ejercer ningún efecto sobre el
famoso trance, o visión, de Hong, cuando este se vino abajo el año siguiente,
bajo el agotamiento y la depresión que le produjo su tercer suspenso
consecutivo. La visión -de la que se dice, con gran exageración, que duró
cuarenta días- consistió sustancialmente en que, arrebatado a un lugar fuera de
este mundo, tuvo grato contacto con una persona algo mayor que él, con la que
sintió una proximidad como si se hubiese tratado de un hermano; y también entró
en coloquio con un venerable anciano, padre del anterior, que le manifestó su
dolor por la gran cantidad de demonios que pululaban por el mundo, de manera
que, hasta el momento, ni los esfuerzos de su hijo, ni los de personajes tan
elevados, como Confucio, habían logrado expulsarlos de entre los hombres, sobre
todo, en China.
Hong no olvidó
aquel sueño tan vívido, pero no hizo caso de él por entonces. Pasados
unos años, en 1843, decidió presentarse una última vez a las pruebas para
funcionario imperial, que volvió a suspender. Fue entonces cuando tornó a parar mientes en
su sueño y, en el colmo de la coincidencia, un primo suyo -también lector del
libro de Liang Fa- le aconsejó vivamente su lectura, encomiando la calidad de
su doctrina. Esta vez, Hong desempolvó el texto y lo leyó y releyó con profunda
reflexión, sacando de su examen la interpretación de su sueño: El anciano celestial
era Dios Padre, entristecido por el dominio de los demonios en este mundo.
El hombre joven y amistoso no era otro que Jesucristo, el Hijo de Dios Padre,
que había redimido a la Humanidad pero no había logrado expulsar definitivamente
a los demonios. Y a él, Hong, como hijo menor del Padre, estaba confiada la
misión de liberar a China y el resto del mundo de aquellos enemigos diabólicos.
Imbuido de esta sagrada misión, Hong se llegó a Cantón y trabó contacto con
diversos miembros de las Misiones evangélicas, en particular, el Reverendo
Roberts[26],
quien lo adoctrinó, pero, no encontrando al catecúmeno lo bastante preparado,
le negó el bautismo en 1847. Con todo, Hong fue asumiendo de muy diversas
procedencias, ideas y normas para pergeñar un movimiento de adeptos, al que
denominó Tai Ping, o de la Gran Paz, basado en algunos principios
cristianos, como la comunidad de bienes o la vida libre de toda clase de
vicios, al lado de otros más mundanos, como la rebelión contra los manchúes
dominantes en China[27]
o el empleo de medios militares y violentos para conseguir sus objetivos[28].
Tras unos años de preparativos a nivel local en las provincias más al sur de
China, Hong y los suyos llevaron con éxito su rebelión contra el Imperio a las provincias
centrales, intentando infructuosamente desde allí la conquista de Pekín. Ahora,
como sin duda conoce, su capital es Nankín y, tras varios años de expansión, su
Reino Celestial parece estar en retroceso, asediado por los imperiales y
no bien visto por las Potencias europeas, que actúan desde Shangai.
Aquel resumen me
resultó suficiente para comprender que Hong era un chino de formación
tradicional quien solo cuando alcanzó la treintena adquirió una mínima
formación cristiana, no tanto por la vivencia de los textos bíblicos
directamente, sino por un tratado moral y exegético, notable, sin duda, pero
como de segunda mano, escrito por otro conciudadano suyo. Y todo ese
arsenal cristiano, superficial y apenas digerido, lo había puesto al servicio
de ideas o visiones preconcebidas, con tan pintoresco resultado, como el de
creerse Hijo de Dios y confundir, en buena parte, los demonios con los
manchúes. No era cosa de extrañar que los notables valores que tuvo el
movimiento taiping en un principio hubiesen decaído, entre la violencia y
las exigencias de establecer un Reino de este mundo. Creo que el
Reverendo Ballantine había juzgado rectamente, cuando comentó:
-
Alguna
razón ha de haber para que Hong parezca haber asumido las enseñanzas del
Antiguo Testamento con cierta precisión, mientras el fundamento del amor y el
hecho de que el Reino de Dios no sea mundano le han pasado casi desapercibidas.
Tal vez sea porque la traducción al chino de la Biblia comenzó por el Viejo
Testamento, no por los Evangelios.
-
¿Y
qué puede decirme de la pureza del mensaje taiping? ¿Se ha conservado o
se está perdiendo?
-
A
Cantón las noticias me llegan escasas y alteradas. Con todo, la opinión general
es que ahora dominan la violencia, el egoísmo y el lujo. De hecho, cada vez más
campesinos y gente del pueblo se desilusionan y abandonan a Hong. Pero sobre
eso, cuando usted viaje por China, podrá tener una información más completa.
-
Seguramente
-concedí-, pero sus palabras me sugieren la necesidad de superar un gravísimo
inconveniente: No sé una palabra de chino. ¿No conocerá usted a algún
intérprete de confianza?
-
Déjeme
pensar… En todo caso, cuando lleguemos a Cantón -si algún día eso sucede-, le
orientaré al respecto; y, entre tanto, podría darle a ratos perdidos alguna
lección del idioma, para que pueda entender y expresar lo más básico; claro
está, olvidándonos de la escritura, que precisaría de un viaje como de aquí a
la Luna.
3.
En Cantón
Como es sabido,
los chinos denominan Kwangzou a la ciudad de Cantón. Situada al fondo de
un amplio estuario, llamado el Río de las Perlas, se encuentra muy próxima a la
posesión portuguesa de Macao y a la inglesa de Hong-Kong, que se hallan en las
dos entradas de dicho estuario. Lógica consecuencia de ello es que las misiones
católicas de la zona se ubiquen en territorio portugués, mientras que las así
llamadas protestantes tiendan a trasladarse a la cercana Hong-Kong, bajo
la sólida protección del pabellón británico. De todas formas, Ballantine me
explicaba, según nos aproximábamos a la populosa ciudad, que el sino de Cantón
parecía ser el de perder su importancia internacional, por efecto de las
constantes revueltas que en ella y sus alrededores se venían produciendo, ya
por la lejanía y debilidad del Imperio, ya por razones étnicas y sociales[29].
Quiérase o no, la tensión política había
acabado influyendo en las Misiones cristianas que radicaban en la ciudad: Si en
Cantón se habían establecido algunos de los primeros misioneros evangélicos,
como Stevens y Morrison[30],
a mi llegada se había iniciado un cierto éxodo hacia Shangai, Hong-Kong y otros
lugares. Seguramente, el reverendo más notorio de los que permanecían en Cantón
era el baptista, Issachar Roberts[31],
con quien procuré desde el primer momento relacionarme y tratar de aprovechar
su profundo conocimiento del mundo del sur de China y, en particular, de Hong y
su movimiento taiping. Gracias a Ballantine, pude vencer sus reservas
hacia mí, que interpreté como desconfianza de un inglés, cuando mi País estaba
embarcado en la impopular Segunda Guerra del Opio.
De todas formas,
mis primeros contactos misionales en Cantón fueron muy otros. Entre los pocos
conversos chinos que habían alcanzado la condición sacerdotal, se
hallaba Wong Min, discípulo predilecto del misionero americano, Jehú Shuck,
como se sabe ya en los Estados Unidos cuando yo aparecí por Cantón. Ballantine
tenía mucha amistad con él, no solo en términos religiosos, sino familiares, ya
que se había casado con una prima de Wong, llamada Lian Min. Esa era la
sorpresa que Samuel me tenía preparada a mi llegada a Cantón, pues lo era, y
grande, que el misionero escocés se hubiera casado con una nativa, aunque
estuviese bautizada y fuera muy honesta. Ese había sido uno de los asuntos que
había tenido que despachar con la Church Missionary Society, antes de
tomar el barco de vuelta, en el que ambos coincidimos.
Wong Min fue la
primera persona a la que pedí información detallada sobre la forma en que había
ido evolucionando la llamada -según opiniones- rebelión o revolución
taiping. El comienzo fue verdaderamente impresionante:
-
¿Cómo
quiere -me dijo con disgusto- que valore unos sucesos en los que bien pueden
haber muerto veinte millones de mis compatriotas?
Creí que se habría
confundido en el número, dado que se expresaba en inglés con cierta dificultad.
Pero él insistió, y hasta admitió la posibilidad de que los fallecidos fueran
muchos más; la mayoría, a hierro y fuego; otros, de hambre o por enfermedades.
-
Pues
¿cuántos chinos forman actualmente la población del País?, pregunté, por
hacerme una idea porcentual de los finados.
-
Tampoco
sobre eso puedo darle unas cifras fiables, porque hace bastantes años que no se
llevan a cabo censos generales de población. Los últimos indicaban que el
número pudiera estar acercándose a los cuatrocientos millones[32].
-
Aún
así -reconocí-, tiene usted razón. No puede justificarse un movimiento que
genere tal cantidad de víctimas; menos aún, si pretende tener un origen
religioso.
Moderno ejemplar de Biblia en idioma
chino
Wong se encogió de
hombros al escuchar el epíteto religioso, si bien tuvo que reconocer que
tenía mucho de ello:
-
Aunque
me siento muy condicionado por aquella frase de Nuestro Señor a Pilato, mi
reino no es de este mundo, tengo que admitir que los cristianos se han
dejado llevar muchas veces en la historia por movimientos milenaristas,
que pretendían implantar, a un tiempo y de golpe, un orden social en que
confluyeran las ideas y las autoridades religiosas y civiles, divinas y
mundanas. Según eso, puedo aceptar que los taiping constituyan un
movimiento religioso; pero, desde mi punto de vista, se trató inicialmente de
una reordenación total de la política y la sociedad chinas, en la que no puede
prescindirse en modo alguno de consideraciones raciales.
-
¿Se
refiere usted -pregunté- a la inferioridad de la etnia hakka, a la que
pertenecían casi todos los primeros miembros de la secta, incluido el propio
Hong?
-
A
eso, y al sentimiento de la mayoría de los chinos de estar sojuzgados por los
manchúes, desde el momento, hace siglos, en que una dinastía de esa procedencia
ocupó el trono imperial, los mandos militares y los principales puestos en el
gobierno. ¿Sabía usted, por ejemplo, que manchúes y chinos tienen prohibido,
hasta ahora, contraer matrimonios mixtos?
-
No
creí que la discriminación llegase hasta ese punto -reconocí-. De todos modos,
me parece excesiva la reacción de Hong, de considerar que los manchúes sean,
precisamente, los demonios que hay que expulsar violentamente de China.
-
Ahí
ha dado en el clavo -ponderó-: violentamente. Esa es la raíz de todos
los males que han acabado por infectar la misión que Hong y los suyos se han
atribuido. Nada hay en su ideario del amor y el perdón de nuestra religión.
Así, la formación de grandes ejércitos[33]
y la conquista territorial han pasado, de ser un medio de imponer doctrinas, a
un fin: el de alcanzar mayor poder y riqueza.
-
Sin
embargo, Reverendo Wong, en su origen, la revolución Taiping fue un
modelo de ética y moderación…
-
En
efecto: Hong aceptó las enseñanzas del venerable Liang Fa, en el sentido de
condenar el consumo de vino y de opio, la brujería, la avidez de bienes
materiales, el adulterio, el concubinato, la prostitución, el juego y el robo.
Asumiendo a mayores tales normas morales, Hong reconoció a las mujeres iguales
derechos que a los hombres, incluso el de incorporarse al ejército, y predicó
la comunidad de bienes, en particular, de las tierras, cuyos frutos irían a
parar a graneros municipales, para la satisfacción de las necesidades de todos
los vecinos.
-
¿Y
en qué ha quedado todo eso? ¿Se han relajado las costumbres entre los taiping?
-
Absolutamente;
y los primeros en infringir las normas son sus generales, reyes y príncipes[34],
que atesoran grandes riquezas, luchan por el poder entre ellos y llenan de
concubinas sus palacios. El propio Hong es modelo supremo de tal decadencia
moral.
-
Supongo
que esa regresión moral habrá calado hondo en el éxito del movimiento…
-
Es
claro. Según han progresado los taiping hacia el norte, fuera del ámbito
de la etnia hakka[35],
su éxito -cuando menos, militar- habría de depender de su sobriedad, energía y
generosidad con los autóctonos. Lejos de ello, han pasado a saquear lo que, en
un principio, compraban; a cargar de impuestos a los campesinos, para mantener
grandes ejércitos y un opulento tren de vida; a seguir repartiendo las
prebendas entre los compañeros y familiares de Hong, en lugar de hacerlas
accesibles a todos los chinos. La distinta mentalidad y el dialecto diferente
han hecho el resto.
-
Veo,
Reverendo Wong, que es usted muy crítico con los taiping y que entiende
han fracasado en implantar una moral acrisolada y en dar ejemplo de ella.
-
Así
es, Señor Young, si bien no sé hasta qué punto les habremos dado nosotros, los
cristianos, motivo de escándalo. Cuando uno lee ciertos pasajes del Antiguo
Testamento, y lo hace al pie de la letra y sin perspectiva histórica, puede
hallar en el Dios de los Ejércitos del Pueblo Escogido ciertos asideros para
implantar un comportamiento rígido y despótico. Yo bien sé lo difícil que es
hacer comprender a mi pueblo toda la hondura y espiritualidad del Cristianismo,
sin que los catecúmenos confundan y mezclen creencias tradicionales con el
mensaje de Jesús. ¿Acaso no fue Él quien afirmó que no debe echarse el vino
nuevo en odres viejos[36]?
Fue una hermosa y
enigmática forma de concluir la conversación.
***
El Reverendo
Issachar Roberts era la persona indicada para instruirme acerca de las
creencias de los taiping, para así dar yo respuesta a la cuestión de
hasta qué punto habían sido imbuidos de Cristianismo y, en consecuencia,
merecían consideración y cierta confianza por parte de las Potencias
occidentales. Precisamente había sido Roberts quien, tras adoctrinar a Hong
Xiuquan durante dos o tres meses, le había negado el bautismo que aquel
impetraba para así empezar mejor pertrechado su vida pública. Por
cierto, ya me habían advertido de que el Reverendo Roberts era persona de
carácter difícil y, pese a su experiencia y sabiduría, tenía muchas
dificultades con sus colaboradores. A mí me recibió con cierta vanidad:
-
Yo
fui el primer misionero que llegó a Hong-Kong, en el mismo año que China lo
cedió a su País[37]. Poco
después, fui trasladado por mis superiores a Cantón, donde tuve ocasión, en 1847,
de impartir doctrina al famoso Hong Xiuquan. Por tanto, no podría haber acudido
usted a una fuente mejor de información.
-
Me
consta -acepté-, como también que le negó el bautismo por no estar
suficientemente preparado. ¿Recuerda algunos extremos de esa falta de madurez
espiritual?
-
Usted
lo ha dicho: falta de madurez. No se trata, solo, de que no conociese
suficientemente la Biblia, sino de que pretendía vanamente comportarse como un
cristiano, pero todavía participaba mucho más de las creencias y forma de vida
anteriores. El tiempo me ha dado la razón; y es que la palabra de Dios ha de
calar hondo en nosotros y debemos arrancar de raíz los abrojos y malas hierbas
que puedan crecer con ella.
-
Veo,
Reverendo Roberts, que conoce bien la doctrina que Hong ha difundido entre los taiping,
para convencerlos de seguirlo y luchar hasta la muerte por su causa. ¿Podría
hacerme un resumen de lo que no sea verdaderamente cristiano e indicarme su
verdadero origen?
Con gran
benevolencia, Roberts me fue ilustrando acerca del objeto de mi interés. Hong
seguramente no había leído a fondo la Biblia, utilizando como intermediario el
tratado de Liang Fa, del que apenas había recogido unos cuantos dogmas, como la
existencia de un Dios Padre, preocupado por la felicidad de los hombres; la de
un Dios Hijo, Jesucristo, pero inferior al Padre, que había venido al mundo con
un objetivo de salvación, que solo en parte se había cumplido, pues los
demonios seguían pululando por él; la existencia de una Ley de Dios, plasmada
en los Diez Mandamientos, que obligaban a todo el género humano; la necesidad
de bautizarse para formar parte del pueblo de Dios, y la existencia de un cielo
y un infierno para hacer justicia después de la muerte, según haya sido la vida
de cada cual. Roberts destacaba en Hong heterodoxias tan evidentes, como la
increencia en la Trinidad -el Hijo, inferior al Padre; el Espíritu Santo, como
una especie de viento celestial, sin objetivo ni personalidad concretos-; la
omisión de los demás Sacramentos -singularmente, de la Eucaristía-, o la
elusión de la Iglesia como comunidad espiritual de los creyentes. Pero, sobre
todo, el Reverendo levantaba la voz y hacía grandes aspavientos cuando aludía a
las peculiaridades que Hong había incorporado a las creencias
cristianas.
-
¡Fíjese!,
exclamaba, Hong se atribuye la condición de hijo menor de Dios, dotado de una
misión completiva de la de Jesucristo. Confunde la Cena del Señor con una
especie de banquete u ofrenda de alimento a la divinidad. Entiende el Reino de
Dios como un Imperio terrenal, en el que él es el jefe absoluto, y que ha de
imponerse por la fuerza de las armas. Pretende desterrar ciertas
supersticiones, pero cultiva el chamanismo y se considera dotado de poderes
sobrenaturales, como el de curación milagrosa[38].
-
¿No
cree que esa heterodoxia deriva de elaborar una religión mixta, con
mezcla de lo cristiano y de creencias tradicionales chinas?
-
No
tengo duda de ello. El Confucianismo original, y otras creencias anteriores[39],
ya admitía la existencia de un Dios supremo, sin perjuicio de la existencia de
otras divinidades menores, con funciones determinadas. También proponía una
comunidad de todos los hombres, basada en la igualdad, la paz y la equidad; y,
por supuesto, una vida sana y morigerada, coincidente con las teóricas
prohibiciones que Hong impuso en principio a sus seguidores. También el Budismo
creo que ha influido en varias de las ideas de Hong, muy en particular, su
insistencia en los demonios y su concepción del cielo con 33 niveles[40].
-
Para
concluir, Reverendo Roberts, ¿diría usted que el mensaje de Hong Xiuquan es de
naturaleza cristiana?
-
¡Uf,
qué pregunta tan comprometida! Desde luego, nadie puede negar que, si Hong no
hubiese conectado con algunos misioneros y leído la Biblia y algunos otros
libros cristianos de espiritualidad, traducidos al chino, no habría predicado
un movimiento como el taiping; tal vez, no se habría decidido a difundir
ningún mensaje y seguiría siendo un desconocido maestro de aldea. Pero las
creencias y normas morales que Hong tomó del cristianismo son sustancialmente
las comunes al Confucianismo o, al menos, las ha adulterado y mezclado de
manera inseparable con ellas. Ya por su mentalidad genuinamente china, ya por
no haber digerido pausadamente el Cristianismo, mi antiguo catecúmeno ha
creado una religión propia y confusa que, si hubiera que definir en términos preexistentes,
le diría que es un Confucianismo cristianizado.
-
¿No
sería más exacto decir que es un Cristianismo reformado al estilo de Confucio?
Por primera vez en
la entrevista, Roberts sonrió y dijo:
-
A
eso lo llaman los chinos zhuke diandao, no pasando de ser un juego de
ingenio[41].
Lo cierto es que, demostrando que, en efecto, por China pululan los demonios,
Zhong ha puesto el Cristianismo al servicio de una causa política detestable, pero
de manera tan inteligente y atractiva, que ha causado una duradera y sangrienta
revolución.
***
Aunque no había pensado detenerme en
Hong-Kong, me fue preciso hacerlo pues tenía a mi disposición una importante
cantidad de dinero esperándome allá, según libramiento del Tesoro británico a
las autoridades de la colonia. Seguro que alguna persona interesante hallaría
para ampliar el aporte de información que había obtenido en Cantón. Por otra
parte, el viaje era un grato paseo en cualquiera de los veleros y juncos que
unían las dos ciudades. Antes de partir, el Reverendo Ballantine me recordó la
conveniencia de dotarme de un intérprete de confianza, en toda la acepción de
esta palabra. Dijo que tenía la persona indicada, que resultó ser un pariente
de su esposa. Ese compromiso familiar me puso en guardia, como también el hecho
de que hablase una variante meridional del idioma, lo que podría ser un serio
obstáculo para moverme por la China central, como pretendía. En consecuencia,
me excusé con la disculpa de que, en realidad, no tendría que viajar por el
interior de China hasta hallarme en Shangai. Creo que Ballantine tomó a
pretexto tal aplazamiento y no nos despedimos en muy buenos términos, lo que
lamenté profundamente.
4.
Hong-Kong
Llegué a Hong Kong
en los primeros días de febrero de 1860, cuando no hacía ni medio año que había
tomado posesión del cargo de Gobernador el Caballero, Hercules Robinson[42].
La Colonia había pasado por tiempos muy movidos en los años precedentes, pese a
la calidad administrativa y el talante humano del anterior Gobernador, Sir John
Bowring[43];
dificultades y peripecias motivadas, en parte, por la inmigración de grandes
contingentes de población china, acuciada por los avatares de la Revolución Taiping
y de la Segunda Guerra del Opio. Y así, en lo que entonces solo era una pequeña
isla, se había concentrado una población desmesurada[44]
para el espacio y los servicios existentes. Naturalmente, no era eso lo que a
mí me interesaba mayormente, máxime cuando habría de tener una gratísima
sorpresa en lo atinente a la misión que se me había encomendado.
En efecto, entre
los misioneros enviados por la London Missionary Society, se encontraba
un escocés, James Legge[45],
que tenía ya, pese a su buena edad, una larga experiencia en Malaca y
Hong-Kong, adonde había llegado a poco de convertirse en Colonia británica. Era
un excelente conocedor de la lengua y la cultura chinas y, como misionero, se
caracterizó por su rigor formativo, no autorizando el bautismo sino de los
catecúmenos verdaderamente preparados. Eso sí, no le dolían prendas a la hora
de rodearse de jóvenes indígenas trabajadores e inteligentes, a algunos de los
cuales llevó consigo en sus viajes a la Gran Bretaña, u ordenó como clérigos
que siguieran su labor entre sus compatriotas. Así, había tenido la oportunidad
de acoger en la Misión y formar en ella a un primo lejano del jefe taiping,
conocido en nuestra grafía como Hong Rengan[46],
quien se había ausentado de Hong Kong en 1858, aceptando la llamada de su
poderoso primo, que lo quería a su lado como equivalente a un Primer Ministro.
También había tenido el Reverendo Legge a su vera al chino, ordenado clérigo,
Wang Tao[47], que
había colaborado con él en las traducciones bíblicas y literarias al idioma
chino.
El Reverendo Legge
y yo coincidimos por primera vez en los oficios que presidía como pastor de la Union
Church de la Ciudad[48],
cuando, a su conclusión, me acerqué a saludarlo y tratar de concertar alguna
forma de entrevista. Pronto coincidimos en el punto relativo a su indignada
oposición al mercado y la guerra del opio, pues yo osé aludir a mi conocimiento
de otro furibundo opositor, el Honorable Gladstone, a quien le dije que lo
conocía solo como Rector de la Universidad de Edimburgo. Legge había estudiado
en la de Aberdeen y, en cuanto supo que yo era profesor de la Universitas
Edinensis, me invitó a compartir su mesa y me dio acceso a los numerosos
documentos que estaba preparando sobre temas de espiritualidad china[49].
Pronto lo llevé a mi terreno predilecto, dejando caer los datos de mis
conversaciones en Cantón, como si fuesen opiniones personales mías, obtenidas
de lecturas tales, como la del libro de su colega, el misionero sueco, Theodore
Hamberg[50].
El Reverendo Legge coincidió en buena parte con cuanto yo le decía, cosa que
mucho me confortó, pues me permitía darle marchamo de veracidad a cuanto iba ya
recogiendo para redactarlo en su día.
-
He
de confesarle -comenzó- que soy un admirador de Confucio, como lo soy
igualmente de Lao-Tse[51].
Uno y otro conforman un compendio moral de elevadísima pureza que, en sí mismo
y dada su antigüedad, en nada desmerece del judaico, que está en la base del
Cristianismo. Pero, ya que hablamos de Hong Xiuquan, aludiré tan solo al
Confucianismo, que a él le sirvió de base para fijar aquellas normas éticas,
que tan mediocremente ha cumplido con posterioridad.
-
Según
eso, la moral taiping es de matriz confuciana…
-
No
le quepa duda. Su adhesión a los Diez Mandamientos es puramente testimonial o,
dicho de otro modo, a nivel de conciencia universal.
-
¿Y
las creencias propiamente religiosas o dogmáticas, como Dios Padre o
Jesucristo?
-
Las
corrientes filosóficas chinas más elevadas reconocen la existencia de un Dios
supremo, al que suelen llamar Shang-di, que pudo servir a Hong de modelo
para su Dios Padre. En cuanto al resto, usted mismo ha reconocido que la
Trinidad está al margen de la teología taiping, así como el papel un
tanto degradado de Jesucristo, el Dios Hijo, claramente inferior al Padre y
fracasado en su misión redentora, hasta el punto de tener que enviar a
Hong, para que acabe de expulsar a los demonios de este mundo.
Legge resumió el caso de Hong, a tenor de lo
que el Reverendo Hamberg había recogido en su libro sobre él:
-
No
podemos olvidar que el origen de la misión de Hong se halla en una visión muy
elaborada, ya se tratara de un sueño, ya de una alucinación morbosa[52]
-yo no excluiría radicalmente, incluso, el consumo de alguna droga-, en la que
el Cristianismo no pasó de servir para una interpretación caprichosa y
subjetiva de lo soñado. Y tampoco se puede perder de vista que Hong era un
catecúmeno con solo dos meses de formación, incapaz aún de leer la Biblia con
un mínimo de aprovechamiento.
Quedó unos
momentos en suspenso, para añadir acto seguido:
-
Tiene
que creerme, Señor Young, pues me avalan casi veinte años de apostolado en
China y de comprensión y cariño hacia los habitantes de esta tierra. Hay
misioneros que, con tal de extender el Cristianismo y de ofrecer a sus
Congregaciones grandes cifras de convertidos, apenas enseñan los rudimentos de
la doctrina y bautizan a quienquiera que los memorice. Otros preferimos calidad
a cantidad y no impartimos credenciales de cristiano sino a quienes las merecen[53].
Bien sabían de eso el Reverendo Hamberg y el Reverendo Roberts, que enseñaron
algunas verdades a Hong pero lo encontraron impreparado para el bautismo. En
resumen: No podemos atribuir al Cristianismo la doctrina de quien apenas lo
conoce y, a mayores, mezcla unas religiones con otras. Si lo mejor que podemos
esperar del Cristianismo en China es la Revolución Taiping, valdría más
-como sentencia el Evangelio[54]-
que nos atasen al cuello una piedra de molino a todos los misioneros y nos
arrojasen a lo profundo del mar.
Hong Xiuquan (grabado de la época)
***
Mi siguiente etapa
habría de concluir en Shangai, donde tenía previsto que cambiara
sustancialmente el sentido de mi viaje, de lo religioso, a lo político y militar.
Así se lo expuse al Reverendo Legge, explicándole también que haría lo posible
por llegar hasta Nankín para conocer de primera mano a algunos de los jefes de
los taiping, incluido el propio Hong Xiuquan, si fuere posible. Con su
habitual amabilidad, Legge me entregó una carta de recomendación para el Primer
Ministro, Rengan, diciéndome:
-
Si
lo que pretende es profundizar en la doctrina, sin duda la fuente principal es
Xiuquan, para el caso de que no haya perdido el juicio, como algunos afirman.
Pero para alcanzar a comprender los progresos de los taiping en la
construcción de un Estado organizado y moderno, el interlocutor indicado es
Rengan. Durante varios años mantuvimos una excelente relación: Estoy convencido
de que mi carta le predispondrá hacia usted de forma muy favorable.
Mas aún tenía otra
sugerencia o recomendación que hacerme:
-
No
piense que ha conocido a los misioneros más notables en China, mientras ignore
al norteamericano Bridgman, uno de los primeros en llegar a estas tierras[55].
No solo es un hombre muy espiritual, sino un erudito de primera fila. Además,
tuvo la suerte, ya mayor, de casarse en Shangai con una misionera de su misma
nacionalidad, aunque de otra confesión evangélica, dedicada con verdadera
entrega a la educación de niñas y jovencitas chinas[56].
Procure conocerlos y hablar con ellos. Shangai es hoy día el punto clave en los
intercambios entre Occidente y China, aunque está padeciendo más que ningún
otro los embates de los taiping que, tras haber fracasado ante Pekín,
conseguirían un triunfo histórico ante el mundo si se hiciesen con Shangai.
5.
Shangai
No me fue fácil hallar buen acomodo en
Shangai a mi llegada. El propio éxito comercial de la ciudad y la inseguridad
en el valle del Yang-Tse por efecto de la rebelión Taiping, habían duplicado la
población en una década, según me dijeron[57].
Aunque no era mi propósito inicial, me vi obligado a solicitar la ayuda del
Consulado británico para conseguir una aceptable habitación en una pensión céntrica,
dado que la ciudad se extendía sobre una extensa e intrincada superficie y la
seguridad en muchos barrios brillaba por su ausencia. Tal vez habría sido el
momento de buscar y contratar un buen criado e intérprete, pero preferí esperar
a que alguien de toda confianza me presentase a un recomendado.
Deseoso de
concluir -¡eso pensaba yo!- mis encuentros con misioneros de renombre, me puse
en contacto en cuanto estuve convenientemente instalado con el matrimonio
Bridgman[58], de
quien tan bien me había hablado el Reverendo Legge. La verdad es que el
encuentro me resultó decepcionante: El Reverendo Elijah Bridgman se encontraba
delicado de salud y dedicado en exclusividad a terminar su segunda traducción
de las Sagradas Escrituras al idioma chino; de modo que apenas pudo concederme
una corta entrevista, de la que lo más interesante que obtuve para mis
intereses fue la revelación de que el jefe taiping había manejado dicha
versión para sus estudios cristianos, algo que puede confirmar cuando lo visité
en Nankín, como en su momento diré. Según el Reverendo Bridgman, el ejemplar
bíblico traducido arrancaba, a su vez, de una traducción al inglés directamente
de lengua hebrea o aramea, lo que le daba una certeza fuera de lo común, al
menos, en lo tocante al Antiguo Testamento. Curiosamente, y contra lo que otros
me habían asegurado, la traducción del Nuevo Testamento había precedido a la
del Viejo[59], razón
por la que Hong podría haber bebido de las fuentes de Cristo antes que de las
estrictamente judaicas.
Compensando la parquedad del contacto con su
esposo, la Señora Bridgman, también misionera como ya he dicho, me concedió una
más generosa atención, haciéndome conocer el colegio para señoritas chinas que
regentaba, así como el plan de estudios y los materiales didácticos. Ello me
dio pie para preguntarle por una circunstancia sobre los taiping, que me
tenía perplejo:
-
Aunque
pueda haber cierta exageración, he oído que los seguidores de Hong valorar de
modo igual a ambos sexos, hasta puntos muy curiosos, como admitir a las mujeres
en el ejército, prohibir el concubinato y el bárbaro vendado de los pies de las
niñas…
-
Todo
eso es cierto -admitió Mistress Bridgman-, pero la teoría inicial ha
sido contradicha por la práctica presente: Los taiping defienden hoy una
ética de la sumisión femenina; han levantado la mano con el concubinato y han
acabado por recluir a las mujeres en sus casas. Con todo, su revolución supuso
una obvia mejoría de la condición de la mujer china a nivel -diríamos-
filosófico. Yo aplico aquí una consecuencia menos ambiciosa, pero más sincera,
en la instrucción de las jovencitas. Lástima que solo las mejores familias chinas
tienen la mentalidad y los posibles para darles carrera académica…
***
Habiendo llegado a
Shangai a comienzos del verano de 1860, podría decirse que el enemigo a
batir no era ya el Imperio Chino, que estaba a punto de perder la Segunda
Guerra del Opio y no constituía amenaza ninguna para la ciudad. Por el
contrario, la guerra civil entre los Quing manchúes y los Taiping ensangrentaba
el valle del río Yang-Tse y había acercado el confuso frente hasta las
inmediaciones de Shangai. En esta población, se tenía la impresión de que los
rebeldes tratarían de apoderarse de ella, como forma de compensar sus fracasos
ante Pekín y de dar a su revolución una relevancia internacional. Con el
ejército franco-británico combatiendo muy al norte, era llegado el momento en
que, según consolidada tradición, las legaciones y compañías comerciales de los
numerosos Estados representados en Shangai tomaran de nuevo las armas y
formasen el orgulloso Shanghai Volunteer Corps para la defensa de la
ciudad[60].
La iniciativa parecía corresponder a oficiales británicos, pero yo recibí un
soplo, que me llevó hasta un aventurero norteamericano muy joven, llamado
Ward[61],
quien, al principio, se mostró reacio a sincerarse conmigo, no fuera una
especie de correveidile de los británicos, por quienes no tenía mucha simpatía;
pero, poco a poco, fui intercambiando noticias con él, hasta que, tomándome
afecto, me aportó abundante información:
-
Tiene
usted razón -me dijo-. Las cualidades militares de los taiping son, en
verdad, singulares y muy superiores a las del resto de sus compatriotas. De
hecho, todo arranca de que, desde un principio, están llamados y preparados
para la guerra. Todos los hombres y, en un principio, las mujeres se integraban
en unidades preconstituidas y armadas de espadas y lanzas, con sus mandos y una
organización modélica. ¿Sabe que, siendo gente sin formación militar, fueron
capaces de inventar la división?
-
Lo
ignoraba -admití-. De hecho, si me apura, no sabría definirle una división, en
el sentido militar del término.
Ward se echó a
reír y se avino a darme alguna explicación de las divisiones taiping:
-
La
verdad es que a ellos les es más fácil formar divisiones que a nosotros, que
tenemos que integrar armoniosamente todas las armas: infantería, caballería,
artillería, etcétera. Ellos solo tienen, en principio, infantería, que
organizan así: Cada cuatro soldados (una escuadra) son mandados por un cabo;
cinco escuadras forman un pelotón, mandado por un sargento; cada cuatro
pelotones forman una sección, que comanda un teniente; cinco secciones forman
una compañía, al mando de un capitán; cinco compañías forman un regimiento, que
manda un coronel; y cinco regimientos integran la división, mandada por un
general. ¿Ha sumado ya todos los efectivos?
-
¡Qué
se yo! ¿Acaso serán diez mil?
-
Trece
mil y pico, sumando, a los diez mil soldados rasos, 3.156 mandos de todo rango.
Luego, diez de esas divisiones forman un ejército, mandado por uno de los
-diría- mariscales, que funcionan de modo autónomo; demasiado autónomo,
para mi gusto.
-
¿De
cuántos hombres dispone hoy en día el Emperador taiping?
-
En
cuatro años, sus fuerzas, de un millón de hombres, han pasado a alcanzar entre
dos millones y medio y tres millones. Increíble, ¿verdad? Menos mal que su valor
personal es muy inferior al de los comienzos, y su armamento, no mucho mejor
que en los primeros tiempos de la revuelta.
Puerto de Shangai en la década de
1860
Y Ward me explicó
que, alejados de sus bases del sur del País, mandados por generales egoístas e
inexpertos y en medio de campesinos cada vez más reticentes a seguirlos, los taiping
no tardarían -en su opinión- en ser derrotados por los imperiales, ayudados de
los occidentales. Yo salté inmediatamente:
-
¡¿Cómo
que ayudados por los occidentales?! Está por ver lo que pasará cuando la Guerra
del Opio concluya…
Placa histórica del Shangai Volunteer
Corps
Ward insistió con firmeza:
-
Si
nuestros Países saben lo que les conviene, apoyarán a los imperiales lo
bastante, como para acabar con el terrible desorden que hay en China central,
que impide el comercio y cuesta vidas y riquezas. Además, los taiping han
hecho algo que acabará por arruinar su causa: Empeñarse en conquistar Shangai y
hacer la vida muy difícil a los comerciantes que trafican en el valle del
Yang-Tse. De hecho -y no haga usted mucho uso de esta información-, estamos
organizando en esta ciudad una nueva Milicia, con cuatro o cinco mil hombres
para empezar, que contará con el apoyo, incluso artillero, de las Potencias; y
esa Milicia -unos cuatro o cinco batallones- estará en contacto con el Ejército
imperial más eficaz de la zona, mandado por Li Hongzhang, para enfrentarnos de
consuno a los taiping de Shi Dakai.
-
Por
lo que veo -deduje-, se cuenta con usted para mandar las fuerzas de Shangai de
las que me habla; pero -perdóneme la franqueza-, parece extraño conferir el
mando a un hombre valiente, pero sin rango militar. No creo que el Gobierno
británico acepte que esté al mando un no oficial.
-
En
pura teoría, así podría ser, pero, sobre el terreno, unos hombres voluntarios y
no muy disciplinados necesitan que los mande alguien como yo. Shangai necesita
salvarse y no pondrá muchas objeciones a que yo contribuya a ello, como
protagonista.
***
No quedé a gusto
con el futuro militar que anunciaba el Señor Ward. Pensé que algún oficial
británico habría en Shangai que pudiera ofrecer una visión más fiable de la
eventual colaboración militar de los occidentales, bien con los rebeldes taiping,
bien con los imperiales, una vez concluyese la ya agonizante guerra del opio.
Tuve la suerte de encontrar a un brillante y culto capitán, recién llegado de
Hong-Kong, que pronto sería famoso, hasta convertirse con el tiempo en uno de
los militares más admirados de Inglaterra, el Señor Charles George Gordon[62].
El capitán Gordon había recalado brevemente en Shangai, camino del norte de
China, en donde se estaban desarrollando los últimos combates de nuestra guerra
contra el Celeste Imperio, en la que parecía ansioso de participar el Señor
Gordon, quien se decía preocupado por llegar demasiado tarde a la cita.
Además de ser un
cumplido militar, condecorado en la Guerra de Crimea, el Capitán conocía
aceptablemente el idioma chino y parecía tener cierto interés por los taiping,
según lo que él mismo me manifestó:
-
He
de reconocer, profesor Young, que yo profesaba una simpatía inicial por esos
rebeldes, tanto por su oposición moral y política al decadente Imperio chino,
como por su origen cristiano, aunque sea este un tanto peculiar. Sin embargo,
he tenido que cambiar de opinión, al constatar los crímenes, daños y demás
crueldades que perpetran, no solo contra el ejército enemigo, sino contra los
campesinos y los extranjeros. De apoderarse de Shangai, no dudo de que se
produciría un baño de sangre.
Le pedí que me facilitara
detalles acerca del comportamiento real de los taiping, ofreciéndome
numerosos ejemplos de barbarie y del mayor desorden. Parece que, habían acabado
por arruinar la agricultura y el comercio en todo el valle del Yang-Tse, sin
respetar la nacionalidad ni el pabellón de barcos y caravanas. Gordon parecía
no tener dudas de que, tan pronto se firmase la paz con China, el ejército
franco-británico, así como otras fuerzas occidentales, tendrían que volverse
contra los taiping y acabar con su mal llamada revolución.
-
¿Y
cómo cree usted que habrá de hacerse tal cosa?, le pregunté. Los rebeldes
tienen un ejército calculado en millones de combatientes y parecen valer más,
militarmente hablando, que los imperiales.
Gordon lo tenía
claro y discrepaba de Ward:
-
No
se trata de formar tropas de mercenarios, salvo para la defensa de ciudades en
peligro, como Shangai, ni tampoco de perpetuar en China la presencia de un gran
ejército de europeos. En mi opinión, tan pronto se firme el Tratado de paz con
el Imperio, nuestras tropas deberán ser reembarcadas, rumbo a la patria, a no
ser los pocos efectivos precisos para garantizar el orden en las concesiones y
en las embajadas. Lo que el ejército chino precisa son instructores y mandos
eficaces, y ahí sí que pueden ayudar mucho los oficiales occidentales
voluntarios.
-
Esta
opinión suya, ¿es compartida por nuestro Alto Mando?
-
He
tenido el honor de coincidir con Lord Elgin durante mi viaje por China, y creo
que participa de mis opiniones militares, que pienso exponer al general
Staveley, tan pronto pueda presentarme ante él, en las inmediaciones de Pekín[63].
-
Entonces,
Capitán -inquirí-, ¿prefiere usted a chinos bien armados y entrenados, que no a
mercenarios occidentales, mejor preparados, pero indisciplinados y hasta
levantiscos?
Charles George Gordon
Gordon sonrió y pareció
convenir en ello, pero tan solo repuso:
-
Si
les damos un buen ejemplo, los chinos serán excelentes soldados, y con una gran
ventaja: Son infinitamente más que los occidentales.
Parecíamos haber
congeniado -lo que era muy sencillo con el capitán Gordon- y se me ocurrió que
resultaría una excelente compañía para viajar por el interior de China. Se lo
dije así y le sugerí la posibilidad de trasladarnos hasta Nankín, que era mi
próximo destino. Gordon lo rechazó:
-
Imposible.
He de llegar a Pekín lo antes que pueda. Incluso, es probable que, para
abreviar, haga el trayecto por mar, hasta Tianjin.
Estaba visto,
pues, que mi compañero de viaje habría de ser el misionero, Issachar Roberts,
que aún iba a tardar una quincena en ponerse en camino. Aproveché, pues, el
tiempo para redactar un amplio informe parcial de mis indagaciones hasta el
momento, y lo envié por correo marítimo al Honorable Canciller del Exchequer,
por conducto del Consulado británico.
6.
Nankín
El avance de los taiping
en dirección a Shangai, que para sus habitantes era un grave peligro, suponía
una bendición para el viaje que el Reverendo Roberts y yo íbamos a hacer hasta
Nankín. Prácticamente, toda la provincia de Jiangsu había caído en manos de los
rebeldes, quienes habían tomado la ciudad de Suzhou, distante de la de Shangai
unas setenta millas. Pero, ante todo, habré de aclarar cuál era el objetivo de
Roberts al visitar la capital de Hong y los suyos, que había caído en sus manos
unos siete años atrás.
Parece ser que, al
enterarse de que el citado misionero se hallaba en Shangai, Rengan, el reciente
Primer Ministro del Gobierno taiping, había solicitado la
presencia de Roberts en Nankín, con fines de consejo. Ahora, al fin, era el
momento de aceptar la invitación, dado que los revolucionarios se habían hecho
con todas las ciudades importantes entre Shangai y Nankín, separadas entre sí por
algo menos de 150 millas. Yo me apresuré a unirme a su reducido cortejo, tras
asegurarle que también sería bien recibido, toda vez que llevaba para Rengan
cartas de recomendación muy favorables del Reverendo Legge, persona -dicho sea
de paso- que no era muy del agrado de Roberts, como era de esperar del carácter
severo y criticón de este. Contando con que pudiera haber durante el camino
desavenencias entre nosotros, o con la conveniencia de separarnos, me decidí
por fin a contratar los servicios de un criado e intérprete, en la persona de
uno de los más fiables recaderos chinos del Consulado británico, llamado Liang,
quien, con gran cortesía y poca veracidad, me indicó que, dado mi nivel del
idioma, habría de darle muy poco trabajo. Ciertamente, mi chino era escaso y un
verdadero galimatías, al haber empezado en el dialecto cantonés, para continuar
en wu, variante hablada en Shangai, que resulta -según dicen- bastante
diferente del mandarín, aunque inteligible para los hablantes de este.
En oscuro, zonas de China dominadas
por los Taiping
Alcanzamos Suzhou,
casi a mitad de nuestro recorrido, el día 22 de septiembre de 1860. La ciudad
había sido recientemente conquistada y presentaba terribles vestigios de la
violencia y el saqueo, pese a que los taiping carecían casi por completo
de artillería. El campo circundante era un gigantesco campamento del ejército
vencedor, cuyo jefe era el famoso general Li Xiucheng quien, al frente de unos
doscientos mil soldados, había recobrado para los suyos toda la provincia de
Jiangsu, con la excepción de Shangai y su tierra. Conducidos hasta él, nos
trató con cortesía y hasta nos mostró alguna parte de los tesoros que había expoliado
de aquella hermosa ciudad, sin ningún rubor de reconocer que pensaba
incorporarlos a su patrimonio personal. Correspondiendo a la cortesía oriental,
Roberts aceptó la hospitalidad de su anfitrión, la cual me dijo solía durar varios
días. Aunque semejante demora resultaba muy perjudicial para mi gestión
oficial, no tuve más remedio que aceptarla pues no había ninguna garantía de
viajar incólume por la zona, sin la guardia que nos facilitaría Xiucheng.
Finalmente,
abandonamos Suzhou, debidamente custodiados, el día 4 de octubre y, con la
lentitud proverbial, invertimos nueve días en recorrer ochenta millas, hasta
presentarnos en Nankín el sábado, 13 de octubre. Roberts lo consideró de buen
augurio ya que, según me informó, era el día de San Eduardo, el santo Rey de
Inglaterra[64].
En lo que a mí
respecta, no quería otra cosa que entrevistarme a la mayor brevedad con Rengan
y con el Emperador Hong, dado que, según me había informado Gordon,
estaba al caer el final de la guerra del opio y, en consecuencia, el momento en
que el Gobierno de Su Majestad británica tendría que tomar postura en la guerra
civil china. El encuentro con Rengan no se hizo esperar, pese a la enorme
cantidad de trabajo que pesaba sobre sus hombros, no solo como Primer Ministro,
sino como Generalísimo y director de la política internacional de los taiping.
Precisamente en ese último sentido, Rengan había solicitado la presencia del
Reverendo Roberts, a quien infructuosamente ofreció un cargo equivalente a
Ministro de Asuntos Extranjeros. Me consta que, aunque el Misionero americano
rehusó, no por ello dejó de auxiliarle en la materia y de enviar cartas y
recibir generosamente a cuantos misioneros y enviados visitaban la capital de
Nankín.
Rengan recordaba
con gran cariño y gratitud su contacto con Legge en Hong Kong, lo que expresaba
en un inglés bastante fluido, de modo que no precisé de intérprete para
conversar. Su trato era afectuoso y nada engreído, hasta el punto de que me
sentí inclinado a traslucir que era portador de cierto encargo oficial.
En aquel momento, todavía Rengan se sentía satisfecho de la marcha de los
asuntos, pues había logrado levantar el cerco de su capital en la pasada
primavera y realizado amplias conquistas en el curso bajo del Yang-Tse, aunque
ello planteaba graves problemas políticos:
-
No
me es fácil -se quejaba- hacerme obedecer de los generales, quienes parecen
empeñados en desvalijar a los comerciantes y conquistar Shangai y otros
puertos. Sería una campanada internacional, pero bien sé que las
Potencias occidentales no tolerarán algo semejante: Dificultar el comercio o
conquistar los puertos sería nuestra sentencia de muerte, pues los imperiales
recibirían toda la ayuda extranjera que ahora les falta.
-
Así
lo veo yo -coincidí-. Además, atacar a los comerciantes no es otra cosa que
incumplir el compromiso taiping de tratar a los extranjeros como a
hermanos y abrir China a los aires del mundo.
-
En
efecto -convino Rengan-, aunque no es fácil cohonestar esa buena relación con
el hecho de que ingleses, franceses, americanos y otros ocupen nuestros mejores
puertos y pretendan comerciar sin pagar aranceles, cubriendo incluso las
mercaderías de las empresas chinas con sus pabellones intangibles.
-
Tengo
entendido -cambié de tema- que Su Excelencia tiene el propósito de organizar el
movimiento revolucionario como un Estado moderno, emprendedor e igualitario,
aunque la cosa no sea fácil, ni mucho menos.
El Primer Ministro abrió uno de los cajones
de su escritorio y me entregó un panfleto bilingüe, en cuya versión inglesa
podía leerse, como título: A new work for aid in Administration[65].
-
Léalo
-me indicó-. Es la forma más clara y sencilla de exponerle mi programa
político, que no es sino la traducción de las ideas que inicialmente inspiraron
a nuestro Emperador y a sus seguidores.
-
Algo
que parece cada vez más lejos de la práctica real de los taiping…
-
Nadie
puede conseguir todo lo que pretende, cuando ello es grande y muy difícil, pero
en eso estamos. En lo que a mí respecta, entregaré toda mi vida en el empeño.
-
Sí,
pero ¿y los otros generales y príncipes? ¿Y su primo, el ilustre Hong Xiuquan?
Sonrió con tristeza y me respondió a la
segunda pregunta:
-
Él
me apoya cuanto puede pero, aún con los pies en la tierra, tiene la cabeza en
los cielos.
-
Aunque
así sea, ¿sería posible que me recibiese unos momentos? Todo mi trabajo en
China resultará menospreciado por mis colegas, si no puedo hablar con el
impulsor y maestro del movimiento taiping.
-
Será
usted mi huésped mientras permanezca en Nankín. De ese modo, podré intentar que
Hong le conceda una breve audiencia, sin darse casi cuenta de ello.
***
Tres días más tarde entendí al fin lo que
Rengan había querido decir. Un criado se presentó en mi habitación y, en nombre
de su señor, mi anfitrión, me rogó que vistiera al punto mi mejor traje, pues
iba a ser recibido por el Emperador. Hice algo más que eso: Cogí los dos
ejemplares del Nuevo Testamento, traducidos por Medhurst[66]
al dialecto chino mandarín hablado en Nankín, precisamente, y que llevaba como
sendos regalos para Hong y Rengan. Este me agradeció vivamente el obsequio, que
también le pareció muy apropiado para su lejano primo. En el camino del palacio
imperial, me aleccionó:
-
Sea
usted breve y no le hable de otras cuestiones que las de orden espiritual. La
verdad es que voy a sorprenderlo, pues no le he advertido anticipadamente de su
presencia.
He de admitir que
la impresión que me produjo Hong coincidía con algunas opiniones que había
escuchado antes, en el sentido de que pudiese estar perdiendo el juicio. Cuando
menos, su atención apenas se concentraba y mezclaba lo divino y lo humano,
divagando sin parar. Naturalmente, no quiere ello decir que fuese un enfermo
mental, ni que hubiese tenido las mismas dolencias quince o veinte años atrás.
Por eso, mis recuerdos son, más bien, visuales que auditivos, siéndome muy
difícil ordenar lo poco que el Emperador me habló, espontáneamente o a
preguntas mías.
Ante todo, se
interesó por la novedad que presentaba la nueva versión del Nuevo Testamento,
haciéndole yo saber que era, sobre todo, idiomática, muy apropiada para quien
tenía a Nankín como su capital. A mayores, le provoqué en cierto modo:
-
Sin
dejar de admirar su perspicacia y conocimiento del Cristianismo, quizá pueda
serle útil pues se dice que prestó mucha más atención al Dios del Pueblo de
Israel, que no a Nuestro Señor Jesucristo.
Nada me contestó, sino que siguió hojeando
el libro. Yo me atreví a insistir, en otros términos:
-
El
Dios de los Judíos era justiciero y algo voluble. ¿Será por eso por lo que los taiping,
como el Pueblo Elegido, ha quebrantado muchos mandamientos inicialmente
respetados? Tal vez, si se basaran en el amor…
Hong no me dejó
acabar:
-
¿Conoce
usted al misionero Issachar Roberts? ¿Sabe que me negó el bautismo?
-
Estoy
seguro de que, si Dios Padre le envió a este mundo como a su Hijo menor, no
precisará de bautismo para estar unido a él. Bastará con que expulse a los
demonios y no se deje ganar por algunos de los peores: el de la lujuria o el de
la avaricia, por ejemplo.
Rengan me miraba
estupefacto. Yo, la verdad, fiaba en que Hong no parecía hacerme mucho caso.
Pero esta vez sí que había captado mi mensaje:
-
Estoy
rodeado de demonios; y los del palacio son los peores. Se odian, se matan y
rechazan obedecerme.
-
Majestad
Imperial, dejaos ayudar y aconsejar por quienes os quieren bien, como vuestro
primo y Ministro, aquí presente.
Hong miró con
tristeza hacia su pariente. Cada vez parecía más consciente:
-
Él
es mi mano derecha pero, cuando yo vuelva al Cielo, ¿quién me sucederá?
Escrutó mi rostro,
esperando un gesto, ya que no una respuesta. Finalmente, me preguntó:
-
Tú
eres ilustrado. Dime, ¿qué era el maná[67]?
-
Nadie
lo sabe a ciencia cierta, Gran Emperador. Lo más probable es que fuera un
alimento milagroso, que nunca más haya de caer a la Tierra.
-
Eso,
solo Dios Padre lo sabe, afirmó con vehemencia.
Dos años más
tarde, tendría yo ocasión de rememorar con emoción este breve diálogo.
***
El Reverendo
Roberts, como era de esperar, acabó por quedarse en Nankin para colaborar con
el Primer Ministro, aunque sin aceptar formalmente ningún cargo. En cuanto a
mí, con grandes apuros de tiempo, solicité de Rengan que me diese licencia para
partir lo antes posible. No solo no me puso inconvenientes, sino que ordenó se nos
diese escolta armada, a mí y a mi intérprete Liang, hasta las inmediaciones de
Shangai, donde entré el 22 de octubre, es decir, dos días antes de la firma de
la Convención de Pekín, que puso fin a la Segunda Guerra del Opio, de forma
harto deprimente para el Imperio Chino[68].
Liang se reintegró al servicio del Consulado británico y yo logré embarcar el
día 5 del mes siguiente, rumbo a Londres, con la esperanza de llegar a mi
destino antes que los portadores de la noticia fehaciente de la firma del
tratado. A bordo, tuve tiempo más que sobrado para terminar mi relación de los
acontecimientos, recogiendo los que había vivido en Nankín. Finalmente, formulé
mis conclusiones, favorables a que las Potencias intentaran acabar con la
guerra civil de China, a base de apoyar al Imperio, que, de hecho, era el único
bando capaz de concluir victoriosamente la contienda. Dentro de la prudencia
aconsejable en alguien que era un mero informador autorizado, recuerdo una
frase que, más que reflejar una nítida realidad, pretendía ser una forma de
tranquilizar la conciencia del Honorable Gladstone:
Por muy triste
que ello pueda parecer, el Cristianismo inicial de los Taiping -ya de por sí
limitado y deficiente- ha quedado completamente ahogado por los delirios de su
Jefe y la realidad de la situación humana y social en China.
7.
Epílogo, desde Edimburgo
La Historia nos
muestra que fue finalmente el Imperio Chino quien obtuvo apoyo de las Potencias
occidentales para acabar victoriosamente la guerra civil taiping, la que
pudo darse por concluida, en lo fundamental, a lo largo del año 1864. En cuanto
a las vicisitudes experimentadas en esos años por algunas de las personalidades
a quienes tuve el honor de entrevistar, me permito hacer el siguiente resumen:
·
El
Emperador taiping, Hong Xiuquan, permaneció en la ciudad de Nankin
durante el larguísimo asedio a que fue sometida por el ejército imperial chino,
entre mayo de 1862 y julio de 1864. Cuando la situación era desesperada, tanto
militarmente como por el hambre, Hong se suicidó por ingestión de hierbas
venenosas, el 1 de junio de 1864. La tesis de suicidio es rebatida por algunos,
que achacan el envenenamiento a una conducta ejemplarizante de Hong, animando a
sus seguidores para que comieran cualquier cosa antes que rendirse[69],
con la esperanza de que, al igual que por medio de Moisés en otro tiempo, Dios
les daría a comer un maná milagroso.
·
El
Primer Ministro, Hong Rengan, cada vez con menos poder e influencia, se
mantuvo dentro de Nankín hasta su conquista por los imperiales. Seguidamente,
logró huir en dirección al sur, en compañía del hijo de Hong Xiuquan, en quien
se pensaba como su sucesor, pero ambos fueron finalmente detenidos y ejecutados
por sus enemigos chinos, en noviembre de 1864.
·
El
Reverendo Issachar Roberts continuó ayudando a Rengan hasta que, enemistado con
él por el trato violento inferido a un criado del misionero, se ausentó de
Nankín en enero de 1862 y, en lo sucesivo, mantuvo una postura muy crítica
hacia los taiping y sus jefes. He tenido recientemente noticias de que
ha fallecido en los Estados Unidos[70].
·
El
soldado de fortuna americano, Frederick Townsend Ward, estuvo al mando de las
tropas mercenarias occidentales, con notable éxito y valentía, hasta el mes de
septiembre de 1862, cuando perdió la vida en combate en las cercanías de la
ciudad de Ningbo.
·
El
entonces capitán Gordon sucedió a Ward, aunque con forma muy diversa de
organización y comportamiento. Su desempeño político y militar fue excelente
hasta el final de la guerra, en agosto de 1864, siendo ascendido al grado de
teniente coronel y condecorado con la Orden del Baño. En lo sucesivo sería
conocido como Gordon de China, como título de honor[71].
·
Mi
comitente, William Ewart Gladstone, permanecería en el Gobierno hasta 1866, en
su condición de Canciller del Exchequer. Su siguiente cargo fue ya el de
Primer Ministro (1868). He de decir que, aunque recibió todos mis informes
sobre China con gratitud y encomio, no ha vuelto a solicitarme para otro
encargo, cosa que mi tranquilidad y mi salud no pueden menos de agradecerle.
Tropas Taiping, según pintura
de la época
[1]
William Ewart Gladstone (1809-1898), cuatro veces Primer Ministro del Reino
Unido, con un total de unos 15 años en el cargo. En lo que a este relato
interesa, fue Canciller del Exchequer (Ministro de Hacienda) entre 1859
y 1866, así como Rector de la Universidad de Edimburgo (1859-1865). Residió
largos años en la casa solariega de la familia de su esposa, en Hawarden
(Condado de Flynt, Gales), donde acopió una gran biblioteca. Véase, William
Henry Gladstone, The Hawarden visitors’ hand-book, Revised edition, Philipson
& Golder, Chester, 1890 (totalmente accesible por Internet, en el Proyecto
Gutenberg).
[2] Había de
tratarse de Henry Brougham, que lo fue entre 1859 y 1868.
[3]
College de la Universidad de Edimburgo, fundado en 1846, a cargo de la
llamada Iglesia Libre de Escocia, con una dedicación preferentemente filosófica
y teológica.
[4]
Le correspondía ese tratamiento, cuando menos, por ser miembro del Parlamento
(Cámara de los Comunes).
[5] Universitas
Académica Edinensis es el lema de la Universidad de Edimburgo, fundada en 1582.
[6]
El Señor Young estima poco tiempo nueve años, que fueron los que tardó
Gladstone en alcanzar el olimpo de la política británica: El primer
Ministerio Gladstone gobernó entre 1868 y 1874.
[7] Traducible por La conciencia individual
como la ciudadela interior de la Iglesia.
[8] Helen Gladstone (1814-1880) quien, desde los
años de 1840, fue una constante preocupación para su familia. Entre otras
cosas, se convirtió al Catolicismo y contrajo la opiomanía.
[9]
Contienda que, entre 1856 y 1860, enfrentó a Gran Bretaña y Francia, de una
parte, y al Imperio Chino de otra, con el fondo de la libertad de comercio,
incluso para importar y vender en dicho Imperio el opio cultivado, más que
nada, en la India. La guerra terminó con el triunfo de las Potencias europeas,
con la firma de la Convención de Pekín, a la que más adelante se aludirá.
[10]
En chino, Taiping.
[11]
Henry John Temple, vizconde Palmerston (1784-1865), que fue Premier, por
segunda vez, entre junio de 1859 y octubre de 1865.
[12]
Conde, Lord John Russell (1792-1878), quien ya había sido Primer Ministro
(1846-1852) y volvería a serlo al cesar Palmerston, entre 1865 y 1866.
[13] Es probable que Ashleton Young lo hubiese
leído en Marx y Engels, que opinaban muy favorablemente acerca del movimiento Taiping,
claro está que de lejos y sin mucho conocimiento de causa.
[14] Gladstone alude a que ya había firmado, desde
1858, un Tratado, el de Tianjin, pero, habiendo sido considerado demasiado
favorable a las Potencias occidentales, el Emperador chino no lo ratificó. Esto
último solo se logró el 24 de octubre de 1860, por la Convención de Pekín, ya
citada en la nota 9.
[15] Evidente alusión al Canal de Suez, cuya
construcción comenzó en 1859 y su inauguración oficial fue diez años más tarde.
Dicha obra de ingeniería reducía en unos 8.000 km los 20.000 que antes suponía
el viaje por vía marítima entre Londres y Bombay.
[16] A la sazón, existían dos principales
modalidades del chino: el mandarín, hablado en el norte y centro de
China, y el cantonés, en el sur. Sus diferencias eran tan notables
entonces, que sus hablantes respectivos no eran capaces de entenderse entre sí.
Por cierto, esto fue un grave obstáculo para que los taiping, sureños y
hablantes de cantonés, llegasen a extenderse con fluidez por el Imperio chino,
más allá de la cuenca del río Yang-Tse.
[17]
También conocida por Church Mission Society, fundada en 1799 dentro del
ámbito de la comunión anglicana, para predicar el Cristianismo por todo el
mundo.
[18] Jehu Lewis Shuck (1812-1863), virginiano,
pasa por ser el primer misionero estadounidense en China, habiendo predicado
sucesivamente en Hong Kong, Cantón y Shangai, entre 1846 y 1853, en unión de su
esposa, Eliza, que fallecería en China en 1851. De regreso a los Estados
Unidos, siguió su labor entre los trabajadores chinos inmigrantes en
California, para los que llegó a abrir una iglesia en Sacramento.
[19]
Hong Xiuquan (1814-1864). La bibliografía sobre su vida y obra es muy
abundante, incluso numerosos artículos accesibles por Internet. En este
capítulo del relato se hace un breve resumen de algunos aspectos de aquellas.
[20] Se le calcula, a la sazón, una población de
un millón de habitantes, cifra muy grande para la época.
[21] Edwin Stevens (1802-1837), norteamericano,
misionero en China e Indonesia.
[22] Liang Fa (1789-1855), autor de una obra
esencial, escrita hacia 1832, y cuyo título en inglés es Good words to
admonish the Age.
[23]
La Rebelión Taiping, prescindiendo de pródromos y epílogos, se considera
que duró de 1851 a 1864.
[24]
Para lo que aquí interesa, basta con señalar que dicha etnia minoritaria estaba
considerada como inferior por los grupos han dominantes, como eran los punti
en la provincia de Kwangdong. Se dedicaban en esta provincia,
predominantemente, a la agricultura y la minería. Las tensiones entre punti y
hakka desembocaron en luchas sangrientas, entre 1855 y 1867, que
afectaron negativamente a la economía y seguridad de la ciudad abierta de
Cantón.
[25] Véase
antes, nota 22. Podría traducirse por: Buenas palabras para amonestar a
nuestra época (o para aconsejar en nuestro tiempo). La transcripción china
en caracteres latinos sería Quanshi lingyang.
[26]
Issachar Jacox Roberts (1802-1871), norteamericano de Tennessee, baptista,
misionero en Cantón, del que más adelante se tratará directamente en este
relato.
[27]
Después de haber resistido con éxito durante siglos la invasión de los manchúes
del norte (recuérdese la erección de la Gran Muralla), China fue dominada
por estos a comienzos del siglo XVII, instaurándose la Dinastía Qing, que se
impuso en el País entre 1616 y 1911.
[28]
Certera y relativamente breve referencia al tema, en Carl S. Kilcourse, Taiping
Theology. The localization of Christianity in China (1843-1864), Palgrave
MacMillan, New York, 2017.
[29]
Cantón había sido reconocida como puerto abierto al comercio occidental desde
1690. Al final de la Primera Guerra del Opio (1842) fue reconocida como uno de
los cinco puertos que el Gobierno chino admitía para comerciar
internacionalmente. A partir de 1854, Cantón se vio muy afectada por la
rebelión de los llamados Turbantes Rojos, por la Segunda Guerra del Opio
y por los enfrentamientos raciales entre los punti y los hakka. Ello
disminuyó considerablemente su fuerza comercial, en favor de Hong-Kong y de
Shangai.
[30]
Sobre Stevens, véase nota 21. Robert Morrison (1782-1834), misionero
estadounidense, uno de los principales traductores de la Biblia al chino.
[31] Véase
antes, nota 26.
[32]
Se admite que podría, incluso, ser superior: unos 430 millones. Por aquellas
mismas fechas, la población sumada de Gran Bretaña, Alemania, Francia y los Estados
Unidos era de alrededor de 125 millones. Todo el mundo indostánico tenía
entonces unos 200 millones de habitantes.
[33]
Naturalmente, la cuestión varió con el tiempo, pero no fue extraño que los
ejércitos taiping alcanzasen la cifra de cien mil combatientes, siendo
el total de los reclutados de hasta 1,3 millones. Tan elevados números eran
posibles, entre otras cosas, por la posibilidad de que las mujeres formasen
parte de sus tropas.
[34]
Reyes y príncipes fueron títulos conferidos por Hong, para
distribuir competencias o premiar servicios muy distinguidos. Hong se reservaba
el poder supremo, con el título de Emperador.
[35] Dicha etnia, precisamente, procedía del norte
de China pero, por emigraciones sucesivas, había llegado a ser más numerosa y
autoconsciente en el sur (particularmente, en las provincias de Kwangsi y
Kwangdong).
[36]
Parábola de los Evangelios sinópticos: Mt., 9, 14-17; Mc., 2, 21-22; Lc., 5,
33-39.
[37] La
cesión de Hong-Kong a la Gran Bretaña por ciento cincuenta años, tuvo lugar en
1842.
[38] En efecto, Hong Xiuquan se atribuyó ese
poder, pero el más famoso sanador entre los taiping fue Yang
Xiuquing, que falleció en 1856.
[39] Recuérdese que Confucio vivió aproximadamente
entre el 551 y el 479 antes de Cristo.
[40] Buda vivió también los siglos VI y V antes de
Cristo, como Confucio, pero su doctrina no se expandió por China sino a partir
del siglo I después de Cristo.
[41]
Literalmente, convertir al invitado en anfitrión, no sabiendo si es más
verdad una proposición o su contraria.
[42]
Hercules Robinson (1824-1897), 5º Gobernador británico de Hong-Kong, ejerció
efectivamente su cargo desde septiembre de 1859 hasta 1865.
[43] Sir
John Bowring (1792-1982), Gobernador de Hong-Kong entre 1854 y 1859.
[44]
El censo correspondiente a 1859 arrojaba una población de casi 87.000
habitantes, cuando la Colonia solo comprendía la pequeña isla de Hong-Kong.
[45]
James Legge (1815-1897) misionó en Hong-Kong durante treinta años (1843-1873),
antes de convertirse en profesor de Oxford y una de las grandes figuras de la
Sinología de su tiempo. Su gran obra son los 50 volúmenes, titulados Sacred
Books of the East, publicados entre 1879 y 1891.
[46]
Hong Rengan (1822-1864), también conocido como Hung Jenkan, con quien Ashleton
Young tendrá ocasión de encontrarse personalmente en el decurso de este relato.
Véase sobre este personaje histórico, So Kwan-wai, Eugene P. Boardman &
Chiu Ping, Hung Jen-Kan, Taiping Prime Minister (1859-1864), Harvard
Journal of Asiatic Studies, vo. 20, No 1/2 (June 1957), pp. 262-294 (artículo
accesible en abierto por Internet).
[47] Wang
Tao (1824-1897). Nota biográfica del personaje en espowiki.com.
[48]
Templo común a las diversas confesiones protestantes, fundada en 1844 por el
propio James Legge. Como institución, sigue existiendo al presente (2021).
[49] Es accesible por Internet uno de los más
famosos: James Legge, The religions of China: Confucianism and Tâoism
described and compared with Christianity, Hoder and Stoughton, London,
1880.
[50] Se alude al siguiente libro: Theodore
Hamberg, The visions of Hung-Siu-Tshuen, and origin of the Kwang-Si insurrection, The China
Mail Office, Hongkong, 1854 (es accesible en abierto por Internet).
[51] Personaje de dudosa existencia real, que se
dice vivió en China en el siglo VI o en el IV antes de Cristo y que sería el
autor del conjunto de máximas y doctrinas filosóficas y morales, conocidas con
el nombre común de Taoísmo.
[52]
Es una de las tesis que se baraja para explicar la visión de Hong que,
por otra parte, casi nadie pone en duda acerca de su realidad personal, es
decir, su sinceridad.
[53]
Clara alusión al enfrentamiento, por ese motivo, entre el rigor del Reverendo
Hamberg y la manga ancha de su superior jerárquico en la Misión de
Basilea en Hong Kong, Reverendo Karl Gutzlaff (1803-1851).
[54] A
propósito del escándalo: Lc., 17, 2.
[55]
Elijah Coleman Bridgman (1801-1861), natural de Massachusetts, episcopaliano,
gran erudito, publicista y misionero. Su esposa publicó una biografía suya, a
poco de fallecer Elijah: Eliza J. Gillett Bridgman (edit.), The Pioneer of
American Missions in China: The life and labors of Elijah Coleman Bridgman, Anson
D.F. Randolph, New York, 1864 (accesible plenamente en Internet).
[56]
Eliza Jane Gillett Bridgman (1805-1871), misionera congregacionalista y notable
educadora. Contrajo matrimonio con el Reverendo Elijah Bridgman en 1845, en
Shangai.
[57] De 250.000 habitantes, pasó a medio millón.
[58]
Breve presentación de la pareja -interesante, sobre todo, por la antigüedad de
la fuente- en, Anónimo, Memorials of Protestant Missionaries to the
Chinese…, American Presbyterian Mission Press, Shangae (sic), 1867, pp.
68-72 (puede consultarse libremente por Internet).
[59]
En concreto, el Nuevo Testamento se tradujo entre 1847 y 1850, mientras que el
Antiguo lo fue, con inusitada rapidez, en 1851-1852.
[60]
Estas tropas, en cierto modo irregulares e, incluso, mercenarias, habían
salvado a Shangai de las acometidas de gubernamentales y rebeldes chinos entre
1853 y 1855. Disueltas en este último año, tendrían que ser reconstituidas en
1861, manteniéndose ya continuamente en activo hasta 1942.
[61]
Frederick Townsend Ward (1831-1862), que llegaría a ser el Comandante del Ejército
Siempre Victorioso, que se enfrentó a los Taiping, apoyando al
Ejército imperial chino y a las propias tropas propias de Shangai, hasta caer
muerto en acción de guerra, el 21 de septiembre de 1862.
[62]
Charles George Gordon (1833-1885), distinguido militar y diplomático británico.
Su biografía ha sido repetidamente historiada aunque, en general, de manera
sucinta. Para una aproximación a sus años en China, puede resultar suficiente,
por ejemplo, C. Brad Faught, Gordon, victorian hero, Potomac Books,
Washington, 2008, espec. pp. 19 y ss. La personalidad y últimos tiempos de
Gordon se recogen en la interesante película histórica, Khartoum,
dirigida por Basil Dearden en 1966.
[63] James Bruce, Octavo Conde Elgin (1811-1863),
Alto Comisario Regio en China durante la Segunda Guerra del Opio. Charles
William Dunbar Staveley (1817-1896), General al mando de las tropas británicas
en China durante la citada guerra.
[64]
Eduardo, llamado El Confesor, rey de Wessex y el principal de los
monarcas anglosajones de la época. Su reinado se extendió entre 1042 y 1066.
[65] Es decir: Un nuevo trabajo para ayuda en
la Administración. Es el más conocido escrito de Rengan como político
reformador. En 1861, publicaría otro, titulado de forma poética: Imperially
ordained conversion of the Brilliant to Truth (Conversión ordenada por el
Emperador del brillante en verdad).
[66]
Walter Henry Medhurst (1796-1857), misionero congregacionalista inglés que, ya
años antes, había colaborado en la traducción completa de la Biblia, llamada Versión
de los Delegados, conocida y aprovechada por Hong Xiuquan, al comienzo de
su misión.
[67]
La duda de Hong puede ser consustancial al confuso concepto del maná, o
bien a las discrepancias entre los libros bíblicos del Éxodo (capítulo 16) y de
los Números (capítulo 11). No es cosa de traer a colación aquí las
explicaciones científicas sobre el maná, diversas y poco fiables.
[68] El texto de la Convención de Pekín de 1860
puede hallarse por doquier en Internet. El contexto está muy bien descrito en:
James L. Hevia, English lessons. The pedagogy of Imperialism in
nineteenth-century China, Duke and Hong-Kong Universities Presses, Durham
and Hong-Kong, 2003. Curiosamente, el citado Tratado solo sigue plenamente
vigente en lo relativo a las grandes ventajas territoriales en Manchuria
Exterior otorgadas al Imperio Ruso, que no fue beligerante en la Segunda
Guerra del Opio.
[69]
Recuérdese lo indicado en el capítulo anterior. Se dice que Hong, ante la duda
sobre si el maná bíblico era alimento sólido (libro del Éxodo) o
una especie de rocío líquido (libro de los Números), decidió que las
hierbas que se recogiesen fuesen humedecidas con agua antes de consumirlas.
[70]
Issachar Jacox Roberts falleció el 28 de diciembre de 1871, en la localidad de
Upper Alton (Illinois), a consecuencia de lepra, al parecer, contraída en
Macao, muchos años antes (1837).
[71]
Tiempo después, pasaría a la historia con el título de Gordon de Kartum,
al comportarse heroicamente en la defensa de la capital sudanesa, hasta perder
la vida el 26 de enero de 1885, cuando los fieles del Mahdi tomaron la
ciudad. Véase también antes, nota 61.
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