Cartas desde Helsinki (Entre
Mannerheim y Franco)
Por Federico Bello Landrove
Con el recuerdo indeleble de las Cartas Finlandesas de Ángel Ganivet[1] y una probable asociación de papeles
históricos entre el español, Generalísimo Francisco Franco[2], y el finlandés, Mariscal Mannerheim[3], recojo retazos de fantasía en un
relato de cómo pudo ser, a grandes rasgos, la presencia de un imaginario
corresponsal hispano de la agencia de noticias EFE[4] en el Helsinki de la Segunda Guerra
Mundial.
El Mariscal Mannerheim, en el día de
su 75º cumpleaños
1.
Abriéndome camino
Cuando mi ilustrado y objetivo amigo, el Profesor Pabón[5], me ofreció incorporarme como
colaborador a la casi recién creada agencia de noticias EFE, recibí una
alegría por partida doble. De una parte, suponía un implícito reconocimiento de
que mis notas sobre la corta y movida historia de la Finlandia independiente le
habían gustado y servido para sus artículos sobre el tema, publicados en el Noticiero
de España[6]. De otra, me abrían una portezuela para
ganarme decentemente el sustento, mientras preparaba las oposiciones a cátedras
de Geografía e Historia en Institutos, contando, además, con un importante
valedor. Pero mi gozo acabó en un pozo, en vísperas de la Navidad de 1940. Era
este el momento en que tomaba posesión Don Jesús Pabón de su cargo de
Presidente de la Agencia[7]. Pese al gasto, decidí viajar a Madrid
desde mi Castellar nativo, a fin de estar presente en el acto posesorio y
felicitar en persona a Don Jesús. Fue cuando este me ofreció la incorporación a
EFE. Yo acepté, agradecido y sin dudar, imaginando una sinecura
burocrática en Madrid o, como mucho, alguna corresponsalía en España. En honor
de la verdad, reconozco humildemente que Pabón me había dado la clave, si yo
hubiese estado más despierto:
-
De
la enseñanza, al periodismo, amigo Pereda, o, dicho de otro modo, de la teoría,
a la práctica.
Y, claro está, nada mejor para ahondar en la historia de la moderna
Finlandia, que una corresponsalía en Helsinki. Así me lo confirmó a los pocos
días Vicente Gállego[8], Director de la Agencia, aprobando mi nombramiento y dándome el plazo de un mes para trasladarme a la
capital finesa y empezar a trabajar.
-
No
vas a necesitar más tiempo -aclaró Gállego-. Para empezar, no abriremos oficina
y tú serás nuestro único hombre allá. ¿Qué tal se te da el finlandés?
-
Fenomenal
-bromeé-. El otro día estuve leyendo en un diario helsinguino acerca del cambio
del marco finés con el dólar.
Vicente captó de inmediato la indirecta:
-
Por
ese lado, no te preocupes. El sueldo es más que suficiente para compensar el
posible aumento del nivel de vida aunque, si tan bien comprendes el finés, te
habrás enterado de que la guerra los está perjudicando mucho: Han tenido que
abandonar el patrón-oro y tienen una inflación por el estilo de la nuestra. En
todo caso, quede claro que, si te surge algún gasto extraordinario, habrás de
pedir y justificar su financiación. Solo tendrás dietas de viaje para ir y
venir dos veces al año y cuando te llamemos Pabón o yo a consultas.
-
¿Y
los gastos de correo y teléfono?, se me ocurrió preguntar.
-
Tendrás
un fijo aparte. Si lo excedes, o no lo consideramos aquí razonable, correrá por
tu cuenta.
Puede parecer increíble, pero esa fue toda la información con la que
inicié mi viaje a la tierra boreal desconocida por los españoles, como
la llamó Ganivet. Pero yo era entonces muy joven y, si no se me torcían las
cosas, llevaba un plan en la cabeza que imaginaba me abriría el futuro. En
seguida les daré noticias de él.
***
Desde luego, no tenía más idea del finlandés que la acopiada a ratos
perdidos durante el mes que tuve para presentarme en Helsinki. Igual era mi
ignorancia del sueco o del ruso, que podrían haberme ayudado[9]. En cambio, mi francés era
sobresaliente y me defendía en inglés y alemán. El resto formaba parte de mi
plan. Voy con él.
El sueldo en la Agencia era
aproximadamente el doble del que habría recibido, de estar ya ejerciendo como
catedrático novel de Enseñanza Media. Malo habría de ser que no me mantuviese
con la mitad, sin meterme en gastos superfluos. Con el resto, en vez de colocarlo
en el banco, pensaba pagar los servicios de algún periodista local bien
informado, que me hiciera una selección de noticias y artículos interesantes,
con traducción a cualquiera de las tres lenguas extranjeras que conocía. Con
ello, mataba varios pájaros de un tiro: superaba el pésimo efecto de mi
ignorancia del finés, encontraría hecha más de la mitad del trabajo y, en
consecuencia, tendría la oportunidad de dedicar varias horas al día a la
preparación de las oposiciones, metiéndome en la cabeza los libros
especialmente recomendados por el profesor Pabón. Todo estribaba en aplicar la
práctica periodística consistente en presentar como propio lo que es mera copia
de lo ajeno, algo no muy difícil de colar en España, si lo original
estaba escrito en finlandés.
Mas uno tenía su amor propio: Lo aprovechado habría de ser de buena
calidad. Opté por encaminarme hacia el diario helsinguino que me habían
recomendado como el más prestigioso e independiente. Se llamaba Helsingen
Sanomat[10]. Había tenido la útil prevención de
encargar un buen número de tarjetas de visita con mi nombre y la indicación, en
finés y sueco, de Corresponsal de la Agencia EFE en Finlandia. Me
pareció que sería hacer de menos a EFE el tener que recordar que su
nacionalidad era española. El caso es que, haciendo uso de mi mejor alemán,
presenté la credencial en recepción y pedí ser recibido por el Director del
periódico o por su Redactor-jefe. La verdad es que, a lo que entendí después,
se trataba de la misma persona, quien tuvo la gentileza de recibirme tras un
cuarto de hora de antesala.
Se trataba de Irjö Niiniluoto[11], hombre cordial, de unos cuarenta
años de edad, que se dirigió a mí en muy correcto inglés. Se congratuló de que
la agencia española oficial de noticias hubiese decidido establecer una
delegación en Finlandia. Yo le respondí que estaba hablando con toda la
delegación, cuya sede era, por ahora, un modesto hotel en la calle Kaleva[12]. Niiniluoto sonrió y dijo algo así
como principio quieren las cosas. Luego aludió a la importancia que
podría llegar a tener su País, informativamente hablando, si le daba a la
guerra por orientarse hacia el este, una vez que los alemanes casi la
habían terminado en occidente y, dando por acabada la entrevista, me hizo
ofrecimiento formal del Sanomat y de su persona para cuanto
profesionalmente pudiese necesitar. Vi los cielos abiertos y, aunque sin dar
detalles, le indiqué que, de entrada, mi ignorancia del finés hacía aconsejable
servirme de algún colega que pudiera fungir de traductor de textos. Cuento
con una partida de fondos para ello, añadí para darle visos de aprobación
por mi Agencia. Reflexionó apenas unos instantes y, con una sonrisa de
sorna, descolgó el teléfono mientras me contestaba:
-
Si
el señor Kallio pudiera… En todo caso, va usted a llevarse una sorpresa.
¡Vaya que me la llevé! Matti Kallio era un veterano del periodismo de
combate que, entre otros conflictos, había cubierto a temporadas la guerra
española para el propio Sanomat y para la radiodifusión oficial
finesa, la YLE[13]. De aquella época, aún reciente en
su recuerdo, conservaba, cuando menos, un español vigoroso, de frases hechas, juramentos
y canciones guerreras que, unido a un inglés del modesto nivel del mío,
podía facilitar un perfecto entendimiento entre nosotros, tanto oralmente, como
de cara a las traducciones que yo pretendía.
A la izquierda, el edificio Unicornio
a poco de construirse (1890)
Comprendiendo que me las había con un periodista muy experto y que, por
su posición en el Sanomat, no necesitaría de suplementos del sueldo, inicié
la negociación por la vía de la ayuda a un colega español novato, llamado a
abrir camino en Finlandia para una relación informativa más estrecha entre los
dos países. Lo aceptó inmediatamente -total, haré el trabajo mientras me
desayuno con los tres o cuatro periódicos del país que se dejan leer, incluido
el mío, que no creas…, me dijo-. Le repliqué: Entonces supongo que no me
saldrás muy caro. Se echó a reír y, cogiendo un recorte de papel, escribió
una cantidad que era como la mitad de la que yo estaba dispuesto a pagar. Con
esto podré desayunar más y mejor, mientras te hago el trabajo, apostilló.
Ni que decir tiene que le estreché la mano en prueba de acuerdo. Él agregó:
-
Aunque
prefiero que nos veamos en algún café cercano, o que recojas cada entrega en la
recepción del Sanomat, intercambiemos dirección y número de teléfono,
para tener un contacto más fluido.
Cuando se enteró de que estaba de hotel, me preguntó si esa era mi idea
en adelante. Le expliqué que no estaba autorizado por la Agencia para
abrir una oficina y que, mientras no me afianzara en el trabajo, tampoco quería
comprometerme en alquilar un piso.
-
El
alojamiento céntrico está bastante caro en la ciudad, me explicó. En fin, tú
verás cómo organizas tu vida pero, en todo caso, te recomiendo que busques algo
muy a mano y con buena calefacción. Has llegado en una época que ya, ya…
-
Soy
de una ciudad de Castilla. El frío no me asusta.
-
Aún
me acuerdo de Teruel, compañero -replicó Matti-, pero este frío de Helsinki es
húmedo y te cala los huesos. Y ya sabes que tenemos por ahora seis horas de un sol,
que apenas acaricia la piel.
***
Empezamos el trabajo y, por un prurito de quedar bien ante Pabón, lo
convertí en textos variados y bien escritos que diariamente enviaba a Madrid,
procurando destacar aquellos aspectos que más podían interesar en España aquel
entonces, excusando, no obstante, cualquier comentario o sesgo que pudiese
incomodar a la censura. Era tanto como considerar tabú las noticias y rumores
referentes a probables acuerdos o negociaciones entre fineses y alemanes, en
orden a una colaboración ante la ruptura del Pacto germano-soviético de agosto
del 39. Era una tensión continua entre mandar a la central de la Agencia un
material interesante para nuestros suscriptores y clientes, pero no para la
censura ni para los diversos servicios de información, más o menos oficiales,
que todavía pululaban como residuo de su época dorada en nuestra guerra civil.
Acabé por comentárselo a Matti, que corroboró mis inquietudes:
-
Aquí,
en Helsinki, tenéis un Embajador que parece el clásico aristócrata[14] que ha sabido nadar entre dos aguas,
como decís en España, pero alrededor circulan informadores y correveidiles, a
los que deberías presentarte, como muestra de respeto.
-
Estoy
en ello, pero he querido asentarme antes en el puesto y adquirir un poco de prestigio
en la Agencia, no sea que pretendan guiar mis pasos e interferir en mi
función.
-
Por
cierto, Antti[15], si quieres avanzar por los caminos de la información
más ligera, te sugiero hagas algún contacto con los colegas de la radio. Ya
sabes que en Finlandia tenemos una cadena monopolística. Eso les facilita la
cobertura nacional, el acceso a los políticos de relevancia y, en definitiva,
llegar donde nosotros lo tenemos más complicado.
-
¿Has
pensado ya en alguien que me abra los brazos en la radiodifusión?
Matti se echó a reír:
-
¡Hombre!,
puesto a abrir los brazos a un hombre, ¿quién mejor que una mujer?
Se explicó: Se trataba de una locutora de la emisora de la YLE en
Helsinki, viuda de un joven periodista del Sanomat, que había encontrado
la muerte luchando en la línea Mannerheim durante la Guerra de
Invierno[16]. Teniendo que sacar adelante a dos hijas, se había
empleado en la radio, aprovechando su bella voz y la preferencia como viuda de
guerra. Agregó:
-
No
tendrás problemas para entenderte con ella ya que habla inglés. Por lo demás,
en su caso bien le vendrá una ayuda económica pues ha mantenido su piso de
casada, muy cerca de la plaza del Senado que, como sabes, es uno de los lugares
más hermosos y exclusivos de Helsinki… Si te parece bien, le daré un
telefonazo, avisándola de tu visita.
***
Verdaderamente Matti tenía toda la razón. El número 12 de la calle
Fabian[17] era una espléndida construcción en
piedra y ladrillo, que hacía esquina a una especie de bulevar o parque
longitudinal, llamado en castellano La Explanada[18]. Constaba de tres pisos y ático aguardillado, con
hermosas ventanas dobles molduradas, acabadas en medio punto. La calle, recta y
amplia, abundaba en lujosas tiendas y cafés de luminoso interior. Avanzando en
dirección norte, quedaba en efecto el centro artístico de la ciudad, la Plaza
del Senado, y más allá, varios de los edificios históricos de la Universidad
helsinguina. Con tan amplia descripción topográfica, dicho se está que habría
de establecerse entre el lugar y yo una íntima relación, de esas que permiten
calificar a una ciudad de tuya, a partir de una impresión o de un lugar
que te entran por los ojos del corazón.
La locutora de la YLE vivía en la última planta, cosa que sufrí
por empeñarme en no tomar el ascensor, a fin de hacerme una idea de la escalera
y la distribución de las viviendas. Llegué un poco jadeante, de lo que se
percató la señora que salió a abrirme, asida de la falda por una niña como de
tres o cuatro años. Por ello, apenas confirmada mi identidad, me mandó pasar al
vestíbulo y sentar en una silla estilo rococó, con estas palabras en correcto
inglés:
-
Tome
asiento y, para una próxima vez, observe que en la casa hay ascensor desde hace
unos veinte años.
Otra niña, un par de años mayor, que observaba la escena medio oculta
por la cortina que celaba el pasillo, agregó en el mismo idioma:
-
Son
noventa y ocho escalones.
-
Pues
yo he contado cien -bromeé-. Será que no sé contar bien en finlandés.
Bastó con esa ridícula anécdota para que quedará roto el hielo entre
nosotros. ¡Y eso que la mansión no estaba muy caldeada, precisamente!
Resultó que mi anfitriona se llamaba Taimi y mantenía el apellido,
Laine, de su difunto marido. Las niñas respondían a los nombres, más
internacionales, de Marija y Liisa. Ante su presencia, me sentí inclinado a
presentarme como Antti Päärynä[19], recién llegado de la tierra del
Sol. Saciada su curiosidad y tras picar un par de pastas de las preparadas
para obsequiarme, mamá Taimi las mandó a jugar un ratito, mientras atendía a este
señor tan simpático. Por su actitud, comprendí que ambas jovencitas debían
de ser prácticamente bilingües[20].
Por lo demás, tras hacer los
honores a los dulces y a un par de tazas de té, charlando sobre mi primera
impresión de Helsinki, entramos en materia. Por lo que constaté, Matti la había
puesto perfectamente en antecedentes, de modo que ella me aclaró:
-
Teniendo
al Señor Kallio como introductor y ayudante, poco o nada es lo que puedo hacer
por usted. Él siempre anda embromándome con lo de que la radio da mucho dinero y
poco fuste, que es ligera, pero, exageraciones aparte, tiene razón. De
todos modos, hay cosas, como conciertos, entrevistas y cobertura de actos,
dentro y fuera de Helsinki, para las que tenemos más medios y facilidades, por
nuestro carácter público. Yo soy solo una locutora recién llegada, que pone voz
a informativos y eventos sociales en la capital pero, si le interesa algo en
que pueda ayudarle, basta con que me lo diga y veré cómo conseguirlo.
Por hablar de alguna cosa, pasé a alabar la belleza del edificio en que nos
encontrábamos, así como su privilegiada situación por más que, según me precisó,
el piso daba a la calle Fabian, no al parque de la Explanada; pero también eso
tenía sus ventajas. Se levantó y me invitó a acompañarla hasta la ventana
geminada. Me señaló hacía la acera de enfrente, indicando un edificio apenas
entrevisto en la oscuridad de la ya noche boreal:
-
Ahí
la tiene usted, la sede de la YLE, donde yo trabajo[21]. Casi podría estar laborando y, a un
tiempo, controlando a las niñas.
-
¿Qué
tal lleva la atención de las pequeñas?, pregunté.
-
¡Oh!,
no puedo quejarme. Por su edad y mi viudez, tengo derecho a acomodar y reducir
mi jornada. Otra cosa es que haga un uso moderado de tal facultad, para no
perjudicar a mis compañeros ni incomodar a los jefes. Lo que peor llevo es la
cobertura de algunos eventos que se celebran por la tarde pues, aunque se
quedan a comer en la escuela, mis pequeñas salen hacia las cuatro de la tarde.
A veces, he de rogar a los padres de algún compañero que las acojan en su casa
hasta que pase yo para recogerlas.
-
Si
la escuela no queda lejos, como me figuro, podría encargarme yo algunos días.
He encontrado el sitio ideal para estudiar y escribir: la Biblioteca de la
Universidad[22]. En el hotel no me concentro y la
habitación es muy pequeña.
Taimi sonrió:
-
En
efecto, el colegio no está lejos: en la calle Isabel[23], muy cerca de su admirable
Biblioteca, pero ¿qué iba a hacer usted luego con ellas? Y eso que parece tener
buena mano para los niños…; quiero decir, que sabe abrirse a ellos.
-
Y
no digamos si las llevo de vez en cuando a merendar a Kappeli[24]…
-
Un
poco caro para periodistas y no muy indicado en pleno invierno, replicó Taimi,
echándose a reír.
Quedamos en silencio unos momentos, mientras volvíamos a acomodarnos en
los sillones, tras la excusión a la ventana. La finesa volvió sobre lo de mi
hotel, poco satisfactorio para permanecer de día en la habitación:
-
¿No
ha pensado en buscar acomodo en alguna pensión más familiar, o en una casa
particular? En este barrio hay mucha demanda, pero la mayoría es de estudiantes
y, la verdad, son demasiado movidos para mi gusto.
-
¿Es
que estaría dispuesta a alquilar alguna pieza? Desde luego, el sitio sería
perfecto para mí. Claro que no sé si, en su estado…
-
¡Oh,
no! Aquí, en Finlandia, no guardamos esas reservas, máxime con la de mujeres
que han quedado solas por razón de las guerras[25]. La verdad, si no le digo desde
ahora que sí, es por las niñas. Tendría que explicárselo y que fueran
haciéndose a la idea.
-
Pues
razón de más para lo que antes ofrecía. Para que vea que soy un español tan
serio como un finés, puedo quedar en recogerlas un día determinado de la
semana, el que peor le venga a usted.
-
Tal
vez, empezar por ir un día festivo juntos al parque… A la Explanada, ya que la
tenemos ahí abajo y a usted parece agradarle…
-
Pues
no sé hable más -resumí-. ¿Le parece bien el próximo domingo, hacia mediodía?
-
Esperemos
que el tiempo acompañe. Pero antes, mi directo Antti, conviene que
veamos su posible habitación y hablemos del precio…
Por supuesto, tenía toda la razón aunque, en mi mente, lo primero era un
poco ocioso, teniendo en cuenta que iba a tener para mi toda la casa la mayor
parte del día. De todos modos, aquella habitación para huéspedes -fue la de
mi suegra, hasta que Mika, mi marido, falleció y ella regresó a Tampere, con mi
cuñada-, aunque interior, era amplia, confortable y con el mobiliario
indispensable -secreter, sillón, estantería- para el estudio. Y, en cuanto al
dinero:
-
Prefiero
ganar menos -me confesó- que asumir trabajo adicional. Ajustémonos para
alojamiento y desayuno. El almuerzo, que aquí es muy ligero, corre
absolutamente de su cuenta. En cuanto a la cena, sería un crimen de congelación
dejar a un español que anduviera buscando acomodo todas las tardes[26], dejando de mano sus tareas; pero
habrá de conformarse con nuestra dieta y lo pagará aparte.
Mostré mi aceptación en cuanto al régimen de pensión. Fijamos el importe
mensual de alojamiento y desayuno en 40 marcos[27] y nos despedimos hasta el domingo
siguiente, a mediodía, a la puerta de su casa. Recuerdo que, mientras el
ascensor bajaba despaciosa y ruidosamente -como era habitual entonces- me
asaltaron dos pensamientos: ¿Qué edad tendría la gentil Taimi, de voz
arrulladora? ¿Cuánto tardarían las niñas en sacarme del hotel para llevarme en
volandas a la Casa del Unicornio[28]? Como observarán, en efecto, me iba abriendo
camino, según reza la rúbrica de este capítulo.
2.
Correspondencia y desahogo
En aquellos
días que iniciaban la primavera, aunque solo desde el punto de vista
astronómico, se me ocurrió la idea de escribir al Presidente de la Agencia,
Señor Pabón, para hacerle llegar aquellas noticias que no consideraba oportuno
comunicar por vía ordinaria, por recelo de la censura. Al mismo tiempo, ello me
permitía informar de modo más personal y menos riguroso, contando con la buena
relación que nos unía y con el lógico deseo suyo de estar bien informado, natural
en quien se estaba convirtiendo en un notable historiador[29]. Transcribo acto seguido, en letra
cursiva, fragmentos destacados de las primeras cartas que le mandé, hasta
producirse el inicio de las hostilidades entre Finlandia y la URSS, entre el 22
y el 26 de junio de 1941.
Tan pronto me aposenté y mandé mis primeras crónicas y noticias a la Agencia,
solicité audiencia al Embajador de España en Finlandia[30]. Me recibió el Secretario de la
Legación quien, aparte de desearme los mayores éxitos en mi labor, me indicó la
conveniencia de ponerme en contacto con el personal que cubría en nuestra
representación las tareas informativas. Dicho de otro modo, tratándose de una
pequeña Legación, me remitió a quien encabeza aquí el Servicio de Información,
conocido con el nombre de Falange Exterior[31], dependiente de quien ostenta la representación de Falange para
Escandinavia, que, al parecer, reside en Estocolmo[32]. Como podrá imaginar, el Camarada extendió los tentáculos
hacia mí, sonsacándome acerca de mis contactos y ofreciéndose para incorporarme
a su grupo de acción, que cuenta -según él- con una buena base económica.
Naturalmente, me zafé de tan mefítico abrazo, poniendo a la Agencia como mi único interés y fuente de cobertura y financiación, la cual no
puede estar al servicio de labores de propaganda, sino de la objetividad que
exigen nuestros abonados y clientes. No le sentó nada bien esa disociación -en
la que ni yo mismo creo a pies juntillas- entre la propaganda de Falange y la
verdad de EFE, pero estoy dispuesto a hacer lo posible para
realizarla, con la inestimable cooperación de usted. Como despedida, me rogó le
hiciese llegar mis informes y noticias por copia inmediata, dorándome la
píldora con que le había gustado
mucho, en general, mi redacción y temática. Mi respuesta -no muy sumisa, por cierto- fue la de que, tanto sus jefes
en Madrid, como él mismo, tenían libre e inmediato acceso a los materiales de
la Agencia, contando con el beneplácito de mis
superiores, es decir, Gállego y usted mismo.
Sede
helsinguina de la radiodifusora YLE, hacia 1930
En cualquier caso, en todas partes cuecen
habas o, dicho de modo más fino, la verdad es la primera víctima de todas las
guerras. Mi colega Matti me había puesto en antecedentes:
-
Aunque estamos en paz desde marzo del año pasado,
el estado de guerra y la censura informativa no han sido revocados. ¿Razones?
Para mí, las principales son ocultar el mal estado del ejército y las
dificultades con el suministro de alimentos, derivadas en parte de que Rusia
nos ha cortado sus exportaciones de granos. Claro que las prioridades parecen
haberse vuelto del revés. ¿Sabes que el presupuesto de defensa alcanzó el 45%
del total nacional? Todos esperábamos que la Gran Bretaña hiciera de Papá Noel
para Finlandia, pero los regalos y préstamos se acabaron cuando Hitler invadió
Noruega y Dinamarca y cortó los canales habituales de suministro.
Todas esas informaciones y otras tales me
hacían suponer que estaba viviendo el ocaso de un hermoso periodo de felicidad
boreal. Después de pasar dos domingos juntos y de ir a buscar a las niñas tres
o cuatro veces al colegio, me dieron el plácet para integrarme en su minúsculo
universo del Unicornio[33]. El día que me mudé a su casa, encima de mi cama me tenían preparado un
círculo radiante amarillo, obsequio de Marija para el señor del país del
sol, y un lapphund[34] de trapo,
decisión de Liisa, a fin de que me protegiera y no me diese miedo de dormir
solo. Tuve que salir a toda prisa, pretextando el olvido de una maleta, para
comprar en una tienda próxima una edición infantil del Kalevala[35] y una pata Okka con Nils
Holgersson a cuestas[36]. Claro
que el bueno de Nils, por obra y gracia de la imaginación de Liisa, se
transmutó en Antti Päärynä viajando
sobre una pata salvaje hacia el País del sol.
En otro
fragmento epistolar, me sinceraba con Pabón, de la siguiente manera:
… Se dice que los rusos,
después de haber tensado tanto la cuerda, ahora intentan a destiempo
congraciarse con el Gobierno finés; incluso han cambiado al embajador[37]. Se considera ya inevitable una alianza con Alemania, que goza aquí de
gran predicamento, tras haber derrotado a Francia y dejado a Inglaterra
prácticamente fuera del Continente. En los diarios de Finlandia apenas se
recogen críticas contra ningún aspecto de la política nazi, siendo llano que se
debe a la censura que sufren los disidentes. Cada vez se habla con menos rebozo
de que la paz es transitoria y que hay que revertir las grandes
pérdidas territoriales sufridas por Finlandia en la Guerra de Invierno contra
los rusos. Surgen grupos ultra nacionalistas, como la -en inglés- Academic
Karelia Society, que sugieren una Gran Finlandia, inclusiva, no solo del suelo
patrio perdido, sino de toda la Carelia rusa y de la península de Kola. La
pregunta para muchos fineses es: ¿qué opina el mariscal Mannerheim? Si seguimos
el sensato criterio de conocer a los hombres por sus obras, entonces usted
puede colegir fácilmente el criterio de aquel por el siguiente hecho: En apenas
un año, volcando dinero y esfuerzos, ha formado un sólido ejército de unos
ciento veinte mil hombres; eso, en una nación de tres millones y medio de
habitantes. Multiplique por ocho y tendrá la proporción comparativa entre las
fuerzas armadas de Finlandia y de España.
A finales de mayo de 1941, recibí sendos
toques de atención por parte de Matti y de Taimi que, cual líneas convergentes,
se cortaban en un punto del máximo interés. Primero fue el amigo Kallio quien
me puso en antecedentes de lo que los bien informados consideraban un secreto a
voces:
-
Prepárate para el bombazo, Antti.
Sé de buena tinta que nuestros jefes militares supremos, con Mannerheim a la
cabeza, han viajado hasta Alemania para acordar su coordinación final con la Wehrmacht[38].
-
O sea, que la suerte está echada, concluí.
-
Nada ha transcendido de lo tratado, reconoció, pero
es obvio que la guerra contra Rusia está muy próxima y que iremos a ella del
brazo de los alemanes.
-
Pues que haya suerte -deseé-. De no ser así, vete a
saber si lo perdido en 1940 van a ser tortas y pan pintado para lo que puede
esperaros al final de esta guerra.
-
¿Acaso crees que los soviéticos podrán resistir a
los nazis?, preguntó aguardando mi respuesta negativa.
-
Están también los ingleses y mira que los
americanos no decidan entrar también en el baile.
Matti se encogió de hombros, con una
aparente indiferencia que me entristeció:
-
Aguantamos a los rusos más de un siglo. No creo que
ahora tuviésemos que soportarlos tanto tiempo.
La segunda, y mayor, sorpresa vino de
labios de Taimi, al regresar de la emisora el día 31 de mayo. Como si se
tratara de un asunto baladí, me preguntó:
-
¿Te iría bien participar en un programa de la YLE para los oyentes en el extranjero[39]? Parece
que quieren tranquilizar a los forasteros sobre las
pacíficas intenciones de los fineses, contra lo que se viene rumoreando con tan
malas e infundadas intenciones.
-
La verdad, Taimi, yo me encuentro entre esos malos
e infundados. No obstante, si el programa va a ser algo más que contar una
historia adormecedora…
-
Pues no lo sé: juzga tú mismo. Se trataría de una
rueda de prensa con el mariscal Mannerheim.
Di un salto en el sillón que asustó a la
propia Taimi. ¿Cómo podría tener Mannerheim tanta caradura? Pero pedí disculpas y, sin
referirme a lo narrado por Matti, inquirí:
-
¿Estaremos muchos? ¿En qué idiomas podremos
preguntar?
-
A lo primero, no lo sé exactamente. Solo me consta
que el señor Vakio me ha dado una invitación para ti, después de mucho pedírselo.
-
Gracias, encanto. ¿Y en qué idioma podremos
desempeñarnos?
-
Mannerheim es un gran políglota, salvo para el
finés, que le cuesta mucho trabajo y afirma que es una lengua de patanes[40]. Yo que
tú, emplearía el inglés.
-
Me apetece mucho usar el alemán, dadas las
circunstancias, ironicé.
En mi siguiente misiva al Presidente de la
Agencia dejaba constancia de buena parte de lo
acaecido en la rueda de prensa, celebrada finalmente el día 8 de junio, es
decir, apenas dos días después de marchar de Helsinki los altos mandos
militares alemanes, encabezados por el coronel general Jodl[41], tras amplias
negociaciones e intercambios de opinión con los finlandeses, en los días 3 a 6
de junio de 1941.
El Mariscal fue un muro para las
preguntas que se referían a la especial amistad de su País con Alemania, así
como a los rumores de movilización general y llamamiento a los reservistas. Se
presentó como paladín de la neutralidad, aspecto en el que el Gobierno finés
pretende una política común con Suecia. Manifestó ignorar todo lo referente a
una próxima declaración de hostilidades entre Alemania y la URSS, la cual de
ninguna manera tendría que suponer que Finlandia aprovechase la ocasión para
recuperar los territorios perdidos en 1940. Viendo que el secretismo de
Mannerheim estaba recibiendo una cierta tolerancia de mis colegas, opté por
infringir mi compromiso a Kallio de no sacar a colación las recientísimas
conversaciones entre militares nazis y fineses, y pregunté francamente que, si
nada bélico había a la vista, de qué habían hablado los generales de ambos
países en Salzburgo, Berlín y Helsinki. Como, con todo aplomo, di por seguro
que había habido tales contactos y hasta llegué a precisar fechas, se produjo
un silencio plúmbeo en la sala, de casi medio minuto. Habiendo hecho la
pregunta en inglés, con la mayor finura indiqué al Mariscal si me entendería
mejor la cuestión de formularla en alemán. Ello pareció obrar como detonante de
su escueta y tajante respuesta: Sin que mi contestación implique
corroborar sus fuentes, es obvio que entre dos países amigos los contactos
militares son algo común, que de ningún modo puede entenderse como un preludio
de alianzas ni de conflictos contra terceros países. No sabe usted cómo disfruté con las palabras países
amigos, que en aquel contexto revelaban mucho más que en situación
normal. Poco después, para suavizar probables tensiones personales, inquirí al
Mariscal por las relaciones con España, de cuya agencia oficial de noticias era
yo el primer corresponsal en Helsinki. Como ya expuse textualmente en mi
telegrama del día 8 próximo pasado, Mannerheim se congratuló del interés que
nuestro País mostraba hacia los asuntos finlandeses y agradeció las expresiones
y sentimientos de apoyo y comprensión, a raíz de la desdichada e injusta Guerra de
Invierno.
Como es natural, mi intervención en
la rueda de prensa me trajo una severa reprimenda de Matti Kallio, quien me
aseguró que, a partir de aquel momento, no haría otra cosa por mí que
seleccionar recortes de prensa finesa y traducirlos, conforme a lo acordado de
principio. Más llamativa me pareció la contestación de Pabón a la carta que
acabo de transcribir y que orientó en lo sucesivo mi labor profesional de
manera más circunspecta. Don Jesús se expresaba así:
Me indica Gállego que la embajada
alemana nos ha dado un toque de atención por tu incisiva intervención en la
conferencia de prensa del día 8. No les ha sentado nada bien que se aludiera a
contactos militares germano-fineses de alto nivel, citando lugares y fechas
que, aunque completamente imaginarios, podrían ser tomados por
ciertos en estos momentos tan delicados. La posición del Ministerio de
Exteriores y, por tanto, la de nuestra Agencia es la de que informes sobre
seguro y no te intereses especialmente por otros asuntos que los que afectan
concretamente a Finlandia y España. Me comenta Gállego que bien pudiste
aprovechar tan inmejorable ocasión para manifestar al Mariscal la alta
consideración en que lo tiene nuestro Generalísimo. También me hace llegar el
enfado del Servicio Exterior de Falange porque hayas sido tú, no su encargado
en Helsinki, el invitado a la entrevista colectiva con Mannerheim. Pero en esto
discrepamos con la Falange Exterior tanto Gállego, como yo: EFE se ha apuntado
un tanto valioso y no podemos menos de felicitarte por ello.
Por si hubiese alguna duda sobre la
inminencia de la entrada de Finlandia en la guerra, la movilización general y
la incorporación a filas de los reservistas dejaron clara la realidad. Todo el
país -el masculino, se entiende- quedó bajo las armas, pues se calcula que
vistieron uniforme la increíble cifra de medio millón de fineses. Tan es así
que, en más de una ocasión, recibí por la calle la interpelación de algunas
personas -cosa insólita en Finlandia- porque un hombre joven y fuerte siguiera
de paisano. He de reconocer que, en cuanto escuchaban mi explicación en inglés,
cambiaban el gesto y pedían disculpas de buena gana…, si es que entendían mis
palabras.
Taimi se mostraba especialmente preocupada
por las niñas, ya terminando el curso, debido a que nuestra casa estaba en el
centro de Helsinki, a unos pasos del puerto, evidente objeto preferencial de
bombardeo aéreo, como se había comprobado durante la Guerra de Invierno. Telefoneó a sus padres y decidieron recoger a
las niñas a mitad de camino por ferrocarril, en Tampere, para luego llevarlas a
Kokkola, donde residían. Mi casera lamentaba mucho la separación, tanto por su
alejamiento de las pequeñas, como porque la ciudad de destino no dejaba de ser
un puerto bastante industrial y, además, se hablaba mucho el sueco, que Marija
y Liisa aún desconocían. El día 20 de junio, las acompañé a la estación. Hube
de prometerlas que no me ausentaría al país del sol en su
ausencia, así como que me haría con un casco de acero y una metralleta Suomi para defender a su mamá y su hogar. Le verdad es
que, si esto último era hipotético, lo primero sí tenía fundamento: Ante mi
pregunta a EFE sobre lo que hacer, caso de que
estallase la guerra, Gállego me telefoneó, con su inconfundible acento
aragonés:
-
¡Vaya, hombre! No me digas que quieres largarte
cuando la cosa va a ponerse más interesante… No, ya, ya, lo dices para que te
confirmemos en el puesto, pero lo cierto es que estás cagadito de miedo. Si
hubieses estado pegando tiros en nuestra guerra, en vez de hacerte el inútil
por no sé qué del corazón… Bueno, ahora en serio: Tú no eres un corresponsal de
guerra ni nada que se le parezca. Ya mandarán a otros para eso, si quieren.
Sigue ahí como hasta ahora; protégete en todo lo posible y, si hubiese riesgo de
ocupación soviética, te vuelves para España… ¿Cómo? ¿Si fuesen los alemanes los
que invadiesen? Pues no se me había ocurrido… Por de pronto, tú sigue ahí y te
entrenas en lo de levantar el brazo a la romana… ¡Ah! y nadando y guardando la
ropa, que Lazar[42] te tiene
enfilado desde lo de la rueda de prensa de Mannerheim… ¡Adiós! y reza un poco
al irte a dormir: Según San Ignacio[43], la
oración nocturna hace maravillas.
3. La cosa se
pone interesante
Dicen que el 21 de junio de 1941 inició el Ejército alemán la invasión
de la URSS. Apenas un día más tarde, sin que hubiese tampoco una previa
declaración de guerra, las fuerzas armadas finlandesas ponían sus pies en el
territorio -ahora ruso- que les había sido arrebatado en 1940. Con todo, los
helsinguinos tuvimos, por de pronto, una escasa impresión de haber perdido la
paz: La movilización general había sido aparentemente secreta y, contra lo
acaecido cuando la Guerra de Invierno, nadie nos molestó desde el aire
hasta unos quince días después[44]. Taimi se congratuló por haber
enviado fuera a las niñas, por más que nuestro Unicornio era de los
edificios en que, conforme a las normas de protección civil de 1934, habían
acondicionado el sótano como razonable refugio antiaéreo[45], a cuyo conocimiento y reglas de
acceso nos convocó de inmediato el supervisor de protección civil de nuestro
edificio. Con todo, lógicamente Taimi estaba desolada y, bien desde la emisora
de la YLE, bien desde el teléfono particular, llamaba una o dos veces a
Kokkola para hablar con las pequeñas o, cuando menos, tener noticias de ellas
por sus abuelos.
Por mi parte, aunque ello encareciese la factura telefónica, acordé con
Matti que me daría informes sucintos por el hilo, centrándose casi
exclusivamente en las noticias del frente. Él se echó a reír ante mi solicitud:
-
En
estos días, resulta más fácil tener noticias fidedignas del desplazamiento del
polo norte magnético que de lo que pasa en la frontera sur o en el Báltico.
Pero, si las cosas empiezan a irnos bien -como parece- no tardará el Gobierno
en cantar las victorias.
En vista del hermetismo informativo, me curé en salud con Pabón, aunque
no dejara de aprovechar rumores y bulos verosímiles, sobre todo, cuando favorecían
al bando finés, favorito de nuestras autoridades en España:
La tranquilidad naval y aérea de que gozamos aquí, unida a las noticias
fragmentarias que puedo lograr de mis fuentes, me inclinan a creer que la
guerra pinta tan bien a los fineses, como a sus aliados alemanes. Por cierto,
la cosa más secreta -diría que un secreto a voces- es lo que son, en realidad,
finlandeses y nazis, es decir, los términos de su ofensiva simultánea contra la URSS. Se
utilizan toda clase de circunloquios, así como subterfugios para no aludir a la
acción conjunta de los dos ejércitos. La palabra más utilizada es la de cobeligerantes.
Pero, con matices o no, lo cierto es que cada vez están entrando en Finlandia,
desde Noruega, más unidades alemanas que, lógicamente, no vienen a veranear,
sino a atacar a Rusia. Pienso que su destino más lógico será el frente de
Carelia, para cercar Leningrado en unión de los fineses; pero otra opción sería
distribuirse entre ambos ejércitos el frente finés del este[46]. Así tendrían los finlandeses las
manos libres para penetrar en la Carelia rusa tanto como pudieran o quisieran,
mientras los alemanes tratarían de conseguir el premio gordo en el Ártico, a
saber, el control de las minas de níquel de Petsamo[47] y la conquista de los puertos de
Murmansk y Arcángel, por donde les llegan a los rusos los suministros militares
y alimenticios de los ingleses y, cada vez más, de los estadounidenses, que
usan a los británicos para enmascarar su cooperación con los otros Aliados.
En fin, consideraciones estratégicas aparte, la soledad y el peligro
profundizan las relaciones entre las personas con la mayor rapidez. Supongo que
esas serían las razones por las que, en aquellos días, Taimi y yo nos
convertimos en amantes. Era algo que ya se comentaba en la emisora, donde yo
era persona bastante conocida a partir de mi desempeño atrevido con Mannerheim,
y candidato a novio de la gentil viuda, desde que la iba a buscar al trabajo
cuando tenía que salir del mismo a deshora -no diré que en la oscuridad de la
noche, pues estábamos en la época de las noches blancas-. Kallio, por su
parte, me alabó el gusto y agregó:
-
Eso
sí, en mi modesta opinión, no te tomes las cosas como definitivas, ni se te
ocurra pensar en matrimonio o correr al albur de dejarla embarazada. Ayudaos
en todo, sed lo felices cuanto podáis y no penséis en el incierto mañana. No me
preguntes por qué, pero me consta que Taimi opina lo mismo.
En efecto, nunca se lo pregunté y procuré ceñirme a las normas de
conducta que me había sugerido con tanta claridad, como acierto.
***
Agustín de Foxá en la Embajada de
España en Helsinki
Aquel verano empezó a traer diariamente noticias favorables del frente,
como Matti había predicho. Podía resultar increíble pero los fineses
progresaban en el istmo de Carelia a un ritmo que remedaba, dentro de las dimensiones
de sus fuerzas y del frente, lo que los alemanes estaban consiguiendo en su
enorme zona de invasión. Pronto vino a suceder lo que en todas las guerras
victoriosas: Salvo los que sufren el dolor de la pérdida de vidas o bienes, el
resto de la sociedad se muestra unida y eufórica, loando a sus líderes y
perdonándolos por lo que, de otro modo, los habría culpado. Así, el mariscal
Mannerheim, irreprochable desde el punto de vista militar, era ahora también un
héroe político y humano, de quien se olvidaban todos los denuestos anteriores,
desde su conservadurismo e injerencia militarista en el Gobierno del país,
hasta su vida un tanto alegre y licenciosa. Yo contemplaba la idílica situación
con cierta ironía, aunque he de reconocer que el Mariscal subió mucho en mi
consideración cuando, contra la opinión del eufórico presidente Ryti[48], decidió olvidarse de la Gran
Finlandia, respetando la Carelia rusa y deteniendo sus fuerzas a cuarenta
kilómetros de Leningrado. Eso es lo que yo llamo el efecto Bismarck, es decir,
llevar las conquistas hasta donde marque, no la fuerza inmediata, sino el razonable
futuro.
Pero para mí, no siendo un corresponsal de guerra, el episodio más
influyente en aquel declinante verano del 41 fue la llegada a Helsinki de un
nuevo Encargado de Negocios de España, llamado Agustín de Foxá[49]. Que Dios me perdone, pero no había
oído hablar de él antes de que me alcanzara una carta aviso de Gállego,
en la que advertía:
Se trata de un falangista lleno de contradicciones, como no puede por
menos quien es un fascista, pero aristócrata, rico, viajado e inteligente,
aunque menos de lo que él se cree, confundiendo la pose con la valía y el
ingenio con la inteligencia. Creo que deberías ir cuanto antes a
cumplimentarlo, siendo con él franco y no demasiado acomodaticio: De otro modo,
no apeará su histrionismo y acabará por despreciarte.
Procuré seguir los acertados consejos de mi Director y pronto
congeniamos, una cosa bastante hacedera siendo Foxá un recién llegado a un país
del que desconocía el idioma y casi todo lo demás. Yo ya empezaba a entender a
Finlandia y a balbucear en su lengua, tan musical y armoniosa, que la
consideran el italiano del Norte de Europa. Algunas anécdotas de nuestros
primeros tiempos les darán una idea de mi espontaneidad:
-
¿Pero
tú ya te defiendes con el finés? ¿Cómo coño lo has conseguido?
-
Podría
decirle, Foxá, que tomando clases en la Universidad, pero la verdad es que mi
mejor escuela han sido los refugios antiaéreos. ¡No sabe lo que hay que hacer y
hablar para entretener el tiempo!
O esta otra:
-
Dicen
los hegelianos que toda la vida se resuelve entre tesis y antítesis, pero para
mí que nos movemos por tríadas. Fíjate: libertad, igualdad y fraternidad, según
los revolucionarios franceses; patria, pan y justicia, en opinión de nuestros
falangistas; y yo, camino de los cuarenta, café, copa y puro. ¿Qué te parece?
-
Me
parece, Agustín, que yo cambiaría el puro por una señora comme il faut[50].
-
¡Toma,
y yo! Sobre todo, dicho en francés, que sabe a gloria.
Con todo, pese a la confianza creciente y a las sugerencias de Taimi, no
se me ocurrió por el momento confesar al embajador que, en ese extremo, yo
predicaba con el ejemplo e invitarle al Unicornio a comprobarlo.
Lo precedente no dejan de ser curiosidades, en la línea de lo que todos
esperan de Foxá y dicen saber de buena tinta acerca de él. Pero no
tardamos en irnos distanciando en el día a día, pues cada uno tenía su trabajo
-muy diferente, por cierto-, su exigencia en cumplirlo -muy superior en mi
caso- y su resistencia al alcohol etílico, que en él era proverbial.
Afortunadamente, pronto llegaría a Helsinki otro famoso y pintoresco individuo,
que tomó mi relevo con Foxá, de manera mucho más acertada, estable y
conflictiva. Pero, antes de presentárselo a ustedes, les contaré algo que puede
servir de contrapunto del individuo ligero y despreocupado que todos creyeron
conocer. A principios de aquel otoño, cuando ya era evidente que los fineses
estaban zurrando a los rusos -aunque con algo de ayuda-, nuestro
Encargado de Negocios se revistió de autoridad y me indicó:
-
Andrés,
¿cómo demonios se las arreglan estos finlandeses para ponerles las cosas tan
difíciles a los rusos? Casi los derrotan en el 40 y ahora parece que les están
dando una paliza.
Sonreí y, pensando en quitarme tarea de encima, inquirí:
-
¿Me
lo preguntas como periodista de ABC[51] o como embajador?
-
De
amigo a amigo.
-
Entonces
me esmeraré. Voy a reflexionar y te lo pondré por escrito.
No era solo por amistad. Pensado y redactado, habría de servirme para
mandarlo a la Agencia y para ilustrar a Pabón. No me salió nada del otro
mundo, pero Matti lo dio de paso, y eso es mucho decir.
Podríamos hablar mucho sobre la respectiva valía del soldado ruso y
del finés, pero nunca nos pondríamos de acuerdo. Tampoco creo poder decir nada
inteligente sobre los mandos soviéticos, probablemente menos preparados y más
mediatizados políticamente que los finlandeses. Encomiar al incomparable
Mannerheim podría ponerse en solfa por quienes entienden que el valor de los
jefes supremos en los modernos ejércitos ya no es el de los tiempos de
Napoleón. Por otra parte, parecen desechables en esta guerra las
consideraciones que se hicieron de la de Invierno sobre la importancia
del conocimiento del terreno y de la mayor facilidad de la defensiva elástica
sobre el ataque frontal. Ahora los rusos maniobran en su terreno y son sus
enemigos los que han de avanzar. Unos enemigos que están combatiendo en pleno
verano, con una absoluta inferioridad en hombres, tanques, aviones, barcos…
Pero estoy volviendo al principio: Si las cosas son así, ¿cómo es que
aprovechan a los menos y menos armados? Haré algunos apuntes explicativos,
aunque pocos -empezando por mí mismo- los juzgarán mínimamente suficientes.
Los rusos dicen que son maestros en la ciencia de atacar frontalmente,
gastando sin freno ni pudor aquello que más tienen, lo que les sobra: la carne
de cañón; y, por lo mismo, son llamados a resistir hasta la muerte, sin
importarles el ser copados. Los fineses, escasos en efectivos, los cuidan al
máximo. Son expertos en las tácticas de avance flexible, de retirada
estratégica, de flanqueo, de progreso en guerrilla para atacar luego al enemigo
por la espalda. Conocen el terreno al dedillo; operan por unidades menores;
usan todos los medios a su alcance -incluso esquíes y bicicletas- para superar
velozmente los obstáculos. Están dotados de una buena artillería pero, sobre
todo, de armas individuales de fuego modélicas, por su calidad y precisión,
como el fusil de asalto Suomi KP-31 y el rifle M-28 Pystyorka, con los cuales los
francotiradores fineses cuentan entre los mejores del mundo[52]. Con estos y otros mimbres están
consiguiendo los finlandeses, si no ganar las guerras, por lo menos no
experimentar la masacre de su juventud y matar cinco veces más rusos que los
que estos logran hacer a los fineses, lo que dicen que no está nada mal[53].
Algo de lo que estoy mucho más al tanto, por propia experiencia, es
de los bombardeos aéreos. Es probable que las tripulaciones soviéticas no sean
muy diestras, pero me parecen increíblemente pequeñas las bajas y los daños que
causan en Helsinki, tomado como modelo de otras ciudades y poblaciones civiles[54]. Pero hay otras circunstancias en el
haber de los fineses: los buenos refugios aéreos preparados en los sótanos de
todos los edificios altos; la excelente cortina de fuego antiaéreo; el sistema
de localización y aviso de los aviones enemigos, y una curiosidad que bien
conocen ya los soviéticos. Se trata de que los aviones finlandeses, cuando no
pueden hacer frente a los rusos, por la aplastante superioridad de estos,
esperan a que se retiren a sus bases, los siguen a distancia y, cuando han
aterrizado en los aeródromos, caen sobre ellos y los destruyen casi a mansalva.
Diré algunas palabras -conforme a lo prometido- del inesperado amigo y
colega de Foxá, que se sumó a los corresponsales de prensa en Helsinki,
avanzado el año 41. Se trataba de un enviado de guerra del milanés Corriere
della Sera, un fascista muy indisciplinado, llamado Curzio Malaparte[55], que, tras pasar algunas temporadas
en la cárcel o el confinamiento, lo habían mandado a informar de la guerra en
el frente de Ucrania, donde funcionó sorprendentemente bien y decidió seguir su
carrera literaria, recogiendo impresiones y fantasías sobre la guerra horrible
que estaba viviendo, tomando el punto de vista de los alemanes -cuya lengua
dominaba, por ser hijo de germano-, a quienes premonitoriamente vio en el
camino de la derrota[56]. Lógico es que los reportajes que
mandaba a Italia gustaran más bien poco a los políticos; de modo que, tras otra
temporada en el frente central, por la zona de Bielorrusia, acabó pasando a
Finlandia, donde inmediatamente conectó con ambientes refinados y
cosmopolitas, en los que inevitablemente conoció a Foxá. Siendo ambos de buena
familia, derechistas, díscolos con el Poder, escritores y con fuerte ego,
congeniaron desde el primer momento, aunque parece que sus relaciones no
acabaron bien, lo que tampoco es extraño. Yo con Malaparte apenas tuve otro
trato que el estrictamente profesional, propiciado por nuestra común amistad
con Foxá. En otros capítulos dejaré constancia de nuestros encuentros, cuando
me tocó visitar el frente, contra mi estricto deber y voluntad.
4.
Compatriotas in partibus infidelibus
Vista del interior de la Biblioteca
Universitaria (ahora, Nacional) de Finlandia, en Helsinki
Había empezado
ya el curso escolar y Taimi no acababa de decidirse por traer a las niñas de
Kokkola, o por encargar a sus padres de que les buscasen escuela allí. La clave
era algo tan imprevisible y aleatorio como los bombardeos aéreos. Si Kokkola
hubiera sido una villa campestre no alejada de Helsinki, es muy probable que
hubiese sacrificado su instinto materno a la seguridad de las niñas; pero
aquella era una ciudad industrial y portuaria, lejana de la Capital, donde no
sería extraño que pudiera producirse un ataque aéreo o, incluso, alguna acción
naval. Viendo que el fuerte bombardeo del 9 de julio no había tenido
continuación importante, y que la escuela de la calle Isabel tenía varios
refugios muy próximos, me atreví a aconsejar a Taimi que regresaran sus hijas
junto a ella, comprometiéndome yo a ayudar cuanto pudiera. Finalmente, así lo
decidió y viajó de nuevo hasta Tampere, a mitad de camino, para recogerlas de
brazos de sus abuelos, que no dejaron de lamentar el tenerse que separar de sus
nietas, según me contó su vacilante madre.
El reencuentro de las pequeñas con Taimi y su pequeño mundo del Unicornio
fue verdaderamente emocionante. Yo había montado un pequeño escenario de
verbena, con gallardetes multicolores, entre los que abundaban las cruces azules
finesas y las bicolores rojigualdas, que remedaban la bandera española. Un gran
Tervetuloa[57] en el vestíbulo y una opípara
merienda en la cocina completaban el improvisado ceremonial del recibimiento.
Estuve dudando si debería salir a la estación, resolviendo a la postre
permanecer en casa, para hacer de tramoyista.
El retorno de Marija y Liisa me cambió la vida, día y noche. Separadas
de su madre durante casi tres meses, tenían verdadera necesidad de contacto
físico y constante atención, que solo ella podía llenar. Estar pendiente de las
sirenas de alarma aérea y del reloj era para mí la obligación esencial, que
cubría, bien en la Biblioteca cercana al colegio, o bien en casa,
acompañándolas y dirigiendo en lo posible los deberes de la mayor. Por la
noche, era frecuente que una o ambas, pasado el primer sueño, corrieran a la
cama de su madre, buscando calor y compañía. Tuve que volver a mi puesto
inicial de huésped bien acogido, recluyéndome en mi habitación para estudiar lo
que durante el día no tenía tiempo o concentración para preparar. La Historia
me parecía madura para el examen, pero la Geografía que entonces llamábamos
Humana se me atragantaba cada vez más, con aquellas estadísticas endemoniadas y
los complejos problemas de la Population, aquellos plúmbeos libros sobre
demografía en que los franceses eran maestros. Se lo comentaba sinceramente a
Pabón, que en esto era inmisericorde:
Enfoque los temas -me decía- con ese componente sociológico y
de economía que los puede hacer atractivos, siempre que no se radicalice y
ofenda a alguno de los miembros del Tribunal con opiniones o propuestas
demasiado atrevidas. Adelante, y tómelo con el entusiasmo de que la
cátedra se gana con estos temas difíciles, no con Julio César, por poner un
ejemplo.
También Gállego me apretaba en un punto en que antes había sido mucho
más tolerante: las relaciones con Foxá:
Sabrás que ese falangista achampanado que tenéis por Helsinki
se ha metido a periodista y nos está comiendo la tostada en el ABC y el Arriba,
publicando cosas que mucho me temo te pueda estar sonsacando. En nombre de la
Agencia te digo: No le des ni agua pues, para una vez que esa plaza puede
ponerse interesante informativamente hablando, solo falta que venga un escritor
conocido y de buena pluma a robarnos las primicias. Así que estás avisado, que
de bueno a tonto solo hay un paso.
Vean: una razón más para dejar de frecuentar a Foxá y de orientarlo como
embajador, ya que luego iba y lo aplicaba al periodismo. Pero el hombre propone
y la guerra dispone. Había llegado, al parecer, el momento de que el Conde me
devolviera el favor, aunque solo fuera para que le hiciese compañía. No me vino
mal tener algo nuevo que hacer pues, desde que volvieron las niñas, Taimi, si
bien con todo cariño y mano izquierda, me había dejado un poco solo, con
gran nostalgia por mi parte.
Modelo de fusil de asalto finlandés Suomi
KP-31
***
Parece ser que la voz de alarma la dio Malaparte quien, visitando los
campos de prisioneros de guerra rusos, se topó casualmente con un grupo de
ellos que eran de los niños de la guerra que, para librarse de la civil
española, sus padres vascos y asturianos habían mandado a Rusia para
protegerlos[58]. Cuatro años más tarde, algunos de
los alojados en Leningrado se ofrecieron voluntarios para ir a luchar contra
los fineses en Carelia. Un grupo de ellos había caído prisionero y ahora
purgaban su valentía entre los alambres de espino del campo de Nastola, en
condiciones lamentables. De esa forma, la noticia llegó a conocimiento de Foxá,
que decidió desplazarse hasta allí, a unos cien kilómetros al norte de
Helsinki, para informarse personalmente y promover la liberación de los
muchachos[59], asumiendo su custodia con la ayuda
del Vicecónsul honorario en la capital finlandesa, Don Rafael Sánchez, a quien
jocosamente llamaba Foxá el Naranjero, por su empeño en fomentar las
importaciones finesas del preciado fruto levantino[60].
Fue, precisamente, el Naranjero quien me dio cuenta por teléfono
del propósito de Foxá y de la invitación, en su nombre, para que lo acompañase
en su excursión. Naturalmente acepté por razones profesionales, una vez
me cercioré de que la hora de salida me permitía dejar antes a las niñas en su
colegio. Foxá aguardaba en la legación, impolutamente vestido con un mono
blanco, en previsión del frío de aquel octubre avanzado en Finlandia. Nos
acomodamos con el chófer, un empleado en la embajada y el vicecónsul en una
especie de artefacto a motor sobre esquíes, que recordaba más a un semi
blindado militar que a un turismo ordinario provisto de las oportunas cadenas
para los neumáticos. Se le notaba exultante en su papel de héroe liberador de
compatriotas jovenzuelos, primero en las garras del comunismo y luego, en las
duras manos de los guardianes fineses del stalag[61]. Como, por razón de invitación y
amistad me senté a la diestra de Foxá, percibí el olor inconfundible del vodka,
con el que se habría preparado para soportar la expedición, pronto seguido de visitas
a la petaca que guardaba en el bolso de atrás del asiento delantero. De su
locuacidad, apenas afectada por las libaciones que tan bien aguantaba,
deduje que ya tenía en el magín los artículos que iba a enviar a los diarios
españoles, para dejar constancia de la transcendental y heroica gesta.
Remachaba una y otra vez un punto, sin duda, sobresaliente:
-
Para
eso acogieron los comunistas a esos chavales: para lavarles el cerebro y
mandarlos a combatir siendo menores de edad; algunos, unos niños. ¡Anda que no
les voy a dar estopa desde los periódicos!
Así que de eso se trataba. Si no me daba prisa, me iban a tocar las
migajas de la noticia. Hice algunas preguntas mientras nos deslizábamos por la
carretera nevada y, en la primera estación de servicio por la que pasamos,
supliqué que parásemos para hacer aguas menores. Foxá se echó a reír,
concediendo lo que pedía:
-
Tienes
razón, Andrés. Aquí hace un frío del carajo. Vamos a meternos para el cuerpo un
café bien caliente y un copazo de vodka y, de paso, a ver si nos dejan un par
de mantas para las piernas. Vayamos, pues, a mear, si no se nos congela el pis
antes de caer.
Mientras, sentados junto a la chimenea, el resto de la expedición bebía
y el vicecónsul regateaba el precio de unas pieles de no sé qué macro mamífero,
me deslicé sutilmente hasta el teléfono y llamé a Taimi. Afortunadamente, no
estaba en el aire:
-
Cariño,
manda inmediatamente un telegrama a Gállegos, con este texto sucinto: Localizados
en un campo de concentración de Nastola (Finlandia) dieciocho chicos vascos y
asturianos, de los llamados “niños de la guerra”. Habían sido convertidos en
soldados por sus anfitriones rusos y enviados a combatir contra los fineses en
el frente de Carelia. Algunos tienen solo dieciséis años. Personal de la
embajada española y nuestro corresponsal en Helsinki están de camino para allá
a fin de rescatarlos y ver de devolverlos a España.
Los “niños de la guerra” en Helsinki
(1941), con “El Naranjero”
Todo salió a pedir de boca, de modo que, por la tarde, nuestros clientes
vespertinos pudieron publicar la primicia, con todos los pintorescos
aditamentos de que era capaz la imaginación de mi Director. Así pues, los
artículos de Foxá serían más floridos, pero mi suelto fue el aldabonazo en las
conciencias de los más sentimentales y de los que consideraban a los soviéticos
el colmo de la maldad. ¿Tenían razón en este caso? Así opino yo pues, por más
que aquellos muchachos se hubieran ofrecido voluntarios, su edad y su situación
de huéspedes extranjeros acogidos por la URSS hacía indecente su reclutamiento
como soldados. Aquellos dieciocho sobrevivieron, pero otros muchos no tuvieron
la misma suerte[62].
La gestión de Foxá resultó un éxito, incluso de propaganda, pues
finalmente los chicos fueron repatriados con despacio, vía Suecia y Alemania,
para que llegasen a tiempo de ilustrar la visita del camarada Arrese a Berlín[63]. Entre tanto, yo los entrevisté e
hice por sacarles la verdad sobre su reclutamiento, pero la mayoría no estaban
por sincerarse y, la verdad, tampoco yo por hacer de ellos pasto para la
propaganda del Régimen español.
El caso de los soldaditos españoles, antiguos niños de la guerra,
propició jugosas conversaciones con colegas y conocidos finlandeses. Resultó
que el tema era de candente actualidad en el País. Nada menos que un total de
70.000 niños fineses fueron mandados por sus familias, durante la Segunda
Guerra Mundial, a países extranjeros más en paz, como Suecia -neutral- y Dinamarca
o Noruega -ya ocupadas por los nazis-, en la que es considerada como la mayor
evacuación de niños habida hasta entonces en el mundo. La verdad, sin ánimo de
criticar a nadie, lo que yo viví en Helsinki no parecía justificar tamaño
éxodo. Matti me confirmó las cifras y agregó:
-
Puedes
añadir que, en sentido contrario, bastantes voluntarios están llegando para
luchar a nuestro lado. A la cabeza, con unos doce mil, están los suecos, un
tanto avergonzados por la neutralidad que viene practicando su Gobierno.
Ni que decir tiene que todo aquello me dio abundante material para
crónicas de alto interés y para otras de relleno. Yo notaba que mi trabajo
estaba siendo bien apreciado por las altas esferas de Madrid. Tan es así
que, a mediados de diciembre, recibí un extra de quinientas pesetas, para
que puedas adornar el abeto que por ahí ponéis -me escribió Gállego-. En
consecuencia, fui un adelantado en la percepción de la paga extraordinaria de
Navidad, que se generalizaría pocos años después[64].
Pero todo esto se quedó pequeño cuando por obra y gracia -¡cómo no!- de
Foxá y Malaparte, me vi mezclado en el turbio y peligroso episodio de la
División Azul. Creo que bien merece que, para tratarlo, escriba otro capítulo
de este relato.
5.
Un Mariscal finlandés y un Cabo austriaco
Interior del vagón de la entrevista
Hitler-Mannerheim del 4 de junio de 1942
Andaba un
poco perdido por Helsinki, en aquella primavera del 42. Hacía meses que
los finlandeses habían terminado con éxito su parte de la guerra y no era cosa
de desplazarse hasta Laponia, para ver cómo se las habían alemanes y rusos.
Pese a ciertas veleidades expansionistas del presidente Ryti y a las peticiones
nazis de mayor implicación, el mariscal de campo Mannerheim mantenía sus tropas
en las posiciones ya ganadas, sin dar ni un paso adelante más. Se rumoreaba que
había rechazado la oferta de Hitler de comandar también las tropas de la Wehrmacht
en Finlandia, por cuanto ello significaría de alianza más estrecha y
peligrosa que la que hasta entonces tenían. Por otra parte, Marija y Liisa
seguían siendo el centro de mi vida doméstica y ni se me ocurría acercarme por
la legación, pese a las invitaciones en tal sentido del amigo Foxá, que ya
contaba con Malaparte para acompañarlo en sus excursiones al frente de
Leningrado, donde ambos parecían disfrutar con los cañonazos y la bombas
incendiarias que estaban haciendo trizas la bellísima ciudad sitiada.
En esas estaba, cuando mi amada anfitriona volvió una tarde de la
emisora con una noticia, en principio, intranscendente, que acabaría dando
lugar a mi pequeña y poco conocida contribución a la Historia, con mayúscula.
-
Quieren
celebrar por todo lo alto los setenta y cinco años de Mannerheim -dijo Taimi-.
-
Lo
veo lógico, contesté. El hombre se lo merece y, por otra parte, no creo tenga
oportunidad de celebrar un cuarto de siglo más.
-
Eso
espero -replicó ella-. Te lo decía por si tu agencia quisiera hacer algo
especial con tal motivo. Como parece que a tu Gobierno le cae bien el Mariscal…
Antes de meterme en berenjenales, escribí a Pabón al respecto, señalando
no obstante que no tenía ninguna confianza en que Mannerheim aceptara ser
entrevistado por un quídam que, a mayores, le había chinchado en una ocasión
precedente. Mi Presidente contestó a vuelta de correo:
No vaciles en intentarlo. Por aquí Mannerheim es querido y admirado.
De hecho, todos esperan que se implique más en la guerra y les dé una buena
tunda a los rusos en Leningrado, ciudad que tiene al alcance de la mano.
Se lo comenté a Taimi, pidiéndole orientación sobre la mejor forma de
abordar la solicitud. Me repuso:
-
Han
formado un comité para la celebración del cumpleaños, del que, entre otros,
forma parte un capitán apellidado Lehmus[65], de mucha confianza con Mannerheim.
Él es el enlace con la YLE y, con tal motivo, lo he conocido. ¿Te parece
bien que te lo presente?
-
Es
una magnífica idea, siempre que no abrigue prejuicios contra mí por lo de la
conferencia de prensa del año pasado.
-
Descuida.
Tú sé sincero y confiésaselo, si es que no lo conoce ya. ¡Ah! y hazle saber que
no eres fascista en absoluto. Es un conocido político del Partido Socialista.
-
Pues
adelante.
Pocos días después, me hallaba, junto a Taimi, ante un hombre fornido,
bastante cabezón, de cara ancha y gesto ceñudo, sentados a una mesa del pequeño
café reservado del edificio YLE. Afortunadamente, él vestía de civil, lo
que evitaba que la impresión fuese en exceso imponente. La familiaridad con que
parecían comportarse el tal Kalle y Taimi llegó a provocarme algo de celos. Ya
se sabe que nuestra relación no pasaba por el mejor momento y la similitud de
edad entre ellos[66] me hacía sospechar. Sentimientos
aparte, opté por emplear mi vacilante finés, hasta que Taimi, en voz baja, me
aconsejó proseguir en alemán. Con todo, el capitán Lehmus agradeció mi patriótico
esfuerzo:
-
La
Señora Laine ya me ha puesto en antecedentes de su deseo de entrevistar al
Mariscal. ¿Es cosa suya, como periodista, o de su Gobierno?
-
Digamos
que ha sido iniciativa mía, pero con la plena conformidad de las autoridades
españolas. Ya sabrá que la agencia para la que trabajo tiene carácter oficial.
-
¿Y
cuál es el motivo de interesarse precisamente en este momento?
No quería comprometer a Taimi, aludiendo a los festejos del 75º
aniversario; así que salí de la pregunta como pude:
-
Deduzco,
por la calma en el frente de Carelia y la opinión general, que la guerra puede
darse por terminada para Finlandia, con su victoria total ante Rusia y la
recuperación de lo injustamente perdido en 1940. Supongo que será ahora cuando
el Mariscal tenga tiempo y humor para atender a los pesados periodistas
extranjeros.
Lehmus no movió ni un músculo. Se limitó a poner una condición, que yo
ya estaba dispuesto a cumplir de antemano:
-
El
Mariscal no contestará a preguntas relacionadas con la situación actual o la
marcha futura de esta guerra que, por supuesto, no ha terminado.
-
De
acuerdo. Si lo desea, puedo presentarle un listado de temas, por si quiere
rechazar alguno más.
-
No
será necesario… La entrevista se celebrará en el cuartel general de Mikkeli[67], el lunes, 4 de mayo próximo, a las
once horas.
-
¿Podré
tomar algunas fotos del mariscal Mannerheim?
-
Lleve
usted cámara, por si acaso, contestó ambiguamente.
El resto del café se lo pasaron Taimi y Kalle hablando en finés, como si
yo no estuviera. En vista de ello, hice ademán de despedirme, alegando otras
ocupaciones. El Capitán miró el reloj y se puso en pie.
-
También
yo tengo prisa, confesó. He tenido mucho gusto en saludar al primer español a
quien estrecho la mano después de hacerlo con Caballero.
Siendo una figura destacada del SDP[68], supongo que se referiría a Don
Francisco Largo Caballero[69].
Taimi nos despidió y siguió allí, acabando tranquilamente su
consumición. A fin de cuentas, era como si estuviera en su casa.
***
La charla con Mannerheim se desarrolló de modo muy distendido.
Conociendo sus aficiones tabaqueras, le llevé como presente una caja de
excelentes puros habanos. Se extrañó de mi atención, por lo que le expliqué:
-
Aunque
estemos a 4 de mayo, he querido hacerle un obsequio de cumpleaños, ya que no
creo que tenga la oportunidad de cumplimentarle el 4 de junio[70].
-
¿Cómo
que no?, preguntó con aparente enfado. Desde ahora está usted invitado a la
fiesta.
Obviamente, a esas alturas, ni el Mariscal ni yo caímos en la relevancia
de tal promesa. Quede en elogio de Mannerheim que mantuviera su palabra, con
algo de ayuda por mi parte, como comprobarán.
De la entrevista del 4 de mayo, además de la versión larga que más o
menos completa se publicó en los diarios españoles de la época, hice un resumen
para Pabón, del que recojo algunas frases acto seguido:
La mala impresión que pude dejar en el Mariscal por mis preguntas
indiscretas del pasado año ha quedado superada ahora. En la factura de una caja
de puros que he enviado a la pagaduría verá parte del motivo. El resto supongo
se debe al momento dorado actual en la ya larga vida del Mariscal, con una gran
victoria militar y el respeto unánime del pueblo finlandés. Claro que todo
puede volverse del revés, si los alemanes no logran acabar este año con la
resistencia rusa, lo que no les va a ser fácil, a juzgar por lo que paso en
Moscú y está sucediendo en Leningrado. Mannerheim es listo y, aunque da toda
clase de facilidades de tránsito a los nazis, no quiere, ni a bien ni a mal,
apoyarlos en el cerco leningradense, ni formar un frente común en Laponia.
Pienso que él cree que Stalin está tomando buena nota de esos gestos, pero yo
no comparto esa presunta opinión: El oso ruso, si logra vencer a los alemanes, vendrá por los
fineses, les hará pagar cara la derrota que le han infligido y a saber si no
vuelve a hacer de Finlandia un segundo Ducado de Finlandia, seguramente más
rígido y severo que el de los zares…
Verá que, en mi versión de la entrevista para el público, no recogí nada
acerca de la participación finlandesa en las Brigadas Internacionales[71]. A usted puedo decirle que el
Mariscal se disculpó con nuestro Gobierno, destacando que el número de
combatientes fue muy limitado y que la mayoría de los fineses procedían de
América y tenían ya la nacionalidad estadounidense o del Canadá[72]. Yo no estoy en condiciones de
corroborar esos datos. En todo caso, si el tema le parece interesante y las
explicaciones correctas, puede hacer de lo que privadamente le expongo el uso
que tenga por conveniente.
El viernes, 29 de mayo, fui urgentemente convocado a la YLE. En
un pequeño despacho, mano a mano, me senté ante el ya conocido, capitán Lehmus,
y un caballero impecablemente vestido de negro, que se me presentó como el
Señor Vakio, Director de la radiodifusora[73]. No sabían qué decirme ni cómo salir
del apuro. Al fin, después de mucho divagar, comprendí lo lógico de su
turbación: Existía la posibilidad -solo la posibilidad, recalcó Lehmus-
de que una personalidad destacadísima asistiera privadamente al cumpleaños del
Mariscal. ¿Qué tiene de extraño? Mannerheim tiene muchas simpatías, contesté.
Se revolvieron en sus sillones. Pregunté:
-
¿Acaso
el Mariscal quiere revocar mi invitación?
-
¿Estaría
usted dispuesto a dejar de asistir, digamos, por una indisposición?,
sugirió Vakio.
Ni le contesté, sino que volví sobre mi pregunta anterior. Lehmus gruñó:
-
El
Mariscal cumple lo que promete pero no pretenderá usted participar como
periodista, ni como particular, en lo que se ha convertido en… en… un momento
solemne.
Me lo estaba pasando estupendamente, haciendo tragar al Capitán toda su
soberbia:
-
Por
supuesto, yo soy muy poca cosa; pero no se preocupen por mi cubierto. Quítenlo
de la mesa, que con un par de emparedados me conformo. Me los puedo preparar yo
mismo en la cocina, o llevarlos de casa.
El Director estaba lívido y el Capitán rojo. Comprendí que tenía que
bajar el nivel de la burla. Dije:
-
Señores,
ni como periodista, ni como afecto al Mariscal puedo darme de baja del acto.
Eso sí, puedo acudir de incógnito. ¿No habrá ningún empleado de la YLE en
el acto, para transmitirlo? Yo, colega de mis amigos finlandeses, podría
acompañarlos, sin hacer ni decir nada inconveniente, ni publicar ninguna cosa
que no lo haya sido antes por las emisoras finlandesas. Tienen ustedes mi
palabra, tan firme, aunque no sea tan alta, como la del Mariscal.
Lehmus recibió mi oferta sin ninguna convicción. Fue Vakio quien pareció
ver un resquicio y susurró en finés al Capitán algo así como déjelo de mi
cuenta. Vakio se dirigió a mí y añadió:
-
Señor
Pereda. ¿podría venir a verme mañana por la tarde? Tengo que evacuar algunas
consultas antes de hacerle una propuesta en firme.
-
Nada
me complacerá más, Señor Vakio, respondí con mi mejor sonrisa.
Por fin aquella noche, después de meses de sequía, Taimi me
recibió en su cuarto. Quería conocer con todo detalle mi reunión de la mañana
con Vakio y Lehmus. Se la notaba preocupada: Olía complicaciones y no me creía
lo suficientemente experto para moverme en tan revueltas aguas. Quité
importancia a la cosa, hablando con la boca pequeña:
-
Con
la verdad y la sensatez se va a casi todas partes. Y, si las cosas pintan mal,
regresaré a España para terminar la preparación de mis oposiciones. Solo lo
siento por mi casera y sus niñas, porque les había tomado aprecio.
De lo que Taimi respondió y de cuanto sucedió a continuación, no creo
deba dejar constancia en este relato. Sí, en cambio, de la irresistible oferta
de Vakio al día siguiente, en términos de, o lo tomas, o lo dejas:
-
Se
pegará usted, desde aquí mismo, al ingeniero de sonido que va a cubrir los
actos, como si fuera un ayudante o asesor técnico. No dará un paso sin su
autorización y abandonará el lugar cuando lo haga su mentor y por el mismo
medio. Le proporcionaremos credenciales, transporte y comida, si fuere
necesario. Llevará traje oscuro, preferiblemente negro. Y, para el caso de que
incumpla la cláusula de reserva informativa que usted mismo indicó ayer, será
expulsado inmediatamente de Finlandia, con queja formal al Encargado de
Negocios de su País. ¿Conviene en todo ello?
-
Convengo,
convengo. ¿A qué hora tengo que estar aquí el próximo día 4?
-
Se
le informará a su debido tiempo, con cuarenta y ocho horas máximo. Ahora voy a
presentarle al hombre del que habrá de convertirse en su sombra.
Telefoneó por interior. A los pocos momentos, apareció un joven, como de
mi edad[74], muy alto y delgado, con unas gafas
de montura prácticamente invisible.
-
Le
presento al ingeniero, Señor Damen, indicó Vakio. Este, prosiguió, es el Señor
Pereda, de quien le he hablado.
-
Pues
ya está dicho todo -apostillé-. Ahora, si el Señor Director de YLE no
tiene inconveniente, voy a pegarme a Herra Damen a ver si tengo la
suerte de que me invite a un café, para irnos conociendo.
-
Con
mucho gusto -repuso Damen-. Puede llamarme Thor.
***
Ignoro cuándo supo Damen quién era el invitado especial en el
cumpleaños de Mannerheim, a quien su Gobierno acababa de hacerle el regalo de
nombrarlo Mariscal de Finlandia, por si era poco serlo de campo.
Lo cierto es que el ingeniero mantuvo el secreto, pese a que congeniamos desde
el primer momento; mejor dicho, desde que le hice saber mi excelente amistad
con Matti Kallio y mi relación sentimental con una finlandesa viuda de guerra y
con dos hijas, que trabajaba para la YLE. Cuando el día 3 de junio me
comunicaron, al fin, la hora a que tendría que encontrarme a la puerta de la
radiodifusora, seguía sin saber nada concreto, fuera de lo que Taimi me había
indicado, con cierta inquietud:
-
Aunque
lo están disfrazando de un acto más del homenaje al Mariscal, la cosa no
encaja: Ir a celebrarlo en medio de un bosque a más de doscientos kilómetros de
Helsinki[75]. Aquí hay razones de seguridad o de
secreto, que hacen suponer se espere a Hitler, o a alguien de parecida
importancia.
-
Pues
como no sea el camarada Stalin, le repliqué incrédulo.
-
Anda,
anda -me riñó-, deja de tomarme el pelo y deja todo preparado esta noche, que
mañana vas a tener que madrugar de firme.
En efecto, la hora de mi cita eran las cuatro de la madrugada, en una de
esas noches blancas que tanto contribuían a desvelarme. Vestía para la ocasión
un traje negro, fruto del teñido de otro marrón. Me acomodaron en una especie
de camioneta Skoda, cuya cabina tenía tres plazas holgadas, entre un
orondo conductor y el espigado Thor Damen, quien me explicó:
-
Ya
tenemos la mayor parte del material en su puesto desde ayer. Ahora, relájate y
ten calma, que tardaremos lo menos tres horas en llegar… adonde vamos.
Viendo que no le sacaría una palabra y que no entendía casi nada de lo
que hablaban entre el chófer y él, opté por cerrar los ojos y, entre el
madrugón y el ronroneo del motor, me quedé dormido.
No es cosa que les cuente lo que por los libros de historia y los
noticiarios cinematográficos sabrán mucho mejor. La cosa es que Taimi había
tenido buen olfato y el sujeto para el que se había preparado tan escondido
recibimiento era Adolf Hitler en persona, llegado expresamente desde Alemania
para celebrar el cumpleaños de su casi aliado, Mannerheim. Y no venía
con las manos vacías: Entre otros regalos que yo viera, había un Mercedes
estupendo -me figuro que a prueba de balas- y tres vehículos ligeros de aspecto
militar. Luego me he enterado de que todos los obsequios fueron donados por el
Mariscal al Estado finés[76]; como también de que lo único con
que se sabe correspondiera el cumpleañero fue una metralleta Suomi
de cargador circular.
Tengo vagas imágenes visuales de los protagonistas de aquel día: del Führer,
milagrosamente crecido en casi diez centímetros, para no parecer tan bajo ante
el Mariscal[77]. Del, ya un tanto fondón y poco
atendido protocolariamente, mariscal Keitel[78], corriendo entre aburrido y
sonriente detrás de los dos grandes, con el bastón de mariscal todo el
tiempo en las manos. De los mediocres gerifaltes fineses, Ryti y Rangell[79], figuras de relleno, tan de negro
como yo, y que, tras recibir a Hitler al pie del avión, no sabían muy bien el
papel que se les reservaba en la celebración. Y, por supuesto, del vagón de
ferrocarril en el que, tras el encuentro formal y el paseo por el entorno, se
recogieron todas las autoridades para escuchar las palabras de salutación del
Mariscal y tomar el refrigerio que fue servido en mesas de a cuatro comensales,
compartiendo Hitler y Mannerheim la suya con Ryti y Ragnell. Ese fue el momento
que ha pasado a la Historia, y no precisamente por la calidad de los manjares o
de la bebida -de la que, por cierto, usó el Führer contra su costumbre,
tal vez, por la calidez del momento, o tal vez por el frío cogido durante el
paseo-. La cosa fue así:
Para captar y grabar el parlamento de Mannerheim, estaban instalados un
par de micrófonos a la altura del marco superior de la ventanilla que daba
vista a la mesa de Hitler y los demás. Acabado lo protocolario, Damen se
olvidó de retirar los micrófonos y de dejar de grabar, de lo que su
sombra española se percató y lo sacó decididamente del coche a
empujones, susurrando: die Geschichte verlangt es[80]. Esto, pues, corrió de mi cuenta.
Que Thor no cortase la grabación fue exclusivamente mérito suyo.
Entrevista Hitler-Mannerheim
(04-06-1942), archivo YLE
Se ha dicho que fueron alemanes del séquito de Hitler quienes, tras unos
once minutos y medio de charla -como casi siempre, un monólogo del Caudillo
germano-, se percataron del atentado a la intimidad y pusieron fin al mismo,
cortando los cables del exterior del vagón. Que fueron sujetos de las SS quienes
arramblaron con la instalación e intimidaron a Damen para que les entregase la
cinta grabadora, es algo que me consta. Pero tengo para mí que alguien de
adentro lo descubrió y pasó aviso, y mi sospechoso es el capitán Kalle Lehmus.
Dirán ustedes que es que le tengo ojeriza. La verdad, no tengo más que
sospechas pues en ningún momento apoyó ante nosotros el intento de los alemanes
para quitarnos aquel tesoro. Damen, con valentía y cierto desprecio, cerró el
paso al par de energúmenos diciendo que aquello era propiedad del Estado
finlandés y que, por si lo olvidaban, estábamos en Finlandia. Yo zanjé el
rifirrafe con este argumento: Señores, este es un documento histórico, que
se ofrendará al mariscal Mannerheim. Si tienen algo que decir, expóngalo a su
Führer y que él lo solucione junto con el nuestro. Ignoro si sería la
primera vez que al Mariscal lo apodaban Führer de Finlandia pero, la
verdad, no creo que el apelativo fuese inadecuado.
Como sabrán, los SS recularon y se limitaron a formular una
protesta a funcionarios fineses de medio pelo. La cosa la remedió un individuo
de la Censura finlandesa, llamado Kustan Vilkuna[81], con la solución salomónica de
respetar la integridad de la cinta, guardándola en un cofre sellado, como secreto
oficial. Supongo que los policías alemanes no insistirían más para no
evidenciar su propia negligencia.
Poco más dio de sí la visita de cinco horas de Hitler a Mannerheim, que
este devolvería el 27 del mismo mes, reuniéndose con el Führer en
Rastenburg[82]. Todavía se quedó el Mariscal un
buen rato en aquella vía muerta, disfrutando del día y, tal vez, de haber
despachado a su incómodo visitante sin ningún compromiso militar a mayores. Fue
entonces cuando nos dieron unos instantes para acabar de desmontar cámaras y
demás trebejos. El Mariscal estaba arrellanado en un banco del coche, fumando
con fruición un buen veguero. Debía de ser de los de mi regalo pues, sin
decirme una sola palabra, sacó el puro de la boca y dijo mirándome sonriente: Erinomainen.
Yo le contesté con una inclinación de cabeza: Onnittelut[83]. Taimi me comentaría luego: Milagro que el Mariscal
se dirigiese a ti en finlandés. A lo que le respondí: ¿Y en qué va a
hablar un finlandés con otro?
Aquel día debía de estar yo bendecido por
la Historia. De otro modo, no se entiende que volviese sano y salvo a Helsinki,
con la media trompa que llevaba
Richard, nuestro conductor.
6. La
división 250
No quería que mi rocambolesca escapada a
Immola me trajese más dolores de cabeza. Por tanto, guardando mi ego en el
armario, oculté a la Agencia mi presencia en la entrevista de Hitler con
Mannerheim. Simplemente le ofrecí detalles de ella, que daban sopas con honda,
en precisión y exactitud, a los ofrecidos por los diarios fineses. Todo lo
demás -aunque había estado escuchando el contenido de la cinta- me lo guardé
para el fuero interno, respondiendo a lo prometido a Vakio. Tan solo expuse a
Pabón algunas generalidades, ya de puro sentido común, ya basadas en otras
fuentes, aunque corroboradas por las declaraciones robadas a Hitler[84]:
Todas las opiniones parecen coincidir
en el hecho de que la visita de Hitler a Finlandia fue anunciada con muy poco
tiempo, siendo el cumpleaños de Mannerheim un mero pretexto. Parece claro que,
en los inicios de la ofensiva en Rusia de este año 42, los alemanes están
bastante más preocupados que el año pasado por la fuerza militar de Stalin y la
dificultad de hacerse con Leningrado, llave del frente norte. Creo que la Wehrmacht está impresionada del éxito finés en Carelia y considera una pérdida
lamentable que el Ejército finlandés se limite a defender sus nuevas fronteras,
en vez de ayudarlos en Laponia y en la citada ciudad imperial. Creo haberle
dicho ya que, para animar al reflexivo Mariscal, los nazis han ofrecido a
Mannerheim el mando supremo de un futuro ejército conjunto operativo, desde el
Cabo Norte hasta Leningrado y Nóvgorod. Supongo que esto puede interesar al
Gobierno español, al estar acantonada nuestra División Azul[85] en esta zona de Rusia. Pero todo indica que el Führer se ha vuelto a Berlín con las manos vacías, a pesar de sus peticiones y
ofertas para una más profunda alianza, unidas, la verdad, a la amenaza latente
sobre Finlandia, consistente en que los soviéticos puedan invadirla y destruir
su independencia. En suma, se trata de convencer al Gobierno finés y a su
Mariscal de que los destinos de Alemania y Finlandia en esta guerra están
indisolublemente ligados. Ciertamente, yo opino lo mismo.
Por cierto, me alegro de la
noticia que me da Gállego, en el sentido de que su recomendado, el dibujante,
Señor De Alba, alias Kin, se encuentra ya de regreso en
Madrid, después de su no muy grata experiencia en la División 250[86]. De cualquier forma, tengo que insistirle en que, hasta ahora, la citada
División ha estado muy lejos de Helsinki, para mis menguadas influencias y
formas de transporte. Se rumorea que está siendo trasladada más al norte, para
participar en el cerco de Leningrado[87]. Cuando ello sea así, supongo que nuestro Encargado de Negocios en
Finlandia, Señor Foxá, podrá tener mejores medios para informar y ayudar, en
los términos que nuestro Gobierno tenga a bien encargarle.
Antes de que tuviese la oportunidad de
volver a ocuparme con temas de la División, me avisó
Pabón de que en el mes de julio de aquel año se celebraban las oposiciones que
estaba preparando. Me animaba a no dejarlas pasar, con este razonamiento:
Es una oportunidad muy interesante.
Los opositores combatientes de la guerra civil mejor preparados o más influyentes ya obtuvieron plaza en los dos años anteriores; los jóvenes que no
combatieron apenas han tenido tiempo de acabar la
carrera o de preparar los exámenes. Es tu oportunidad. Ven y examínate, aunque
no te juzgues con seguridad de aprobar. Tómate un mes de permiso, o de
vacaciones si quieres, para dar los últimos toques. Yo no sé si andaré por
Madrid en esas fechas veraniegas, pero he tenido ya ocasión de hablar de ti con
varios miembros del tribunal, encareciendo tu preparación y el valor de que
estés simultaneándola con un notable servicio informativo a nuestro País.
Adelante, pues; no me desilusiones.
No hubo, pues, otro remedio que pasar el
Rubicón o, si ustedes prefieren, el Manzanares. La cosa fue tanto más grata,
cuanto que, enviadas también este año las niñas con sus abuelos, Taimi estaba
libre de los deberes de madre y tenía un par de semanas de vacaciones. Aunque
ella no se decidía, la puse entre la espada y la pared: o me acompañaba, o yo
no me movía de Helsinki. Aceptó y acomodé como pude los viajes, para que las
fechas entrasen en la quincena vacacional de ella. De todos modos, el Señor
Vakio prometió cerrar los ojos, si se
demoraba unos días en reincorporarse a la emisora.
En lo sentimental, el viaje
no resultó muy grato. Las comunicaciones telefónicas con Finlandia estaban
imposibles y las cartas tardaban ni se sabe cuánto. Yo, por mucho que quisiera
acompañarla y enseñarle lugares gratos, estaba más preocupado de dar la última
vuelta a los temas. Paseando -a veces, sola- por Madrid, Taimi parecía fijarse
solo en todo lo más triste y gris, que era mucho en aquella capital en la
inmediata posguerra. Acabamos por recluirnos en nuestro céntrico hotel de la
calle Galdo; yo, estudiando en la habitación; ella, hojeando revistas o, como
mucho, paseando arriba y abajo, de Sol a Callao, con la comprensión e
infructuosos intentos de palique del personal de servicio. Uno de los días, cenando,
me soltó:
-
Nunca más volveré a poner los pies en esta ciudad.
Mucho calor para el cuerpo, pero te hiela el alma.
Opté por descender de la metáfora a algo
más prosaico:
-
Querida, mira a ver si mañana completas los regalos
para las pequeñas, que, a última hora, nos será más difícil elegir bien.
Menos mal que, por otro lado, las cosas
iban saliendo mucho mejor. Aunque sin especial brillantez, aprobé las
oposiciones con un buen número, aunque esto último no me preocupaba, pues tenía
ya el compromiso de Pabón: se me concedería de inmediato la excedencia en la
cátedra, para seguir cumpliendo con el cargo oficial de corresponsal de la
Agencia. Me pasé por las oficinas de la calle Ayala para dejar ya tramitada la
petición de excedencia y aproveché para invitar a cenar a Gállego, celebrando
mi plaza. Como sabía que era casado, hice extensiva la invitación a su esposa,
indicándole que yo también acudiría acompañado. Me sonsacó
cuanto pudo y hube de hacerle algunas precisiones sobre Taimi. Escogí para reunirnos
Casa Labra[88], por su
tipismo y proximidad al hotel. Los Gállego eran muy agradables y Vicente estuvo
particularmente afectuoso con Taimi, usando de su locuacidad y humor
proverbiales. En eso, al menos, dimos en el clavo: A partir de entonces, cuando
echaba venablos contra mi Director en presencia de Taimi, esta lo defendía
invariablemente:
-
Sus razones tendrá -me decía-. Es mucho más humano
y razonable que tú.
-
Que Dios te conserve el buen criterio, pero que no
te lo empeore, replicaba yo.
Creo que, pese al mucho tiempo que
estuvimos juntos, mi queridísima amiga no llegó a entender la jerigonza con que
intentaba yo traducir al inglés esa irónica frase.
***
Nuestro regreso a Helsinki coincidió con
la entrada en acción de la División Azul en el frente de Leningrado,
precisamente en la parte sur del cerco, es decir, la más alejada de Finlandia.
Eso tuvo un efecto decisivo para lo que ahora diré. Y es que, insistiendo Foxá
en que lo acompañase alguna vez en sus excursiones a la zona de guerra, no tuve
más remedio que aceptar en una sola ocasión, cuando comenzaba septiembre del
42, con el consiguiente retorno de Marija y Liisa a Helsinki. Mi objetivo era
aprovechar los medios y los buenos oficios de nuestro Encargado de Negocios, a
ver si era posible establecer algún tipo de conexión o enlace con la famosa
División 250, pues consideraba poco digno ser corresponsal en Finlandia de una
agencia oficial y no contar algo personal y próximo de los voluntarios
españoles en la Wehrmacht. Foxá fue
tajante:
-
¡Y un cuerno! Si quieres jugarte la vida, te dejo
en las líneas finesas y te las arreglas para infiltrarte entre los alemanes y
los soviéticos, hasta llegar a los nuestros. ¿Sabes algo de ruso?
-
¿No te haría ilusión ver con tus propios ojos los
palacios imperiales? Dicen que el sector español incluye Pushkin y Pavlovsk[89], nada
menos.
-
A juzgar por lo que Malaparte y yo vemos a lo
lejos, no quedará de ellos ni los rabos.
Era cierto, en parte. A Foxá y su
compañero fascista parecían divertirles los
fuegos y las explosiones, que iban a contemplar de lejos con cierta frecuencia,
con la tolerancia de los militares fineses. Con todo, opté por sumarme a la
pareja de ilustres literatos y recoger la experiencia en una de mis crónicas
para EFE. En carta simultánea a Pabón, ofrecía algunos detalles adicionales,
que supongo habría cortado la censura, de pretender publicarlos:
El día en que estuvimos decía Foxá
que el frente estaba tranquilo, en comparación con el espectáculo de otras ocasiones. Cada ver soporto
menos el diletantismo de nuestro embajador quien, en presencia del Señor
Malaparte, parece crecerse en la apariencia de ser original y tomar todo a
chacota. Me cae mejor el italiano que, por lo menos, ha ido a la cárcel por su
rebeldía y parece tener un sentido trágico sobre esta guerra, que él considera
perdida para los alemanes y para sus compatriotas, aunque en el fondo los
únicos triunfadores serán la crueldad y la destrucción. En fin, dejando de lado
mis filias y fobias, tengo la impresión de que, como los finlandeses no lo
remedien, Leningrado resistirá, no solo por el heroísmo de sus defensores, sino
porque no llegan buenas noticias de otras partes del frente ruso. Oí de pasada
que los nazis estaban retirando unidades blindadas del cerco leningradense para
llevarlas a Ucrania o más allá, donde parece está la clave de su ofensiva en
este año 42.
Por lo demás, le reitero que,
pese a que han acercado mucho nuestra División a la frontera, me será imposible
ponerme en contacto con sus hombres. De todos modos, a juzgar por la
indiferencia de Foxá, me malicio que nuestras autoridades no tienen mucho
interés en conocer la realidad de los hechos y de sus sujetos pasivos. Les resulta más agradable prestar atención a la Hoja de
Campaña[90] y a los inexactos partes de guerra que ofrecen los alemanes. Como dicen
que no se espera un nuevo relevo de los voluntarios hasta finales de año[91], tienen tiempo de transmitir mensajes euforizantes, hasta que los que
regresen puedan abrir los ojos del pequeño núcleo de familiares y amigos a
quienes se atrevan a revelar las penalidades que sufren y lo duros que son los hijos de
Stalin.
No había acabado aún septiembre, cuando
recibí un telefonazo de Foxá que habría de agradecer vivamente en el futuro:
-
¿No querías empaparte de la División? Pues tengo en
la embajada a un tío que estuvo el año pasado y que sabe de ella más que Muñoz
Grandes[92]. Y
quítamelo pronto de aquí, que me tiene mareado con su verborrea y persiguiendo
al personal femenino de la Legación.
La carta de presentación del personaje,
como ven, no era muy favorable, pero para mí dominaba lo de “excelente
conocedor de la División”. Lo fui a buscar, dos días después, a su hotel, que
era en realidad una modesta pensión en la calle Lönnrotin, frente al mercado de
Hietalahti. El tipo, llamado Álvaro N.[93],
impresionaba: alto, muy delgado, con largo cabello rizado, rostro poco
expresivo, casi adusto, y solemne voz de barítono. Siendo así, con el rostro
atezado y rigurosamente vestido de oscuro, me hizo pensar inmediatamente en dos
cosas: un empleado celtibérico de funeraria y un locutor para los partes informativos de nuestra Radio Nacional. Desde
luego, de entrada, la locuacidad y la persecución de las señoras no parecían
cualidades propias de aquel joven, que apenas me llevaría dos o tres años. A la
hora y cuarto de estar juntos, tras un aperitivo bien regado en el vecino
Bulevar[94], tuve ya
motivos para creer que Foxá podía estar en lo cierto.
En lo que a este relato conviene, les diré
que Álvaro, niño de derechas con elevada imaginación, se había enrolado en la
División Azul en los primeros momentos, cuando había que hacer
cola, como para casi todo en España, incluso para entrar en el cementerio. En la dura
batalla de Possad[95], le
explotó cerca una granada y estuvo a punto de perder una pierna -que colocó
ostentosamente encima de la mesa del bar, para mostrarme el costurón en la
rodilla-. Lo evacuaron, curó con leve cojera, le dieron un par de medallas y el
título de caballero mutilado.
-
No me importó mucho, agregó, porque ya había tenido
bastante guerra en que combatir, y, chico, aquello era una auténtica mierda. No
te digo que nosotros seamos ángeles, pero los alemanes son unos auténticos
cafres: Para ellos, todos los prisioneros -civiles o no- tenían pinta de judíos
y ya sabes cómo se las gastan con los hijos de Abraham.
-
Tengo una idea -repuse-, pero tú cuéntame con
cierto detalle lo que hayas visto y permite que tome nota.
-
Te lo permito porque me has invitado a almorzar y
eres colega mío. No sé si te habrá contado el cantamañanas del
Embajador que soy periodista y algo escritor. Pero no como él, sino respetable:
como que soy humorista.
-
Pues hala. Cuenta, que soy todo papel y lápiz.
El hombre en verdad se ganó lo que
consumía, y eso que fue mucho -no es por jamar, me
decía, sino porque vuelva la camarera, que está jamón-. En fin,
Álvaro tuvo la gracia de ofrecerse como cronista literario, o algo así, de la
División, con el apoyo de Ridruejo[96], y
llevaba meses viajando por el frente, aprovechando primero los aviones al
servicio de la División Azul[97] y,
posteriormente, en trenes o como le daba Hitler a entender. Hablaba y
no acababa, de Minsk y de Smolensk, de Varsovia y de Riga, de los mariscales
Keitel y Rommel, de los bombardeos y las ciudades en tinieblas. Llegó un
momento en que me sentí solidario de un compañero tan entregado y le dije:
-
Supongo, Álvaro, que pensarás publicar todas estas
experiencias. ¿No te pisaré el relato, si lo aprovecho para mis crónicas a la
Agencia?
-
La verdad es que lo tengo todo recogido en
cuadernos -me confesó-, pero no siento ninguna gana de contar esas hazañas de la humanidad.
-
Entonces, repliqué, ¿a qué demonios sigues
empecinado en meterte donde no te llaman? Yo estoy en Helsinki por cumplir un
deber informativo pero, ¿y tú?
-
Yo estoy de turismo. Me dijeron que en Finlandia
había mil lagos y no pienso parar hasta haberme bañado en todos ellos.
-
Te informaron mal, Álvaro. De más de una hectárea,
hay 56.000. De todas formas, suele estar tan fría el agua, que solo lo
resistirías pasando antes por la sauna.
Se me quedó mirando espetado y preguntó
con su voz más grave:
-
¿Es verdad que se meten en la garita hombres y mujeres desnudos?
En verdad, aquel hombre era imposible. Tras conocer de una tacada a Foxá, Malaparte y Alvarito, empezaba a pensar si todos los escritores serían
tan insoportablemente raros. Ahora pienso que no, que no era ninguna bacteria
de los libros, sino algún virus de esa mefítica combinación de los extremismos
y la guerra.
Aún nos explotamos recíprocamente Álvaro y
yo otro par de veces. Luego, se cansó de Helsinki, cogió un mercante hacia
Dantzig y desapareció de mi vida. Su huella quedó en mis celebrados -y
censurados- reportajes sobre la División Azul, así como en el recuerdo de su
fuerte y curiosa personalidad. Prueba de ello es lo que me dijo Taimi una
velada de aquel invierno:
-
Querido Antti, me has hablado tanto de ese tal
Álvaro, que no sabes lo que lamento no haberlo conocido.
La veía tan guapa, que no puede menos de
sentir un escalofrío:
-
No creas, repliqué. Hay personas que pierden mucho
en las distancias cortas.
7. Un año
tranquilo, relativamente
Debo de ser algo masoquista pues para mí
el tranquilo -en Finlandia- año 43 empieza con un bombardeo en noviembre del
año anterior y concluye con las tres grandes incursiones aéreas
sobre Helsinki de febrero del 44. De la primera de ellas daba cuenta a Pabón,
de forma muy similar a la de mi crónica en EFE, así:
En todos los quince bombardeos
anteriores de este año Helsinki había tenido, como era habitual, la suerte de
cara, si puede considerarse así el salir a un muerto por ataque. Esta vez,
empero, sucedería todo lo contrario, quizá porque no se consideró oportuno dar
la alarma aérea por el hecho de que nos sobrevolara un simple y solitario avión de
reconocimiento. Sin embargo, su gentil tripulación quiso obsequiar a los
helsinguinos con una bomba, como regalo dominical[98], cuando estaba lleno de gente menuda un cine en el lugar, pues proyectaban
una parodia musical de Los tres mosqueteros[99]. Esa sola bomba causó 51 muertos y 120 heridos, mayoritariamente entre
niños y jóvenes. Imagínese la desolación de toda esta ciudad. Por mi parte, no
se me quita de la cabeza que podríamos habernos contado entre las víctimas, si
las pequeñas de mi casera hubiesen sido de poca más edad de la que tienen.
A partir de entonces, Taimi y yo optamos
por sacar a las niñas lo menos posible y, en los días de fiesta, hacerlo a
algún parque de los alrededores de Helsinki, lejos del puerto. La
estabilización de la guerra en Finlandia y la aprobación de las oposiciones me
permitían una casi plena dedicación a Marija y a Liisa, facilitada además por
mi fluidez con su idioma. Apenas recibíamos visitas pues Taimi era de la
opinión de no invitar a casa más que a personas de mucha confianza, descartando
a quienes solo fuesen compañeros de trabajo más o menos amicales. Por mi parte,
solo acogía a Kallio, y eso porque solía hacerme el favor de pasarse por el Unicornio para dejarme el resumen de prensa del día. Ya no
tenía que hacerme la traducción, pues mi finés era suficiente para traducir de
corrido y hacerme una buena idea de conjunto de los textos.
Fineses
haciendo el saludo nazi ante la embajada de la URSS en Helsinki
Al comenzar la primavera de aquel año,
volví a tener noticias directas de Foxá. Tras casi dos años en la nevera, le había llegado la hora del relevo. No sé hasta
qué punto ello era debido a la sustitución en el Ministerio de Asuntos
Exteriores del Cuñadísimo, Serrano
Suñer, por el Conde de Jordana[100]. Acudí a
la legación a despedirme y lo encontré tan ligero y superficial como siempre.
-
No me preguntes por qué paso a mejor vida -me dijo-,
pero el caso es que pienso disfrutar a modo de España y escribir o publicar
todo lo que llevo dentro… del portafolios, por supuesto. Luego, nuestro Führer resolverá, que lo que es el de Berlín ya va a
tener poco tiempo. En fin, cuídate mucho y huye de mi sucesor, que es un
auténtico botarate.
No lo volví a ver, pero sí que aún sufrí una de sus bromas. Pocos días más tarde, un taxista
me subió a casa un paquete atado con bramante, con el sello de la Legación y a
mi nombre. Era nada menos que el mono blanco y guateado que había lucido Foxá en
nuestra excursión al campo de prisioneros de Nastola. Lo acompañaba una nota
manuscrita suya, que aún conservo:
A mí ya no me servirá; así que
úsalo tú, si te apetece y logras engordar treinta kilos.
¡Qué
tendrán algunas personas que solo muestran lo mejor de sí mismas cuando se van
de tu lado!
Y, en efecto, el embajador Prat era,
también en mi opinión, un auténtico botarate[101]. Llegaba
a Helsinki con la resaca de una
ejecutoria en Rumanía y en Turquía, donde, más en labor de falangista del Servicio
Exterior que en misiones diplomáticas, había jugado a los espías, pretendiendo
favorecer a los alemanes en detrimento de los rusos. Las había organizado tan
gordas en Ankara y Estambul, que el Ministro decidió quitarlo de país tan
relevante entonces, y enviarlo a Helsinki, para ver si enfriaba sus peligrosas y fallidas iniciativas. La verdad es
que el Conde de Jordana no tuvo muy buen ojo pues, a partir de mediados de
1943, las cosas se iban a poner candentes en Finlandia, tal y como yo apuntaba
en mi quincenal misiva al Presidente de la Agencia EFE:
El frente ruso-alemán retrocede
decididamente hacia el oeste y, de seguir la iniciativa soviética, no sería
extraño que la zona lindante con el golfo de Finlandia quedase en poder de los
rusos hacia finales de año. Eso querría decir que Leningrado sería liberado y
que en el istmo de Carelia quedarían de nuevo frente a frente fineses y rusos.
La dura e ineficaz ofensiva alemana en Laponia estaría a merced del difícil
acceso por el norte de Noruega. El Gobierno de Finlandia no puede ignorar todo
eso, como tampoco que los rusos, vencidos los alemanes de la zona báltica,
tienen todas las de ganar, si se deciden a recuperar los territorios que les
fueron arrebatados por los fineses en 1941. Me informan mis fuentes de que el
presidente Rity, lejos de sus coyunturales afirmaciones de entonces acerca de
una Gran Finlandia, mantiene una actitud cripto
británica, pese al absurdo cometido por Churchill al declarar la guerra a este
País en diciembre de 1941[102]. Por su parte, Mannerheim, con la reserva que lo caracteriza, parece
estar tranquilo aún y, de hecho, apenas ha tomado medidas adicionales, ni para
reforzar las posiciones finesas en el frente, ni para colaborar más
estrechamente con los nazis. Nada me extrañaría que, si continúa haciendo
retroceder a los alemanes, Stalin pretenda hacer valer ante sus aliados sus
tesis del Pacto con los nazis de agosto del 39: reclamar una zona de libre
influencia rusa en la Europa oriental con la que limita la URSS, Finlandia
incluida[103]. Eso sería tanto como dejar a los fineses abandonados a la ambición de
los soviéticos que, como pusieron de manifiesto en el pasado, es insaciable.
Más aparentemente activo que el hierático
Mannerheim era nuestro embajador Prat, también marqués -¡cómo no!-, que llegaba
a Helsinki con una merecida fama de falangistón metido a espía, con muy dudosos
resultados y absoluta autonomía funcional. Más por esto que por aquello, el
Ministro Gómez Jordana había decidido su traslado, desde la efervescente
Turquía de la época, hasta el tranquilo frío de Finlandia. No contaba el
Ministro con las inminentes tensiones que la marcha de la guerra iba a producir
en esta República escandinava, proclives a resucitar en nuestro Encargado de
Negocios su vena del Servicio Exterior de Falange y de servil correveidile de
los nazis. Alguien -espero que no fuese Foxá- debía de haberle soplado que el corresponsal de EFE en Helsinki era persona
bien informada y respetuosa de la autoridad diplomática. Así, aunque no tuve
para con él la atención de acudir a su toma de posesión, ni solicitarle
audiencia, no tardé en recibir un tarjetón con membrete de la Embajada,
convocándome para día y hora determinados en la sede de la legación. La verdad,
acudí con cierto enfado pues, por muy oficial que fuera la Agencia EFE, no me
parecían formas de entrar en contacto con su corresponsal. Pero, en el decurso
de la entrevista, las cosas fueron de mal en peor, como tuve que informar a
Pabón, con cierto aire de fingida contrición:
Es posible que me pudieran la
irritación por haber sido convocado a toque de corneta y por la mala impresión
que Foxá me había transmitido de su sucesor. Lo cierto es que, lejos de dejarme
llevar por los derroteros de las glorias imperiales y del Rusia es
culpable[104], le hice ver que la posición de Finlandia en aquellos momentos -y, por
extensión, la de los extranjeros recibidos en su seno- era muy delicada y
seguramente precisaba de poner una vela a Dios y otra al diablo. Comoquiera que, cambiando de tercio, el diplomático pasara a cantarme las
excelencias del Servicio Exterior de Falange y de potenciar la ayuda a nuestros
amigos nazis en todo lo posible, me revolví y le recordé el pase de
pecho de Franco en Hendaya[105], la limitación a una división de la presencia española en Rusia y el
rumoreado retorno de España a la estricta neutralidad, abandonando el estatus
de no beligerante[106]. Con todo esto, el que fue perdiendo el control fue el Señor Prat, que
supondría tenía que vérselas con un rojo o, cuando menos, un sonrosado.
Jugándome el todo por el todo, aunque con exquisita suavidad,
le aconsejé mucho tacto y cuidado en lo referente a abrir en Helsinki otra sucursal como la que había promovido en Estambul, tanto por la postura
circunspecta del Ministro Jordana, como por lo poco acostumbrada que estaba
Finlandia a los manejos de espionaje dentro de sus fronteras. El embajador alzó
un poco más la voz, envaneciéndose de su buen desempeño en Turquía, a lo que yo
le repliqué -aprovechando información recibida de Foxá- que sin duda había sido
una lástima que su organización eficacísima hubiese sido permeada
por el MI6 británico[107]. Contra lo que usted y yo podríamos haber previsto, la fundada alusión no
provocó mi expulsión del despacho de Prat, sino que este comprendiera que se las
había con alguien muy bien enterado y, tal vez, con algún ignoto contacto en
Exteriores. Así pues, rebajó la tensión, trató de explicar el fiasco en Turquía
y acabó pidiéndome simple colaboración para abrirse camino en Helsinki, dado
que Foxá se había marchado sin dejarle ninguna clase de informes o sugerencias.
Yo le contesté que cuanto sabía de buena tinta lo reflejaba en las crónicas
enviadas a EFE, de algunas de las más relevantes podía hacerle llegar copia, si
contaba con la autorización de mis superiores en la Agencia -la cual, dado el
destinatario, doy por supuesta, salvo objeción por parte de usted-. Con esto
nos despedimos, ya dentro de la corrección y la cortesía. No sé si considerará
que soy demasiado díscolo o sincero, pero en ciertas cosas suelo cumplir con
la frase hecha: prefiero ponerme una vez colorado que ciento amarillo; tanto
más ahora en que -quiera Dios que no me falle- tengo una excelente retirada de
mi cargo en la Agencia, incorporándome a la cátedra que me está esperando en
algún Instituto de esa España que, pese a todo, empiezo a echar de menos.
Como había anticipado a Pabón, en lo
sucesivo mis relaciones con el embajador Prat fueron normales y poco
frecuentes, más allá de hacerle llegar algunas noticias interesantes, que él
podría no conocer. Para evitar un posible control policial de las visitas a la
legación, preferí acudir al sistema -quizá un poco simple- de alquilar un
apartado de correos en la Central postal[108], para uso
exclusivo de las comunicaciones con la embajada. El Secretario de esta y yo
mismo teníamos sendas llaves, con lo que podíamos recoger nuestra
correspondencia interna sin necesidad de mandarla por correo, como si fuese una
taquilla de una estación, pero con contrato fijo y concreción de titularidad.
Y, por lo demás, yo creo que Prat fue rebajando su extremosidad con el tiempo y
la derrota nazi, hasta desarrollar una carrera diplomática con menos trajín que hasta entonces.
***
El invierno del 43 se echaba encima y, por
primera vez desde que estaba en Finlandia, pensé en lo agradables que podrían
ser unas vacaciones en mi Castellar natal, a la gratísima temperatura de seis o
siete bajo cero -una bicoca, en comparación con lo que me esperaba en
Helsinki-. Me refrenaba, no solo la tristeza de haber perdido ya a mis padres,
sino el disgusto de Taimi, que contaba con mi concurso en fiestas para alegrar
la casa y distraer a las niñas. Finalmente, todo me lo vino a solucionar una
insólita llamada telefónica de Gállego, la tercera que recibía de él en casi
tres años:
-
Andrés, amigo, ¿qué tal te parecería disfrutar de
permiso de navidad un poco adelantado?
-
Como no te expliques mejor, querido Director…
-
Es que temo que me cuelgues el aparato y quiero
entrarte poquito a poco.
-
Ya sabes como soy. Todo dependerá de que tengas
fundados motivos y de que no me mandes al frente a repartir bufandas a los de
la División Azul.
-
¡Caliente, caliente! De la División quería
hablarte.
En resumidas cuentas: Los divisionarios
volvían a casa y serían repatriados en expediciones sucesivas, desde finales de
octubre a principios de diciembre, aproximadamente. De hecho, ya habían sido
retirados del frente y llevados a retaguardia, para ir siendo embarcados en
trenes sin parada programada, hasta llegar a Alemania. A la Agencia se le había
ocurrido que, si alguien de ella hacía un buen reportaje sobre los ex
combatientes antes de que llegasen a España, podía apuntarse un magnífico tanto
informativo.
-
¡Toma!, y si el reportaje va a hacerse en Alemania,
¿por qué no se lo encargáis a algún compañero de allí?
-
Porque, fuera coba, eres el mejor elemento que
tenemos para este tipo de cosas. Eso pienso yo y eso mismo opina Pabón.
-
Ya, ya… Pero, si acepto, me quedo sin navidades en
familia, que ya había avisado a mis hermanos.
-
Es cosa tuya, si quieres dejar a la dulce Taimi sin
tu compañía. De hecho, no hay inconveniente en que alargues la licencia y,
desde Alemania, te vengas para acá. El caso es que nos mandes el reportaje
antes de que lleguen los divisionarios a Madrid.
-
O sea -bromeé-, que incluso puedo colarme de
polizón en uno de los trenes de repatriados y así me ahorro el billete.
-
¡Pues no sería mala cosa, mira tú por dónde! Así
puedes informarte con mayor intimidad.
General
Agustín Muñoz Grandes
En fin, no les entretendré a ustedes con
la logística del viaje, desde la obtención del visado en el consulado alemán de
Helsinki, hasta mi llegada a la bellísima ciudad bávara de Hof, donde tendrían
que parar todos los trenes de españoles, para entregar el armamento y los
uniformes de la Wehrmacht, liquidar
haberes y recuperar su indumentaria española. Solo diré que llegué a la crítica
de recibir en el andén al primer convoy de divisionarios y quedar con algunos
de ellos para iniciar mi trabajo; una tarea que me llevó quince días, y que
concluyó -como yo había imaginado- viajando con una expedición hasta Hendaya, para
disponer de mi persona en España y, con el permiso de la Policía, llegar hasta
Castellar, sin más himnos ni ceremonias. Lamento que, por ese desapego al
flamear de las banderas, no pudiera contar de propia mano cómo fue el
recibimiento del tren en Madrid, aunque me lo figuro, siendo ya el enésimo llegado
en unas pocas semanas, con el hastío consiguiente de los jerarcas y sus
comparsas.
Mi trabajo público para la agencia fue
todo lo detallado, sentimental y aceptable para la censura, que mis
sobresalientes cualidades permitían. Luego, todavía al amor de una cocina bilbaína, pero en Castellar, no perdí la costumbre y
escribí a Pabón, de manera más escueta y políticamente reprobable:
Me cuentan que el general Esteban
Infantes se despidió de sus colegas alemanes con lágrimas en los ojos y
balbuciendo disculpas. No es esa, por supuesto, la actitud de sus soldados, que
se retiran de Rusia con la satisfacción del deber cumplido y dando saltos de
alegría. Cuando se entra en mayores detalles, uno constata que no han sido solo
el frío y las balas los mayores enemigos de la moral de nuestros divisionarios,
sino el inicial desprecio de los alemanes por ellos -poco a poco superado, a
base de muertos y de cruces de hierro[109]- y la forma criminal e inmisericorde de llevar la guerra los nazis para
con la población civil, en especial, para con los supuestos judíos. Me hablan
de ejecuciones con simples pretextos; de liquidaciones de prisioneros que no
podían tenerse en pie; de ahorcamientos o fusilamientos de falsos partisanos,
hostigadores o elementos sospechosos, con la medida
-afortunadamente, no cumplida siempre- de cien rusos por cada soldado alemán.
Claro que nuestros propios hombres reconocen que los pocos que hicieron algo
por no secundar estas canalladas, o por tratar de impedirlas, fueron los de
tropa, que jefes y oficiales solían mirar para otro lado. Me aseguran -fácil
será de comprobar- que en todo momento la Hoja de Campaña de la División insistía en que los enemigos a los que había que combatir,
no solo eran los bolcheviques, sino los judíos. Como no podía ser menos,
insisten en la especial crueldad de las unidades de las SS, que a la vista de
todos realizan masivas operaciones de escarmiento y de limpieza semítica.
Ahora que ya sueñan con pisar
tierra española, no dejan de sentir el escalofrío de lo que les depare el
retorno. Muchos vienen heridos -incluso con heridas abiertas- y mutilados, sin
que se los atienda ya en los hospitales alemanes y -temen- quién sabe si lo
serán en los militares de España, ya que, una vez desmovilizados, no forman
parte del Ejército nacional -tal vez, no han formado parte nunca del mismo,
estrictamente hablando-. Otros dudan de que los alemanes, decadentes como van,
sigan haciendo frente a las pensiones que, como mutilados de guerra, les
corresponden a muchos de los nuestros [110]. Otros sospechan que nuestro Gobierno, tal y como marcha la guerra, deje
de interesarse por ellos y no haga nada por facilitarles la obtención o
recuperación de un puesto de trabajo. En resumen, Profesor, la felicidad de los
divisionarios por retornar a su patria está empañada por muchos malos recuerdos
y otros tantos temores por el futuro; y eso que muchos de los que ahora
regresan pertenecen a un segundo, y aún a un tercer relevo, con menos de un año
en el frente ruso. Ustedes, en España, estarán mejor informados de lo que está
sucediendo con los que regresaron a partir de mayo del año pasado y, en
consecuencia, compartirán, o no, los temores de estos últimos en regresar. Por
cierto, últimos, excepción hecha de los que hayan
caído prisioneros de los rusos, que me aseguran no son muchos[111], muestra de su propósito de morir antes que rendirse.
Finalmente, cuando les he
preguntado, uno a uno y en secreto, qué los llevó a Rusia me he llevado una
sorpresa. Mi prejuicio era el de que habían querido salir de la miseria, o
librarse de la amenaza de la marginación y represión en nuestro País. Sin
embargo, han sido amplia mayoría quienes me han asegurado haber sido movidos
por la propaganda y el ejemplo de la Falange, por inquina contra los comunistas
e, incluso, por el honor de vestir el uniforme del mejor Ejército del mundo.
¿Quién puede saber el grado de verdad que hay en estas aseveraciones, un tanto
grandilocuentes para ser completamente ciertas?
8. Las
volteretas del Mariscal
Interior
del palacio de la Presidencia de la República (Helsinki)
1944 convirtió al camarada Stalin en el
amo y señor del frente del este. Buena prueba de ello tuvimos los helsinguinos
en febrero, con lo que se ha dado en llamar las grandes incursiones, que nos
pusieron a prueba con aquella dolorosa realidad, que yo había pulsado en mi
viaje de regreso de España, un par de meses antes, al pasar en ferrocarril por
Alemania. Me refiero, naturalmente, a los bombardeos aéreos. Es cierto que
continuó la tónica de excelente defensa antiaérea y de notable falta de precisión
de las fuerzas aéreas soviéticas. De lo acaecido en la primera gran incursión,
la de la noche del 6 al 7 de febrero, daba cuenta a Pabón así:
Los aparatos rusos llegaron en dos
oleadas, a partir de las siete y media de la noche del día 6 y desde las cero
horas del día 7, no acabando efectivamente el bombardeo hasta casi las cinco de
la madrugada de este último día. Según los datos más fiables de carácter
oficial -aquí la información de este tipo es bastante creíble-, participaron en
el bombardeo más de setecientos aparatos, sin que la defensa contase con un
solo caza que oponerlos, más allá de la defensa artillera desde tierra. Aunque
pueda parecer casi imposible, se sostiene que solo unas 350 bombas cayeron en
el casco urbano de la Capital, frente a unas 2.500 derramadas por las afueras y
unas 4.000 perdidas en el mar. También resulta extraño que no se haya reportado
ni un solo avión derribado, pese al notable trabajo que suele realizar siempre
nuestra defensa antiaérea, que llegó a efectuar un total de diez mil disparos.
Dentro de Helsinki, resultaron dañados unos 160 edificios, entre los cuales -ya
es mala suerte- el de la antigua embajada de la Unión Soviética. Las víctimas
ascendieron a cien muertos y trescientos heridos. Se dice que las bajas fueron
tan crecidas porque había habido varias falsas alarmas en los días anteriores,
circunstancia que disminuyó la prudencia de cierta gente. Si así fue, puedo
asegurarle que no volverá a suceder: De hecho, se está asistiendo a un éxodo de
los helsinguinos hacia residencias en los alrededores, aunque ello no garantice
nada, habida cuenta de que los rusos parecen bombardear al tuntún; tanta es su
imprecisión.
Adelantándome a su segura
preocupación, he de decirle que, habiéndonos pillado el bombardeo a toda la
familia en casa, bajamos al refugio del sótano, pertrechados de mantas,
cojines, libros y juguetes. Las niñas se durmieron, entre oleada y oleada de
bombas y tuvimos que llevarlas en brazos de vuelta al piso, casi a la hora de
levantarlas para ir al colegio. Como es lógico, Taimi decidió darles vacación
ese día, hasta comprobar que la escuela no había sufrido daños y que se reanudaban
efectivamente las clases.
En otra misiva, pocos días después, le
daba cuenta de los otros dos grandes bombardeos sobre Helsinki y de una
incursión sorpresa sobre Estocolmo, cuya intención enseguida captó el Gobierno
sueco, actuando en consecuencia. Escribía lo siguiente:
Las otras dos incursiones se
produjeron en las noches del 16 al 17 y del 26 al 27 de febrero y fueron tanto
o más largas que la primera, pero menos mortíferas y bastante más movidas pues
reaccionaron contra ellas cazas alemanes y fineses, que derribaron 25 aparatos
soviéticos. El total de víctimas mortales fue en ambas incursiones de 46 y el
de heridos, de 64. Fueron destruidos 86 edificios y dañados, 112. El espíritu
de la población continúa fuerte y solidario, intercambiando chistes y anécdotas
sobre la falta de puntería de los rusos. Otra cosa me supongo será la opinión
de los gobernantes: Ha llegado hasta mí el rumor de discrepancias en el
Gobierno, entre iniciar aproximaciones a Moscú, o cerrar filas con los nazis
más íntimamente que hasta ahora. Me dicen que ha habido contactos también con
el Gobierno sueco para que este salga de su neutralidad y ayude francamente a
Finlandia, más allá de su tolerancia con la incorporación de voluntarios para
luchar junto a sus hermanos finlandeses.
Es probable que tenga que ver
con esto último el sorprendente bombardeo de la zona de Estocolmo por tres aparatos rusos, a primera hora de la noche del 22 de febrero,
con resultado de dos soldados heridos y la destrucción de un teatro al aire
libre, lógicamente vacío en aquel momento. Supongo que los suecos habrán tomado
nota y responderán negativamente a las peticiones finesas[112].
En
uno de esos giros afortunados de la guerra, el sur de Finlandia volvió de
repente a la relativa calma en que había estado durante los dos años
anteriores. Ni por tierra, ni por el aire, hubo novedades dignas de mención
hasta el verano del 44. Es posible que los rusos consideraran bastante castigo
las dos mil seiscientas toneladas de bombas que habían lanzado en las tres
grandes incursiones para animar a los finlandeses a dejar las armas. Lo que no
sabían era que solo una bomba de cada veinte había caído sobre Helsinki,
incluidas las que, por hacerlo en parques y zonas deshabitadas, habían causado
más ruido que daño. Así que Taimi, tras haber estado a punto de mandar a las
niñas con los abuelos, fue tranquilizándose y escuchando cada vez más la voz de
sus pequeñas, que ni a bien ni a mal querían separarse de ella, seguramente por
temer que pudieran no volver a verla. Marija llegó a decirle que lo pasaba
estupendamente en el refugio y que dormía mejor en él que en su habitación.
Esto último no me extraña pues, cuando estábamos en nuestro cuarto piso,
cualquier ruido nos desvelaba, mientras que en el sótano nos sentíamos seguros o,
cuando menos, compartíamos nuestro temor. Insisto en que yo aprendí más
finlandés en aquellas charlas improvisadas con los vecinos, que no con lecturas
e intentos formales de sumergirme en el idioma.
Pero todo, lo bueno y lo malo, llega a su fin.
La tranquilidad para Finlandia acabó en junio, muy poco después de que los
aliados de Stalin abriesen el anhelado segundo frente, desembarcando en
Normandía. Un formidable ataque ruso a todo lo ancho del istmo de Carelia
desbarató rápidamente las defensas finesas y la superioridad abrumadora de los
soviéticos en blindados y aviones hizo prácticamente imposible organizar algún
contraataque. Kallio apareció una tarde por casa, sin anunciarse, lo que
presagiaba algún notición que quisiera compartir conmigo:
-
¡Ribbentrop[113] está en
Helsinki! ¡Se ha reunido por sorpresa con nuestro Gobierno!
-
¡Tate!, respondí asombrado, procurando ocultar mi
escepticismo ante la noticia. ¿Y qué diablos habrá venido a hacer aquí?
-
Pues lo mismo que Hitler hace dos años: evitar que
Finlandia se les vaya de las manos. Los rumores de contactos con los soviets son cada vez más intensos: Mannerheim y compañía
no pueden resistir el ataque ruso. Ya sabes que Viipuri[114] ha caído
anteayer. Supongo que el Ministro nazi habrá venido para prometer la mayor
ayuda militar posible, a cambio de que sigamos uncidos a su yugo.
-
¿Y qué crees tú? -pregunté-. ¿Habrá cambios
importantes?
-
No creo, contestó Matti Kallio. Lo que no imagino
es cómo nos las arreglaremos para contentar a la vez a rusos y alemanes…,
porque, si no lo logramos, unos u otros nos apuñalarán, de frente o por la
espalda.
-
Bueno, suspiré. Supongo que lo sabremos por cómo se
desarrollen los combates en los próximos días.
Una vez más, mis informes siguieron los
dos cauces habituales: el inmediato y más escueto, hasta llegar a la Agencia, y
el más reposado y personal de las cartas a Pabón. En este caso, le escribía:
Es opinión general de los finlandeses
mejor informados que, ni Mannerheim, ni el Gobierno, tuvieron nunca certeza de
la victoria alemana: Si se sumaron a la marea nazi contra Rusia, fue para
conseguir recuperar lo que les había sido injustamente arrebatado en 1940. Las
dudas sobre el triunfo alemán se reforzaron cuando la visita de Hitler, en
junio del 42, siendo muestra de ello que Finlandia no quiso implicarse más a
fondo en la guerra y decidió conformarse con lo recobrado hasta entonces.
Permitir a los alemanes atacar a los rusos desde Laponia, teniendo en suelo
finés más de doscientos mil soldados, fue la renta que Finlandia tuvo que pagar
a Alemania para evitar ser invadida, como Noruega, o aplastada, como la Italia
no fascista que abandonó a Hitler el pasado año. Y hay algunos datos de que los
fineses preferirían ahora un modus vivendi con los triunfantes soviéticos: Recuerdo, en este sentido, el cambio de
Primer Ministro, Rangell por Linkomies, o la exclusión del Gobierno del
expansionista Movimiento Popular Patriótico. Pero parece que, hasta ahora, los rusos no han hecho caso de los guiños
de Helsinki[115] y, tan pronto se ha abierto un segundo frente, han lanzado toda su
fuerza contra Carelia, sin que se sepa si solo persiguen recuperar el istmo, o
conquistar el sur de Finlandia, cogiendo a los alemanes entre dos fuegos.
Mis fuentes se inclinan por
entender que Ribbentrop ha conseguido ciertas seguridades por parte del
Gobierno finlandés, en el sentido de no abandonar su alianza[116]. Prueba de ello es que se han detectado diversos movimientos de tropas
de la Wehrmacht, de Laponia hacia el sur y las fuerzas
aéreas alemanas han ampliado sus efectivos, sobre todo, en el campo de Immola,
en posición muy próxima al frente ruso-finés. Veremos si llegan a tiempo de
parar el rápido avance soviético.
Efectivamente, el apoyo alemán, tanto en
material, como en aviación, resultó muy importante para el radical cambio en la
guerra. Los fineses, en apenas un mes, detuvieron el avance soviético, salvando
aparentemente la independencia de su patria y la conservación de casi todo su
suelo nacional. Ciertamente, yo no era un experto en cuestiones militares pero,
barajando todas las informaciones recibidas, hice para Pabón el siguiente
resumen:
Una vez más, ha quedado claro que
Mannerheim es muy distinto de Hitler. Como usted sabe, el cabo austriaco difícilmente autoriza una retirada
profunda, para conseguir rehacerse y colocarse en líneas de más fácil defensa:
Ya ve, por poner un ejemplo decisivo, lo que pasó en Stalingrado, donde
prefirió sacrificar todo un Ejército, antes que ceder voluntariamente un metro
de terreno. En cambio, Mannerheim, aunque con obvia preocupación, dejó opinar a
sus generales al mando y autorizó una retirada estratégica a la llamada línea
defensiva VKT[117]. Sobre esta base, es indudable que los finlandeses combatieron con un
superior aprovechamiento de su escaso material, tanto en tanques, como en
concentración artillera, uso de bazucas anticarro y aviación -primordialmente alemana-. Y dicen que Dios ayuda a
quienes hacen por merecerlo: Hete aquí que los radioescuchas fineses captaron
un mensaje ruso, que anunciaba un ataque masivo para envolver y atacar por la
espalda la posición clave de Ihantala, para las 4 horas del 3 de julio. Esto
permitió a los fineses concentrar tropas, blindados y artillería en proporción
similar, por una vez, a los rusos y, apoyados por la aviación propia y la
alemana, machacar a los soviéticos y frenar decisivamente su ofensiva,
causándoles unas quince mil bajas. El 9 del mismo mes, los rusos daban por
estabilizado el frente, trasladando la mayor parte de sus fuerzas a la zona sur
del Báltico, donde los alemanes están ofreciendo mucha más resistencia de la
esperada al avance soviético. Los finlandeses están eufóricos -cosa
comprensible-, entendiendo que han impedido a los soviéticos acabar con la
independencia de su país. Yo pienso que el objetivo de Stalin sería, más bien,
ocuparlos y convertirlos en una especie de satélite de la URSS, pues no es
comparable la situación de Finlandia con la de las llamadas Repúblicas
Bálticas. Y, en cualquier caso, ya se verá cómo reacciona Rusia, una vez venza
la feroz resistencia alemana y tenga soldados y medios para volver a la carga
en el Norte. Por de pronto, Leningrado ya está libre de cerco, tras unos mil
días de terrible asedio.
En aquellas fechas de agosto, recibí una
breve carta de Vicente Gállego, despidiéndose. Por razones que no concretaba,
había sido cesado como Director de la Agencia EFE y quería informarme de ello
personalmente:
Me va a ser difícil olvidarme del mundo
tan diverso y multi personal de EFE, para encasillarme en un periódico, viendo
las mismas caras y leyendo a los mismos articulistas todos los días. Claro que
alguna ventaja tendré, como la de no tener que pelear con el corresponsal en
Helsinki… En serio, Andrés, me ha encantado conocerte, como también a tu bella
finlandesa, a quien te ruego saludes en mi nombre. Por lo demás, no creo que
notes mucha diferencia entre mí y el nuevo Director, Pedro Gómez Aparicio[118], que también se formó en el diario El Debate, a los pechos de Herrera Oria[119]. De cualquier modo, espero sigas trabajando para la Agencia hasta que
consideres preferible volver a España y encargarte de esa cátedra que te está
esperando.
No eran buenos días para mí, desde el
punto de vista personal. Aquel verano Taimi había decidido completar su periodo
de vacaciones pagadas con un permiso no retribuido por su emisora, a fin de
estar con sus hijas en casa de sus padres. Me dejó como único ocupante del
piso, con un estimulante encargo:
-
Limpia la casa, al menos, una vez por semana. Que
no volvamos y la encontremos hecha una leonera.
Pocos días antes de recibir la carta de
Gállego, se produjo la dimisión del Presidente Ryti, en medio de un escándalo,
que no dejaba de ser una tempestad en un vaso de agua. Kallio me abrió los ojos
al respecto:
-
Dicen que Ryti rebasó sus poderes presidenciales
cuando escribió una carta personal a Hitler prometiéndole que, mientras él fuese
Jefe del Estado finés, no nombraría un Gobierno que se apartase de la alianza
alemana. Siendo Ryti como sabemos que es, muy prudente y anglófilo, ¿cómo vamos
a creernos semejante patraña? El pobre hombre, presionado por Mannerheim y
Linkomies[120] y en bien de Finlandia, hizo lo acordado:
comprometer su honor para engañar a los nazis.
-
Pues ya me dirás cómo.
-
Muy sencillo. Como le quedaban dos años y medio de
Presidente, el Führer se frotó
las manos con el compromiso epistolar. Con lo que no contaba es con que Ryti
dimitiera y lo sucediese enseguida otro, que ya no tiene el deber de seguir
siendo su aliado. Y, para tapar un poco la mentira, alegan que Ryti se ha
pasado de rosca, al enviar la carta de marras sin contar con su Gobierno ni con
el Parlamento. ¿Qué te parece?
-
Pues, para empezar, que los alemanes pueden
cabrearse e invadir el sur de Finlandia desde Laponia, como hicieron en Italia.
-
Aunque son muchos y fuertes, no les será tan fácil.
Nuestro ejército está ahora triunfante y crecido: sería un enemigo formidable. Además,
Mannerheim ya ha conseguido lo que quería: haber sido entusiásticamente ayudado
por los germanos para ganar a los rusos las batallas decisivas. El enemigo más
peligroso era la URSS y ya la ha sorteado. Ahora, a torear a los
nazis, como diríais en España.
-
¿Y quién va a ser el matador, ahora
que Ryti lo ha dejado?
-
No hay más remedio: Mannerheim tendrá que dar un
paso al frente y aceptar el puesto de Presidente. De hecho, han convocado al
Parlamento para encargarle el mandato. Nos guste o no, solo él concita el
respeto, si no el temor, de las autoridades de Berlín y de Moscú.
-
¿Cuál será el mandato que se le encargue: calmar a
Berlín o negociar con Moscú?
-
Será necesario hacer lo primero para gestionar luego
lo segundo. Todos sabemos que Rusia va a ganar la guerra. Por tanto, los
alemanes pueden meter miedo solo durante unos meses; en cambio, los soviéticos van
a ser los amos de la Europa oriental durante muchos años, si nadie lo remedia.
-
En fin, Matti -concluí-. Va a resultar que nuestro
Mariscal, no contento con los campos de batalla, va a tener que dirigir un
circo de dos pistas.
Por de pronto, le tocó dirigir un Estado
con dos amenazas internacionales. Rompiendo con su repugnancia a ejercer
funciones estrictamente políticas, el 4 de agosto aceptaba la decisión del
Parlamento, nombrándolo Presidente de la República mediante una ley de
emergencia. Ahora disponía de plenos poderes para gestionar la crisis como
tuviera por conveniente; y la verdad es que no tardó en resolverla, lo que
evidenciaba que tenía las ideas claras y los preparativos ya organizados. Se lo
contaba así al Profesor Pabón, tras haber cambiado impresiones con mi mentor,
el periodista Kallio:
El tiempo corría muy aprisa y
parece que los rusos se aprestaban a activar el frente finlandés; de modo que
el Mariscal, en su doble función de Jefe de Estado y del Ejército, concertó un
alto el fuego con los soviéticos, que entró en vigor a las siete de la mañana
del día 4 de septiembre, aunque no se respetó plenamente hasta el día siguiente.
Una misión finesa acudió a Moscú con plenos poderes para acordar los términos de
un armisticio, siempre que no implicara la ocupación o la pérdida de la
independencia del País. Parece ser que Stalin puso la condición inexcusable de
que Mannerheim apoyase lo acordado y fuese él, como Jefe del Estado, quien se
comprometiese a cumplirlo. Dicen que el Dictador soviético tiene una especie de
especial respeto y consideración hacia el Mariscal, que apenas reserva para un
puñado de personas. Lo llamativo en alguien tan pragmático como Stalin es que
extienda esos sentimientos al pueblo finés, hasta el punto de no imponerle
medidas dramáticas, por más que lo tenga casi a su merced. En fin, como usted
sabe y yo he transmitido ya a la Agencia, el pasado día 19 de septiembre se
firmó en la capital rusa el armisticio entre Finlandia y la Unión Soviética
-con el Reino Unido como convidado de piedra-. Seguidamente, Mannerheim envió una carta a Hitler haciéndoselo saber
personalmente, agradeciéndole su ayuda pasada y asegurándole que no era posible
otra opción para Finlandia, dadas las circunstancias de la guerra. Así mismo,
se dice que, como cláusulas secretas adicionales, el Mariscal se ha
comprometido a no ejercer ninguna hostilidad contra las tropas alemanas, con
tal que se retiren de Laponia con cierta diligencia, algo que el Gobierno
finlandés valoraría con bastante tolerancia, en atención al número de efectivos
de la Wehrmacht desplegados en el frente norte y a lo
complicada que puede resultar su retirada hacia Noruega, ahora que se aproxima
el tiempo invernal.
Antes he escrito que los términos
del armisticio no han sido dramáticos y lo sostengo, siempre
en atención a lo previsible. Finlandia volverá a perder el istmo de Carelia, y
Petsamo, por añadidura; habrá de pagar una indemnización de guerra a la URSS de
trescientos millones de dólares[121] en seis años; colocará a su Ejército en pie de paz, en el plazo de dos
meses y medio; procederá a garantizar la inmediata retirada de las tropas
alemanas de su territorio, o su desarme en otro caso; legalizará el partido
comunista finés, y juzgará a los criminales de guerra o contra la paz
finlandeses, según una lista a fijar posteriormente. Una Comisión de Control
soviética se encargará de velar por el cumplimiento de estas y las demás
cláusulas del acuerdo.
Lo dicho: Mannerheim era tan buen prestidigitador
como general; pero todo truco de magia tiene un posible fallo. En este caso,
sería la llamada Guerra de Laponia, que
acabaría por enfrentar a dos ejércitos cansados de pelear y hasta entonces
amigos. Pero antes de eso, Taimi y las niñas regresaron de Kokkola. Tenían un
aspecto muy saludable y muy pocas ganas de reincorporarse al trabajo. Las fui
haciendo pasar por todas las habitaciones de la casa para que diesen el
conforme a su limpieza. La revisión fue muy favorable, si bien me abstuve de
confesarles que un par de días antes había contratado a la esposa del portero,
para que dejase la vivienda en orden de revista.
9. El taller
de Joulupukki[122] y otros motivos de inquietud
La reavivación de la guerra fue la ocasión
de prolongar mi estancia en Finlandia. Al parecer, los del Ministerio de
Educación Nacional empezaban a cansarse de mi dilatada excedencia. Así se lo
habían hecho saber a Pabón, y este a mí. Iba a comenzar el curso 1944-45 y
había abundantes cátedras vacantes. El Presidente de la Agencia apuntaba que el
nuevo Director, Gómez Aparicio, aunque no tenía nada contra mí, tampoco sentía
el afecto de su antecesor hacia mi persona. En fin, andaba yo un poco mustio,
remoloneando en informar a Taimi y a las niñas de mi inminente partida. En
esto, recibí una llamada telefónica de Kallio, que me abrió los cielos:
-
¡Atento, Antti, que la
cosa se pone caliente! Parece ser que Stalin ha amenazado con ser él en persona
quien eche a los alemanes de Finlandia, si Mannerheim no se pone manos a la
obra.
-
Pues mejor para vosotros -empezaba
a distanciarme de aquella nación entrañable-. Así no tendréis que empeñaros en
una tarea tan desagradable.
-
No sabes lo que dices -rugió Matti-. ¿Crees que,
una vez cumplida su función, los rusos se iban a ir de Laponia? Además, está el
honor de Mannerheim, que se comprometió con Hitler a darle tiempo para retirar
su Ejército.
-
En conclusión -le pedí-, ¿qué opinas?
-
Pues que tenemos conflicto germano-finés a la
vista. La cuestión es: ¿guerra en toda regla o meras escaramuzas?
-
Gracias, Matti, no sabes el peso que me quitas de
encima.
Y colgué, sin más, dejándolo atónito. Una
hora más tarde, un escueto comunicado mío a la Agencia empezaba: Conflicto entre los antiguos aliados. Y aquella misma noche
redactaba una nueva carta para Pabón, con el ruego de que defendiera ante Pedrogó[123] mi continuidad en Helsinki:
Esta corresponsalía vuelve a estar en
un lugar y un momento candentes. O los finlandeses acceden a echar a toda prisa
a los alemanes de Laponia -y hay todo un Ejército de ellos[124]-, o los rusos invadirán Finlandia y puede hasta producirse una guerra a
tres bandos. Sabe usted que yo conozco perfectamente la situación y tengo
fuentes de toda solvencia. El Mariscal Mannerheim, tan estimado por mucha gente
en España, puede estar en peligro, como también su País. ¿Creen los chupatintas
del Ministerio de Educación que es buen momento para que vaya
yo a enseñar a los muchachos españoles dónde está el Pico de Aneto?
Una vez más, Pabón salió en mi defensa y
pude seguir en Finlandia. Quiero creer que había algo más que simpatía por su
parte. Ustedes opinarán por lo que sigue.
***
Yo creo que Mannerheim habría estado
dispuesto a que los alemanes se retirasen tranquilamente del norte de
Finlandia, dando tiempo, además, para que obtuviesen de las minas de Petsamo la
mayor cantidad de níquel posible; pero Stalin no estaba por la labor, como ya
he indicado. Ante la amenaza de que los rusos invadirían el sur del País para
encargarse por sí mismos de la expulsión de los germanos, el Mariscal no tuvo
más remedio que urgir a la Wehrmacht una salida
rápida hacia Noruega. La cosa se complicó y acabó dando lugar a una especie de
conflicto limitado germano-finés, que sería conocida como la Guerra de Laponia. De su desarrollo informé a Pabón en varias
cartas, que extracto de forma continuada:
La feliz culminación del proceso de
armisticio se está complicando por momentos, por lo que parecía una cuestión
secundaria: el ritmo de retirada alemana del territorio finés. Mannerheim tenía
razón en prometerle a Hitler un tiempo moderado y razonable, no solo por
respeto, sino porque el Ejército finlandés no podía permitirse un
enfrentamiento armado con el alemán. Piense, Profesor, que, al mismo tiempo que
debe garantizar el abandono de Finlandia o, en otro caso, el desarme de la Wehrmacht, el armisticio también le obliga a ponerse en pie de paz, reduciendo sus
efectivos hasta unos cincuenta o sesenta mil hombres. Los soviéticos presionan,
pero los nazis también advierten: Ha habido un conato de operación de desembarco
por la Marina de Guerra germana para ocupar una isla en el golfo de Finlandia[125], con el pretexto de poder retirarse, no solo por el norte, sino por el
sur, lo que no conviene a los rusos pues así las unidades alemanas podrían
estar pronto dispuestas para enfrentárseles en Polonia. La verdad, la situación
no es nada fácil…
Como le informaba en misivas
precedentes, parece estar desarrollándose en Laponia una nueva drôle de
guerre[126], para contentar a los rusos y permitir que los alemanes se retiren en un
plazo de tres meses, que es el cálculo de lo que razonablemente necesitan. No
habría más tensión, si no fuese porque los nazis, al abandonar Laponia, están
mostrando su vergonzosa forma de hacer sufrir a quienes han abandonado su
alianza. Afortunadamente, Laponia está muy poco poblada y carece casi
totalmente de grandes fábricas, instalaciones y vías modernas de comunicación;
pero lo cierto es que no hay vía férrea, puente o finca que no destruyan, practicando
una política de tierra quemada, absolutamente injustificable, dado que ni
finlandeses, ni rusos se proponen perseguirlos. Por supuesto, desmontan y se
llevan todo cuanto pueden, con el pretexto de que ha sido instalado por ellos
como esfuerzo de guerra. Se maneja la cifra de unas quince mil casas destruidas
o convertidas en inhabitables, lo que sería casi la mitad de las existentes en
los campos de Laponia. ¡Pobre Papá Noel!...
La guerra de
pega se está convirtiendo en una de verdad. Los finlandeses no
están dispuestos a que su tolerancia se convierta en una libertad plena para
que los alemanes minen el golfo de Botnia, destruyan Laponia o tomen rehenes
fineses. De todas formas, los choques, terrestres y navales, son limitados y
aseguran mis fuentes que el Ejército de aquí no parece muy motivado para la
lucha, no solo por ser antiguos aliados, sino porque, a fin de cuentas,
Finlandia va quedando libre de ocupantes. Más al norte, los rusos han decidido
tomar la iniciativa para liberar la comarca y minas de Petsamo, llegando a
penetrar profundamente en territorio finés. Los periódicos informan de que,
sabedores de ello, las unidades finlandesas han subido hasta el extremo norte,
para encontrarse con los rusos y forzarles a la retirada, conforme a los
términos del armisticio…
Anteayer sería el Día de
Difuntos en España[127]. En Finlandia se da por concluida la guerra en Laponia y llega el
momento de contar los muertos. Por parte finesa, se calculan en unos mil. Los
alemanes son más, aunque no rebasan en ningún caso los dos mil. Finlandia ha
hecho 1.300 prisioneros alemanes que, para su desgracia, serán entregados a los
soviéticos, según compromiso adquirido por el armisticio de Moscú. Las últimas
tropas germanas en abandonar el País se han fortificado en la frontera con
Noruega, a fin de evitar que los rusos ataquen este último país desde el
norte. La tarea por hacer en Laponia será enorme, empezando por limpiar su
suelo de minas y explosivos, a fin de evitar accidentes luctuosos. En fin,
Señor Pabón, la guerra parece haber terminado para Finlandia y quizá piense
usted que ya no hay razón para retenerme en Helsinki. Con todo, tenga en cuenta
que el curso académico ya ha comenzado y no sé si el Ministerio de Educación
tendría acomodo para mí a estas alturas…
El hombre propone y sus superiores
disponen. Juzgando perdido todo intento de permanecer en Helsinki, decidí
organizar una pequeña fiesta en el Unicornio, con el
motivo aparente de celebrar el fin de la guerra. En el curso de ella, me
proponía confesar de alguna forma suave que mi estancia helsinguina estaba
también tocando a su fin. Yo ya me había acabado por hacer a la idea y pensaba
más en mi regreso a España que en mis obligaciones de corresponsal. Mi amigo
Kallio, que estaba al corriente de la situación, me había hecho, como
despedida, el regalo de un cuchillo con mango de cuerno de reno, con la
siguiente inscripción en la hoja: Antti Päärynä, Soturi[128]. No
dejaba de ser cierto: Aquel hombre pacífico había llegado con la guerra y se
iba con ella.
Pero todo
cambió, cuando recibí una sibilina carta de Pabón, en estos términos:
Tienes razón: No es razonable que
regreses con el curso empezado, después de tanto tiempo de excedencia. Además,
tengo que hacerte un encargo de la máxima importancia. No hables a nadie de
ello. Tómate vacaciones en Navidad y ven a verme a Madrid. Te contaré personalmente
de qué se trata.
***
Viviría mil años y no habría imaginado el
motivo por el que Pabón me animaba a seguir en Helsinki. Es más, de no ser por
el secreto natural al caso, es posible que la causa hubiese desbancado a la grabación
de la conversación de Hitler, en cuanto a mi pobre pero personal contribución a
la Historia, con mayúsculas.
-
¿Sigues en buenas relaciones con Mannerheim?, me
preguntó Pabón, tan pronto nos acomodamos en el salón de su casa, mano a mano y
con la puerta cerrada.
-
No lo he vuelto a ver desde la visita de Hitler,
repuse. Eso sí, no se me olvida hacerle llegar, cada 4 de junio, una caja de
puros igual que la del año 42… ¡Ah!, y una felicitación epistolar por su
promoción a Presidente de la República.
-
¿Y él te contesta?
-
Por supuesto, y de su puño y letra. Cuando me
muera, legaré sus contestaciones al archivo de la Agencia EFE.
-
Según eso -prosiguió Pabón, haciendo caso omiso de
mi humorada-, no tendrás dificultad en pedirle una entrevista, como si fuese
cosa tuya.
-
¡Hombre!, ahora que es todo un Jefe de Estado, pues
no sé…
-
Tienes que conseguirlo -afirmó con énfasis-. Tal
vez, metí la pata por prestigiar a la Agencia, pero me he comprometido con
alguien muy, pero que muy, importante.
-
Entonces -concluí, aunque no convencido del todo-,
delo por hecho: Ya me las arreglaré. Pero ¿de qué encargo se trata?
-
De entregar al Mariscal una carta personal del
Generalísimo, pero no tengo ni idea de su contenido, como es natural.
-
¡Tate!, cuánto honor, teniendo en Helsinki a un
embajador de España.
-
Ya, de eso se trata, precisamente. Su Excelencia,
por motivos que él sabrá, no quiere dar pábulo a habladurías, ni dar a su
misiva carácter oficial.
-
Conociendo a nuestro Encargado de Negocios, empiezo
a suponer los motivos del Caudillo, afirmé. Pero, Don Jesús, sincérese usted y
dígame cómo fue la gestación del encarguito.
Pabón me hizo un resumen escueto. Comprendí
que no tuviera muchas ganas de confesar su metedura de pata, por
emplear sus propias palabras. Con motivo de la celebración del 1 de octubre[129], habían
ido a cumplimentar a Franco las autoridades de la Agencia EFE y le entregaron
un libro, lujosamente encuadernado, con un resumen de las actividades de sus
corresponsales. Ahí salía yo, en mis mejores momentos, entre los que estaba mi
llamativa presencia en la entrevista de Mannerheim con Hitler, que había
acabado por saberse. Días más tarde, Pabón recibió una llamada de El Pardo[130],
citándolo para una audiencia particular con el Jefe del Estado. Mi Presidente
acudió, temblándole las piernas, para encontrarse con una de esas sorpresas que
daban la minuciosidad y atención de Franco por muchas cosas aparentemente
nimias.
-
Figúrate que había estado hojeando la memoria de la
Agencia y le había interesado mucho lo relativo a la entrevista de marras y a
tu presencia en ella. Es el caso -me dijo Su
Excelencia- que quiero hacerle llegar una carta
privada al Mariscal Mannerheim y no querría usar de los canales oficiales. Ese
corresponsal que se lleva tan bien con él, ¿podría encargarse? ¿Responde usted
de su fidelidad y reserva? Estaba tan aturullado que solo se me ocurrió
responderle: Naturalmente, Excelencia. No es un
simple periodista: es catedrático. Franco sonrió: Pabón, no todos los catedráticos son como usted. Yo callé
abochornado, pero él se limitó a agregar: Le avisaré cuando tenga
ultimada la misiva. Entre tanto, vaya advirtiendo al periodista y catedrático
de lo que se espera de él.
-
¿Tiene usted ya la carta en su poder?, pregunté.
-
El Caudillo quiere entregártela directamente y no
sé si te preguntará por el idioma a que, por cortesía, sería oportuno
traducirla para su mejor comprensión.
-
Mannerheim es un notable políglota -comenté- pero,
que yo sepa, no sabe ni papa de español. Pienso que el alemán sería una buena
opción, entre otras cosas, porque no tendrá Franco ninguna dificultad en
encontrar traductor de plena confianza.
Cosa de una semana más tarde, en vísperas
de Nochebuena, cruzaba por primera vez en mi vida los umbrales del palacio de
El Pardo, en compañía de Pabón. El Caudillo nos recibió en una salita de
mobiliario barroco -o neobarroco: no soy un experto-, con un hermoso tapiz de La nevada, de Goya. A media luz y con su vocecilla más
mortecina que de costumbre -en opinión de Pabón-, Franco me asaeteó a preguntas
sobre mis previos contactos con Mannerheim y acerca de las recientes victorias
finesas contra Rusia. Con respeto, pero de forma coloquial, le di la
información que requería, incluidos los puros con que obsequiaba anualmente al
Mariscal. Luego, ¿fuma? Así es, señor, le dije. ¿También en presencia del Führer? No, mi General. Por lo que yo vi
solo encendió el puro cuando Hitler ya iba de vuelta para Alemania. Ya me lo figuraba yo, comentó con una sonrisa pícara[131].
Seguidamente, tomó del buró un sobre
tamaño folio que, según él, guardaba en su interior la carta para Mannerheim.
La cubierta exterior no llevaba membrete o escrito ninguno, solo un sello de
lacre con el escudo de España, para asegurar su inviolabilidad.
-
He escrito la carta en alemán, como usted aconsejó,
añadió el Jefe del Estado. ¿No habría sido mejor hacerlo en finlandés?
-
El Mariscal Mannerheim ha aprendido su idioma de
mayor, repuse. En mi opinión, habla ruso, sueco o, incluso, alemán mejor que la
lengua finesa.
-
Un hombre excepcional, el Mariscal, dedujo el
Generalísimo, entregándome el mensaje para el Jefe del Estado de Finlandia, que
inmediatamente sepulté en una
lujosa cartera de piel con grabado Agencia EFE, que
Pabón acababa de regalarme para la ocasión.
***
En cuanto Pabón me advirtió del objeto del
encargo, telefoneé a Kallio, aún a riesgo de que nuestra conversación fuera
interceptada. Tomé únicamente la precaución de llamar desde la Agencia y con
autorización de su Presidente. Como es lógico, tan solo le informé de que, por
muy poderosas razones, tenía que ver a Mannerheim de forma reservada, tan
pronto llegase a Finlandia, a principios de año. Mi amigo periodista empleó
para conseguirlo, según creo, la vía de que el Director del Helsingen Sanomat, Niiniluoto, se pusiera en contacto con el
coronel Grönwall[132], ayudante
del Mariscal desde antes de ocupar la Jefatura del Estado. Las cosas en
Finlandia eran menos formales y difíciles que en España. En tres días tenía en
mi poder un telegrama de Matti Kallio: Te espera, era todo
su texto.
Cuando me despedí de Pabón en el andén de
la estación de Príncipe Pío, tenía a mi lado a un fornido policía de la Secreta, que me acompañaría hasta París en el convoy. Una
vez allí, sería cosa mía velar por la integridad de mi tesoro. Pabón me adelantó:
-
Como comprenderás, nada sé en firme de lo que voy a
decirte, pero no me extrañaría nada que, si la carta obtiene contestación, seas
tú el encargado de traerla. En cuanto sepas algo de ello, me avisas.
Como era de esperar, pese a la guerra y a
la natural preocupación, el mensaje y yo llegamos a Helsinki sin novedad el
miércoles, 10 de enero de 1945. Atrás solo había dejado trescientas pesetas,
que me birló el inspector Benavides jugando al
póquer para entretener el viaje. Algo mejoraría mi juego pues dicen que
perdiendo se aprende.
Mi encuentro con Mannerheim fue de lo más
rápido. Me recibió unos instantes en su despacho, de pie. Según me dijo, había
surgido la necesidad de trasladarse al Parlamento y apenas podía concederme
unos momentos.
-
¿Qué se le ofrece, Pereda? -al menos, recordaba mi
apellido-.
-
Una carta privada del General Franco para Su
Excelencia. Me ha hecho el honor de ser yo quien se la traiga en mano, con el
ruego de que no transcienda el hecho, ni el contenido de la misiva.
-
¡Caramba, del Generalísimo!, se asombró el prócer.
No dude usted de que la leeré cuanto antes y en privado…, si no está escrita en
español.
-
Creo que lo está en alemán. Al menos, eso le
sugerí.
-
¡Perfecto! Si la misiva solicita o aconseja
contestación, ¿podría también yo usar de sus servicios?
-
Por supuesto, Mariscal. Tiene en mí a un servidor
y, si me lo permite, a un amigo.
-
Claro que se lo permito. Por cierto, no me había
dado cuenta de que estábamos hablando en finés.
-
Me voy defendiendo, aunque es muy difícil. Su
Excelencia, sin duda, compartirá mi opinión.
Mannerheim rompió a reír; estrechó mi mano
y me despidió con un hasta pronto.
La respuesta no se hizo esperar. Diez días
después, un sábado, recibí una llamada del coronel Grönwall, convocándome ante
Mannerheim lo antes que pudiera, ofreciendo enviarme un coche oficial. Decliné
la gentileza y me presenté en Palacio usando un taxi, para evitar habladurías.
El Presidente me recibió en una salita, a solas, fumando un veguero de los de mi cosecha, según dijo.
-
Pero ¿todavía le quedan desde junio?, bromeé.
-
Solo los fumo cuando estoy con amigos, replicó con
máxima cortesía.
La carta de respuesta presentaba el mismo
formato protector que la de Franco, salvo el escudo nacional español, como es natural.
Me preguntó cuánto había tardado en el viaje de Madrid a Helsinki, para
calcular la demora en llegar la contestación.
-
No crea que tengo prisa, pues el contenido de la
respuesta no es urgente, ni mucho menos. Lástima que no pueda revelarle nada, a
petición de su Caudillo.
-
La verdad, Señor Presidente, aunque trabaje para
una Agencia oficial española, no creo que el General Franco sea mi Caudillo, ni el de millones de otros españoles. Lo que no puedo negar
ni discutir es que sea el Jefe del Estado, por méritos de guerra… civil.
-
También en Finlandia -concedió- la guerra civil de
1917-18 fue una dura prueba y una barrera entre compatriotas durante bastante
tiempo, pero la superamos en una decena de años y, si la guerra actual ha
tenido una virtud, ha sido la de unirnos en defensa de nuestra independencia.
-
Bueno, también pudo haber ayudado a superar el
trauma el que Su Excelencia, comandante en jefe del bando vencedor, no
explotara políticamente el triunfo del año 18 y se presentara a unas elecciones…
-
En que, por cierto, me derrotaron. Fue una buena
lección. Nunca más he querido meterme en política, salvo en la militar. De
hecho, ahora soy Presidente para superar una contingencia gravísima, y a
petición de todo el Parlamento. Ya veremos cuánto dura.
-
Dure lo que quiera -afirmé-, Finlandia va saliendo
airosa de esta prueba. Su Excelencia ha tenido mucha parte, pero su pueblo
todavía más. Hace cincuenta años lo definió muy bien un español, que ejerció de
Cónsul de España en Helsinki: Me asombra el capital social de esta
nación. Los finlandeses, antes que individuos, son miembros del organismo
social[133].
-
Muy cierto. Yo me retiraré no tardando, pero
Finlandia perdurará. Es una hermosa herencia para el futuro.
La conversación estaba concluyendo.
Mannerheim me preguntó con interés:
-
Dígame, Pereda, ¿cree usted que el General Franco
está dispuesto a perpetuarse en el poder?
-
No lo dude, siempre que los Aliados se lo
consientan.
-
Si por los rusos fuera, no duraría ni seis meses,
pero, claro, los ingleses y los norteamericanos no me parecen tan decididos a
intervenir en España.
¿Sería de algo de eso acerca de lo que versaban las cartas? ¡Quién sabe! Lo cierto es que
tendría que regresar a España y confirmar inmediatamente a Mannerheim la
recepción de la suya por Franco. Me puse en contacto con Pabón y le informé de
que ya tenía la misiva del Mariscal. Mostró su alegría y me exhortó a ponerme
de inmediato en camino. Tal vez para animarme, agregó:
-
Después de este trabajo, ¡que vuelvan los chupatintas del Ministerio a reclamarte para que vengas a
desasnar a los muchachos de un Instituto!
-
No crea, Don Jesús -repliqué-. Yo no estoy hecho
para estos trotes.
10. Últimos tiempos en Helsinki, que luego no
lo fueron
El 27 de abril de 1945, la Wehrmacht se retiraba de sus últimas posiciones en territorio
finés, confinante con Noruega. Al día siguiente, todos los diarios traían la
fotografía de una patrulla finlandesa colocando su bandera en el punto
geográfico en que confluyen los confines de Noruega, Suecia y Finlandia. Era el
principio de la celebración del final de las hostilidades, que en toda Europa
apenas durarían diez días más. Contagiado del entusiasmo colectivo y animado
por el buen tiempo, reservé mesa para los cuatro en mi amado Kappeli para el sábado, día 11. Pero, antes, Taimi me tenía
reservada una sorpresa, que quiso hacerme conocer antes de celebrar aquella
comida festiva.
-
Tenemos que hablar, Antti, y tal vez sea este el
mejor momento, cuando la guerra ha acabado y todos imaginamos ya una vida nueva
y, dentro de lo que cabe, mejor.
Las claves de lo que tenía que decirme
eran dos. De una parte, y aunque yo no se lo hubiese hecho saber expresamente,
conocía y comprendía mi intención de abandonar Finlandia no tardando, para
reintegrarme a España y empezar a ejercer la docencia. De otra, las niñas se
iban haciendo mayores -Marija había cumplido ya diez años- y no le parecía
oportuno darles un confuso ejemplo de convivencia, en que se mezclaban el hospedaje,
la relación amorosa y un afecto cuasi paterno-filial entre sus hijas y yo, pero
sin estabilidad ni compromiso. En consecuencia, si mi partida de Finlandia iba
a producirse antes del comienzo del siguiente curso escolar, las cosas podían
seguir como estaban, informando a las niñas de mi próxima despedida y dejando
el verano para adaptarse a mi ausencia. Pero, si la marcha se seguía demorando
indefinidamente por razones políticas o informativas, me rogaba que fuese
buscando otro alojamiento, para lo cual había estado viendo algunos
apartamentos céntricos, si lo prefería a residir de pensión o en algún hotel.
Pocas veces tuve ocasión, como en aquella,
de comprobar una de las notas que se atribuyen al carácter finés: cierta
timidez de palabra y gesto al manifestar los sentimientos, unida a la firmeza y
constancia en mantener su opinión. Taimi me habló sin fijar en ningún momento
sus ojos en los míos, ni evidenciar por las inflexiones de la voz la emoción
que no dudo la embargase, tras más de cuatro años de íntima y armoniosa
convivencia. Pero tal vez fuese más llamativo el que hubiese presentado la
situación sin referirse en ningún momento a la posibilidad que yo tenía en
mente y que, seguramente, ella no descartaba; pero habría de ser yo quien
tomase la iniciativa:
-
¿No has pensado que podríamos casarnos? Nos
entendemos perfectamente y las niñas y yo estamos muy encariñados.
-
Si tú, tal y como eres, fueses finlandés, no dudes
de que me hubiera insinuado hace mucho tiempo, o te lo habría pedido
directamente. Pero eres español, un extranjero que, por muy bien que se haya
integrado en Helsinki, más tarde o más temprano pensarás en marcharte, o podrás
verte impulsado a ello. No es justo que te veas obligado a decidir entre tu
patria y tu profesión, o tu matrimonio. Y el riesgo es mucho más amenazador,
porque, pese a lo mucho que te queramos, nunca nos iríamos contigo a España. Yo
sola aún puedo imaginarlo, pero con las niñas es imposible.
-
Pero yo sí puedo decidir por mí mismo y puedo
hacerme la misma pregunta que tú, pero dando una respuesta segura: No tengo
ningún problema para seguir viviendo felizmente en Finlandia y no se me ocurre
nada por lo que tu Gobierno me vaya a expulsar del país. Hasta puedo
nacionalizarme: No me gusta la España actual y soy de los que piensa que la
patria no es la tierra donde se nace, sino las personas y las cosas que
realmente se aman.
-
¿Y tu trabajo? ¿Qué va a pasar si, como parece, cierran
la corresponsalía de Helsinki, una vez llegada la paz?
-
Es una posibilidad, pero no una certeza. Seguro que
Pabón me alargaría el contrato hasta que me saliera algo. Malo ha de ser que no
encuentre colocación, ahora que me defiendo con el finlandés.
-
¿Y tu cátedra?
-
¡Déjame respirar! Mientras esté por aquí de
corresponsal, no creo que nadie me la quite después de mi éxito con el mandamás de El Pardo.
Taimi parecía calmada y medio convencida.
Le sugerí:
-
Dame de margen cuatro meses en el Unicornio para que procure conseguir la armonía entre
nuestro amor y la realidad. Entre tanto, no alarmes a las niñas ni des por
hecho que te vas a librar de mí así como así.
Nuevo rasgo finlandés: Taimi apenas
reaccionó con una leve sonrisa de asentimiento. Pero, por la noche -tal vez
fuese otra nota finesa-, me visitó en el dormitorio y expresó cuanto había
dejado sin manifestar durante aquel día.
***
La cláusula 13ª del armisticio firmado en
septiembre de 1944 afirmaba que Finlandia se compromete a colaborar
con las Potencias aliadas en la aprehensión de personas acusadas de crímenes de
guerra y en su juicio. Lo que nadie esperaba, visto el precedente de
los juicios contra los nazis, es que la URSS permitiera que fuese la propia
Finlandia la que sentara las bases legales y procesales para juzgar a sus
propios criminales de guerra o contra la paz. Era un
regalo envenenado que Stalin hizo al Gobierno finés, con algunas correcciones
importantes. Yo estaba encantadísimo con dicho regalo cuando me dirigí a Pabón
para exponérselo y, a mayor abundamiento, pedirle mi continuidad en Helsinki
para seguir como corresponsal los juicios:
El Dictador del Kremlin parece
dispuesto a manejar los hilos a distancia, gracias a la intervención de la Comisión
de Control aliada, que fiscalizará las listas de
acusados y la marcha de los procesos. Además, se da por seguro que Stalin ha
aprobado la selección de los mayores criminales, es decir, de las máximas autoridades que serán procesadas. Mis fuentes
aseguran que en esa lista de notables figuraba en el primer lugar el Mariscal
Mannerheim, pero Stalin tachó personalmente su nombre, ya sea por respeto, ya
por no querer que desaparezca tan pronto de la escena política finlandesa quien
asegura para Moscú el mantenimiento de un orden firme y relativamente
favorable. Esas máximas figuras serán juzgadas por el Tribunal Supremo
finlandés, con base en una ley aprobada por su Parlamento, calcada de las establecidas
por los Aliados para los juicios de Nuremberg[134]. Los diputados fineses se han resistido a votar una ley que infringe el
mandado constitucional de no aplicar leyes penales con efecto retroactivo, pero
han tenido que transigir, no sin aprobar también la pertinente modificación de
su norma fundamental. Ahora queda por ver quiénes serán los acusados, esperando
se publique la lista de forma inminente. Los restantes criminales de guerra
serán juzgados conforme a la misma ley, pero por tribunales de menor categoría.
Con todo, lo más importante es, para mí, que las penas previstas están lejos de
la severidad de las anunciadas para los nazis, dándose por seguro que se
respetará el principio de no aplicar la pena de muerte, cualquiera que sea la
gravedad del delito y la categoría del delincuente.
Pronto se conocería la relación de las autoridades
sometidas al juicio del Supremo: en total, ocho personas, encabezadas por el ex
Presidente de la República, Ryti, y los Primeros Ministros, Rangell y
Linkomies. Otros cuatro ministros y el embajador finés en Alemania completaban
el grupo. Aquello era la parte visible de un gigantesco iceberg, que llegó a
incluir no menos de 1.381 otros acusados, en su mayor parte, responsables de
las violencias y penurias sufridas en campos de concentración y de prisioneros,
donde fallecieron en tres años no menos de 19.000 soldados rusos y 4.000
civiles de la misma nacionalidad, lo que supone un porcentaje cercano al
treinta por ciento de los internados.
Los juicios de Helsinki se desarrollaron
pausada y tranquilamente, entre octubre de 1945 y enero de 1946. No dejó de
haber momentos llamativos, como la declaración de Ryti, verdadero chivo expiatorio del Gobierno finlandés, o la lectura del
testimonio escrito de Mannerheim -fue muy mal visto que no diese la cara,
alegando enfermedad-, que desde luego exculpó a Ryti y a los demás de ser
responsables de crímenes contra la paz. En otra carta a Pabón le resumía el
fallo de la sentencia del juicio principal y de otras que me eran conocidas:
Con diferencias de duración
difícilmente explicables, las penas de prisión alcanzan los diez años en el
caso de Ryti; 6 años, en el de Rangell; cinco años y seis meses, para
Linkomies; otro tanto para el ministro Tanner; 5 años son impuestos a Kivimaki,
embajador en Berlín; dos años y seis meses, al ministro Ramsay; dos años para
los ministros Kukkonen y Reinikka. Cuando se conocieron las penas, hubo una
especie de clamor entre los periodistas extranjeros, opinando que eran
demasiado benévolas; pero aquí, el común de los ciudadanos las juzga
suficientes, si no excesivas. Queda por ver en qué quedan esas duraciones
cuando se les apliquen beneficios penitenciarios y, tal vez, indultos[135].
Una estimación global de las sentencias contra los acusados de menor
categoría arroja cifras de 723 condenas y 658 absoluciones: nueve cadenas
perpetuas; 17 prisiones de diez a quince años; 57, entre cinco y diez años, y
así sucesivamente.
En
paralelo a los juicios, se desarrollaban mis intentos por encontrar un acomodo
en Helsinki, más allá de la pronta conclusión de aquellos. Pabón parecía dar
por cerrado el caso:
Comprendo las razones sentimentales
que aduces y, puestos a ejercer influencias, es posible que desde El
Pardo se consiguiera alargar un poco más tu demoradísima
incorporación a la cátedra. Pero lo que ya está inapelablemente decidido por
Gómez Aparicio es la reducción de gastos y corresponsalías una vez acabada la
guerra, en lugares -como Finlandia- que apenas ofrecen interés informativo para
los medios españoles. Es cosa resuelta que, dentro de Escandinavia, quedará
abierta solo la sede de la Agencia en Estocolmo y, como comprenderás, ya está
bien cubierta y no vamos a defenestrar a su titular. Es posible que, encomiando
tus méritos, yo lograra colocarte en Suecia pero, la verdad, amigo Pereda,
teniendo a tu disposición una cátedra de Instituto en España y un indudable
camino de progreso hacia la Universidad, no encuentro razones para hacer una
cacicada en tu favor. ¿No sería posible que tu novia finlandesa y sus hijas se
vinieran contigo a España? Después de todo, tras la victoria de los Aliados, no
será tan mal lugar para vivir pues los peores excesos autoritarios tendrán que
ser necesariamente corregidos.
Pero
pronto dieron las cosas un vuelco tan grande, que Pabón tuvo que comerse sus
palabras; un cambio que favorecería mis aspiraciones de un modo incontestable,
hasta para Pedrogó y el embajador Prat, tan poco afín
con mi manera de ser y de pensar. Vean ustedes la forma curiosa e histórica en
que todo se desarrolló.
***
Allá por el mes de octubre del 45
transcendió a la prensa que el Presidente Mannerheim estaba delicado de salud y
que se proponía pasar una temporada de reposo en la isla de Madeira (Portugal),
con el beneplácito del dictador luso, Oliveira Salazar, y el disgusto del Reino
Unido[136], que era
evidente desde la llegada del Premier Attlee al
poder[137]. Mi amigo
Kallio lo comentaba así:
-
Es cierto que el Mariscal tiene 78 años y severos
padecimientos del aparato digestivo, pero todos creemos que se marcha
temporalmente de Finlandia para no tener que intervenir en los procesos por
crímenes de guerra. Ya sabes que debe a Stalin el no estar sentado también él
en el banquillo. Los defensores de Ryti y los demás lo han propuesto como
testigo y él, alegando enfermedad y ausencia, va a limitarse a prestar
declaración exculpatoria por escrito. Vamos, que se va a Portugal,
principalmente, para desaparecer una temporada de Finlandia.
Fue transmitir yo la noticia a la Agencia
y recibir la llamada telefónica de Pabón:
-
¿Es completamente seguro que Mannerheim viajará
próximamente a Portugal?
-
En efecto, respondí. Y la cosa es inminente: para
finales de este mes o primeros de noviembre próximo.
-
Aguarda instrucciones de modo inmediato. Por
razones de seguridad, llegarán a nuestra Legación por valija diplomática, en
sobre cerrado. No consientas que te lo entreguen abierto, ni expliques nada a
nuestro embajador.
En efecto, a la semana tenía el mensaje en
mis manos. Como habría dicho mi abuela, volvía la burra al
trigo. Aprovechando el viaje de Mannerheim, el Caudillo me ordenaba que le diese
el sobre lacrado que iba dentro del externo. De la nota que en este me iba
dirigida, solo se desprendía que habría de entregarlo de manera urgente y
recibir y transmitir la contestación que el Presidente tuviera a bien facilitarme.
En consecuencia, esta vez fui yo directamente a ver al ayudante Grönwall y
bastó que le dijera Del General Franco, otra vez, para que
me ordenara esperar en una antesala pues el Presidente estaba siendo reconocido
por sus médicos. Cosa de una hora más tarde, me dieron el plácet para que
pasara al despacho presidencial. Con la mayor gentileza, tras algunas frases
sobre su estado de salud, Mannerheim me indicó:
-
Supongo que estará escrita en alemán, como la vez
pasada; así que, si es tan urgente como me dice, la echaré un vistazo y le diré
cuándo ha de volver para recibir la contestación.
Tuve la impresión de que la misiva no era
larga. El Mariscal la leyó un par de veces, con gesto impasible, aunque
traslucía extrañeza y cierta contrariedad. Luego, guardando el texto en el
sobre, me comentó:
-
No tengo claro, así de pronto, lo que voy a hacer
con su Führer, por lo que la respuesta va a demorarse hasta
un punto que, si se la entregase a usted, iba a tener muchas dificultades para
llegar a tiempo y lo mismo se ganaba injustamente una reprimenda. La cursaremos
por vía diplomática, a través del Consulado de Finlandia en Madrid, o de la
Embajada nuestra en Lisboa[138] y así
podrá desentenderse.
-
Muy agradecido, Señor Presidente. Espero que su
próxima estancia en Madeira le resulte muy beneficiosa para su salud.
Mannerheim sonrió al escuchar el nombre de
la isla, pero tan solo comentó:
-
Hay que ver cómo corren los rumores en esta pequeña
capital[139].
Poco tiempo después captaría el sentido de
esa frase: Es posible que el Mariscal nunca quisiera llegar más allá del
Portugal ibérico como, en efecto, acabó sucediendo[140].
Nada más supe, por el momento, y me
enfrasqué en el seguimiento de las sesiones del juicio contra Ryti y los otros
siete. Por una vez, hubieron de ser los medios españoles y portugueses quienes
me dieran noticias del viaje de Mannerheim. Y lo primero que leí hizo levantar
mis suspicacias: Un hombre anciano y valetudinario, que incluso viajaba
acompañado de sus médicos, llegado a París tras tres días de viaje, en vez de
tomar algún avión con rumbo a Lisboa, cogía un tren expreso -que no se afirmaba
fuese un convoy especial- y se embarcaba en un
recorrido de mil trescientos quilómetros, que bien podría durar todo un día, en
las penosas condiciones férreas de la posguerra. Ítem más, un Presidente que
estaba en el punto de mira de los Aliados[141], en vez
de eludir el paso por España, atravesaba nuestro país en tren, desde Irún a
Madrid, para seguidamente tomar un avión de Iberia, de los
de línea regular, hasta Lisboa. Algo no me cuadraba, por más que los diarios
insistiesen en que el viaje era particular y los personajes que cumplimentaban
al Presidente, de segunda o tercera calidad[142]. La
confirmación me vino del Profesor Pabón, quien cometió tal indiscreción por
estar convencido de que yo estaba al tanto de las maniobras por el
propio Mannerheim:
Sabrás que todo salió a pedir
de boca. Quien tú sabes esperaba al Viajero en una salita del hotel Ritz[143]. Tuvieron conversación y refrigerio, tras lo cual el Viajero se retiró unos momentos a descansar en una suite, antes de trasladarse a Barajas para tomar el avión a … Quien tú
sabes ha quedado muy complacido con el encuentro, por él
largamente esperado. Pensando en tu interés y voluntad, creo que podría ser el
momento de que hiciésemos una gestión para que te quedes en Helsinki, en
condiciones tales que te permitan la estabilidad y solvencia económica que
exige mantener una familia.
No lo
dudé. Pedí a Kallio el favor de que me telefonease a Madrid cada dos días, para
darme noticia de los avances del interminable juicio de los ocho y partí
rumbo a España para lograr lo que Pabón juzgaba ahora factible. Del entorno del Jefe del Estado obtuve los nombramientos de
Jefe de Prensa y Agregado Cultural de nuestra Legación en Helsinki, a los que
Pabón añadió el mantenimiento de mi puesto de corresponsal de la Agencia EFE,
aunque con rebaja del sueldo, al no tener ya mi dedicación carácter exclusivo.
Mi excedencia en la cátedra quedó convertida en una toma de posesión en el
Ministerio de una vacante existente en Ponferrada, con inmediato cese y
comisión de servicio, mientras formase parte del personal de nuestra Legación
en Finlandia. Vamos, que solo les faltó regalarme las alianzas para mi boda.
11. Un final feliz, dentro de lo que humanamente
cabe
Como era lo lógico, Mannerheim retornó a
Finlandia el día 2 de enero de 1946, por vía aérea con escalas y sin pisar
suelo español. Yo lo había hecho una semana antes, demasiado tarde para
celebrar la Navidad en familia, pero con regalos que alegraron a mis tres
mujeres, sobre todo el de que había quedado expedita la vía para mi matrimonio
y permanencia en Helsinki, con un trabajo muy interesante. Con todo, tenía aún
un hueso que roer: El embajador Prat estaba que bramaba, por no haber sido
consultado acerca de mi doble nombramiento:
-
Esta es una Legación de tres al cuarto -explotó-.
¿Para qué demonios necesitamos a un jefe de prensa y un agregado comercial? Más
les valdría a los sabios de Madrid mandarnos, si acaso, un Canciller y dinero
para calefacción, que se muere uno de frío.
-
Y, además -añadió el Secretario, presente en la
entrevista-, el Señor Pereda no tiene ninguna experiencia diplomática.
-
Si yo le contara…, repliqué con mucha sorna y pocas
ganas de contar nada. Pero, en fin, al menos llevo media vida en Helsinki y
hasta conozco alguna carbonería donde pueden servirles barato. Todo dependerá
de que no les abran los ojos, diciendo que es para una Embajada, nada menos.
No sé cómo habríamos acabado Prat y yo,
pero tuve la suerte de que lo cesaran poco después en el cargo, en reciprocidad
con la ausencia de representación genuinamente diplomática de Finlandia en
España. Fueron para mí seis felices años, entre 1946 y 1952, en los que llegué
a hacer muy buenas migas con los funcionarios de carrera. Luego, durante otros
cinco años, estuve a las órdenes del Cónsul[144]; así que,
cuando por fin llegó un embajador en 1957, me había convertido en una institución, que es la forma de definir en España a quien
resulta indispensable o, cuando menos, inamovible, a poco que se desempeñe con savoir faire o, como dicen en finés, taito.
***
El 4 de marzo de 1946 Mannerheim presentó
su dimisión como Presidente de la República. Me pareció el mejor momento, por
cariño y cortesía, para comunicarle mis nuevos cargos en la Embajada, apenas
estrenados, y hacerle saber mi próximo matrimonio con una finlandesa, por más
señas, viuda de la Guerra de Invierno. Todavía
mantenía parte de su infraestructura de ayudantía, en la que descollaba Lehmus,
aquel famoso capitán con el que había tenido que contactar, y discutir, cuando
la entrevista de Mannerheim con Hitler. Me recordaba perfectamente, pese a los
cuatro años transcurridos, y pareció gustarle mi propósito de visitar a quien,
de algún modo, estaba entrando ya en la vía muerta de la vida y de la Historia.
La respuesta del Mariscal fue tajante, según me indicó su Ayudante:
-
Lo espero pasado mañana a tomar el té, a las cuatro
y media de la tarde. ¡Y que venga con la novia!
La reunión resultó extraordinariamente
grata, incluso para Taimi, que nunca había hablado con el Mariscal, ni este le
era particularmente simpático. En cambio, él se esforzó por hacer de su
compatriota el centro de la charla, quizá en recuerdo de su marido, muerto en
una guerra a sus órdenes. Tan amistosa fue la acogida, que no pude por menos de
decirle de corazón:
-
Mariscal, no hace falta que le digamos que, si lo
ve oportuno, estaríamos encantados de que asistiese a nuestra boda.
-
Tomo nota, dijo sonriendo, pero ya no estoy para
fiestas. No puedo comer bien ni beber, y en cuanto a los puros, Señor
Pereda, mejor será que no vuelva a molestarse en enviármelos, si no quiere que
mis médicos lo denuncien por atentar contra mi vida.
He de reconocer que desobedecí al Mariscal
hasta que pasó a mejor vida, en enero de 1951, lejos de su patria[145]. Pero
antes, él también me había hecho un obsequio, un regalo de boda, que aún
preside nuestra mesa de comedor: un hermoso jarrón de vidrio de Iittala[146], testigo mudo de que cuanto he contado en este extenso relato no ha sido
un sueño, ni mero fruto de mi imaginación.
Jarrón de
cristal de la fábrica Iittala (diseño de
Alvar Aalto -1898-1976-)
[1]
Ángel Ganivet García (1865-1898), Cartas Finlandesas, Tipografía Hijos
de Sabatel, Granada, 1898 (accesible en pdf por Internet). El autor fue Cónsul
de España en Helsingfors (Helsinki) entre 1895 y 1898.
[2]
Francisco Franco Bahamonde (1892-1975), Jefe del Estado español entre 1936/1939
y 1975. La asociación de papeles históricos, por ejemplo, en Alberto
Penadés, Franco en Finlandia, diario El País, Madrid, 20 de
noviembre de 2018.
[3] Carl Gustav Emil Mannerheim (1867-1951),
destacadísimo militar y hombre público finés, Presidente de la República de
Finlandia entre agosto de 1944 y marzo de 1946.
[4] Agencia española de noticias, fundada en 1939
y actualmente (2020) existente.
[5]
Jesús Pabón y Suárez de Urbina (1902-1976), notable historiador y Director de
la Real Academia de la Historia (1971-1976), Presidente de la Agencia EFE entre
1940 y 1965.
[6]
Noticiero de España fue una publicación cuasi oficial que, entre 1937 y
1941, sirvió a la difusión de la realidad de España y de su visión
internacional, según la versión del bando nacional-franquista. Su
principal objetivo era la difusión en el extranjero, a través de la actuación
de las representaciones en el exterior y de los corresponsales extranjeros en
España. Los artículos a que se alude en el relato fueron obra de Jesús Pabón y
publicados entre noviembre de 1939 y marzo de 1940, alabando el desempeño
militar de Finlandia en la llamada Guerra de Invierno y lamentando el
triunfo final soviético en dicha contienda. Véase, Carlos Pulpillo Leiva, Visión
y objetivos de la política exterior del primer franquismo en el Noticiero de
España (1939-1941), Actas del V Congreso de Historia de Nuestro Tiempo,
Universidad de La Rioja, Logroño, 2016, pp. 215-231, espec. p. 223.
[7]
Numerosas fuentes lo rebajan a Director, cosa inexacta, siendo
este último un cargo de carácter ejecutivo, a cargo de profesionales del
periodismo. Lamentable que dicho error se haya deslizado en momento y por
persona tan poco proclives a ello, como el Profesor Carlos Seco Serrano, en su
nota biográfica de Jesús Pabón y Suárez de Urbina en el Boletín de la Real
Academia de la Historia.
[8]
Vicente Gállego Castro (1898-1979),
Director de la Agencia EFE entre 1939 y 1944, cuando fue destituido, al
parecer, por excesiva inclinación o simpatía por los Aliados en la Segunda
Guerra Mundial.
[9]
Además de la presencia de importantes grupos de esas nacionalidades en la
Finlandia de entonces, es preciso recordar que Finlandia fue territorio de
soberanía sueca desde el siglo XII hasta las guerras napoleónicas, momento en
que pasó a manos rusas, hasta su independencia en diciembre de 1917. Incluso,
el sueco es idioma oficial en Finlandia, pese a ser poco usado actualmente.
[10]
Con tradición que se remontaba a 1889, apareció con el nombre citado en 1905 y,
a partir de 1930, se declaró independiente de cualquier línea política
concreta. Continúa saliendo al presente (2020), siendo conocido abreviadamente
como HS o Hesari.
[11]
Irjö Niiniluoto (1900-1961), Director del Helsingin Sanomat entre 1938 y
1961.
[12]
Kalevankatu en finlandés, o Kalevagatan en sueco.
[13]
O.Y. Suomen Yleisradio, fundada en 1926, siguiendo el modelo público de
la B.B.C. británica. A partir de 1934, su control por el Estado fue completo y
se estableció un régimen de monopolio. En la época del relato, su Director
ejecutivo era Jalmar Voldemar Vakio. A partir de 1958, la entidad pasó a
ocuparse también de televisión. Desde 1995 su régimen de monopolio ha ido
desapareciendo.
[14]
Se trataba del Encargado de Negocios, Don Fernando de Valdés e Ibargüen,
Marqués de Valdeterrazo y Conde de Torata, que ejerció dicho cargo en Finlandia
entre 1939 y 1941.
[15]
El nombre del narrador, Andrés, se traduce en finés por Antero, con los familiares
Antti y Tero.
[16]
Véase antes, nota 6. La llamada línea Mannerheim era una cadena de
defensas y fortificaciones construida por los finlandeses en la zona del istmo
de Carelia, para protegerse frente a los rusos.
[17]
En finlandés, Fabianinkatu; en sueco, Fabiansgatan. El edificio,
de estilo neorrenacentista, está datado en 1882, siendo su arquitecto Theodor
Höijer y su decorador de fachada, Karl Magnus von Wright. Por el adorno
metálico que corona su esquinazo, es conocido como El Unicornio. En las
fechas del relato, ocupaba su principal local comercial la oficina del Finland
Travel Bureau, Ltd.
[18]
En finlandés, Esplanaadi; en sueco, Esplanad.
[19]
Literalmente Andresillo Pera (lo de traducir Pereda era demasiado
para mis conocimientos de finés).
[20]
La autorizada impresión de Agustín de Foxá fue la de que en Finlandia casi
nadie sabía inglés en los años cuarenta del siglo pasado, siendo mucho más
conocido el alemán. Tengo algunas razones para pensar que lo primero no era
exacto, cuando menos, en las personas cultivadas de Helsinki, y así lo
reflejaré en el relato.
[21]
En aquellas fechas, radicaba en el número 15 de la misma calle Fabian.
[22]
Era su nombre tradicional puesto que pertenecía a la Universidad de Helsinki.
Hoy se la conoce como la Biblioteca Nacional.
[23]
Liisakatu, en finlandés: Elisabetsgatan,
en sueco.
[24]
Café y restaurante en la Explanada helsinguina, operativo desde 1867. Sus
paredes encristaladas de arriba abajo quizá se prestan al comentario estacional
de Taimi.
[25]
Las más inmediatas, la guerra civil (1917-1918) y la Guerra de Invierno contra
los rusos (1939-1940). Entre ambas, en un país de alrededor de tres millones de
habitantes, se produjeron unas 80.000 bajas, de hombres jóvenes en su mayoría.
Actualmente (2020), Finlandia cuenta con unos 5,5 millones de ciudadanos.
[26]
En Finlandia se cena, mayormente, entre las cinco y las seis de la tarde. Ello
puede aconsejar un pequeño refuerzo alimenticio hacia las 21 horas, antes de
retirarse a dormir.
[27]
Alojamiento y desayuno en hoteles buenos españoles valía, en 1940, unas 25
pesetas. No habiendo encontrado la conversión pesetas – marcos finlandeses para
dicho año, he aceptado provisionalmente la de ambas divisas al euro inicial
(2002), que fue de casi 6 marcos, o algo más de 166 pesetas, por euro.
[28]
Véase la nota 16. El nombre en finés del Unicornio es Yksisarvinen.
[29]
En 1941, Don Jesús Pabón era nombrado catedrático de Historia Contemporánea de
la Universidad Complutense de Madrid. Anteriormente, lo había sido en la Universidad
de Sevilla. Del mismo año, 1941, data la publicación de su primera obra
importante: el volumen I de La Revolución Portuguesa.
[30]
Véase antes, nota 13.
[31]
Servicio informativo, de propaganda y, en ocasiones, de espionaje que, con
cierta cobertura diplomática, mantenía desde nuestra Guerra Civil la Falange
Española. No he encontrado referencias específicas para nuestra Legación en
Helsinki en aquella época. Con carácter general, véanse: Jesús González
Calleja, El servicio exterior de Falange y la política exterior del primer
franquismo: consideraciones previas para su investigación, Hispania,
Revista española de historia, vol. LIV-1, nº 186, 1994, pp. 279-307; Iván
Garnelo Morán, Los límites de la Paradiplomacia. Misión y adaptación de
Falange Exterior, Universidad Autónoma de Barcelona, Máster en Historia
Contemporánea, septiembre de 2017, 64 pp. Ambos textos son accesibles
libremente por Internet.
[32]
Se trataba de Joaquín Herráiz quien, junto con el también falangista, Carlos
Oroz, ya estaban introducidos en el entorno sueco desde que, en 1931 y 1932
respectivamente, habían sido lectores de español en la Universidad de Uppsala.
[33]
Véase nota 17. La palabra finesa para unicornio es Yksisarvinen.
[34]
Literalmente, perro lapón, también conocido como spitz finlandés.
[35]
Epopeya nacional finlandesa, publicada en 1835 por Elias Lönnrot (1802-1884),
recopilando y unificando leyendas y tradiciones folklóricas populares.
[36]
Famosísima narración infanto-juvenil en dos tomos (1906-1907), obra de la
escritora sueca, Selma Lagerlöf (1858-1940), premio Nobel de Literatura de
1909.
[37]
Como gesto conciliatorio, cambiaron al rígido Ivan Zotov por el más flexible
Pavel Orlov.
[38]
O fuerzas armadas unificadas de la Alemania hitleriana. Las reuniones se
celebraron entre el 25 y el 28 de mayo de 1941 en las ciudades de Salzburgo
(entonces, alemana) y Berlín.
[39]
En efecto, hubo esa programación a partir de 1928. Todo lo demás que consta
sobre este tema en el relato tiene un carácter ficticio.
[40]
Se da por cierta esta aseveración, que verdaderamente es definitoria del
personaje, llamado El Ruso por los fino-parlantes, aunque su idioma
materno había sido el sueco.
[41]
Seguramente, el más influyente de los mandos militares de Hitler. Vivió entre
1890 y 1946, en que fue ahorcado como criminal de guerra, tras los juicios de
Núremberg.
[42]
Josef Hans Lazar (1895-1961), influyente propagandista nazi en la España de la
época, en particular, en la Agencia Efe. Véase, Alejandro Pizarroso
Quintero, Diplomáticos, propagandistas y espías: Estados Unidos y Espan̋a en
la Segunda Guerra Mundial. Información y propaganda. CSIC, Madrid, 2009.
[43]
Vicente Gállego había nacido en Zaragoza y su formación moral y académica era
jesuítica y de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas. Véase la
fuente citada en la nota anterior.
[44] En concreto, hasta el 9 de julio (de 1941),
primer bombardeo aéreo importante de la Capital, con un resultado letal de 22
personas. 1941 registró un total de 9 raids aéreos sobre Helsinki, con
un total de 33 muertos y 210 heridos, bastantes de los cuales, lógicamente,
fallecerían días después.
[45]
Simplemente, se construían en los sótanos habitaciones con paredes reforzadas
para resistir bombas de impacto cercano. Los refugios en roca sólida eran
totalmente insuficientes para albergar a toda la población.
[46]
Finalmente, fue esa segunda alternativa la elegida por los cobeligerantes.
[47]
En la zona de Petsamo (en ruso, Pechenga), compartida entonces por Finlandia y
la URSS, se encuentran las minas de níquel más importantes de Europa.
[48]
Risto Heikke Ryti (1889-1956), Presidente de la República de Finlandia entre 1940
y 1944.
[49]
Agustín de Foxá y Torroba (1906-1959), diplomático y escritor, que ejerció el
citado cargo en Helsinki entre 1941 y 1943.
[50]
Frase hecha en francés, traducible por las españolas, como es debido, o como
Dios manda.
[51]
Agustín de Foxá publicó numerosos artículos de actualidad sobre su estancia en
Finlandia para los diarios madrileños ABC y Arriba. Véase,
Agustín de Foxá y Torroba, A las orillas del Ladoga: artículos, poemas y
cartas, edición al cuidado de Cristóbal Villalobos Salas, Editorial Renacimiento,
Sevilla, 2019.
[52]
Seguramente, Andrés Pereda tenía en mente el caso del francotirador más letal
de todos los tiempos, el finés Simo Häyhä (1905-2002) que, en ciento cinco
días, mató a entre 505 y 542 militares rusos, sin emplear para su fusil, al
parecer, la mira telescópica. Véase, Tapio Saarelainen, La muerte blanca, Esfera
de los Libros, Madrid, 2019.
[53]
En la Guerra de Invierno se contaron unos 35.000 muertos y desaparecidos
finlandeses, por no menos de 170.000 rusos (se manejan cifras mucho más
abultadas). En la Guerra de Continuación, las bajas mortales fueron de
unos 63.000 finlandeses y 23.000 alemanes, por entre 250.000 y 300.000 rusos.
[54]
Andrés Pereda, por guardar una cierta reserva, no detalla lo mínimo de los
efectos del bombardeo ruso. Durante toda la guerra 1941-1944, los muy numerosos
raids aéreos soviéticos causaron en Helsinki un total aproximado de 250
muertos y 762 heridos, de los cuales la mitad, aproximadamente, lo fueron en
las tres grandes incursiones de febrero de 1944, cuando los soviéticos ya se
habían desembarazado del enemigo nazi en el aire. De hecho, los altos mandos
soviéticos, al visitar Helsinki tras el armisticio, se llevaron la desagradable
sorpresa de que la ciudad parecía prácticamente intacta, cuando ellos creían que
había sido completamente devastada.
[55]
Curzio Malaparte (Kurt Erich Suckert Perelli) -1898-1957-, cuya estancia en
Finlandia coincidió con la de Foxá, pero fue ligeramente más corta.
[56]
Me refiero a los libros de Curzio Malaparte, Il Volga nasce in Europa,
Bompiani, Milano, 1943, y Kaputt, Casella, Napoli, 1944 (traducido al
español desde 1947).
[57]
Bienvenidas.
[58]
Algunas cifras a vuelapluma: Se calcula en poco más de 2.500 los niños de la
guerra que, desde Gijón y Santurce, salieron para Rusia a lo largo de 1937. Los
prisioneros de guerra rusos en Finlandia, a todo lo largo de la guerra, fueron
unos 64.000, de los que 19.000 fallecieron de enfermedad y penalidades, y unos
2.600 fueron ilegalmente entregados a los alemanes, cosa que algunos entienden
como un crimen de guerra no perseguido.
[59]
El grupo era de 18 muchachos, nacidos entre 1922 y 1925, por lo que sus edades
en octubre de 1941 oscilarían entre los 16 y los 19 años. Sus procedencias eran
vasca -once jóvenes-, asturiana -seis- y leonesa -uno-. Véase, Asociación
Sancho de Beurko, De Finlandia a España, vía Berlín: “niños de la guerra”
vascos y asturianos en manos de la propaganda del régimen franquista
(1941-1943), el.Diario.es, 19 de noviembre de 2019.
[60]
El nombre completo era Rafael Sánchez Rosenlindt, y todavía continuaba en dicho
cargo en 1960, cuando acompañó hasta Burriana (Castellón) a un grupo de
finlandeses interesados en el comercio de la naranja, presididos
protocolariamente por la entonces Embajadora de Finlandia en España. Véase,
elperiòdic.com, Burriana, 17 de junio de 2008.
[61]
Palabra apocopada de origen alemán, que fue pasando a numerosos idiomas (entre
ellos, el finés) para aludir a los campos de concentración para prisioneros de
guerra.
[62]
Parece ser que fueron unos sesenta los niños de la guerra reclutados en
Leningrado en el año 41 para ir a luchar al frente de Carelia. Aparte los 18 de
que se escribe, consta que dos murieron, otro estuvo hospitalizado en Finlandia
y cuatro fueron repatriados en otros momentos. Otros niños de la guerra fueron
repatriados desde otros lugares de Rusia por aquellas fechas -trece-. El resto,
si acaso, lo sería en el bienio 1956-57. Véase fuente citada en la nota 57.
[63]
Visita que se desarrolló a finales de enero de 1942. José Luis de Arrese Magra
(1905-1968) era a la sazón Ministro-Secretario General de FET y de las JONS
(1941-1945).
[64]
En concreto, el primer año que se cobró con carácter general fue el de 1944.
[65]
Kaarle Aukustus (Kalle) Lehmus (1907-1987). Fue autor de una biografía íntima
del Mariscal: Kahle Lehmus, Tuntematon Mannerheim, M. Weilin & Göös,
Helsinki, 1967, sin traducción al español, que yo sepa.
[66]
Kalle Lehmus tenía entonces 35 años. Lógico es pensar que la pequeña diferencia
de edad fuese a favor de Taimi.
[67]
Ciudad finlandesa a orillas del lago Saimaa, a unos 240 kilómetros al nordeste
de Helsinki.
[68]
Siglas de Partido Socialdemócrata Finlandés.
[69]
Destacado político español socialista (1969-1946), que en 1942 se hallaba
exiliado en Francia y sometido a la vigilancia del Gobierno de Vichy.
[70]
Día del cumpleaños del Mariscal, que se sigue celebrando festivamente en
Finlandia, en especial, en ambientes militares.
[71]
Unidades de voluntarios extranjeros que lucharon a favor de la República en
nuestra guerra civil, entre noviembre de 1936 y octubre de 1938.
[72] Se calcula en 225 fineses los que combatieron
por la República y en 15 los que lo hicieron por los nacionales; y,
efectivamente, parece cierta su procedencia mayoritaria de América. Véase,
Jyrki Juusela, Suomalaiset espanjan sisällissodassa, Atena Kustannus oy,
Helsinki, 2003 (que yo sepa, no hay traducción española, pero sí resúmenes de
su contenido en Internet).
[73] Véase nota 13. Jalmar Voldemar Vakio
(1891-1954) fue Director de YLE entre 1927 y 1945.
[74]
Andrés Pereda no ha dejado dicho en ningún lugar cuál era su edad. Calculo que
sería entonces de unos 25 años.
[75]
El lugar tenía como centro el aeródromo de Immola, cuya pista de tierra era
demasiado corta para el aterrizaje de un cuatrimotor FW 200 (Condor),
precisando de toda la pericia del piloto de Hitler para no sufrir un accidente.
De hecho, hubo de frenar tan intensamente, que una de las ruedas del tren de
aterrizaje empezó a arder. Immola estaba a unos 240 kilómetros de Helsinki,
siendo hoy prácticamente fronteriza con Rusia.
[76]
Hubo uno que no pudo regalar a su vez: la concesión de la gran cruz de la Orden
del Águila Alemana, categoría de oro, con el consiguiente pergamino
acreditativo enmarcado.
[77]
La estatura de Hitler estaba ligeramente por encima de los 170 centímetros,
mientras la de Mannerheim era lo menos veinte centímetros superior. Se dice que
los fotógrafos alemanes que cubrían el evento fueron advertidos que tomasen las
imágenes de la forma en que menos se notase la diferencia de estatura. Con
todo, debido a las alzas y tacones de las botas, así como al alto armazón de su
gorra de plato, Hitler parecía aquel día inusitadamente espigado, por encima
del metro y ochenta centímetros, seguramente.
[78]
Wilhelm B.J.G. Keitel (1882-1946), máxima autoridad militar alemana de la
época. A sus sesenta años, había perdido buena parte de la apostura y esbeltez
de sus buenos tiempos. Como criminal de guerra y contra la humanidad,
fue ahorcado tras los juicios de Nuremberg.
[79]
Respectivamente, Presidente de la República y Jefe del Gobierno en aquel
momento.
[80]
La Historia lo exige.
[81]
Kustan Vilkuna (1902-1980) mantuvo la cinta en su poder, hasta reintegrarla a
los archivos oficiales en 1957. El contenido, conocido años más tarde, ha sido
considerado casi unánimemente como auténtico. Esperemos que este relato de
Andrés Pereda lo confirme aún más.
[82]
Cuartel general de Hitler en Prusia Oriental, famoso por el atentado que en él
sufrió el 20 de julio de 1944.
[83]
Excelente… Felicidades.
[84]
Hay muy numerosas transcripciones en Internet -traducidas o no al español- de
lo hablado en aquellos famosos once minutos y medio. Por tanto, no juzgo
necesario ni oportuno hacer un resumen de tan jugoso e histórico documento.
[85]
Unidad de voluntarios españoles, que el Gobierno de Franco puso a disposición
de Hitler para luchar contra los rusos. Algunas cifras básicas y aproximadas:
Fuerza sobre el terreno: 18.000 hombres. Total de combatientes en los diversos
momentos y relevos: 47.000. Periodo en activo: junio de 1941 a octubre de 1943.
Bajas: 5.000 muertos, 2.100 mutilados, 6.600 otros heridos, 400 prisioneros de
guerra. Compensaciones económicas: sueldos acumulados de soldado de la Wehrmacht
y de legionario español; beneficios a la familia, 7,30 pesetas diarias y
doble cartilla de racionamiento. Algunas fuentes de fácil acceso: Ramón Salas
Larrazábal, La División Azul, Espacio, Tiempo y Forma, Historia
Contemporánea, nº 2, 1989, pp. 241-269 (versión esquemática y favorable de los
sucesos); Juan Eugenio Blanco, Rusia no es cuestión de un día. Estampas de
la División Azul, Publicaciones Españolas, Madrid, 1954 (visión anecdótica,
con abundantes ilustraciones); Varios Autores, La División Azul. Una mirada
crítica, Cuadernos de Historia Contemporánea, 2012, vol. 34, pp. 11-144 (el
subtítulo lo dice todo).
[86]
Alusión al pintor, dibujante y famoso caricaturista, Joaquín de Alba Santizo
(1912-1983), a la sazón, en la División Azul, enviado por el diario Arriba en
actividades de propaganda, además de las militares. La División 250 era el
número de orden de la División Azul entre las de la Wehrmacht.
Jesús Pabón, Presidente de la Agencia EFE, estaba interesado por Kin y
lo recomendaba a la atención de Andrés Pereda, por haber sido ilustrador de un
libro suyo: Jesús Pabón, Diez figuras, Rayfe, Burgos, 1939.
[87]
La División Azul cubrió una zona del frente de Nóvgorod y el río Voljov
entre octubre de 1941 y junio de 1942. Concluido con éxito ese menester, fue
trasladada bastante más al norte (unos 200 km), a un sector sur del cerco de
Leningrado, donde permaneció entre agosto de 1942 y octubre de 1943, cuando fue
en su conjunto repatriada a España.
[88]
Casa de comidas en la calle Tetuán de Madrid, fundada en 1860.
[89]
Residencias de verano de los zares, erigidas en el siglo XVIII en las
inmediaciones de San Petersburgo. Están incluidas dentro del Patrimonio de
la Humanidad por la UNESCO.
[90]
Periódico editado en el frente, a cargo de redactores e ilustradores de la
División, entre los años 1941 y 1944. Existe edición facsimilar de los números
1 a 104, a cargo de la Hermandad Nacional de la División Azul, Madrid, 1984.
[91]
Tras el masivo relevo en la primavera de 1942, estaba previsto otro para
principios de 1943, que hubo de retrasarse con motivo de la batalla de Krasny
Bor (febrero de 1943), la más intensa y mortífera en que participó nuestra División
de Voluntarios.
[92]
Agustín Muñoz Grandes (1896-1970), primer general jefe de la División Azul
(julio de 1941-diciembre de 1942). Posteriormente alcanzaría el rango de
Capitán General y sería Vicepresidente del Gobierno entre 1962 y 1967.
[93] Por razones lúdicas y de respeto hacia una
persona conocida, de quien no consta estuviese en Helsinki con Andrés Pereda
-aunque sí todo lo demás que de él se cuenta-, eludo el apellido. Solo agregaré
un dato, para facilitarles la búsqueda de su identidad: falleció en la ciudad
inglesa de Manchester.
[94] Bulevardi, en finés; Bulevarden,
en sueco.
[95]
La más intensa de las libradas por la División en el frente de Nóvgorod y del
río Voljov. Se desarrolló en noviembre y diciembre de 1941.
[96]
Dionisio Ridruejo (1912-1975), también divisionario, escritor y
político. Sobre su estancia en el frente ruso, véanse sus Cuadernos de
Rusia. Diario 1941-1942, publicado tras su muerte (la edición definitiva
parece ser la de editorial Fórcola, Madrid, 2013, al cuidado de Xosé M.
Núñez Seixas).
[97]
Se trataba de la Escuadrilla Azul que, además de los aviones de caza,
contaba con un aparato Junker para servicios de enlace y correo, que
hacía periódicamente el vuelo de Berlín a Orel oeste.
[98]
El hecho sucedió en pleno día, el domingo 8 de noviembre de 1944, en la
intersección de las calles Yriön y Roobertin. El aparato fue un Petlyakov
Pe-2.
[99]
Sin duda, se trataría de la versión de 1939, dirigida por Allan Dwan y
protagonizada por Don Ameche y los tres Hermanos Ritz.
[100]
En realidad, el relevo se había producido en septiembre de 1942, pero las combinaciones
de embajadores lógicamente se efectuaban con cierta lentitud, salvo casos
de verdadera urgencia.
[101]
Véanse las fuentes citadas en la nota 31 y, además, Carlos Sanz Díaz, nota
biográfica de Pedro Prat y Soutzo (1892-1969) en la página web de la Real
Academia de la Historia. Era Prat a la sazón Ministro Plenipotenciario de
Segunda clase, siendo nombrado Enviado Extraordinario y Ministro
Plenipotenciario de España en la República de Finlandia, por Decreto de 13
de mayo de 1943 (BOE del día 15), permaneciendo en el puesto hasta el año 1946
(hay quien sostiene que hasta 1948).
[102]
El Reino Unido, por presiones de Stalin, declaró la guerra a Rumanía, Hungría y
Finlandia el 6 de diciembre de 1941. En lo que respecta a Finlandia, Churchill
evidenció mala conciencia, por entender que la postura finesa hacia la URSS
había estado totalmente justificada por lo sucedido en 1939-40, cuando los
soviéticos invadieron Finlandia y los aliados anglo-franceses no hicieron nada
por impedirlo.
[103]
Andrés Pereda parecía haber adquirido un excelente olfato político: La fijación
de zonas de influencia, con Finlandia en la de la URSS, se gestó y acordó
parcialmente en la Conferencia de Teherán, celebrada entre el 28 de noviembre y
el 1 de diciembre de 1943, es decir, pocos meses después de redactada la carta
que en el relato se transcribe.
[104]
Consigna acuñada por Serrano Suñer para animar a los españoles de 1941 a
alistarse en la División Azul. La supuesta culpabilidad rusa aludía
sobre todo al apoyo del Gobierno soviético al bando republicano durante nuestra
guerra civil.
[105]
Alusión a la entrevista de Hitler y Franco en Hendaya, el 23 de octubre de
1940, en la que -por las razones que fuesen-, el primero no logró atraer al
segundo a una alianza que implicase su entrada en la Segunda Guerra Mundial.
[106]
Gestionado, sobre todo, por los Estados Unidos, el cambio se produciría
formalmente el 1 de octubre de 1943, siendo seguido inmediatamente de la
retirada y disolución de la División Azul. Una vez más, Andrés Pereda
acreditaba una excelente información.
[107]
Siglas para el Servicio Secreto de Inteligencia británico en el extranjero.
[108]
En finés, Postitalo. Es un notable edificio racionalista, erigido en
1938 junto a la Estación Central del ferrocarril.
[109]
Como es sabido, la Cruz de Hierro, en cualquiera de sus múltiples
categorías, era la condecoración habitual en Alemania por méritos de guerra.
Los divisionarios españoles obtuvieron unas 2.500 de dichas cruces, a más de
otras cuatro condecoraciones distintas (Cruz de Caballero, Cruz del Águila
Alemana).
[110] En efecto, la difícil situación económica de
Alemania en la posguerra, además de otras consideraciones, dio lugar a que las
pensiones por incapacidad o mutilación a los divisionarios españoles dejaran de
pagarse al final de la guerra, no reanudándose el cobro -creo que con los
atrasos- hasta 1965.
[111]
En efecto, el número de prisioneros no alcanzó los 400. Los 220 que no murieron
fueron puestos en libertad y repatriados a España en el año 1954.
[112]
En efecto, así fue. También se cumplió la exigencia rusa de devolver al espía
Vasili Alexándrovich Sidorenko. Véanse, Vilhelm Assarsson, I skuggan av
Stalin, Bonnier, Stockholm, 1963 (con resúmenes o referencias en inglés por
Internet); Krister Wahlback, Sweden: Secrecy and neutrality, Journal of
Contemporary History, vol. 2, no. 1 (january 1967), pp. 183-191 (consultable
por Internet).
[113] Joachim (von) Ribbentrop (1893-1946),
Ministro de Asuntos Exteriores alemán de 1938 a 1945.
[114]
Más conocida por su nombre sueco, Vyborg, era la segunda ciudad más poblada de
Finlandia. Actualmente (2020), y desde 1944, es una ciudad rusa de unos 80.000
habitantes.
[115]
Posteriormente, fue conocido que Stalin exigió en 1943, para aceptar el
armisticio con Finlandia, una rendición incondicional, a lo que Ryti estuvo
dispuesto, pero no Linkomies ni Mannerheim.
[116]
En efecto, el Presidente Ryti se comprometió por escrito a no abandonar la
alianza alemana, mientras estuviera al frente de los destinos de la República.
Eso contentó a Hitler, que no contaba con que Ryti, que tenía mandato hasta
diciembre de 1946, renunciara a su cargo el 1 de agosto de 1944, aparentando
haber perdido la confianza del Parlamento. Pruebas de que todo fue una añagaza,
no una desautorización real de Ryti, son los sibilinos términos de su
carta al Führer y el hecho de que, tan pronto cesó como Presidente, pasó
a encargarse del importante puesto de Director del Banco Nacional de Finlandia,
descabalgando del mismo al ex Primer Ministro, Rangell.
[117]
Línea de defensas de unos 30 km de anchura, entre las localidades de Viipuri y
Kuparsaari. Véase, Erik Norling, 30 días que salvaron a un pueblo, Revista
Española de Historia Militar, núms. 61-62 (2005), pp. 35-42.
[118]
Pedro Gómez Aparicio (1903-1983), periodista y notable historiador del
periodismo. Su obra culminante es la Historia del periodismo español, en
cuatro volúmenes aparecidos entre 1967 y 1982.
[119] Ángel Herrera Oria (1886-1968), periodista,
cofundador de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, obispo
de Málaga y Cardenal (1965).
[120] Véanse notas 115 y 116.
[121]
Se fijó como valor del dólar el de un treintaicincoavo de una onza troy de
oro puro.
[122]
Nombre finés para Papá Noel quien, para los finlandeses, vive a unos
ocho kilómetros al norte de la capital lapona, Rovaniemi, justo por donde pasa
el Círculo Polar Ártico.
[123]
Apodo jocoso de Pedro Gómez Aparicio, debido a que los oyentes de Radio
Nacional apagaban sus aparatos en cuanto escuchaban que iba a empezar el
comentario de actualidad a cargo de Pedro Go…
[124]
Concretamente, el Primer Ejército de Montaña de la Wehrmacht, de unos
200.000 hombres.
[125]
En concreto, en la isla conocida por Gogland, Hogland o Suursaari, el 15 de
septiembre de 1944. Aviones soviéticos ayudaron a los fineses a rechazar el
intento de la Kriegsmarine.
[126]
Traducible por guerra en broma. El término había sido utilizado en 1940,
para referirse al periodo en que el frente occidental franco-anglo-alemán
estuvo prácticamente tranquilo, mientras Alemania se expansionaba por otras
zonas de Europa; situación que cambió de golpe en mayo de dicho año.
[127]
Como es sabido, se celebra el 2 de noviembre.
[128]
Literalmente, Andresín Pera, guerrero. Véase antes, nota 19.
[129]
Aniversario de la elevación del General Franco al máximo poder civil y militar
en la España sublevada contra la República, hecho acaecido en Burgos, el 1º de
octubre de 1936.
[130]
Nombre del palacio en que residió habitualmente Franco entre 1939 y 1975, año
de su muerte.
[131]
Hitler no fumaba y llevaba muy a mal que alguien lo hiciese en su presencia. Ha
corrido la especie de que Mannerheim se atrevió a hacerlo el 4 de junio de
1942, en prueba de superioridad de carácter, y que el Führer lo
consintió. Andrés Pereda, como se ve, parece desmentir esa presunta
descortesía.
[132]
Ragnar Robert Grönwall (1901-1989) desempeñó funciones de ayudante al servicio
de tres Presidentes de la República de Finlandia: Mannerheim, Paasikivi y
Kekkonen.
[133]
Véase antes, la nota 1.
[134]
Sin entrar en polémicas de Filosofía del Derecho, no puede omitirse que las
leyes para los juicios de Nuremberg, Tokio y otros análogos tenían una doble
base previa: 1ª. Las leyes de Ginebra sobre el desarrollo lícito de las
guerras. 2ª. Las normas morales generalmente asumidas, que valoraban en
conciencia como auténticas canalladas la mayor parte de los hechos que ahora
pasaban a ser delitos.
[135]
En lo que respecta a los ocho criminales mayores, todos cumplieron sus
penas entre 1946 y 1949. El último en abandonar la cárcel fue Risto Ryti, por
indulto concedido el 19 de mayo de 1949.
[136]
El enfado británico se debía a que, pese a la secular alianza
anglo-portuguesa, Portugal decidió mantener su neutralidad en la Segunda Guerra
Mundial, que no rompió parcialmente hasta 1944, cuando pasó al estatus de no
beligerante, a fin de conceder a los Estados Unidos el derecho de instalar
bases aéreas militares en las Islas Azores.
[137]
Clement Attlee (1883-1967), laborista, Primer Ministro del Reino Unido entre el
26 de julio de 1945 y el 26 de octubre de 1951. El anterior Premier,
Churchill, había mantenido una actitud más condescendiente, por la mala
conciencia que sentía para con Finlandia, ante el abandono en que se había
dejado a los fineses cuando la inicua Guerra de Invierno con la URSS de
1939-1940.
[138]
Entre 1942 y 1955, Finlandia solo mantuvo un Consulado en Madrid. En 1955 envió
un Encargado de Negocios, elevándose las relaciones a rango de Embajada en
1957. Véase, Juan Carlos Díez Lorenzo, Cien años de diplomacia entre
Finlandia y España, www.puentedemando.com,
15-08-2018.
[139]
A la sazón, Helsinki tenía una población de 275.000 habitantes.
[140]
El Mariscal pasó su mes y medio portugués en la zona de Estoril, próxima a
Lisboa.
[141]
Obviamente, los Aliados veían mal que un Jefe de Estado se aproximara al
Generalísimo Franco, considerado con toda razón un fervoroso partidario de
Hitler, hasta que a este empezaron a irle mal las cosas de la guerra.
[142] Sobre todos estos temas, véanse las breves
reseñas del diario barcelonés, La Vanguardia, de los días 10 de
noviembre de 1945 (página 4) y 11 de noviembre de 1945 (página 8), así como del
cotidiano lisboeta, Diario de Lisbõa de 9 de noviembre de
1945, página 1 (la ortografía lusa del título es la propia de la época).
[143]
Lujoso hotel madrileño, situado en la Plaza de la Lealtad, inaugurado en 1910 y
actualmente (octubre de 2020) en restauración.
[144]
En 1952, Don Fulgencio Vidal y Saura fue nombrado Cónsul de España en Helsinki
y, entre 1955 y 1957, simultaneó tal cargo con el de Encargado de Negocios.
Finalmente, en 1957, fue nombrado un Embajador, formalmente hablando: Don
Fernando Valdés e Ibargüen, Conde de Torata, que ya había sido Encargado de
Negocios entre 1939 y 1941.
[145]
Concretamente en Lausana (Suiza), país en que pasó la mayor parte de los
últimos cinco años de su vida, por razones médicas y, seguramente, de tipo
político.
[146]
Famosa fábrica de vidrio finlandesa, fundada en 1881 y todavía (2020) activa.
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