Amor y poesía en Rosalía de Castro (I). Juventud
Por Federico Bello Landrove
A la Universidad compostelana, por la
que me honro en ser Doctor.
La vida y, sobre
todo, la leyenda de la escritora, Rosalía de Castro (1837-1885)[1], me anima a fantasear, sobre un
sustrato veraz, acerca de momentos cruciales en que su biografía y su obra
poética se relacionan íntima e inextricablemente. Desarrollo el tema en dos
relatos: uno, titulado Juventud, ambientado entre 1854 y 1858; y el segundo, Madurez, en
1869-70. En ocasiones, las notas a pie de página me permitirán aclarar lo que sea
verdad y lo que constituya fantasía en cada uno de los relatos.
Retrato idealizado de Rosalía de Castro joven
1. Una jovencita acomplejada
No habían corrido
buenos tiempos para la gente tímida -que no timorata- de Compostela, aquella
pequeña ciudad levítica y académica, con aplastante tradición histórica e
ínfulas de capital de Galicia, cada vez más desatendidas[2].
1853, el año próximo pasado, sería conocido como el año del hambre la
que, como se sabe, no es buena consejera, con su secuela de cadáveres por las
calles y algaradas y actos de pillaje, con las panaderías y las casetas de consumos
como objetivos prioritarios[3].
Apenas agotado el episodio, aunque no el hambre, el cólera morbo -con puerta de
entrada en Vigo- empezó a azotar Galicia, donde pasaría voraz la guadaña
durante un bienio[4]. Y, como
pasatiempo complementario, las vacaciones escolares del cincuenta y cuatro
coincidieron con un bastante radical cambio de Régimen, que pondría fin a la
llamada Década Moderada y mandaría al destierro a la Reina Regente y a
su amado por ella -odiado por el pueblo- guardia de corps y marido morganático,
Fernando Muñoz. Una vez más, los estudiantes santiagueses vistieron sus
uniformes de Milicias y empuñaron las armas que como milicianos les
correspondían, y recorrieron las calles sin hallar enemigos de peso, pues todo
el mundo parecía henchir sus pulmones con aires de libertad. Para finales de
julio, todo estaba consumado y una armoniosa familia de militares y políticos
de las más variadas facciones políticas daban inicio, bajo la ominosa férula
del espadón Espartero, al Bienio Progresista. ¡Quién habría dicho
que de una armonía tan larga habría de brotar un periodo histórico tan corto!
Entre los
compostelanos tímidos, sin duda contaba una jovencita de diecisiete
años, menuda y de aspecto agradable, llamada Rosalía, quien acababa de coger
vacaciones en el prestigioso Liceo de la Juventud, fundado pocos años
antes con sede en el caserón de San Agustín, antiguo convento desamortizado
-todavía de buen ver-, con el sano objetivo de dar formación literaria y
artística a los mozos que, años después, estaban llamados a ocupar los bancos
de las solemnes aulas universitarias[5]
y a las muchachas que, con el tiempo, ocuparían sitial de honor en las
parroquias compostelanas el día de su boda. Luego retornaremos a ese mundo
feliz del arte, donde nuestra amiga hallaría fecundo caldo de cultivo para su
sensibilidad y amorosos sentimientos.
En el otro bando,
el de los echaos p’alante o aguerridos, se encontraban jóvenes
prometedores que, tras pasar por las clases del Liceo, cursaban estudios
-aunque no siempre estudiasen lo suficiente para aprobar- en el alma mater santiaguesa,
como un tal Aguirre -buen apellido de un aguerrido-, alumno de Derecho, o su
amigo Pondal, que lo era de Medicina[6].
Aurelio Aguirre llevaba cuatro años a Rosalía, quien apenas se acordaba de él
de cuando el Liceo, pero ahora se le iban los ojos cuando lo veía pasar
embozado en su capa azul por la rúa del Villar[7],
rodeado de amigos y condiscípulos, imagen admirada desde la distancia, propicia
para ensoñaciones y deliquios de jovencita, incapaz de llegar al poeta por la
vía directa del seguimiento material, pero tal vez sí por la dudosa e inefable
de la emulación[8]. Más
próximas estaban las edades del alevín de médico y la estudiante del Liceo,
apenas dos años de disparidad, con un conocimiento mutuo grabado a fuego por un
trágico suceso familiar[9].
La jovencita no
destaca por su físico y lo sabe. El rostro que le devuelve el espejo es grato
pero sin rasgos regulares: esos pómulos tan salientes -lástima que entonces no se
hubiera inventado el cinematógrafo-; la boca tan rasgada, aunque de dulce
sonrisa. Pero sus ojos son oscuros, grandes y expresivos; su estatura,
aventajada para su tiempo; su figura, al gusto de la época, la del busto
opulento y la cintura de avispa. ¿Qué diría otra mujer, entre imparcial y
afectuosa? Ni guapa, ni fea; simpática en la expresión de su figura[10].
Con todo, después de una corta carrera de dos años como actriz del grupo
aficionado de los alumnos del San Agustín, le encontraron méritos
bastantes para darle el papel protagonista en el famoso y extenso drama Rosmunda,
en el que cosechó un gran éxito, hasta el punto de que el numeroso público que
asistía a dicha función le lanzó gran número de flores y de palomas (sic)[11].
No era sino la consecuencia de que la concienzuda preparación artística que se
recibía en el Liceo incluyera estudios de Declamación, junto con los de
Música, Pintura y Literatura, también profesados por Rosalía, quien ya traía de
casa un buen conocimiento del francés, que más adelante tendría una curiosa
utilidad[12].
¿Qué motivos,
pues, tiene una muchacha con esas cualidades y preparación para sentirse acomplejada?
Su salud es buena, aunque ya ha conocido la torva amenaza de la muerte[13].
Su madre, Doña Teresa, es mujer de buena familia y posibles suficientes,
aunque de una de esas estirpes que se dice venidas a menos. Con todo, de
una forma u otra, puede vivir sin trabajar; tiene criada[14],
una casona familiar en Padrón y habitan una casa alquilada en Santiago, a la
vera de la Alameda[15].
Rosalía no pasa estrecheces y vive profundamente ligada a su madre, como suele
corresponder a las hijas únicas que carecen de padre -más tarde diremos por
qué-. ¿Y luego?, como nos expresaríamos en castellano galleguizado. ¿De
dónde nacen los complejos? ¿Acaso, y tan solo, de la disparidad entre realidad
e ilusiones, tan propia de la adolescencia? No exactamente.
Quizás otros sepan
-yo no- qué le ha ido diciendo Doña Teresa a su niña acerca del padre y de su
ausencia. Desde luego, pocas cosas en claro pudo tener en principio Rosalía,
por el hecho de que sus cinco primeros años los pasara en Ortoño[16]
con dos tías paternas: la corta edad y el secretismo harían de aquellos hechos
una confusa vivencia. Sí suele afirmarse que Rosalía descubrió -o le revelaron-
que era hija de un sacerdote cuando tenía unos quince años, siendo esa la causa
insuperable, tanto de su ilegitimidad, como de que no hubiera posibilidad
ninguna de que el padre mantuviera relaciones abiertas con madre e hija[17].
Si conocemos el alma materna, no es discutible que Doña Teresa explicara a su
hija que sus primeros años en el mundo fueron dirigidos por la benévola
providencia paterna, en el lugar del que era oriundo y entre personas de su
familia. ¿Satisfizo ello a Rosalía? Se da por seguro que no, ni en cuanto a perdonar
a su padre, ni en lo referente a superar el trauma personal y social de ser
una hija, no solo ilegítima, sino sacrílega, a los ojos canónicos.
¿Hasta qué punto y hasta cuándo ese terrible berrinche afectó a la
joven? Quienes se exceden en el determinismo y, tal vez, dan demasiado crédito
a las palabras y sentimientos poéticos de la escritora, han marcado la
vida y la obra de Rosalía con el estigma de su concepción y del presunto
rechazo social por el mismo[18].
Boceto de la fachada de San Agustín (Santiago de Compostela)
En fin, si la
adolescente Rosalía se hubiera oído llamar acomplejada, es muy probable
que hubiera dado una patada en el suelo y, enfurruñada, se habría alejado,
pasillo o calle adelante, entre la sonrisa irónica de Doña Teresa y la tata María:
-
¿Complejos?
Fuerte y lozana es nuestra Rosalía para andar con tiquismiquis de soledad y de
tristeza. Si acaso -añadiría la sirvienta-, un buen mozo sí que ayudaría,
aunque no sea un señoritingo de los de billete en el paseo[19]
y bullas en la Universidad.
Tal vez tenga
razón Marica. De hecho, allá vamos. Con el título que he dado a este
relato, no puedo hacer otra cosa.
2. La joven de La flor
El tiempo pasa y,
en un vuelo, estamos en 1856. Rosalía ha sacado ya todo el partido posible del Liceo
de la Juventud y la Universidad no ofrece acomodo femenino, ni posiblemente
la atrae[20].
Tampoco parece inspirarla ningún mozo compostelano merecedor de su
atención. Por recordar a alguien, el popular y literario Aguirre sigue en su
complejo olimpo, en el que tienen cabida y afecto, desde los diputados, a las
mujeres descarriadas. El joven no acabará nunca, que se sepa, la carrera
de Derecho, pero sus discursos, versos y bondades lo rodean de un halo casi
místico que, ni con los progresos musicales[21]
y literarios, Rosalía puede traspasar. Será escritora, sí, porque lo siente y
lo vale, pero ha renunciado a llevar la poesía como dote para comprar a
un marido que haya conquistado su corazón. Doña Teresa, sacrificando dinero y
convivencia, le ofrece:
-
En
Madrid vive mi sobrina Carmen[22]
quien te acogerá en su casa con los brazos abiertos. Podrías probar y pasar con
ella una temporada. Bien se ve que aquí no llevas camino de conseguir felicidad
ni fama.
-
¿Y
qué harías tú, mamá, sola en Santiago?
-
Nada
me ata a esta ciudad, una vez que tú has acabado tu formación y marchas.
Volveré a Padrón, donde me siento mucho más alegre y acompañada[23].
Todo está
decidido. El viaje se prepara para cuando pase el invierno. Será en abril.
Pero, antes, el destino le tiene preparada una nueva angustia. ¡Qué casualidad!
Ahora que estaba dispuesta a olvidarlo, será Aguirre -otra vez él- quien haga
renacer la zozobra en su pecho. Aunque sea brevemente, recordemos…
Estaban a
punto de cumplirse diez años de los dramáticos sucesos de la denominada Revolución
gallega de 1846[24],
cuando un grupo de estudiantes santiagueses -entre los que, ¡cómo no!, se
hallaban en primera fila Aureliano Aguirre y Eduardo Pondal- decidieron hacer
una especie de memorial de los sucesos de 1846, en forma de comida de
confraternización entre obreros, patronos y universitarios en el bosque
del pueblo de Conjo[25].
El hecho en sí y la circunstancia de pertenecer muchos de los estudiantes a las
Milicias Nacionales -lo que les daba cierto derecho de portar armas- generó
notable alarma entre las autoridades y gentes de orden de la ciudad, por
más que el convite tuviese como lema Orden y fraternidad. A los postres,
los brindis leídos por Aguirre y Pondal levantaron considerable revuelo, por lo
-no mucho- que tenían de levantisco y anticlerical. Y así, aunque el banquete
concluyó sin incidentes reseñables, el tema de los brindis generó enfado
y denuncias, encabezadas, al parecer, por personas eclesiásticas[26].
Pasar de ahí a rumores y amenazas de severas sanciones contra la citada pareja
de poetas, fue cosa de unos días. Se levantaron las alarmas: ¡Van a
llevárselos desterrados a las Islas Marianas![27]
Y la tierna Rosalía, con las maletas casi hechas para partir rumbo a Madrid, se
sintió obligada a solicitar de su madre alguna mediación para evitar el
inminente castigo:
-
Pero ¿qué crees
que puedo hacer yo, hija mía? Si fuese en Padrón, no digo, pero en esta ciudad
no somos nadie.
-
¡Por favor,
madre! Otros de mayor poder, si tienen algo de valor y de decencia, también
harán algo, pero ¡que no se diga que nosotras pasamos por todo, indiferentes!
Doña
Teresa estuvo dando vueltas a la cabeza, hasta dar con una persona
relativamente conocida y que tuviese que ver con las probables vertientes del
caso. Se trataba del fiscal de Santiago, Don Juan Carballo[28],
hombre de respeto y arraigo en la ciudad, que le habían presentado en el Teatro
Principal y, desde entonces, siempre que habían coincidido en algún lugar,
o cruzado por la calle, habían intercambiado saludos o algunas palabras
amables. En cualquier caso, nada de eso era suficiente para importunarlo con la
recomendación de un caso. La señora tuvo otra ocurrencia:
-
¿Por qué no
formáis una comisión de profesores y antiguos alumnos del Liceo y
visitáis al Señor Fiscal? Aurelio y Leopoldo fueron alumnos del mismo. Tú misma
podías sumarte, como amiga de los Pondal.
Aurelio Aguirre Galarraga
Dicho y hecho. Don Juan los acogió
cariñosamente:
-
Mi hija pequeña
es ahora, como sabéis, una alumna más del San Agustín, pero los
caballeretes por los que venís a interceder son todos universitarios, por
quienes ya me ha rogado el Claustro de nuestra Academia. Marchad confiados en
que no llegará la sangre al río, agregó esbozando una sonrisa de
complicidad.
-
Pero, Señor -osó
objetar Rosalía-, se dice que los van a llevar a las Marianas.
-
Las Marianas…
-replicó Carballo, simulando ignorancia-. ¿Qué monjas son esas?
El grupo
trató en vano de contener la carcajada. Don Juan, que había reconocido a la
joven que lo había interpelado, concluyó:
-
Señorita De
Castro, no haga caso de habladurías y ustedes todos vayan tranquilos, que la
Justicia no está reñida con la ponderación.
Más sería y
compleja fue la entrevista de Carballo con el diputado por la provincia
coruñesa, Ruiz Pons[29],
bastante más preocupado que por la acción de los tribunales, por la intromisión
del Gobernador Civil de La Coruña, quien podía poner en marcha un expediente
administrativo de deportación. Carballo sólo le pudo responder de forma
dubitativa:
-
Amigo Eduardo, yo
respondo de que los rumores sobre la severidad de mi superior, el Fiscal de la
Audiencia Territorial, son totalmente infundados pues, como sin duda sabes, lo
que han hecho esos jovenzuelos les puede suponer, si acaso, una multa y
una breve estancia en prisión[30].
Lo que haga el Gobierno, a instancias del Gobernador, es más peliagudo. Creo
que lo que tenemos que hacer es conseguir que Aguirre y Pondal se disculpen y,
a ser posible, le besen la mano a la clerecía santiaguesa, que es la que está
más salida de madre con el famoso brindis del banquete.
-
¿Tú crees que el
Arzobispo[31]
recibirá de buen grado la disculpa?
-
No lo dudes,
aseveró Carballo. Lo conozco bien y sé que no es el carlistón que
algunos de tu partido aseguran.
En fin,
para no salirnos demasiado de nuestro tema, diremos que Aguirre y Pondal, a
cambio de una reafirmación pública de fe católica, no sufrieron pena ni sanción
alguna por lo de Conjo. Rosalía pudo, pues, marchar más tranquila para
Madrid. Es posible que Aguirre no supiese nada de su intervención favorecedora
cerca del fiscal, como tampoco de su alejamiento de Compostela. De hecho,
también él estaba un tanto aburrido de perder el tiempo en la Facultad, tratando
de recibirse de letrado. Y es que, mientras Pondal llevaba camino de
convertirse en matasanos, su amigo, dos años mayor, empezaba a volcarse
en la poesía amorosa, por el presumible motivo que conocerá quien decida
continuar leyendo este relato.
***
Mientras
Aguirre evitaba los embates de la clerigalla, Rosalía estuvo a punto de morir
en un episodio político bastante más conocido que el banquete de Conjo. Como
narra la Historia general de España, en julio de 1856 -a los dos años justos de
la Vicalvarada, que alumbró el bienio progresista-, de nuevo manifestaciones y
algaradas recorrieron las calles de Madrid[32],
habiendo duros enfrentamientos entre la Milicia Nacional, defensora del status
quo, y las unidades sublevadas del Ejército, al mando de O’Donnell. Nuestra
jovencita, residente en un piso bajo del número 13 de la calle de La Ballesta,
harta de pasarse los días encerrada en casa, abrió una ventana y se asomó
curiosa. Un individuo de raza negra -seguramente de los milicianos- disparó
contra ella su arma de fuego y estuvo a punto de hacerle pasar a mejor vida.
Era el día de la Virgen del Carmen de 1856[33].
Claro está,
no todos los días en la vida rosaliana fueron tan emocionantes, aunque sí
bastante movidos. Los parientes que la albergaron vivían bien y acogían
en su casa un escogido cenáculo de prometedores jóvenes -gallegos casi todos-,
hasta el punto de formar un pequeño salón, al gusto romántico, en el que
su prima huésped se movía como pez en el agua. De ese ambiente y de su cada vez
más poderosa inspiración, brotaría, en la primavera de 1857, su librito de
poemas en castellano, La flor, que, también al uso de la época, se editó
y vendió por el sistema de suscripción[34].
Tal vez habría pasado desapercibido -cuando menos, en Madrid-, a no ser por una
crítica muy elogiosa, por no decir ditirámbica, aparecida en el prestigioso
periódico liberal La Iberia[35].
Estaba visto que el desamor que inspiraba tantos de los versos de aquella opera
prima había de trocarse en fuego del corazón del encaprichado crítico.
3.
De
amores frustrados y promesas malsanas
La flor rosaliana
tuvo una buena acogida en Compostela; de modo que, cuando la joven autora aterrizó
en la ciudad, con destino a Padrón, donde pasaría el verano, no paró de
recibir parabienes. Pero a ella solo le interesaba el de Aguirre y no solo
porque proviniera de un colega en las lides poéticas, sino por hacer un
último intento de conquista[36].
Para no acudir directamente a Aurelio, quien no siempre se hallaba en Santiago
por aquel entonces, la poetisa preguntó a Pondal por él. Eduardo le contó a
medias lo que pasaba:
-
Aurelio ha dejado
prácticamente los estudios de Derecho y ahora se deja caer mucho por Vigo. Algo
tendrá por allá, que lo tiene muy inspirado. No sabes la de poemas que está
escribiendo en esta temporada.
Rosalía,
bastante desanimada, insistió:
-
Me gustaría mucho
conocer su opinión sobre mi opúsculo y, si es que no lo hubiere leído, hacerle
llegar un ejemplar.
-
Puedes estar
segura -afirmó Pondal- de que lo ha leído de cabo a rabo. Ignoro si lo habrá
suscrito, pero tu Flor ha pasado de mano en mano por todos los
interesados en poesía. De modo que le haré saber que quieres conocer su
crítica. ¿Dónde vas a parar en las próximas semanas?
-
Con mi madre, en
el pazo de Hermida, en Lestrove.
-
Pues cuenta que
allí te llegará su parecer, personalmente o por correo.
La joven,
finalmente, se atrevió a preguntar:
-
¿Y qué? ¿Ha
encontrado ya a su musa?
-
Eso se dice
-repuso Eduardo, con ambigüedad calculada-. Se trata de una chica de Vigo, una
tal Felisa.
Al cabo de
un mes, le llegó la misiva que estaba esperando. Rosalía tomó el pliego y se
retiró a su alcoba. Al abrirlo, con el corazón palpitante, encontró simplemente
un poema titulado Improvisación, dedicado a la poetisa Dª R.C. El
soneto decía así:
La mujer en
el mundo no es dichosa/por más que con falaz hipocresía,/adulando su joven
fantasía,/la mire el mundo y la proclame hermosa./Lo será si modesta y
virtuosa/al templo del saber sus pasos guía,/y ceñida la sien ostenta un
día/con la diadema del laurel honrosa./La hermosura no es más que una
quimera,/¡página en blanco de la humana historia!/Sigue con fe del arte la
lumbrera,/que es muy grato dejar una memoria/que acredite a la gente
venidera/intachable virtud, mérito y gloria.
Rosalía
leyó y releyó la poesía, mientras sus mejillas se cubrían de arrebol y su
corazón de ira. ¡Será imbécil el tal Aurelio! ¡Pues no es tan petulante que,
en lugar de ofrecer una afectuosa y sincera crítica, viene con monsergas
morales y, además, me llama fea! ¡Vaya con el guapo de cara, pero esmirriado y
casi enano! ¡Quién se habrá creído! ¡Ya querría yo ver a la tal Felisa, que lo
mismo es un cromo! ¡En las Marianas tenías que haberte podrido, por provocador
y fatuo!; ¡Total, para ir a besarle el anillo al Arzobispo y proclamarte
católico, apostólico y romano hasta las entretelas!
Presa de la
indignación, rasgó el ofensivo documento, aunque luego tuviera que entretenerse
en recoger los pedazos y recomponerlos, guardándolos dentro de un sobre, entre
las páginas de las Poesías de la Coronado[37],
que estaba leyendo. Más tarde aún, reflexionaría sobre la dedicatoria a la
poetisa Dª R.C. que, por lo menos, la consideraba poeta, animándola luego a
seguir la carrera de las letras, en la que parecía augurarle intachable
virtud, mérito y gloria. Pero eso era calmándose mucho y mirando el poema
con muy buenos ojos, lo que Rosalía difícilmente podía. La carrera de las
letras -gruñía-: ¡Mira tú quién fue a hablar, el que no ha sido capaz de
sacar la de Derecho en no sé cuántos cursos! Consejos vendo y para mí no tengo.
Muchas
veces se miró en aquellos días en cuantos espejos tenía a mano, para llegar a
la misma conclusión. A aquel gaznápiro, de tantas niñas como había tenido
rendidas a sus pies, se le había estragado el gusto. No es que ella fuese un dechado
de belleza, pero tenía atractivo, como había podido comprobar entre los pollos
de Madrid, empezando por los que frecuentaban su casa. Claro que ella no era
una petimetra, de las que se dan a afeites y perifollos, pero tampoco los
necesitaba, con su edad y su palmito. Si acaso, un poco más de atención a la
compostura -como le aconsejaba su prima Carmiña-. Lo demás vendría por
añadidura. Y, por supuesto, procuraría ceñir las sienes con la honrosa
diadema del laurel, pero no por recomendación de aquel poeta sin un solo
libro[38],
sino porque se lo pedía el alma y porque el verso cada día le brotaba con mayor
facilidad e inspiración. ¡Ahí estaban los críticos de la Capital para
corroborarlo!
El disgusto
causado por Aurelio infectaría aquel verano de desilusión y reflexiones
obsesivas. Una entre todas se llevó Rosalía para Madrid en la maleta de sus inmutables
decisiones. Esta, aunque ella no era muy religiosa, la había convertido en una
promesa a Santa María[39],
al tener tanto de opinión propia como de regla moral: Santa María, cuando me
llegue el amor, no permitas que me deje guiar por las normas de la belleza del
cuerpo, sino por las cualidades del espíritu, Amén.
Ese amén era un compromiso muy serio: el de no
ser tan injusta y necia como aquel Espronceda[40]
que, al parecer, le había dado la espalda por no ser lo suficientemente hermosa
para él.
***
Tal parece
que el sino de Rosalía fuese el de que sus hombres no dieran la talla. Si
Aguirre -por decirlo con finura- era pequeño, el Señor Murguía era casi un
enano de estatura[41],
aunque por su intelecto privilegiado y dotes amatorias era conocido con el
apodo de frasquito de esencia. Ese era, precisamente, el crítico
literario de La Iberia que tanto había ponderado La flor rosaliana,
al brotar. Se daba por cierto que Manolo Murguía había sido presentado a
la poetisa compostelana antes de verter su opinión tan encomiástica, y aún que
había sido visto en el salón galaico-literario de la familia Castro en
la calle de La Ballesta. Quienes conocían la severidad del crítico y las
modestas cualidades estéticas del librito no dudaban de que Murguía había
querido complacer a la autora, con el nada secreto objetivo de conquistarla.
Dejando a
un lado la mínima estatura, Manolo no dejaba de ser un hombre de cierto
atractivo, con su rostro regular y el hermoso y espeso cabello ondulado,
peinado coquetamente hacia atrás. Su cultura era sorprendente para una persona
de estudios muy irregulares[42]
y poco o nada viajada. La conversación era grata y diversa, un tanto excesiva,
en opinión de algunos. Tenía bastantes amigos y muchas ambiciones. Supo
reconocer en Rosalía sus valores poéticos, promoviendo su cultivo, sin ningún
tipo de envidia ni emulación[43].
No era, ni mucho menos, un novicio en materia de relaciones con las mujeres,
caracterizándose durante toda su vida más bien por todo lo contrario[44].
En conjunto, un bagaje bastante impresionante para deslumbrar a una joven
provinciana que no acababa de centrarse en su vida sentimental.
¿Habría
sido suficiente, si la conciencia rosaliana no le hubiese recordado una y otra
vez su promesa a la Virgen María? Yo no soy el clásico narrador omnisciente; de
modo que juzguen ustedes, según su recto criterio. El hecho es que la relación
progresó, hasta el punto, final e inevitable, del matrimonio canónico,
celebrado en la parroquia madrileña de San Ildefonso, el día 10 de octubre de
1858. La inscripción del mismo en el pertinente libro parroquial contiene
varios datos jugosos que, por no venir muy al caso, opto por consignar solo a
pie de página[45]. Claro
está que la circunstancia más intrigante no viene eclesiásticamente
documentada: ¿Se casó Rosalía embarazada? Desde luego, consta que su primera
hija, Alejandra, nació en Madrid, el 12 de mayo de 1859, es decir, a los siete
meses de la boda de sus padres. Pero, ¿no pudo ser hija sietemesina? ¿Se
trataría de un parto prematuro? Muchos se han fijado en estos extremos, pero
nadie ha sido capaz de ofrecer una respuesta medianamente fundada.
***
Lo de la
boda fue en octubre. Ese mismo año de 1858, en pleno verano, se produjo el
fallecimiento de Aurelio Aguirre, a los veinticinco años de edad. Sucedió en la
coruñesa playa de San Amaro, cuando estaba bañándose en unión de otros amigos.
Sobre las circunstancias, lleva más de siglo y medio discutiéndose, tanto en lo
referente a la forma y posible causa del ahogamiento, como a si el mismo fue
fortuito o fruto de un suicidio[46].
Como es natural, la noticia anonadó a Rosalía, como a los muchos -y muchas- que
querían o admiraban al poeta[47].
De aceptar mi discutible versión de las relaciones y sentimientos de la joven
por su desdichado paisano, la muerte de este pudo ser el empujón decisivo de
ella hasta los brazos de Murguía, o bien, la aceptación del himeneo con la
filosofía del cras enim moriemur[48].
De lo que estoy tan seguro como para confiárselo a mis lectores, es de que
el poema que Rosalía envió para la Corona poética de Aguirre hubiera
sido menos libre y sincero, de haber estado ya casada con Manolo. El
problema vino de que, cuando se editó e hizo público, Rosalía era ya una
señora, en el sentido civil del término, y a Murguía le repateó el
sentimiento apasionado que el poema traslucía. Hay quien dice -y yo, entre
ellos- que el marido guardó un prolongado resentimiento, tanto hacia la poesía
-que él nunca recogió en las antologías rosalianas-, como hacia el poeta
muerto, para el que tuvo palabras demasiado duras al abordar su esbozo
biográfico[49].
Pero
vayamos sin más dilación al poema, que nos servirá para cerrar este relato con
broche de oro, como suele decirse:
Lágrima
triste en mi dolor vertida,/perla del corazón que entre tormentas/fue en largas
horas de pesar nacida,/en fúnebre memoria convertida/la flor será que a tu
corona enlace;/las horas de la vida turbulentas/ajan las flores y el laurel
marchitan;/pero lágrimas, ¡ay!, que el alma esconde,/llanto de duelo que el
dolor fecunda,/si el triste hueco de una tumba anega/y sus húmedos hálitos
inunda/ ni el sol de fuego que en Oriente nace/seco su manantial a dejar
llega/ni en sutiles vapores le deshace,/¡y es manantial fecundo el llanto
mío/para verter sobre un sepulcro amado/de mil recuerdos caudaloso río!
[1]
Como introducción y con libre acceso por Internet, véase Marina Mayoral, Biografía
de Rosalía de Castro, Biblioteca virtual Miguel de Cervantes. Para mucha
mayor profundidad, en gallego, María Xesús Lama, Rosalía de Castro. Cantos
de independencia e liberdade (1837-1863), edit. Galaxia, Vigo 2018 (este
presunto primer tomo de la biografía completa concluye cuando la escritora, a
sus 26 años de edad, publica su libro, Cantares gallegos).
[2]
Por aquellas calendas, Santiago tenía una población de unos 25.000 habitantes,
pocos menos que los 30.000 de la capital coruñesa, con la que se había
disputado la capitalidad regional, simbolizada por la sede de la Audiencia del
Reino de Galicia -desde 1834, Audiencia Territorial- que, finalmente,
permaneció estable en La Coruña. Como se sabe, actualmente (2020) la capital de
Galicia es Santiago, sin perjuicio de que el Tribunal Superior de Justicia
continúe en La Coruña. La Universidad compostelana aportaba a la ciudad la
notable cifra, para entonces, de un millar de alumnos, en su mayoría gallegos
foráneos.
[3]
Sin embargo, el recuerdo que tenía Rosalía de aquel triste invierno de 1853 no
incluía violencias ni saqueos, sino solo tristeza, dolor y muerte por
inanición. Tal vez, en Compostela fuese así o, quizá la memoria de la testigo
no era perfecta. Véase, Manuel Murguía, Los precursores, Latorre y
Martínez, La Coruña 1886, pp. 263-265 (hay ediciones facsimilares muy
posteriores, editadas por La Voz de Galicia).
[4]
La epidemia tuvo inicio en los puertos de Vigo y Barcelona, extendiéndose por
toda España durante los años 1854 y 1855, con prolongación en 1856 por
Andalucía. Las cifras oficiales fueron de 829.000 afectados y 237.000
fallecidos, para una población total de unos 15 millones de habitantes. Véase
Juan Carlos Vázquez Arias, O cólera de 1854-55 en Pontedeume, Cátedra.
Revista eumesa de estudios, 2009, pp. 238-283.
[5]
El Liceo de la Juventud había iniciado sus actividades en 1847, bajo los
auspicios de fundadores y socios de talante liberal, ocupando el lugar que,
poco después, tendrían los Institutos de Segunda Enseñanza, no creados todavía
en Santiago. La Universidad compostelana había sido fundada en 1495 y, a la
sazón, tenía dos Facultades completas: Derecho y Medicina, a las que se
agregaría Farmacia en 1857. Funcionaban también cátedras autónomas, como
Física, Química y Ciencias Naturales; además, se cursaban estudios de
Humanidades y Latín, que expedían solo títulos de bachiller.
[6]
Alusión a los famosos poetas, Aurelio Aguirre Galarraga (1833-1858) y Eduardo (González-)Pondal
Abente (1835-1917), gallegos ambos pero cultivadores de la literatura en lengua
castellana y gallega, respectiva y prioritariamente.
[7]
Aunque conozco Santiago y tengo sangre gallega, opto por dar los nombres en
castellano y, en principio, con la grafía en este idioma. Así tendré menos
ocasiones de equivocarme.
[8]
Curiosamente, el retrato más conocido de la fisonomía y el ascendiente social
de Aguirre nos la ofrece quien en 1858 se convertiría en el marido de Rosalía.
Véase Manuel Murguía, Los precursores, Latorre y Martínez
editores, 1886, La Coruña. He consultado la edición facsimilar de La Voz de
Galicia, La Coruña, 2004, pp. 43 y sigtes. De la corta estatura de Aguirre
da prueba el que se librase del servicio militar por corto de talla, según
aduce José Antonio Durán, ¿Quién fue en realidad Aurelio Aguirre?, La
cueva de Zaratustra, entrada del 6 de octubre de 2013.
[9]
Rosalía acudió a la romería de la Virgen de la Barca de Mujía, en unión de su
amiga, Eduarda Pondal, varios años mayor que ella. Ambas jóvenes contrajeron el
tifus que, en mayo de 1853, llevó a la tumba a la hermana homónima de Eduardo.
Rosalía, obviamente, salvó la vida. Véase Andrés Pociña y Aurora López, Rosalía
de Castro. Estudios sobre a vida e a obra, edit. Laiovento, Santiago de
Compostela, 2000, p. 24.
[10]
Descripción y opinión de conjunto de una pariente del padre de Rosalía, al
verla por primera vez, en la primavera de 1859, cuando la poetisa contaba 22 años:
Pociña y López, Rosalía de Castro, cit., pp. 33-34.
[11]
Al parecer, Rosalía había hecho sus primeras lides como actriz del Liceo de
la Juventud en 1852, con quince años, por lo que ya tenía experiencia
cuando, en 1854, hizo de Rosmunda, en la obra de Gil de Zárate (1839).
Años más tarde, en 1860, protagonizará en Madrid el drama Antonio de Leiva (1849),
de Juan Ariza, a beneficio de los soldados de la Guerra de África, también con
notable éxito.
[12]
Me refiero, con alguna fuente, a la probabilidad de que, por intermediación de
Manuel (Martínez) Murguía (1833-1923), marido de Rosalía desde 1858, esta
tradujera del francés al español poesías de Heinrich Heine, nada menos que para
Gustavo Adolfo Bécquer.
[13] Véase
antes, la nota 8.
[14]
Es famosa María Francisca Martínez, por figurar como madrina de bautismo de
Rosalía, el 24 de febrero de 1837. Posteriormente, en un padrón municipal de
octubre de 1842, figura conviviendo en Padrón con la pequeña y con su madre. A
los efectos de este relato la supongo sirviendo en casa de la poeta, al menos,
hasta que esta abandonó Compostela, con destino a Madrid (abril de 1856).
[15]
En su primer periodo de estancia en Santiago (1837-1856) Rosalía vivió, al
menos, en cuatro lugares distintos, pero el único conocido como de larga
duración (c. 1842-1854) fue la calle Bautizados, nº 6.
[16]
San Juan de Ortoño es una parroquia del concejo de Ames, en la comarca de
Santiago, cuya proximidad a la ciudad la ha convertido actualmente (2020) en
parte de su conurbación, con una población de más de once mil habitantes. En la
época de la infancia de Rosalía era una zona completamente rural, en la que
pasó, como máximo, cinco años y medio, que bien podrían haber sido menos.
Durante su lactancia tuvo como ama de cría a la esposa de un sastre de la
localidad.
[17]
Dionisio Gamallo Fierros, ¿Luz sobre la negra sombra?, Nordés, núms. 2-3
(1975), p. 58, apunta otra tesis, muy razonable, aunque con ignorancia jurídica
(en 1858 no había partidas de nacimiento puesto que aún no existía el Registro
Civil): Que Rosalía se enterase en 1858, al tener que aportar para su boda en
Madrid, una “partida de nacimiento” (recte: certificado de bautismo).
Ello le produciría un doble descubrimiento doloroso pues ninguno de sus
dos progenitores la había reconocido. Pero Gamallo parece ignorar que el
documento no recogía la identidad del padre ni de la madre, por lo que tuvo que
ser un tercero el que aclarase a Rosalía quién era su padre, y aquí es donde,
en buena lógica, pensaríamos en la madre como la autora de la revelación sobre
la identidad del padre y su carácter sacerdotal.
[18]
Me parece más matizado el concepto de la “orfandad” rosaliana en un triple
plano que incluiría, no solo la de padre, sino la de marido en muchos momentos
y la de la Galleguidad en buena parte de su vida. Véase Xavier Castro, Problemática
da “orfandade” na obra de Rosalía de Castro, Actas do Congreso
Internacional de Estudios sobre Rosalía de Castro e o seu tempo, tomo I,
Santiago de Compostela, 1986, pp. 85-91.
[19]
Me refiero a los papelitos que deslizaban chicos y chicas en las manos
de sus sujetos de afecto durante las vueltas y revueltas del paseo,
entonces litúrgicamente circunscrito a la rúa del Villar y el inicio de
la Alameda. Sobre el Santiago de la época, véanse los puntos pertinentes de las
siguientes obras generales: Ermelinda Silva Portela, Historia de la ciudad
de Santiago de Compostela, Concello e Universidade de Santiago de
Compostela, Santiago de C., 2003; Xosé Ramón Barreiro Fernández, Historia de
la Universidad de Santiago de Compostela, 2 volúmenes, Universidade de
Santiago de Compostela, Santiago de C., 2000.
[20]
De hecho, años después, Rosalía expondría, respecto de la Universidad
compostelana y, por extensión, de todas las demás, el obvio argumento de que no
era lo mismo haber sido universitario, que persona de cultura y buenas
cualidades profesionales. Desde mi cercanía a la Universidad más antigua de
España, recordaría el famoso aforismo: Quod natura non dat, Salmantica non
praestat.
[21]
Era tradición familiar que Rosalía adolescente tocaba con acierto la guitarra
inglesa, la española, el arpa, la flauta y el armonio. Hay datos de que también
componía canciones. Suele afirmarse que esa formación musical le fue muy útil para
la versificación de sus poemas.
[22]
Era hija de María de Castro y Abadía, hermana de la madre de Rosalía. Su nombre
completo era María Josefa Carmen García-Lugín y Castro, y con el tiempo daría a
luz al literato y periodista, Alejandro Pérez Lugín (1870-1926), famoso autor
de las novelas La Casa de la Troya (1915) y Currito de la Cruz (1921).
[23]
El retorno de Doña Teresa de Castro a Padrón está indirectamente acreditado por
levantar, en abril de 1856, la última casa que había tenido alquilada en
Santiago, en Puerta Fajera, número 6.
[24]
Levantamiento militar y cívico, dirigido por el coronel comandante Miguel Solís
Cuetos, desarrollado entre el 2 y el 23 de abril de 1846, por razones de tipo
regionalista y liberal. El movimiento fue derrotado en una breve batalla en las
afueras de Santiago y doce de sus dirigentes fueron fusilados en la madrugada
del día 24 de abril en la localidad de Carral. A título de ejemplo, véanse:
Honorio Ferreiro Delgado, Contexto histórico-político de Galicia en la
primera mitad del siglo XIX, Revista de Estudios Políticos, Madrid, 1977,
pp. 327-348 (libre acceso por Internet); César Camargo, La Revolución
gallega de 1846, página web de la Fundación Domingo Fontán,
entrada de marzo de 2016.
[25]
Conjo (Conxo) está situado a unos 3 kilómetros del centro de Santiago, a
orillas del río Sar. Actualmente es una zona hospitalaria compostelana, cuya
tradición se inició con un gran Psiquiátrico, inaugurado en 1885. Al no saber
el lugar exacto en que se colocaron las mesas del convite, no puede precisarse
si estaba poblado de robles, castaños o pinos. En aquella época, Conjo tenía su
propio Concello, o Ayuntamiento.
[26]
Aunque se trate de un simple folleto, es muy ilustrativo y variado acerca del Banquete
el siguiente texto: Alfonso Iglesias Amorín, O banquete de Conxo. A
confraternización como símbolo, Concello de Santiago, La Coruña, 2018, 57
pp. (de libre acceso en Internet).
[27]
En general, véase Lucía García Vega, Aurelio Aguirre (1833-1858) y otros, edit.
Cumio, Vigo, 2015. En concreto, véase mi ensayo, en este mismo blog,
titulado Mito y probabilidad del destierro de Aguirre y Pondal a las Islas
Marianas.
[28]
La mediación de Teresa y Rosalía de Castro son totalmente imaginarias. No así
la persona y la postura del Fiscal de Santiago, Don Juan Carballo, de
acreditada moderación en este caso, por el que es casi exclusivamente conocido
en la Historia. Con todo, hacen breves alusiones a él, que yo sepa, los dos
libros siguientes: Francisco Tettamancy Gastón, La revolución gallega de
1846, E. Carré, La Coruña, 1908; Ana Cristina Pérez Rodríguez, Administración,
gestión y poder político en el Ayuntamiento de Santiago de Compostela
(1845-1868), tesis doctoral de la Facultad de Humanidades de la Universidad
de La Coruña, 2012. Uno y otro textos aluden a Don Juan Carballo como el Fiscal
de Santiago, ya en el año 1846.
[29]
Eduardo Ruiz Pons (1819-1865), profesor, periodista y político del Partido
Demócrata, que representó en el Congreso de los Diputados a la provincia
coruñesa. Consta que intercedió insistentemente en pro de Aguirre y de Pondal,
pero no que se entrevistara con el fiscal Carballo, aunque participara de sus
sentimientos de moderación para el caso.
[30] Véase
mi ensayo Mito y probabilidad del destierro…, citado en la nota 26.
[31]
Se trataba de Miguel García Cuesta, arzobispo compostelano entre 1851 y 1873,
cardenal a partir de 1861. Lo que de él se dice y se recoge en el texto es
sustancialmente cierto.
[32]
Véase, ad exemplum: Josep
Fontana, La época del liberalismo. Vol. 6 de la Historia de España,
dirigida por Josep Fontana y Ramón Villares, edit. Crítica-Marcial Pons, Barcelona,
2007, espec. pp. 269-287. Los combates fueron bastante más duros en Barcelona
que en la capital de España.
[33]
Es decir, el 16 de julio. La curiosa y tremenda anécdota fue referida por
Alejandra, hija de Rosalía, mucho tiempo después, señalando la coincidencia con
la fecha del entierro de su madre, el 16 de julio de 1885, fallecida el día
anterior.
[34]
Es decir, con la mayoría de los ejemplares ya comprometidos para su venta por
determinadas personas. La edición original apareció en la imprenta de M. Cruz
en Madrid (1857), obrita de 37 páginas, que ha sido objeto de reciente edición
facsimilar por NoBooks (2011). Se considera una obra titubeante de juventud
(Rosalía acababa de cumplir los veinte años), pero inspirada por sentimientos e
imágenes que la (per)seguirían durante toda su vida: el desengaño amoroso, el
abandono, lo tenebroso, la muerte, el pesimismo.
[35]
Publicación periódica madrileña, cuya andadura se inició en 1854, de manera
firme, languideciendo posteriormente, hasta desaparecer en 1898.
[36]
Todo el montaje del encuentro es imaginario; no así lo relativo al
soneto Improvisación y la lógica reacción que pudo provocar en Rosalía,
aunque no hasta el punto de echarla en brazos de Murguía. También es histórico
el enamoramiento apasionado de Aguirre y Felisa Taboada, a quien algunos llegan
a considerar su prometida.
[37]
Poesías de la Señorita Doña Carolina Coronado, edic. Semanario
Pintoresco Español y de la Ilustración, Madrid, 1852.
[38]
Aurelio Aguirre no vio publicado en vida ningún libro con sus obras, si bien
los Ensayos poéticos (1856-1858) verían la luz en el mismo año (1858) de
su muerte.
[39] Titular
de la iglesia mayor o parroquia de Iría Flavia (Padrón), colegiata hasta 1851.
[40]
Que se sepa, el primero en comparar por escrito a Espronceda con Aguirre (o
Espronceda galicián) fue el jurista y escritor, José Domínguez Izquierdo
(c. 1820-1897), al dedicar a la memoria de Aguirre en 1859 la Corona fúnebre
a la memoria del distinguido poeta gallego Aurelio Aguirre Galarraga, en la
que, por cierto, colaboró Rosalía con un poema, que citaré más adelante en este
relato.
[41]
El término enano le fue aplicado por quien ya lo conoció cuando era
mayor: el famoso Alfonso Rodríguez Castelao (1886-1950) quien, por cierto, era
muy espigado. Se afirma que la estatura de Murguía andaba por los ciento
cuarenta centímetros, que él procuraba disimular y acrecentar con un gabán
oscuro que le llegaba casi a los pies y un sombrero de los llamados
coloquialmente de chistera. En cuanto al carácter excesivo e interesado de sus elogios a La flor rosaliana, el propio Murguía, Los precursores, cit., p. 180, dice que ni conocía siquiera a la autora cuando hizo la crítica del libro (yo no lo creo así).
[42]
Martínez Murguía había obtenido en Santiago la titulación universitaria en
Latín y Humanidades, equivalente al bachiller. A instancias de su padre, inició
en aquella Universidad estudios de Química que, una vez en Madrid, retomó en
cierto modo, matriculándose en Farmacia, pero todo ello quedó en agua de
borrajas: Es obvio que Murguía, inteligente y estudioso, era más bien un hombre
de letras y demasiado disperso en aquel entonces para seguir una carrera
universitaria. Por otra parte, su situación económica no era la más indicada
para dedicarse prioritariamente a los estudios académicos.
[43]
Murguía había iniciado una dedicación estrictamente literaria -cortada en
agraz-, publicando una novela titulada Desde el cielo, a los 17 años de
edad (1850).
[44]
Lo que suelen destacar los biógrafos de Rosalía, como una cruz de la
poetisa, que ella sufrió sin pagarle con la misma moneda de la infidelidad.
[45]
En particular, dos. 1º. Ya consta que Rosalía es hija natural de Doña Teresa de
Castro; luego había mediado, de algún modo suficiente, el reconocimiento
materno. 2º. Los dos padrinos testigos fueron varones y no me consta relación
familiar ninguna con Rosalía: Cándido Luanco y Manuel Menéndez. ¿Es que la boda
no sería bien vista por los familiares entre los que Rosalía había morado desde
abril de 1856? Véase transcripción del acta de matrimonio en Andrés Pociña y
Aurora López, Rosalía de Castro…, cit., pp. 32-33.
[46]
No quiero importunar a los lectores con un amplio excurso sobre el tema. Baste
con indicar que la tesis del suicidio no tiene otro fundamento que
maledicencias románticas, las cuales, años más tarde, apuntaron a un desengaño
amoroso provocado por el desdén de Rosalía, algo que carece de toda lógica.
[47]
Las circunstancias previas y concomitantes con el entierro de Aguirre en
Santiago fueron dramáticas y multitudinarias, destacando el síncope que le dio
a su novia, Felisa Taboada, que asistía al sepelio enlutada y velada de la
cabeza a los pies. Véase el ya citado artículo de José Antonio Durán, ¿Quién
fue en realidad Aurelio Aguirre? Los amigos corrieron con los gastos
funerarios y, pocos meses después, hicieron la primera edición de sus Ensayos
poéticos. Al año siguiente (1859), apareció la Corona poética de
Aguirre, en la que, entre otros muchos colaboradores, aportó Rosalía un poema,
que transcribo en el relato poco más abajo.
[48]
Edamus et bibamus cras enim moriemur (comamos y bebamos que mañana
moriremos), aforismo latino que se dice encierra el núcleo de la filosofía
epicúrea.
[49]
Esbozo recogido en el famoso volumen Los precursores, citado en la nota
2, p. 44: Por desgracia pertenecía a aquel grupo de genios descontentadizos y huraños que en sus
veinte primaveras, y sin ver más campos que los que rodean la ciudad natal, creen conocer el mundo, haber sufrido grandes desengaños y probado todas las hieles
de la vida.
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